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Runner por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Y aquí estamos otra vez. Me tengo que desdecir porque creo que en algún momento comenté que este fic no iba a tener más de 20 capítulos. Y la verdad es que ya no lo sé, quizás acabe en el siguiente, quizás acabe dentro de otros 16 capítulos más.

Hala, que os satisfaga.

Capítulo 16. El peor anhelo

 

Al principio se alivió, creyó que el rechazo de Kuina no estaba siendo tan doloroso, que había sido peor el miedo a confesarse que la negativa respuesta de la chica. Incluso aguantó el tipo cuando sus amigos le hicieron bromitas. Sin embargo, al paso de los días, se le quitaron las ganas de cualquier cosa, no soportaba ver la cara de nadie, ni tan siquiera la suya propia en el espejo. Cuando se dio cuenta, llevaba cuatro días seguidos encerrado en su cuarto como el niño deprimido de trece años que era.

Esa tarde apenas conseguía levantar cabeza; antes logró salir de la cama y quitarse el pijama, bajó a almorzar con su familia, pero quizá fue demasiado esfuerzo; se puso los auriculares, subió el volumen de la música y se tiró sobre su pupitre, cubrió su cara con sus brazos cruzados.

A las horas, muy lejano, le despertó un par de golpes de nudillos en su puerta. Pensó que era Perona, más pesada que de costumbre debido a que se entusiasmó con el prometedor romance entre su hermano pequeño y su amiga de la infancia. La ignoró, incluso cuando percibió que la puerta se abría y se acercaban unos pasos a su espalda.

Un golpe seco en su coronilla le hundió la barbilla en la madera de la mesa.

–¡Pero que mierd...! –se volvió con ira. La presencia de Sanji le detuvo en seco.

–Te estaba llamando, idiota –le dijo el rubio–. Baja el volumen antes de que te quedes como un tapia.

–¿Qué haces aquí? –se quitó los auriculares.

–Nada en particular. Ver si ya te habías cortado las venas, quizás me he adelantado un poco. Aunque por las pintas de emo que tienes poco te falta.

–Peinate el flequillo y luego me hablas de quién parece emo.

–Oye, que lo mío es estilo, lo tuyo es decrepitud.

–Claro que sí, porque lo digas tú.

–Porque lo dice el encantador caballero al que no han rechazado en toda su cara.

–¡A ti te rechazan dos tías por semana! ¡Sin contar las que te dejan por pesado!

–¡Yo por lo menos no soy un ladrillo emocional que nunca ha tenido novia y para cuando quiere tenerla le mandan a paseo!

–¡Qué te den!

–¡Qué te den a ti!

Al final le dieron a los dos, un bocinazo, por parte de Perona. La pelirosa estaba estudiando y las peleas de esos dos se escuchaba en todo el bloque.

–Oh, perdonanos dulce y gótica Perona, ahora mismo le enseño modales a tu subdesarrollado hermano.

La chica cerró, mosqueada y amenazante, la puerta. Los dos chicos se miraron.

–Bueno, ¿has venido para algo? Aparte de para tirarle los trastos a mi hermana y tocarme las narices, digo.

El aura del rubio se tornó más suave, le ofreció una fiambrera de plástico a Zoro, con la que seguramente le había arreado antes. El peliverde, extrañado, la recogió y abrió. Eran galletas rellenas.

–El relleno es de café. Después es verdad que las he bañado hasta la mitad en chocolate, para el mal de amores siempre viene bien, pero era de un ochenta por ciento de cacao, no creo que te resulten demasiado empalagosas.

En aquella época, Sanji esperaba a que su padre y sus hermanos no estuvieran en casa para cocinar, iba muy lento con su aprendizaje autodidacta y no tenía la confianza que más tarde le darían los conocimientos culinarios de su tío Zeff. Por ello le explicó la receta con tanta timidez.

Por su parte, Zoro, se quedó sin saber que decir. A Sanji se le escapó un bufido y recuperó su máscara de suficiencia.

–Como sea, ya me dirás mañana lo buenas están, si algún día decides dejar de acumular roña y salir de tu cuarto.

–Tú si que eres un roñas.

Se atacaron el uno al otro con la mirada, no obstante, no empezaron otra de sus peleas. Sanji sonrió amable, y se dirigió a la puerta.

