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Fiesta sorpresa para un cachorro por Agatha Shadiness

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Notas del capitulo:

Disclaimer: Yugi oh y sus personajes no me pertenecen. 

Advertencias: AU. OOC. Romántico.

Capítulo único.

La tarde  caía soleada sobre la pequeña Domino, cada parque de la ciudad tan lleno de niños como siempre, pequeños con muñecos de acción, jugando a las guerras intergalácticas y niñas conversando sobre la nueva revista de moda y el color que combina con sus zapatos.

 

Un joven rubio sentado en una banca a la orilla del parque observaba con ojos tristes el caminar del tiempo a su alrededor. Nadie notaba su presencia, porque todos tenían alguien con quien charlar o reír, él solo quería un momento para pensar y dejar de sentir.

 

Aún se preguntaba cómo logró pasar desapercibido tanto tiempo, porque nadie en la escuela notaba que estaba apagándose, como una flor al marchitarse y dejar caer sus pétalos opacos e inservibles.

 

Miró de nuevo sus manos recostadas en su regazo, estaban cansadas, llenas de cicatrices invisibles de trabajo. Desde los trece empezó con la dura tarea de ser adulto, hoy a sus dieciocho ya está más que harto.

 

Harto de ver los amaneceres sin esperanzas de encontrar una solución a su monótona vida.

Harto de observar el mundo girar y sentirse que no gira junto a él.

Harto de sentir un amor prohibido por un ser inalcanzable y totalmente incapaz de corresponderle.

Harto de vivir una vida que quizá merecía, pero no deseaba.

 

No sentía derecho de seguir. No quería tener que despertar otra vez después de soñar con su esbelto cuerpo, con sus hombros anchos, con su piel de armiño, con sus ojos de mar; y sentir ese vacío en el cuerpo que le indicaba que jamás estaría a su alcance.

 

Porque era como soñar que una mosca alcanzaba una estrella. El era la mosca y el hermoso y perfecto Kaiba, su brillante estrella. Brillante e inalcanzable.

 

Suspiró por tercera vez en el par de horas que llevaba sentado en ese lugar, hoy no asistió a la escuela, si de todas formas estaba destinado a ser un mediocre, un vil fracasado, holgazán y alcohólico como su padre, para qué demonios necesitaba la escuela. Si era suficiente ya con el maltrato en casa, para que buscaba la humillación en el bonito colegio.  Dejaría de asistir, de todas formas, nadie lo notaria. Se dio cuenta hace pocos días, él valía para el mundo, lo que vale una pequeña mota de polvo, tal vez menos que eso.

 

Sacudió uno de sus muslos, no tenía mucha carne, era delgado por naturaleza y la falta de alimento le hacía serlo aún más, lo poco que tenia pegado al hueso era musculo, nada de grasa, ni piel lánguida y colgante. Recodó su cuerpo reflejado en un espejo, trabajar desde pequeño había servido de algo, tenía un cuerpo muy hermoso, su padre podría tener razón, tal vez como puta de alguien podría ganar un poco mas de dinero para sus vicios.

 

Sus ojos dorados se llenaron de un brillo triste, la garganta se apretó y el nudo en su estomago se encogió un poco más, dolía saber que ni siquiera a su padre le importaba un poco su ser. El no recordaba haber sido un mal hijo, pero algo tuvo que haber hecho muy mal para ser tratado como menos que a una escoria.

 

-Tal vez fue el haber nacido.


Debió ser eso, o respirar, tal vez fue el haber llorado de hambre incontables veces o sentir la necesidad de un abrazo y el cariño de familia que siempre le falto. No podía saberlo con precisión.

 

Se limitó a suspirar de nuevo y limpiar con su antebrazo ese par de mares de miel que tiene en el rostro.

Decidió que era hora de regresar a casa, tenía pensado que su auto-regalo podría ser ver el atardecer, sentir los rayos del tenue sol enfriarse sobre su rostro y verlo esconder su dulce cabellera dorada detrás del manto de la noche, pero aún faltaban casi dos horas para eso y ya no tenía deseos de verle.

Regresaría a casa donde seguramente su padre no estaba, pero llegaría entrada la madrugada, por lo menos las escasas horas que le quedaban de cumpleaños las pasaría sin escándalos o golpes. Bueno hasta el amanecer.

 

Caminó atravesando el parque lleno de grandes sauces y pinos llenos de vida, observó con detenimiento los jardines verdes, con grandes flores en diversos colores, mostrando sus tersos pétalos con gran orgullo, recibiendo los rayos del sol de frente y nutriéndose con felicidad a través de sus raíces gracias a la madre tierra.

