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El primer rey y el mago maldito por Angie Sadachbia

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Notas del fanfic:

Empecé a escribir esto bajo una fuerte influencia de Makka na ito y Kuchizuke después del concierto de Plastic Tree.

Es una continuación a la segunda parte de la serie Gensou.

.O. Disfruten .O.

Notas del capitulo:

Todo debe tener un, ¿comienzo?

 

Había algo en él que no podía explicar. Desde que tenía uso de razón, era capaz de infligir daño a otros, pero no podía controlarlo ni conocía la fuente de esas habilidades.

Ryuutarou era el menor de los hijos de la familia Arimura, conocida por ser la dueña de la mayoría de cultivos de arroz de Sekkei y, por tanto, parte de la clase privilegiada. Tenía 17 años, cabellos negros con los que solía cubrir su mirada, usaba ropas grises y prefería andar descalzo. Sabía todo lo que debía saber sobre el arroz, detestaba su lugar en la sociedad y amaba los animales más que a nada en el mundo, a pesar de que sus parientes no lo entendieran.

En aquella ocasión, no buscaba provocar dolor sino aliviarlo. Había llevado un gato negro desde hacía dos semanas a casa y lo mantenía oculto de su familia; hasta que uno de sus primos lo encontró y lo dejó malherido. El chico pudo lograr que esa cortada superficial en la pierna de su familiar pareciera un accidente; pero no era capaz de sanar al felino.

—¿Dónde está ese muchacho? El rey está por llegar y va a encontrar a la familia incompleta, pensará que no es bienvenido.

Ryuutarou se había aislado junto a un pequeño cobertizo para tratar de curar al gato. Se encontraba lejos de la casa principal, en medio de los cultivos de arroz que se mecían con el viento como si fuera mar. Algo le decía que era capaz de devolverle la salud y sólo deseaba saber cómo. Mientras su familia sólo tenía mente para recibir al rey en casa, él sólo tenía mente para Kuro.



—Su majestad, todavía no llegamos.

Yasunori, primer rey de las tierras de Sekkei, bajó del carruaje que lo transportaba al primer encuentro con la familia Arimura. Había procurado evitar las reuniones con ellos porque quería evitar encontrarse con Ryuutarou, la reencarnación de Naohisa.

Fue por eso que, estando de camino, prefirió bajarse de su transporte para retardar el encuentro con el joven.

—Veré las parcelas por mi cuenta. Sigan sin mí, llegaré en un rato.

—Pero, señor...

—Dije que sigan sin mí.

En cuanto la comitiva continuó el camino, Yasu se adentró en los cultivos de arroz que bordeaban el sendero mientras divagaba en sus propios pensamientos.

Si sus cuentas no fallaban, Ryuutarou debería de tener la misma edad que tenía Naohisa cuando se conocieron siglos atrás. Hacía algunos años pudo verlo de cerca, durante la presentación de su primogénito en sociedad, era un pequeño niño que sólo quería volver a casa. Después de esos breves instantes, Yasu tuvo tantos sentimientos encontrados que no pudo dormir en varias semanas.

De no ser porque el pequeño había nacido esta vez en una familia privilegiada que hacía parte de la corte y que había insistido todos estos años en que el rey visitara sus tierras para rendirle pleitesía, o la insistencia de su esposa o todos esos factores que convertían la renuencia a la familia Arimura en un riesgo para la estabilidad del pueblo, el rey kami no estaría caminando en medio de campos de arroz con la mente embotada en mil formas de ignorar a Ryuutarou.

Aunque no midió los riesgos de caminar sin su mente al mando, porque sus pies lo llevaron hacia la fuente de una energía que no podía detectar con facilidad; pero que podía reconocer en parte. Cuando volvió en sí, estaba frente a una pequeña construcción en madera, en frente de la cual estaba un joven que acariciaba con parsimonia a un gato negro.

Ryuutarou alzó la mirada con recelo. Sabía que tenía en frente a alguien con una presencia imponente, pudo notarlo desde que venía en camino. Se quedaron en silencio un instante, mirándose fijamente sin querer perder la compostura, hasta que uno de los dos se atrevió a hablar.

—¿Cómo se llama el gato? —preguntó Yasu antes de sentarse en el suelo frente al muchacho. No podía entender qué pasaba por su mente, pero sí que el animal se encontraba muy mal.

—Kuro.

—Se ve muy mal, ¿qué le pasó?

—Lo golpearon anoche, he tratado de curarlo; pero no sé cómo —respondió con desgano el menor de los Arimura, poner en palabras su problema sólo le hacía tangible la inminente pérdida de Kuro.

Yasu recordó que Isshi había mencionado, tiempo atrás, que Ryuutarou tenía aptitudes para la magia. No podía actuar como si fuera lo más casual del mundo la existencia de un mago o, mejor dicho, del único mago en el reino. Tampoco podía desconocer que el joven, quizá, tenía alguna consciencia de sus habilidades.

—La salud en animales es más difícil de recuperar que en seres humanos, ¿sabes? —dijo después de un largo suspiro, levantó la mirada del gato hacia su humano—. ¿Qué has hecho para tratar de curarlo?

—Bueno, la verdad es que no he tratado... —murmuró avergonzado, sus manos seguían acariciando con suavidad el negro pelaje del minino y su mirada se dirigía a algún punto del suelo—. Yo... yo sólo puedo hacer daño, tengo miedo de que empeore si intento algo y no conozco a nadie que sepa curar animales.

