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Sólo tú por aries_orion

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Notas del fanfic:

Los personajes son de Tadatoshi Fujimaki, mía es la historia.

Notas del capitulo:

Este escrito es con dedicación a Jazmyn, quien me exige continuar mis escritos y una fiel seguidora.

¡Gracias Jazmyn linda!

 

Y entonces me pregunté.

 

¿Por qué no podía dejar de imaginar escenas con él como mi acompañante? A donde miraba mi mente me llevaba a distintas partes del mundo con él, recibiendo una caricia, un beso, una sonrisa o un abrazo. Siempre él, lo que él me diera me era perfecto.

 

No pedía más de lo ofrecido. Me gustaba la sorpresa de sus acciones, lo intempestivo, frío y, a veces, cálido que su tacto podía llegar a ser. Orbitaba como la luna a la tierra. No existía nada más, salvo él cuando compartíamos el mismo espacio. Igual de cautivador que las gitanas, pero demasiado embustero para discernir entre verdad o falsedad.

 

Por ende, nuevamente me pregunté, ¿por qué no pude ver a otros? Y de esta, siguieron mil preguntas más y mil respuestas, pero siempre, mi mente me daba la respuesta sin importar cuán rebuscada y absurda fuera la cuestión.

 

Ahora me pregunto: ¿por qué no olvido y busco a alguien más?

 

La respuesta sale sola. Sin pensar. Sin razonar.

 

Porque él me pidió tiempo y se lo di, me pidió una muestra de amor y se la di, me pidió un beso y se lo di. Me pidió espacio y se lo di, más no espere que aquello anhelado ya se lo estaba dando a otra persona mientras yo agonizaba en la incertidumbre.

 

Un mero espectador me siento, más callo. No aplaudo ni sonrió, no hay sensación de excitación o alegría por el acto que presenció. No expreso nada porque lo mío es el papel y el lienzo. No el grito y la representación.

 

Tiempo me pidió y tiempo... ya no sé si seguir dándoselo.

 

2

Una y otra vez me derrumbas, juegas conmigo cual dominó. Las cartas ya han caído de mi mano porque tú ya no juegas limpio. Cinco minutos que parecen lustros. Me das tus labios y caricias sólo cuando ella te ha rechazado. Un muñeco de trapo recibe un mejor trato que yo.

 

Me derribas sobre la cama, me abres de diferentes maneras sin notar mi mueca de dolor, mis ojos ya no derraman lágrimas en tu presencia. Mis brazos quedan lapsos a los costados porque no me permites tocar tu espalda. Te veo y me arrastró mendigando algo que le corresponde a un ladrón.

 

La sábana cubre mi piel, tapa mi corazón y acaricia mi mejilla.

 

¿Por qué permito tal trato?

 

Oh... Cierto... Te amo y tú a mí no... ¿Verdad, Taiga?

 

3

La mancha carmín no sale de mi ropa, tu cuerpo tembloroso sigue vibrando en mis dedos y mis labios anhelan tu calidez. Extraño. Observó el ciclo de la lavadora, mi cuerpo deja de sentirse, pero mi cabeza no para de trabajar. Entonces, de la nada, me pregunté: ¿qué hacía?

 

¿Qué mierdas estaba haciendo con mi vida y aquella persona?

 

Me golpee tanta veces contra la mesa que apenas pude recordar por qué lo hacía. Cansado de pensar y no encontrar una respuesta, salí de casa, la ropa no logró salir de la bolsa. Las imágenes venían a mí, él llorando, él evitándome, él temblando, él... sólo él.

 

¿Cuándo perdió aquel brillo que adoptaban sus ojos al verme? ¿Cuándo comenzó a temerme? ¿Cuándo dejó de ser mío?

 

¿Qué he hecho todo este tiempo?

 

Está mal, lo sé, pero termine con un mensaje con ella y a él le pedí perdón. Caí en la seducción de las drogas, en la euforia del alcohol y el clímax de las peleas. Mi cuerpo cambio, más no mi corazón.

 

Tuvieron que pasar cuatro sobredosis, casi perder un pulmón y la vista para que por fin, ¡por fin!, comprendiera la mierda de vida que llevaba. Y mientras luchaba por no morir en aquella cama del centro médico del pueblo en turno, mis ojos no podían despegarse de aquella pareja, tan parecida a nosotros... tan parecida ella a él.

 

Vaya ironía, tenía que estar varias veces frente a la muerte para comprenderlo. Le amaba. Le amaba como un loco y por mi ceguera, le lastime de la peor manera.

 

Le trataba peor que a una prostituta. Le daba el trato de un conocido.

