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Runner por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Cada vez que actualizo me sorprendo a mi misma de actualizar xD En este capitulo habrá otra referencia a otros de mis fics (que no hace falta para nada que os leais) y, antes de que me llameis pesada, diré que dicha referencia se me ocurrió antes que la otra y es hasta cierta medida necesaria, así que por mucho que lo intenté no quedaba igual si la quitaba xDUu

Hala, he aquí el capítulo!

Capítulo 9. En aquella celda

 

Hacía rato que habían regresado del parque de atracciones. Mihawk dedicó su atención a un libro mientras Zoro se duchaba, pero en breve se dio cuenta de que estaba algo cansado y le resultaba difícil darle un sentido a las palabras que leía. Desistió. Se sentó a un lado del sofá, con las piernas sobre un puf y tomó el mando de la tele. Detuvo el zapping en una película en blanco y negro, con temática romana, cuando el peliverde salió del baño; fijó sus ojos dorados en el joven. Zoro se secaba el pelo con una toalla, sus brazos alzados subían el bajo de su camiseta hacía arriba y descubrían su vientre.

–¿Qué me miras tanto? –le preguntó con suficiencia.

Le respondió con una media sonrisa y un encogimiento de hombros. Zoro caminó delante suyo, ocupó un sitio a su lado, con la rodilla derecha apuntando al mayor, y rodeó su cuello con el brazo; Mihawk acarició sus cabellos, aún húmedos, desprendían olor a champú.

El primer beso emergió de forma natural, y el segundo. Al tercero Mihawk le detuvo, no por el contacto de labios, sino porque notó la mano de Zoro sobre su pierna, dispuesta pasearse por el interior de su muslo.

–Quieto –le tomó suave de la barbilla–. Los dos sabemos que no podemos ir por ahí.

–¿Seguro? –pretendió que la pregunta sonara sensual, pero su incomodidad le jugó una mala pasada.

El mayor observó de arriba a abajo el cuerpo del joven. Suspiró resignado.

–Cuando estoy contigo no sólo disfruto de tu cuerpo, también del mío. Quiero que tú te sientas igual conmigo.

La boca del peliverde mostró una media sonrisa. Acercó una vez más su rostro al del otro, aunque se detuvo para esperar su aprobación. El de los ojos ambarino asintió, pero el beso jamás se produjo. Justo antes de que sus labios se rozaran un estruendo los detuvo.

Se trataba de aquella película de romanos que habían tenido en segundo plano. En ella, un joven desnudo, esclavo lo más posible, había sido encerrado de patada y portazo en la celda del que parecía un gladiador. Con esos componentes, en aquella situación, los tiros de cómo iba a acabar la escena se dedujeron rápidamente; aun así, Mihawk vio como Zoro se quedaba absorto en las miradas de reto de los dos personajes, en el forcejeo que le siguió, en los golpes y, finalmente, en la violación del gladiador al esclavo.

–¿Estás bien? –le preguntó después de que el peliverde tragara saliva y viera como abría y cerraba los nudillos un par de veces.

Zoro se tumbó y reposó la cabeza en la pierna del otro. Siguieron de esta manera, viendo la película, donde ese gladiador era el claro protagonista; puede que, por ello, excepto por cierta obsesión del combatiente, no esperaron a que el joven esclavo fuese a aparecer, sin embargo, tras un amplio despliegue de crueldad en la arena, una escena muy parecida a la primera se produjo. Parecida.

La fijación del gladiador por el esclavo había cambiado algo, y cuando este último fue pateado una vez más, desnudo, en la celda del primero, la cosa se desarrolló de otra manera. El gladiador, en vez de ejecutar una segunda violación, pretendió cuidar del esclavo, sólo que éste no sé dejó; a duras penas aceptó la manta que le ofreció el otro.

–Ya le vale a ese cretino –espetó el peliverde–. Primero le da una paliza, luego se lo beneficia y después se comporta como si hubiese sido una travesura.