 

Qué envidia les tenia, a todos y cada uno de ellos, al pequeño abejorro que saltaba de flor en flor, a la linda mariposa multicolor que posaba feliz sobre la copa de un pétalo, recibiendo el viento sobre sus perfectas y delineadas halas, simples y tan bellas, a los arboles que hablaban con el viento sobre lo extendidas de sus ramas y lo sabías de sus raíces. Desearía ser uno de ellos y ser libre, volar en el viento y recibir de la madre tierra el amor con aromas naturales que siempre regala sin medición.

 

Escucho el reír de los pequeños que jugaban sin preocupaciones a su alrededor y salió de ese parque al que le tenía un cariño especial, era un pequeño rincón hecho para él, que no tenía donde estar.

 

Las calles por donde caminó eran las mismas de siempre, grandes, llenas de autos y gente apresurada, el aire olía a comida y el estomago le dio un vuelco en su lugar, conforme avanzaba se podía sentir más el olor a suciedad de la escuálida cuadra donde él vivía, era como si hubiese dos ciudades distintas, dentro de la misma ciudad.

 

La ciudad para ricos  y la ciudad para pobres. Como él se lo explicaba con simpleza, pero en ninguna de las dos había espacio para Joey Wheeler.

 

Casi le tomo una hora llegar a la ciudad para pobres, estaba acostumbrado a caminar largas distancias, no tenía dinero para el tiquet del autobús y si lo tenía, prefería guardar los centavos para su padre, pues un día se lo dijo.

 

Un centavo más, un golpe menos. Si, él compraba su bienestar, por lo menos el físico; centavo por centavo, día con día y borrachera con borrachera.

Aunque las últimas tenían promoción especial, pues su padre comúnmente se salteaba de centavos a dólares y esos le eran más difíciles de conseguir, así que en esas ocasiones había más golpes que centavos.

 

 

Un pasillo largo y lleno de pintura roída le dio la bienvenida a su casa, los apartamentos eran extremadamente inseguros, había que cuidarse hasta de tu propia sombra, a menos que quisieras ser asaltado justo frente a tu puerta. Pero como todos en ese lugar eran tan pobres como él, lo único que podían quitarle era el par de zapatos que traía puestos y la chaqueta.

 

Malo para él, solo esa chaqueta poseía para tiempos de invierno venideros. Y hablando del clima, ese es peor que su padre, nunca se detiene ni aún que se estuviese congelando hasta los huesos, hasta los hematomas duelen más en tiempos invernales.

 

Giró el pomo de una puerta blanca que ya casi pegaba en amarillo por lo podrida que estaba, entró trastabillando con la cerradura que tenía que empujar con fuerza o se quedaba un buen rato en el pasillo descolorido.

 

La mini cocina tan llena de botellas como siempre, con olor a tabaco y alcohol y el refrigerador antiguo y café en color seguía abierto, no había nada dentro, pero aún así su padre a veces buscaba. No escuchó sonido alguno dentro de la casa así que se dirigió al pequeño cuarto del fondo donde era su habitación, si dormía temprano, durante la madrugada tendría fuerza para tratar de huir de casa si era necesario.

 

El baño apestaba a algo más que vomito humano, gracias a dios hace meses que no tenía necesidad de usarlo, tampoco es como si existiera la posibilidad de hacerlo, tanto ebrio que paso por ese asqueroso lugar podría haber dejado alguna bacteria y él lo menos que necesitaba era pescar una enfermedad.

 

Cuando consiguió entrar en su recamara se quedo de piedra, su padre estaba sentado en la orilla del viejo catre que a veces le servía para dormir un poco, aunque al levantarse los huesos le tronaran peor que después de trabajar doce horas seguidas.

 

Los ojos casi grises de su padre con pequeñas arrugas a los lados y la frente amplia y llena de cicatrices irradiaban de ira, los brazos grandes y regordetes cruzados sobre su pecho, el estomago abultado por el exceso de alcohol que se inflaba con cada aspiración de oxigeno, más el ceño fruncido le hicieron saber a Joey que no era un buen momento para estar en casa.

 

-Hasta que llegas mocoso, ¿Trajiste dinero?

-Hoy no hubo trabajo en el puerto.

-Entonces no hay centavos hoy, sabes cuál será tu castigo.

-Padre por favor hoy no pude trabajar, pero te prometo que mañana te traeré.

-No hace falta que prometas nada, hoy mismo conseguirás el suficiente para pagarme un mes entero de Vodka o Whisky.