 

Maldita vida. Maldita sordera e hipocresía.

 

Llorar ya de nada sirve, porque con agua no lo recuperaré. No tengo las fuerzas ni las agallas para hacerlo, pero, maldita sea, mi vena de competición. Yo mismo me he retado a recuperarlo. Sin embargo, ahora que lo veo, dudo, tiemblo y río porque ya lo he perdido. Ya le pertenece a otro y, no sólo eso, ya tiene una pequeña que le necesita.

 

¿Qué le puedo ofrecer?

 

Sólo un corazón marchito, un cuerpo magullado y un par de labios resecos.

 

Lo observo, por primera vez lo observo y no puedo evitar asombrarme de la sublime belleza que tuve bajo mi piel y deje perder.

 

Lástima, el amor no es para personas dañadas como yo.

 

No obstante, no puedo evitar sentarme en aquel café, contemplarlo mientras sonríe, besa y juega con aquella niña tan parecida a él de no ser por un par de ojos tan rojos como la misma llama del fuego. A veces, me pierdo más en ella que en él. Hay algo, pero no sé qué es.

 

Mis heridas sanan tan lento como mi corazón late.

 

Le observó. Le añoro. Si tan sólo pudiera pedirle perdón, robarle un beso y quizá, sólo quizá, una oportunidad... Mi estrella fugaz.

 

4

Bastó sólo una noche para que todo se desmoronará. Mis padres y amigos me tacharon de idiota, ingenuo, masoquista y hasta de aberración. ¿Quizá tengan razón? Quizá sólo me quise aferrar a una efímera imagen que yo mismo creé.

 

Pero... ¿Por qué mi cerebro me mostró aquellos recuerdos, aquellos gestos y miradas?

 

Se supone que el cerebro acepta argumentos verídicos. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué fui tan iluso, tan ciego? Demasiado sumergido en amor y dolor que no me di cuenta de esos pequeños detalles. Esas miradas ausentes, pérdidas y a veces confusas. De los gestos fríos, tímidos y hasta tristes o temerosos.

 

Fui ingenuo, sí, pero no por creer sino por no observar. Por no notar todos aquellos gritos desesperados cuando venía a mí en busca de algo que nunca se atrevió a pronunciar, a darle un nombre.

 

Tan idiota. Tan estúpido e ingenuo.

 

Todos esos gritos salían por sus ojos cada vez que me miraba, que me tomaba entre sus brazos bajo la excusa de tener frío; cuando me pedía hacer el amor o simplemente sexo. Todas esas veces gritando, clamando por ayuda y consuelo.

 

¿Y yo qué hacía?

 

Le ignoraba sumergiéndome en las aguas del placer, éxtasis y desconsuelo.

 

Le extraño tanto. Si pudiera regresar el tiempo lo único que cambiaría serían mis palabras por un beso mientras lo apresó entre mis brazos para no soltarlo nunca. Tuve que perderlo para darme cuenta de todo ello y más, porque no sólo se encargó de golpearme, oh no, me dio algo sumamente valioso. Preciosos y maravilloso. Algo que constantemente me recuerda a él. La vida pensó que con ello me haría miserable, más fue todo lo contrario.

 

Ese tormento, ese castigo se volvió mi esperanza, mi orgullo y mi mayor bendición.

 

–Papi, ¿iremos a comer?

 

–¿Tú qué crees?

 

–¡Pastel de fresas!

 

La risa se dio. Sólo con ella a su alrededor podía hacer aquello que una vez creyó perdido. Fue toda una sorpresa su llegada, tan intempestiva y alucinante. Igual que su fuego líquido. Con la energía de un huracán y la misma inocencia que una vez mostró. Ella le hizo ver a sus verdaderos amigos, su verdadera familia y tatuó el nombre de su dueño.

 

–Vamos papi, quiero pastel.

 

Le siguió, divertido por sus infantiles acciones que no notó a cierta persona hasta que ella misma se sentó en la misma mesa ignorando a su actual ocupante.

 

–Taiga.

 

5

¡Carajo!

 

No esperaba aquello. No era el momento. No tenía fuerzas para ver la lastima en aquellos hermosos topacios. Su mundo sólo se limitaba a vivir un día a la vez, a no dejarse morir por la soledad y la melancolía. Más ahora la puta vida le podía en jaque. Aquella niña se sentó en su mesa sin notarle.

 

¿Realmente daba tanta pena que ni siquiera era notado?

 

¡Dios, que vergüenza! Su padre tenía razón, era un despojo humano, un lastre que sólo gastaba fuerzas para el pobre planeta que apenas podía con aquellos que producían. Por primera vez se sintió pequeño, insignificante. Alguien que... no merecía esa pequeña muestra de vida.

