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Hímero por Mascayeta

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Akihiko lo dejó recorrer la casa como si fuera parte de ella. Durante seis años había estado desocupada, un regalo de cumpleaños y de la promesa de una vida en familia que nunca llegó a ser conocida por el responsable de que surgiera la idea de su construcción.

Cada detalle era propio de las viviendas antiguas japonesas, cada ventanal daba a un jardín, se reflejaba delicadeza en los acabados y la tranquilidad que transmitía el espacio en colores blancos, cafés y negros. Equilibrio perfecto para el que conoce su significado.

Abrió las puertas revisando las habitaciones, en realidad no comprendía la razón de estar ahí, pero disfrutaba recordar la residencia de sus abuelos y los momentos que vivió en ella, con lo que tenía a su alrededor.

Ingresó al cuarto final, uno que por su estructura rompía con el esquema oriental. El armario en el fondo de este le llamó la atención, al acercarse pudo vislumbrar el tallado de los amantes y las iniciales que sostenían «UA», un poco soberbio pensó reflejándolo en su gesto.

Los pasos de su anfitrión dirigiéndose al lado opuesto del lugar, le hicieron enfrentarlo con la falsa gentileza con que normalmente trataba a las personas que le disgustaban.

—¿Qué hacemos aquí?

Usami sirvió un trago hablando lo suficientemente fuerte para que le escuchara, pero buscando que por voluntad propia Yokozawa se aproximara.

—Esta casa era uno de los regalos que tenía para Misaki, uno que al igual que su collar nunca llegó a usar.

El azabache se sentó en el alfeizar de la ventana que daba hacia el jardín iluminado por las antorchas artificiales y los spots de estacas.

—Después de que me abandonó conduje hacia aquí. Tuve un accidente en el cual perdí prácticamente mis dos piernas de las rodillas hacia abajo —como era de esperar el cuerpo de Takafumi se tensó, ya conocía el final de la historia— tú fuiste el que me saco del automóvil y desde entonces no he dejado de pensarte.

—Pero volviste con Misaki —el peliplata sonrío por el reclamo, el cual era totalmente valido conociendo las circunstancias de su relación. Se acercó sin dejar de ser observado directamente a los ojos por el hombre que quería como suyo.  

—Una mentira que confundimos ambos —explicó extendiéndole su mano para llevarlo de nuevo frente al closet. Una vez allí susurró a su oído— mejor que nadie puedes entender que hay sentimientos que siempre permanecen, pero que pueden variar con el tiempo.

Takafumi comprendió el porqué de la indirecta, su relación con Kirishima podía entrar en esta definición.

—Te pido que vuelvas conmigo —el hombre era de su estatura y fácilmente podía ver sus ojos, el gris de estos era un pozo de tranquilidad, uno tan frío como los diamantes que llevaba el día que lo encontró. 

Yokozawa procuró no perder su compostura como había ocurrido en el ascensor, el baño que tomó antes de salir de su apartamento y el aire de la carretera le habían quitado por completo el efecto del licor que ingirió esa noche, ahora ante Usagi-san no planeaba ceder. Le escuchó claramente detallar lo que quería de él. 

—Así que por ser un ¿Dom? —preguntó con tono de burla— asumes que voy a inclinarme ante ti, dejar que tomes mis decisiones y cumplir tus caprichos. 

Dicho de esa forma se oía bastante tonto, razonó Akihiko, pero entendió rápidamente la intención del menor. Sonrió por el reto. Colocó una de sus manos en la cintura del otrora modelo y lo viró para pedirle que abriera el gabinete, el rostro de su futuro amante le demostró que estaba entendiendo la propuesta. 

—Elige el que desees que pruebe contigo —susurro a su oído para continuar depositando pequeños besos por su cuello hasta llegar a la base de este y morderlo ligeramente—. Lo que quieras ten por seguro que será perfecto, Hímero. 

Takafumi recorrió los diferentes objetos de cuero sintiendo la respiración del ojimatista cada vez que rozaba alguno de los látigos. Por Kaoruko sabía que el hombre a su lado los prefería, y amaba las marcas que dejaban sobre la piel de sus sumisos. Cogió el flogger con el mango de cuero. Por lo visto el dolor era el objetivo de ese juguete, pero como su idea era no ponérsela tan fácil a quien vio de reojo morder su labio inferior, optó por arrojarlo con desenfado en el sitio donde lo encontró. Finalmente se decidió por una fusta negra, la vara terminaba en un rectángulo de cuero doblado por la mitad, se veía elegante y el mango del mismo material desprendía un olor agradable. 

Girándose se la entregó sin bajar la mirada, Yuu le había advertido en más de una ocasión que ese ademan era una ofensa para más de un Dom y según entendía, Akihiko no permitía en sus "juguetes" la insubordinación. El abogado observó el objeto, aceptándolo lo blandió provocando un zumbido. 

—Me satisface que entiendas mis deseos, ahora desnúdate. 

Se quitó con lentitud cada una de las prendas, se detuvo con especial interés en la camisa que llevaba, cuando quedo en ropa interior, dobló todo para llevarlo a una mesita que parecía dispuesta para eso. La mirada sobre su trasero le causo satisfacción, sabía que el Thong lo realzaba sin hacerlo ver vulgar. Se lo dejó esperando la orden de retirarselo, pero nunca llegó. Así que caminó hasta el centro de la habitación ubicándose delante de Usami quien ya estaba sin camisa y lucía un pantalón negro de cuero que se ajustaba excelentemente a sus piernas y ceñía su nada despreciable miembro.