Mihawk abrió la boca, él tenía la opinión de que, aunque eso fuese deleznable no debía juzgar esa situación desde un punto de vista actual. No obstante, observó una vez más a Zoro. Ya había visto esa mala cara, esa indignación; fue así la última vez que fueron al cine, cuando les presentó a Marco y a Ace. No era casualidad.

Volvió a acariciar sus cabellos verdes, su cuello y su hombro. Por como Zoro cerró los ojos durante un instante, creyó que aquel gesto le era agradable y le tranquilizaba, en una cantidad insuficiente. El joven no dijo nada de apagar el televisor, y el mayor, viéndole tan atento a las barbaridades que se sucedían una detrás de otra en la película, tampoco se atrevió.

Tras casi dos horas de largometraje, aquella historia del gladiador y el esclavo llegó a su fin y, luego de un fundido en negro aparecieron unos textos explicativos de que sucedió después con aquellos personajes. Mihawk no dio tiempo a leerlo, tomó el mando y quitó la tele; se dio cuenta de que se había apurado demasiado, pero Zoro había estado callado en exceso, quieto, y no lo soportaba más.

El peliverde se incorporó, no hizo mención a la prisa que se había dado el otro por apagar la pantalla, se sentó con la espalda y nuca apoyada en el respaldo del sofá.

–¿Estás bien? –volvió a preguntar.

Zoro se quedó un poco más así, como si pensara la respuesta. Desvió la mirada al lado contrario de su pareja, luego hacia la pantalla apagada.

–Está claro que esos dos nunca hubiesen formado una "relación" de no ser esclavos en una celda, era lo único a lo que podían agarrarse para sobrevivir. Adiós celda, adiós relación –llevó su mirada a la dorada del otro–. Ya sabes, como estas parejas que se forman cuando uno de los dos no está en su mejor momento. El que está bien se hace una especie de enfermero del que está mal, y cuando éste se cura la relación deja de funcionar.

El peliverde apartó la mirada del mayor en una segunda ocasión. Mihawk apoyó los pies en el suelo, se sentó acortando la poca distancia que había entre los dos. Como ya parecía una costumbre, le tomó de la barbilla con cuidado; acarició sus labios con el pulgar, consiguió que Zoro volviera a cerrar los ojos; besó su mejilla y susurró:

–De la celda hay que salir, de lo demás ya se hablará.

El joven, por fin, le devolvió la mirada con una sonrisa, algo cansada pero más sana.

 

A la mañana siguiente...

 

Cierto tic atacó el ojo de Shanks. Desde la última vez se había concienciado de que el crío pelo-moco estaría pululando por la casa de Mihawk a su anchas. Sobra decir que, de eso a encontrarlo en la cama de Mihawk, con la cabeza de su amigo dormido encima de su pecho, y el gato enrollado cual ensaimada en sus piernas, había como veinte mil leguas de viaje en submarino. Por lo menos, ambos, estaban con el pijama puesto.

El pelirrojo inspiró cordura, sacó el móvil, buscó bocinas en YouTube, lo ajustó al máximo volumen, y lo colocó a menos de un palmo en la oreja de Mihawk. Los tres, adulto, joven y gato, saltaron por los aires.

–¡Luffy! ¡Voy a matarte, jodido mono de corral! –bramó Zoro, desde el suelo puesto que se había caído. Al instante se dio cuenta que no estaba en su casa, y que el que le había despertado no era su amigo. Pero incluso con esas no entendió nada–. ¿Qué?

Mihawk, por su parte, aún se retorcía en la cama, se frotaba los ojos e intentaba por todos los medios controlar sus instintos asesinos.

–¡Buenos días, mi amigo del alma! ¿¡Preparado para una dura jornada de trabajo!?

–Zoro... –llamó al joven con voz de ultratumba–. Saca al gato y dale de desayunar, no quiero que se me adelante y le arranque el brazo a este tipo antes que yo.

