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Blue_KaiSoo. por Menw

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A las seis y doce, cuando Kris se despertó, estaba lloviendo. Era esa clase de lluvia ligera pero constante que podía prolongarse durante horas. Lo sabía, porque era la clase de lluvia que golpeteó el día anterior y anterior a ese contra la ventana de su habitación. Tenía la mala costumbre de dejar dicha ventana abierta. Manía que había comenzado cuando empezó a fumar, un par de años atrás.  El aire en la habitación era frío y húmedo. El invierno estaba cerca.

 

Se revolvió entre las sábanas tibias de su cama y desde su posición miró el cielo encapotado. No era algo prometedor teniendo en cuenta que era su primer día libre en semanas. Victoria se había marchado ya, supuso, al ver las puertas del armario de par en par y la ahora desorganizada mesilla donde tenía sus cosas. Miró el viejo reloj despertador sobre la mesilla junto a su cama, las seis y media. No tenía ganas de volverse a dormir. Aquellos sueños habían comenzado de nuevo. Siempre el mismo agobiante escenario. El sentimiento de una fatídica claustrofobia cuando la oscuridad lo engullía de a poco. El mismo llanto. Los mismos susurros. La misma helada caricia. 

 

Se levantó enfurruñado cuando una ráfaga helada se coló por la ventana. Sintió nauseas al recordar la sensación de aquél maldito sueño y aquella endemoniada caricia. Pero tenía sentido. Así como el invierno se acercaba, lo hacía también el aniversario de su desaparición.

 

El teléfono lo asustó justo con el primer timbrazo. Lo tomó al tercero y esperó a que la voz al otro lado de la línea hablase primero. Al final de aquella llamada, después de unos escuetos "sí" un par de  "de acuerdo" y un último "gracias", colgó. Kris estaba de pie frente a la ventana mientras la lluvia majadera golpeteaba contra ella, ahora con más fuerza. Las coincidencias solían ser pocas y de vez en cuando, algo espeluznantes. 

 

Kim JongIn había desaparecido hacía trece años un martes a medio día. Tenía seis para ese entonces. Había salido de casa rumbo a la escuela. No era su primer día. Según sus padres, se sabía de memoria la ruta ya que no era demasiado larga.

 

"Dos cuadras exactas y una vuelta a la derecha". había declarado el señor Kim. Fue su esposa, cuando el reloj marcó las doce y cuarenta y cinco, la que supo que algo no estaba bien. JongIn no estaba en casa. No regresaba y por mucho tiempo, todos pensaron que jamás lo haría. 

 

Hasta ahora.

 

Su viaje a la Clínica General de Hadong había durado poco más de hora y media. El clima no había cambiado demasiado. El cielo seguía gris y la lluvia parecía no querer detenerse. Cuando al fin llegó al lugar, se quedó sentado frente al volante un par de minutos. Miró los viejos informes que él mismo había escrito tiempo atrás. No eran muchos, lamentablemente. Pistas que no llevaban a ningún lado y nombres que no le decían nada. Parecía que JongIn se había marchado y con él, se había llevado todo rastro que pudiese dejar atrás. 

 

Respiró, se tragó las nauseas y caminó hacia la clínica. Sin embargo, un pie dentro del edificio y las nauseas lo golpearon de nuevo como a un principiante. Olía a hospital. Ese maldito y singular olor que identificaría aún si le taparan los oídos y le vendasen los ojos. Haciendo amago de la poca fuerza de voluntad que le quedaba, cruzó la abarrotada sala de emergencias mientras esquivaba enfermeras, doctores y pacientes por igual. 

 

La travesía hasta la sala de cuidados intensivos se había prolongado más de lo esperado. El tiempo parecía no avanzar como debía y Kris, para su desgracia, tuvo mucho en qué pensar. Los viejos informes los traía consigo bajo el brazo. Y la foto de JongIn, un poco más vieja que los papeles, daba vueltas entre sus manos inquietas.

 

Se preguntó cuanto había cambiado. Si seguiría teniendo aquella dulce sonrisa y la mirada tierna. ¿Cómo lo había tratado la vida hasta entonces? ¿En donde había estado todos aquellos años?

Cinco minutos después, el timbre del ascensor lo aleja de sus pensamientos, las puertas se abren. Más enfermeras, más doctores y más pacientes. El mismo olor, las mismas nauseas. Y un sentimiento que hacía mucho tiempo había perdido; esperanza. 

 

El chico está al otro lado del pasillo. Sentado en una silla mirando al vacío. Tiene el cabello castaño oscuro. Facciones duras y un par de tatuajes sobresalen bajo el cuello de su camisa. Por un segundo, el desconcierto se apodera de él. Su cabeza se atiborra de nuevas preguntas. Y cuando la duda y la decepción comienzan a invadir su mente, el chico lo mira. Y Kris se queda helado frente a él.

 

No hay duda alguna. Es Kim JongIn.

 


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