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Condenado amor por Mizuki_sama

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Era una noche preciosa, si se ignoraba que el resto de Monte Carlo no solo estaba vivo sino completamente dispuesto a arder como un clavo ardiendo alrededor de un herida mortal recién hecha que se niega a terminar su labor.


Las pistas y los temores de ambos se habían cumplido, aquella sería la última noche y, más allá de lo que cualquiera pudiese creer, dolía como el infierno que no hubiese acabado aún.


Clark Kent, un conocido reportero norteamericano se aproximaba a la villa privada de los Wayne, llamada también la villa de los búhos, con aprensión, los ojos azules destellando cada cierto tiempo traicionando las emociones de su dueño.


Abrió la puerta con la llave que Bruce Wayne, su amante, le había entregado al poco de llegar ambos a la villa, se sintió aliviado al ver que las luces del salón estaban encendidas, ya que aquello significaba que el dueño de la villa seguía despierto.


El doncel estaba sentado ante su escritorio, escribiendo, cuando el reportero entró, levanto la mirada volviéndose a verle, sus preciosos y oscuros ojos le estudiaron sin demasiada amabilidad.


Su rostro era una máscara de indiferencia que había aprendido a conocer y, a veces, a odiar, el tiempo que llevaban como amantes era relativamente largo, tomando en cuenta cuan cortos podían ser los amoríos del aristócrata.


No hubo saludo de por medio, Bruce parecía necesitar hablar pero Clark también lo necesitaba, y estaba nervioso.


–Pensé que vendrías –comento Wayne con un tono bajo que aun así logro escuchar.


– Tenía que hacerlo, te debo una disculpa –contestó, sintiéndose ansioso, su expresión grave y los ojos incapaces de sostener la mirada del otro le dieron a Wayne las pistas de lo que desde hará mucho tiempo temía.


La ansiedad y el temor que se habían ido albergando en su alma durante las últimas semanas, días y horas resurgieron con fuerza casi causándole una crisis nerviosa que solo años de esconder sus emociones fueron capaces de ayudarle a disimular.


Había comprendido la verdad, sin explicaciones.


Y, porque siempre había sido bastante dramático a pesar de su flematismo, deseó morir antes que escucharla de los labios de Clark Kent.


Empero le sobraban el orgullo y la dignidad de sus años, las generaciones de sangre azul que corrían por sus venas le ayudaron a decir con ligereza:


– ¿No quieres tomar una copa, Clark? Debes haber tenido muchas dificultades desde la última vez que te vi.


– ¡Gracias! –dijo él, agradeciendo el momento de respiro y aliviado al ver calmado a su hasta ahora amante.


No pudo imaginar que, al mirarlo cruzar la habitación, apuesto y fascinante a su torpe estilo Bruce Wayne había deseado correr hacia sus brazos, confesándole lo mucho que lo amaba.


Pero él había desechado aquel pensamiento.


Con la copa de vino en la mano, Clark se paró junto a la chimenea, era fácil leerlo ante las luces que las llamas bailando creaban, estaba nervioso y era patético verlo así; de los dos Bruce siempre había sido el más fuerte sino física si mentalmente y en aquel momento de crisis comprendió que su aun amante era también muy joven en lo concerniente a los amoríos, sus ideales estaban intactos y posiblemente también la imagen que tenía de él.


Para él, una mujer o ya visto un doncel era una criatura hermosa y pura de cuerpo y alma, frágil por naturaleza y por ley social necesitado de protección, por ello sus emociones evolucionaron en violentos y ardientes celos en contra de la mujer que muy pronto Clark Kent convertiría en su esposa.


Recordó el elegante y altivo rostro de Alexander Luthor la última vez que se habían visto, burlón su gesto al verlo enamorado del hijo de granjeros.


"Nunca lograras que te amé, quizá te quiera y quizá se haga tu amante... pero está enamorado de Lane, no hay nada que puedas hacer al respecto"


Clark apenas probó su copa, aunque sus labios estaban secos. Aspiró profundamente.


–Tengo algo que decirte –murmuró.


Entonces el mayor comprendió lo que tenía que hacer.


Para salvarlo y quizá también a sí mismo de la humillación tendría que sacrificarse.


Lo había perdido, completa y absolutamente... no había nada que hacer... y aunque temía su desprecio también confiaba en su amabilidad para evitarlo.


Había fallado en lo que se había propuesto, destruyéndose él mismo en su intento.


Amaba a Clark Kent como jamás amó a hombre alguno, ni volvería a amar; pero, porque lo amaba con un amor desinteresado, haría algo por él.


