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No quiero saber... por chibibeast

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Notas del fanfic:

Titulo asignado: No quiero saber.
Personajes: Reita (Protagonista), Aoi (Co-protagonista)

Fic participante del desafío "Un título para una historia" del grupo de Escritores y Lectores de Tbe Gazette en Amor Yaoi.

 

GANADOR DEL 1er LUGAR

Notas del capitulo:

Ok, es el título más sencillo de todos, pero me dio tremendo dolor de cabeza.

Les explico la temática: Soundwave Tattoo son tatuajes que reproducen las ondas sonoras previamente grabadas, a través de una aplicación móvil que escanea la zona, de modo similar a la que realiza un código de barras. Actualmente, el tiempo límite es de 1 minuto. Esta aplicación, permite codificar cualquier sonido: voces o melodías. La pueden encontrar en la PlayStore y se compra con dinero real. (Links en las letras gris/azul).

Vi un vídeo en Facebook, en el que un señor hace la presentación de esta innovadora idea, fue tan genial que estuve todo el mes imaginando decenas de prompts para un universo alterno de soulmates *-* Because I’m a sucker for soulmates -guiño-

Los ~ ~ representan un flashback, narrado en pasado. Link de WATTPAD

Ojalá les guste este clichecito. 

Según la cultura de nuestra sociedad, se nos ha enseñado que las almas gemelas son una persona dividida en dos y cada una contiene la mitad de la misma alma, destinadas a encontrarse en alguna etapa de su vida, tarde o temprano. Nacemos con una marca en determinadas partes de nuestros cuerpos. Al principio, es sólo un manchón amorfo. Conforme nos desarrollamos, la marca toma la forma de una onda sonora, con picos que se elevan y decaen.

Esa es la pauta para encontrar a tu otra mitad.

Ambos tendrán la marca en el mismo sitio, siendo un calco perfecto.

Hay una característica que todavía no se ha podido descifrar completamente: es una onda sonora funcional. Es decir, cuando ambas almas entran en contacto físico, se reproduce una melodía, que sólo ellos tienen el privilegio de escuchar. Existen dos teorías:

1) Es la interpretación de los latidos del corazón al conocer a quien será el amor de tu vida. El roce a estas sinuosas líneas, provocará una reproducción simultánea, sus sentidos se acoplarán y el amor emergerá.
 
2) Es la interpretación de sus vidas, cada persona guarda una armonía y al encontrarse con su alma gemela, estas se unen en una sola sinfonía. A partir del nacimiento, los acontecimientos más relevantes son transformados en notas musicales, que serán combinadas en una reproducción a distintos tempos.


Yo, no pienso nada en específico, respecto a esta cuestión. No tengo un interés particular en el destino, … incluso, si ya lo he encontrado.


~


Hubo ciertas cosas en mi adolescencia que no me importaban, que no quería saber, pero, de alguna manera, terminaban estancándose en mi mente. El destino calzaba perfecto en estas dos categorías.

«Si mi destino está tallado en piedra o escrito en un libro, no quiero saber.»

Era mi pensar, no permitiría que un tonto mito controlara mis decisiones. Una simple palabra no me haría dudar de mis deseos. Sin embargo, decir que no creía en el destino, era una estupidez. Tenía la prueba de ello grabada en mi pecho, entre mi clavícula y pectoral izquierdo, abarcando desde el esternón hasta el final de mi hombro, en líneas asimétricas.

Creer y negarse a querer saber, son muy diferentes.

La razón tenía nada de especial, no quería crear expectativas falsas en las personas que se acercaban deseando que yo fuese su elegido y, después, saliesen lastimadas o decepcionadas por no ser así. Tampoco, quería romper mi propia ilusión.

A diferencia de las demás personas que se la pasaban buscando, viajando o anhelando, yo me dediqué a continuar mi vida, sin darle demasiada importancia, sin pensar mucho en ello y disfrutando el tiempo compartido con mis amigos y familiares. Si alguien me gustaba y los sentimientos eran mutuos, obtenían mi aprobación. ¿Sexo casual?, claro. ¿Relaciones serias?, mientras a ninguno nos incomodara ver nuestras marcas, era posible. 