El peliverde se percató de que el felino estaba hecho una bola de pelo agresiva que no paraba de bufar al pelirrojo. El joven bostezó, se acercó, medio dormido, pero con suficiente cuidado; el gato se dejó aupar, aunque sus orejas siguieron estiradas para atrás y sus bufidos constantes.

–Vamos, Shanks. Tu asquerosa comida te espera.

–¿Qué? –reaccionó el que se creyó aludido.

–Se refiere al gato –le explicó Mihawk.

–¡Me dijiste que lo llamaste Gorrón!

–Son sinónimos.

El joven salió de la habitación y el de pelo moreno se sentó a la orilla de la cama, de forma que le daba la espalda a su amigo porque si le miraba directamente seguro que le mataría.

–Todavía sigue aquí –comentó Shanks.

–Si te molesta no vengas y punto.

–A mí no me molesta que te acuestes con un adolescente –se encogió de hombros–. Aún eres el editor de Hancock, ¿no?

–Nuestra relación laborar nunca se ha visto afectada por asuntos personales. Así que de momento sí.

–¿Y qué vas a decirle sobre el crío?

Mihawk esperó unos segundos, lo poco que le quedaba por despertarse lo hizo de golpe. Miró a Shanks con pasmo.

–¡Se lo has contado!

–Oye, ella me preguntó por ti. Creí que lo llevabas con orgullo lo de salir del armario.

–Tampoco es para que te hagas mi pregonero. Es asunto mío decidir a quién se lo cuento y cuando –resopló con las manos en los ojos–. ¡No me lo puedo creer! Se presentará aquí...

Unos pasos alertaron a ambos hombres, Zoro apareció por la puerta. Muy probablemente, lo había escuchado todo.

–He puesto a calentar la cafetera, por si queréis.

Así se le echó tierra al asunto, aunque eso no implicara que estuviese de verdad enterrado.

 

Seis días más tarde...

 

Mihawk conducía por los alrededores del parque Shabondy. Por vigésima vez desde que se montó en el coche, resopló por la nariz. Su ex-mujer no se había presentado en su piso; él creyó que, sabida de su homosexulidad reciente, ella no dudaría en hacer tal cosa; como de costumbre, todo lo que no tuviese que ver con ella le producía tedio y aburrimiento, así que fue él el que tuvo que organizarse para regresar al que había sido su apartamento de casado. Nada de esto iba desmotivado, por su puesto, si no iba para allá, ciertas cosas que se había dejado por despiste en la mudanza acabarían en la basura.

Resopló otra vez. Otra cosa que le ponía nervioso respecto a eso era Zoro. No sé lo había querido ocultar, así que cuando se encontraron el miércoles, horas después de hablar con Hancock por teléfono, le había contado al peliverde sus espléndidos planes de fin de semana.

–Ah, bueno, si es el sábado tampoco importa –le había dicho el joven–. Tengo planes. ¿O quieres que te acompañe?

–¿A ver a la mujer de la que me he divorciado?

–No sé, tú sabrás. Por mí no hay problema.

Evidente fue que le dijo que siguiera con sus planes de sábado, que eso era asunto suyo. Pero... ¿Qué clase de conversación había sido esa? Por más que le diera vueltas a la cabeza era incapaz de saber si el joven estaba celoso, cabreado o indiferente. De hecho, no sabía si estaba así porque iba a verse con su ex-mujer o por la conversación que tuvo con Shanks el domingo. A veces esa actitud de caja fuerte por parte del peliverde le superaba.

Soltó un último resoplo, en esta ocasión por la boca, tras aparcar el coche y cerrarlo. Alzó la mirada, frente a él estaba el bloque de pisos donde había vivido durante tanto tiempo. Hizo de tripas corazón y cruzó la calle. Cada vez más raro, tanto que, cuando tomó el ascensor creyó que todo lo vivido en ese último año se lo había imaginado, que en realidad nunca llegó a firmar los papeles del divorcio, que ni siquiera se lo habían ofrecido.

–Vaya, por fin estás aquí –dijo ella nada más abrir la puerta.

