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Hímero por Mascayeta

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Te veo dormir, desearía tanto volver a amarte como hasta hace unas pocas horas lo hice, pero debo marcharme, volver a mi realidad. Una que no puedo compartir contigo, una que debo mantenerte en secreto, porque un hombre como yo no debe tener este tipo de aventuras.


Acaricio tu suave piel, es una delicia al tacto, una invitación a besarla y dejar más marcas de las que ya he hecho. Eres mío y al mismo tiempo sé que debo dejarte libre, porque no puedo privarte de conseguir a alguien que realmente te haga feliz.


Regreso mis ojos a tu cara, veo que estas despierto y sonríes. Amo cuando te muestra como lo que eres, un pequeño consentido. Paso mis dedos por tus labios, aún un poco hinchados por los besos que con ansias y pasión te di.


- ¿Podrías odiarme algún día? Si sabes algo mío que no te he contado ¿te alejarías?


Te sorprendes de mis preguntas, pero antes de que me respondas ya te he dado la vuelta y te beso para demostrarte que no quiero dejarte ir, que no lo permitiría. No me importa mi traje, y tampoco que el olor a sexo impregnado en las sabanas se adhiera al mismo, porque tengo miedo a escuchar tu respuesta, miedo a saber, que no me perdonarás el engaño en que te sumergí hace un año.


- ¡Ahhh! - mis manos ya recorren tu cuerpo… cuántas veces me has preguntado que veo en el..., si supiera te respondería, pero se me hace difícil no perderme una y otra vez entre la lujuria y el amor que me provoca.


Desearía jamás haber ido a esa conferencia, porque no te habría conocido, no te hubiese retado y tampoco engañado para poder ganarte. Sin embargo, no me arrepiento, cada gemido me dice que hice lo correcto… lo correcto para saciar mi egoísta deseo.


El celular suena rompiendo el momento, me separo para sacar el móvil de mi chaqueta, sé que mi expresión cambia porque entiendes que es algo que no esperaba y me dejas a solas dirigiéndote al baño.


¿Qué estoy haciendo? No solo le miento a él, sino que también a ella.


- ¿Puedes amar a dos personas al mismo tiempo? - te digo cuando te aproximas ya bañado y cambiado para comenzar tu día, uno lejos de mí, con tus amigos, con aquellos que pueden mostrarte y decir que eres suyo... nuevamente me miras extrañado por el cuestionamiento, pero esta vez evitas que te calle y me respondes.


- No, - dices con frialdad, sabes que algo sucede y el miedo es quien te hace hablar – porque la vida te obligará a elegir a una, y será la que realmente quieres.


Te abrazo metiendo mi cabeza en tu cuello, hueles a la loción de menta y chocolate que te regale en tu cumpleaños número veinte, eres un crío comparado con mis veintiocho. Me separas consciente que debo irme porque vuelve a sonar el teléfono. Te doy un beso en la mejilla y salgo.


Me voy y mi corazón duele, porque sé que nunca volveré a ese apartamento.


 


 


Seis años habían pasado desde ese día, ahora recostado en esa cama, acariciando el brazo de la bella rubia que era su clienta, recordaba cada instante de su último encuentro. Observó la hora en el celular, apartándola con delicadeza para no despertarla, fue al baño para cambiarse.


Odiaba tener sexo con sus clientas, pero indudablemente la propina adicional lo valía, más cuando estas mujeres, en su mayoría casadas y dejadas de lado por sus maridos, se encontraban tan necesitadas de halagos y cariño, que como una obra de caridad se obliga a decirles a sabiendas que nunca lo sentiría.


Reflejandose en el espejo de tres lunas del vestidor, miró los rasguños que su amante de turno le había dejado en la espalda; gracias a Dios, eran poco profundas; empero, estarían presentes por lo menos una semana. Era una de las tantas acciones que le fastidiaban, les sugestionaba marcarlo como si fuera una bestia, su “pequeña mascota”. El sello de pertenencia de una quimera, porque esas noches de fingida pasión eran eso para él, y lógicamente, uno de sus trabajos.


Nadie, aún, había logrado moverle el corazón lo suficiente para añorar estar con ella cada instante, recordar su aroma y desear fervientemente su cuerpo. En ocasiones así, extrañaba a Deane. Si las condiciones hubiesen sido distintas, su corazón habría caído irremediablemente ante la madura mujer.


Hizo una mueca mientras se terminaba de poner la camisa blanca y acomodar su rebelde cabello. Salió encontrando a la dama con la que había estado las últimas horas recostada en el sillón tomando una copa. Quiso pensar que la triste sonrisa era la confirmación de que la blonda era consciente que solo era un sofisma de distracción.


Se levantó ayudándolo a arreglar las solapas del saco, la corbata fue doblada con elegancia para ser metida en uno de los bolsillos.


- Gracias, espero que pronto podamos repetirlo – a pesar de estar llegando a los cincuenta, su cuerpo y su rostro eran bastante atractivos; sintió lastima por el imbécil que la cambiaba por las jóvenes secretarias de su empresa. – Toma, en efectivo para que no tengas problema.


Recibió el sobre y lo guardó sin siquiera revisarlo, no había necesidad, en ese negocio la palabra era importante, y más si se deseaba seguir siendo parte del selecto grupo. Antes de marcharse la besó, una vez más utilizó sus recuerdos para poder transmitirle aquello que a ambos les hacía falta: Alguien que los amara.


Desde el corredor llamó al castaño con quien compartía apartamento para que lo recogiera, llegó al lobby del hotel despidiéndose del recepcionista y el portero. Ellos sabían a que se dedicaba así que no hubo ninguna frase despectiva.


La moto de su compañero frenó justo cuando acaba de encender su cigarrillo. La carcajada provocada por la expresión que hizo y el tener que desechar lo único que tenía de "vicio", generó lo que más amaba Yukina de él, un ceño fruncido y la frase entre dientes de "muérete mil veces". Una vez con el casco puesto, se abrazó al conductor.


- Te extrañe todo el día amor.


- Vuelve a repetirlo y te aseguró que tu noviecito me matara.


- ¡Nah! Él ya sabe de lo nuestro y me ha pedido un trío – los ojos azules giraron por la broma de mal gusto, - ¿quieres comer algo antes de ir a casa?


- No, quiero llegar a bañarme y dormir – recostándose en la espalda del atractivo joven, sintió como el vehículo arrancaba. Deseaba pronto estar en su cama.


 


En la medida que esto ocurría, la mujer que hasta hace poco poseía, lo observó en silencio desde su automóvil. Detestaba su relación con cualquiera que le robara algo del cariño que consideraba debía ofrecerle el oriental únicamente a ella. Ordenando al chofer arrancar, revisó las fotografías que le habían pasado en la tarde.


En cada una de ellas el japonés realizaba varias actividades cotidianas de las cuales ella, por informes anteriores, tenía conocimiento. De todas una llamó su atención. Al lado del ojiazul estaba el chico con el que lo acaba de ver. Los dos eran un deleite para a la vista, y eso le hizo tener una idea. A pesar de la hora, sabía que Isaka no le reprocharía cuando oyera la propuesta, además él mismo le había preguntado donde encontrar lo que necesitaba. Después de esa oportunidad, su joven amante no podría volver a negarle la exclusividad.


 


Una vez en el apartamento, Yukina metió la comida en el microondas para servirle al peliazul. Era como su hermano, aunque su diferencia de edades era de meses, en ocasiones Yokozawa adoptaba más el papel de madre que de amigo, y él disfrutaba esa sensación. Su familia “totalmente” funcional para la época, le ayudaba con algo de dinero, pero solo el hombre a su lado había compartido su deseo de ser artista y lo apoyaba ciegamente en cada una de las ideas que le planteaba para el pequeño bar-restaurante que tenían.


Por eso, comprendía lo incomodo que era para él sentir el perfume de las mujeres con quienes ocasionalmente tenía sexo. No era la forma más digna de ganarse la vida, pero su trabajo como Host les daba el dinero que con la muerte de Deane había escaseado.


Lo vio salir secándose el cabello, vestido con una camiseta negra y un pantalón de sudadera gris. Ambas cosas eran suyas, ¿en qué momento comenzaron a compartir ropa? Agradeció de verdad, que Kisa no lo viera, ya que él había sido quien le regaló ambas prendas, y lo que menos quería era volver a explicarle el tipo de relación que tenían con el ojiazul.


Pasándole el plato a Takafumi, vio la expresión de regocijo que hizo cuando llevo la primera cucharada a su boca. El fuerte sabor renovó por completo su memoria gustativa, por eso siguió comiendo con total felicidad.


- De verdad te amo, fue la mejor idea que tuve: traerte conmigo a Londres – dijo limpiando su boca con la servilleta para alzar y botar el desechable vacío en el recipiente de residuos sólidos. – Con lo que hice hoy pienso que podremos hacer los últimos arreglos al local, en serio quiero que hagas la exposición lo antes posible, y no continuar con esto.


- ¿Tan detestable es tu labor? – pregunto el castaño contando el total de lo que estaba en el sobre, - esas mujeres siempre te paga una increíble suma por tus servicios.


Yokozawa bebió de su té sin responderle, odiaba fingir un placer que no sentía, pero sobre todo tener que hacerlo recordando a la persona que le había mentido. Su suerte en las relaciones era un completo asco, primero fueron tres años de secundaria cuidando de un amor imposible y luego, un año viviendo con un amor falso.


- Queenie y las otras son... especiales; pero no es lo mío, creo que no tengo que explicarte.


- De verdad, se me olvidaba que eras gay.


- No soy gay – Yukina soltó la carcajada para dirigirse a su habitación, antes de cerrar la puerta lo miró con toda la intención de molestarlo, el ojiazul esperó la frase que siempre le repetía. Pero para su sorpresa las palabras esta vez sonaron diferentes, cargadas de una mezcla de odio y tristeza.


- No eres gay, pero todavía recuerdas al bastardo heterosexual casado que te mintió durante un año mientras te lo hacía, a pesar de tener a su mujer preñada.


El vaso fue a estrellarse contra la madera, el grito de “jódete” se escuchó tras la puerta.


Como siempre le tocó recoger el producto de su mal carácter; al fin y al cabo, su amigo tenía razón; y la rabia era porque, simplemente después de tantos años, todavía le dolía reconocer la verdad.


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