Quería moldear mi camino, equivocarme, experimentar y conocer mi mundo, antes de reunirme con la persona que completara mi alma. Tuve el mismo pensamiento al llegar a la adultez. Me divertí cuánto me parecío necesario, reí, lloré, sufrí y todo lo hice sin pensar en mi supuesto destino.

 Amé a un hombre que conocí durante una noche, en la que la melancolía me abrumaba debido a un evento ocurrido años atrás, siendo un desconocido, escuchó atento lo que me agobiaba y me aconsejó, mas, su mirada me transmitió más seguridad que sus palabras. Me enamoré de sus ojos color marrón, de su forma rasgada y más grandes de lo común, de sus labios suaves que se sentían tan bien al tocar los míos y del calor que emitía su cuerpo cuando se unía al mío; me enamoré de sus acciones, que reflejaban cuánto me amaba, de los detalles y de sus palabras. Lo seguí amando, aun cuando me destrozó el corazón.

Él no era partidario de la infidelidad, creía mil veces más que yo en lo que el destino le tenía preparado y, un par de años después, su alma gemela le fue servida en bandeja de plata; de manera literal, cayó en sus brazos. Lo que parecía sería un paseo normal por una calle poco concurrida, se convirtió en una carrera contra reloj. Nos involucramos en un accidente de tránsito, aunque no fuimos los protagonistas. La calle era de una sola vía, íbamos cruzando hacia la otra acerca, vimos a un automóvil venir y detrás venía un joven en bicicleta, de repente, el auto se detuvo, casi derrapando y quedando en diagonal, fue tan repentino que el joven no alcanzó a reaccionar; la llanta de la bicicleta chocó contra el capó y su ocupante salió disparado al aire. Nos paralizamos por el chirrido del frenar, como en cámara lenta, vi el cuerpo apuntando a nuestra dirección, estábamos cerca, a pocos metros; un empujón me sacó de la trayectoria, poniendo a mi acompañante en mi lugar.

Oí el horrible ruido del choque y, como un borrón, vi ambos cuerpos deslizarse un par de metros por el pavimento. Recuperé la movilidad y corrí hacia ellos, llamando un nombre. Corrijo, cayó sobre otras partes, no sólo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, su cabeza sangraba.

—¿Yutaka? —Me agaché para revisarlo.

—Akira… —Intentó sentarse en el suelo. —Llama a una ambulancia.

Hice lo pedido, mientras observaba a Yutaka levantarse y mover al muchacho. Las dos mujeres que iban en el automóvil, prometieron hacerse responsables de lo sucedido. Fuimos al hospital, para asegurarnos que Yutaka no tuviese lesiones mayores. Sorprendentemente, sólo sufrió torcedura en una muñeca y moretones en el torso. A quien sufrió lesiones graves, se lo llevaron a un lugar privado.

—Lo escuché. —Yutaka murmuraba, viendo al piso, estaba sentado en una camilla de Emergencias. 

—¿A qué te refieres? ¿Qué escuchaste? —Me preocupaba que la caída le hubiese afectado en la cabeza.

—La melodía, Akira. Antes de caer, estiré las manos y traté de bloquearlo, toqué su espalda. Fue por unos segundos, pero la escuché tan claro y fuerte. Sentí las vibraciones a través de mi piel, recorriendo cada nervio, fue… asombroso.

La marca de Yutaka estaba dibujada en su espalda, bajo su nuca, justo en el centro, casi abarcando de hombro a hombro. Por consiguiente, su alma gemela la tendría en el mismo sitio. Era una excelente noticia, él estuvo esperando con paciencia a que apareciera y, por fin, sabría quién era y dónde se encontraba. Esta era mi señal para retirarme, para dejar el camino despejado; no me inmiscuiría en los asuntos de nadie.