–Ya nos vemos por ahí, cuídate. Y alimentate bien.

Se fue. Zoro le oyó en el pasillo acosar de nuevo a su hermana, así como a Perona soltarle una de esas burradas que soltaba a la gente dejándo a la persona que fuera en absoluta depresión. Bajó la mirada hacia las galletas. De alguna manera, se encontraba mejor, el enfrentamiento con Sanji le había recompuesto un poco, casi parecía que el rubio idiota lo tenía planeado.

Tomó una de las galletas y la mordió. Notaba calor en la cara, en el pecho, pero para él era imposible deducir a qué se debía. No se lo imaginaba. Y quizá fuese mejor así, porque si hubiese entendido lo que sentía en ese momento se hubiese horrorizado.

 

Ocho años después...

 

Luffy y Zoro desayunaban en la cocina. El monito miraba un poco enfurruñado a su amigo; la noche anterior el peliverde se dejó consolar y descansó, aparentemente. No sabía que era, pero Luffy le veía raro.

–¿Estás bien?

–¿Hum? Ya te he dicho que sí. ¿Cuantas veces me lo vas a preguntar?

–Es que no sé, es como si no parecieras tú.

–Luffy, estoy bien, de verdad. No tienes que estar como una lapa todo el día, sé cuidarme sólo.

–Pero si no es...

El timbre de la puerta les interrumpió. Se trataban de Usopp y Chopper.

–¡Buenos días a los dos! ¿Os apetece ir a los recreativos? Hemos oído que han puesto nuevas máquinas. Aunque no sé si Luffy debiera, con todas las asignaturas que tiene para septiembre.

–¡Oye! ¡Qué tu también has cateado unas cuantas!

–Yo he cateado lo normal. Lo tuyo ha sido de record Guiness, ahora mismo te llamarán para poner una foto tuya en la nueva edición.

–¿De verdad? –se lo creyó Chopper.

–Zoro –le llamó el narizotas–. Tú también vienes, comeremos allí y eso. ¿O habías pensado verte con Mihawk?

–No había pensado nada. Pero supongo que puedo ir con vosotros y verle esta tarde.

Se hizo un puntual silencio en el que Usopp y Chopper observaron al peliverde.

–Zoro, ¿te encuentras bien? Estás un poco raro –dijo uno.

–Un poco –secundó el otro.

–¿Verdad que sí? –se unió Luffy–. Lleva toda la mañana así.

–Estoy perfectamente –gruñó irritado.

Los cuatro gastaron toda su mañana en el centro comercial, e incluso comieron allí. Zoro, en un principio, tuvo la intención de buscar algún comercio o similar que necesitara gente; el programa donde el peliverde trabaja de operador de cámara había cerrado hasta la conclusión del verano, así que quería algo remunerado con lo que ocupar esos meses.

Lo cierto fue que, hubiese o no hubiese empleos con puestos vacantes, Zoro estaba demasiado distraído para darse cuenta.

–¿De verdad que estás bien?

Cada cierto tiempo alguno de los tres amigos que iban con él hacían esta pregunta. Y si dejaron de formularla fue porque Zoro, entre la vigésima y trigésima vez, les echó una mirada de mil pares de demonios.

–¡Eh, vosotros! –les llamaron nada más salir del McRocodile–. ¡Luffy!

Los cuatro reconocieron la voz de Franky. Le encontraron a él y a Robin; parecía que tenían una cita, pero ninguno de los cuatro muchachos era lo suficientemente avispado como para apreciarlo.

–¡Franky! ¡Robin! ¡Cuánto tiempo!

–Si nos vimos el sábado –comentó Usopp por lo bajini para no herir la sensibilidad de peliverde. Parecía que hacía un milenio, sin embargo, de aquella fatídica barbacoa en la playa sólo hacía dos días.

–¿Qué hacéis aquí?

–Íbamos a ver una película en el cine –contestó la mujer–. Es esa de terror que ha ganado tantos premios últimamente. ¿Os interesa?

Franky se puso incómodo con aquella proposición, era evidente que le había costado mucho llegar a ese punto de estar a solas con Robin en una sala de cine; pero los cuatro más jóvenes no se percataron.