–Un momento, Clark –le dijo en tono frío, acerado y congelante –Antes que me expliques lo que ocurrió esta noche, tengo algo que decirte. Oliver estuvo aquí hoy.


– ¡Oliver!


–Sí, Oliver –replicó –Vino desde Niza y me trajo noticias de Inglaterra. Su tío, Sir Edward Hearthstone, ha muerto, dejándolo como su heredero.


– ¿De veras? Eso es excelente, para Oliver, por supuesto.


Era evidente que pensaba que la noticia no tenía importancia para ambos pero,amable como era, dejó hablar a Bruce.


–Oliver también me contó que como su hermana y su cuñado han muerto, le han dejado como tutor de su hijo, Roy Harper, a quién ya ha decidido adoptar...


Hizo una pausa y continuó diciendo:


–Me dijo que mi habitación en Queen Manor está lista para cuando yo desee ocuparla. Está dispuesto a aceptarme de nuevo, Clark, de hecho siempre ha pensado que yo nunca lo he abandonado, que siempre he sido su esposo.


No se atrevió a mirarlo.


No se atrevía a contemplar la expresión de alivio que sin duda asomaría a su rostro.


–No quiero que pienses mal de mí, Clark –prosiguió –No deseo lastimarte, pero considero que no puedo dejar a Oliver solo ahora que tiene que educar a dos niños, debo preocuparme de que los intereses de mi hijo no se vean afectados con esta nueva adopción, le estaba escribiendo una carta diciéndole que me reuniría con él, y que me esperara en Inglaterra antes de que partiese de vuelta a Estados Unidos.


La palabra escapó presta de los labios de él.


– ¿Cuándo?


–Pasado mañana o tan pronto como pueda liquidar a los sirvientes y cerrar la villa.


–Debes... hacer lo que creas más conveniente. Si Oliver te necesita...


–Mucho –le interrumpió Bruce, que apenas podía soportar aquello que pasaba sin traicionarse a sí mismo –El me ama, siempre me ha amado a su manera.


–Entonces...


Bruce lo miró detenidamente por última vez, para conservar aquel último recuerdo de su barbilla cuadrada, de la curva de sus labios, de sus brillantes ojos azules, era terrible no ver su sonrisa una última vez aunque la conocía tan bien que estaba seguro podría imaginarla más tarde, aunque posiblemente aquello le destrozase de dolor...


–Entonces supongo que nosotros... –empezó a decir el más joven pero no pudo continuar.


Bruce hizo un gesto con las manos.


–No hablemos de ello. No hay nada peor que lamentar un amor que se ha acabado.


– ¿Estás seguro que eso es lo que quieres? –preguntó Kent.


–Sí, por supuesto.


Bruce fue hasta la chimenea y cambió de lugar los adornos.


–Clark, todo en la vida tiene su final, hasta la felicidad. No nos digamos adiós de la manera convencional, con expresiones de gratitud. Recordemos lo que fue y olvidemos que no existe el mañana. Es mejor así.


–Será como tú desees –había respondido Clark reconfortado.


Por un momento, Bruce pensó que no podría continuar con esa farsa; tenía que ser sincero. Pero, de nuevo, su amor propio triunfó sobre su debilidad.


Lanzó un suspiro y comprendiendo que no podría soportarlo más, dijo:


–Debes irte ahora, estoy cansado y tengo dolor de cabeza. Si necesito tu ayuda mañana, te mandaré una nota a tu hotel –soltó un suspiro bajo y continuo –si no tienes noticias mías, será porque estoy muy ocupado.


Atravesó la habitación y se sentó frente al escritorio, tomando una pluma.


–Buenas noches, Clark –le dijo sin mirarlo.


Él se quedó sorprendido ante su comportamiento, pero quedó completamente convencido, como Bruce esperaba, de la sinceridad de su actuación, se había dirigido lentamente hacia la puerta y, al llegar a ella, volvió la cabeza.


– ¿Estás seguro, Bruce?


– ¿Seguro? ¿De qué regresaré con Oliver? Por supuesto que lo estoy.


Bruce continuó escribiendo la carta y oyó que se cerraba la puerta del saloncito. Escuchó los pasos de Clark cuando él cruzó el vestíbulo y salió por la puerta principal, y sus pasos por el jardín.


Se quedó muy quieto hasta que ya no percibió sonido alguno, excepto el tictac del reloj. Solo entonces, lentamente, escondió la cabeza entre los brazos y empezó a sollozar.


 


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