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Runner por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Buenas! Sin nada más que añadir :D

Capítulo 7. Vicios ocultos

 

Zoro salió de su cuarto, a bostezos descoyuntados y rascadas en sus partes bajas.

–¿Hum? –oyó unas voces antes de entrar a la cocina, algunas risas. Venían desde la terraza.

Encontró a Vivi con ejercicios de yoga, se equilibraba sobre una pierna en la postura del árbol con finura y elegancia; mientras que al animal de Luffy se le estaba poniendo la cara morada de aguantar la respiración para que su pierna de apoyo no resbalara.

–¿Qué hacéis vosotros dos?

–Buenos días, Zoro –le saludó la peliazul–. Nos despejamos con un poco de ejercicio mañanero.

–Ah, vale. ¿Has dormido aquí?

–Sí. ¿No viste en el sofá?

Después de largarse de la pequeña fiesta de un portazo no había regresado hasta las tantas; se había quedado un rato en la playa y luego se había ido de bares, por lo que a su vuelta estaba lo suficiente bebido para que no se le ocurriera encender ninguna luz en la oscuridad nocturna del apartamento. Sí recordaba el cúmulo de cosas en el sofá, pero no pensó que fuese la actriz principal del corto justo después de terminar una larga jornada de rodaje. Que lo normal hubiese sido que se hubiese ido a su casa a descansar, ¿no?

–¿Te apuntas a yoga, Zoro? –le animó Luffy con cataratas de sudores–. No es tan difícil, yo casi le estoy pillando el tran... ¡quillo! –se cayó.

–No, gracias, no me va. Además, tengo que ponerme con el montaje. Tenemos el tiempo echado encima.

Vivi le observó unos segundos. A continuación, hinchó pausado su pecho, su cuerpo pasó a la postura de lo que parecía un pájaro en picado, equilibraba todavía sobre una pierna.

–El yoga es una disciplina de relajación y concentración. Quizás una hora con el montaje no haga la diferencia, pero una hora en calma te ayude a rendir mejor. A veces, es necesario parar para volver con más fuerza.

Zoro dudó, se rascó la nuca.

–¡Vamos, Zoro! –se incorporó el monito con entusiasmo–. Seguro que te gano.

–Ni que el yoga sea un deporte de alto rendimiento.

–Oh, perdone usted, atleta olímpico de medalla de oro –se hurgó la nariz con un mohín de desprecio–. No creía yo que fuera un cobardica.

Consiguió que se le hincharan los huevos, de buena mañana y sin desayunar. Se puso con ellos. Vivi volvió sobre sus dos piernas e hizo de profesora, sentados en la posición de loto les guió en una respiración previa. Inspiraron y expiraron.

La calma que vino no se parecía a la que solía estar acostumbrado con Mihawk, pero fue agradable. Entendió porque Vivi se había quedado a dormir en el piso, porque ella y Luffy habían montado aquello después de lo de la noche anterior. Lo agradeció. Aunque su agradecimiento no quitó que Luffy y él se descoyuntaran músculos y huesos o que se diera de bruces contra las losas de la terraza todas las veces posible.

 

Durante aquella semana...

 

Sólo existieron dos cosas, el ordenador y él. Seleccionaba, cortaba, movía y pegaba escenas como si no hubiese un mañana, la mayoría por su cuenta, a veces con Luffy en calidad de director.

–Oye, Zoro, ¿y si ponemos esta escena aquí en vez de allí? ¡Dale rapidez a esta, que parezca que le está dando un puñetazo de vengador! Buah, ésta me aburre, hazla más corta. ¡Superponlas!

–¿Qué dices...?

Se restó horas de sueño nada más que para eso, únicamente se detenía cuando iba a trabajar de operador de cámara; que entre los ojos rojos y el atontamiento por el cansancio los de su alrededor empezaron a creer cosas que no eran, de hecho, su superior le echó un paternal sermón sobre drogas que le aburrió hasta el infinito.

Con Mihawk pudo quedar apenas una noche, y aun así no se privó de su ordenador para trabajar.

 

Aquella misma noche, de madrugada...

 

Mihawk, con la espalda en el cabecero de la cama, observaba el mar al otro lado del cristal. Descendió la mirada hasta el peliverde, cuyo cuerpo descansaba bocabajo sobre el colchón. Dormía en paz. Suspiró por la nariz.

Eran tres las ocasiones en las que se habían acostado: la mañana que acabaron nadando en el lago, el día que empezaron a salir y esa noche. Se solía decir que la primera vez con alguien siempre era un desastre; increíblemente inolvidable, pero un desastre. Eso no había ocurrido con el joven.

La primera vez que estuvo en su casa, después de que los dos se ducharan, con la gama de colores grises colándose por la ventana... la escena se desarrolló con tanta perfección que en más de una se le hacía soñada. Mientras tanto, las otras dos veces, la calidad de sus encuentros había bajado un notable tramo.