Sus palabras no le sorprendieron, sin embargo, su imagen sí. Hancock siempre había sido hermosa, en más de una ocasión le habían confundido con una modelo de pasarela, incluso si su voluminoso pecho o anchas caderas no eran lo normativo para ejercer ese trabajo. Pero la mujer que ahora Mihawk tenía enfrente suya no se le comparaba. Era como si en ese tiempo que llevaban sin verse, su rostro y su cuerpo se hubiese revitalizado. Sus largos cabellos parecían seda negra y sus ojos brillaban tanto como antes de que formalizaran su relación, puede que más aún.

Fue tal el choque de verla así que una inapropiada pregunta salió de su boca:

–¿Sales con alguien?

–De momento, contigo tuve suficiente.

Ella se adentró en la casa, dando por hecho que Mihawk le seguiría y cerraría la puerta por ella. Así fue y, después de encajar el pestillo, la asaltó una segunda sorpresa. Reconocía el piso, los tabiques, puertas y ventanas eran los mismos en el mismo sitio. Pero sólo hasta ese punto, porque allí sí que había pasado el tiempo.

Hancock había remodelado por completo todo aquel espacio. Creyó que por eso se le hacía más despejado, pero no era así. A su ex-mujer le gustaban las cosas suntuosas; se veía claro por determinados elementos como unas ostentosas cortinas de serpientes o un ánfora oriental de medio metro de brillantes colores, por no hablar de un exótico tapiz que no parecía de imitación; así que lo que era el salón no estaba precisamente vació. Tampoco era la falta de libros; Hancock, mientras no estaba enfrascada en un proyecto de novela, leía empedernida, que menos si quería hacer de sus novelas un buen material, pero siempre había preferido el e-book al papel y la encuadernación, cosa que siempre había generado roces entre ellos.

–Vas a quedarte ciega de leer tanto por esa pantalla –le había dicho más de una vez.

–¿Qué más da? Como sigas acumulando libros nos acabaran tapando la luz del sol.

Como fuera, sólo uno cuantos pares de privilegiados ejemplares se lucían en la estantería, mientras el e-book permanecía sobre una mesa baja, frente a un enorme sofá color lila en forma de L. Al lado del dispositivo de lectura había una taza de café a la mitad. Mihawk recordó como antes de su mudanza esa taza de café solía ser una copa de vino.

Entonces si se dio cuenta de porque aquel salón se le hacía más amplio: El apartamento que una vez fue de dos se había convertido en el de una sola persona; su presencia había sido erradicada.

Hancock se sentó elegante donde segundos antes había estado leyendo y terminando su desayuno; tomó el asa de la taza y dio un sutil sorbo.

–Ahí están tus cosas –dijo y señaló con las tres cajas en cuyos laterales había escrito a rotulador la palabra "libros".

–Te lo agradezco.

Quedaron un par de segundos con la mirada en los ojos del otro. Mihawk, incómodo, esperaba a que le granizara un interrogatorio. Hancock, por su parte, se mostraba distraída o ajena al juego.

–Mihawk, sé que no tuvimos el típico "momento" de despedida que tienen la mayoría de las rupturas, pero como verás ahora no está en mis planes acostarme contigo, por mucho que me mires así.

–Me había olvidado la manera que tienes de sacar conclusiones. Creí que hablaste con Shanks.

–Lo hice.

–¿Y qué le preguntaste por mí?

–No recuerdo tal cosa.

–Ah, ¿no?

Ella tomo de nuevo de su café.

–En realidad fue él el que estaba muerto de ganas por hablarme de tu pederastia homosexual.

Lo mataba, no sabía ni cuándo ni cómo, pero él a ese pelirrojo lo mataba.

–Veo que te lo has tomado con calma.

–Cierto que cuando me lo contó me llamó la atención que te hubiese atrevido a tomar ese camino, pero tampoco es que se me haga raro que estés con otro hombre, al contrario, lo veo de lo más natural. Después de todo, cualquier mujer con la que intentaras algo te resultaría insulsa y vulgar en comparación conmigo.