–¡Por supuesto! –respondió Luffy como portavoz, y eso que a Usopp no le hacía demasiada gracia ese tipo de películas, por muy buenas que fueran–. Zoro, tú tienes tiempo, ¿no?

–Sí, tampoco había quedado con Mihawk a ninguna hora.

Igual que antes se hizo un puntual silencio en el que, esta vez, Franky y Robin observaron al peliverde.

–Oye, ¿te encuentra bien? –preguntó el del pelo celeste.

–Se te ve enrarecido –siguió ella.

–No, si lleva todo el día así –repitió Luffy mosqueado.

–En ese caso debería descansar. Si no nunca estará SUPER como una rosa.

–Cualquiera se lo dice –se quejó Usopp.

–Insiste todo el rato en que está bien –dijo Chopper.

–La gran mayoría de las personas que afirman una y otra vez que están bien suelen ser las primeras en aparecer al alba con cortes en las muñecas y sin vida.

–Si os digo que estoy bien es por que estoy bien –arrastró las palabra ya un poco hasta las pelotas.

Pagaron sus entradas, Luffy arrasó con el puesto de palomitas y tomaron sus butacas en la sala de cine. Empezaron los anuncios previos a la película.

Zoro, en el extremo de la fila, resopló por la nariz. De verdad que, en esa pequeña comunidad que habían creado, tenían todos una gran habilidad para tocarle las narices. No entendía por qué se preocupaban tanto por él, él no les estaba dando razones para preocuparse tanto, estaba bien, estaba entero. ¿Qué más querían?

Y de repente su corazón se paró.

Por su lado, una persona cruzó el pasillo del patio de butacas. Vio una cabeza rubia. Se le subió la bilis a la garganta. No había pensado, lo había evitado, lo que sucedería cuando se encontraran de nuevo.

Entonces vio que para nada se trataba de ese rubio cretino, que era otro tipo totalmente distinto. Se sintió imbécil, y mareado; notaba fría la cara, como si se le hubiese ido la sangre. Volvió a mirar a sus amigos, nadie se había dado cuenta, pero...

Mierda.

–Zoro –le llamó Luffy cuando el peliverde se levantó–. Espera, ¿dónde vas?

–Voy a los servicios, ahora vuelvo.

Se recorrió el centro comercial hasta la salida, creyó que allí le sería más fácil respirar; sin embargo, era verano, la gente iba y venía. Su agobio crecía. No, otra vez no, no quiero que se den cuenta, no quiero que me vean así. Tengo que estar bien, tengo que estarlo.

La vibración de su móvil en su bolsillo le distrajo un instante. Era un mensaje de Mihawk: "Si quieres, llámame cuando salgas del cine y voy a recogerte". De alguna manera, le relajó, le hizo incluso gracia. Tan preocupado por no desatenderle, tan preocupado por dejarle su espacio al peliverde.

Un engranaje se movió en su cabeza. No quería estar allí.

 

Cerca de media hora después...

 

Mihawk abrió la puerta. Al otro lado, con la cara enrojecida y bañado en sudor, el peliverde recuperaba el aliento apoyado en sus propias rodillas, o por lo menos lo intentaba. Tras dejarle un aviso por mensaje a Luffy, no había vuelto a la sala de cine, se había echado a la carrera desde el centro comercial.

El mayor, como cualquier persona normal en esa situación y después de esa pesadilla de fin de semana, se asustó al verle de esa manera.

–¿Pero qué te ha pasado? Creí que estabas en el cine –esas fueron alguna de las cosas que dijo conforme guiaba al peliverde hasta el sofá–. Ven, túmbate, respira.

–No estoy teniendo otro ataque –dijo, costaba creerle con las bocanadas que daba–. Casi lo tengo, pero no lo he tenido. Es sólo... que no quería estar ahí.

Fue un pequeño caos, pero poco a poco llegó la calma. Su respiración se normalizó, aunque el sudor le había dejado manchas bastante feas en su ropa y aún tenía la cara ruborizada del esfuerzo físico.

–Ten, te sentará bien.

Mihawk le puso por delante una tila, el peliverde recogió la taza algo avergonzado por aquel número, dejó sus manos dejaba que se enfriara.