La segunda vez que lo hicieron fue después de que Zoro le dijera que no le importaba seguir siendo pasivo; el sexo se hizo con menos naturalidad, con más miedo. No le dio más vueltas porque él tampoco estuvo en sus mejores facultades; lo dos tuvieron en ese momento demasiado en que pensar. Además, creyó que después de hablar con el peliverde en el portal de su casa eso no volvería a suceder. No obstante, llegó la tercera vez.

Zoro vino tan normal a su piso, algo cansado por el montaje del corto que le traía de cabeza.

–Ni siquiera voy a poder terminarlo en condiciones –se quejó, agotado y con la cara pegada a la pantalla–. Menos mal que el festival permite mandarlo con un montaje previo y arreglarlo después, en el caso de que pasemos la "nota de corte", claro.

No le pareció que nada nublara su vista, su manera de concentrarse había sido limpia y decidida. Luego, durante la cena, charlaron y rieron como siempre, no había que temer; ni siquiera en los preliminares, la calidez y lo erótico se liberaron con facilidad entre ellos.

Una vez desnudos en la cama, fue cuando la cosa cambió. Zoro se tornó a cada segundo más tenso, alerta, y tan poco receptivo que en más de una Mihawk creyó que no le gustaba que le tocara.

–¿Estás bien? –le había preguntado al joven.

–Sí, ¿por qué? –le sonrió y fingió que no ocurría nada mientras seguían con los besos y caricias.

A partir de ahí, el peliverde se esforzó para demostrar que no había de que preocuparse, se guardó sus nervios y tomó las riendas. Casi engañó al mayor. Sin embargo, llegó un momento en el que Zoro tuvo la cabeza entre las piernas de Mihawk; el mayor se vino en su boca y, embriagado por aquellas sensaciones, tomó en un arranque aquellos cabellos verdosos, atrajo los labios del joven a los suyos, dispuesto a devorarlos.

El peliverde le apartó la cara, con sus brazos en el pecho de Mihawk como a punto de empujarle. Ambos se quedaron parados, se miraron el uno al otro. Zoro volvió a retirar sus ojos hacia cualquier sitio en el que no estuviese Mihawk, con una vergüenza y culpa demasiado impropia de él. Con cuidado, el mayor tomó su barbilla, le hizo girar el rostro de nuevo hacia él. La incomodidad de joven se acrecentaba, aun así, abrió su boca para el otro. Se juntaron en un beso.

Mihawk volvió a suspirar, acarició los cabellos del peliverde, sus pendientes también. Quizás Zoro sólo estuviese cansado. O quizás no eran tan compatibles como imaginaron en un principio.

 

Una vez el montaje del corto terminó...

 

Pudo respirar. El resultado no había quedado tan bien como su orgullo requería, pero por lo menos el trabajo ya estaba mandado y se podía despedir de los malabares con Franky y Eustass de esa última semana; no recordaba la última vez que se había gritado tanto y durante tanto tiempo sin parar con una persona, excepto por Sanji.

Fuera como fuese, el plan de Luffy, como de costumbre, hubiera sido reunirse todos a celebrarlo; por el contrario, las ocupaciones de unos y otros seguían ahí y tuvieron que dejarlo para más adelante. Zoro quedó liberado ese fin de semana, que empezó ese mismo viernes al llegar al cine de Thriller Bark, donde Mihawk le esperaba como las otras veces.

–Buff, lo que me ha costado que me dejen ir –se crujió el cuello el peliverde en la puerta del cine–. Los otros cámaras estaban empeñados en salir de cerveceo con las chicas del equipo de arte.

–No te preocupes, aún queda un cuarto de hora para que empiece la película. Aunque sabes que eres libre de irte a cualquier otro sitio.

–Ya estamos otra vez –le siguió el juego–. Un día harás la bromita y me iré de verdad.

Mihawk le sonrió, pero no como siempre, no se trataba de su sonrisa confiada, retadora o sensual, sino una especie de rictus forzado y torpe. Notó la extrañeza del joven y se fue al interior del edificio antes de que le preguntara nada, con las pupilas de Zoro clavadas en su espalda. El peliverde resopló muy cansado, siguió al otro con esfuerzos para no tener la cabeza gacha.

 

Casi dos horas después...

 

Ahora sí que iba con la cabeza gacha. Qué horror de película.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó el mayor cuando se apoyó en la pared al lado de la sala de cine.

–Ni se te ocurra volver a meterme en una película así –le amenazó mareado.

–¿Tanto te ha aburrido?

–¡Si fuera sólo por aburrimiento! ¡El protagonista deja a su novio/amigo de toda la vida para irse a formar tríos con uno que acaba de abusarle sexualmente en una discoteca!

