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Amar en Tres Tiempos (Riren/Ereri) por Tesschan

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Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Tiempo Primero:

Gatito

 

¿Qué mayor regalo que el amor de un gato?

 (Charles Dickens)

 

 

 

Intentando tragarse sin mucho éxito las lágrimas producidas por la rabia, la pena y la frustración, Eren corrió lo más rápido que sus cortas piernas le permitieron rumbo a casa, ignorando a propósito el quemante ardor del gélido aire de principios de primavera al ingresar en sus pulmones y la dolorosa punzada que sentía al costado, producto de haber respirado mal.

Se sentía tan desdichado.

Aquella tarde de finales de marzo, a base de pura determinación, Eren logró aguantar la clase de Matemáticas, que era la última del día y que, desde antes de que diese inicio, sabía sería un suplicio.

Sin quitar los ojos del pizarrón que tenía al frente y de su cuaderno cuando debía anotar algo, ignorando incluso al maestro Auruo, que lo miraba como si él fuese el más repugnante de los insectos, Eren intentó no prestar atención al constante cuchicheo de sus compañeros sobre él y lo que supuestamente había hecho; trató de concentrarse en recordar los consejos de Armin sobre no alterarse como siempre lo hacía cuando algo lo molestaba y no perder la cabeza; sí, de verdad Eren hizo su mayor esfuerzo a pesar de que solo deseaba salir de allí y ponerse a llorar. Se obligó a ser valiente. Sin embargo, nada más oír el timbrazo que indicaba que la jornada estaba finalizada, guardó de cualquier modo y sin ningún orden sus cosas en el bolso y se puso de pie para huir de ahí lo más deprisa posible, haciendo caso omiso de los ruegos de Mikasa y Armin que le suplicaban se calmara un poco y esperara por ellos.

¡Realmente, realmente, realmente, odiaba con toda su alma a Jean Kirstein! Cuando lo volviese a ver al día siguiente…

La primera gota de lluvia lo golpeó justamente en el ojo derecho, haciendo que las lágrimas contenidas se mezclaran de forma extraña con aquella pequeña gotita caída del cielo, resbalando por su mejilla como si en verdad estuviera llorando y provocando que todo su esfuerzo por parecer valeroso no sirviese de nada.

 Enfadado por su mala suerte y de lo avergonzado que se sentiría de que alguien lo viese así, Eren soltó un bufido y se apresuró a secársela con la manga de su suéter azul marino; aunque tampoco le valió de mucho. En apenas un parpadeo el cielo resonó con un potente trueno y, tras ello, este pareció abrirse sobre su cabeza dejando caer un aguacero de proporciones, calándolo hasta los huesos en cuestión de segundos.

 ¡¿Qué no se suponía que ya estaban en primavera?!, se preguntó, indignado. ¡Era ridículo que lloviese de esa forma en aquella época del año!

 Eren en verdad estaba comenzando a convencerse de que todo aquel desastre era producto de su mala suerte; como todo lo acontecido ese día. Como el hecho de que él y el idiota de Jean fueran compañeros de clases y tuviesen que trabajar juntos en el proyecto de Ciencias por orden de la maestra Petra.

Si por él fuese, no regresaría a la escuela jamás.

A pesar de saber que ya no serviría de nada, de todos modos se cubrió la cabeza con el bolso rojo que utilizaba para las clases en un intento de evitar mojarse más, apurando el paso rumbo al tranquilo barrio donde estaba ubicada su casa y que no quedaba demasiado lejos de allí.

 Eran ya pasadas las cuatro de la tarde y a esa hora por lo general las bonitas y ordenadas calles de ese sector de Shiganshina lucían un poco solitarias, con sus viviendas de dos plantas perfectamente pintadas en tono amarillo pastel y sus tejados a dos aguas de pizarra rojiza, donde los verdes y floridos jardines vallados con cercas bajas y blancas otorgaban un aire de apacible familiaridad. En las aceras, ordenadas hileras de parterres de coloridas flores y altos y alargados álamos bordeaban el camino; en días soleados era un paisaje precioso, del que él siempre disfrutaba, sin embargo en días de lluvia como ese, aquellos grandes árboles proyectaban sombras oscuras que parecían tragarse aún más la escasa luz que se colaba a través del gris cielo encapotado. Y daba un poco de miedo.

Eren acababa de llegar a la esquina de la calle en la que estaba emplazada su casa cuando captó aquel extraño sonido que lo alertó de inmediato. Era bajito, lastimero y agudo, casi como el llanto de un bebé pequeñito, pero de cierto modo… distinto, pensó un poco intrigado.

 Aguzando más el oído, se quedó de pie intentando captar cualquier indicio que le indicara de dónde provenía aquel ruido. Dos días atrás, mientras él y sus padres cenaban, vio en el noticiero la historia de un bebé abandonado en una de las calles de la ciudad; el pequeño, a causa de la hipotermia por haber pasado una noche a la intemperie, se hallaba en ese momento en estado grave en el hospital en el que su padre, Grisha, trabajaba. Su madre, Carla, pareció bastante afectada por todo lo que les contó su padre sobre el recién nacido y, de inmediato, comenzó a alegar sobre lo inhumano y triste que le parecía aquello, algo en lo que su progenitor la apoyó sin dudar.

 Eren, a sus casi diez años, no comprendía del todo lo que podría obligar a un padre a dejar a su hijo recién nacido de esa forma, pero entendía que era algo terrible… Entonces, ¿qué pasaba si aquella historia se estaba repitiendo? ¿Qué debería hacer si ese era un caso similar?, se preguntó alarmado. ¿Tendría que avisar a sus padres? ¿Llamar a la policía…? Pero… con aquella lluvia…

No, ¡tenía que ser valiente!

Más decidido que nunca a causa del miedo y su necesidad de hacer lo correcto, Eren se concentró en buscar la dirección del sonido y, cuando por fin dio con ella, se saltó sin miramientos la pequeña verja blanca que rodeaba la casa desde donde este provenía, comenzando a rebuscar entre los muy cuidados arbustos y rosales cercanos donde, al parecer, estaba escondido el dueño de aquel escándalo. Solo rogaba no haber llegado demasiado tarde.

 Su sorpresa y emoción fueron aún mayores, remplazando la preocupación y el miedo, cuando encontró una pequeña bola de mojado pelo negro tiritando aovillada bajo un montoncito de hojas secas y amarillentas. El pequeño animalito abrió la boca para soltar nuevamente sus lastimeros gritos, dejando entrever su rosada lengua y los diminutos dientecitos que apenas comenzaban a aparecer. ¡Era un gatito bebé!

Sin pensar en lo que hacía ni en las consecuencias que sus actos pudiesen tener, Eren lo tomó entre sus heladas y húmedas manos, acunándolo contra su pecho, esperando que algo de su calor ayudara a mitigar el frío y los temblores de aquel pequeño cuerpecito.

Su casa estaba apenas a unos cuantos metros de distancia, solo un par de minutos andando, sería tan fácil ir corriendo hasta allí y suplicarle a su madre que lo ayudara con el animalito… pero su padre no iba a permitir que se lo quedara, Eren lo sabía. Su progenitor era terriblemente alérgico al pelo de una gran variedad de animales, gatos incluidos, motivo por el cual en sus casi diez años de vida no había podido tener ni una sola mascota a pesar de lo mucho que lloró y suplicó por ellas cuando era más pequeño. Sin embargo, en cinco días sería su cumpleaños, se recordó, y… ¿si le imploraba a su madre que le permitiera conservarlo como obsequio? Tal vez ella por una vez…

—Oi, mocoso, ¿qué mierda estás haciendo fuera de mi casa? ¿No te han enseñado tus padres a no colarte en propiedad privada?

Dando un respingo a causa de la sorpresa y el miedo que le provocó aquel imperioso tono de voz, Eren se volvió en el acto, sintiendo que el alma se le iba a los pies al darse cuenta de quién era su increpador. De inmediato se apresuró a proteger con sus pequeñas manos al gatito apretándolo contra su pecho, como si el recién llegado pudiese hacerle daño; y tal vez fuera así, se recordó, ¿acaso no decían todos los vecinos que Levi Ackerman era un sujeto problemático y peligroso?

¿Por qué, de todas las casas de esa calle, justo tenía que haberse colado en la de él?, se preguntó con desesperación. En verdad su mala suerte iba empeorando cada vez más ese día.

Intentando disimular el miedo y apretando al animalito con fuerza para que no se notara el temblor de sus propias manos, Eren levantó sus ojos verdes hasta poder ver el empapado rostro de aquel hombre que lo observaba con el ceño fruncido y los labios apretados en una fina línea de disgusto. Este en verdad parecía bastante enojado, pensó mientras tragaba con algo de dificultad.

—Y-yo… lo s-siento —tartamudeó en respuesta, mitad a causa del frío producto de estar tan mojado y mitad por el miedo que aquel hombre le causaba—. Yo oí u-un gemido y… y… ¿es s-suyo? —le preguntó enseñándole a la húmeda bola de pelos azabaches que ya había dejado de temblar, aunque seguía gimoteando bajito y, de vez en cuando, intentaba morder con saña la mano de Eren—. Lo encontré junto a los rosales y p-pensé…

—Tch, claro que no es mío; así que puedes llevártelo —lo cortó aquel sujeto sin contemplaciones. Sus ojos grises parecían terriblemente fríos y escrutadores en aquel rostro tan pálido—. Y vete a tu casa de una puta vez, mocoso. Si sigues dando vuelta bajo la lluvia vas a agarrar una pulmonía.

Eren asintió una y otra vez, deseoso de escapar de allí en el acto con el gatito; pero, de pronto recordó que no podía llevarlo a su casa por más que deseara y, además, ni Armin ni Mikasa llegaban aún; seguramente con la lluvia sus amigos se hubiesen quedado a resguardo en alguna de las tiendas que se hallaban de camino. Entonces, ¿qué iba a hacer?, se preguntó con auténtica desesperación. Tal vez si le explicaba a su madre…

La extrema quietud y el silencio fue lo primero que lo alertó de que algo no iba bien. De inmediato apartó la mirada del hombre para contemplar al animalito que tenía en las manos y un nudo de puro terror le atenazó el pecho cuando lo sintió lánguido e inmóvil junto a su cuerpo; al darse cuenta de lo que ocurría, el pánico se apoderó de él, incapaz de creer que algo así estuviese pasando de verdad.