—Entonces, aquí se termina todo, ¿no? —Hice una afirmación porque sabía que nuestra relación ya no tenía futuro.

—No hay una ley que dicte que debamos separarnos sólo porque alguno haya encontrado a su otra mitad. —Trató de impedir mi marcha.

—No es una ley, Yutaka, es una elección. Tú quieres estar con él, puedo verlo en tus ojos, estás preocupado porque piensas que podría ser mentira o que podría desaparecer cuando lo busques. Estoy feliz por ti, siempre has querido escuchar a tu corazón. —Acaricié sus cabellos azabaches, reconfortándolo. —Cuéntame, ¿cómo es?

—Es… complicado explicarlo, no tengo palabras, Akira. —hizo una pausa, tragó saliva, confuso. —Es una sensación extraordinaria, el dolor, el aire, todo se desvaneció cuando aquel sonido se apoderó de mi audición; era lo único en lo que podía concentrarme. —su voz delataba cuánta emoción le provocaba esta situación. —Son acordes rápidos al principio, como una introducción ejecutada por una guitarra acústica con tanta destreza y fervor; luego, un piano, que se ajusta a la velocidad exaltada, pero poco a poco se hace con el control, guiándolos, sutilmente, hacia una cadencia más moderada.

—Diciéndolo así, es impresionante. —Algo se estruja en mi interior y un nudo parece formarse en la boca de mi estómago.

—Lo es. —Suspira, una tonta sonrisa escapa. —Si pudiera mostrártelo, ah. —Parece a punto de estallar de tan alegre que está. —Algún día, Aki, serás capaz de saber…

—No quiero saber… —Le interrumpo, empezando a sentirme fuera de lugar. —No lo vuelvas a mencionar.

—No sabes, si realmente es así. Nunca te has topado con tu alma gemela, hasta que lo hagas sabrás si…

—¡No quiero saber! ¿Es difícil de entender? —me di la vuelta, dirigiéndome a la puerta de la habitación que ocupaba mi ex pareja.

—Akira, te has convertido en alguien esencial en mi vida, por favor…

—El romance ya no tiene cabida para nosotros, pero nuestra amistad no será deshecha tan fácil, ¿o sí?

—No, definitivamente, pretendo conservarte.
 
 
Durante dos semanas no supe de él ni del otro hombre. Yutaka y yo trabajábamos en el mismo local, le expliqué la ocurrido a nuestro jefe y supo entenderlo, también, hubo una conversación larga entre ellos, la cual no presencié; mas, sabía el tema a tratar.

Mediante una llamada fui solicitado a presentarme en una cafetería, ubicada en el centro de la ciudad, era pequeña, sin muchos lujos y muy acogedora. Fui el primero en llegar, me senté en una mesa pegada a la pared, alejado de la puerta de entrada, no había mucha gente, así que les fue fácil hallarme. Venía tomado de la mano de un hombre castaño, de rasgos finos que no perdían su masculinidad, lo sobrepasaba un par de centímetros en altura, era delgado y vestía ropas holgadas; de hecho, parecía que los tres teníamos eso en común, preferíamos la comodidad de la ropa despegada de nuestra piel. Su nombre era Kouyou Takashima, el mismo sujeto que acompañamos al hospital —tenía signos del accidente presentes en su piel— y me dijeron que, aunque dudoso, aceptó a su destino.

Quedaba yo, solo, siendo testigo de los estragos que producía la melodía en la mente de mis conocidos. Digo “estragos”, porque hacían y decían cosas que jamás creí o pensé que harían: derramaban miel, como una fuente infinita y yo repartía sal, como si hubiese escasez en el mundo. 


No lloraba por no tener un amor al cual consentir, me lamentaba porque mi elección había sido arrebatada.


~


Toco mi hombro izquierdo, evitando rozar la zona de mi marca. Un ligero picor aparece a veces, cuando los recuerdos me asaltan, tomándome desprevenido.