 

Trato, por todas las deidades que trato de no levantar la vista, de hacerse uno con la silla y el aire; pero él siempre lograba cosas asombrosas y aquella, dudaba, que fuera la excepción.

 

–Hola.

 

6

Apenas un susurro fue su saludo. ¿Dónde quedó su Taiga?

 

El hombre parecía incómodo y sorprendido. Sus ojos no pudieron evitar recorrerlo y lo que encontró no le gustó. Rostro demacrado, labios partidos, varias cicatrices en sus pómulos, cuello y manos. La ropa se veía vieja, su pelo cenizo. No era ni la sombra del hombre que le enamoró. El cual vestía ropa de marca, cabello cuidado, ojos feroces y sonrisa pícara. De eso, ya no quedaba nada.

 

–Ha pasado un tiempo.

 

No había sonrisa seductora ni pose arrogante, mucho menos voz profunda. ¿Qué le había ocurrido al hombre seguro de sí mismo? ¿Dónde estaba su bastardo hijo de puta?

 

–Papi, ¿quién es el señor?

 

Él también se hacía la misma pregunta.

 

–Soy un viejo conocido de tu papi. – La sonrisa era suave.

 

–¿No eres como esas personas que vienen a lastimarlo o sí? –Su pequeña se mostraba escéptica y desconfiada.

 

–Nunca le lastimaría, al menos no conscientemente.

 

–¿Le quieres?

 

El pelirrojo cruzó sus brazos para apoyarlos sobre la mesa y apoyarse en ellos para acercarse a su hija como si fuera un secreto de estado lo que iba a decir.

 

–Le amo...

 

¿Podía volver a enamorarse con sólo palabras y aquella sonrisa rota?

 

7

La niña comía sin prestar del todo atención a los gestos de los adultos a su alrededor y por ello Aomine agradecía, pues por más que lo evitó no pudo despegar sus ojos del hombre frente a él. Quien no quitaba su mirada de la niña, la dulzura de su rostro provocaba más amor del que no sentía hacía mucho.

 

Deseaba tanto poder hablar con él, preguntarle tantas cosas y decirle otras tantas, pero no era el momento ni el lugar.

 

Sonrió discretamente.

 

La estampa de ambos era algo a contemplar por el resto de sus días. Así que sin preguntar, al momento de finalizar su rebanada su hija, pagó, tomó del brazo a Taiga jalándolo fuera del local. Al salir enganchó su brazo con el del desconcertado hombre, quien se dejaba hacer sin renegar o pedir su espacio personal. Su hija tampoco decía nada, sólo les seguía.

 

Jugando con las líneas de la banqueta o tomando por momentos la mano de su pelirrojo delirio.

 

Al llegar a su apartamento su hija corrió a su habitación, él dejó sus cosas en la silla del comedor y jalo a Taiga a sus brazos. Cazo sus labios, examinó su cavidad bucal en busca de nuevas y viejas grutas. Se llenó de paz al sentir unos brazos convertirse en paredes a su alrededor, la sorpresa fue exquisita al percibir las manos en su trasero, cintura, espalda y cuello. Caía al huracán sin poner resistencia.

 

Deseaba tanto caminar a su habitación, quitarse la ropa y dejar que Taiga le tomará como antaño.

 

Más su deseo fue interrumpido abruptamente por su compañero quien se alejó de él con los labios hinchados y la respiración irregular.

 

–No... no es la forma.

 

–¿Cuándo ha sido la forma?

 

Volvió al ataque. Solo un roce, un respiro y el alejamiento retorno. Observó a Taiga, quien parecía asustado. Trató de acercarse, pero nuevamente se alejó.

 

8

No podía. Así no. No merecía aquella fragancia. Aquella vista.

 

No merecía nada de aquella persona, pero aunque luchara, era su debilidad. Aomine Daiki era su talón de Aquiles y, al ver el rostro afligido y con destellos de tristeza y duda, no pudo. En verdad que no pudo, le tomó del brazo para jalarlo hasta él. Sus dedos se cernieron sobre la mejilla y su palma acunó el rostro.

 

Para algunos fueron años, para él... lustros llenos de agonía.

 

Le beso. Devoró esos carnosos y agrietados labios que una vez le pertenecieron.

 

–Sólo tú. Sólo tú. Sólo tú.