Mihawk puso los ojos en blanco y, dando esa conversación por obsoleta, fue a por las cajas. Las fue colocando una encima de otra, si se las podía llevar en un sólo viaje al coche mejor.

–Lo qué si me extraña es que te lleves bien con alguien el doble de joven que tú.

Mihawk se detuvo antes de cargarlas. La miró.

–Quiero decir –continuó ella–. Tú y yo nos llevamos doce años y aquí estamos.

–La edad no fue nuestro principal problema.

–Sabes a qué me refiero.

Con una mueca en su boca decidió salir de aquella casa cuanto antes. Con las cajas a dos manos se incorporó. Hancock, en un inusual gesto de amabilidad, o impaciencia por perderle de vista, se levantó para abrirle la puerta.

–En la próxima semana tendré listo el primer borrador.

–Estaré pendiente.

–Mihawk –le llamó mientras él pulsaba el ascensor con el codo–. Tú sabes cuál fue nuestro problema, ¿no? Sería muy inepto por tu parte volver a cometerlo con ese chico.

–Lo dices como si nuestra ruptura sólo hubiese sido culpa mía.

–Claro que no, soy consciente de lo que hice. Pero con mi belleza se me perdona todo, además, yo no estoy saliendo con nadie, así que ahora mismo es imposible que tropiece con la misma piedra.

Se despidieron con la mirada, ella cerró la puerta y él entró en el ascensor. Un silencio le rodeó como una bruma espesa. Pensó en Zoro y le embargó el temor.

 

Ese mismo día, a la tarde...

 

Entre los amigos siempre se comentaba que el piso de Luffy y Zoro era un pequeño zulito en el que no entendía ni como podían vivir. Les instaban a buscar algo, no sólo más grande, también mejor situado, o tal vez con algún ascensor, pero ellos dos estaba bien ahí y su economía lo agradecía.

La ironía era que, aunque todo eso fuese verdad, era el punto de reunión oficial. A pesar de las quejas y remilgos todo el mundo acababa ahí, bien por organizar trabajo, por pasar el rato o, como esa tarde, festejar algo. Que el apartamento fuese pequeño y oscuro debido a sus ventanas estrechas, las cuales siempre daban vistas a otro bloque de pisos, no quitaba la presencia de la maravillosa terraza, que si bien tampoco era descomunal permitía que se agruparan todos.

No se trataba de la fiesta post-rodaje, sino una celebración previa de los más amigos del equipo.

–Es imposible coordinarnos con todos –había dicho Nami–. Lo haremos los que nos conozcamos de más tiempo y más adelante haremos una todos juntos, quizás para entonces nos hayan dicho que el corto ha entrado en sección oficial. Cruzad los dedos.

–¡Y lo celebramos en la playa! –se entusiasmó Luffy–. Con barbacoa y esas cosas.

–¿Lo de la barbacoa no era ilegal? –preguntó Usopp.

De esa manera habían acudido los de la "tripulación", más algunos aliados como Law, Marco, Ace y Carrot. Y Jimbei también hizo acto de presencia. El ambiente era agradable, el Sol aún calentaba y una brisa le abanicaba con frescor. La música sonaba sin que nadie tuviese que alzar la voz por encima de ella y cada cual había traído un porcentaje de avituallamiento; sobre todo Sanji, que como de costumbre, y al ser su especialidad, se había esmerado.

Esa vez, el rubio, no se había traído a su novia, lo que permitió un ambiente más relajado con respecto a la otra vez. Eso por parte de los demás, Zoro, por la suya, casi ni le había prestado atención a ese detalle.