Estoy sentado en un banco improvisado, hecho de chatarra y madera, que sirve como asiento para los empleados cansados durante las horas de receso, sea el almuerzo o para holgazanear. A mi lado, yacen Yutaka y Kouyou, comiéndose las bocas, en vez de sus bentō. El clima está a una temperatura agradable hoy, ni caliente ni frío, el aire sopla fresco, meciendo las ramas de los árboles y hojas verdes se desprenden de estos, bailando al ritmo del viento.

Cualquiera se preguntaría por qué no me alejé de ellos, siendo que yo pinto nada en su relación y que lo mío con Yutaka ya es pasado, pues, la respuesta no es complicada. Soy un adulto maduro —hasta cierto punto—, sé tomar una ruptura de buen modo, además, de que el tiempo que compartí como pareja de Yutaka fue una grata experiencia y no le guardo rencor a Kouyou; no tendría por qué hacerlo.

Cada quién eligió lo mejor.

De nuevo, un hormigueo se asienta entre mi clavícula y pectoral, es muy molesto. Toco sobre el overol aquella zona, masajeo, intentando quitar esa sensación.

—¿Estás bien? —Un par de voces preguntan.

—Sí, estoy bien. —Hago el amago de levantarme e ignorarlos. —Sólo no ha sido un buen día.

Les paso de largo, regresando al interior del local. Trabajo en un taller de automóviles desde hace más tiempo del que soy capaz de recordar, doce o trece años, quizás. Siempre he sido amante de los vehículos, aprendí acerca de su ingeniería, de manera empírica, ya que no asistí a la universidad; en vez de eso, conseguí un empleo para poder sustentarme y ser independiente. Tuve varios trabajos desde mi adolescencia, los cuales me sirvieron para ganar ciertos conocimientos, que me trajeron hasta donde estoy. Un lugar módico para vivir, un empleo estable —cuyos ingresos son suficientes—, mi situación económica varía algunos meses —dependiendo de cómo maneje el dinero—, tengo lo necesario y no requiero más. Yutaka lleva aquí unos cuatro años, si no me equivoco. Empezó a laburar gracias a mi recomendación y sus servicios han sido satisfactorios.

—Suzuki, llegó uno nuevo, servido para ti. —mi jefe (un hombre de mediana edad) apunta a un Chevrolet, sin tres de las cuatro llantas, el parabrisas hecho trizas, la pintura degastada y rayones por todos lados.

—¿Qué demonios tiene que pasar para que un Chevrolet quedé tan destrozado? —es un cuadro impactante y triste.

—Cito las palabras del dueño: «Un idiota con una grúa me odia, lo arrastró por media ciudad.»

—Vaya. Es entendible, no puede matar al dueño, así que se desquita con sus pertenencias y se gana seis horas encerrado en una celda preventiva de la estación de policía. —rodeo el vehículo, evaluando los daños menos visibles, muchos son críticos. Presiono los botones de un panel para hacer subir la plataforma sobre la que está el Chevrolet —Cortó los frenos, ¿para qué, si usó la grúa?

—Quizás, pensó que no era favorable y decidió usar la artillería pesada. —Yutaka, también, examina la (futura a ser) hojalata. Si él entró, quiere decir que Shima ya terminó su visita.

—Pueden armar cuántas teorías conspirativas quieran, mientras lo reparan. ¡Manos a la obra! —Se retira a su oficina a hacer sólo él sabe qué.

—Pobre bebé, mira su carrocería.

—Ah, olvidé decirles. —Asoma medio torso por la puerta. —Pobre diablo vendrá a traer su chatarra la próxima semana.

—¿Qué es esto? ¿“Enchúlame la máquina”? ¡Es muy poco tiempo para reparar esta porquería!

—Retiro lo dicho. Ahora, ansío matar al idiota de la grúa. —Mi compañero patea un soporte de la plataforma, lo que hace vibrar el conjunto entero y… una de las puertas del auto se cae. 


