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Coma profundo por Fullbuster

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Notas del fanfic:

Actualizaciones: Último domingo de cada mes.

Portada

Las gotas resbalan por aquellas hebras doradas hasta perderse en el suelo. De su ropa sigue emanando agua, precipitándose hacia las resbaladizas baldosas de la tienda, creando un pequeño y cristalino charco bajo sus pies. El ruido de los productos pasando por la caja registradora colma mis oídos.

 

Es una tienda pequeña del popular barrio Minato. Entre tiendas de lujo del barrio Roppongi, también se halla una pequeña zona de viviendas baratas donde los extranjeros encuentran un lugar para ellos. ¡Me gusta ese barrio, sobre todo por la playa! Aunque yo vivo en Shibuya.

 

Mis oscuros ojos como la misma noche se fijan en aquella mano que duda entre una lata verde y otra azul. ¡Bebida energética! Seguramente ese chico se está saltando clases igual que yo estoy haciendo en este instante. Por el cristal de la tienda puedo ver a mis compañeros dentro del coche. ¡Ni siquiera son amigos! Quizá porque nunca los he necesitado. Todo en mi vida es estudiar, ser el mejor, que mis padres estén orgullosos de mí y ahora… todo empieza a perder sentido. ¡Es la primera vez que me escapo de clases! Para mí… sólo es una experiencia nueva.

 

Mi mirada se llena de dudas al ver a través de los cristales del todoterreno cómo esos chicos discuten entre ellos por cambiar la radio. ¡Son estúpidos! Tan sólo unos niñatos, pero es mejor que estar solo. ¿Cuándo empecé a pensar así? ¡No lo sé! Hasta ahora no me había importado el sentimiento de soledad.

 

Los limpiaparabrisas del vehículo no se detienen. Avanzan y retroceden en un frenético bamboleo, evitando que las perladas gotas se acumulen en el cristal y permitiéndome ver el interior. ¡Espera! ¡Falta uno! Acabo de darme cuenta de que falta el más idiota de todos en el coche. Miro a todos lados con nerviosismo, pero no lo encuentro. Quizá ha ido a los aseos. Intento evitar el tema, pensar en lo que he venido a hacer en la tienda… comprar algo para el rugir de mi estómago. ¡Tanta prisa por escaparnos que ni me han dejado comprar un bocadillo en la cantina del instituto!

 

Una palmada, eso es lo que el muy desgraciado me ha dado… una palmada en el trasero que provoca que toda la sangre de mi cuerpo hierva en rabia. ¡Ni una milésima de segundo! Mi acción es repentina, lanzando el brazo hacia atrás y tratando de golpear a ese desgraciado que ha osado poner su mugrienta mano en mí. Esquiva a duras penas mi puñetazo en un movimiento más propio de “Matrix” que de la vida real, sin embargo, eso sólo hace que me enfurezca aún más por no obtener mi propósito.

 

- Vale… cálmate, mi pequeño “frígido” – deja escapar Suigetsu de esa boca que quiero partirle por lo que ha hecho. ¡Se ríe!

 

¡Frígido, santurrón, mojigato! Odio esas palabras y él parece repetírmelas una y otra vez como si quisiera sacarme de las casillas. Me llama así porque nunca me ha interesado una chica, tampoco un chico… mi cabeza sólo piensa en los estudios y aquí estoy ahora… demostrándole que puedo saltarme una clase y dejar de ser el “frígido”. Quizá, sólo es su estrategia para intentar llevarme a la cama, algo que no conseguirá.

 

- Si vuelves a hacerlo, puedes ir reservando una cama en el hospital – le añado con seriedad, afilando la mirada hasta que veo cómo la sonrisa se le congela y levanta las manos como si pidiera clemencia.

 

- Qué mal carácter tienes. Sólo era una broma, frígido.

 

Mis ojos se cierran ligeramente. Siento odio y ganas de matarlo, pero intento contenerme al ver cómo se aleja del lugar sin siquiera darme la espalda. ¡No se atreve a hacerlo! Sabe que soy vengativo y que en algún momento a lo largo del día me cobraré su osadía.

 

Cojo el primer bocadillo que mi mano es capaz de alcanzar. Ni siquiera me interesa mirar qué lleva, no soy tiquismiquis con la comida. Tan sólo quiero pagar y marcharme de la tienda. ¡Quiero ver la playa! Sé que llueve, que nadie estará allí, que no es día para visitarla, pero aun así, es mi lugar favorito, sobre todo en días de soledad. ¿Cuántas veces me he sentado en el muelle a pensar en mis cosas? ¡Demasiadas!

 

- ¿Vas a pagar ya o qué? – pregunta Suigetsu desde cierta distancia al ver cómo me entretengo ahora con la bebida.

 

- Lárgate de una vez.