—No se mueve —masculló Eren con apenas un estrangulado hilillo de voz. Acarició el empapado pelaje del animalito pero lo sintió terriblemente quieto. Desesperado, clavó su verde mirada en el señor Ackerman—. Creo… Creo que se ha muerto —murmuró casi en un gemido mientras las lágrimas escapaban de sus ojos y se mezclaban con la lluvia.

Sin pedirle permiso, su vecino le arrancó al lánguido gatito de las manos y, acercándolo a su oído, cerró los ojos.

Eren observó cómo aquel ceño adusto tornaba en uno de completa concentración, casi como si este esperase oír algo y, tras unos segundos que a él le parecieron eternos, vio a su vecino abrir nuevamente los grises ojos mientras que su preocupada expresión se aligeraba un poco.

—Sigue vivo, pero apenas —declaró este con contundencia—. Ven —le ordenó al tiempo que se dirigía con amplias zancadas hacia la casa y abría la puerta para entrar él mismo primero y dejarla entornada para que Eren lo siguiese; cosa que se apresuró a hacer a pesar de saber que su madre podría regañarlo severamente por confiar de ese modo en un extraño y sobre todo en un sujeto como el temible Levi Ackerman, pero, ¿qué más podía hacer en una situación así? Ya casi tenía diez años, ¡no podía ser un cobarde toda su vida!

Una vez en la cocina, donde el hombre había llevado al animal para envolverlo en unos cuantos paños limpios y secos, Eren observó como este comenzaba a masajear suavemente con sus pálidos y delgados dedos el pequeño pecho peludo del gatito mientras lo secaba y le daba calor. Al ser hijo de un médico, él sabía reconocer sin error las señales que indicaban el intento de reanimación a un paciente, por lo que, de inmediato, se dio cuenta de que aquel sujeto al que todos consideraban peligroso y una mala persona estaba haciendo su mejor esfuerzo por salvar esa pequeña vida.

Era tan extraño…

Pasados unos minutos que le parecieron eternamente agónicos, Eren volvió a oír el llantito agudo y lastimero llenando la estancia, logrando que su propio corazón volviese a latir con normalidad y que una sonrisa asomara a sus labios.

—Creo que este bicho estará bien por ahora. Pero no sería mala idea llevarlo al veterinario para salir de dudas —le dijo Levi mientras envolvía con gentil cuidado al animalito en unos nuevos paños secos y lo dejaba sobre la blanca e inmaculada isleta de la cocina—. Oi, mocoso, espérame aquí unos minutos —le ordenó mientras que salía de la habitación, dejándolo solo.

Un poco temeroso y cohibido por estar en un sitio que no le era conocido, Eren observó a su alrededor con renuente curiosidad, sorprendiéndose de lo increíblemente pulcra y ordenada que estaba aquella habitación de paredes blancas y azulejos en tonos celestes y azules, con sus estantes y electrodomésticos también blancos y cromados destacando de manera reluciente, sin ningún utensilio fuera de lugar; era casi como estar en una de aquellas cocinas que salían en la televisión. A pesar de que esa amplia estancia era prácticamente idéntica a la de su casa, con blancos pisos de cerámica y una enorme ventaba que daba hacia el patio trasero otorgando luz natural y una bonita vista, de cierta forma parecía distinta, como si nadie pasase mucho tiempo allí. Demasiado fría.

Sin poder evitarlo, Eren comenzó a preguntarse si Levi Ackerman sería un hombre que pasaba demasiado tiempo solo.

Acababa de acercarse hasta la isleta para ver como seguía el gatito cuando oyó los suaves pasos del hombre al ingresar nuevamente al cuarto y sintió el mullido y cálido peso de una toalla sobre su cabeza, dejándolo momentáneamente a oscuras.

Volviendo a dejar su rostro al descubierto, Eren comenzó a secar con lentitud su empapado cabello castaño oscuro que se le pegaba a la frente y dejaba caer helados hilillos de agua desde su nuca hacia su espalda. El roce del suéter empapado era desagradable, como también el hecho de que sus vaqueros celestes ahora parecían pesar el doble y raspaban. Sintiéndose un poco avergonzado por todo lo ocurrido, desvió la vista y observó a Levi con curiosidad; este también estaba secando su propio cabello negro, sin embargo, a diferencia suya, lo hacía con una energía que rozaba casi en lo brutal.

—Eres el mocoso de los Jaeger, ¿verdad? —le preguntó su vecino con voz seca y profunda. Eren se apresuró a asentir—. Te he dejado una muda de ropa en el cuarto de baño de la planta baja, así que cámbiate y déjame la tuya para meterla en la secadora. En cuanto esté lista te largas a tu casa junto a tu pequeño animal —le dijo Levi sin mirarlo siquiera, inmerso aún en su tarea de secarse bien. Sin la negra chaqueta del traje encima, la blanca camisa casi parecía pegada a su pálida piel de lo húmeda que estaba.

Incapaz de creer lo que estaba ocurriendo y temeroso de hacer enfadar todavía más a aquel sujeto, Eren se dio prisa en obedecer y prácticamente echó a correr rumbo al cuarto de baño, deseoso de escapar de la imperiosa presencia de aquel hombre aunque fuese durante un momento.

Quince minutos después regresó a la cocina, ataviado con unos pantalones de chándal grises que le quedaban absurdamente largos, y a los cuales les tuvo que doblar los bajos un par de veces para no arrastrarlos, y un suave suéter negro de cuello vuelto que le quedaba un poco ancho, y cuyas mangas se veía en la obligación de arremangar. Aun así se sentía seco y calentito, lo cual tras la potente y despiadada lluvia de primavera era un completo alivio.

—Toma, bebe esto. Te ayudará a entrar en calor —le dijo Levi mientras le tendía una humeante taza de chocolate caliente cuyo primer dulce sorbo hizo que Eren cerrara los ojos de pura felicidad. Casi de inmediato vio a este coger la ropa húmeda y desaparecer por la puerta que supuso llevaba a la lavandería, para regresar pocos minutos después secándose las pálidas manos con una toalla blanca antes de volver a concentrarse en la pequeña cría quejumbrosa que tenían allí.

Dejándose caer en el taburete de color azul oscuro que estaba bajo la isleta de la cocina, Eren observó mientras bebía su chocolate como Levi alimentaba con ayuda de una jeringuilla al pequeño gatito. Este le daba leche al animalito que en ese momento bebía con fruición, casi como si estuviese muerto de hambre. No pudo evitar preguntarse cuanto tiempo habría estado aquella pobre cría allí fuera y que habría sido de su madre para que estuviese solito.

El silencio en la habitación era total, interrumpido solamente por la débil succión del gatito y sus gemidos de protesta cuando Levi no lo complacía con más comida o el tictac del reloj azul sobre la blanca pared. Por primera vez desde que comenzó esa locura, Eren se permitió observar detenidamente a su inesperado anfitrión, sin el miedo desbocándole el corazón ni la culpa por estar hablando con quien no debía.

Levi Ackerman era un hombre joven y guapo. Por lo que él había oído, este rondaba entre los veintidós y los veinticinco años y era el dueño de una tienda de venta de tés e infusiones en la zona céntrica de la ciudad. A pesar de que se veía poco por el sector, ya que trabajaba bastante, tenía una peculiar fama de hombre huraño y malhumorado, cuyo pasado conflictivo todavía parecía pesarle en una ciudad tan pequeña y de memoria tan larga como lo era Shiganshina.

Aunque llevaba viviendo en el mismo barrio toda su vida, Eren solo lo había visto un par de veces cuando iba o volvía de la escuela con sus amigos y en las ocasiones que salía a jugar con ellos y este se encontraba en casa. Lo cierto era que Levi apenas y reparaba en su presencia, jamás les hablaba y ellos, obedeciendo a los consejos de los mayores, se mantenían apartados de él. Nunca deberían haberse conocido, ¡era prácticamente imposible!

Y, sin embargo, allí estaba ahora, se dijo Eren; sentado en su cocina, bebiendo el chocolate caliente que Levi acababa de prepararle y sintiéndose profundamente agradecido con él porque fue capaz de salvar la vida de un gatito.

 Sí, la vida era curiosa. Sus casi diez años le estaban enseñando muchas cosas importantes.

Dejando al animalillo a un lado de la isleta, envuelto en un pañito caliente, dormido después de estar satisfactoriamente alimentado, Levi se lavó a conciencia las manos en el fregadero y se sentó frente a él luego de servirse una humeante y aromática taza de té.

Un rubor absurdo le coloreó a Eren las morenas mejillas cuando aquel par de ojos grises, ensombrecidos por marcadas ojeras oscuras, se posaron en él, escrutadores; sin embargo, decidido a no dejarse amedrentar, le devolvió la mirada con igual intensidad, ante lo que el otro sujeto sonrió levemente.

Aunque Levi también se había cambiado de ropa y ahora llevaba una blanca camiseta de manga corta y unos vaqueros azules en vez del oscuro traje más formal, su cabello azabache seguía luciendo algo húmedo, haciendo que los mechones más largos, que le llegaban a la altura de las orejas sobre el rapado de las sienes y la nuca, se pegaran un poco a su pálida frente a pesar de llevarlo casi partido al medio para que no le estorbara la visibilidad. Eren se percató que así de cerca y, gracias a sus rasgos finos y delicados de pómulos altos y afilados, este parecía muy joven, casi tanto como los chicos de último año de preparatoria. Al mirarlos bien, sus rasgados ojos grises no parecían tan fríos como creyó en un principio, ya que algunas vetitas azules danzaban en ellos con la luz y, aunque sus delgadas y oscuras cejas se fruncían casi siempre otorgándole un aire de eterna molestia y hastío, él comenzaba a darse cuenta de que no era así en absoluto. Simplemente, Levi Ackerman no era bueno expresando lo que sentía y se refugiaba en su malhumor y malos modos, así como Eren lo hacía en sus enfados rápidos, en el decir las cosas casi sin pensar y en sus absurdas peleas.

Quizá, pensó él, en el fondo ambos se parecían un poco. Ninguna persona capaz de salvar a un animalito podía ser malvada.