 

La sonrisa ladina sobre la arrugada barbilla de su padre le hizo confundirse, Joey sintió como alguien le empujaba por las espaldas y fue a dar contra el sementó duro de la recamara, unas manos grandes y toscas le halaron por el cabello y  lo levantaron sobre sus rodillas, apenas le dio tiempo de articular un grito de dolor. Entonces abrió sus ojos.

 

Un hombre alto, de cuerpo musculoso, cabellos negros y ojos cafés, dientes amarillentos y unas manos más aperas que un trabajador de construcciones le vio de pies a cabeza, relamiéndose los regordetes labios y expulsando su aliento a cigarro, alcohol y todo tipo de porquerías sobre la fina nariz de Joey.

 

Él lo entendía, su padre lo vendió como a un cerdo. El tramite estaba hecho, seria la puta personal de ese musculoso bruto que le estaba arrancando los cabellos de la frente.

 

-Padre por favor, esto no.

-Tranquilo precioso, pague una buena cantidad por ti, pasaremos un buen rato.

-Padre….

 

Rogó sintiendo la lengua del hombre musculoso en su mejilla, absorbió el asco en sus entrañas y las lágrimas de sus ojos, era su cumpleaños y el regalo principal había sido él mismo.

 

Su padre caminó hacia la puerta de la habitación, trastabillando como ebrio en cantina, salió contando el dinero que saco de la bolsa trasera de su pantalón, mientras Joey palidecía de miedo ante lo que sería de él a solas con el hombre de cabellos negros.

 

-Por favor, no…

-Eres muy lindo, espero sea cierto que eres virgen, me encanta sentirlos estrechos.

 

Este no podía ser un peor día para Joey, lo despidieron de su trabajo repartiendo diarios por las madrugadas, el puerto donde ayudaba a descargar los barcos no había abierto hoy, llegó increíblemente tarde a la escuela y prefirió no entrar, terminó vagando por las calles hasta pasadas las tres de la tarde y por fin dio con el pequeño parque pacifico que tanto amaba y cuando pensó darse un ligero respiro, siente esa mano sobre su cabello, halándole y advirtiendo que será de nuevo la victima de esta costrosa vida que lleva.

 

Costras que él no provocó, costras que definitivamente no merece. Se mataba trabajando día con día, haciendo su mejor esfuerzo en la escuela y todo para que sus maestros lo tacharan de bruto y perdedor, sonreía a pesar que la vida le daba de patadas en el rostro y era amable aún cuando las personas se prestaban para humillarlo y hacerle ver mal frente a sus escasos amigos.

 

 

 

Estaba harto.

 

Harto de ser la puta del destino.

Harto de que el mundo entero conspirara para joderle hasta el bendito día de su cumpleaños, que todo el mundo olvidó.

Harto y con deseos enormes de partirle la cabeza en dos a ese desgraciado que quiere violarlo solo por tener un lindo cuerpo y un rostro de ángel.

 

Que se pudra y vaya al infierno y de paso, que busque halla una puta profesional, él no sería quien le abriera las piernas obligadamente, si su padre deseaba dinero, que sea él quien levante el trasero y lo sirva en bandeja de plata para aquel que se atreva a acostarse con un vejete alcohólico y con malas mañas.

 

-¡Suéltame!

 

Hizo un esfuerzo para retorcerse entre los brazos del sucio depravado que le lamio el cuello, movió sus piernas con desesperación y de un solo tirón le dio con la rodilla al sucio gorila justo en donde lo merece.

 

El tipo pelinegro soltó un alarido de dolor mientras se cubría con ambas manos la entrepierna y se dobló de rodillas frente a Joey. El rubio solo se limitó a tomar una lámpara vieja y descompuesta del también descompuesto buro contra la pared y se la acomodó no muy dulcemente sobre el cráneo del tipo.

 

El golpe fue bastante seco y los vidrios de la extinta lámpara quedaron regados en el piso, al igual que un inconsciente viejo pelinegro a quien el rubio veía desde las alturas, con la ceja encajada de ira y los puños apretados en ardor.

 

-Me largo de aquí.

 

Definitivamente estaba harto... Harto, harto… ¡Más que harto!

 

Guardó sus escasas posesiones en la mochila y salió por la ventana como un poseso, a lo lejos escuchó a su padre gritar un par de groserías cuando salió corriendo en dirección incierta con los nervios de punta y las lágrimas sueltas sobre sus mejillas.

 

Ira. Creció como mar ardiente en sus entrañas y lo hizo desear que el mundo mismo se voltee con la carne hacia afuera y obligue a su padre a lamer el suelo donde Joey pisa.

 

-Te odio.