El kami interpretó la confesión del menor como una señal de su inexperiencia mágica. Se atrevió a tomarle una mano para apartarla del gato y luego hacer circular energía en los tejidos del humano.

—¿Puedes sentir algo que no sean mis manos? —Ryuutaro se había quedado viendo fijamente esa invasión a su espacio personal con indignación, pasando despés a la sorpresa porque pudo sentir cómo fluía ese algo que, en más de una ocasión, había usado para herir a otros.

Cuando era niño, podía ver algunas luces tenues formando hilos en la oscuridad de la noche; pero las luces se apagaron para él y, en su lugar, pasó a sentir algunas de las cosas que pasaban a su alrededor. No pasaba siempre. Por ejemplo, no podía sentir la presencia de otras personas; hasta que, ese día, había sentido a ese extraño caminando en medio de los cultivos de arroz.

—Siento que algo circula, pero no es mi sangre.

—Es energía —le dijo el extraño de cabellos oscuros y ojos azules. Inmediatamente, bajó sus manos sobre Kuro nuevamente y pudo sentir que esa energía fluía de nuevo, aunque era diferente a la que había sentido sólo en su mano. Pasaba por el cuerpo del gato y arrastraba cosas consigo, unas quedaban y otras salían.

Después de un breve lapso de tiempo, que parecieron horas, Yasunori soltó las manos de Ryuutarou. El gato abrió sus ojos y bostezó largamente.

—Es increíble, ya está bien —dijo animado el joven, sin creer lo que acababa de ocurrir. Había una forma de sanar a través de esa energía que él podía sentir y manipular, el paso a seguir consistía en saber cómo dominarla—. ¿Cómo lo hiciste?

—Muchos años de práctica —respondió mirando a Ryuutarou con una leve sonrisa. Se había bajado del carruaje para no encontrarse con él; pero su destino le jugaba cartas muy inesperadas—. No debes decirle a nadie sobre esto, ¿entendiste?

El joven asintió suavemente sin dejar de mirar al extraño. Una ligera sensación de familiaridad le embargaba la mente en esos momentos, suficiente como para que hubiera dejado de acariciar a un celoso Kuro que, recuperado, se había levantado y confrontaba al sujeto de los ojos azules que veía demasiado a su humano.

—Creo que este pequeñito se encuentra mejor. —Yasu se puso de pie, dispuesto a ir a la casa Arimura. Había pasado quién sabe cuánto tiempo ahí, embelesado en el aura que rodeaba al muchacho.

—Es como si esto hubiera pasado antes —dijo Ryuutarou con extrañeza—. ¿No nos conocemos de otro lado? —preguntó una vez estuvo de pie.

—No lo creo. ¿Conoces la casa Arimura? Debo estar ahí en poco tiempo.

—Sí, señor. Soy Ryuutarou Arimura, con gusto le guiaré a la casa si me dice su nombre —comentó con suavidad y extrema cortesía.

—Soy Yasunori.

El joven se quedó en silencio un rato, mirando el ropaje carente de ostentosidad que usaba Yasunori y analizando su comportamiento. Había escuchado mucho de su rey, incluso los rumores que decían que se trataba de alguna especie de criatura sobrenatural. En realidad, no le interesaba que fuera el rey, sino que sabía cómo lograr aquello que él había querido hacer toda su vida.

—No creas que te voy a llamar su majestad, Yasunori —dijo al final antes de guiarle a la casa de su familia. El mayor le vio incrédulo mientras le seguía y era seguido por un gato negro.

Ciertamente, no era Naohisa. Las diferencias entre ambos se exponenciaban con cada instante que pasaban juntos y con cada paso que daban. El rey, ante el exceso de confianza del menor, sólo atinó a pedirle que le contara historias de esas tierras. Escuchó un par de leyendas poco detalladas y la referencia de Ryuutarou a una noche llena de luces dibujadas por luciérnagas.

Pudo notar en el muchacho su desconfianza al extraño mezclada con la necesidad de caerle bien. Los motivos eran obvios y era responsabilidad del kami que estuvieran en esa situación. ¿Debió permitir que el gato muriera y que el chico descendiera en una espiral de frustraciones ante su falta de experiencia mágica? ¿Acaso fue acertado su proceder? En ese instante, deseaba entender a la humanidad para no tener que contemplar infinitas consecuencias.

Lo único que sabía que pasaría, ocurrió en cuanto se vio la casa Arimura.

—¿Puedo preguntarte algo, Yasunori? —Trataba de verse seguro de sí mismo, aunque su energía denotaba lo nervioso que estaba.

—Es justo, yo te he preguntado muchas cosas hoy.

—¿Me podrías enseñar... a controlar la energía? —preguntó después de vacilar con sus manos tras la espalda. Para él, era una oportunidad que no podía dejar escapar.

La primera parte de la respuesta fue una mano gentil posándose sobre los negros cabellos de Arimura.

—No.

Notas finales:

Este primer capítulo se lo dedico a mi Alpaca favorita, GekitetsuNikki.

Miss, si la vida adulta no me ukeara, sería un one shot de 20 mil palabras. Pero como no quiero dejar pasar la fecha para darle cosas dulces, aquí le dejo este abrebocas 8)

Si les gustó el capítulo, dejen alguna señal de vida (?), que espero dejar la continuación lo más pronto posible.

.O. Gracias por leer .O.


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