–Cierto que el principio es un poco abrupto, pero es interesante como trata el tema de la culpa y como esta hace soportar situaciones que en la normalidad no...

–La película no hace más que salir malos tratos y violaciones para que al final te planten un pegote de "oye, que sí es amor". ¡Y un cuerno va a ser eso amor!

Mihawk se quedó levemente abrumado. Zoro se dio cuenta de que se había desbocado y su cara se enrojeció, la apartó un segundo.

–Tampoco ha estado tan mal, había algunos planos medio buenos.

Cuando se fijó de nuevo en el mayor este se tapaba lo boca con la mano para retener una risa.

–Sí, puede que tengas razón –notó en su tono un deje de alivio.

–¿No te molesta mi opinión?

–No seas absurdo, ¿para qué vamos juntos si te guardas tus comentarios para ti?

El peliverde fue incapaz de contestar.

–¡Te juro que como vuelvas a meterme en una película como ésta te dejo! –se alzó una tercera voz.

Al tiempo que Mihawk y Zoro desviaban su atención a las puertas de la sala, aparecieron por ellas dos personas: cierto pecoso muy indignado y su novio. El primero cruzó su mirada con el peliverde.

–¡Zoro! –le saludó si ápice de enfurruñamiento–. ¿Cómo tú por aquí?

–Eso mismo digo yo. ¿Acabáis de salir de esa de película?

–Sí, sí, no la veas. Marco me convenció con mentiras.

–Yo no recuerdo haberte mentido –se defendió éste.

–"Una historia de amor diferente, casi poliamorosa" me dijo –le explicó al peliverde–. Politóxica, más bien. Su generación tiene un problema con romanizar los malos tratos. Por no hablar del personaje del hermano del protagonista, que es el único sensato y nadie intenta comprenderle.

–Ya, para mí de la película sólo se salva cuando el exnovio le mete una piña al pelirrojo.

–Ah, sí. Un momento. ¿La has visto?

–Estábamos en la misma sala.

–¡Anda! Vaya coincidencia –se rió–. En la misma sala de cine y sin saberlo. ¿Vienes solo?

–Vengo con él.

Señaló a Mihawk, a tan sólo paso y medio detrás. Ace y Marco colocaron su vista sobre él; al instante, sus cerebros hicieron los cálculos de quién podía ser ese hombre con pintas de famoso de incógnito, cuando la solución les llegó, ambos quedaron en punto muerto.

–Soy Mihawk –se adelantó él a ofrecer la mano cuando se percató de que los otros dos se había quedado como esculturas de mármol–. Encantado.

–Ah, sí, igualmente –el de la cabeza rapada consiguió reaccionar y formalizar el apretón–. Yo soy Marco. Así que tú eres la pareja de Zoro, supongo, qué sorpresa conocerte.

–Yo soy Ace –le dio la mano el otro joven, tal vez demasiado entusiasmado–. No te imaginaba para nada así, ¿cómo ha conocido Zoro a un hombre como tú? –bromeó.

–Coincidimos por las mañanas en el paseo marítimo cuando salimos a correr.

De nuevo, los cerebros de Ace y Marco se detuvieron, esta vez en un recuerdo donde el peliverde, con una quemadura en la pierna, se caía por las escaleras sólo para ir de runner a la playa. Se fijaron en Zoro, que fingía indiferencia ante la conversación de una manera nefasta, sobre todo por el evidente rubor de su cara.

–Ooh... –pronunciaron ambos con ternura en una mirada cómplice.

Zoro se quiso morir.

 

Rato más tarde...

 

Al final pasó a ser una cita doble, cenaron en aquel lugar de bocadillos donde fueron Zoro y Mihawk la primera vez que quedaron. Siguieron discutiendo de la película un buen rato, en dos claros bandos organizados por edad. Luego, el de mirada rapaz, al saber que el bar que frecuentaban Ace y Marco estaba cerrado por reformas, les ofreció venir a su casa.

–Muchas gracias –dijo el de la cabeza rapada–. Pero no quisiéramos molestar.

–En absoluto.

Así fueron todos al piso de Mihawk, donde el gato recibió a las dos nuevas personas con curiosidad y olisqueos; tras la inspección se dejó acariciar por ambos invitados e incluso les hizo carantoñas revolcándose por el suelo.

–Me dijiste que era arisco con cualquiera que se le acercase –le recordó Zoro al mayor.

–Tal vez sólo lo fue con las dos únicas personas que tuvo trato antes de que aparecieras en su vida.

–¿Hum? Entonces una es ese amigo tuyo, Shanks. ¿Quién es la otra?

–Mi ex-mujer.

–¿¡Estuviste casado!? –se sorprendieron tanto Ace como Marco como el gato.