 

Siseó con ardor y siguió corriendo sin ninguna dirección en particular, pensó en llamar a Yugi y pedirle ayuda, es noche y las frías calles de la cuidad pobre se ponen filosas como una navaja.

 

Las piernas comenzaron a punzarle después de correr un maratón completo y llegar a una avenida grande de un solo sentido, muy concurrida y llena de autos lujosos, salió por un pequeño callejón que al parecer desconocía hasta el día de hoy.

 

No le importo que sus lágrimas corrieran sin rumbo alguno mientras sus piernas aun tuviesen la fuerza de moverse, sentía el miedo de ser alcanzado por su padre y ese viejo musculoso y sabía que podrían golpearlo hasta desfallecer.

 

Las luces de la ciudad le pegaban en el cabello rubio haciéndolo brillar, se movía cada vez más lento y el corazón aun le retumbaba los tímpanos. El callejón estaba sucio y algo oscuro, pero a lo lejos podía verse la casa-tienda de los Muto.

 

Le faltaron unos cuantos metros cuando un perro se atravesó en frente de él, era grande y gordo y obviamente, estaba enfadado.

 

-Genial, lo único que me faltaba.

 

Se quedó estático al ver el animal crispar sus dientes y escucharlo gruñir, no podía moverse o lo atacaría, pero, que más le daba.

 

Avanzó hacia el perro, que ladraba como desalmado y gruñía como si en frente tuviese a otro de su misma raza  y se preparó para atacar, afilo sus dientes y uñas,  encajó su frente de perro arrugado y corrió hacia Joey, que como un condenado no hacía nada por salvarse del animal rabioso.

 

Y cerró los ojos esperando el dolor de esos dientes picudos sobre la piel de su brazo, atravesando las capas de una dermis blanca y lisa.  Los latidos de su corazón retumbaban cada vez más fuerte, un sudor frio escurría en su espalda y los nervios se le crisparon tanto que solo pudo abrasarse con mayor fuerza a su mochila.

 

Un instante previo a sentir cualquier dolor escuchó un grito, que sobresaltó sus sentidos.

 

-¡Muévete perro!

 

Hubo un golpe entre el silencio y el ladrido del animal gordo y feo, un chico de cabellos castaños y sedosos atravesado entre el perro y Joey, con una especie de tubo cilíndrico en las manos, dispuesto a golpear al animal furioso que gruñía y ladraba más alto.

 

Dos miradas furicas y un rubio con los nervios erizándole los bellos de la nuca y entonces reconoció un par de lagunas azules.

 

Kaiba.

 

Joey no supo cual de los dos tenía los ojos más aterradores. Si el animal furioso que por el manto de la noche tenía las pupilas contraídas en un rojo brillante o Kaiba, quien por las sombras que se formaban por la ligera luz, irradiaba una esencia a muerte de sus lagunas casi azul metal, que hacia la espalda de Joey tiritar.

 

-¡Kaiba!

 

-Quédate quieto.

 

Le ordenó con una frialdad tan grande como un antártico, Joey se atrevió a compararlo con un matón a sangre fría sacado de una ridícula película de Tarantino. El perro se impulsó sobre sus piernas traseras y Kaiba hizo una perfecta imitación de un beisbolista buscando un home ron.

 

El golpe fue a dar sobre el hocico del animal con tanta furia que quedó aturdido un metro atrás con la espalda al suelo, se levantó en un intento por volver a atacar, pero Kaiba levantó su arma en el aire con intenso deseo de asestar un nuevo golpe y este seria definitivo.

 

La imagen de Seto Kaiba, enfadado, con el ceño fruncido, entre sombras apenas perceptibles, con esos afilados ojos entre tinieblas, llenos de azul furioso, le dijeron a Joey que definitivamente nunca buscaría un combate cuerpo a cuerpo con el frio empresario.

 

El perro se largó corriendo con el rabo entre las patas y un buen  hematoma en el hocico que lloraba por no obtener un trozo de su cena y tal vez porque hasta a Joey le dio miedo el castaño en ese momento.

 

El sonido metálico del tubo dio contra el suelo y Joey se estremeció por millonésima vez en la noche. Dios, si ese artefacto no hubiese estado Seto ahora, él habría…

 

-Wheeler, ¿Qué demonios te pasó?

-Kai..ba…- Tartamudeó tanto como un chiquillo al aprender el lenguaje.

-Oye, hacer el tonto en la escuela te sienta bien, pero fuera de ella es diferente, ¿Estás bien?

 

Claro que no estaba bien, temblaba como una hoja al viento, el llanto escurría entre sus ojos, la garganta le dolía y la tenia apretada de miedo y otras emociones rotas y el estomago, le daba más vuelta que un carrusel descompuesto.