Mihawk no se había comunicado con él. Se suponía que había quedado con su ex-mujer por la mañana, pero ya daban más de las seis de la tarde y no tenía ni siquiera un mensaje. Resopló. Cuando ese amigo pelirrojo suyo con nombre de gato confesó, al peliverde no le afectó demasiado la reacción de su novio. Es decir, era normal que se cabreara; si cuando era adolescente, Ace, en vez de salir del armario los dos juntos, lo hubiera pregonado por su cuenta él le hubiese partido los huevos de un rodillazo; pero si vio lo descolocado que estaba Mihawk con ese tema. Se dio cuenta de que no sabía nada de cómo había sido su matrimonio o su divorcio; si hubiese querido ir con él, pero el mayor ya le dijo que no. Quizás sólo estuviese pensando de más, después de todo, tenía más de cuarenta años, sabía sacarse las castañas del fuego él sólo, puede que estuviese mejor con que el peliverde respetara su espacio y no le molestara.

–¡Ey, Zoro, amigo! –le llamó Franky–. ¿A dónde piensas ir esta noche tan SUPER elegante?

Al principio entendió que le estaba soltando una broma, puesto que él solía vestir a lo derrengado, pero en breve cayó en la cuenta de que el fin de semana pasado, al no haber llevado ropa de repuesto, Mihawk le había dejado una de sus camisas, la cual por alguna razón desconocida se la había puesto sin pensar.

–A ningún sitio –contestó infranqueable al tiempo que se llevaba su cerveza a la boca y pedía para sus adentros que no le ardiera la cara.

–¡Yohoho! –se le acercó Brook y palpó la tela de su cuello–. Es de muy buena calidad, ¿cuánto te ha costado?

–Dudó mucho que le haya costado algo –intervino Nami–. Ese gusto en vestir está claro de donde viene. ¿No es muy pronto para que os vayáis intercambiando la ropa?

–Me la prestó porque no tenía nada que ponerme –se defendió.

–Ah, y ahora tampoco tenías nada, por lo que veo.

–¡Déjame tranquilo! –ahora sí que se enrojeció. Dio otro trago como si así se le pudiese bajar el color de la cara.

–Ya decía yo que me sonaba esa camisa –comentó Ace–. También la llevaba el día que conocimos a Mihawk. ¿Qué os pareció?

–Un poco aburrido –dijo Luffy–. A penas se montó en atracciones.

–Law también lo hubiese hecho si no lo llegas a arrastrar del brazo –objetó el peliverde, un asentimiento del médico ojeroso confirmó que aquella premisa era cierta.

–También era muy amable –apuntó Vivi–. Y culto.

–Lo bueno era verlos a los dos juntos –se rió la pelirroja–. Estaban tan cortados que no eran ni capaces de hacerse una foto de pareja. De no ser por mi ahora Zoro no tendría ni una mísera foto de su novio.

–¿¡Qué!? –se alarmó el de las pecas–. Sí yo tuviera un novio así de guapo le estaría haciendo fotos todos los días.

–Oh, gracias por la parte que me toca –soltó Marco.

–Sabes a qué me refiero. Mihawk parece sacado de un anuncio de colonia.

–Tienes razón –secundó Nami–. Si tuviese formación actoral no hubiese dudado en tomar sus datos personales, quedaría muy bien en cámara.

–Hasta yo tengo que decir que no sé cómo Zoro ha conseguido alguien así –pinchó Law sin intención.

–Bueno, tampoco creo que sea para tanto. ¿Qué es? ¿Un semidiós?

Se hizo una corta pausa puesto que, ese último parlamento, entre risas y bromas, había sido Sanji el que lo había pronunciado.

–Un semidiós no sé –interrumpió Ace aquel silencio–. Pero una cosa la tengo clara. De todas las personas con las que ha salido Zoro es, sin duda alguna, la segunda más guapa.

Como claramente el pecoso se refería así mismo como la primera, las carcajadas volvieron a propagarse. El peliverde también se reía y, de vez en cuando, miraba el móvil.

 

Una hora y media más tarde...

 

La fiesta continuaba, las conversaciones empezaban se hilaban con otras, se transformaban, se acababa y algunas incluso renacían. Todo eso mientras comían, bebían, fumaban y se desinhibían cada vez más. Se animaron las ganas de bailar; