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Solsticio de Invierno por aries_orion

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Notas del capitulo:

Advertencias.


Deberán prestar mucha atención para que no se pierdan, pues en esta ocasión Daiki juega en ambos géneros por lo tanto se narrada desde ella y él. Dudas en comentarios, al igual que sus criticas.

 

Todo es culpa de la luna, cuando se acerca demasiado a la tierra todos se vuelven locos.

 

William Shakespeare

 

 

La magia existe. Punto. Todo lo que rodea al humano es magia en su más pura esencia. Bailando y yendo al son del viento. Libre como sólo un ave puede serlo. Armoniosa como letal y eso, lo aprendió a la mala de parte de la persona que jamás creyó posible su traición. Su hogar, si es que alguna vez lo fue, le dio la espalda apenas supieron del hechizo que su propia madre le dio.

 

Traición pagada por los actos de sus progenitores.

 

Ambos, juntos por las leyes de la magia y naturaleza, ambos desunidos por sus corazones que al pisar tierras alemanas y mexicanas cayeron en aquello nunca conocer.

 

Separados, su hermana con él y él con ella. Demasiados kilómetros cubiertos de agua les separaban, la distancia inhumana de quien era su soporte. Amor le condenó y sólo el amor podría revertirlo. Sin embargo, el amor no entrara en su vida, al menos, no en dirección a una persona. Madre no es quien pare, sino quien cría. Él ni la primera tuvo. Detestado desde su concepción hasta la acusación.

 

Los gitanos son leales, protegen con vida y mentiras a los suyos; crueles, crudos y traicioneros ante los abandonados y forasteros. Línea sanguínea de Judas les llaman.

 

Cinco años han pasado desde su escape de ellos, aprendió a vivir a base de cerebro y voluntad. Muchas veces estuvo tentado a vender aquello que por ley le pertenece a la luna y su otra mitad. Pero conforme pasa el tiempo, deja de creer. La felicidad no es para él, marcado desde su nacimiento por la madre naturaleza y magia.

 

De noche su verdadera esencia, de día un disfraz. Un amor deberá aceptar a los dos, amar a los dos y ellas decidirán quién se queda. Disfraz o esencia. Una moneda al aire que no estaba dispuesto a arrojar.

 

La ciudad se impone, ruidosa, flanqueando a las personas de la naturaleza, con autos y autobuses, aviones y trenes. Trabaja, estudia y apenas puede con ese ritmo, el oro nunca falto porque los gitanos siempre tienen dinero a manos llenas a donde sea que vayan. A conocido la mitad de este y puede asegurar que Nueva Zelanda, Alaska, África, Alemania, México y Japón son los únicos países donde viviría, donde podría estar sin importar sus carencias. Más el viento impide su traslado. Ha intentado de todo, pero este siempre encuentra la forma de no permitirle irse de aquel país que fue sede de las peores masacres registradas en la Historia de la humanidad.

 

Camina, el viento sopla, se esconde lo más que puede dentro del gorro de su gabardina. Afelpado, negra con toques rojizos, sus mallas protegen sus piernas como las resalta, sus pies protegidos por botas y su pelvis con una falda de varias tablas con pequeños cuadros rojos, azul marino y negro. De todas las prendas que debe usar por las mañanas, las faldas y vestidos son sus favoritos, pues estos le conceden la libertad a la cual estaba acostumbrado. Ansia las noches porque puede lucir pantalones de mezclilla ceñidos, sosteniéndose apenas de sus caderas y dejando ver un poco de su V musculosa.

 

Puede subirse la camisa, fumar y andar sin tener que escuchar en cada maldito paso un cumplido guarro o una proposición subida de tono, puede ver a las féminas y ocultar su análisis a través de una sonrisa coqueta o una copa. En el día debe aparentar algo que detesta, pero ha aprendido a tolerar porque debe hacerlo. Estudia porque la única que le tendió la mano cuenta con los contactos, amistades y dinero suficiente para que al final de su cedula profesional y títulos contengan su verdadera naturaleza.

 

Ama y odia. Pelea y se resigna. Todo cambia cuando el sol comienza a ocultarse. Todo es fastidioso cuando la luna se oculta. ¿Cuál es la finalidad de aquello cuando sabe que nadie le amara por ambos? Nadie puede amar a dos a la vez.

 

Pero ahí se encuentra, perdido entre las hileras de asientos para presenciar una clase de Historia en conjunto con varias carreras más, tiene veintisiete años y faltan dos años para terminar su carrera. Empezar de cero no fue un lecho de rosas. El profesor entra, todos callan, la pantalla se enciende y él entra, como un vendaval, pisando como si este no mereciera ni lamer las suelas de sus zapatos, ropa a medida, barba de candado y lentes obscuros. Las féminas suspiran risueñas, algunas se acicalan y otras ni se mueven de su asiento porque se han quedado prendadas de sus movimientos al caminar.

 

Los hombres se impresionan, pero sólo dura lo suficiente para ignorarlo y demostrar su desagrado. A él no le interesa, más le llama la forma en la cual el profesor más estricto del recinto le deja ser, le cede la batuta del estrado y el escenario se enciende apenas él comienza a hablar.

 

Daiki deja de lado los movimientos seductores, naturales, la sonrisa y las bromas; los dobles sentidos y hasta la maldita mirada carmesí. Lo que sale de la boca contraria es asombroso, muestra con sólo mover sus dedos pruebas de lo dicho. Su mano no ha parado de escribir, apuntes por aquí, flechas y líneas que conectan o abren nuevos párrafos o ideas. No es fan de la tecnología cuando se trata de clases. La tinta y carbón duran, prevalecen como las pinturas rupestres. Sin darse cuenta el tiempo ha corrido como cascada, ruidosa y placentera.

 

Intenta acercarse al finalizar las clases para cuestionar varias cosas, pero las féminas de plástico no le permiten ni siquiera rozar su espacio personal, sin embargo, desde su posición puede notar su aceptación por el círculo, la coquetería baila con la zalamería. Lo detesta. Pasos hacia atrás, espalda recta y siguiente clase. Tecnología en base a la biología. Fascinante, pero demasiados números, la toma porque le dan los créditos necesarios para poder faltar a clases cuando su trabajo le impide hacerlo.

 

Ahí está, nuevamente el chico egocéntrico toma posesión de lo más preciado para los profesores de universidad. El podio. Impresionante. Si en cada clase que asistirá ese día tendrá que escuchar a aquel hombre, por favor, que no terminen nunca.

 

 

 

********

 

A veces se arrepentía de lo que pedía. A veces odiaba que ellas le escucharan para fastidiarle la existencia. El profesor se encontraba en su mesa favorita del café en el cual trabajaba. Lo malo, no era el lugar en sí, si no que este era de temática por día. Hoy tocaba amo y sirviente. Era novedoso y llamativo, el lugar cuidaba más a sus empleados que a los clientes.

 

La paga era buena, el jefe era flexible con los estudiantes. Humano. La magia siempre pululaba en el lugar, la sensación de cosquilleo cada vez que le rozaba la piel le tranquilizaba o le saca sonrisillas esporádicas. Nació gitano, mago, la magia le dejaba ver sus dos caras.

 

–Buenas tardes señor, ¿desea pedir ya o espero un poco más?

 

Tono dulce, paciente. Repelús total. Su voz femenina era lo que más detestaba después de la menstruación. Nunca se volvería a quejar de un insignificante dolor de panza o cabeza.

 

–Cariño, ¿qué tal si me acompañas?

 

Sonrió forzadamente. Era un hecho, el hombre era un completo patán.

 

–Lo siento, pero esa clase de servicios los puede encontrar en la zona roja. Vendré más tarde.

 

Da media vuelta, le muestra los ojos en blanco a la chica del mostrador en una conversación muda, que en verdad, no sabía que las mujeres poseían aquel lenguaje.

 

Tres clientes más, el hombre no le ha vuelto a llamar, sigue metido en su teléfono y hablando con alguien por el manos libres. Cuatro horas, el hombre sigue ahí, se ha quitado los zapatos y el saco, aflojado la corbata y desprendido unos cuantos botones. No negara su atractivo, expulsa masculinidad hasta por sobreponer la pierna con la otra.