 

- Oye, santurrón… que si vas a tardar tanto te esperamos allí.

 

- No te necesito, puedes marcharte.

 

- De verdad que eres todo un santurrón, seguro que volverás corriendo a clase por si te bajan la nota – se marcha con una gran sonrisa como si eso fuera un insulto.

 

No puedo hacer nada, es cierto que soy el mejor de la clase, que saco buenas notas y que éste es mi último año… quiero entrar en la mejor universidad y estoy a punto de lograrlo. Por otra parte… siento que me he perdido toda mi adolescencia encerrado en casa estudiando.

 

Busco entre los bolsillos del vaquero mi cartera, pero al no encontrarla, paso a los traseros. Mis dedos rozan un pequeño papel que me hace abrir los ojos. ¡Marihuana! Sabía que era eso, Suigetsu me lo había dado esta misma mañana. Nunca he fumado, ¡hasta me había prometido no hacerlo jamás! Pero aquí está ese papel. Mis padres sólo hacen más que estar encima de mí y odio eso.

 

En mi campo de visión se cruza nuevamente ese salvaje cabello rubio. Es un revoltijo pero me hace sonreír por alguna extraña razón. No suelo conocer chicos rubios en Tokio, es poco habitual y lo más probable es que alguno de sus padres o incluso los dos… sean extranjeros. Lo más seguro es que hasta él sea extranjero. ¡Cautivador! Ésa es la palabra que me viene a la mente al ver ese color de pelo tan extraño, es sumamente atrayente.

 

- Ey, tío… vamos a llegar tarde… – insistió finalmente Suigetsu al ver mi tardanza.

 

- Largaos, ya os alcanzo más tarde.

 

La mirada de Suigetsu cambia hacia aquellos dorados mechones frente a ambos. Aquel joven, no de mayor altura que yo, intenta elegir una bebida y lee lo que hay escrito en la lata azul en su mano. Seguramente es la que va a elegir. Busco todavía mi cartera hasta que, finalmente, mis dedos tocan el cuero.

 

- Vale – agrega Suigetsu algo enfadado – nos vemos allí, pero no tardes. La paciencia no es lo nuestro.

 

Por fin siento tranquilidad. No estoy seguro del motivo por el que hago todo esto, ni por qué necesito amigos que en realidad… seguramente sólo quieren aprovecharse de mí, pero ya no puedo hacer mucho. Quiero quitarme ese sentimiento de angustia, esa soledad que me consume lentamente, no quiero volver a estar los fines de semana encerrado en casa mirando el ordenador o jugando solo a alguna consola. Quiero socializar aunque sólo sea un poco… pero esos de ahí fuera, son los únicos que he encontrado. ¡Me miento a mí mismo! No es soledad lo que siento, lo que de verdad anhelo es que mi padre vea mis triunfos y me elogie de la misma forma que hace con mi hermano. Quizá ahora se fije un poco en mí si dejo de ser “perfecto”.

 

A través del empapado cristal de la tienda, observo cómo el todoterreno arranca e inicia la marcha atrás para volver a la carretera. Me dispongo a pagar, siguiendo a ese rubio que coge un sándwich de la estantería para acompañar la bebida en su mano.

 

No pudo evitar reír al ver cómo ese chico hace muecas raras, colocando la cara más graciosa que jamás he visto al niño de unos tres o cuatro años que carga la mujer de delante, haciéndole reír sin control. Estoy tan centrado en las tonterías que le hace al crío que apenas vislumbro a ese hombre encapuchado que entra sacando un arma de la parte trasera del pantalón, apuntando directamente al cajero.

 

Sus movimientos son violentos, agresivos, tanto… que me parece que está bajo los efectos de alguna droga o bajo la adicción de alguna de ellas. Busca dinero urgentemente, tanto como para arriesgarse en pleno día a hacer una locura semejante en una pequeña tienda de barrio.

 

- Todos contra la pared del fondo. ¡YA! – grita hacia los que hacíamos cola y elevábamos las manos.

 

Nos empezamos a mover aunque un ligero temblor atraviesa mi cuerpo cuando escucho otro grito diciendo que caminemos despacio. Quiere mantenernos controlados y visibles. No puedo ver a ese chico rubio ni al resto de los que vienen tras de mí, pero escucho los sollozos de alguien y por encima de ellos, la voz de una mujer calmando a alguien, seguramente al niño pequeño que llora sin control.

 

Todos estamos asustados. ¡Menudo día! Para uno que se me ocurre escaparme de clases, resulta que me meto en un atraco. Sólo espero que todo salga bien, que se lleve el dinero y se marche de allí con la misma velocidad con la que había entrado.

 

La pared del local es sosa y aburrida, pero me siento junto a ella y apoyo la espalda para poder visualizar al agresor. Tampoco yo quiero perderle de vista, prefiero mantenerle vigilado y saber qué ocurrirá a continuación. A mi lado se sienta ese chico de hebras doradas y extrañas marcas en sus mejillas.

 

Miro la lata que sostienen sus temblorosas manos, está tan nervioso y asustado como yo aunque trata de disimularlo con una brillante sonrisa que le dedica al pequeño de su lado. El angustioso llanto del niño se clava en mis oídos, atormentando a todos los presentes y enervando la sensación de inquietud y temor.

 

- HAZ QUE CALLE – grita el malhechor en dirección a una nerviosa madre que no puede hacer que su hijo cese el amargo llanto.

 

El cañón de la pistola se mueve con inquietud hacia nosotros. Por un segundo, aprieto los párpados todo lo que puedo para ver la situación. Aún le oigo gritar. Está nervioso y cuando me decido a abrirlos nuevamente, le veo moverse con violencia. Me recuerda a un drogadicto, nervioso sin su dosis, alterado por conseguir el dinero lo antes posible, inquieto y agarrándose la cabeza como si el más mínimo ruido diera fruto a su delirio.

 

Se acerca hasta nosotros y veo a la exaltada mujer agarrar con mayor fuerza a su hijo, abrazándolo contra su pecho y tratando de cubrirlo de ese hombre que se mueve con agresividad. Yo ni siquiera quiero meterme en este asunto, sin embargo, el chico de mi lado se pone en medio, evitando que el sujeto llegue hasta la mujer con el niño.

 

Su voz suena calmada, como una balsa de aceite, suave y dulce, con un tono monótono que te lleva al mismo cielo. ¡Le pide que se calme! Que coja el dinero y se marche tranquilamente. Sin embargo, no funciona. Durante apenas unos segundos el delincuente se mantiene confuso por el sosiego que desprende ese chico, pero su nerviosismo es tal… que acaba encañonando la frente del joven de dorados cabellos.

 

¡Ni siquiera sabría explicar mi sensación! Un nudo en el estómago es lo que siento, sé que son nervios. ¡Nunca he visto morir a alguien! Y no quiero que hoy sea el primer día. Pienso que podría hacer algo, pero mi cuerpo no se mueve. Nunca he sido valiente, mucho menos temerario. Me gustan las cosas sencillas y alejarme de los problemas pero… no puedo evitar este obstáculo. Respiro con lentitud, mirando el cañón del arma, observando esos ojos azules de tamaña intensidad cerrarse como si esperase el disparo. Su pecho sube y baja, no puede controlar la respiración pese a que intenta calmarse, le es imposible y entonces, cuando veo el dedo listo para hacer presión en el percutor, me muevo con rapidez, dando un manotazo y elevando el cañón.

 

El grito de la mujer es lo primero que llega a mis oídos, ese grito asustado pero yo intento centrarme en arrebatarle el arma. Aún la tiene pese a que la bala ha impactado contra una caja de cereales de la estantería contigua. El suelo está resbaladizo, tanto, que me tropiezo un par de veces ayudado por la fuerza de mi agresor. ¡No consigo que suelte el arma y él se pone cada vez más nervioso!

 

Mis ojos se desvían hacia el cañón que intenta ponerme a tiro y agradezco que ese chico se haya lanzado contra su brazo tratando también de desarmarle. Al fondo, escucho cómo el dependiente viene corriendo para intentar ayudarnos. Todo parece ir a cámara lenta cuando, en realidad, no tengo tiempo ni para idear un plan. Tan sólo me muevo por instinto.

 

Azules, esos ojos azules me distraen, esos zafiros que se han abierto con desmesura pese a que sus carnosos labios apenas pueden pronunciar un leve quejido de dolor. Todo su cuerpo cae como si de un muñeco de trapo se tratase. Mis ojos siguen su caída y me doy cuenta de que los azulejos, antaño blancos, ahora se tiñen de rojo. Una navaja nace de la mano del hombre, la única mano que no pude retenerle.

 

Empieza a caer frente a mí, golpeando su cabeza contra el suelo en un golpe seco. No sé si está vivo o muerto, pero siento mis fuerzas desvanecerse. El hombre me empuja al ver mi aturdimiento. Al notar ese líquido resbalando por mis manos siento pánico y sé… que voy a morir allí. Me gustaría haber podido hacer tantas cosas en la vida, pero ahora… sólo me fijo en la pequeña nariz de ese rubio tirado frente a mí. Su cabeza reposa sobre su propia sangre pero me centro en su respiración. Sus fosas nasales se abren ligeramente tomando aire y entiendo que sigue vivo. Al verle abrir los ojos, un aliento de esperanza me inunda y en parte… me alivia.