-


Una semana no es tan extensa como parece, al menos, para mí.


Los días ocupados y las noches de insomnio, me tienen sumamente estresado, tenso y muy irritable. Mi humor de perro mejora el 40%, cuando los cambios son notables e imperdibles. Tuvimos que recoger todos los trozos de vidrio del interior del vehículo con supremo cuidado de no herirnos ni rasgar el revestimiento de los asientos, esfuerzo inútil porque había vidrios enterrados. Sustituimos el parabrisas, los cables de los frenos, los neumáticos, las puertas y re-pintamos el exterior; hicimos todo lo necesario y un poco de más.

Tuvimos que cobrar favores y hacer nuevas promesas para poder conseguir repararlo en el tiempo estipulado.


—Mis neuronas ya no hacen sinapsis, mis músculos lloran. Me muero, Aki. 

—Te comprendo. Siento que mis brazos se desprenderán en cualquier segundo, ¡mi cerebro explotará!
Juro que si algo falla cuando el dueño venga a recoger su cosa inútil, haré que el karma se haga valer. Estamos sucios, llenos de grasa, aceite, líquidos y espesores de todo tipo. El Chevrolet no es lo único que está a nuestro cargo.

Los movimientos torpes de Yutaka por querer sentarse en el suelo, captan mi atención, para ser preciso, mis ojos son atraídos hacia las ondas sonoras tintadas en su espalda. Trae el overol desabrochado hasta la cintura, dejando caer la parte superior y trae puesta una camisa sin mangas, que a duras penas le cubre, deja ver el diseño de su marca: las líneas verticales que simulan el espectro sonoro figuran en diferentes longitudes, inician pequeñas, en el centro aumentan el tamaño y disminuyen, es un patrón que luce genial. Dejo de verle, cuando mi reflejo en el vidrio de una ventana del auto me distrae, a diferencia de la camisa de mi compañero, la mía cumple su función de cubrir lo que debe y agradezco que sea así, no tengo ánimos de ponerme a detallar mi marca; hace mucho deseo sacarla de mi campo de visión.

Me he resignado a nunca toparme con mi alma gemela. Evado el contacto físico con la gente, cuya característica no es visible, con el temor de tocarles y alertarles de lo que nos ata.

No quiero saber… quién es, ni qué hace, ni su nombre. Tampoco, me apetece que aquella persona sepa de mi existencia. El género carece de importancia, pienso que estamos mejor sin conocernos. Nuestras vidas no deben entrelazarse, hice y haré lo posible para que eso no ocurra. Siempre mantendré mi guardia arriba.

—¿A qué hora se supone que vendrá? —Pregunta Yuta, jugando con un neumático desinflado, lo lanza al aire y lo atrapa.

—A las 3 pm. —El reloj analógico colgado en la pared de enfrente, apunta quince minutos faltantes.

El resto de empleados, ignora nuestra holgazanería, concentrados en sus encargos y las maldiciones lanzadas al cielo y al infierno. Me rio de un tonto que patea un bote de lubricante y este rebota en el muro, saliendo disparado hacia el techo y rompiendo una lámpara.

—¡Eso será descontado de tu salario! —ha pasado encerrado en su oficina, había olvidado siquiera que tengo un jefe.

—Suzuki, Tanabe. —Nos llaman. Aunque hay alguien hablando, mi mirada se centra en el hombre de cabellos azabaches estilizados, la forma de sus labios es curiosa y son abultados, además, su mirada también está clavada en mí. Tengo un mal presentimiento. —Él es el señor al que odian.

—¿Me odian? —se ve extrañado.

—A usted y a quien le hizo esto a tal preciosidad. —Se ha generalizado el gesto de saludarse con la mano, se presentan de ese modo. —Yutaka Tanabe.

—Yuu Shiroyama, gracias por hacer posible lo que parecía imposible. 