Entonces, una idea comenzó a tomar forma en su cabeza…

—No puedo llevármelo a casa —soltó Eren repentinamente rompiendo aquel silencio entre ambos. Dio otro sorbo a su dulce bebida y esperó.

Levi, enarcando una de sus oscuras cejas de forma interrogativa, lo observó durante unos segundos, en silencio; dejando que sus ojos grises le recorrieran con atención como si estos pudiesen ver dentro de su cabeza. Cuando finalmente su vecino se decidió a abrir la boca, le preguntó con tono lento y letal:

—¿Qué mierda estás intentando decirme con eso, mocoso?

Nervioso, Eren se mordió el labio inferior unos pocos segundos y sujetó con fuerza la taza que tenía entre sus manos, deseando que parte del calor que esta desprendía le otorgara el valor necesario para hacer su petición.

—Bueno… verá… no puedo llevármelo a casa —repitió, intentando tragarse el miedo. Mirándolo con determinación a pesar de la culpa que sentía—. Mi padre es alérgico a los gatos; muy, muy alérgico, créame, y… no me dejará… Entonces pensé que… quizás usted… podría…

—No —lo cortó Levi con rotundidad—. Ni lo sueñes, mocoso. No me gustan los animales y tampoco tengo tiempo ni ganas de cuidar a uno. Así que te lo llevas de aquí en cuanto tu maldita ropa esté seca y ya verás lo que haces con él.

—Pero… pero… ¡lo ha salvado! —protestó Eren en su defensa—. ¿No ha oído nunca el dicho de que si salva una vida se vuelve responsable de ella? ¡Salvó al gatito, no puede dejarlo en la calle! ¡Ahora es su responsabilidad!

Los delgados labios de Levi se convirtieron en una fina línea casi imperceptible y sus ojos se entrecerraron de forma peligrosa, dejando entrever un brillo acerado que logró que Eren sintiera escalofríos por la columna. ¿Habría sobrepasado los límites?, se preguntó nervioso. ¿Aquel hombre sería capaz de golpearlo?

Lentamente, Levi inspiró una, dos veces, con sus pálidos ojos aun clavados en él con fiereza, aun así se mantuvo en su sitio y la sensación de peligro pareció desaparecer poco a poco, haciendo que Eren se sintiera de pronto flácido y trémulo.

Con las manos temblándole un poco, comenzó a respirar con normalidad nuevamente y se dio cuenta de que, a pesar de su determinación de ser valiente, estuvo muy cerca de orinarse allí mismo a causa del miedo. ¡Dios, Levi Ackerman enfadado podía ser en verdad aterrador!

—Tch, maldito mocoso —masculló este y dio un sorbo a su taza de té, mirándolo como si fuese un ser odioso—. Una semana —le espetó—. Tienes siete días a contar de hoy para buscar donde dejar a ese bicho; si no lo haces, lo tiraré a la calle —le dijo Levi a modo de advertencia; sin embargo, y olvidando el miedo que sintió apenas un par de minutos atrás, Eren solo fue capaz de concentrarse en el hecho de que el hombre acababa de aceptar quedarse con el gatito y cuidarlo a pesar de todo.

Una sonrisa enorme asomó a sus labios y, sin poder evitarlo, un grito de júbilo escapó de su garganta.

—¡Gracias, gracias, gracias! —le dijo a Levi, poniéndose de pie para acercarse a su lado; conteniéndose apenas para no echársele encima y abrazarlo de la emoción y la gratitud—. ¡Le prometo que encontraré un hogar para él, ya lo verá! ¡Y vendré a ayudar todos los días con su cuidado, no lo dude! Sé que es mi culpa que tenga que hacerse cargo de él, así que me haré responsable.

—No es necesario que vengas. Yo puedo solo —se apresuró a decirle este. Parecía sentirse un poco incómodo ante la idea de tenerlo allí cada día, aunque Eren lo ignoró de todos modos. Estaba seguro de que Levi apreciaría su ayuda.

—Lo haré —insistió él, eufórico—. Vendré cuando salga de la escuela. ¡Se lo prometo!

Dejando escapar un pesado suspiro de frustración, Levi se apartó el húmedo cabello de la frente y se masajeó los ojos cerrados con el pulgar y el índice de la mano derecha, como si estuviese cansado. Cuando aquel par de ojos grises volvieron a posarse en él, una expresión extraña, menos huraña más amable, parecía haberse albergado en ellos.

—Has lo que quieras, mocoso de mierda —le dijo finalmente—. Pero si me das problemas, te juro que te lo haré pagar.

Eren solo sonrió ante aquella amenaza, convencido de que aquello no era más que palabras destinadas a asustarlo. Sí, definitivamente Levi Ackerman no era ni de lejos tan malo como quería hacer creer a todo el mundo. Solo necesitó una hora de conocerlo para darse cuenta de ello.

¿Qué más podría descubrir de ese misterioso hombre en siete días?

¡Oh, tenía tantas ganas de averiguarlo!

 

——o——

 

El insistente sonido del timbre, de toques largos y pausas cortas, bastó para que Levi comprendiera que su peor pesadilla venía a hacer acto de presencia.

Eran las cinco de la tarde de aquel viernes y él acababa de llegar agotado del trabajo, donde se había pasado toda la mañana recibiendo y reponiendo mercadería, aparte de dividir su, de por sí ya poco tiempo, entre atender la tienda y cuidar al condenado animal que ahora lloriqueaba desenfrenado a sus pies, lanzando sus agudos maullidos y clavándole sus minúsculas garritas en el pantalón gris oscuro del traje para exigirle que lo alimentara deprisa. En aquel momento, ebicho prácticamente lo miraba como si él fuese el puto amo y Levi solo su jodido sirviente.

Demonios, como deseaba asesinar a ese condenado mocoso.

Aquel era ya el cuarto día desde que el chico apareció repentinamente en su vida endosándole aquella esmirriada y llorona cría de gato y cargándolo con su presencia cada tarde como si no tuviese nada mejor que hacer. Eren, el único hijo de los Jaeger que vivían a tres casas de la suya, era hablador, entrometido y tan irritante como un dolor en el trasero. Levi solo esperaba que este ya hubiese encontrado un nuevo dueño para el animal y lo dejase en paz de una buena vez.

Tras dejar a la pequeña bestia reclamadora metida dentro de su cesta en la sala, se arremangó la clara camisa gris y se apresuró a dirigirse al recibidor para abrir a Eren; sin embargo, nada más dejarlo pasar, se percató de que algo no iba del todo bien. El habitual buen ánimo del niño parecía haberse esfumado por completo e, incluso, aquellos peculiares ojos verdes que generalmente se iluminaban de emoción ante todo, lucían hoy algo apagados; además, y por si fuera poco, un incipiente cardenal le teñía de oscuro el pómulo izquierdo, donde la piel estaba comenzando a hincharse. Era evidente que el mocoso había estado metido en una pelea.

—Buenas tardes, Levi —lo saludó con voz desanimada nada más entrar. La camiseta de manga larga a franjas blancas y azules que llevaba ese día lucía sucia y un poco desastrada, lo mismo que los vaqueros azul claro que tenían la zona de las rodillas llenas de barro, como si este se hubiese arrastrado por el suelo. Poco más de metro treinta hecho un absoluto desastre—. ¿Cómo se ha portado Khepera? ¿Le ha dado muchos problemas en el trabajo?

—Tch, te dije que dejaras de ponerle nombres al maldito gato a menos que te lo vayas a quedar —protestó Levi como venía siendo su costumbre desde el martes, cuando el mocoso comenzó a buscar nombres para el animal; como si ya diese por hecho de que él fuese su dueño. Sí, como no—. Y por supuesto que ha dado problemas. He tenido que aprovechar cada rato libre en la tienda para poder alimentarlo y ver cómo sigue.

—Lo hago porque no podemos llamarlo gato y gato y gato. ¡El pobre se va a acabar por confundir! —lo rebatió este con su terquedad habitual. Por primera vez desde que llegó a la casa, sus ojos verdeazulados volvían a brillar combativos—. Además, el nombre esta vez lo eligió Armin, ¿sabe? Ha dicho que es de un dios egipcio, ¡el de la vida eterna! Como Khepera ya se ha salvado y todo eso… ¿Cree que es una buena elección?

—Una buena elección y una mierda, mocoso. ¿Ya le has encontrado un dueño?

Eren bajó la cabeza y negó con un gesto, logrando que los rebeldes y cortos cabellos castaños se agitaran en todas direcciones cubriéndole el rostro, a pesar de llevar el flequillo partido al medio para evitar justamente eso. Cuando levantó una vez más la mirada, aquel par de bonitos ojos intentaron mostrar inocente culpabilidad pero, desde el día anterior, después de llegar a conocerlo un poco mejor, Levi estaba comenzando a sospechar que el maldito crío ni siquiera se estaba esforzando en buscarle un nuevo hogar a aquel bichejo.

 Joder, que fastidio.

La llegada de aquel animal a su casa resultó ser un inconveniente en muchos sentidos, demasiados para su tranquilidad mental. Él sabía que lo mejor hubiera sido mantenerse lejos de Eren Jaeger y aquella condenada situación, pero, tras haberse encontrado al crío frente a su casa chorreando agua a causa de la lluvia y ver lo desconsolado que este se mostró cuando pensó que el gato se había muerto en sus brazos, Levi fue incapaz de no hacer algo para intentar ayudarlo, confiando en su buena suerte y lo poco que sabía al respecto. Solo mucho después, cuando este se marchó por fin y él tuvo que quedarse con la pequeña bestia a su cuidado, fue que comenzó a ser verdaderamente consciente del tremendo lío en el que acababa de meterse.

Durante los últimos días se vio en la obligación de llevar a la pobre cría al veterinario, comprarle medicinas y comida especial y hacerse el tiempo para alimentarlo y cuidarlo. El pequeño bicho no tenía ni un mes, y el mismo doctor le confirmó que el animalillo sobrevivió de puro milagro, motivo por el que ahora era el propio Levi quien estaba haciendo la función de madre-esclavo de aquella criatura. Como se había reído Farlan de él la noche pasada cuando le contó aquella absurda historia.