Mientras preparaban las copas se dieron cuenta de que en el apartamento no había hielo; para los dos veteranos no suponía un problema, ellos habían optado por el vino, pero para los dos jóvenes que pretendía echarle mano al ron era un contratiempo.

–Habla por ti –le dijo el peliverde al pecoso–. A mí no me importa.

–Ya, a ti todo lo que sea a palo seco... ¿hay algún sitio donde pueda comprar una bolsa de hielo?

–Al final de la calle –contestó Mihawk–, es un poco tarde, pero siendo viernes seguirá abierto.

–Me acercaré en un momento.

–Espera –Zoro le siguió–, te acompaño. Así podremos traer más bolsas.

–¿Cuánto piensas beber? Es igual, así me guías para que no me pierda –bromeó–. Y vosotros, no hagáis cosas indecentes en nuestra ausencia.

–¿Y en tu presencia? –preguntó Marco jocoso.

–Eso ya lo iremos hablando.

Tal que así, la puerta se cerró y los dos mayores se quedaron solos; extrañados por el repentino silencio, se les escapó una risa protocolaria. Sentado en el sofá, Mihawk sirvió la copa de su invitado antes que la suya.

–Tengo que serte sincero. Me imponía un poco el hecho de conocer a los amigos de Zoro.

–Entonces te recomiendo que no te relajes, Ace y yo somos los más sosegados del grupo. Aunque tampoco tienes que darle vueltas, arman mucho escándalo, pero son buena gente.

–Me refería más por la diferencia de edad.

–Ah, sí, a mí también se me pasó por la cabeza: yo, ahí, con más de cuarenta rodeado de jóvenes de veinte –suspiró–. En realidad, entre ellos hay gente incluso más mayor. Son como una comuna.

Mihawk dudó un momento.

–Y entre vosotros dos, ¿habéis tenido problemas?

–¿Por la edad? –Marco quedó pensativo–. No, diría que no. Más problemas nos dio ser una pareja convencional y monogámica a la fuerza.

Mihawk tosió al intentar dar un trago de vino.

–Sois... ¿una relación abierta?

Marco se demoró en contestar, bebió de su copa, sonrió amable.

–Desde que estoy con Ace las etiquetas se han quedado algo obsoletas. Ahora mismo, si quieres definirnos, se podría decir que somos una pareja más de manual.

–Perdona si soy indiscreto, pero no estás siendo nada específico.

–Tienes razón –se rió–. Al principio, Ace fue el que dijo de "abrir" la relación, yo no estaba muy seguro, pero poco a poco me di cuenta de que era lo mejor. La manera que tiene él de relacionarse con los demás no cambia la forma en que los dos estamos juntos; o, al menos, no para mal.

–Suenas condescendiente.

–Para nada –se encogió de hombros–. Ace me gusta tal y como es, si le hubiese obligado a que me fuese fiel hubiese sido igual que deshacerme de una parte suya. Además, tampoco fue como si esa parte me molestara, él la convirtió en un juego entre nosotros.

–Pero tú si le fuiste fiel.

–Mmm... Digamos, más bien, que lo fui más –se divirtió–. No siempre.

Hizo una pausa para dar otro trago.

–De todas formas, como te digo, hace tiempo que sí vamos en estado de monogamia, en realidad sólo los primeros meses abrimos la relación, hasta que Zoro empezó a salir con Sanji.

En ese claro y absoluto silencio, Marco se dio cuenta de que había metido la pata. Se fijó en Mihawk, su cara era la del que intenta encajar dos piezas incompatibles.

–¿Zoro fue novio de Ace?

El de la cabeza rapada calló un corto momento que se hizo largo, tampoco es que el asunto fuese de alto secreto.

–En cierto modo. Ellos tampoco han tenido una etiqueta clara –le salió una risa–. Fue por él por lo que Ace me pidió abrir la relación. Se podría decir que más que una pareja abierta, fuimos una pareja poliamorosa. Pero eso acabó hace un par de años –se adelantó a explicar–. Zoro empezó a salir con un amigo, Sanji, a partir de ahí cortó lo que tenía con Ace.

Mihawk boqueó un par de veces, intentaba empezar una frase, pero no sabía ni por dónde.

–¿Tú te has acostado con Zoro? –dijo al fin.

–No, no. Entre nosotros nunca ha habido esas intenciones. A parte, Ace no lo hubiese soportado, con otros sí, pero algo entre Zoro y yo le hubiese partido la cabeza.

Se rió más nervioso, sobre todo cuando Mihawk miró hacia la puerta; muy posiblemente, en su cabeza se estaba imaginando todo tipo de situaciones entre los dos jóvenes que aún no volvían a por el hielo. Marco suspiró y dio otro trago, necesitaba aclararse la garganta antes de tomar palabra:

–Oye –uso su tono amable–, sé que no soy quien, pero deberías deshacerte de esos celos y prejuicios –Mihawk se fijó de nuevo en él–. No iras muy lejos con Zoro cargando con ellos. Él ya ha tenido suficiente de eso.