Las mangas de su camisa están recogidas y el cuello redondo de esta no muestra señales de la característica que busco. Está a la espera de que yo responda su saludo, pero dudo hacerlo, nada me asegura que…

—Disculpe, es un poco lento. Akira Suzuki. —Mi mano ha sido elevada y extendida en dirección al tal Shiroyama, sin mi permiso. Reacciono demasiado tarde, mis dedos han sido encerrados por los suyos, en un fuerte apretón, que presiona más ante la revelación que acaba de sacudir nuestro mundo como un terremoto seguido de un tsunami. Cantidad de sobrevivientes: 0.

Leves cosquilleos se expanden desde el agarre, por mi ser completo. Mi marca arde, como si varias chispas quemaran mi piel. Es desagradable e insoportable. Pese a ello, un eco retumba dentro de mis oídos, suaves notas invaden mis tímpanos: solitarias, fragmentadas, hace falta una segunda entonación; dicha sea, no aparecerá, estoy seguro. Aturdido, debido a la abrumadora experiencia, suelto el agarre y casi entrando en pánico, salgo corriendo del lugar; omito los gritos e interrogantes provenientes de mi alrededor. Estoy asustado, temeroso de lo que sucederá a continuación.


Los latidos acelerados opacan los residuos de aquel eco, pero los pasos que secundan a los míos suenan más.

—¡Oye! ¡Espera! —Su respiración entrecortada me dice que no está acostumbrado a correr y necesita ejercitarse. —Demonios, necesito hacer ejercicio. —Bingo.

—¡Regresa por donde viniste! 

—¡Me niego!

Hago ejercicio a diario, es imposible rebasarme, si acelero el paso. Van cinco cuadras, esquivo los obstáculos que se interponen —dígase humanos, animales y objetos inanimados—, disminuyo la velocidad para doblar en una esquina y, por el borde del ojo, le veo a los lejos; me detengo, pegándome a la pared, tanteando si llega hasta aquí o se rinde. ¡Vaya terco es! Ha doblado, también, se detuvo, apoyando las manos encima de las rodillas, su respiración irregular indica el mal funcionamiento de sus pulmones.

—Shiroyama. —me hace un gesto de “Espera.”, inhala profundo y exhala tosiendo. Siento compasión y vergüenza, debido a este sujeto desconocido. Espero a que se recupere.

—Creo, creo que ya. —se yergue completo, secándose el sudor con la manga de su camisa. —Continua.

—Shiroyama, no soy lo que buscas. Vete. —«Vete, antes de que me arrepienta.» 

—¿Disculpa? Te seguí cinco cuadras, ¡cinco! ¡Es lo máximo que he corrido en toda mi maldita vida! —Abre la palma de la mano, mostrando los cinco dedos, dándole énfasis. —Súmale el pulmón que estuve a punto de escupir.

—Me seguiste por tu voluntad, nadie te obligó.

—¡Lo hice porque eres mi alma gemela! —Es una excusa patética.

—Felicidades. Publícalo en tus redes sociales, pero te prohíbo mencionarme. —Reanudo mi andar, dejándole plantado.

—Oye, oye. Debe ser una broma. No es así como nuestro primer encuentro tiene que ser.

—Ah, ¿no? Entonces, ilumina mi oscuridad, farol. —Bromeo, harto de esta escena ridícula.

—Se supone que debemos enamorarnos al instante, el mínimo roce activa nuestras ondas sonoras. Sé que eres tú, porque escuché la melodía. —Su rostro se nota alegre, ansioso y, a la vez, preocupado del rechazo.

—¿Lo hiciste? ¿Escuchaste ambas melodías? —Quizás, me lo quite de encima.

—No. —Las emociones anteriores son reemplazadas, ahora, la desconcierto y tristeza le embargan. —Sin embargo, identifiqué la mía, le hace falta la segunda entonación, sí, pero eso no me molesta porque si no fueses tú, entonces, no se habría reproducido. —Tiene lavado el cerebro, genial.