Mientras lo seguía, observó cómo Eren entraba con toda confianza en la sala de la casa, dejando tirado sobre el negro y mullido sofá en L que formaba parte del mobiliario de la habitación el maltrecho bolso rojo que siempre cargaba, y se sentaba en este para coger al animal de la cesta y acunarlo mientras lo llenaba de suaves palabras llenas de cariño, como si este fuese un bebé, a lo que el gatito respondió bufándole con desprecio e intentando zafarse de sus brazos, clavándole de paso sus diminutas garrillas hasta hacerle sangre en las manos y logrando que el mocoso lo regañara.

Sí, aquella era la triste realidad. Por más que Eren luchaba con toda su obstinación infantil porque el pequeño bicho fuese su amigo, este simplemente lo detestaba. Lo cierto era que Levi no podía culpar al animal.

Un atisbo de sonrisa asomó a sus labios ante el recuerdo del día anterior cuando el maldito crío, todo seriedad, apareció con sus ahorros al completo para ayudarle a pagar los gastos y la manutención del gato. Por supuesto que Levi lo rechazó, pero no podía negar que de algún modo le gustó que el mocoso intentara hacerse responsable de sus acciones. Eso demostraba cierto grado de consideración, madurez y valentía.

Dejando al chico en paz un momento para que siguiera sufriendo a gusto con el animal, él se dirigió a su habitación para quitarse el traje de aquel día y poder darse una rápida ducha antes de ponerse algo más cómodo.

Unos cuantos minutos después, más relajado, despejado y cómodo con sus vaqueros grises y el delgado suéter negro de cuello amplio, se dirigió a la cocina para poner a calentar agua para su té y servir un poco de jugo de manzana en un vaso; tras buscar un pequeño plato bajo en uno de los anaqueles superiores colocó en este un par de magdalenas de chocolate que compró cuando venía de regreso de la tienda. Un impulso tonto que no significaba nada, se dijo Levi, restándole importancia; sin embargo, una vocecita dentro de su cabeza le insistió que no era así.

Cuando estuvo ya de regreso en la sala, depositó la bandeja sobre la mesilla de centro de forma ovalada forjada en oscuro hierro y cristal cromado y, sentándose en el sofá, observó el desastre que se había desarrollado allí.

Eren se hallaba tumbado sobre la mullida alfombra roja, descalzo y con el pequeño gatito negro sobre el pecho mientras lo acariciaba con suavidad; el animalillo parecía adormilado, ya fuese por cansancio o por hartazgo, y gracias a eso no parecía importarle las atenciones que el mocoso le prodigaba. Por otro lado, los tres rojos cojines que habitualmente estaban sobre el sofá, ahora se encontraban desperdigados de cualquier modo por el piso de pulida tarima caoba; uno de ellos estaba incluso sobre el rack de hierro negro que hacía de base para la televisión y el equipo de música; y, por si fuera poco, una montonera de libros de escuela y cuadernos, así como lápices y otros útiles escolares, se esparcían tanto por el suelo como por los mismos muebles del salón.

 El maldito hijo del médico era un desastre andante, la calamidad hecha persona; Levi estaba cada vez más convencido de ello.

Controlando el enorme impulso que tenía de estrangularlo, clavó sus fríos ojos grises en el crío y le dio un no muy suave puntapié en el muslo para que lo mirara. Eren, pestañeando un par de veces, levantó sus expresivas cejas en modo de muda interrogante.

—Ordena —le espetó Levi con dureza antes de acercarse la taza a los labios y darle un sorbo a su té.

Oyó el bufido fastidiado del niño pero de inmediato este se sentó con mucho cuidado sobre la alfombra y, acercando la cestita acolchada que servía de cuna al gatito, lo depositó suavemente allí, intentando que no se despertara, antes de comenzar a guardar obedientemente sus pertenencias.

Una vez hubo acabado el trabajo, Eren se sentó a su lado en el sofá y tomó su vaso de jugo para darle un largo sorbo, casi como si estuviese muerto de sed. Todavía parecía un poco melancólico, sin embargo gran parte del evidente desánimo que mostraba a su llegada había desaparecido.

—Hoy se ha pasado tu madre por la tienda —le dijo al niño antes de dar un nuevo sorbo a su taza de té negro y degustarla a consciencia. Era una nueva variedad de Sikkim que acababa de llegarle ese día y quería probarlo antes de ponerlo a la venta. El sabor suave, delicado y profundo de la infusión lo hizo sentir mejor de inmediato.

Los ojos verdes del chico, enormes y de aquel color brillante y peculiar, se abrieron de golpe ante la mención de su progenitora. De inmediato Eren se envaró como si estuviese esperando una sentencia, pero, en vez de aceptarla sin más, tuviese pensado rebatirla.

Tch, ese mocoso era un jodido problema.

—¿Y qué quería? —le preguntó este, receloso.

—Lo obvio, supongo. Saber qué demonios estaba pasando para que te escaparas todas las tardes a mi casa. Creo que está preocupada por ti, y no la culpo.

Una mueca de desagrado se dibujó en los labios del niño. Era evidente que la excesiva preocupación de su madre no le gustaba en demasía, sin embargo, él sí la comprendía. Levi tenía más claro que nadie las cosas que decían y pensaban sobre él, y debía reconocer que muchas de esas se las ganó a pulso, sobre todo en su juventud. Si tuviese un hijo seguramente tampoco le haría mucha gracia que anduviese rondando a un hombre con su mala fama.

Aun así, esa tarde Carla Jaeger se mostró muy cortés y amable con él cuando fue a verlo. Durante todos los años que Levi llevaba viviendo allí, la joven esposa del médico jamás se comportó de forma hiriente o grosera con él, por el contrario, era una de las pocas mujeres del vecindario que no andaba esparciendo rumores infundados sobre su persona y con las que intercambiaba alguna que otra palabra de vez en cuando. Sí, la madre del crío era una buena mujer y solo por ese motivo Levi intentó mostrarse también afable cuando esta le fue a preguntar por Eren. Durante casi una hora ella lo tuvo oyendo historias sobre el tipo de desastres y problemas en los que el mocoso se metía constantemente y su preocupación maternal por no poder corregirlo. En más de una ocasión él estuvo tentado en sugerirle que un par de golpes seguramente la ayudarían mucho, pero se contuvo, convencido de que a la mujer su consejo no le parecería demasiado adecuado.

Cuando finalmente él le contó todo lo sucedido con el gato, Carla aceptó sin dudar su explicación, pareciendo en verdad aliviada tras conocer el motivo que llevaba al desastre de hijo que tenía a buscar su compañía. Por supuesto, amable como esta era, le agradeció a Levi su ayuda y le pidió tenerle un poco más de paciencia a Eren, asegurándole que ella misma presionaría al niño para que buscara un nuevo hogar para el animalillo. Aun así y a pesar de todas sus buenas intenciones, él estaba seguro de que hasta que no terminara aquella especie de acuerdo, la mujer no le quitaría los ojos de encima.

Otro problema más que añadir a su larga lista gracias a Eren.

—No tendría por qué preocuparse, ya no soy un bebé. Mañana cumpliré diez años —soltó este como si aquello fuese un gran logro y su verde mirada volvió a posarse en Levi, ladeando un poco la cabeza. Una sonrisa genuina apareció en su infantil y redondeado rostro, iluminándolo—. ¿Le gustaría venir a mi fiesta?

 Él enarcó una ceja con incredulidad ante aquella absurda pregunta. ¿Es que el mocoso era idiota? ¿Con la mala reputación que tenía deseaba invitarlo a su cumpleaños? Levi no quería ni imaginarse la de problemas que podrían tener los Jaeger si él aceptase ir.

—Tch, una mierda si voy a una jodida fiesta infantil —espetó en respuesta, ante lo cual Eren lo miró ofendido—. Además, supongo que si estás ocupado eso significará que me dejarás en paz por un día.

—Puedo venir en la tarde, cuando se vayan mis invitados —ofreció el chico con entusiasmo—. Si mamá ya sabe…

—Oi, no tientes la suerte con tu madre, mocoso. Las mujeres pueden ser aterradoras cuando se enfadan, ¿sabes?

Eren asintió con ganas y, depositando su vacío vaso sobre la mesilla de centro, se dejó caer de espaldas en el sofá con gesto dramático.

—Lo sé. Mamá no deja de incordiarme por mis calificaciones o porque juego demasiado o porque destrozo la ropa nueva o porque me meto en problemas con mis compañeros de clases. Y Mikasa no me deja en paz en la escuela. Es una amiga genial, de verdad, pero no se me despega durante todo el día y por ese motivo el idiota de Jean… —Un suspiro cargado de enojo escapó de sus labios. El verdeazulado de sus ojos enturbiado por alguna emoción violenta que contrastaba con su habitual buen humor, aunque aquel gesto cambió cuando se volvió a mirarlo para preguntarle—: Levi, ¿sabe pelear?

—Claro —respondió mientras volvía a beber de su té.

—Entonces, ¿podría enseñarme? —inquirió este, entusiasmado.

—No —fue su inmediata respuesta—. Además, te recuerdo que en tres días más este absurdo acuerdo se termina. Tú le encuentras un hogar al gato y yo ya no tendré que soportarte en mi casa.

Al oír su respuesta, el mocoso dejó escapar un suspiro cargado de pesar.

—Puede que me cueste unos días más encontrarle un hogar a Khepera —murmuró con desgana Eren pasados unos minutos. Sin levantarse de su posición tumbada, alargó la mano para agarrar una de las magdalenas y darle un pequeño mordisquito, ante lo que Levi estuvo a punto de protestar y decirle que se sentara a comer como la gente normal antes de que le llenara el sofá y la roja alfombra de migajas; pero se contuvo cuando el crío lo miró con expresión implorante—. ¿Podría darme una semana más?

Una sonrisa para nada amable asomó a sus labios.

—Claro que no. Así que pon en marcha ese pequeño trasero tuyo y busca un nuevo dueño para el bichejo, mocoso. El lunes es su último día aquí.

Dando otro mordisco, mucho más grande esta vez, Eren comenzó a comer con rabia. El maldito gato, Khepera según el niño, salió de su cesta y empezó a lloriquear nuevamente para que lo subieran al sofá, clavando sus pequeñas y afiladas garritas en el símil de cuero negro como si este fuese un alfiletero. Seguramente el tapizado iba a quedar hecho una mierda, pensó Levi con resignada desesperación.