 

-Wheeler, estas pálido, ven te sacare de aquí.

 

El castaño le tomó por los hombros y lo arrastró hacia fuera del callejón, estaba perplejo, tal vez era una alucinación, pero Seto Kaiba no podía estar ahí, ayudándole. La luz del alumbrado público les ayudó a llegar cerca de una calle amplia y vacía, pasaban cerca de las nueve de la noche, las personas ya estaban en sus casas probablemente.

 

-Wheeler me puedes decir qué demonios hacías en ese lugar a esta hora.

-Yo Kaiba, es que, no tenía a donde ir.

-¿Y porque no corriste del perro? Pudo haberte matado.

-No pude.

-Vamos no me digas que te dio miedo, no era tan grande, serás cobarde Wheeler.

-….

 

No contestó las burlas del castaño, porque sabía que eran ciertas, era un cobarde, una vil basura que no merecía ni ser salvada, menos por alguien como Seto.

 

-Pudo haberte lastimado.

-No digas tonterías Wheeler.

-¿Porque me ayudaste?

-Que se supone que hiciera, quedarme a ver el espectáculo de cómo un perro se come otro perro, seria épico, pero no muy agradable.

-¡Kaiba, no soy un perro!

-No, eres un pequeño cachorro.

-¡Kaiba!

-¿Por qué no tienes a donde ir?

-….

-¡Vaya alguien le comió la lengua al cachorro!, esto sí no me lo esperaba, sabes seria educado de tu parte que le contestaras a quien te salvó de ser la cena de un perro callejero.

-Mi padre me corrió de casa.

-¿Qué?

-Bueno, no me corrió, hui.

-Estás loco. Quieres que la policía te busque y te lleven ante él, ¿Porque hiciste eso?

-¡No! ¡Por favor Kaiba que no me lleven con él, por favor!

-Wheleer, ¿Qué rayos te pasa?

 

Seto vio las pupilas de Joey ahogadas en angustia y miedo, ese no podía ser el latoso Wheeler que siempre estaba alardeando en la preparatoria, haciendo de bálsamo para las aburridas clases que casi lo volvían loco día tras día.

 

Este no era el cachorro por el cual estaba vuelto un idiota desde que descubrió que su corazón latía, o si, latía y se le quebraba cuando Wheeler veía con cariño a alguna chica o dejaba que sus estúpidos amigos le abrazaran y llenaran su rostro de sonrisas y la garganta de esas hermosas carcajadas armónicas.

 

-Tranquilo, no te llevare con él, ven iremos a mi mansión, ahí te calmaras y luego pensaremos en algo.

-¿Vas a ayudarme?

-Algo así, pero no te acostumbres perro.

-¡No soy un perro! ¡Gato engreído!

 

Joey le enseño a Seto la punta de su lengua mientras este soltaba una carcajada, el rubio enrojeció ante lo infantil de su gesto y ante lo hermoso que se oía esa voz gruesa y varonil riendo tan amenamente, pensó que nunca había escuchado una voz tan sensual como la de Seto y se sonrojó mas cuando este le abrió la puerta derecha de un auto.

 

No había notado que Kaiba tenía estacionado su automóvil justo frente al callejón del cual salían, bien podría decirle que le faltaba poco para llegar a casa de Yugi, pero al enano no le amaba, bien eran amigos, pero prefería estar un minuto más con Seto aunque luego este lo corriera a patadas de su casa. Amor de perros y gatos. Bien podría describir su situación.

 

-Kaiba, ¿Tú te paraste aquí para ayudarme?

-Vi un cachorro en aprietos, Mokuba me asesinaría si dejo que algo como eso pase frente a mis narices y no hago nada.

-¡Que no soy un perro!

-¿Quien dijo perro? solo mencione a un cachorrito asustado.

-¡Kaiba!

 

Joey enrojeció hasta donde no hubo más espacio es su rostro, Seto se limitaba a ver por el rabillo de sus orbes azules las mejillas pálidas del rubio, tan carmín que se le antojó palparlas con un dedo para ver si eran un caramelo liquido ansiosas por ser probadas.

 

 

La mansión de Seto siempre había sido un enigma para el rubio, imaginaba que viviría en una casona antigua, llena de gárgolas de cemento y fuentes a mitad de sus enormes jardines verdes y llenos de césped estrictamente cortado a dos centímetros.

 

Nada más parecido y distante de la realidad, si había césped, pero no gárgolas, la fuente no era circular como Joey llegó a imaginarla, ni tenía un angelito desnudo en lo alto que cargaba un arpa dejando salir notas mudas de su eterna vida congelada de mármol.