–¿Qué quieres decir?

Marco calló otra vez, esta vez durante más tiempo, más serio. Volvió a sonreír.

–Sería mejor que te lo contara él. Ace y yo sabemos se parte de la situación de casualidad, ni siquiera el resto de sus amigos son conscientes de la totalidad de lo que sucedió.

Mihawk bajó sus iris dorados a su copa, sin beber, su reflejo se imprimía en la superficie del vino.

 

En la tienda de alimentación...

 

Zoro y Ace salieron a la calle, cada uno con una bolsa de hielo.

–Pues Mihawk me ha caído bien, se afeita un poco raro con ese bigotillo y esa barba...

–Habló el del novio rapado como una piña.

–Pero parece una persona muy agradable. Y desde luego, no me esperaba por tu parte alguien de TAN buen ver, eh.

–Ya –chistó molesto–, Usopp me dijo algo de que me van los fetiches.

–Eso no será por Sanji, ¿verdad?

–Los dos son... elegantes.

–Eso no se le puede considerar fetiche. Además, hay una diferencia entre ser elegante y pretender serlo. Lo de Mihawk se nota que le viene de nacimiento.

El peliverde no le replicó, en su primera cita él también lo había pensado.

–Luffy me dijo lo que pasó en la fiesta de fin de rodaje –comentó el pecoso.

Se esforzó en sonreír confiado, aún le daba vergüenza aquella escena.

–No fue para tanto, sólo se me juntó todo: el rodaje, el montaje...

–El cretino de Sanji y su novia.

–Tenía su derecho a traerla –le excusó algo agotado.

–También el deber de no esconderte como un cura su pedofilia.

–Es normal que no se lo haya dicho. Tampoco es asunto mío, él y yo ya no somos pareja.

Ace frunció el ceño, resopló por la nariz. Zoro no añadió nada más, el pecoso la había tomado con el rubio desde su ruptura, quizás desde antes, pero de manera más latente; aunque a veces le aliviaba oírle hablar así, tener alguna prueba que lo de Sanji no eran imaginaciones o exageraciones suyas, en otras ocasiones se sentía demasiado responsable de que Ace no lo tolerara.

–Entonces, ¿te va bien con Mihawk?

–Eso creo –contestó en automático–. De manera oficial sólo llevamos una semana.

Siguieron caminando, el peliverde mantenía la mirada al frente. Se oían las olas romper en la orilla; el olor a mar llegaba hasta ahí. Notó el dorso de la mano del pecoso rozar con la suya; sin brusquedad, la apartó.

–Ace... –le regañó.

–¿Él tampoco te deja que te toque?

–Debería importarte más que te deje yo.

–¿Acaso no quieres?

Los pasos de Zoro se pararon en seco, Ace también se detuvo, atacó al pecoso con un ceño fruncido.

–Quiero hacerlo bien, Ace –suavizó el gesto–. Quiero que lo que tengo con él salga bien.

El pecoso le sonrió con calidez.

–Tú siempre lo has hecho bien. Sé que no me crees, pero es así.

El peliverde desvió su rostro, molesto por muchas cosas y por nada a la vez.

–Volvamos. O el hielo se derretirá antes de que lleguemos.

 

Otra vez en el apartamento...

 

–A veces pienso que no soy lo que él necesita –confesó–. Un recién divorciado que no sabía que estaba metido en un armario –bebió y tragó con esfuerzo–. Su mundo es mucho más amplio de lo que nunca ha sido el mío y yo apenas me las apaño con los conceptos básicos.

Esa vez, a Marco se le escapó un suspiro mezclado con una risa.

–Eso no es lo importante –dejó una pausa–. Yo nunca he estado casado y desde el principio supe que me gustaban los hombres; eso no quitó que Ace me atropellara como un tren –recordó nostálgico–. Al final, lo que importa, es saber lo que te hace daño, ser consciente de lo que hace daño al otro, y poder hablarlo. Es, sobre todo, más que de cariño o amor, una cuestión de respeto hacia la otra persona. Con eso, el cincuenta por ciento lo tenéis hecho.

Mihawk llenó su cabeza de aquellas palabras, se le formó una media sonrisa.

–Tienes mucha sabiduría.

–Gracias –se ruborizó–, pero es experiencia. Cuando llevéis el par de años como Ace y yo también estaréis para dar discursitos.

Ambos dieron un trago, al tiempo que oyeron como llamaban a la puerta.

–Ya estamos aquí –anunció el pecoso cuando el anfitrión le abrió–. ¿Nos hemos perdido mucho?