El mayor se sentó a su lado y ambos callaron, esperando quizás que el otro hablara. Zoro sabía que tenía que dar una explicación, aunque solo fuera por el susto que le había dado, no obstante, sus palabras no salían; a él mismo le era difícil tener una idea de lo que había pasado.

–Tampoco tienes que tomártela, sino quieres –le dijo con calidez el mayor.

Sabía que eso no había sido una orden, aún así dio un escueto buche. Otros segundos pasaron sin que ninguno de los dos dijera nada. Bebió otra vez. Llenó sus pulmones de aire y espiró. Sentía como si hubiese estado todo el día; o desde que volviera el domingo por la tarde al piso que compartía con Luffy; en tensión constante. Ahora, sus músculos agarrotados caían. Como siempre, aquello que rodeaba a Mihawk le envolvía, le confortaba. Se notaba a sí mismo hasta con sueño.

–Es raro –habló por fin el joven.

–¿El qué?

–Nada –contestó, pero el mayor siguió atento–. No me has preguntado si estoy bien.

Mihawk sonrió con calidez, aún preocupado.

–Te conozco lo suficiente para saber que si te preguntara eso te cerrarías a cal y canto, te pondrías a la defensiva y me dirías que no pasa nada.

Aturdido, Zoro apartó sus ojos, bajó la mirada hacia la taza, la presión de su pecho se revolvió. De repente, le subió por la garganta una risa corta amarga. Intentó controlarse. Se llevó la mano a su rostro, tapó sus ojos; sus hombros temblaban. Volvió a reír en algo parecido a un sollozo. Por su cabeza se pasaron aquellas imágenes, cada una de las escenas que había vivido hasta llevarle a aquel punto. Cosas que debería haber hecho de otra manera, dicho dicho de otra forma, pensado diferente.

–Ojalá nunca le hubiese querido.

Oyó sus palabras, el propio quiebro de su voz, llegó a su límite. Notó el abrazó de Mihawk, dejó que llevara su cabeza hasta su hombro. La presión en el pecho le desgarró hasta que no le quedaron fuerzas para retener sus lágrimas.

 

Al pasar la tarde, en otro lugar...

 

Marco llegó al apartamento. Vio la mesa del salón ocupada por los apuntes de Ace, pero sin Ace. Se fijó y encontró al pecoso en el balcón, sentado en una silla y su mirada hacia el infinito cielo. Desde la puerta, Marco, sólo acertaba a verle el cogote, pero ya se imaginaba la expresión que tenía.

Tomó otra silla y ocupó la mitad del balcón que quedaba a su lado.

–Oh, ya estás aquí. –al joven se le iluminó la cara. Se besaron–, ¿qué tal en el hospital?

–Cansado, pero nada que se salga de lo normal. ¿Y tú? –desvió la mirada hacia el interior de la casa donde la mesa seguía llena de papeles y libros–. ¿Has empezado algo?

–Algo. –resopló–. Aún me es difícil concentrarme. Hay cosas que no se me quitan de la cabeza.

–Si te obsesionas es peor.

–Lo sé, lo sé. –apoyó su cabeza en el hombre del otro–. Es, sobre todo, que después de lo ocurrido en este último año, yo soy el primero que no asume como una persona como Zoro acaba por los suelos y pisoteado por su pareja. Quiero decir: de una persona con una autoestima baja o regular sería de cajón. Pero él siempre tan orgulloso, una persona que siempre ha tenido claro quién era y quién quería ser, sin culpas y con una fortaleza tan envidiable... Algo integro en él, no una fachada.

Marco meditó.

–El día que Zoro te dijo que iba a empezar una relación formal con Sanji te alegraste. Estabas triste de que lo vuestro terminara pero te alegraste por él.

–No sabía lo que se le venía encima –se defendió.

–Me refiero a que sabías que Zoro tenía un interés por Sanji desde hacía bastante tiempo. Tú mismo me lo dijiste.

–Sí. –empezó a recordar–. De hecho, me di cuenta de que le interesaban los chicos porque más de una vez le pillé actuando "raro" con Sanji.