Durante los siguientes minutos un cómodo silencio se instauró entre ambos, mientras Eren se acababa la magdalena que Levi dejó sin tocar e intentaba, sin mucho éxito, que la pequeña bestezuela volviese a quedarse dormida en su pecho; sin embargo esta había comenzado a gimotear otra vez en busca de comida y no iba a permitir que nada la distrajese de su objetivo.

 Tras resignarse a su nuevo papel de esclavo, se puso de pie para volver a la cocina y, luego de preparar la mezcla correspondiente, regresó a la sala y le pasó al niño el pequeño biberón para que pudiese alimentar al gatito. Eren pareció animarse de inmediato.

Sus ojos grises se posaron en el niño y vagaron hasta el feo morado que le oscurecía e inflamaba el pómulo. La piel suavemente bronceada del chico, del mismo tono que la de su madre, parecía volverse un poco más clara en contraste con el cardenal que ni siquiera los rebeldes mechones de cabello castaño oscuro que le enmarcaban el rostro lograban disimular. Levi no pudo evitar pensar que a pesar de poseer todavía los rasgos suaves y redondeados de la niñez, Eren se parecía terriblemente a Carla. Sus enormes y expresivos ojos verdes, donde los de ella eran dorados, enmarcados por las espesas y largas pestañas oscuras así como las expresivas y un poco tupidas cejas, eran rasgos heredados de ella. La joven esposa del doctor Jaeger era una mujer hermosa, y por lo consiguiente, su hijo, que era casi idéntico a ella, de seguro iba a convertirse en un joven guapo. Lo más probable fuese que la pobre mujer la pasara bastante mal en un futuro próximo lidiando con las pretendientas de este y, por lo poco que el chico le había contado sobre sus amigos y la escuela, era bastante evidente que la tal Mikasa estaba más que un poco prendada de él. Que divertido.

—¿Con quién te has peleado? —preguntó Levi repentinamente. Sabía que no era de su incumbencia, pero sentía curiosidad. De cierto modo algo en el crío lo instaba a querer conocerlo un poco más, a comprender lo que pasaba por su desastrosa cabeza.

Demonios, que jodido estaba.

 Nada más oír su pregunta Eren soltó un gruñido de disgusto; sin embargo, el dolor patente en sus ojos delataba claramente que el enfado era solo una más de las emociones que al parecer estaban presentes en el torbellino que generaba aquel problema.

—Con Jean Kirstein —masculló, frunciendo los labios en una mueca despectiva. Sus pestañas, largas y oscuras, bajaron y se agitaron un poco, como si estuviese intentando no ponerse a llorar—. Ese idiota se ha enfadado conmigo. Se supone que somos amigos pero, desde que Mikasa se la pasa todo el día pegada a mí, Jean se comporta de forma insoportable: discute conmigo todo el tiempo, se enoja por cualquier tontería, ya no quiere jugar con nosotros y no me quiere decir cuál es el problema por más que se lo he preguntado. Pareciera que ahora me odiara —le explicó el chico exasperado, como si aquello fuera lo más absurdo del mundo—. Además, tuvimos la mala suerte de que en la clase de Ciencias nos tocó hacer un trabajo en conjunto.

Sin ser necesariamente un genio y mucho menos en lo relativo a relaciones sociales, Levi comenzó a tener una buena idea de cuál era el verdadero problema en esa amistad rota y a creer que Eren era bastante despistado y lento para darse cuenta de algunas cosas; no obstante, no pensaba decirle a este que seguramente el tal Jean estuviese en lo correcto al sentirse celoso de él. Algunas cosas debían caer por su propio peso y en su debido momento.

—¿Y te agarraste a golpes con el otro mocoso por eso?

—¡No! —protestó el niño—. No soy tan tonto como para dejarme provocar por algo así… Bueno, no siempre por lo menos —reconoció, un poco avergonzado—. Pero Jean… Jean comenzó a soltar rumores sobre mí —le dijo por lo bajo. Las redondeadas mejillas enrojecidas a más no poder y la evidente vergüenza centelleando en sus ojos—. Y… los otros chicos… los creyeron.

Levi no preguntó qué fue lo que el otro niño dijo para que pudiese alterar tanto al crío de los Jaeger, pero era más que obvio que aquello acabó por afectarlo bastante. Eren realmente parecía muy triste y decepcionado de todo.

Dio un nuevo sorbo a su taza de té y se mantuvo en silencio, observando con desganado disimulo como el pequeño gato, tal vez intuyendo la tristeza del chico, se subió con esfuerzo a su regazo y se hizo un ovillo allí, permitiéndole al mocoso acariciar de manera lánguida su suave pelaje negro mientras ronroneaba débilmente.

—A usted… —comenzó a decir Eren, inseguro, mordiéndose el labio inferior al sentirse nervioso y bajando la mirada a donde descansaba el animalillo cuando él clavó sus ojos grises sobre él—, ¿cómo hace para que no le importe lo que otros digan de usted?

Durante años, más de los que podía o quería recordar, Levi había sido el blanco perfecto para toda clase de habladurías malintencionadas. Algunas ciertas, muchas otras inventadas y exacerbadas, pero todas ellas hasta cierto punto dañinas. Él no se consideraba un mal hombre, por lo menos no tan malo como otros que hubo conocido en su pasado, pero era consciente de que su mala reputación lo precedía y de que en muchas ocasiones esta causaba más dolor que nada. Un desprecio, una mala mirada, cuchicheos a su paso no eran una herida real, no provocaban un daño invalidante, pero tampoco lo hacía el cortarse con una hoja de papel y, sin embargo, esta dejaba una laceración más profunda, dolorosa y difícil de curar que el corte limpio de un puñal. En su humilde opinión, una auténtica putada.

—Tch, importa —reconoció Levi, sorprendiéndose incluso a sí mismo por haber bajado la guardia de aquel modo con el niño, por dejarle entrever su debilidad; no obstante, no quería engañarlo. No le parecía justo mitigar sus temores con mentiras—. Puedes acostumbrarte a ello, fingir que no te interesa y mandarlos a todos a la mierda si gustas; incluso, podrías llegar a creértelo y conformarte con ello, pero, ¿a quién le gusta vivir una mentira?

Los verdes ojos del chico ya no lo rehuían como minutos atrás, por el contrario, lo observaban atentos y expectantes. Una expresión extraña, un algo que enturbiaba el vibrante verdeazulado, parecía revolotear en sus iris. Los llenos labios ligeramente entreabiertos y el ceño un poco fruncido delataban la concentración con la que oía y asimilaba sus palabras. Y luego, al comprender lo que intentaba confesarle, de empatizar con su dolor, la pátina de madurez en su semblante contrastó de manera violenta con la frágil inocencia de sus cortos años.

Demonios, pensó Levi, como desearía tener la habilidad de regresar el tiempo atrás y así borrar todo aquello que acababa de decirle.

Como si terminara de tomar una decisión importante, una que fuese a cambiar de forma radical su vida, Eren, sujetando al pequeño bicho negro entre sus brazos, se puso de pie para acortar la poca distancia que los separaba y se dejó caer a su lado en el sofá, cerca, muy cerca, demasiado; tanto que logró que Levi se incomodara un poco, aunque, obviamente, al mocoso no le importó lo más mínimo. Al bajar la vista, se encontró con aquel par de desconcertantes iris clavados en él, la determinación iluminándolos de aquel modo desquiciado que ya comenzaba a asociar con su absurda obstinación.

Ahora sí que estaba jodido.

—Les ha dicho a todos los chicos de mi clase que hice trampa en mi último examen de matemáticas —soltó de pronto Eren. Nuevamente aquella pequeña chispita de dolor oscureciendo el verdeazulado de sus ojos, hasta convertir el color del mar en verano en un verde más cercano al del bosque profundo—. Esa materia nunca se me ha dado muy bien, lo cierto es que soy muy malo con los números, pero estudié mucho, mucho, mucho con Armin. Me pasé semanas preparándome para ese examen y Jean lo sabía, ¡lo sabía! —repitió casi con desesperación—. Aun así, cuando aprobé con un ocho, comenzó a esparcir el rumor de que solo lo logré porque hice trampa ya que Armin me pasó las respuestas. —La pequeña y morena mano que acariciaba al gatito se detuvo unos minutos. Levi vislumbró el leve temblor que la estremecía, como si aquel recuerdo llenase al niño de un ramalazo de rabia contenida que a duras penas era capaz de mantener a raya—. Yo no soy demasiado popular en la escuela, ¿sabe? —reconoció Eren y una risita carente de humor escapó de sus labios. Parecía un poco deprimido por ello—. No soy bueno haciendo amigos ni quedándome callado cuando algo no me gusta y por eso suelo meterme en problemas, muchos; así que no me llevo demasiado bien con mis compañeros. Armin, Mikasa y Jean son mis únicos amigos pero, en verdad no me importa, porque ellos son especiales y con eso me basta. Aun así, Jean… Él no es como yo, le gusta a los demás, ya sabe. Así que por supuesto mis compañeros creyeron todo lo que dijo y comenzaron a esparcir el rumor sobre mí. Incluso nuestro profesor de esa materia, el maestro Auruo, empezó a sospechar de lo que había hecho; así que llamó a mamá a la escuela para contarle lo ocurrido e incluso habló con Armin, amenazándolo con una suspensión si aquello resultaba ser verdad. Al final se acordó que tendré que repetir el examen la próxima semana. —Un pesado suspiro, mezcla de enfado y frustración, se dejó oír en el silencio reinante de la estancia—. Cuando hoy venía camino a casa, Jean se me acercó para burlarse de mí. Si solo me hubiese dicho que lo sentía, que no quería hacerlo, lo hubiera perdonado, de verdad; pero en cambio él dijo que yo era un idiota y que ya no quería ser nunca más mi amigo… Fue entonces que perdí la paciencia y lo golpeé. Y ahora, cuando mamá me vea llegar así va a asesinarme. —Dejándose caer nuevamente de espaldas al sofá en un acto dramático, Eren cerró los ojos y soltó un gemidito quedo; seguramente anticipándose a la reprimenda que le esperaría por parte de su progenitora nada más poner un pie en su hogar y verlo lleno de cardenales y con la ropa hecha un desastre.

