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Hímero por Mascayeta

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—¿Estás seguro?... —el cálido aliento en su oído lo único que logró fue convencerlo de que eso era lo que quería. Luego pensaría en el mañana, en si lo que hizo fue correcto o no. Solo necesitaba sentir que era suficiente para alguien.


El otro tomó su rostro con las manos y miró los brillosos ojos que variaban entre el gris y el azul, definitivamente no estaba bien. Esto no lo hacía porque lo amara, era porque necesitaba compañía. Su sonrisa reflejo el dolor de comprender lo que pasaba. Si le permitiera poner el mundo a sus pies, lo haría sin dudarlo. Si le dejara convencerlo de que sabía que se había equivocado al mentirle, pero que si le daba una oportunidad le demostraría que incluso antes de esa tarde, su vida giraba en torno a él a su hija.


Depositó un dulce besos sobre sus labios, sabía que algo lo tenía confundido. Lo envolvió en sus brazos y le pidió al cielo que le permitiera hablar de manera apropiada. Lastimaba tanto y, sin embargo, se lo prometió e iba a cumplirlo, incluso por encima de sus sentimientos.


Yokozawa percibió el miedo de Zen. No lo rechazaba, pero tampoco se arriesgaba a dar el siguiente paso. Era cierto, llegaron a un acuerdo, pero en ese instante necesitaba un poco más. Eran amigos ¿por qué no podía dárselo?


Lo conocía, por eso no pensó demasiado para subir el nivel de ese tierno abrazo. Sabía cómo llevarlo al límite, Kirishima se lo había enseñado, le había mostrado como enloquecerlo con una mirada, con un gesto, con una palabra...


Se alejó simulando estar ofendido, bajó la cabeza y mordió su labio.


—Tienes razón, es demasiado pedir... creí... —su mirada lo buscó y supo que había ganado — es mejor que me vaya.


El castaño lo atrajo hacia él, pasó sus dedos por el negro cabello, suplicando que no se arrepintiera, y lo apartara para siempre de su lado. Buscó la boca que se abrió permitiendo que su lengua iniciara una lucha con la ajena, un sabor de nostalgia lo inundó, provocando nuevas y vibrantes emociones.


Podría besarlo una y otra vez y no se cansaría, la primera vez que lo tomó fue contra una pared, y si no se movían iba a terminar haciéndolo de nuevo. La ropa fue sobrando, sus manos se deslizaron quitando el estorboso saco y la incómoda corbata, al diablo la camisa, los botones demoraban demasiado.


Takafumi ahogó un grito cuando la calidez de los dedos de Zen se movió sobre su pecho pellizcando sus pezones. Escudriñó sus ojos, y escuchó una frase que de inmediatamente le sacó una sonrisa.


—Dime que me detenga y lo hare —hubiese dado la vida porque Usami le regalara una mirada igual a la que Zen le daba en esos momentos. Aquella que le vio en dos oportunidades para Misaki, una tan distinta a la de lujuria y rabia que perpetuaba sus encuentros.


Por eso podía dejarse llevar por un instante que le borrara cada mal recuerdo, porque a pesar de todo, entre ellos no había secretos.


Kirishima lo recostó en la cama, se acomodó sobre su cadera para despojarse de la camisa ¿en qué momento se quitó el pantalón? No le importo, ya que su mirada recayó en la erección del castaño que era muy notoria por encima del bóxer negro, con picardía pasó su mano sobre ella.


—Demasiado travieso.


—¿Molesto? —la sonrisa en su cara le indicó que podía continuar. Lo giró para ir bajando por su abdomen y morder por encima de la tela el goteante pene. Quitó el interior y comenzó a lamer lentamente, desde su glande hasta sus testículos. El suspiro del ojialmendrado le satisfizo.


Abrió la boca para introducir el erecto miembro, poco a poco, intentando olvidar su última experiencia en esa actividad, empero las arcadas por lo vivido le hicieron retirarse de manera brusca.


—No es necesario —dijo el mayor para levantarse y besarlo suavemente.