 

Mis manos están llenas de sangre, de su sangre, he caído sobre un pequeño charco que salió de su cuerpo. Me asusta mucho pero lo hace mucho más la pistola que me apunta ahora por la espalda. Oigo los insultos, esas maldiciones que profana en mi dirección. ¡Está enfadado conmigo! Yo he iniciado la revuelta, yo me he enfrentado a él y me cree una amenaza. ¡No tengo escapatoria!

 

Apoyo mi peso sobre las manos y trato de elevar un poco mi pecho para poder mirar a ese chico frente a mí. Sonrío pese al pánico y por un momento pienso... que lo volvería a hacer, porque he elegido siempre un camino erróneo, porque me he distanciado de todo lo que parece estar bien pero… ahora siento que hice lo correcto aunque sólo fuera una vez. La dulzura en sus ojos me muestra un camino mejor, me muestra paz. ¡Qué raro sentirme así con un desconocido! Ni sé su nombre, tampoco me importa ahora, ya es tarde para mí. Sólo lamento haberle metido en esto, sólo espero que se mantenga con vida cuando la rabia del agresor se descargue en mi cuerpo.

 

Cierro los ojos y escuchó el disparo segundos antes del grito de ese chico al ver cómo me desplomo frente a él. ¡Aún estoy consciente! Mis ojos empiezan a cerrarse pero lucho contra esa terrible sensación. Me centro en los ojos asustados del muchacho a mi lado, en lo cristalinos que ahora están. ¡Va a llorar! Noto humedad en mis mejillas. ¡Creo que estoy llorando por el dolor! Quiero impedirlo, quiero aparentar fortaleza pero no puedo, mi cerebro sigue emitiendo la señal a mis ojos. Duele como mil diablos y noto un sabor óxido subiendo por mi garganta hasta mi boca. Me ha dado en el abdomen pero no puedo identificar el lugar porque me duele todo el cuerpo y entonces… escucho las pisadas de alguien que viene corriendo. Seguramente algún dependiente o el cajero que trata de ayudarnos, pero suena lejano… ¡no llegará a tiempo!

 

Escupo sangre y lucho una vez más para que mis ojos permanezcan abiertos. Llevo mi mano derecha hacia mi abdomen y siento la sangre recorrerla, pero ni siquiera sé dónde está la herida. Mi respiración empieza a entrecortarse, ¡me cuesta respirar! Cada bocanada de aire es un suplicio pero también un hilo que se agarra a la vida.

 

Sólo pienso en una cosa… en que jamás escucharé decir a mi padre lo orgulloso que está de mí, que no veré la sonrisa de mi madre nuevamente, ni saldré a correr una vez más junto a mi hermano. No volveré al instituto y seguramente… nadie me recordará en unas semanas. ¡Moriré solo! Al fin y al cabo, la soledad era algo que me acompañaba. ¡Pero yo no necesito afecto! Eso es de lo que me convencí, ¡no lo necesitaba ni lo necesito ahora!

 

¡Cosquillas! Unas ligeras cosquillas intentan apartar el dolor que siento pese a ser imposible, pero sólo consigue que abra los ojos y me fije en esa mano que se arrastra por el suelo, acariciando mis dedos, intentando llegar al dorso de mi mano. Miro sus ojos y no lo entiendo… ¿Por qué intenta cogerme la mano? Yo no le conozco, él no me conoce, pero ahí está, intentando llegar hasta mí. ¡Ni hemos cruzado una sola palabra! ¿Por qué le importo? ¿Por qué me da un afecto que no necesito? Lágrimas caen de mis ojos, lágrimas mezcla de dolor y de cierta alegría. No puedo evitar mover mis dedos hacia los de ese chico, buscando ese afecto final antes de que mi vida se escape entre suspiros. ¡Qué raro es todo! Pero al fin… en un desconocido… he encontrado una pizca del afecto que tanto he anhelado.

 

No me quedan fuerzas y, aun así, consigo sacar las mínimas posibles para apretar ligeramente su mano como si eso fuera a remitir mi dolor. No lo hace, pero por alguna extraña razón, se siente demasiado bien. Sus ojos me proporcionan calma y su mano apretando la mía hace que no me sienta solo, quizá… me hace sentir importante para alguien. ¡Ese chico es extraño! Pero por motivos que desconozco, no puedo dejar de mirarle, no puedo apartar mi mano de la suya y no puedo evitar sentir este sentimiento extraño que ni siquiera soy capaz de descubrir. ¿Qué tiene ese chico? ¿Por qué se preocupa por mí en esta situación cuando él se desangra en el suelo igual que yo? ¿Por qué no se preocupa más por él?

 

Escucho el segundo disparo y veo cómo sus ojos vidriosos que me tienen cautivado empiezan a desaparecer. La oscuridad les consume, mis fuerzas me abandonan pero él se niega a soltar mi mano pese a que yo… ya no puedo hacer fuerza. En ese momento sé… que será la primera y última vez que veré unos ojos como aquellos.


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