Levi no pudo más que sentir lástima por el mocoso, recordando a la perfección lo mal que él mismo lo había pasado en más de una ocasión cuando de niños regresó a su propia casa en situaciones similares. Kuchel Ackerman era generalmente una mujer muy dulce, pero, cuando se enfadaba, Levi llegaba a conocer lo que era el verdadero terror.

Después de haber oído la historia del niño, de escuchar sobre sus problemas infantiles y su amistad rota, creía conocerlo un poco mejor y, por qué no, solidarizar un poco más con él. Levi no era un experto en dar consejos, ¿cómo serlo cuando era un jodido cabrón antisocial? Pero, por una vez, en verdad deseó encontrar las palabras adecuadas para animar al mocoso; para ayudarlo a solventar ese pequeño bache en su vida, ya que, seguramente, aquel problema sería algo insignificante comparado a los que tendría que enfrentar en un futuro no tan lejano.

No obstante, mientras seguía devanándose los sesos en busca de algo que le resultara adecuado para aquella situación, Eren, volviendo a sentarse derecho a su lado, le dijo de repente:

—Mañana intentaré hablar una vez más con Jean… Quiero saber que hice mal para que esté tan enfadado conmigo, si hay algo que pueda hacer para arreglarlo y que podamos volver a ser amigos. Y me disculparé por haberlo golpeado hoy, aunque solo un poquito. —Un brillo travieso, que no dejaba entrever nada de arrepentimiento, asomó a sus ojos al mismo tiempo que una leve sonrisa se dibujaba en sus labios—. Y sacaré en ese maldito examen más que un ocho —le aseguró con determinación—. Así los dejaré a todos con la boca cerrada.

Al oírlo, Levi no pudo más que enarcar una de sus delgadas y oscuras cejas en señal de sorpresa y admirarse ante la tenacidad del niño. Nada más conocerlo cuatro días atrás, Eren Jaeger le pareció solo otro mocoso odioso e idiota, nada que no hubiese visto ya; pero, tenía que reconocer que, llegados a ese punto y de una extraña forma, ya no pensaba lo mismo de él.

—Entonces, te aconsejo que te largues de una puta vez a tu casa. Deja de perder el tiempo con tonterías y ponte a estudiar, mocoso —lo regañó con desgana. Vio como Eren inflaba las redondeadas mejillas en señal de infantil disgusto, lo que le arrancó una débil sonrisa que intentó disimular—. Y no te olvides de buscar un dueño para el gato.

—Lo sé, lo sé. Intentaré encontrar a alguien. Aunque usted también podría quedárselo. Khepera parece feliz aquí. —Como si quisiera enfatizar sus palabras, el chico le puso al animal frente al rostro y este comenzó a mover las patitas desesperado, dejando escapar un débil gemidito de miedosa protesta al sentirse en un lugar tan alto y desprotegido.

—Ya te he dicho que no quiero animales en mi casa. Además, con la tienda no tengo tiempo para cuidarlo.

—¡Pero puedo hacerlo yo! ¡Podría venir cada tarde y quedarme con Khepera hasta que usted llegue! ¡Y en las vacacione-!

Cubriéndole la boca con una mano y poca delicadeza, Levi lo obligó a callar su retahíla de sugerencias. Este abrió los ojos, enormes a causa de la sorpresa y el miedo.

—Tch, suficiente, mocoso. Entiendo el punto, pero sigue siendo un no. —Soltó a Eren y notó de inmediato la leve película de humedad dejada por la mezcla de saliva y el aliento contenido de este. Levi sabía que siendo un obseso de la limpieza y la pulcritud debería sentirse asqueado por ello pero, sorprendentemente, no fue así, o no tanto por lo menos—. Es mejor de esa forma, créeme. Estoy seguro de que la pequeña bestia será más feliz en un nuevo hogar.

—Pero usted no lo será —masculló el chico por lo bajo. Apenas un murmullo pero que sin embargo él fue capaz de oír con facilidad.

—¿Qué quieres decir con eso, mocoso? Ya te he dicho que no me gustan los animales. Son sucios, complicados y desordenados —le explicó de forma significativa, clavando en este su acerada mirada. Un mensaje implícito para dejarle claro que pensaba exactamente lo mismo de los niños, aunque el otro se hizo el desentendido con evidente descaro—. Solo me lo he quedado estos días para hacerte un favor.

—Sin embargo Khepera es ahora parte de su familia —insistió Eren—. Si lo deja ir, se arrepentirá. Seguro que se sentirá muy solo.

Tras depositar la, ahora vacía, taza de té sobre la mesilla de centro, Levi dejó escapar un suspiro exasperado y se llevó una mano a la pálida frente intentando mantener la calma. Ese maldito crío lograba hacerle perder la paciencia con su jodida terquedad.

—El gato se va y punto. Y es hora de que tú también te largues. No quiero tener que lidiar con tu madre nuevamente, así que deja de preocuparla rondando por mi casa durante tantas horas y haciéndola temer que mi mala compañía pueda arruinarte. —Se puso de pie con parsimonia y se alegró de que el chico hiciese lo mismo sin que él tuviese que llegar a obligarle.

Contempló como Eren acariciaba un par de veces más al esmirriado animal y luego de depositar un beso en su negra cabecita, a lo que la bestia bufó a modo de protesta, lo dejó nuevamente acomodado en su cesta antes de volver a calzarse y echarse al hombro el bolso. En una invitación muda, él lo precedió hasta la puerta de entrada, seguro de que el niño lo seguiría sin protestar.

—Entonces, hasta mañana, Levi. —Una de aquellas sonrisas sinceras asomó a los labios del niño e iluminó su rostro.

—Oi, mocoso, te dije que no es necesario que vengas. ¿No has dicho que estarás ocupado?

—Sí, pero el cuidado de Khepera también es mi responsabilidad. No puedo cargarlo a usted con todo el trabajo —le dijo con solemnidad, ante lo que él solo rodó un poco los ojos a modo de resignado fastidio. Eren se rio—. ¿Está seguro de que no quiere venir a mi fiesta? No son muchos invitados, solo mis padres, mis abuelos, Armin y Mikasa. Además, si mamá ya habló con usted no creo que le parezca mal que lo invite.

—Tch, segurísimo. Así que ya, largo, mocoso.

—Bueno, como desee. Pero le traeré pastel —prometió—. ¡Nos vemos mañana, Levi!

Durante unos pocos instantes se quedó allí, de pie bajo el dintel de la puerta, contemplando al chico que, con paso rápido y desenfadado, recorría parte de su bien cuidado jardín. Era un ritual tonto, lo sabía, pero él no se quedaba tranquilo hasta que lo veía llegar a su propia casa y perderse en el interior del hogar de su familia una vez cerraba la puerta. No obstante, en esa ocasión, antes de que este llegase siquiera a cruzar la blanca verja del jardín, el niño se giró a verlo y se devolvió corriendo hacia donde él se encontraba.

Levi lo miró, desconcertado.

—No… me… importa… lo que los demás… digan… de usted. Son rumores tontos…, como los que Jean… dijo sobre mí —le soltó Eren de golpe, con la respiración levemente entrecortada tras la corta y alocada carrera y las mejillas enrojecidas del esfuerzo y la vergüenza. Lo notó tragar saliva con fuerza y el leve revoloteo de sus oscuras pestañas sobre los tersos pómulos al intentar rehuir su mirada. Tras descansar unos pocos segundos y volver a respirar de manera seminormal, le dijo—: Es usted una buena persona, Levi. Me gusta. Y sé que Khepera piensa lo mismo que yo.

 En esa ocasión, el chico ni siquiera le dio tiempo a decir nada tras su inesperada confesión. Este simplemente se dio media vuelta y, sin despedirse ni nada, salió corriendo rumbo a la casa de sus padres donde en cuestión de segundos desapareció de su vista.

Y Levi, que se había metido en más peleas de las que podía recordar, que se enorgullecía ante su autoimpuesta valentía, se sintió aterrado. Muerto de miedo por un maldito crío de solo diez años que, con unas cuantas palabras, un par de encantadoras sonrisas y aquellos enormes ojos verdes, parecía ser capaz de desbaratar todas sus barreras y defensas.

Eren Jaeger era, sin lugar a dudas, el ser más peligrosamente encantador que había tenido la desgracia de conocer.

 Joder, ¿en qué tipo de desastre potencial se estaba convirtiendo su vida?

 

——o——

 

Eran cerca de las nueve de la noche, mucho más tarde de lo que pensaba, cuando Eren finalmente logró despedir a sus últimos invitados y conseguir que su madre le otorgase permiso para ir a casa de Levi.

 A pesar de que era sábado y eso significaba que al día siguiente no tendría clases, ella opinó que no era apropiado que él fuese a molestar al otro hombre, a una hora tan inadecuada, solo para ver a Khepera. Durante casi quince minutos su madre intentó hacerle ver que, quizá, su vecino tuviese planes para esa noche o que podría estar ya descansando tras el largo día de trabajo, pero Eren, seguro en su obstinación de que no sería así, protestó y suplicó hasta que esta, ya un poco harta, le dio autorización bajo la promesa de que no tardaría más de una hora.

Y en ese momento estaba allí, parado frente a la puerta de Levi, con un pote en la mano y tocando con insistencia el timbre mientras una débil y fría brisa de la estación primaveral lo hacía estremecer un poco al colarse bajo la delgada tela de su camiseta roja de manga corta. Tal vez sí debería haber hecho caso a su madre y haber tomado una sudadera antes de salir de casa.

Un instante después, un resquicio de la puerta se abrió apenas lo suficiente para dejar que un haz de luz del interior se proyectara en la oscuridad de la noche, jugueteando con las sombras, hasta que esta acabó por abrirse al completo. Levi, de pie bajo el umbral y vestido por completo de negro, lo observó con sus penetrantes ojos grises fijos en él y ambos brazos cruzados sobre el pecho.

—Tch, que mierda. Pensé que por un día me había librado de ti.

Eren, acostumbrado ya a que los comentarios y las acciones de este se contradijesen, no se inmutó por sus malas palabras ni su gesto huraño y, tal y como esperaba, lo observó adentrarse nuevamente en la casa, confiando en que él lo seguiría a pesar de no haber recibido una invitación directa de su parte. Cosa que hizo de inmediato.

—Le he traído pastel, como prometí —le informó de camino a la sala, yendo tras su vecino—. Es de chocolate y lo ha hecho mamá. Está delicioso.

Oyó a Levi chasquear la lengua en señal de disgusto al tiempo que este se sentaba en el sofá, cruzando las piernas y tomando un libro que estaba sobre este, el cual seguramente debía haber estado leyendo antes de que Eren llegase. Como casi siempre, Khepera dormía plácidamente en la cestita que se hallaba a su lado, pero al oír el ruido producido por sus voces y el repiqueteo de sus zapatos sobre el piso de tarima caoba, abrió los ojitos gris azulados y soltó un maullido bajito y chillón que lo hizo reír, como si lo regañara por haberlo despertado.

Se dejó caer sentado al lado de Levi y tomó al gatito entre sus manos para depositarlo sobre su regazo donde este se removió un poco hasta que finalmente se quedó quieto. El suave pelaje negro se sentía cálido y vibrante bajo sus caricias, como si un pequeño motorcito se escondiese dentro del animal y él acabara de encenderlo. Por lo menos, se dijo animado, aquel día Khepera no había intentado morderlo, lo que sin duda era un avance; quizás el gatito ya empezaba a entender que eran amigos.

—Hoy he hablado con mis abuelos —comenzó a decir, no muy seguro de si deseaba seguir compartiendo aquella información con Levi, pero, lo había prometido, ¿no? Y su padre siempre le recordaba que las promesas debían honrarse—; les expliqué la historia de Khepera. Me han dicho que si no le encuentro un hogar antes del lunes… ellos podrían cuidarlo.

Soltar aquello fue casi tan punzante como arrancarse la costra de una herida reciente, pensó Eren; parecía necesario, hasta cierto punto causaba alivio, pero no por eso dejaba de ser menos doloroso. Y él tenía muy clara cuál era la verdadera razón de no desear que el pequeño gatito tuviese otro hogar: si Khepera se marchaba, ya no tendría una excusa válida para pasar el rato con Levi.

Un deseo egoísta.

—Entonces, ¿vas a dejar de buscar? —le preguntó este con su habitual tono desinteresado. Sus ojos seguían clavados en el libro abierto que sostenía con una mano, pero Eren sospechaba que Levi en realidad ni siquiera lo estaba leyendo. Fingir hacerlo solo era una especie de escudo ante los demás, como muchas otras de las cosas que este hacía.

Durante unos breves segundos, unos muy, muy breves segundos, tuvo la necesidad de confesarle que en realidad nunca le buscó un nuevo hogar al gato. En un principio, cuando Levi lo ayudó a salvarlo y aceptó quedárselo por unos cuantos días, Eren tuvo la ilusión de que este terminaría encariñándose tanto con el animalito que finalmente no lo quisiese dejar marchar, porque, ¿quién podría resistirse a amar a una criatura tan linda y necesitada? Pero, la tarde anterior su vecino le dejó muy claro que no sería así; y aunque él protestara y suplicara, sabía bien que Levi no cedería, no porque fuese una mala persona, sino porque este realmente no podía hacerse cargo de Khepera. Por eso mismo Eren debía aceptar las cosas y ayudar a encontrarle un bonito y buen hogar al gatito, aunque eso significara que su incipiente amistad llegara a su fin. Como con Jean.

El pensar en el otro chico fue doloroso. Un nuevo arañazo en su maltrecho corazón, pero intentó ocultarlo lo mejor posible. Durante todo el día había logrado hacerlo. No deseaba que los demás se diesen cuenta de lo mal que lo estaba pasando por eso.

—Supongo que sí —respondió con desgana y se encogió de hombros, desterrando su tristeza a donde no fuese visible. Las diminutas garritas de Khepera se enterraron en sus piernas atravesando sus vaqueros negros, provocándole un poquito de dolor—. Mis abuelos me han dicho que puedo ir a verlo cuando quiera. Eso es bueno, ¿no?

 En vez de responder con una afirmación inmediata, Levi simplemente dejó el libro a un lado y se limitó a ponerse de pie para dirigirse a la cocina. Durante un pequeño instante Eren pensó en seguirlo, deseaba hacerlo, pero tuvo un poco de miedo. Sentía que cada segundo, cada minuto que pasara en su compañía, era como una carrera contra reloj; como aquellas que hacían de vez en cuando en la escuela y en las cuales, cada vez que estabas más próximo a llegar a la meta, sentías la presión del tiempo encima y notabas como te ahogabas en angustia. Eren las odiaba. Y odiaba sentirse así por su temor de no poder ver más a Levi.

Dándole un par de diminutos mordisquitos en señal de protesta, Khepera se liberó de su agarre y comenzó a caminar con inestable seguridad para explorar su entorno por el mullido sofá negro, en el cual este casi se confundía gracias al color de su pelaje. Él lo dejó hacer, aunque pendiente de sus movimientos para evitar que se fuese a caer y hacer daño. De forma inconsciente, y guiado por su curiosidad, tomó el libro que el otro había dejado minutos antes y comenzó a hojearlo. Era un bonito y grueso ejemplar de pasta dura azul oscuro con letras en dorado sobre la cubierta y el lomo; Guerre et Paix, de Léon Tolstoï rezaba el título y, con sorpresa, tras intentar leer un poco y no entender nada, se dio cuenta de que el libro estaba en francés.

 Eren no era un buen lector, en absoluto. De hecho, descontando unos cuantos comics, apenas y leía algo más si no era por obligación para la escuela y aun así solía protestar bastante, por lo que, imaginarse a alguien leyendo aquello y en un idioma que no era el propio, le parecía casi un castigo.

Pero Levi Ackerman sí lo hacía, se dijo. Levi que parecía ser mucho más de lo que todos decían y pensaban de él…

El ya conocido aroma del té recién infusionado se coló en su nariz seguido de los suaves y seguros pasos de este cuando regresó a la sala. Eren no se sorprendió cuando el hombre le puso al frente un vaso con jugo de manzana y tampoco protestó cuando le tendió un platito con un trozo del pastel que había llevado para él.

El gusto ligeramente amargo del chocolate en su boca mezclado con el sabor dulce y ácido de la manzana lo reconfortó un poco, lo suficiente para atreverse a levantar la vista de su plato y mirar a Levi que, sin ser consciente de su escrutinio, en ese instante masticaba un trozo de su propia porción y se entretenía acariciando al pequeño animalillo que ronroneaba feliz por su atención.

«Se parecen», fue el pensamiento que cruzó por su cabeza nada más verlos juntos; Khepera, estirándose cuan largo era con su negro pelaje y Levi, ataviando con sus oscuros vaqueros y su camiseta manga larga del mismo color. En un principio, Eren se sintió un poco bobo por pensar en algo tan absurdo, pero, mientras más los miraba a los dos, más y más sentía que hombre y gato tenían cosas en común. Coincidencias tontas, lo más probable, pero que para él no dejaban de ser curiosas.

Aparte de las evidentes similitudes físicas, como el negro pelaje de Khepera, tan similar al oscuro cabello de Levi, y los ojos claros y afilados de ambos, o que tanto su vecino como el animalito fuesen pequeños, delgados y de constitución flexible, Eren creía que incluso sus actitudes se parecían. Levi era un hombre callado, tranquilo y un poco huraño, con una actitud fría en apariencia y que cuando abría la boca parecía que solo era para protestar, aunque luego era increíblemente amable con él, a pesar de que no quisiera reconocerlo; casi igual que Khepera, se dijo convencido. El negro gatito se la pasaba echado en su pequeña cestita durmiendo e ignorando al mundo y, cada vez que Eren quería conseguir su atención, le bufaba indignado o lo mordía; sin embargo, pasado un rato se dejaba tentar por sus juegos y aceptaba sus caricias a pesar de sus protestas iniciales.

Sí, Levi Ackerman definitivamente era como un gato.

La risa que le provocó aquel absurdo pensamiento estalló en su boca antes de que pudiese controlarla, obligándolo a cerrar los ojos mientras las carcajadas brotaban una tras otra, pareciendo formarse en sus labios, elevarse y estallar en el silencio de la habitación como las pompas de jabón.

Una vez su ataque de risa llegó a su fin, los verdes ojos de Eren volvieron a vagar hacia la oscura figura de Levi. Aunque durante unos breves instantes temió que su arranque de júbilo lo hubiese molestado, se sintió inmensamente feliz al darse cuenta de que este lo observaba con un dejo de sonrisa en sus delgados labios y una ceja arqueada en señal de muda interrogación.

—Tch, que mocoso más tonto —le dijo antes de dar un sorbo a su taza de té. Su mirada, plateada y brillante, se posó sobre él; de esa manera tan intensa que lo hacía sentir siempre un poco desarmado, como si a través de ella Levi pudiese ver dentro de su cabeza con la misma facilidad que leía uno de sus libros—. ¿Y cómo han ido las cosas con tu amigo?

 La incipiente alegría de Eren desapareció en el acto, remplazada en parte por el dolor y la culpa. Ya no tenía rabia contra Jean, ¿serviría de algo seguirle guardando rencor? Tal vez, como le dijo Armin, era solo mejor dejar las cosas como estaban y esperar. Olvidar y esperar.

—No muy bien —reconoció con voz queda, aunque de inmediato negó con un enérgico gesto de cabeza—. Lo cierto es que ha sido horrible —se corrigió—. Jean ha dicho que estar conmigo es doloroso y que es mejor que ya no seamos amigos. Yo le pedí disculpas, de verdad, y él me aseguró que no hay rencores, pero supongo que eso no fue suficiente. Nunca parece ser suficiente —le dijo con pesar a Levi—. Hoy no quiso venir a mi fiesta.

—A veces —comenzó este, pasados unos minutos de silencio tras su confesión— el intentar las cosas tiene que bastarnos. Hiciste un esfuerzo, hablaste con él y quisiste arreglar el asunto entre ambos; quizás, algún día, eso sirva de algo.