 

Era un imponente dragón blanco de ojos azules, ondeando sus alas en el viento, con el cuello erguido y los ojos furiosos listos para el combate, se veía realmente aterrador, imponente y hermoso.

 

La casa de acabados barrocos, tenía en su entrada una puerta de caoba con clásicos grabados de artesanía antigua y las ventanas grandes de cristal fino la hacían lucir más como una obra de arte que como una casa, el interior, lleno en su mayoría de fotografías del menor de los Kaiba y muebles de diseños prestigiosos, de los más finos materiales y tonalidades azul y madera.

 

-Siéntate iré por un poco de agua.

-Kaiba…no le molestará a Mokuba que este aquí.

-El ya debe estar dormido, descuida.

-Pero…

 

Seto se marchó dentro de un par de puertecillas delgadas que llegaban a la cocina,  Joey solo pudo observar con los ojos consumidos en cansancio la figura esbelta caminar con el porte elegante de un gato dentro de su propia mansión.

 

Observó con cuidado la fotografía que enmarcaba la chimenea en la pared más grande de la sala, un lindo chico de cabellos castaño con un balón en mano veía la lente de la cámara que le tomó la foto directamente, los ojos del niño le parecieron a Joey las dos gemas más hermosas del mundo, pero el cabello castaño con un flequillo en la frente le hicieron saber que era el mismo chico que se había escabullido hacia la cocina.

 

Joey nunca imaginó conocer a Seto Kaiba cuando era pequeño y una sonrisa tierna murió en sus labios. Se sentó en un pequeño rincón junto a la chimenea no quería ensuciar los finos sillones de la sala.

Su cuerpo suspiró con cansancio y hambre, el estomago aún le dolía, pero no pensaba abusar de la amabilidad de Seto quien ya había hecho demasiado para ser su obra de caridad del día.

 

Se abrazó a sus propias rodillas con tristeza de pensar lo que sería un futuro poco prometedor para un menor de edad que había huido de su casa y que no tenía a nadie más en el mundo, la vida era demasiado dura con un pobre cachorro hambriento de amor.

 

Pensó en las posibilidades que tendría para salir adelante, contar con el apoyo del campeón de duelos era demasiado, si bien eran amigos, el pequeño no podía cargar con un perro latoso toda su vida, Tristán ya tenía demasiados problemas familiares para agregarle uno más, de Tea mejor ni hablar, un tipo flacucho  y con imagen de desnutrición no sería bienvenido en su hogar.

 

A Kaiba, si bien lo podría contar como compañero de escuela jamás como un amigo, porque Seto Kaiba era perfecto, no tendría un pedazo de basura como él de amistad, además Seto Kaiba no era su prospecto como amigo, sino como amante, cosa que, jamás sucedería.

 

Estaba perdido. Una pequeña mosca que soñaba con alcanzar una estrella.  Y que ahora solo servía de prostituta de quinta.

 

Nuevamente lloró, porque dolía saber que nadie en este mundo lo amaba, que él estaba de más, que era un ser que no tenía cabida ni lugar a donde quiera que se parara. Que siempre sería la mosca tratando de alcanzar la estrella.

 

Abrazó con fuerza su mochila hasta que no quedo más espacio que abrazar y sintió las lágrimas correr por su rostro, caer por su delicada barbilla y perderse entre su desgastada camisa blanca.

 

Dolía. Todo lo que pasaba a su alrededor lo hacía retorcerse como gusano entre alcohol.

 

Llanto silencioso y más dolor, solo eso pudo ya soltar de su alma, el futuro era más negro que el manto que cubría a la noche y no había esperanza de que mejorara. Cansado y con hambre se recargó en la pared sintiendo como la fuerza del sueño reclamaba su nombre, tal vez si dormía profundamente un milagro ocurriera y no despertara más.

 

Los parpados se le cerraron con fuerza y pesadez, caería pronto en la inconsciencia y una tersa voz le hizo suspirar ante la inminente idea de la muerte.

 

-Wheeler…Wheeler que demonios haces ahí tirado, levántate el suelo es frio te enfermaras.

 

Seto vio con asombro los brazos delgados alrededor de las rodillas de Joey, no se movió ni un ápice pero podía escuchar claramente el llanto acallado por la manga de la chaqueta que Joey trataba de ocultar.

 

Dejó sobre una mesa de centro los dos vasos de agua que tenía en mano y se acercó al rubio, inclinándose delante de él. Un mechón de los cabellos dorados calló libre en la frente del rubio y Seto lo retiró con paciencia antes de tomar un respiro y pensar en lo que podría hacer.