Cierto, así es cómo actúa. Sólo la persona destinada para ti puede hacer eso posible.

—“Instantáneo”, ¿dices? —detengo mis pasos, de nuevo. Estuvimos caminando sin rumbo. Me giro hacia él, haciéndole chocar conmigo, debido a la brusquedad. —Lo único instantáneo es la comida deshidratada, lo otro, es la atracción. El amor se crea a base de comunicación, confianza, momentos compartidos, anécdotas. Recién nos enteramos de nuestra existencia, sólo sé tu nombre.

—Bueno, tenemos la primera anécdota. —dice optimista. Lo cual me hace reír, es una risa verdadera.—Eh, guardemos la primera vez que te hice reír.

Suspiro, ya ni sé si de fastidio o humor.

—Olvidaré que esto pasó. No quiero saber nada de ti ni de las almas gemelas.

–¿Qué hice para que estés enojado conmigo hasta ese extremo?

—Ser insistente, tal vez. —bufo, medio diciendo la verdad, medio bromeando. —Mi enojo no es contigo.

Dudo, decirle la razón por la que decidí permanecer en la incertidumbre me expondría a escalas inimaginables, desenterraría memorias amargas, traería mi pasado al presente. ¿Vale la pena decirle a este desconocido que me observa con fulgor en sus pupilas, esperanzado, esperando una explicación? Quizás, sólo quizás, si le digo, le cause el suficiente malestar… o podría parar aquel taxi que, convenientemente, viene en esta dirección. Aprieto la quijada, desaprovecho la oportunidad de escapar y decido contarle.

—A mis 20 años conocí a una persona muy valiosa, estuvo conmigo en mis peores momentos, era muy inteligente y vanidoso. Fuimos novios durante año y medio, en ese tiempo demostró sentimientos auténticos, era bastante detallista, perfeccionista, yo estaba cegado por él; tanto, que excluía su mayor defecto: era celoso hasta la médula.

—Creí que dirías que era un asesino o algo parecido. —Corta la historia.

—Vuelves a hablar y me largo. —Lo amenazo, logrando que se calle. —Le perdoné muchas veces los actos de celos injustificados, las acusaciones absurdas, las groserías y los golpes. —Veo que quiere hablar, muevo un pie, mostrándole que mi amanezca es seria. —Sí, estaba en una relación tóxica, es innecesario señalarlo. El día que me harté de su comportamiento, decidí terminar todo de forma pacífica, me paré frente a él dispuesto a decirle unas cuántas verdades; contrario a lo planeado, guardé silencio. «¿Sabes, Akira? Hoy encontré a mi alma gemela, es hermosa, una belleza digna de concurso.», dijo, mientras jugaba con un objeto que no reconocí entre sus manos. «Conversé con ella, le pedí una cita y me rechazó, varias veces, sin piedad. Yo, que tanto anhelaba tenerle, fui vilmente despreciado. Las almas gemelas no deberían tener opciones, lo aceptas sí o sí. Las personas que lo contradicen no merecen tener una, por eso, tú nunca tendrás la tuya.»

»—Antes de siquiera abrir la boca para contestar, se lanzó directo hacia mí, tacleándome, usando su peso para fijarme contra el piso. El objeto con el que jugaba era una navaja multiusos, sacó la hoja filosa y la deslizó, atravesando mi marca —oculto con mi palma dicha ubicación. —, una, dos, tres, … perdí la cuenta y él continuó; grité, pataleé, supliqué, lloré. Nada de lo que hacía lograba liberarme, le daba puñetazos en la cara, llegué a quebrarle la nariz, romperle la boca, sangraba menos que yo, eso era evidente. —El rostro de Shiroyama era una gama de emociones, la ira e impotencia relucían en sus facciones fruncidas. —Yo estaba semi inconsciente, cuando mi vecina metiche llegó diciendo que llamaría a la policía. ¡Le agradecí a los dioses existentes porque esa viejita tuviera vida todavía!

—¿Ese sujeto, es el tal Tanabe?