Las palabras de Levi no le estaban dando una absolución ni una fórmula mágica para arreglar su rota amistad con Jean, pero, de algún modo misterioso, ayudaron a aliviar un poco su pena. Eren lo había intentado y resultó en un fracaso, eso lo comprendía, pero, tal y como este acababa de decirle, tal vez en algún momento su pequeño esfuerzo podría marcar una diferencia.

—Gracias, Levi. En verdad es usted muy amable —le dijo con sinceridad. Y aunque el otro solo chasqueó la lengua en señal de hastío, el leve rubor que tiñó sus pálidos pómulos delataba su evidente vergüenza.

Durante la hora siguiente Eren, mucho más animado, se la pasó parloteando alegremente mientras el otro hombre lo oía con paciencia. Le contó todo lo ocurrido en su fiesta y sobre lo que le obsequiaron. Le explicó en qué consistiría su injusto examen de repetición y el porqué de lo mucho que odiaba las matemáticas. Le preguntó a Levi sobre las cosas que le gustaba hacer en su tiempo libre, sobre las diferencias entre los distintos tipos de té y los libros que leía.

 Eren, fácilmente, podría haberse pasado toda la noche allí, platicando con él, interesado y fascinado con las cosas que este le decía y feliz de la atención que le prestaba. Ser amigo de Levi era completamente distinto a ser amigo de Armin o Mikasa, incluso de Jean. Quizá se debiera a que era mayor que ellos o a que parecía saber mucho o simplemente a que lo peligroso y prohibitivo que aparentaba ser lo hacían más interesante a sus ojos, no estaba muy seguro, pero sí tenía claro que le gustaba estar con él y aprovecharía ese día y el siguiente y el siguiente a ese. Mientras la presencia de Khepera se lo permitiera, se quedaría a su lado. Su deseo egoísta.

El sonido del timbre del móvil de Levi lo sobresaltó un poco y más aún al oír el nombre de su madre salir de los labios del otro mientras oía atento lo que ella decía, soltando cortas y escuetas respuestas de tanto en tanto.

Eren arrugó la corta nariz e hizo una mueca de fastidio al comprender de lo que se trataba aquello y, soltando un largo suspiro, se resignó a dar por finalizada la noche e irse a su casa.

—Oi, mocoso, tienes diez minutos para llegar a casa si no quieres que tu madre venga a recogerte en persona —le advirtió; una débil sonrisa cargada de ironía se dibujó en sus delgados labios—. Joder, menuda forma de acabar tu cumpleaños, con un castigo.

 Como si fuese activado por un resorte, Eren se puso de pie de un salto y se inclinó un poquito sobre el sofá para besar la negra cabecita de Khepera que bufó en señal de protesta.

—Ya debo irme, pero vendré mañana temprano —le dijo a su vecino una vez llegaron al recibidor. Levi se limitó a soltar un suspiro pero no reclamó en esa ocasión. Siguiendo un impulso y, a pesar de la vergüenza que sentía, sin apartar los ojos de él, volvió a decirle—: Muchas gracias por todo, Levi. Muchas, muchas gracias.

Intentando ocultar lo mejor posible el bochorno que sentía le calentaba hasta la nuca y las orejas, Eren abrió la puerta dispuesto a salir corriendo de allí lo más deprisa que sus piernas y pulmones le permitieran; sin embargo, antes de que pudiese dar un paso fuera de la vivienda, notó los largos dedos de Levi rodear su delgada muñeca para detener su huida.

—Oi, mocoso, alto ahí —le dijo este—. Se te queda esto.

Sin entender a qué se refería, él se volvió a verlo. Su corazón se aceleró de uno a cien en apenas un segundo, amenazando con salir disparado de su pecho en cualquier momento. La pequeña cajita envuelta en papel celeste con un moño azul eléctrico descansaba en la mano que el otro le tendía.

—Yo… gracias —murmuró, aceptando el pequeño obsequio con manos temblorosas y un rubor tan evidente que ni siquiera tendría sentido intentar ocultarlo. A pesar de que era una tontería, Eren notó como los ojos se le llenaban de lágrimas de angustiosa alegría—. Levi, yo… yo…

—Tch, deja de farfullar de una maldita vez, joder. ¿Vas a abrirlo o no? —le espetó con su poca paciencia habitual.

Eren asintió un par de veces, pestañeando con fuerza para espantar las lágrimas y se apresuró a desenvolver como pudo el paquetito, intentando no destrozar el papel en el proceso. Cuando finalmente vio el contenido de este, durante unos cuantos segundos fue incapaz de comprender lo que realmente significaba.

—¿Khepera? —preguntó dubitativo mientras leía la inscripción que aparecía escrita en la plaquita del diminuto collar rojo que sostenía en la mano. La reluciente llave, que también formaba parte del obsequio, seguía descansando en el fondo del nido de blanco papel de estraza.

—Suelo llegar a casa cerca de las siete, a veces incluso un poco más tarde; esta semana solo he hecho una excepción por esta pequeña bestia. Así que desde el lunes será tu responsabilidad cuidarla hasta que regrese, ¿entendido, mocoso?

Sin poder creer lo que estaba ocurriendo, lo que aquello significaba, Eren asintió lentamente.

—Sí —respondió con voz entrecortada y tragó saliva con fuerza—. ¡Sí, sí, sí! —repitió con mayor entusiasmo y rompió a reír.

Levi, a pesar de todas sus protestas y amenazas, a pesar de todo lo renuente que desde un comienzo se mostró sobre quedarse con el gatito para cuidarlo, estaba aceptando hacerlo por él. Regalándole un simple collar de gato y una copia de la llave de su casa le estaba diciendo que aceptaba su capricho; que le obsequiaba su deseo. Quizá para muchos, un regalo estúpido, pero que para él significaba muchísimo, demasiado. Este acababa de entregarle un trocito de felicidad.

—Feliz cumpleaños, Eren —oyó que le decía Levi y el ligero toque de su cálida mano sobre sus castaños cabellos pareció encender una chispa que poco a poco comenzó a convertirse en llama dentro de él.

Horas más tarde, ya acostado en su cama, mientras observaba a través de la ventana de su cuarto las estrellas en el cielo de aquella noche de primavera, Eren, con diez años recién cumplidos, descubrió tres cosas importantes:

Lo primero era que las apariencias podían ser engañosas y que uno nunca debía fiarse de los rumores. No todo lo que se decía de alguien debía ser forzosamente verdadero y no todo lo que alguien intentaba aparentar representaba lo que era en realidad. Se necesitaba tiempo y ganas de conocer a una persona antes de poder formarse una real opinión de ella. Jamás se debía juzgar a otro sin antes conocerlo.

Lo segundo consistía en algo más curioso; su pequeño secreto personal. Levi Ackerman, el chico más temible y peligroso del vecindario, aquel del que todos hablaban cosas horribles a sus espaldas, era un gato. Elegante, solitario y huraño; arisco, indiferente y amenazante cuando deseaba y, sin embargo, amable y cariñoso cuando pensaba que nadie lo veía y podía juzgarlo. Sí, Levi era un gato y Eren amaba a esos animales, ¿cómo no hacerlo con lo adorables que eran a pesar de sus contradicciones?

Y por último y, quizá lo más importante de todo, era que, a sus cortos diez años, por primera vez en su vida estaba enamorado, ¡enamorado de verdad! Y no importaba el tiempo que tardara, ¿cinco años? ¿Diez? Eren no tenía prisa, aún debía crecer. Pero cuando fuera un adulto, un hombre de verdad, le diría a Levi lo que sentía y le haría darse cuenta de que era perfecto para él; y así como había conseguido que este comprendiera que el hogar de Khepera estaba con ellos y no con alguna otra familia, también lograría que su malhumorado vecino entendiera que ambos serían más felices juntos que separados.

Antes de que sus ojos se cerraran finalmente por el sueño, el brillante resplandor de una estrella fugaz cruzó el cielo nocturno y Eren pidió un deseo; un deseo simple y sencillo y que sin embargo en aquel momento le pareció el más importante de su corta vida: que Khepera, Levi y él pudiesen estar juntos para siempre.

Notas finales:

Lo primero, a quien haya llegado hasta aquí, muchas gracias por leer, confío en que valiera la pena, por lo menos por el tiempo invertido.

Para quienes no me conocen, soy Tess, ¡un gusto y gracias por la oportunidad! Si alguien ya se ha topado con alguna otra de mis historias, ¡un gusto nuevamente y muchas gracias por darme la oportunidad, otra vez!

Esta historia, a pesar de no tenerla prevista para nada, nació hace cosa de un mes más menos, durante mi estadía de estudios en Londres, cuando una tarde de paseo por el parque acabó con un aguacero tremendo y me obligó a refugiarme un rato para esperar que amainara. En mi espera me hice de un inesperado amigo, cuervito-chan, que se quedó junto a mí comiendo pan y entreteniéndome los veinte minutos que me tocó esperar. Por razones obvias, y con el dolor en mi corazón, no me pude quedar con él, pero sí con su recuerdo y de ello surgió esta loca idea en mi cabeza; una historia que comenzó como un one-shot pero que acabó siendo tres. ¿El motivo? Simple; uno de los headcanon favoritos de esta autora con esta pareja es el amor que crece y cambia a través del tiempo, así que mientras más daba forma a mi historia más ganas tenía de que fuese eso, un amor en tres tiempos.

Así que en esta ocasión me he animado a escribir tres one-shots, ligeramente ligados entre sí pero que de igual modo se pueden leer de forma independiente ya que cada uno es una historia en sí misma, como podrán haberse dado cuenta al leer este. Y sí, cada uno de ellos será en edades diferentes: 10-24, 15-29 y 20-34.

De antemano pediré disculpas si este capítulo se ha hecho un poco largo o lioso, lo cierto es que los one-shots son lejos lo que más me cuesta escribir. Me explayo demasiado, mi cabeza siempre parece rebozar de cosas que quiero contar, así que tener que resumirlas todas en un solo capítulo es, bueno, algo complicado para mí. Solo espero que por lo menos les haya parecido entretenido.

Nuevamente, muchas gracias por leer y la oportunidad, y por supuesto esta historia va a dedicada a mi cuervito-chan que acabó convertido en gatito. Uno adorable como él, por cierto.

Espero nos leamos en la siguiente entrega, «Talón de Aquiles».

 

Tess


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