 

-Wheeler, ¿Qué sucede?

 

Joey vio entre su cabello escurrirse los movimientos en la boca de Seto, soltó un llanto más fuerte sabiendo que jamás podría tocar esos labios tersos de Seto, si pudiera pedir un regalo, seria eso y podría partir en paz.

 

Seto acarició el cabello rubio con olor a miel y separó los brazos de Joey para toparse con las orbes doradas enrojecidas en dolor y llanto, que se desviaron con temor. Una aguja entró hasta lo profundo de su garganta y tuvo que aclárala antes de volver a hablar.

 

-Mírame Wheeler, ¿Qué te paso?

-Ya te lo dije.

-Hay algo más, puedo verlo.

-Nada más.

-No te atrevas a mentirme Wheeler.

-Yo…

-Dime qué diablos te pasó.

-Mi padre me vendió como a una prostituta, fue la única forma que encontró para sacar dinero de mí, por eso escape de casa.

-¿Te defendiste Wheeler? O acaso dejaste que te usara.

-¡Nunca!, hui como pude, pero no quiero regresar con él, me mataría a golpes.

-Eso no pasará, no regresaras con ese maldito, no te lo permitiré.

-Kaiba.

 

 

Seto sonrió apenas perceptible entre las luces artificiales de su mansión, mientras Joey sentía sus mejillas calientes y las lágrimas tibia rozando su piel.  Sus ojos por fin tuvieron el valor de enfrentar aquél azul profundo que lo hacía suspirar eternas horas y su sagacidad atravesó la medula de Joey en espasmos de escalofríos.

 

 

-¿Qué más?

-Hoy es mi cumpleaños.

-Y nadie lo recordó.

-No, pero que importa.

-A mi me importa.

 

Las orbes azules radiaron con cierto deje de melancolía ante las doradas abiertas con gran sorpresa, Joey sintió su estomago expandirse en su interior y el corazón alcanzó una cálida caricia de felicidad…, entonces sus tripas sonaron para hacerle sonrojar aún más.

 

-¿Hambre cachorrito?

-Un poco.

-Ven, le pediré a Ania que te prepare algo.

-No quiero dar molestias Kaiba.

-Camina cachorro perezoso.

 

Seto tomó el antebrazo de Joey y lo impulsó a ponerse en pie, indicándole que caminara hacia la cocina donde su empleada terminaba de recoger la pequeña barra que el joven Mokuba usara para cenar esa tarde.

 

-Espera aquí Wheeler, Ania prepárale algo de comer, vuelvo en un momento.

 

La figura alta de Seto se dispersó de nuevo entre las puertecillas de la cocina, donde Joey se sentó en la barra para que minutos después le sirvieran un vaso con jugo de naranja y un poco de pollo al horno con pasta y verduras caseras.

Kaiba y sus excesivos cuidados con la nutrición de su pequeño hermano.

 

Nunca tardaba más de quince minutos en devorar sus alimentos, menos si tenía el apetito retrasado de días enteros, pero en esos momentos en que el mundo estaba cabeza arriba sobre el cuello de Joey su boca decidió moverse con lentitud. No supo cuanto tiempo había pasado, pues siempre era malo para calcularlo. Observó su plato con cierto desazón, había llenado su estomago y su cuerpo aun así se sentía vacio.

 

Agradeció con cortesía a la mujer que levantó sus cubiertos y limpió la barra para después desaparecer por la puerta de servicio. Minutos después de estudiar cuidadosamente la amplia cocina de Seto recargó su cabeza sobre sus brazos y cerró los ojos, para tratar de tomarse un respiro de un mal día.

 

Tan absorto estaba tratando de olvidar, que no escuchó el momento exacto en que la puertecilla se abría y un par de pisadas se acercaban a él.

 

 

 

-Feliz cumpleaños Joey.

 

Levantó si mirada para toparla con unos ojos azules claros, llenos de felicidad, enmarcando la carita tierna de un chiquillo apenas madurando con los cabellos revueltos y un pijama de dragones oji-azul en versión mini.

-¿Mokuba?

-No soy Santa Clos,  Jo, jo…¿Como era el final?...Oye Joey sopla tus velitas.

 

Joey se sentó de un brinco, mientras veía al pequeño Kaiba con un gorro de cumpleaños en la cabeza acabando de entrar, con esa alegría juvenil y la brillante sonrisa que siempre lo caracterizaba, mostrando los blancos dientes, mientras sonaba serpentinas y tiraba al aire confeti de colores bonitos. Y detrás de él un joven más alto, de cabellos castaños, con un gorro azul en su cabeza y un pastel de vainilla, adornado con pequeñas velas multicolores encendidas y listas para apagar, sonriendo y viéndole los ojos que parecían traspasarle el alma.