 

Suspira, hace un café con vainilla, corta un pedazo de torta salada, un pequeño invento de su creación. Camina.

 

–¿Es tan importante lo que pica en el aparato para olvidar su propio estómago?

 

Cabello rojizo, ojos afilados y coquetos, cuello largo, hombros anchos y con una clara musculatura bajo las telas que le cubren. Le observa, le sonríe de lado, se quiere golpear por acercarse.

 

–Vaya, la indiferencia es un arma muy bien empleada. –Levanta la ceja, inquisitivo. Él expande la sonrisa por ello. –De carácter, ¿en serio no me acompañarías?

 

–Soy mesera, no señorita de la noche.

 

Se aleja. Más la fragancia del ególatra queda en su nariz, el olor es exquisito. Bendecido de parte de madre naturaleza sus sentidos son más agudos que el de las personas comunes, pero no iguales o más que los animales. Le gusta, pero su personalidad es un asco.

 

 

 

************

 

Luna nueva, le encanta, conforme camina a la habitación la ropa cae al suelo dejando un camino. No hay botines, ni short o bragas y mucho menos brasear. Sólo una de sus tantas camisetas que han despertado la curiosidad, pues claramente es varias tallas más grandes y es de un chico. Ríe internamente porque es una de sus favoritas, con ella ha logrado un par de citas y comida gratis por sólo sonreír.

 

El cambio se da. Doloroso. Desgarre de músculos, expansión de ligamentos y huesos creciendo, con la magia y la naturaleza nada era indoloro. Sale, el espejo le regresa la imagen de su esencia, un miembro flácido entre sus muslos fuertes, torneados por los entrenamientos de guerrero en su pueblo. Pectorales, abdomen, brazos, todo de músculos marcados, sin pasarse de lo vulgar o asquerosamente grandes.

 

Se cambió, por cada prenda colocada sus dedos recorrieron esa piel dura y firme, incluso su miembro, pezones y nalgas fueron tocadas. Amaba su cuerpo. Salió sin un rumbo fijo, con un cigarrillo en la boca, chaqueta y bufanda en tonalidades verdes y café. A donde fuera, ella iba con él. Recordatorio de lo que una vez tuvo, amó y perdió. Llegó a la zona donde se encontraban los bares, antros y burdeles. Deseaba bailar. Al entrar al lugar, Braune Katze, la música lo sedujo al punto de perderse en ella como droga. Al mirar a su alrededor noto una mirada fuerte sobre su persona. Desde la barra, el iris rojo le seguía, clavado a él como flecha a la diana.

 

Se perdió entre el tumulto de gente, conocía el lugar junto con los empleados así que los usó para llegar a él.

 

–La curiosidad puede hacer caer hasta al más fuerte de los dioses.

 

Contuvo la risa al notar el salto originario por lo inesperado de sus palabras sobre el oído ajeno. Protegido por la barra, ocultó su nerviosismo, pues nunca había interactuado con hombres con esos lineamientos. Esperaba no cometer una imprudencia.

 

–O llevarlo a la gloria, aunque yo prefiero caer en los placeres otorgados por Afrodita.

 

–¿La diosa del amor? ¿Quieres un amor? –Vaya, eso no se lo esperaba.

 

–No, placer y diversión.

 

Bueno, no era la misma actitud, pero si el mismo cuerpo.

 

–Aomine.

 

–¿Sólo Aomine? –Le cuestionó divertido. Él elevó los hombros. –Taiga Kagami.

 

–Cuestión, ¿quieres salir a hablar o bailar?, bonito.

 

La incredulidad en el rostro contrario le causó gracia. Al parecer no era bueno contra los hombres.

 

 

 

************

 

Botas, pantalón, suéter, bufanda, labios pintados de gloss durazno, trenza de lado y mochila al hombro. La música desde los audífonos bloqueaba la realidad de su entorno. Clases, maestros, trabajos. Un semestre a punto de terminar era un caos. Demasiados trabajos por entregar y el tiempo no se podía desdoblar para rendirlo lo suficiente.

 

El celular vibra a mitad de una clase de teoría latinoamericana, lo oculta bajo la carpeta, desbloquea y sonríe. No puede evitarlo, Taiga es un idiota irreverente, pero un completo genio para su materia, bueno, casi en todo si le atraía lo suficiente, no le extrañaba que en su haber tuviera varios títulos de doctorados o maestrías. Han pasado algunas semanas desde su encuentro en el bar, ha insistido en verse en el día, pero las excusas nacen de su boca naturalmente y teme, pronto se acaben.

 

Con ella, no para de ser un bastardo, le ha gastado bromas, humillado e incluso el maldito ha obtenido las clases del resto del semestre para fastidiarle. De día lo odia, pero de noche le divierte.

 

Taiga parece sacado de algún cómic, película o libro. Un hombre fuera de serie, con demasiadas máscaras que a veces no comprende. Le ha dicho que su hogar es Nueva York, que vino a Berlín a cerrar negocios y de paso saludar a unos amigos, le ofrecieron unas clases, las rechazó, pero ahora las toma porque ha encontrado algo sumamente divertido en los pasillos de los viejos edificios universitarios. Pocas veces le cuenta de él o lo que hace. No pregunta ni cuestiona, el derecho no lo tiene, menos cuando por cada pregunta hecha el hombre recibe cincuenta por ciento de verdad y cincuenta de mentira.

 

–Creo, señorita Enimao, que mi clase no es lo suficientemente atractiva para usted. –Mierda. –Si me permite, me quedaré con este pequeño aparato hasta finalizar la clase.

 

El alma se le cayó a los pies. Madre naturaleza debe odiarlo lo suficiente por la traición de sus padres para hacerle eso. Pues a su costado se encontraba Taiga Kagami y no el profesor Lastier.

 

–Profesor...

 

–La atención señores, –Kagami mecía su celular entre sus manos mientras bajaba los peldaños hacia el pódium y el pizarrón. –puede hacer que ganen una vida o pierdan una oportunidad. Aprendan de su compañera, por la falta de atención no sabrá lo necesario para el ensayo de la siguiente clase con valor en la nota final. –Los gemidos de dolor y fastidio no se hicieron esperar, los ruegos no eran escuchados. –Continuamos señores...

 

La clase continuo, los cuarenta minutos más largos de su vida, Daiki no era bueno con la paciencia, era de lo que más carecía. Taiga la ponía a prueba constantemente. Mordiéndose un dedo o mordisqueado una uña logro no dormirse, su vida dependía de la devolución del celular. No quería perder al hombre. Aún no. Cuando por fin pudo librarse de la autoridad, Aomine intentó acercarse al profesor, los mensajes no tardarían en entrar.

 

Su jefe, su madrina, él. No podía creer la importancia de aquel aparato para sus dos vidas.

 

–Profesor, lamento mi comportamiento, pero es de suma importancia que...

 

Detestaba pedir perdón y más el rogar. Otra cosa anotada a su lista de idioteces de parte del pelirrojo.

 

–Señorita Enimao, le devolveré el celular cuando el día finalice.

 

Jadeo. Deseo que el suelo se abriera, aquello debía ser una broma.

 

–Profesor Kagami, sé... miré, mi jefe me llamara para cubrir a unos chicos, en serio, no puede no devolverme mi celular. Lo necesito.

 

El hombre le observó, analizándolo como bacteria, haciéndole sentir pequeño.

 

–No. La veré por la tarde en mi oficina.

 

Media vuelta y se fue. Dejándole incrédulo ante la acción, no podía creerlo, él sabía dónde trabajaba y así le dio tal castigo. Prefería hacer trabajos de más que aquello. Respiró hondo, maldiciendo su suerte se fue a la siguiente clase. En todas apenas pudo prestar atención. Su día término, corrió al edificio de profesores, debía recuperar su celular. Esperó. Esperó por tres malditas horas, el reloj sobre la pared riéndose de su agonía, el tiempo transcurriendo, gritándole su hora de entrada a su trabajo.

 

No pudo más, corrió, las calles de Berlín por la noche eran un asco, esquivando, golpeando; importando poco si la falda se levanta mostrando su ropa interior. La bufanda apenas se sostiene de su cuello como su mochila de sus hombros. Entra agitado por la puerta de atrás, con la gabardina a medio brazo, la bufanda a nada de caerse y la mochila en el suelo siendo sostenida de la correa con una mano.

 

La mirada de todos le advierten, pero no a tiempo, su jefe ya está delante de ella. Hoy no hay luna, toda la noche es ella. Está furioso, ambos lo están. Lo ocultan con sonrisas tensas, fingidas. Hastiados. Hoy es de esos días donde al lugar no le cabe ni un alma. No hay tiempo ni de respirar, todos se mueven de aquí para allá, uno continua lo del otro. Daiki sólo puede seguir maldiciendo su suerte, el jefe le ha contado de sus veinte llamadas desde las cuatro y sus mensajes desde las dos.

 

No hace otra cosa que moverse, el pantalón le deja moverse con más fluidez, le protege de idiotas intentando meter mano en su ropa íntima. La charola varias veces por poco se le ha caído. No pude pensar en la tarea de la siguiente clase. No puede ni pensar en dormir porque hay demasiado por hacer, porque ese trabajo le alimenta y le da la poca libertad que ellos le han arrebatado. Ni siquiera piensa en Taiga ni en la posibilidad de que encuentre sus mensajes o llamadas.

 

No le interesa nada salvo su recuerdo a las cinco de la mañana de su celular muerto a la una por la poca batería, que uno de los chicos del café le había ayudado a codificar su inicio con su huella dactilar. No se ha cambiado, pero sí bañado. Bendito sea el jefe por poner un par de regaderas para los empleados, pues a veces terminaban bañados de los alimentos y bebidas a causa de los niños y adultos ebrios. De día era un café, de noche un bar.

 

Un café en su mano, va tarde a clase, no le importa. Entra, la clase lleva sólo veinte minutos, no saluda y tampoco pide permiso.

 

–La clase comienza a las ocho, señorita Enimao.

 

Continúo caminando.

 

–Veo que tampoco ha llegado a su casa, ¿sus padres no...?

 

Apenas escuchó la mención de sus padres, la ira que el trabajo había menguado revivió con fuerza. Girándose, con café en mano, bufanda a medio atar y la mochila al hombro, bajo los pocos peldaños subidos.

 

–No tengo que darle explicaciones de lo que hago o dejo de hacer, si llego a mi casa o si mis padres me permiten tal o cual cosa. Cuando castigue un celular asegúrese de que el alumno no dependa de él, de la misma forma asegúrese de estar en su oficina a la hora y no junto algún estudiante dispuesto a abrirse de piernas para usted. Le dije que lo necesitaba, mi jefe me estuvo llamando y por poco pierdo mi trabajo. La próxima vez quítele su celular a alguien que dependa de sus padres y no alguien que no tiene ni un maldito techo seguro sobre su cabeza, porque a diferencia de ellos, yo debo trabajar para pagar la escuela y el puto café que me estoy bebiendo. Con permiso, me voy a sentar a escuchar su excelsa clase, profesor.

 

Corrido, sin respirar o detenerse le hablo. Le observo un par de segundos y casi se pierde en esos ojos rojizos. Dio medio vuelta, poco le importaba la mirada del otro profesor y de Kagami, se pasaba por el arco del triunfo los murmullos de sus compañeros. Después de horas por fin pudo sentarse, las piernas le punzaban, sentía sus venas explotar de tanta sangre que circulaban por ellas.

 

Si la clase comenzó ni se enteró, subió los pies a otra silla y escribió lo poco comprendido. El café era una delicia, benditas las culturas americanas por tremendo manjar. Al finalizar vio su celular sobre la mesa de profesores, lo tomo. Siguió con las clases, su turno comenzaba a las nueve, podía dormir un par de horas. Llegar a casa fue la gloria, un baño la mejor droga y su cama la más tiernas de las nubes. Su celular quedó a un lado con el cargador en la abertura correspondiente y las notificaciones no se hicieron esperar.

 

Por dos semanas no supo de Kagami, no contesto llamadas o mensajes. En clases le ignoro lo suficiente, pero preguntaba al no comprender algo. Profesor, alumno. Intento de ligue negado. No quería saber nada del hombre que comenzaba a ganarse su corazón, pero era un completo maldito con ella.

 

El bar estaba tranquilo, había luna y él podía meterse tras la barra, así tenía un mejor panorama de la pista y de quienes entraban. Buscaba alguien con quien compartir sábanas, sin importar consecuencias, total, ya pagaba las de alguien más. Tercer vaso, nadie le llamaba, comenzaba a aburrirse.

 

–¿Cuánto tiempo tengo que dejar pasar para saber por qué mi aspirante a novio me ha dejado de hablar?

 

El líquido se le atoro en la garganta, no lo esperaba. No esperaba que fuera en su búsqueda. Le vio en frente de él, con su típico traje, pero sin el saco o corbata, con la sonrisa a medias y los ojos curiosos por saber algo que salía de su entendimiento.

 

–Entonces...

 

–¿Qué haces aquí?

 

–Wow, tiempo, no te he hecho nada para ser merecedor de tu enojo o al menos que yo recuerde. ¿Te hice algo?

 

Voz suave, casi asustada por algo que no se recordaba y Daiki sólo quería golpearlo y besarlo. Contrariedades. Límites impuestos por las palabras, pero no quitaba lo doloroso que era. Se estaba perdiendo de mucho si no conseguía un amor pronto y, el que tenía delante, al parecer no era confiable. ¿Caer o no caer?

 

–Son cosas sin importancia, la escuela me tiene mal.

 

Caer. Punto. Espera, el golpe no sea demasiado fuerte al tocar piso.

 

–Bueno, ¿quieres bailar o aceptas mi invitación a cenar?

 

Sólo una sonrisa basto. Sólo unos iris rojizos viéndole con anhelo bastó para arrastrarlo a un restaurante pequeño, con comida extranjera. Toda una delicia, no podía comer de tanto reír. Taiga le daba aquello que una vez tuvo. Felicidad y despreocupación. Le ha acariciado el rostro y el dorso de la mano, no se aleja, las recibe mimoso como cachorro sediento de cariño. El tiempo pasa, no lo nota, la luna va a medio cielo, sabe que queda poco tiempo. Han terminado en un parque, con las farolas amarillentas dando un escenario mágico. La luna aporta su granito de arena con su propia luz.

 

Kagami se ve apuesto, no ha parado de mirar los labios contrarios. Lo que daría por probar un beso de esos labios crueles, pero juguetones. Suspira. Casi se acaba, mañana no hay luna. El semestre está a nada de acabarse.

 

–¿Sabías que hay una infinidad de historias entorno a este país y la luna? –Daiki le observa, curioso como niño, porque su debilidad es la Historia y la voz de Taiga. Niega. –Se dice que durante la Segunda Guerra muchos niños fueron separados de sus padres, tanto alemanes como judíos, todos juntos porque no sabían qué eran. El lodo y la mugre les cubría, los soldados que les cuidaban nunca supieron porque durante la noche se oían risas, lo niños gritando de felicidad, correteando de aquí para allá. Por la mañana los encontraban a todos fuera de los dormitorios, con mantas limpias cubriéndolos del frío. Hasta que un soldado lo vio, nadie le creyó por puesto. Los niños salían divertidos de las cabañas, con mantas y almohadas.

 

»Con sus botas rotas y pijama. Sonrientes, formados en hileras, esperando. Una mujer y un hombre aparecían bajo la luz de las lámparas. Con sonrisas, túnicas de seda plateadas y doradas, como si los hilos fueran de oro y plata. Abrazaban a cada niño, les susurraban palabras y los juegos comenzaban. El hombre con sus dedos prendía una hoguera lo suficientemente grande para darles calor a todos. La mujer cantaba y bailaba, a veces les contaba historias. Curioso, preguntó a los niños, ¿quiénes eran aquella pareja? Ellos riendo y como si le tuvieran que decir una obviedad le contestaron, la luna y su esposo, el sol, vienen a jugar con nosotros.

 

Daiki le miraba, imaginando cada palabra, sabía que los astros mayores actuaban diferente, rara vez se mostraban a los adultos. No pudo evitarlo, sonrió, probablemente era una historia inventada, pero era bonita.

 

–Sonríes igual que la luna.

 

–Deja de decir tonterías, Taiga.

 

–No lo son, eres muy apuesto.

 

El moreno negó.

 

–Eres extra...

 

Su oración fue cortada, su mentón fue tomado y alado, sus labios capturados como sus ojos. Incrédulo por el atrevimiento, su primer instinto fue alejarlo, más la caricia se volvía cada vez más suave. Respondió, como pudo, correspondió el beso. Su primer beso con un reverendo patán que sabía dónde tocar. El aire escaseó, primerizo en todo. Sus mejillas, párpados y nariz recibieron los labios juguetones. Él no podía parar de reír, le gustaba mucho lo que sentía.

 

El tiempo terminó, el sol comenzaba a asomarse y la luna a ocultarse, cuando pudo reaccionar escuchaba las palabras furiosas de la luna en un grito junto a su oído. Alejó a Taiga de su cuerpo. Corrió. Huyó y se sintió como aquel año, donde era su vida o su cuerpo. Al llegar a su casa el cambio se dio, las ropas flojas, los zapatos grandes y sus mejillas bañadas en lágrimas.

 

Le gustaba muchísimo. Tanto que dolía el hecho de no poder recibir un nuevo beso.

 

 

 

********

 

Última semana de clases. Daiki ya poco hablaba, un zombi mezclado con la humanidad. La magia era cruel, no conocía el corazón de un mundano cuando se enamoraba, no comprendía los extremos a lo que se podía llegar por amor. La palabra era ley. La magia era así, fue y será. Por muchas noches le rogó a la luna una oportunidad, pero esta le ignoró. El pago era él por sus padres. No cambios.

 

No dijo más. Continuo, siempre era continuar sin mirar atrás.

 

–¿Por qué no le muestras?

 

–No me creerá.

 

–Niño tonto, nadie conoce a las personas por completo, ni siquiera le has dado la oportunidad de elegir.

 

–A ella la desprecia y a él le ama. ¿Cuál es la diferencia si a ambos debe amar?

 

–¿Intentaste acercarte como ella?

 

–Profesor alumna.

 

–¿Eso ha sido impedimento para el amor?

 

–No hay amor donde sólo hay humillación.

 

No agrego más, tampoco espero a escuchar el bufido de fastidio de su madrina, quien salió de la sala para dejarle ahogarse en su miseria. El sillón se convirtió en un acantilado donde apenas la luz llegaba, la ventana sólo servía como espejo de la realidad obtusa. Por primera vez deseo ser una persona normal que no conocía los secretos del mundo. También, por primera vez, odio a sus padres, los detesto al punto de nunca haber nacido o de hacerlo, ser hijo de aquellos seres que ahora dicen amar y ser su mitad.

 

Último día de clases, no ha ido a casa, su madrina le presta ropa pues lleva la misma desde aquel día. Los pasillos están despejados, apenas hay alumnos o profesores, las vacaciones de invierno se notan por el colorido, la nieve y las decoraciones en rojo, blanco y verde. Aunque quiere no puede sentir nada este año. El invierno siempre ha sido su favorito. Ahora, apenas puede sonreír, le han sacado el corazón a pecho abierto. No puede llorar porque molestara más a la luna, el sol no le presta atención, sólo se queda ahí, inmutable y apacible al juego de su esposa con él.

 

La clase comienza, motivacional para el siguiente, ayuda para los que presentaran exámenes extra para intentar salvar el semestre. ¿Por qué el tiempo no puede transcurrir más rápido? ¿Por qué no puede dejar Alemania?

 

–Señorita Enimao, la clase a terminado.

 

El profesor le mueve un poco, parpadea, sólo quedan él y ella. Bosteza, asiente y sale junto con sus cosas. Ha pasado. Seis meses más en esos edificios viejos estará. Ahí dejara parte de su alma y sangre. A mitad del pasillo le ve, hablando con otros alumnos, tres chicas coqueteando mientras el par de chicos intentan obtener una respuesta a su pregunta. Sigue caminando negando, es un maldito casanova. Uno que se ha adueñado de su corazón, por desgracia.

 

Un paso para la salida. A un paso se detiene. Algo le hace voltear sobre su hombro, el hoyo se instala en sus entrañas. Los intentos de mujer aprisionan sus brazos cual perros pitbull. Vuelve su vista al frente, el sol aún sigue en lo alto. Suspira, media vuelta y finge algo que detesta.

 

–Kagami, necesitamos hablar. –Todos callan, le observan, tres le intentan matar, dos ahuyentar y una le interroga para después caer en la vergüenza. Intenta contener la risa, es adorable. –Ahora, chile andante.

 

Se gira, sus pasos son firmes, pero su voluntad oscila como su corazón sobre un río congelado. No se detiene, sabe que viene tras él. Diez pasos, los cuenta, está junto a su hombro. Agitado y con la respiración pesada. Su cuerpo tiembla de pies a cabeza, recuerda un parque, una silla y unos labios. ¿Pedir un beso será demasiado estando en la universidad?

 

–No sé qué pasó ahí, tampoco lo que quieres hablar, así que vayamos a mi oficina y...

 

Se enfurece. No. Ahí no pisa ni porque su vida dependiera de ello. ¿A cuántos ha llevado para...? No termina de crear la pregunta, la respuesta, sabe, no le gustara como el olor a bosque, tierra y lluvia que ahora lleva.

 

–No.

 

–¿No, enton...?

 

–Me llevaras a comer, por tu culpa mi jefe me quitó más de la mitad de la paga por la falta.

 

No es necesario decir más. Kagami le sigue sin defenderse o cuestionar nada, sólo pide ir por el resto de sus cosas al edificio de profesores. Le sigue, pero no entra. El mismo reloj sobre la pared le observa divertido, sabe sus intenciones, pero no dice nada. Sólo se queda ahí. Mirando. La lluvia cae, Daiki dibuja las gotas tras el cristal. El auto de Taiga es cómodo, lo reconoce, es el mismo de sus paseos cuando es él.

 

–¿Qué quieres comer?

 

–No importa.

 

–Difícil, ¿eso en dónde lo hacen? Sé de varios lugares, pero en ninguno hacen no importa y mira que sé de muchos platillos. Además, ¿eso existe? Aunque si...

 

–Comida, sólo quiero comida Taiga, no importa dónde.

 

El hombre calla, le observa durante el tiempo del rojo. Él no dice nada, tampoco se gira. Por unos instantes se sintió él. Por unos segundos quiere la noche para correr a Taiga. Continúan, la lluvia sigue golpeando contra el cristal, sus lágrimas silenciosas le cautivan. No siente nada. Tan cansado de pelear, de nadar contra la corriente y ya desecha la posibilidad de eso; una posibilidad con Taiga, un mañana. Un nosotros.

 

Su cintura es tomada con brusquedad, a medio asir detiene el puño. Taiga está tenso como las cuerdas de un instrumento musical, su mandíbula fuertemente apretada que puede escuchar el rechinido tenue de sus dientes haciéndose mole entre ellos.

 

–Taiga, amigo mío, ¿qué te trae a esta fría tierra de la muerte? Déjame adivinar, tus padres se han cansado de ti.

 

El agarre se vuelve más opresivo. Un suave jadeo se libera de su boca, eso basta para que Taiga le observé y le suelte un poco. No presta atención a la conversación entre el par de hombres que de la nada se han vuelto un par de Alfas intentando dominar al otro. Pero hay algo, una pequeña alteración en la magia que le advierte sobre la situación. Sigue sus instintos, se disculpa con el hombre alto, toma a Taiga de la cintura para jalarlo hasta una mesa. Muere de hambre y no desea tratar con un enojado pelirrojo, ni siquiera presenciarlo. No puede parar, Kagami no para de farfullar entre dientes, a asesinando de innumerables formas a la pobre servilleta y casi ha roto la copa de vino.

 

La mesera no sabe si llamar a seguridad o tratar de comprender la orden del hombre.

 

–¿Por qué carajos te estas riendo mujer?

 

–Eres adorable cuando estas matando a una pobre servilleta. Además, deja de arrugar tanto aquí, –Le toca suavemente el entrecejo. – te harás más viejo de lo que eres.

 

–Jodete, soy apuesto y la vejez no va conmigo.

 

–No lo niego.

 

Ambos se miran. Caen en la risa espontánea como tierna. Daiki no sabe qué sentir. Taiga se ha disculpado con ella mil veces en los siguientes veinte minutos. Intenta decirle que con un par de comidas más junto con un helado bastará para ser redimido, pero este sólo hace oídos sordos y planea estrafalarios viajes o regalos por su perdón. La sonrisa no se va, sus labios no pueden volver a juntarse, sus mejillas duelen como su estómago. El pelirrojo no para de hablar, sus ocurrencias son divertidas, han intentado parar cuando notan que sus carcajadas llaman la atención de los comensales.

 

Taiga le sonríe coqueto, al parecer es su naturaleza. La mesera viene con bolsas, la toma de la mano y la jala al auto. Sin darse cuenta está cantando a todo pulmón las canciones de la radio, en algunas le sigue Taiga y en otras le hace el coro o los instrumentos. Le lleva a un mirador. Las nubes siguen, han dejado de llorar. La tierra huele delicioso, Taiga ha sacado los tapetes de su auto para usarlos de asiento y manta sobre el auto y ellos.

 

La charla sigue, las ventanas abajo fungen como amplificadores de las bocinas internas. Con comida en la boca canta o ríe. No hay luna esa noche. Es ella hasta la siguiente. Juntos hasta la siguiente comida.

 

Recibe texto de Taiga, quiere ver a Daiki, ríe por la situación. Se ducha, cambia y apenas le tiene a unos pasos se acerca a él. Le abraza por el cuello y le besa. Su cintura es tomada, el beso devuelto.

 

–¿Ahora no correrás?

 

Niega cerca de sus labios. Sus ojos son preciosos. Sus labios suaves y adictivos. Un beso más, sólo un beso más e ignora la furia de la luna, pero aprecia el respaldo de la magia. Bailan, comen caminando, las calles de Berlín se transforman en una pista. Helado, nieve y abrazos.

 

–Entonces, ¿cuándo aceptaras ser mi novio?

 

–¿No me lo has pedido? –Ambos se detienen. Kagami le observa incrédulo. –Ahí lo tienes, ¿cómo quieres que acepte si no me lo has pedido?

 

–Eres todo un caso.

 

Pasa de largo. Daiki no lo puede creer, ¿en serio no se lo pedirá? Hasta el helado le sabe agrio. Se gira, probablemente tendrá que buscar un taxi, lo malo es que no tiene el suficiente capital para costear uno desde donde se encuentran.

 

–Deja de pensar y presta atención niño.

 

El moreno se detiene abruptamente, Kagami está a centímetros de su rostro.

 

–Tan hermoso sonrojado.

 

Le golpea. –Eres un idiota.

 

–Eso ambos ya lo sabemos. Ya, ya, alzó la servilleta de la paz. –Uno ríe y el otro bufa. –Vamos, tan bonito que eres sonriendo. Auch, ya deja de golpearme... dios y así quieres que te pida seas mi novio. Eres...

 

–Sí.

 

–Un bruto, pero eso me sacó por...

 

–Taiga, sí quiero.

 

–Andar de rogón, comprando helados y...

 

–Que si quiero ser tu novio. –Daiki al final le tuvo que tomar del rostro para que se callara y le observará.

 

–¿En serio?

 

–Te lo he repetido como cien veces, si no quieres pues olvídalo y ya. –Continúo caminando. –Aceptaré la invitación de Andrew para el cine y p...

 

Calló ante el golpe tras su espalda, su cadera fue tomada para después ser apretado entre un par de brazos duros como el granito.

 

–Tú nada, ya eres mío. Aceptaste y te jodes.

 

Se estremeció, la respuesta le fue sentenciada al oído. Sonrió. Continuaron su caminata así, abrazados, respirando en el cuello del otro y acariciando los antebrazos del otro. Toda una delicia si la maldita luna no tendría que ocultarse a las cinco de la mañana.

 

 

 

********

 

Daiki sonreía todo el día. Era raro, pero ya casi nada le perturbaba. Taiga estaba saliendo con uno y era amigo del otro. Su burbuja se iba haciendo cada vez más rosa, lechosa y luminosa. Su madrina constantemente le advertía, debía hablar, el pelirrojo se estaba enamorando de ambos y se quedaría como el perro de las dos tortas. Ni una ni otra. Hacía oídos sordos. Quedaban sólo mes y medio para regresar a clases, lo disfrutaría al máximo. Era su momento de acariciar la felicidad.

 

–Con acariciarla no basta una vez que la has tenido entre los dedos. Debes hablar, Daiki, o la luna tomará cartas en el asunto y créeme, no será nada agradable.

 

–Antes del solsticio de invierno.

 

–Un mes.

 

Treinta días. Setecientas veinte horas siendo ambos, teniendo a Taiga para ellos. Una manta rosa sobre sus ojos evitaba ver la furia de la luna, las advertencias de la magia y la pequeña preocupación que en el señor sol se veía.

 

 

 

********

 

Un parque de diversiones. Daiki no puede creer las semanas pasadas, estas han sido mágicas como nunca en su vida. Taiga le adora y cuida de ella, no pude dejar de crear amor para él. La luna le ha regañado por varias noches, escucha paciente, pero ambos saben ninguno oye realmente. No sabe qué más hacer, sólo sentir y vivir el momento. Aún no puede evitar sonrojarse al ver su cama, ahí donde casi tuvieron intimidad si no es por la alarma de su celular. Los labios le hormiguean por el simple recuerdo.

 

Estar junto a él era la vorágine de sentimientos y sensaciones más apabullantes jamás experimentadas.

 

–Esa cabecita no está presente, no quiero sólo un cuerpo fiel.

 

–Perdona, suelo hacerlo cuando traigo muchas cosas en mente. –Le sonríe, quiere abrazarlo, besarlo para contarle en la intimidad de su casa la verdad. El miedo y el quizá siempre ganan. –Ahora, ¿a dónde vamos?

 

Estúpida. Tarada. Babosa. Así se siente cada vez que Taiga le sonríe, le toma de la mano para llevarla a quién sabe dónde. No le importa, siempre que sea con él. Sólo con él.

 

El día se pasa apresurado, como si al sol le urgiera ocultarse. La tristeza no se oculta de su rostro, nunca ha sido bueno mintiendo y le sorprende el ahora.

 

–Vamos, te llevare a cenar y después a su casa, princesa.

 

Están en el Monumento al Holocausto, las luces de neón son discretas, guían a los visitantes a la salida mientras el mensaje de cierre se expande por todo el lugar. Intenta sonreír. ¿Cómo negar una invitación de alguien con quien deseas continuar mañana?

 

–Está bien, me la tendrás que deber, debo llegar a casa antes de las siete.

 

–¿De casualidad Daiki Aomine no es tu hermano o familiar, señorita Enimao?

 

La morena se tensa completamente, todo sentimiento bonito se ha ido.

 

–Está bien Dakota, te llevaré a casa.

 

Taiga suelta la carcajada por su reacción. Daiki no puede, aunque quiera, seguirle la corriente. No son hermanos o familia, son lo mismo. Él le toma de la cintura, no da ni dos pasos y sus labios han sido cazados. La sorpresa está. Se rinde a su amor negado. El beso continúa sin notar la seriedad de la luna.

 

–Van a matarme. –El acto termina, caricias pequeñas y respiraciones con pesar. –Te quiero mucho, Dakota.

 

La afirmación paró su corazón, arrancó el aliento y la mente. Daiki le observa incrédulo, ¿podría pasar? Taiga ríe.

 

–Por las barbas de Einstein, amo a dos personas. –El pelirrojo le observa con miedo. –No sé si tú puedas soportar esto pequeña, pero estoy perdido con otra persona y a nada de perderme contigo.

 

–No importa, hablemos.

 

Daiki no sabe cómo proceder. Contarle o continuar con los dos. Respira. Aquello no será bueno para Taiga, nadie soporta dos amores sin uno de los dos. Maldito perro de las dos tortas.

 

–Ven a mi casa mañana, hablemos y escucharé tu respuesta.

