Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Invisible Flowers× HunHan por luckyone120

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

El cielo se encontraba despejado, luciendo en todo su esplendor ese color azul claro del cielo. Estaban a mediados de Abril y el aroma de las flores fluía junto al suave viento, algo característico de la primavera. Su cabello azabache era despeinado por la brisa, pero eso le traía sin cuidado. En cambio, se aferró con firmeza a los tirantes de su mochila del hombre araña algo gastada, esperando a que la luz del semáforo cambiara. Sólo tres cuadras más y por fin llegó a la conocida edificación a la que iba todas las mañanas.



 



Sin prisa alguna atravesó la reja color burdeo que cercaba la escuela. Junto a el iban entrando niños como él con sus padres, otros más grandes y otros más pequeños. Se dirigió a su salón correspondiente donde ya se encontraban algunos de sus compañeros armando un bullicio.



 



Su pupitre estaba al frente, justo al lado de la ventana que dejaba entrar la brisa primaveral. Se dirigió hacia el, dándole un vistazo al pupitre continuo. Como de costumbre sacó sus cuadernos y estuche y los acomodó bajo la rejilla. Al acabar colgó su mochila en el respaldo de su silla y se quedó esperando a que tocaran la campana que daba inicio a las clases en silencio.



 



A las ocho menos cinco, como era normal, un niño con cabello castaño claro y sonrisa brillante cruzaba el umbral de la puerta. Al encontrarse sus ojos, el recién llegado ensancho su sonrisa y dando saltos se acercó a su pupitre junto al más alto.



 



-Buenos días, Hunnie.- Dejando su mochila sobre su pupitre, se acercó al menor para dejar un beso en su mejilla. El tacto de los esponjosos labios del más bajo contra su mejilla lo hizo relajar su semblante.



 



-Buenos días, Hannie.- Murmuró quedamente con sus mejillas teñidas de un suave color rosa que se notaba demasiado debido a su piel clara cual papel.



 



La campana sonó justo a las ocho de la mañana y un bullicio general se apoderó de toda la institución. La maestra de su clase, la señorita Im, entró con su característico bolso café con flores de colores y llevando entre sus manos unas carpetas.



 



Con tan sólo su presencia detuvo el incesante murmullo del salón, un saludo colectivo adornado por vocecitas cantarinas se escuchó, sobretodo del niño junto a él.



 



-Buenos días niños y niñas.- La melodiosa voz de la profesora mantuvo atentos a los niños.- Voy a pasar la asistencia.- La esbelta mujer con cálida sonrisa se dirigió a su escritorio para comenzar a nombrar a cada infante.



 



El salón, empapelado con dibujos que ellos mismos hacían y adornos coloridos, se quedó sumido en débiles murmullos mientras la voz de la profesora los nombraba. La primera, una niña que siempre iba con dos trenzas, no le agradaba, demasiado bulliciosa. Levantó su pequeña mano, provista de una repentina emoción, como si el solo ser nombrada le alegraba. Podría describir a cada uno de sus compañeros, decir sus defectos y cualidades, porque, a pesar de sólo haber intercambiado algunas palabras con ellos en contadas veces, los había observado. Pero no desperdiciaría su tiempo en ellos,  no cuando LuHan le hablaba de la flor que había visto el día anterior.



 



Debía admitir que le gustaba mucho cuando su amigo sonreía. Pero no esa sonrisa que se formaba en sus labios al alzar sus comisuras. No, a él le gustaba la sonrisa de sus ojos. Esos ojos almendrados deslumbraban con brillo propio, parecían hablarle y transmitirle emociones diversas, pero sobretodo, honestas. Para SeHun, esa era la sonrisa más bella que había visto en su corta vida. No le importaría pasar tardes completas tratando de descifrar lo que esos orbes le decían. Sin embargo, la voz de la profesora lo interrumpió.



 



-Oh SeHun.-Su voz sonaba mucho más comprensiva de lo normal, incluso su mirada transmitía una desconcertante melancolía.



 



-Presente, profesora.



 



Tuvo que apartar la mirada, le mareaba. En cambio, volvió a posar su atención en LuHan, quien emocionado le mostraba las galletas que había traído para el receso. Normalmente, su mirada causaba miedo en los demás niños, y es que su semblante se había acostumbrado a estar neutro. Su amigo era el único que conocía su sonrisa, una real. Sin embargo, LuHan no evitaba sus miradas serias. ¿Por qué? Se cuestionó mientras escuchaba el entusiasta presente que salía de los labios pequeños del más bajo.



 



La maestra se levantó y dio inició a las clases de matemática. No se le dificultaban los números, pero el cielo a través de la ventana parecía mucho más envolvente.



 



Cuando tocaron para el primer receso, todos salieron corriendo hacia el patio con sus colaciones. Una de sus manos fue atrapada por una cálida que lo arrastró hacia el patio de juegos.



 



Se fueron a sentar, como siempre, sobre una de las bancas que les dejaba apreciar el resto del patio. Las manos de LuHan siempre estaban tibias, cálidas. Las suyas estaban frías a pesar del agradable clima. No quería soltarlo.



 



Cuando la última campana del día se escuchó en todo el colegio, la apenas perceptible sonrisa de los labios del más alto desapareció, siendo reemplazada por una mueca de disgusto, mueca que el pequeño junto a el percibió. Entrelazó sus manos con naturalidad y juntos, con sus mochilas en sus espaldas, se dirigieron hacia la salida.