–Puede que fuera el primer chico que le gustara. Tal vez, el primero que le hizo sentir culpable porque le gustaran las personas de su mismo género. Con el que tuvo que convencerse una y otra vez que eso no era posible, que debía de ser un error. Y a la vez sin poder evitar sentir lo que sentía –hizo una pausa–. Años después, lo que tanto ha anhelado se le concede, aún así ya está bastante erosionado para comprender que no hay nada malo en ello. Si le añadimos a eso que a Sanji se le han visto dejes algo homófobos y, aún más, bifóbicos ya estamos hablando de que acertó en la única grieta, pero la más profunda, de su autoestima.

Ace aguardó un instante. Alzó la cabeza, mostró una sonrisa sincera, en una expresión agotada de tanta preocupación.

–Deberías ser psicólogo.

–¿Por qué no lo eres tú? Tienes toda la vida por delante.

–Claro que sí, me matriculo en otra carrera. ¿Cómo no lo había pensado?

–Para las salidas laborales que tenéis los jóvenes hoy en día no me parece mal plan.

–Anda, señor mayor, vamos dentro a que te caliente la comida.

–¿Me has preparado la cena? –se ilusionó.

–Justo después de desordenar la mesa con mis apuntes.

 

A los días...

 

Esa vez sí le hizo caso a Mihawk y se quedó unos días en su apartamento. Se lo comentó a Luffy por teléfono; al monito le sorprendió pero enseguida se ofreció, con ayuda de Law, a llevarle una mochila con sus cosas.

–Espero que te recuperes pronto –le dijo en el rellano que había delante de la puerta de Mihawk–, la casa no es lo mismo sin ti.

–Sólo serán unos días. Además, no sé de que te quejas, Law y tú tendréis el piso para vosotros solos.

–Pero Torao es otra cosa.

–Gracias por la parte que me toca –comentó a su lado el aludido ojeroso.

Al principio no estaba a gusto del todo; no tenía la presión constante de sus amigos sobre sus espaldas, pero sentía que estaba ocupando una casa ajena; el mayor se encargó de que se le quitaran esos pensamientos intrusivos. No le sobreprotegió ni se volcó a atender al peliverde por encima de todo, simplemente, le cuidaba y hacían vida juntos, casi como dos compañeros de piso que de vez en cuando se besaban.

Llegó, de esta manera, un nuevo fin de semana. Los dos desayunaban esa mañana de sábado, tan parecida a la del domingo pasado, sólo que en esta ocasión era Mihawk el que estaba algo más tenso. Zoro se dio cuenta porque llevaba así desde la tarde anterior.

–¿Te pasa algo?

El mayor le miró durante un rato. Estaba preocupado.

–Zoro, hay algo que quiero decirte, pero tampoco quiero que pienses que es una escusa –aguardó un momento–. Sería buena idea que fueses a terapia.

Para que iba a mentir, aquella palabra le dejó en punto muerto, todavía no la había asumido cuando Mihawk volvió a hablar:

–No quiero que pienses que me estoy librando de ti, al contrario, quiero que te quedes conmigo todo el tiempo que veas necesario. Pero yo no soy psicólogo, puedo apoyarte en la medida de lo posible, pero no puedo curarte. Tampoco quiero que firmes un compromiso. Sólo que pruebes unas sesiones y...

Ese panfleto, unas semanas antes, hubiese provocado otro derrumbe hacia la ansiedad. Jamás hubiese admitido que el necesitara curarse, que le curaran. Su perspectiva había cambiado en muy poco.

–De acuerdo. Iré.

El asombro de Mihawk fue casi de caricatura, lo último que esperaba es que fuera tan fácil. Zoro se rió.

–Tampoco tiene que tener tanta importancia, tú también fuiste.

–Sí –contestó con cautela–. Es cierto.

Siguieron desayunando con calma. Mihawk miró de soslayo al peliverde, no parecía que hubiese levantado otra de sus corazas. Entonces, se acordó de algo. Sonrió.

–Zoro, ¿cuándo te dije yo que había ido a terapia?

–La semana pasada, cuando me recogiste de la playa.

–Ah, sí... Qué extraño que te acuerdes tan bien de eso pero no de aquella frase que me soltaste.

La cara el joven se encendió. La sonrisa jocosa del mayor no le ayudó.

–No sé de que me hablas.

–Sí, seguramente.

Tomo la barbilla del joven, le besó. La mañana era perfecta, como si las cosas empezaran a encontrar su lugar.

 

Continuará...


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