–Para nada. Estaba a punto de preguntarle a Mihawk a qué se dedica.

–Soy editor. Trabajo con escritores para que sus mediocres libros se conviertan en buen material.

Aquella revelación llamó la atención a Zoro, ahora comprendió la mecánica laboral del mayor, además, entendió que quiso decir ese tipo rubio de gafas de sol cuando dijo "nobeles", le había confundido con un escritor novato a cargo de Mihawk.

–Menos mal, yo ya pensaba que te dedicabas a la trata de blancas –dijo el peliverde con los dos vasos de ron; uno se lo pasó al pecoso.

–¿De dónde sacas esas ideas? –se quejó el aludido. El joven se encogió de hombros.

–Vaya –empezó Ace hablar en voz alta–. Así que uno es editor de vídeo y otro editor de libros.

–Los dos se dedican a lo mismo en distintos formatos –añadió Marco.

Se hizo un leve silencio.

–Ooh... –volvieron a pronunciar con ternura.

–¿Queréis parar ya?

 

Unas horas más tarde...

 

Hubiesen estado de charla y de risas hasta el amanecer, sin embargo, el ron y el vino se acabó cerca de las tres de la mañana; en esas circunstancias, la rara narcolepsia de Ace, enfatizada por el alcohol, hizo su aparición; Marco, al notar la cabeza del pecoso sobre su hombro, vio ese último hecho como un aviso de que debían retirarse.

–Siento que te hayamos gastado todas las botellas –se disculpó en el rellano fuera del apartamento, con el brazo de Ace enganchado a su cuello para que así le fuera más fácil sostenerle por la cintura–, la próxima vez irá de mi cuenta.

–¿No prefieres que os acerque en un momento? –Mihawk pulsó el botón del ascensor por él.

–Deja. El taxi tiene que estar a punto de llegar.

Ace, en un ronquido nasal, se despertó un poco. Con el punto de copas aún, observó a Zoro, que se percató y empezó a extrañarse. Estiró una de las comisuras de su boca.

–Oye, Mihawk, ¿te importaría si beso a tu chico?

En el acto, al peliverde se le pararon los pulmones, el de la cabeza rapada puso los ojos en blanco; el último, en su hieratismo gestual, parecía que se había quedado a cuadros. No obstante...

–Deberías preguntárselo a él.

De repente, el aire se volvió más ligero. Zoro miró a Mihawk, creyó que no había escuchado bien. Por su parte, Ace mostró una amplia sonrisa.

–Nos vemos otro día –se despidió Marco ya dentro del ascensor.

–Eso –le secundó el pecoso–, me encantaría que repitiéramos lo de hoy.

Ahí acabó la cita doble. El apartamento volvió a cerrarse. Tanto el joven como el mayor observaron en salón, silencioso salvo por los ronroneos del gato dormido en el sofá. Mihawk se acercó a la mesa, recogió las botellas y los vasos; Zoro fue a ayudarle.

–A estado bien la noche.

Sin mirarle, el moreno llevó la bandeja a la cocina. Llegó a los oídos del peliverde el sonido de un grifo. Se acercó, Mihawk lavaba los vasos.

–Ace suelta muchas estupideces –dijo, a la vez que guardaba las botellas vacías en una bolsa–. Más si está borracho.

El grifo se cerró, Mihawk se secó las manos con un trapo.

–Marco me ha dicho que Ace y tú estuvisteis saliendo, incluso cuando ellos ya eran pareja.

Un mohín de molestia apareció en el rostro del joven, a buenas horas empezaba ese cabeza piña a ser un bocazas.

–Si quieres tener algo con él, para mí no es un problema. Te pediría que no delante mío, aún no sé cómo me podría sentar.

Zoro se fijó en la cara del otro; estupefacto, descubrió que Mihawk se lo había dicho en serio, sin atisbo de ponzoña. Incluso con una sonrisa amable.

–¿Estás borracho tú también?

–Intento ser abierto de mente.

–¿Para qué? Quiero decir, no tienes que saltar de cero a cien. Incluso así, si no te gusta verme con otra persona no tienes por qué callar y asentir como si fueras imbécil.

Mihawk guardó silencio.

–Marco también me ha dicho que dejaste de tener contacto con Ace porque empezaste a salir con un amigo.

Zoro se puso pálido.

–¿Qué pasa con eso ahora?

–Nada. Me preguntaba si es esa misma persona por la que te dejo de sentar bien la comida, y si tiene algo que ver con que me apartaras el otro día.

Y, de nuevo, aparecieron esa vergüenza y culpa que tan mal le quedaban al joven. El peliverde retiró a un lado el rostro.

–Eh –Mihawk le tomó de la barbilla–. No agaches la cabeza así en mi presencia –le alzó el rostro, sus ojos cayeron fijos en los del otro–. Tú no eres así.