 

Colocó la tarta frente al cachorro que sonrió de felicidad ante la imagen, un pequeño gorro de  cartón llego a su coronilla y Seto se agachó a su altura para hablarle en el oído.

 

-Feliz cumpleaños cachorro, ¿No vas a  pedir un deseo?

-Sí.

 

Tomo un poco de aire y cerro sus ojos amielados, pidió lo único que quería en este mundo y sopló sus velas con fuerza, se apagaron entre aplausos de los hermanos Kaiba y Joey sonrió al ver como Mokuba preparaba un trió de platos para comer pastel. El menor de los Kaiba adoraba el dulce, más si iba acompañado de una buena ración de betún y harina.

 

-Gracias, pero ¿Porque hicieron todo esto?

-Seto dijo que nadie había festejado tu cumpleaños y no podíamos dejarlo pasar, además adoro comer paste y Seto es rápido cuando se trata de fiestas sorpresas, verdad hermano.

-Mokuba, no tientes tu suerte.

-Gracias a los dos.

-Y bien Joey, nos dirás cuál fue tu deseo.

-Es secreto Moki.

-Pero Joey…

-Anda cachorro, no creo que sea algo tan difícil ¿O sí?

-No…, pero es un deseo, se supone que es secreto.

 -¡Yo sé cual fue!

-Enserio Mokuba, bueno eso habría que verlo.

-Si estoy seguro de saber, apuesto a que Joey pidió una noche de pasión contigo Seto.

-Mokuba Kaiba.

 

Joey se sonrojó hasta los oídos mientras trataba por todos los medios de no ahogarse cuando el pedazo de pastel tomó otro rumbo en su garganta, Seto sintió por primera vez en su vida la necesidad de golpear a su hermano y quien dice que el joven empresario alguna vez ha sabido aguantar una necesidad.

 

La cabellera del pequeño Kaiba fue a dar hasta sus hombros cuando su hermano muy atentamente corrigió sus comportamiento con un zape y después le pasó al cachorro un vaso con leche para evitar que se asfixiara, notando en el proceso el sonrojo no muy oculto que este tenía.

 

-Bueno si no es así por lo menos me acerque, mira Joey esta más rojo que un betabel.

-¡No es así Moki! Yo solo desee un beso tu eres el pervertido que…

-Joey.

-Yo, lo siento mucho Seto.

-Lo vez hermano, Joey te desea.

-¡Mokuba!

 

El pequeño Kaiba huyó como prófugo de la justicia mientras su hermano lo picaba en pedazos con su mente, Joey se limitó a picar con su tenedor el pedazo de pastel que aún le quedaba, agradeciendo que los Kaiba estuviesen tan ocupados matándose uno a corajes y otro a zapes, mientras él rogaba a todos los dioses que la tierra se abriera y se lo tragara entero.

 

Seto volvió su vista sobre un cachorro sonrojado cuando su pequeño diablillo desapareció de la cocina y tomó lugar enseguida de Joey.  Midiendo el silencio entre ambos cuerpos se acercó dulcemente hasta el rubio y le quitó el tenedor con sus dedos, colocándolo enseguida de un plato a medio comer, movió sus manos como ninfas atrapadas en una sonata mágica delineando el contorno del rostro pálido que tenía enfrente, acariciando los labios rosas con su pulgar y le levantó del mentón, poniéndolo a su altura para guiar su aliento sobre un cachorro que cerró sus ojos a una caricia tan deseada.

 

Kaiba beso su frente, quitando los mechones rubios con olor dulzón, limpiando lágrimas secas con sus pulgares y atrapando los labios tersos contra los suyos, moviéndose como embrujado sobre ellos y acariciando un par de mares de miel con sus labios, rozando la dermis y apretándola con deleite, mientras Joey paseaba sus brazos sobre su cuello y él tomaba de la cintura a un cachorro que jamás se iría de su lado.

 

Fue entonces que el vacio dentro de su alma se empezó a llenar. Mientras un pequeño pillo de cabellos negros agradecía al cielo por fin se terminara la soledad en la vida  de sus seres queridos. Susurró cansado antes de irse a dormir.

 

Feliz cumpleaños Joey Wheeler.

 

Y una extraña sensación creció en el pecho, donde estaba Seto naciendo como una flor para él. Donde la esperanza se había perdido, nacía ahora una luz que acallaba las suplicas y dejaba de hacerle temer, en un día que no podría ser mejor.


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