 

–Muñequita, eso sonó a ruptura, ¿vas a romper conmigo?, porque si es así mejor lo dejamos como amigos con beneficios. No puedo dejar a Daiki... pero tampoco quiero soltarte.

 

Dios. Dios. Dios. Dios. Magia y estrellas.

 

Taiga acaba de sentenciar a Daiki. El moreno trata de ocultar su sonrisa tras el abrazo, aspira el perfume que lleva, ese olor siempre le ha gustado. Con él le encanta. No puede. Taiga se inclina más por su verdad, su esencia misma. Si tan sólo pudiera decirle todo. Traga duro, se separa y el pecho se le comprime al ver el miedo e incertidumbre en el rostro contrario.

 

–Te prometo que nunca te dejare, aunque creo que el dejado será otro.

 

–¿Hay otro? –Taiga le mira inquisitivo, con los celos rondando y ella simplemente no puede ocultar la sonrisa en su rostro.

 

–No, anda, vamos. Mañana será otro día.

 

 

 

***********

 

Otro día que jamás llegó. Su departamento está vuelto nada, los pocos muebles que compró a base de carencias están inservibles. Los cristales adornan el piso cual tapetes. No hay cama o sillones, lo único que se ha librado es su cámara y laptop. Incluso los libros han salido con algunos raspones. Hay manchas de sangre, botellas y botes de helado. El celular es ignorado. Ni quiera escucha o ve a la luna o al sol. La magia le regala caricias que apenas puede soportar.

 

Dos semanas atrás era una de las personas más felices del planeta. Dos semanas atrás tenía al mejor hombre a su lado. Dos semanas atrás la luna tomó cartas en el asunto arruinando la decisión, obstruyendo el flujo de la verdad en un maldito lugar público y donde la magia tenía estrictamente prohibido causar caos. Contenerse fue lo peor, pero ver la cara de Taiga, un puñal directo.

 

El sol está casi oculto, fingió un asunto y se quedó atrás. Pidiendo permiso, se sentó en una de las lápidas representativas. Suspiro, pensando cómo hablar, cómo contar algo que se escuchaba fantasioso. El cambio se dio, afortunadamente llevaba una camisa de él y falda. Podría pasar inadvertido bajo el manto nocturno. Jamás imaginó lo que sucedía a su lado. El terror no fue nada cuando se enfrentó a su pueblo por su vida. Intentó hablar, pero su cerebro se desconectó totalmente.

 

La alegría se le arrebató. Intentó acercarse, cada paso adelante era uno atrás.

 

–Quédate donde estás.

 

Una orden que aunque quiso, no pudo negar. Era horrible. El nudo no le dejaba pasar aire a los pulmones, su estómago no estaba en su lugar sino en sus piernas.

 

–Taiga pu... puedo explicarlo...

 

–¿Y qué me vas a explicar? ¿Qué eres un fenómeno? ¿Un monstruo?

 

Puñalada, tras puñalada. Prefería morir a seguir escuchando y viendo. Era cruel. Taiga podía llegar a ser la persona más cruel cuando se sentía amenazado o traicionado. Suponía, ahora sentía ambas.

 

–Por favor, no me digas así.

 

–¡¿Y cómo quieres que te llame?! ¡¿Princesa, mi rey, bonito?! ¡¿En qué estabas pensando al ocultarme algo así?!

 

–Nunca quise...

 

–No debí haberte conocido, ni quiera hablado. ¿Sabes lo que sufrí pensando que amaba a dos personas? ¡Y resulta que son ambos!

 

–Taiga... –Un paso.

 

–No te acerques... nunca más te acerques a mi o sabrás porque me dicen el mercader de la muerte.

 

El resto, Daiki no supo cómo llegó a casa, en qué momento entró su madrina a limpiar sus lágrimas y escuchar sus lamentos. Recuerda haberle gritado a la luna, insultado al sol y maldecido a sus padres hasta quedarse afónico. Una explosión donde la onda expansiva acabó en sus antepasados. La magia se quedó, dejándolo hacer, deteniéndolo cuando iba a cometer una imprudencia.

 

–¿Por qué sigues aquí?

 

–Las estrellas me contaron...

 

Siguió en su mundo de lamentaciones y odios. Los días pasaban sin gloria por su lado, dejó sin explicaciones el trabajo, el celular murió desde aquel día. Ahora era eso. Un ser con cambios en cada final e inicio de día, con un cambio de ropa cada que su madrina le obligaba. Apenas dormía, cerrar los párpados era ver a Taiga con los ojos mostrando repulsión, acusándolo de monstruo y mentiroso.

 

No podía. Así no.

 

Cuarta semana. Tres para regresar a clases. No podía pegar las partes de su alma. Apenas comía o bebía. La televisión sólo aluzaba, cuando cansaba el radio encendía. Pasa horas en la misma posición, cuando hormigueaban sus extremidades cambiaba. El colchón en el suelo, la base rota y dispersa en el lugar como todo lo demás. No hay muecas de dolor al pisar cristales o astillas. Llevaba un fuerte sedante que incluso temería por los elefantes si llegaran a usarlo.

 

Está en el colchón recordando las caricias, salidas y besos. Dakota y Daiki con Taiga. Uno recibiendo perdones y el otro mimos. Traza líneas, forma figuras sobre la superficie montañosa. Es parte de lo poco que se ha salvado de su salvajismo. Cortinas corridas para no ver al sol o luna. El aire se lleva su pena y trae consuelo.

 

–Saldré por un momento Daiki. –No hubo respuesta. –La magia me avisara si intentas algo como la última vez.

 

Nada. La puerta se cierra. La magia cubre todo lo punzo cortante. Hace dos días en un arranque de estupidez le llevó a tomar un cristal colocándolo sobre sus muñecas. La magia lo impidió. Las marcas quedaron. No lo volverá a ser. La agonía es horrible. Sigue dibujando con su carbón blanco. La puerta es tocada. La ignora, si la ignora se irán y le dejaran en paz.

 

Eso anhela. Paz.

 

Siguen tocando, le pide a la magia alejarlo, esta niega y le obliga a levantarse. Por alguna razón sus pezones se erectan y toda su piel cosquillea. Con sus brazos cubre sus senos. La camisa sube un par de milímetros sobre sus muslos. Es de día. Siguen tocando timbre y puerta.

 

–No me interesa lo que quiera, sólo váyase y déjeme en pa... z... –Un corrientazo de electricidad pasa por su cuerpo. La magia se queda silenciosa, expectante. Daiki no puede creer lo que ve. Respira hondo. –Deja de jugar así Mags, el que traigas una ilusión de Taiga no cambiará nada.

 

Iba a cerrar la puerta, pero esta no se movió. Volvió a intentar. Nada.

 

–Mags es suficiente, quiero regresar a la cama, suelta la puerta.

 

–No sé a quién mierdas le hablas, pero te puedo asegurar que no soy ese tal Mags.

 

La puerta se abrió completamente. Daiki se olvidó hasta de respirar. Bajo el marco de su puerta, zapatos deportivos, jeans obscuros y camisa blanca, se situaba Taiga. Observándolo de pies a cabeza.

 

–¿No llevas sostén? –Inquiere con la ceja levantada, su tono es grave y profundo.

 

Daiki recuerda lo que sus brazos cubrían, se avergüenza como nunca, se cubre. El silencio es roto por el golpeteo fuerte contra su caja torácica, siente que el corazón se le saldrá en cualquier momento.

 

–¿Me permites pasar?

 

Un pequeño pasito a un lado da. Espera sea lo suficiente entendible. Sus brazos no se mueven de su lugar. La puerta se cierra y ella brinca. No esperaba a Taiga. Ni las esperanzas de verlo de lejos siquiera.

 

–Uh... ¿qué haces aquí?

 

–¿Qué pasó? – Apunta a todo el lugar.

 

–¿Un tornado?

 

–Me lo estas preguntando. – Daiki no contestó. – Ven aquí. –No se movió. –Daiki, no voy a hacerte nada, ven aquí.

 

Una mirada. No podía verlo. Se sentía expuesto, vulnerable. Sentía que si hacía cualquier cosa podría molestar a Taiga, no deseaba eso. Nunca le gusto tratar con personas, dar explicaciones, mucho menos cuando eran importantes para él. No cuando estas siempre le lastimaban de alguna forma. Con Taiga ya tuvo su dosis de dolor para el resto de su vida. Gracias, pero no.

 

Abandono. Siempre era el abandonado, el que se quedaba atrás. Con sus padres ocurrió lo mismo, la única diferencia fue que se quedó donde mismo para elegir su camino y este, le llevó a conocer la agonía. El terror y la pérdida.

 

–Mírame a los ojos Daiki Aomine.

 

La orden fue. La orden la odiaba. Levantó el rostro con reto.

 

–Soy hombre de pruebas, hechos y teorías, no de fantasías, conjeturas o ilusiones. Explícate antes de que mate este amor por los tres.

 

Todo se fue. El poder que sintió, la fuerza, todo se dreno al escuchar aquellas oraciones con un poderío impresionante. Olvidó hasta de cubrir sus senos.

 

–¿Qué?

 

–Quiero escucharte, de hecho llevo buscándote para quedar, pero el móvil me mandaba a buzón directo. Tu jefe no quiso darme tus datos y después recordé que ya había venido a tu casa. Aquí estoy, explícame, pero primero ve a ducharte. Apestas.

 

Bajo un hechizo hizo lo pedido.

 

El agua quitó la mugre, enjuagó sus lágrimas y limpió sus heridas. No sabe cuánto tiempo duró bajo el chorro, pero al parecer fue bastante porque Taiga ya le ordenaba a una joven que suponía, se encargaría de limpiar su departamento. Varios hombres y mujeres se movían como hormigas, cumpliendo órdenes que apenas entendía. La mirada de ambos le hizo ocultarse bajo su gabardina, esa donde ambos caben y no parece de nadie en particular. Sus piernas cubiertas por unas mallas calientitas, una falda, tenis y una camisa de manga larga con las etapas de café impresa al frente. Su cabello húmedo se amoldaba al gorro de Los Simpson.

 

–Estás a cargo Riko.

 

Taiga le toma del brazo, ambos salen del lugar. Silencio. Todo es silencio hasta en el auto. No sabe qué hacer. Sus dedos se retuercen con los dobladillos de ambas mangas. Su corazón palpita desenfrenado. Sólo quiere un abrazo, una mentira para poder levantarse el día de mañana.

 

Un restaurante. Es pequeño, el chef saluda a Taiga. Se siente chiquita, alguien minúscula ante la presencia de ambos hombre. La carta es entregada, apenas lee se abre su apetito. Ve la pequeña sonrisa de Taiga. Le gusta. La comida es pedida, beben y esperan. No hay palabras, sólo contemplaciones. Daiki no sabe qué hacer, quiere llamar a su madrina para que le saque de ahí, pero no duda que se haya confabulado con la magia para traer a Taiga. Los platos son puestos en la mesa.

 

–Quiero la verdad, Daiki.

 

El moreno detiene la última cucharada de comida hacia su boca. Le observa. Taiga le mira analizando su rostro, no mueve sus ojos de los suyos. Se remueve, el poco apetito que quedaba se ha esfumado. Un trago de vino y las palabras fluyen cual río. No comprende cómo lo hace o si este le entiende. Si habla español u otro idioma. Sólo está ahí, es una silla de restaurante pequeño, alejado de todos, ocultos por unos cuantos árboles decorativos. Taiga sostiene su copa, bebe en tragos pequeños. La botella ha sido dejada en la mesa.

 

Daiki le cuenta de su pueblo, de lo que es, la forma en la cual ve la magia y los elementos, de la luna y el sol. Del casamiento bendecido por esos astros y que sus padres rompieron. Fue convertido en moneda de cambio para los dioses. Su pueblo le abandonó y él abandonó a su madre. Cómo llegó a suelo alemán, su madrina, sus carencias y situaciones. Su odio y tristeza. Su alegría al estar con él. Lo patán que fue con ella. Simplemente le cuenta todo sin necesidad de medir sus palabras, si les dio la connotación correcta o las empleo de acuerdo a su significado.

 

Habla. No sabía cuánto había fracturado Taiga su muralla hasta que las lágrimas golpeaban contra el mantel de la mesa. No comprendía cuánto daño le causo el amor de sus padres. Cuanta impotencia el no tener un lugar seguro sobre su cabeza o el salto de comidas. Ya no sabía si lloraba por liberación del momento o por la ira. Odio y furia. Taiga estaba ahí, sentado con su ropa informal, pero tan malditamente guapo como sólo una escultura antigua puede serlo.

 

Al terminar, el sol se encontraba a mitad del cielo. Dos copas de vino entraron a su cuerpo de golpe. Le amodorro lo suficiente hasta despertar en el auto de Taiga y esté intentando sacarla para llevarla a dentro.

 

–Estamos en mi casa. –La casa era grande, custodiada por árboles y jardines. –Seguiremos hablando dentro, sin terceros oyendo lo que no les compete. –Le siguió. –Miguel, buenas tardes.

 

–Buenas joven.

 

Un hombre mayor en traje simple les sonríe al entrar a la casa.

 

–Harás lo que te pedí esta mañana, por favor.

 

–Claro señor, todo está listo para usted. En la cocina hay comida preparada, cualquier cosa puede contactarme al móvil.

 

–Gracias Miguel.

 

–No es nada, buenas tardes señorita.

 

La puerta se cerró tras su partida.

 

–Sígueme.

 

Taiga le guió hasta una habitación. Él se sentó en un sillón mientras ella se quedó parada a mitad de esta.

 

–Entonces, déjame ver si entendí, tus padres te condenaron al enamorarse, la luna te cambia de género como castigo cuando deberían ser ellos quienes lo padecieran. Eres un chico que cambia a mujer por el día. ¿Es correcto?

 

–Sí.

 

Conciso y crudo. Esa era su verdad absoluta.

 

Taiga suspira. –Tú eres un enigma andante.

 

No sabe qué responder. El silencio se instala. Pesado, misterioso. El aire entra. Daiki se pierde en el ondular de las cortinas que no nota las acciones de Taiga. No hasta el beso sobre sus pequeños labios. Su cuerpo en automático responde, se enciende. Sus manos se aferraban a una balsa que nunca deseó abandonar. Mordidas, caricias. Mimos. Se separan.

 

–¿Qué...?

 

Daiki no puede formular nada. Su cerebro se ha freído. Sus neuronas no funcionan como deberían.

 

–Esto es mi respuesta.

 

Otro beso. Demandante como las manos que aferran su cintura. Jadea al sentir el miembro contrario contra su pelvis. La realidad cae como la duda. Se aleja abruptamente.

 

–No quiero esto por lastima, quiero esto porque nos amas, Taiga.

 

–¿Y eso no quedo claro? –La mofa en su rostro le dijo a Daiki sobre el derecho de duda.

 

–No comprendo... ¿Qué me asegura que esto no es un juego o venganza? No puedo entregarme así.

 

–Aún sigo enojado contigo Dakota Daiki Aomine, pero esto lo deseo tanto o más que tú. Y si no me crees, créele a la magia y mi corazón. A esas no les puedo controlar.

 

Otro beso. La magia les envuelve. Ahí, Daiki se entrega. Se aferra a Taiga, su primer amor, su primero en todo. La ropa se va, el estremecimiento es causado por el aire, que juguetón, interfiere en el acto. Taiga le ha sacado toda la ropa, él sólo pudo con la camisa y desabrochar los pantalones. Los dedos acarician sus muslos, traspasan su ropa interior. El colchón contra su espalda. Taiga no ha parado de besarle. Él no sabe ni por donde comenzar a tocar. Las pantaletas salen.

 

–Eres muy hermosa.

 

Aquello le agito. Sus piernas se cerraron, comprimiendo la mano del pelirrojo a punto de tocar su vello púbico. Nunca lo ha hecho. No intimidad a tal grado.

 

–No haré nada si te incómodo.

 

–¿Realmente nos amas?

 

–Sí. –Contestación sin vacilar.

 

Las pierna se aflojan un poco, pero la mano no se mueve.

 

–¿Quieres que continúe Daiki?

 

Ese es su nombre. Su nombre real, su esencia y su alma. Le reconoce en su cuerpo de chica.

 

–Sí.

 

Un beso. Siempre es un beso el que detona todo, el que guía y el que finaliza. Daiki siente por primera vez sus senos amasados como sus nalgas, sus pezones mordidos, succionados y lamidos como su clítoris siendo estimulado. No sabe cuánto jadea, gime y llama a Taiga como un poseso a un dios. Sus piernas son abiertas, recorridas y mordidas. Su vientre y cuello son venerados. Vibra de placer. Tiembla de anticipación ante el miembro erecto que Taiga muestra sin pudor y le obliga a tocar. Miradas. Alma. Corazón. Sangre bullendo a gran velocidad por todo su cuerpo, desea aire y este escasea. Se aferra a las sábanas al sentir la intrusión. Taiga no para de susurrarle palabras tiernas, de decirle bonito, guapo y lo sexy que se ve.

 

Y así se siente. Un ser deseado y amado. Las embestidas comienzan. Unas cuantas y se siente en una montaña rusa. Taiga no le da tregua, sigue acariciando sus senos. Besa sus labios y juega con su lengua. Sus respiraciones se mezclan. Los gemidos se comen entre ambos. Sin apartar la mirada de la rojiza se corre. Siente el líquido caliente entre sus labios vaginales. No siente las piernas y mucho menos el resto de su cuerpo. Su piel está hipersensible.

 

–Sonrojada te ves linda.

 

Sonríe. Sigue siendo una chica, no puede evitarlo, pero le encantó ser masilla entre los dedos expertos de Taiga. Este le toma entre sus brazos, le arrastra hasta su cuerpo. Sus dedos no se detienen, le acarician y él cae al mundo de Morfeo.

 

El mejor sueño en semanas.

 

La música a lo lejos, suave y tranquila, le obliga a regresar poco a poco. Parpadea, las cortinas siguen, la magia apenas se siente, como si esta le estuviera dando su espacio. Sonríe. Ella era extraña. Se estira cual felino, las sábanas cubren lo esencial. Sigue con las cortinas. Segundos tardan en regresar las memorias. Su cara está completamente caliente. Se levanta. Taiga está a su lado viéndolo desde quién sabe cuánto tiempo.

 

–Tú, yo, nosotros... ¿Cómo?

 

–Nosotros todo.

 

Gime y cae hacia atrás. No puede creerlo. Se entregó a un hombre. Le tocaron y ningún astro está gritándole en la oreja. Entonces lo nota. Hay luz en la habitación. Sin importar su desnudez corre al balcón, jadea. El manto nocturno está en su máximo apogeo. La luna se encuentra más plateada de lo normal. El solsticio de invierno está ahí. Está pasando. Se toca. Su cuerpo es duro como el mármol, sus dedos son ásperos, sus piernas son un poco más largas, torneadas. Su V se marca como sus bíceps. Su pecho igual y ni se diga de sus brazos.

 

Su miembro entre sus piernas protegiendo un par de huevos. Es él. Es Daiki Aomine.

 

–Si no lo hubiera visto probablemente nunca te hubiera creído.

 

–¿Lo viste?

 

–Perturbador, pero muy sensual. Te deje hecho polvo, cariño.

 

–Jodete.

 

–¿Y si continuo jodiendote?

 

Daiki le observa. Taiga posee esa sonrisa burlona que sabe, cumplirá su amenaza como no diga algo. Se pierde en sus ojos.

 

–Ya me jodiste como chica, ¿podrás conmigo?

 

–Hechiceros, desconfiados del prójimo cuando son un completo manojo de barro a disposición del artesano.

 

Daiki no puede refutar porque sus labios son tomados. Hay más fuerza, menos delicadeza. Brutalidad que marca las extremidades de Taiga mientras le lleva, de nuevo, a la cama. Yacer entre las sábanas de satín negro será su nueva actividad si este continua mostrándole los caminos del placer. Una mano le sujeta del cuello, le fija contra la almohada mientras los labios contrarios juegan con su boca. Hacen lo que quieran con ella. La otra mano acaricia sus pezones, bajando por su abdomen y pelvis, jalando un poco su vello púbico y comenzado a bombear su pene.

 

Su uretra es atacada sin compasión. Se suelta. Gime. Se aferra a los hombros de Taiga. Sus muslos son abiertos con extrema lentitud, midiendo sus reacciones. Un dedo sube y baja por su falo. Otro abre su camino entre sus nalgas. Arquea la espalda en cuanto el primer dedo entra. Despacio. Con tiempo y calma le acaricia. Sale y entra. Dos dedos. Expanden y tocan algo dentro de sus entrañas que le obliga a correrse.

 

–No te atrevas a dormite Daiki.

 

–¿Qué me haces?

 

Apenas puede mantener los parpados abiertos, le cuesta jalar aire a sus pulmones.

 

–Liberó a tu cuerpo y de paso te doy amor.

 

Sin respuesta. Otro dedo. Besos, caricias, jadeos y bendiciones a todos los antepasados de Taiga Kagami por existir. Su miembro comienza a despertar. Mueve la cadera exigiendo más.

 

–Bien cariño, aquí iremos más despacio.

 

Daiki sólo le observa, asiente a lo dicho. Podría estarle pidiendo su alma o vendiéndole a otro y poco le va a importar si continuaba haciendo aquello con los dedos. Necesito mil bocanadas de aire para sobrevivir. Más fuerza para aferrarse. Más sangre para vivir. Aquello era peor que siendo chica. Taiga le acarició el cabello, bombeo su miembro y beso sus labios. Susurro palabras, todo eso sin mover ni un milímetro su cadera. Daiki sentía morirse como no continuará.

 

–Muévete o juro que te convierto en árbol.

 

–Que mandón.

 

Risas. Primer estocada. Jadeo. Segunda estocada. Sin aire. Tercera, su perdición. Taiga volvió a tocar algo que le obligó a perder toda clase de conciencia o decoro. Vergüenza salió de ese cuarto hace siglos. Lo siguiente que supo fue ser movido en tantas posiciones que perdió la cuenta en la cuarta y la cordura cuando la luna comenzaba a descender. Otro orgasmo. Respiraciones pesadas, cuerpos laxos.

 

Medio día. Daiki despierta, misma cama, mismas sábanas y el mismo hombre apretando su cintura mientras respiraba en su cuello. Se giró, contemplo cada línea que definía el rostro de Taiga. Rectas y curvas. Suaves y duras. Acarició con las yemas de sus dedos todo cuanto tuvo a su alcance.

 

–¿Te diviertes?

 

–Algo.

 

Taiga abrió los ojos. Estos no se movieron de su rostro.

 

–¿Qué?

 

–Eres hombre.

 

–Dah, te acostaste con uno y hasta ahora lo notas.

 

–No idiota, sigues en tu cuerpo de hombre.

 

–¿Y?

 

–¿No que cambiabas con el día?

 

–No escuchaste nada ayer, ¿verdad? –Taiga le observó instándole a continuar. –El día siguiente del solsticio quedó como hombre, el de verano será el último antes de definir cómo seré.

 

–Espero te quedes como mujer, eres más tierna... Auch, que agresivo eres por las mañanas, ni siquiera el sexo te ayuda.

 

–¡Taiga!

 

Daiki ríe. No para, no puede y no quiere dejar de hacerlo mientras Taiga le hace cosquillas. Las sábanas en el suelo evidencian su posesión más preciada. No ha escuchado a la luna o al sol. La magia está con él, tranquila como una nana. El solsticio ha pasado y la magia ha hecho su elección. El perdón aún no se da, pero no teme. No mientras Taiga este a su lado.

 

Hoy ellos estarán juntos. Mañana sólo dependerá de ambos. Ya no más de los astros o sus padres. Sólo de ellos. Sólo de Taiga. Sólo de Daiki. Siempre Daiki Aomine.

 

 

Notas finales:

Locura terminada con sangre y sueño ensima para este mes tan loco como hermoso. Uno, porque fue mi cumpleaños y dos, porque este par cumple años y mi grupo de facebook se vuelve loco junto con las demás redes sociales que aman esta pareja. 

En fin, nos vemos en la sigueinte locura.

Yanne xD.


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