La boca de Zoro se tornó en una mueca, se quitó de encima la mano del moreno.

–Tú no tienes ni idea de cómo soy yo.

Se lo dijo con una firmeza clara, casi furiosa, pero ese gesto de culpa se volvió a marcar. Se llevó la mano a la frente, mareado. Salió de la cocina, seguido de Mihawk, preparado por si se caía. El joven se sentó en el sofá, al lado del ignorante gato. El mayor le dejó respirar; poco a poco, pareció más calmado.

–No le gustaba que le besara después de que yo... –resopló cabreado, negó avergonzado–. Después de que yo bajara a... –con la mirada se señaló su entrepierna. Esperó escuchar una risa, no sucedió–. Decía que le daba asco, que o me lavaba los dientes o nada. Sé que no es para tanto, todos tenemos cosas que no nos gusta hacer en la cama, pero...

Mihawk vio como apretaba los puños, le frunció el ceño.

–¿Por eso piensas que a mí tampoco me va a gustar? Preferiría que no decidieses eso por tu cuenta.

Zoro calló un par de segundos.

–No se trata de que te guste o no.

El mayor adelantó los pasos, sujetó una de sus muñecas.

–Ven.

Le hizo levantarse y lo guió hasta el cuarto. Hasta el espejo de cuerpo entero que tenía la habitación. Señaló el reflejo del joven.

–¿Crees que alguien así podría darme asco?

–No me trates como si fuera un niño –ni se quiso mirar–. Ya te he dicho que no se trata de eso

–Contéstame.

–¿Qué más da lo que te conteste?

–Zoro, mírate en el espejo y dime si piensas que podrías darme asco.

Obligado, el peliverde se fijó en sí mismo. Sus iris oscuros acogieron un halo de tristeza. Inspiró. Tragó saliva.

–No lo sé.

Mihawk soltó su muñeca, tomó la cara del joven entre sus manos. El mayor acercó su rostro. Zoro recibió el beso igual de tenso que la otra noche; el segundo un poco menos; en el tercero abrió sus labios, pero apenas respondió. Mihawk apoyó frente con frente, se preocupó.

–¿Por qué me miras como si hubiese hecho algo horrible?

El peliverde forzó una sonrisa.

–Bastante difícil es salir del armario como para que ahora yo te salga con vicios ocultos.

El mayor le mostró una sonrisa parecida.

–Bastante difícil es salir de una ruptura complicada como para que tu siguiente pareja sea un hetero recién divorciado.

Consiguió que se riera, muy débil, con más calidez. Mihawk le abrazó, notó como el joven correspondía agarrando la espalda de su camisa; besó su rostro y Zoro le devolvió la mirada para que le besara en los labios. Esa vez, fue reciproco. Se necesitaban el uno al otro, el espejo fue testigo de ello.

 

En ese mismo momento cuando otra pareja llegaba a su casa...

 

Ace se dejó caer de cara sobre el sofá.

–Uff... Todavía no se me ha pasado la borrachera y ya presiento la resaca que voy a tener mañana.

–Eso te pasa por beber ron como si fuese agua –dejó Marco las llaves sobre el aparador–. Incluso Zoro se ha contenido.

–¿Qué se va a contener? Si casi me arranca la mano para llevarse el culo de la botella –se sentó con la cabeza apoyada en el respaldo–. Lo único que pasa es lo de siempre, que él tiene más aguante.

Se fijó como su novio le daba la espalda para quitarse el abrigo y colgarlo en el perchero.

–¿Te has puesto celoso?

–¿Hum? ¿Por qué lo preguntas?

–Hacía mucho que no satireaba a Zoro, a lo mejor has perdido la costumbre.

Marco le sonrió sugerente. Se acercó y se inclinó para acorralarle con las dos manos, flanqueando la cabeza del pecoso.

–¿Cómo de celoso quieres que esté?

–No sé –alzó la barbilla en un aire de reto–. Mínimo, como se ha puesto Mihawk.

–¿Mínimo? –se rió–. A lo mejor no te has dado cuenta, pero ha querido arrancarte los testículos y dártelos a comer, quizás lo hubiese hecho si yo no hubiese hablado antes con él.

–Sabía que habíais hablado. Se le notaba. Cada vez que yo me dirigía a Zoro se tensaba como un palo. Aunque no tanto como está mi entrepierna ahora.

Se sonrieron. Marco rebasó la distancia para besarle. Ace tiró de la pechera de su camisa, el rubio se arrodilló frente a él, entre las rodillas del pecoso. El joven dejó escapar un gemido cuando presionó su leve pero creciente erección. Disfrutó los besos en el cuello, las caricias bajo su camiseta.

–Marco... –exhaló–. Aún quiero a Zoro.