—¿Te gusta lo que ves?

—He visto cosas mejores —el rostro de Takafumi fue sujetado con fuerza, había un límite para la desobediencia y lo estaba cruzando. 

¿Qué lo impulsaba a domar a ese hombre? Se cuestionó Usami procurando buscar la respuesta en los ojos contrarios. Era demasiado alto, demasiado masculino, demasiado altanero, demasiado... delicioso e irresistible. 

Apretó el agarre sobre su nuca evitando que se escapara, mordió el labio inferior del azabache para deleitarse con el sabor lejano a menta del enjuague bucal. El cuerpo de Yokozawa se pegó al suyo emitiendo un gemido de placer. 

—Demasiado erótico —concluyó para ver el sonrojo de quien quería poseer. Procurando no demostrarle su necesidad, le despojó de la ropa interior masajeando levemente su miembro—. Esto es una prueba de confianza Takafumi, no de sumisión. Permíteme demostrártelo. 

El menor bajo la cabeza para susurrar un «si señor», quería golpearse el mismo por ser traicionado por su cuerpo; sin embargo, deseaba a Akihiko tanto o más que de lo que él creía. 

—Abre las piernas y cruza tus brazos en la espalda. No voy a amarrarte, en el instante que desees parar debes decírmelo. Selecciona una palabra que sepas que entenderé de inmediato como nuestro seguro, ¿comprendes? 

Todo su cuerpo comenzó a vibrar y su pene dio muestras de aceptar sin problema, un simple beso y ya lo tenía a su merced. Usagi se sintió satisfecho por la respuesta, aunque le costaba aceptarlo, era la primera vez que obtenía una contestación tan sincera de un sumiso. No obstante, sabía que el "chico juguete" delante suyo no tenía sino un conocimiento leve de lo que era su mundo, uno que quería compartir con él. 

—El látigo es delicioso si se sabe manejar, pero la fusta que elegiste permite que los golpes sean más precisos y el dolor cuando se entiende, más placentero. El primer impacto llegó sin previo aviso, sus nalgas se apretaron. —¡Cuenta para tu amo! 

Cada nuevo fustazo fue enumerado haciéndolo consciente de la locura en que se metía. Sus glúteos ardían por la fuerza que era infringida en cada contacto. De repente los dedos fríos de Akihiko se deslizaron por su piel, se estremeció por el roce de estos con su pezón derecho. 

—Quiero perforarlos para que puedas percibir lo que es pertenecerme, cuando estes listo, ellos y él —la forma como apretó su eje le hizo brincar— tendrán un vinculo con el cual yo pueda jugar. 

El jadeo por parte del ojigris fue completamente expontaneo. 

—Sufre por mi Hímero —Yokozawa comprendió lo que el peliplata le pedía, era desdoblarse en la esencia del goce. 

El golpe fue dirigido a la parte externa de sus muslos, y de repente a su polla y testículos, el dolor era insoportable. Akihiko subió a su pecho y lo rodeo para aplicar con mayor fuerza los golpes en su espalda. Su mente trataba de disociarse, pero la rabia que comenzó a surgir por hacerle caso a Kaoruko en que su primo jamás utilizaría una fusta, le evitaba dejarse llevar. 

—¡Atento! 

—¡No más! ¡No quiero!

—Puedes soportarlo, concéntrate en mi... en nosotros. 

El mayor sabía cuándo un "no" era dicho con convicción. Algo le estaba distrayendo y eso interfería en su sesión; sin embargo, cabía la posibilidad de que todo fuera un error. Se había equivocado con Misaki ¿por qué no podía ocurrir lo mismo con Yokozawa?

—Puedes manejarlo, confío en ti.

Dijo aproximándose a acariciar desde atrás el pene del ojigris que se sacudió al apreciar los dedos que lo masajeaban. Por un instante imaginó la boca del sumiso sobre su glande, tomó los ajenos testículos y continúo acariciándolos, cuando percibió que el otro se hallaba más relajado continuo el castigo.

El grito emitido por Yokozawa para el Dom fue diferente, demasiado real y sentido. Lo vio caer de rodillas colocando sus manos en el suelo, la respiración entrecortada tentó a Akihiko a soltar la fusta y socorrerlo, pero al igual que la primera vez que estuvieron juntos, el azabache se estiró para con sensualidad inclinarse colocando su frente en el suelo, extendió sus brazos hacia adealnte y expuso su trasero en completa rendición.

Takafumi descubría como el dolor recorría su cuerpo llegando hasta su cerebro para darle una sensación disímil a la lectura de sus sensaciones, su polla se encontraba lujuriosamente erguida pidiendo ser atendida mientras goteaba el líquido transparente que presagiaba su liberación.

Cada golpe fue contado con voz profunda por parte del ojigris. De un momento a otro quien le castigaba lo escuchó.

—¡Akihiko!

El peliplata se detuvo. Esa era la palabra segura, su nombre.

Soltando la fusta se colocó a un lado para buscar su cara. Estaba mal visto, pero en ese momento eran ellos dos, y supo que muy a su pesar Deane no se había equivocado cuando le presagio a Yokozawa que pasaría si lo conociera.

Olvidando su papel, lo abrazó para suplicar a su oído algo inapropiado para un Dom, pero no para quien ama.

—Acéptame Takafumi, por favor deja que te pertenezca.

Las suaves palabras le hicieron sonreír. Valió la pena haberse escapado del apartamento de Hatori.


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