Se dejó caer con lentitud sobre el colchón que los recibió entre caricias y jadeos. Kirishima llenó de besos el torso y el vientre de Yokozawa, el aroma de ambos se mezclaba tan bien. Se incorporó para buscar el lubricante y prepararlo. El frío líquido lo hizo apretar su dedo atrapándolo ante la incomodidad.


Era como si el tiempo no hubiese pasado. Ver a Takafumi estrujando la sabana, disfrutaba de sus expresiones robándole de vez en cuando un beso.


—No...más...entra...—no pudo resistir molestarlo un poco.


—Convénceme — la mirada de odio que le lanzó no duro mucho había logrado alcanzar ese punto de máximo placer, oprimió tan duro sus dedos que supo que era suficiente de juegos también para él.


Abrió las piernas del hombre que lo enloquecía, siempre había sido poco flexible y rio ante eso, por la molestia que el menor demostró.


—Me dirás si te duele —no espero la respuesta. El gemido fue delicioso. Llevaba tanto deseando tenerlo.


Se hundió lentamente, quería guardar cada una de las sensaciones que el cuerpo de su amante le transmitía. Un día, una hora, solo esa oportunidad era un preciado regalo.


Lo supo hace seis años y lo confirmaba ahora, le pertenecía así él no fuera suyo. No importaba, la intensidad de los latidos de su corazón, como se fue relajando dejándose llevar por la tibieza que le brindaba, le dio el permiso para acelerar las embestidas.


Yokozawa sintió la ardiente piel de Zen hundirse una y otra vez en su ano.


—¿No te pusiste condón? —arremetió con fuerza mientras le sonreía.


—No tenía —fue la simple respuesta, manteniendo el ritmo. Cerró los ojos y arqueo su espalda dejando caer su cabeza por el borde de la cama. Si seguían de esa manera terminaría irremediablemente cayendo.


Los fuertes brazos de Kirishima lo acomodaron sentándolo sobre él, recorrió su cuerpo con caricias y besos, lo dejó marcar su piel.


Extrañaba esa sensación de hormigueo, mientras se autopenetraba, el movimiento cadencioso, aunque produjo un instante especial, ambos pronto dejaron fluir su ansiedad. Kirishima lo atrapó de la cintura para aumentar la velocidad, cuando estaba por llegar le dio vuelta para acariciar su espalda y volver a clavarse con rudeza.


Los jadeos ya no podían identificar a quien pertenecían, estaban al límite, el azabache prensó el pene del mayor logrando que ambos se corrieran al mismo tiempo.


El cuerpo del castaño se desplomó junto al de Yokozawa rendido por la actividad. Cuando el ojiazul le dio la cara, acaricio su mejilla, su respuesta fue buscar estar más cerca. Dándole un pequeño beso en los labios se dejó abrazar, para caer dormido.


Siguió mimándolo por un rato más. El sonido del celular del de ventas lo hizo levantarse para buscar el aparato que aparentemente no tenía intención de dejar de vibrar. Fue fácil saber de quién eran los mensajes, no entendía porque nunca le ponía clave al bendito aparato.


Leyó lo escrito por Akihiko para comenzar a contestar con toda la intención de demostrarle que estaba con él. Antes de enviarlo simplemente lo borró.


Apagó el teléfono, recogió un poco el desorden que dejaron en la sala y el de la habitación. Arropó al hermoso hombre que tenía sobre su cama y salió al balcón a fumar. Prácticamente había dejado de hacerlo desde que Hiyo nació, pero en ocasiones como esa era un escape para sus dudas.


Aprovechó a llamar a sus padres para saber cómo estaban. Ese día Sakura había ido a visitar a su princesa y debido al intento de secuestro de su visita anterior, tuvo que pedir una restricción en la cual, por común acuerdo, la persona que la vigilaría sería su suegra y el designado por la Comisaria de infancia y adolescencia.


—Zen... —lo vio levantarse sobando sus ojos, envolviéndose en la sabana se dirigió a él, no pudo menos que recibirlo en un abrazo —pensé que me habías dejado solo.


Lo besó en la frente, y simplemente contestó lo que sin darse cuenta había decido.


—Jamás, prefiero compartirte antes de dejarte ir.


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