El otro se detuvo, se separó un poco para mirarle a los ojos. Ace le sonrió con calidez.

–¿Ves cómo estabas celoso? –bromeo.

–Sabes que no me preocupa que te acuestes con él. Pero soy demasiado emocionalmente dependiente de ti como para no asustarme.

Ace se abrazó a su cuello, le besó.

–Le quiero, como a un hermano. A ti te quiero más que a nada.

El de la cabeza rapada soltó una risa muda, mezclada con suspiro de alivio.

–Voy a obviar el comentario incestuoso y te voy a quitar los pantalones.

–Ya estás tardando.

 

En el piso de Mihawk...

 

Aún no habían terminado con los besos cuando desfallecieron en la cama, bañados en sudor y extasiados.

–No puedes imaginarte lo bien que sabes –le susurró en el oído después de un mordisco.

–Deja de hacerme la pelota. Ya me tienes en la cama.

–Pero quiero tenerte más.

Terminaron con un par de besos más; en los labios, en la cara. El mayor se quitó de encima del joven para dejarle respirar.

–¿Estás mejor? –preguntó el mayor.

–Sí, ¿y tú?

–Yo no he estado mal.

Zoro se tuvo que reír.

–Claro, Señor Abierto de Mente. Casi le arrancas la cabeza a Ace en el rellano.

–Él sigue con su cabeza sobre sus hombros, esa acusación carece de pruebas.

–Lo que tu digas.

Se fueron calmando. En aquel corto silencio, el mar se hizo oír; las olas parecían estar bajo las ventanas del edificio. Mihawk acarició los pendientes de Zoro.

–Si le necesitas, puedo entender que vayas a buscarle.

El peliverde tomó la mano del moreno, besó su dorso y la dejó sobre la almohada junto con la suya.

–Lo que yo tenía con Ace acabó el día que él conoció a Marco. Puede que alguna vez tonteemos, pero nunca irá a más. Él ya no me ve como me veía.

–¿Y tú a él?

Zoro inspiró y espiró, cerró los ojos un instante, como si se fuera a dormir. Miró al mayor.

–Para mí siempre ha sido un compañero, nunca un novio.

–Entonces, ¿por qué no cortaste con él cuando apareció Marco?

–¿Hum? Él tampoco cortó conmigo.

Mihawk entrecerró los párpados. Zoro se encogió de hombro. El mayor resopló frotándose los ojos con la mano libre.

–Es verdad lo que dicen que perro viejo no aprende trucos nuevos, eh –se metió con él.

El mayor le respondió, de improviso, una sonrisa jactanciosa.

–Bueno, ¿y a ti que es lo que no te gusta en la cama? –vio que el peliverde no le entendía–. Antes lo dijiste, todos tenemos algo que no nos gusta en la cama. Eso te incluye.

Como respuesta, el joven desvió la mirada hacia un lado, seguidamente, se giró y le dio la espalda al mayor.

–No sé de qué me hablas.

Mihawk alargó el brazo y le agarró de la nariz tapando sus fosas nasales.

–Ya te he dicho que no me retires la mirada. Si vas de envalentonado por la vida, lo vas hasta el final.

–¡Vale, vale! –se consiguió deshacer del agarre, o lo soltaron, más bien. Suspiró mientras se frotaba la nariz–. No soy demasiado escrupuloso, cualquier guarrada que me sugieras estaré de acuerdo.

–¿Pero?

Volvió a girarse en dirección al mayor. Empezó a enrojecerse.

–Los adjetivos.

–... –intentó entender–, ¿los adjetivos?

–Ya sabes, cuando le dices algo a otra persona en medio de lo que viene siendo el tema.

–Te refieres a los insultos libidinosos.

–Y lo que no son insultos. Nunca se me han dado bien. Cuando me lo dicen a mí se me corta todo el rollo y cuando yo se lo digo a alguien... La última chica con la que estuve se empeñaba en que le dijera "cosas". Así que la llamé puerca. Se rió de mi en mi cara: "oye, ¿me has visto cara de gorrina o qué? que yo siempre he sido muy limpia", o algo como eso dijo.

Mihawk se le quedó mirando, sin expresión y con los ojos muy abiertos; el peliverde se enrojeció aún más, el mayor se tapó la boca para contener una risa, la cara del joven pudo haber estallado del calor.

–¡Que te den! ¡Es la última vez que te cuento algo!

–No te pongas así, mi puerco.

–¡Se acabó! ¡Me voy a dormir a mi casa!

Se incorporó, pero no llegó muy lejos. Mihawk alcanzó su brazo, tiró de él y devolvió así a Zoro a la cama. Atacó su boca y lo retuvo toda la noche.

 

Continuará...

Notas finales:

Y hasta aquí. Gracias por leer!


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