—Muérdete la lengua. Yutaka Tanabe es una persona de bien. —Le tranquilizo.

—Tú eres su amigo. —encoge los hombros. —Volviendo al tema… Yo, también, le agradezco, señora. —dice en voz baja, tiene los párpados cerrados. —Es una heroína.

—Pues, la realidad es otra. —dije, antes de que se imaginara historias de superhéroes, parece de los que les gustan esas cosas. —Sólo era una advertencia, lo cual alteró a mi atacante. Él huyó de inmediato, me dejó tirado y sangrando. Vivíamos en un edificio de dos plantas, teníamos reputación de indecentes, pero los vecinos lo vieron huir y al instante supieron que algo olía rancio, llamaron a la policía y, esta vez, fue verdad. Me llevaron al hospital y a él lo llevaron a la cárcel.

Aprovecho el shock momentáneo causado por mi historia para remover la parte superior de mi overol y quitar mi camiseta, revelando las cicatrices esparcidas en mi pecho, la más grande y gruesa se extiende en diagonal, borrando el 60% del espectro de mis ondas sonoras. Finas líneas a los laterales contrastan mi palidez natural. Su quijada cae y sus ojos no pueden creer lo que ven, permanezco inmóvil, cuando él se mueve acortando la distancia, que yo había impuesto; sus dedos rozan cada cicatriz impresa en mi piel, al llegar a la figura, traza con el índice el patrón ascendente y descendente.

Abatido, escucho la estática, apenas perceptible, combinada con la entonación de Shiroyama. Distingo el ritmo pausado, aunado a la estática que lo secunda y se disipa, aun así, esto confirma la teoría de la “interpretación de la vida”; en las suaves notas se destacan los acontecimientos considerados significativos, sean penosos o gratos.

—¿Sabes? Dicen que existen cantidades ilimitadas de realidades que se entrelazan con esta, me gustaría pensar que existe un universo en el que nos encontramos antes de que un imbécil egoísta arruinara tan preciado regalo. —con la mano libre, baja el cuello de su camisa, permitiéndome contemplar el diseño completo de la imagen que hace más de una década no apreciaba. Al levantar mi mano y tocar la nítida superficie, mi pulso tembloroso delata cuán turbadas están mis emociones. 

—La elección de aceptarte o rechazarte me fue arrebata sin compasión, afectó mi pensamiento, mi manera de percibir el significado del destino. Me resigné a jamás consentir tu presencia en mi vida.

—¿Planeabas ahuyentarme? Basta, cierra la boca. —Presiono mis labios, sin expresar palabras. —El destino no está escrito, tú lo forjas. Nos guía a las personas que dejarán huellas en nuestras vidas, a quienes amaremos de una forma u otra, no sólo trata de amor romántico, sino fraterno y platónico. Podemos convertirnos en lo que quieras, pero no garantizo que no vaya a enamorarme de ti. —Inclino la cabeza, ahorrando mi comentario y afirmando su argumento. —¡Se supone que acuerdes lo mismo! ¡Oye!

«No quiero  saber…», solía ser un mantra para reforzar el escudo que me resguardaba de toparme con esta persona. Estaba equivocado, totalmente errado. Ahora, quiero saber…


Quiero saber de lo que eres capaz, Yuu Shiroyama.

Notas finales:

Dieron un mes para desarrollar una historia y yo me hice un chacuatol creando varias, para al final decidirme por esta y escribirla en cuatro días, es tan cortita.

Fui víctima de la Ley de Murphy xD

La melodía del ReitAoi/AoiTa se llama Canon en D (Pachelbel) y la de KaiHa/UruKai se llama From the beginning until now.

Referencia: *Enchúlame la máquina = era un programa de televisión, emitido por MTV (antes de 2010), en el que personas con dinero llevaban sus autos para que los personalizaran. El tiempo límite era de una semana.

Link de WATTPAD

¡Fue un placer participar en este desafío! ( ;u;)7 


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