 

No supo en cuál sólo tú se perdió. Llevo sus manos a un deslizamiento suave, pero fuerte desde el cuello hasta los muslos que apretó con ahínco. Sonrió, seguían igual de jugosos como los recordaba. El gemido opacado por el beso le excito tanto que volvió a tomar los muslos para darles el impulso necesario sobre su cuerpo; piernas y brazos se apretaron a su alrededor como antenas de cangrejo.

 

Camino hasta la pared más cercana. Debían hablar, gritarse y golpearse, no acariciarse, besarse y a punto de tener sexo salvaje de reconciliación, porque reconocía ese contonear desesperado, pero salvaje; la forma en la que jalaba sus cabellos y devoraba con premura sus labios. La respiración errática, pero pausada. ¿Qué si no lo reconocía? Va, su Daiki era la pasión encarnada. Conocía todo de él, después de todo era un versado en el lenguaje de su cuerpo.

 

–Papi, ¿vas a tardarte mucho con el señor? Tengo hambre.

 

La vocecilla de la niña les bajó de su nube de golpe. Le causó risa la forma en la que se limpiaba los labios y como su lengua lamía los restos de saliva, su saliva.

 

–Dame... dame unos minutos y pido pizza, yo te llamo.

 

La niña les observó por un rato.

 

–Si van a jugar vayan al cuarto, yo estaré en el mío viendo televisión. –Y así como llegó se fue.

 

Ambos la siguieron con la mirada hasta perderla de vista. Daiki sopló sobre su oreja.

 

–La olvide.

 

–Que mal padre.

 

Risa. Una bonita risa que hacía mucho no escuchaba ser generada por él. Su corazón latió frenético, su moreno se aferraba a él, sentía el constante exhalar cerca de su cuello, como si este estuviera grabando su olor en su sistema. Más Daiki fue quien rompió el abrazo y al verlo a los ojos todo regreso a él. Fuerte e imparable. Peor que un vendaval. Trato de separarse del chico, pero el mismo se lo impidió al tomarlo con fuerza del rostro juntando sus frentes.

 

–No te vayas.

 

–No puedo quedarme... ya hay alguien y...

 

–No hay nadie, sólo tú, siempre tú.

 

Daiki le beso y se derritió como helado y le encantaba, ¡carajo!, como le encantaba sentirse un mero muñeco entre las manos del moreno. Rozaban sus narices, se acariciaban las mejillas y los labios, igual a los animales cuando reconocen a su pareja. Continuo el reconocimiento, ahí seguía el entendimiento a través de los ojos que habían desarrollado después de su quinto encuentro. Deseaba tanto hacerlo suyo, marcarlo y explorarlo de nuevo. Encontrar nuevos relieves y heridas, probar la piel y lamer aquel lugar que por años era exclusivo para él.

 

–¡Papi, tengo hambre!

 

Las risas regresaron. Caray, qué hija tan demandante.

 

–Igual a su padre.

 

Le observó, no comprendía aquello, pues sabía que Daiki no eran de los que exigían las cosas a no ser que fuera sólo para fastidiar. Y al parecer su duda fue comprendida sin ser puesta en palabras, pues el moreno se levantó la playera y bajo un poco sus pantalones. Ahí, en medio de su estómago y vientre yacía una cicatriz pequeña en vertical. Sus dedos temblorosos le acariciaron, había escuchado de aquello, pero dudaba que fuera posible, al menos, para él el ser parte de eso.

 

–Dejaste una de las mejores marcas que alguien pueda dar a otra persona.

 

Su pecho se comprimió y el vacío en su estómago muto a un agujero de gusano.

 

–¡Papi!

 

La niña se puso frente a ellos con los brazos en jarras, el ceño fruncido y un pequeño puchero en los labios. Taiga le volvió a detallar. Sus ojos se cristalizaron, la venda caía de sus ojos, la niña que le llamaba más que el padre le dio la respuesta.

 

–Sólo tú. Siempre tuyo. Sólo tuyos.

 

Bufo. Daiki podía darle varios significados a una sola palabra. Beso su frente, pues ni siquiera noto el momento en el cual este había pasado uno de sus brazos por su cintura para acercarse a él en un abrazo que decía más de lo que las palabras pudieran hacerlo.

 

–Eres de lo más extraño.

 

–No más que tu, Taiga.

 

–¡Dejen de abrazarse, muero de hambre, ¿acaso quieren que muera de inanición? –Y con pasos pesados, mostrando su enojo la pequeña se fue a la cocina en busca del teléfono.

 

Caray, que padres tan raros tenía, pensó la pequeña.

 

 

Notas finales:

Locura atrasada terminada.


Espero te gustara Jazmyn.  


Nos vemos en la siguiente locura.


 


Yanne. xD


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