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Gracias por Sorgin

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Draco lo supo en el mismo instante en que tomo la decisión. Cuando vio a Harry saltar desde los brazos de Hagrid y caer al suelo desarmado. Sin nada más para protegerlo que su propia necedad, fue entonces cuando cometió el único acto del que fuera dueño. Su único momento de rebeldía.

Allí, frente a un ejército de mortífagos armados. Delante del Señor Tenebroso y de sus propios y consumidos padres. Allí, se alzó el perfecto príncipe de Slytherin, el oscuro heredero de la más ancestral y antigua familia del mundo mágico.
Gritar su apellido fue la única manera de atraer su atención.

Entregarle su varita fue la forma de mostrar su lealtad. Colocarse frente a él para que fuese su propio cuerpo recibiera el impacto directo de aquel cruciatus, fue lo más estúpido que le quedaba por hacer. Después de eso ya no quedo nada. Ni dolor, ni miedo, ni odio.

Su madre le recogió como pudo. Le levanto y arrastro fuera de la batalla. Le llevo hasta la casa, llena de horribles recuerdos del último año, donde curo sus heridas. Tardaron dos semanas en encontrarlos. Asustados, acorralados, desesperados. La llamada a su puerta fue lo que les puso en alerta. Habían cometido tantos errores que estaban más que preparados para asumir el castigo que les correspondería, más no para lo que finalmente hallaron.

El mago más maléfico de cuantos habían existido había sido derrotado. Esta vez, de manera definitiva. Y el muchacho que lo había logrado estaba frente a él, de pie, diciendo cosas sin sentido mientras les pedía hablar con el más joven, a solas con él.

Sin ser muy consciente de sus actos le indico con un cabeceo que entrara a la casa y con pasos inseguros le acompaño hasta su cuarto. Le ofreció unas pastas y un té, que su madre dejo sobre la mesa con pulso tembloroso, para desaparecer después casi corriendo. Fue entonces, al saberse por fin a solas, cuando Harry comenzó a hablar. Le informo de la decisión del tribunal.

De su favorable fallo y de cómo gracias al testimonio de muchos, su familia había sido perdonada. Le hablo en especial de la comparecencia de Luna, y de las palabras que había dicho su favor. Y Draco tuvo que esforzarse por aparentar que seguía calmado. Hasta que el gran héroe de la guerra mágica le entrego con torpeza un paquete envuelto en papel de estraza.

Su varita estaba allí, de nuevo entre sus manos. Con su tacto frío al principio y su familiaridad después. Acomodándose a sus dedos como si nunca le hubiese sido arrebatada. Sintió su lealtad regresar a él y entonces cuando fue incapaz de continuar conteniéndose. No pudo reprimir las lágrimas, ni los sollozos. Ni tan siquiera ocultar los espasmos que sacudían su cuerpo en un vano intento de mantener la compostura.
Tan solo tuvo fuerzas para cubrirse el rostro con las manos. Sintiendo la varita apoyada contra su piel, dejándose caer sobre la cama y abrazándose a sí mismo sabiéndose por fin libre de tanto horror.

Fue, ése gracias, que escapo de sus labios lo que le hizo recordar a su acompañante, el lugar donde se encontraban y la situación. Pero fue el roce de su mano sobre el rostro crispado por la pena lo que le devolvió definitivamente a la realidad.

Su tacto, su olor, su calor. Y sobre todo la fuerza de los brazos entre los que Draco se encontró. Pudieron ser todas esas cosas juntas o tal vez ninguna. Pero fue en ese momento cuando por primera vez comprendió porque nunca pudo creer en las erradas doctrinas de sus padres.
El-que-no-debía-ser-nombrado había sido un cuento infantil durante sus primeros años de vida. Un recuerdo viejo y ajado mientras que él, el muchacho de alborotado cabello negro y mirada salvaje se había convertido en algo poderoso y real. En algo sincero, en algo en que él mismo se hubiese podido convertir si sus progenitores habrían estado en el otro bando.
Con la guerra acabada y las decisiones tomadas, poco importaba el pasado. Ahora solo podía dejarse arrullar por las suaves caricias que le salvador del mundo le obsequiaba. Por el aroma de su piel aún de niño y sobre todo por los dulces besos que dejaban en su cuello el calor y la pasión mal disimulada que había en cada uno de ellos.

Con sus ojos grises velados por el llanto y el dolor, sus mejillas coloreadas por la vergüenza y la timidez de la ignorancia, correspondió ansioso a los besos sin estar seguro de merecerlos.

Tiempo después lo describiría como algo estúpido, torpe y penoso, aunque también como el momento más maravilloso de su corta existencia.

Pero en ese instante lo único que pudo hacer fue aferrarse con fuerza a la camiseta del muchacho que se había propuesto salvarles a todos. Y aún, sintiéndose miserable y aprovechado, se dejo guiar por el otro, se dejo querer y proteger. Se dejo consolarse, recuperar la fuerza perdida y el orgullo.

Aún tendrían que pasar muchos años, muchas críticas y muchas humillaciones, hasta que Draco Malfoy pronunciara los votos que le atarían en mágico matrimonio con el hombre que le había salvado de más de un modo. Y frente a sus invitados, en el convite, cuando le preguntaron que le había enamorado de Harry solo pudo encogerse de hombros y decir que fue su manera de decir gracias.

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