 



-¿Nos vemos mañana, Hunnie?- Apretando sus manos unidas, buscó con sus ojos los del contrario hasta encontrarlos. Un puchero adornó los labios del azabache cuando por fin cedió y asintió.- Adiós.-Nuevamente dejó un besito en la mejilla abultada del infante y se fue corriendo, perdiéndose luego de cruzar la reja.



 



Se suponía que su madre tendría que estar esperándolo en el patio para regresar a casa juntos. Sin embargo, luego de estar casi media hora sentado en una de las bancas, concluyó que ella no vendría por el. Ya familiarizado con la situación, ajustó los tirantes de su mochila y salió de entre los límites del colegio rumbo a su hogar.



 



No era primera vez que su mamá se olvidaba de ir por él al término del horario escolar. Sin embargo la sensación extraña y asfixiante en su pecho seguía allí siempre que ocurría.



 



Sus pasos eran ligeros y pequeños de acuerdo a su edad, a nadie le parecía extraño que un niño tan pequeño anduviera sólo por las calles. No, la realidad es que las personas estaban demasiado ensimismadas en sus propias vidas que no se percataban de aquel pequeño de cabellos azabaches y mochila roja.



 



El mismo cruce de esa mañana y solo le quedaría caminar dos cuadras para llegar a su hogar y podría llenar su estómago con algo que encontrara en la alacena. Luz verde y cruzó con pasos cortos, cabizbajo. Tras de si se generó un murmullo que sus oídos no le prestaron mayor atención. La ciudad siempre era así de bulliciosa y molesta. Lo único que le gustaba de ese cruce eran las flores que habían en la tienda de la esquina. Era una florería y tenía una variedad de flores. Sin embargo, había una que abarcaba su atención. Esas flores de aroma intenso y de un color morado taciturno. Lavanda. Le gustaba mucho esa flor, quizás porque se parecía a ella.



 



Su casa desde afuera se veía anticuada y algo abandonada, pero todos en el vecindario sabían que su mamá y él vivían allí, su padre también, pero hace un largo tiempo que no lo veía volver. Soltando un suspiro, rodeó la pequeña casa hacia la parte de atrás. Sabía que siempre la puerta de la cocina estaba abierta, y esta vez no era diferente.



 



Todo estaba silencioso, excepto el suave murmurar en el segundo piso. Con cautela caminó hacia la sala de estar y dejó su mochila sobre el sofá de cuero gastado que su padre había comprado cuando apenas era un bebé.



 



-Ya estoy en casa...- Su voz era suave pero entre la calma se escucho casi como si lo hubiera gritado.



 



El sonido de pasos bajando las escaleras lo hizo voltearse. Su madre, una mujer de veintiocho años, estando aún en sus años joviales, se veía demacrada y cansada. Su piel que alguna vez fue brillante y rosácea, estaba pálida y tosca. Su cabello corto y azabache ni si quiera estaba peinado como años antes lo había visto, siempre ordenado tras su oreja. Sus ojos ahora miraban perdidos, opacos y se encontraba notablemente más delgada. Aquella mujer que le había dado a luz lucía desesperada y con atisbo de lágrimas.



 



Ni siquiera lo miró cuando sus pies tocaron la primera planta, ni siquiera se detuvo cuando paso junto a el hacia la puerta principal.



 



La puerta se cerró en un fuerte portazo que dejó la casa en silencio nuevamente y erizo su piel, más de ello, SeHun no se inmutó. En cambio, fue hacia la cocina para buscar algo que comer.



 



Su madre volvió cerca de las diez de la noche.



 



El niño ya se había dado una ducha y colocado su pijama que tanto adoraba. Su habitación estaba a oscuras y su tibia cama lo invitaba a sumirse en un profundo sueño. Pero el ruido de la puerta de entrada y la luz que provenía de la primera planta se lo impidió. Descalzo, se levanto a hurtadillas hacia la escaleras, evitando hacer cualquier tipo de ruido. Bajó hasta la mitad de la escalera donde tenía una vista completa de la sala.



 



Sus manitos se apretaron contra la tela de su pijama al ver a su madre sentada sobre el sofá. Sus manos cubrían su rostro, estaba llorando a viva voz. Desde su lugar podía ver como su cuerpo temblaba producto del incesante llanto. Solía verla llorar a menudo, cada lágrima caída tenía culpable: su padre. Ese ser del que apenas y se acordaba. Los dejó cuando tenía apenas cuatro años. No podría precisar muy bien si lo quería o no, más bien le era indiferente, un completo desconocido. Recordaba si, cuando le compró un pequeño perro de peluche, uno que su madre destrozó por la mera razón de venir de el. ¿Cómo era? Sus rasgos se habían esfumado de su memoria. Ojos claros u ojos oscuros. Cabello castaño o azabache. Alto, quizás bajo. Lo único que aún vivía en su subconsciente era su sonrisa, esa sonrisa que alguna vez le dedico. Pero ese recuerdo se esfumaba con el paso del tiempo. ¿El tendrá algún rasgo de ese extraño? Habían veces, muchas, en que su madre no le miraba a la cara. Momentos donde su sola presencia producía disgusto, tristeza y rabia en su progenitora. Posiblemente llevaba algunos rasgos consigo, marginando su existencia, alejándolo del amor de su madre.



 



Conteniendo las ganas de desmoronarse,  volvió a su habitación. Se sumió entre la penumbra, cerrando los ojos, esperando despertar, quizás, sin algún rastro de su padre en su rostro.



 


 

 



💦🌻😶



 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).