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Bajo el Hielo por Lain Elrick

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Bajo el hielo
Te amo. Te amo de una manera que no podría amar jamás a alguien, incluyéndome. Verte en televisión. Verte en vivo. Yo sé que jamás alguien te amo como yo. Yo daría mi vida por ti.
Pero todo eso acabó cuando te ví con él. Mentiría si te dijera que no sentí envidia. Lo odiaba, deseaba su muerte cada mañana, cada tarde, cada noche. Profería las peores maldiciones contra él, deseaba su infortunio, su descenso, su muerte…! Su muerte hubiera sido lo mejor. Pero entendía porqué lo amabas: cada vez que lo veía cerca de ti, cada vez que lo veía en televisión, esos movimientos de su cuerpo, tan elegantes, tan sensuales, que invitaban a la imaginación a crear ilusiones eróticas que llenaban de éxtasis al público. Su cuerpo tan flexible que se adecuaba a las posiciones que el amante en turno usaba y con las que llegaba el frenesí. Su rostro tan fino, sus ojos tan felinos... Era un animal salvaje domesticado a la fuerza de la pasión experta.
Era tu amante, yo estaba seguro de eso y eso me motivó a conseguir su cuerpo, no para mí placer carnal, no: era para tomar de él lo que me hiciera a su imagen, para que tus ojos se posaron en mí como se pasaban en él, con el mismo fuego, con la misma pasión, con el mismo calor que el amor provocaba.
Era tanto mi anhelo, que no me importó lo mucho que tu amante rubio gritó, de hecho me excitó. Vi cómo sus ojos se apagaban mientras su cuerpo desnudo quedaba bajo la nieve. El hielo mantenía todo firme, erecto, rosado. Era increíble que una figura tan infantil te provocará tanto deseo mientras a mí me provocaba tanto odio.
No me arrepiento. No me arrepiento de nada; ¿te puedes arrepentir de algo que haces por amor?
Con el pequeño tigre fuera, mostraste una nueva expresión que hizo que mi corazón saltara de alegría: era la congoja que sentías tras su pérdida, era la melancolía, ¿era acaso que te molestaba tanto perder a tu amante infantil?  Si pudiera tenerte aquí, yo te mostraría lo que puede ser un cuerpo mayor. Había tomado todo lo de él que tanto te gustaba y que tanto te apasionaba, que ahora él era parte de mí, y yo pronto sería parte de ti. Porque fue tan fácil traerlo hasta aquí: secuestrarlo de su auto, llevarlo a mi casa, abrir su estómago, sacar sus inteátomos, llenarlo de nieve, y luego acostarlo bajo la nieve, me resultaría fácil traerte hasta y que me admiraras como a él, que me amaras como a él.
Fue fácil, pero no resultó tan sencillo como yo creí, ¿sabes lo desalentador que fue cuando comenzaste a gritar y a suplicar por tu vida? ¿Acaso crees que yo te haría daño? Te amo, jamás en toda mi vida te haría daño a ti.
O eso creí.
Esas maldiciones que yo le dediqué al rubiecito, las proferiste contra mí, las gritaste en mi cara y me mirabas a los ojos y me decías que me odiabas. No puedo hacer nada contra ese odio.
Y entonces, cuando estabas gritando, me di cuenta: no eres tú a quién yo amaba, era tu cuerpo, era perfecto, era esbelto, suave y elástico. Encendía las pasiones en partes de mi cuerpo que yo desconocía que podía calentarse tanto.  No eres tú, no es tu alma, no son tus ojos, y no es definitivamente tu voz, es sólo tu cuerpo, eso es lo que yo quería, y eso es lo que yo iba a tener.
 
En aquel enorme bosque lleno de nieve donde nada se escucha y las pisadas se pierden con la nevada que nunca se detiene, es donde estás tú, con este gatito malhablado. Ahí está todo lo que yo deseo: el hielo mantendrá tu piel tersa, cada parte de tu cuerpo que yo quiero la mantendrá firme para mí, tan suave, a mi alcance.
Serás por siempre mío, mi querido Víctor Nikiforov.

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