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Hímero por Mascayeta

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Observó desde lejos como los asistentes a la reunión se fueron dispersando. El castillo de naipes se iba desbaratando de manera lenta pero irremediablemente.


Asahina, Takahiro y Hatori habían sido compañeros de universidad, aunque se mantenían en contacto, pocas veces podían reunirse a conversar sobre su vida. En ese momento las risas iban dirigidas a las bromas propias de la alegría del niño que estaba por venir. Ese había sido el regalo que Manami le dio el 24 de diciembre a su esposo.


Para los invitados de la cena de nochebuena en la casa Takahashi la sorpresa principal fue ver la ecografía 3D de los cuatro meses de embarazo de la castaña.


Fue el final de su relación como amantes. Una que no debió ni siquiera empezar.


Cuando se conocieron lo rotuló como un insignificante nerd que acompañaba a su hermano como un perrito faldero. No le gustaba ver a Akihiko enamorado de un imposible, además que le resultaba increíble encontrarle algo interesante a semejante criatura.


El tiempo los fue acercando. Sus visitas se hicieron más frecuentes en la mansión Usami y traía consigo a un ojiverde que parecía una lechuza mirando y analizando todo. Tal vez Misaki tuvo la culpa, o que Usagi se alejara de él por el tipo de especialización que eligieron.


Un día el peliplata simplemente arribó a la empresa con su amigo y le dijo que era quien necesitaba para el trabajo de asistente, que era el lugar seleccionado para las practicas del semestre, y ya que sabía de Derecho de Empresas, sería de utilidad. 


No fue mentira, con el paso del tiempo comenzó a asumir y resolver problemas siendo un filtro bastante efectivo entre sus empelados y socios. Al poco tiempo el de lentes entendió cuál era su amancebamiento con Sakura, y comenzó a ayudarlo a cubrir de forma efectiva pero discreta, sus salidas y viajes.


Pasaron varios años, y una noche, posterior a enterarse de la pérdida de su hijo, el abogado lo encontró bebiendo en su despacho. Para ese momento, Haruhiko confiaba ciegamente en él, le había contado la situación con el ojilila y procuró colocarse en el papel de víctima, uno que convenció al ingenuo joven, que le brindó su apoyo en lo que necesitara.


En la medida que se lamentaba por el hijo no nacido, se enteró que el matrimonio de Takahiro y Manami no marchaba del todo bien. Sus suegros presionaban por un heredero, y eso causaba constantes discusiones en la pareja, así como la necesidad del pelinegro de salir de su casa para recluirse el mayor tiempo posible en la oficina. Él no se negaba a tener un hijo, solo que creía que todavía no era el tiempo.


Una cosa llevó a otra y entre trago y trago Haruhiko entendió que era lo que le atraía a Akihiko de su compañero. Sin meditarlo lo beso. El rechazo fue la primera reacción de Takahashi, pero no le permitió que se retirara, y poco a poco se entregaron a lo inevitable.


No se arrepentía de los instantes que compartieron. Sin compromisos, ni quejas, ni reclamos...


Se lo debía, por eso no podía ir en contra de Misaki. No quería herir a Takahiro, eso significaba perderlo definitivamente, que se apartara de su lado.


Todo sonaba ahora tan ridículo.


Si pudiera cambiar el pasado, la única cosa que no modificaría era el conocerlo. Tal vez el día que aviso que se casaba, si hubiese comprendido lo importante que era en su vida, lo hubiese detenido.


Meditó su situación. Se encontraba ajeno a la conversación de Isaka y Sakura, pero no se debía ser un genio para saber que hablaban de los diseños de la colección. La compañía no podía detenerse, a menos que se quisiera un problema mayor.


La charla de Kirishima y Yokozawa podía asegurar que era un regaño al pelinegro por el semblante que tenía. Sin embargo, su lenguaje corporal mostraba la confianza que entre ellos existía. Parecía que ya habían superado su relación de años atrás para dar paso a otra mucho más sólida.


Rememoró el día que su madre lo entregó a Fuyuhiko tal cual como un paquete que ha sido dejado por error en otra dirección. La única frase de cariño que le dejo fue «el amor hace débil al hombre», y con eso se marchó para meses después invitarlo como un familiar lejano, a su boda. No se tomó el trabajo de contestarle, para él hace mucho estaba muerta.


No obstante, daría toda su fortuna por poderse mostrar débil frente a la única persona que le importaba en esa sala de juntas.


—Haruhiko —vio a la diseñadora que acariciaba disimuladamente su brazo. Sonrió con lastima, cuando comenzaron su relación hubiese dado todo por ese instante, pero ya no — ¿nos vamos?


Se retiró con un poco de brusquedad, pidiéndole que lo dejara solo. Necesitaba tiempo para pensar y ella no le favorecía en nada. Sakura le dio la razón, se despidió para acercarse a Kirishima y solicitar frente a todos unos minutos para conversar. Definitivamente era una estratega, su jefe de Recursos Humanos tuvo que aceptar.


Cuando al fin quedaron solos, pensó que si las decisiones que destruyen tu vida o la llenan de gloria son tomadas en cuestión de segundos, él acababa de hacerlo.


—Por favor ven conmigo a casa esta noche —Takahiro se estremeció por la petición y el contacto.


—Manami...


—Necesito un amigo, solo eso.


El abogado se separó tanto como el espacio entre la mesa y Haruhiko se lo permitieron. Marcó a su mujer y le dijo que debía quedarse a trabajar por los problemas de la empresa. El mayor de los Usami estaba tan cerca que pudo escuchar el reclamo. Siempre le pareció muy dulce, pero por lo visto tenía su carácter. Una tercera voz se escuchó por el auricular y Takahiro requirió más espacio.


Por su cara supo que iba a retractarse, así que utilizó su última carta. Arrebatándole el celular fue concreto con quien se hallaba al otro lado del auricular, alguien que pudo darse cuenta no era Manami.


Colgó, para indicarle que podían marcharse. Por lo menos por esa noche Takahashi le pertenecía.


 


     


El mensaje fue claro, debía regresar inmediatamente.


Le causó gracias ver la desesperación en un hombre que jamás mostraba sus emociones, pero por lo visto había algo más que el desfalco de la empresa.


Subió al taxi y se dirigió a su apartamento, llevaba tanto sin ir ahí que al verlo sintió que era más pequeño de lo que recordaba.


Por lo menos había tenido la precaución de prepararlo para su llegada. La pulcritud y elegancia realzaban el pequeño espacio decorado con colores crema y blancos. Un poco femenino para su gusto, pero la combinación de los pasteles era una obsesión para él.


Por lo tarde que era, prefirió no llamar a anunciar que ya se encontraba en Tokio. No pudo menos que sonreír al ver los documentos sobre la mesa del comedor con una nota que le explicaba lo que iba a encontrar en las carpetas y los sobres.


Cerca de las tres de la mañana había terminado de revisarlos, tomó el teléfono y marcó al hombre que lo había hecho volver. El timbre se repetía mandándolo por tercera vez al buzón de voz. Tanto afán y ahora no le respondía.


En vista de las circunstancias optó por enviar una imagen acompañada de un impactante mensaje, sabía que en la mañana lo tendría frente a su puerta a primera hora.


Extrajo una de las fotografías del sobre, tendría que poner orden ya que nadie se metía con él y salía ileso.


—De eso puedes dar constancia Shiiba Mizuki —prendiéndole fuego al retrato, cambio su tono por uno de burla—, lástima que estás muerto.


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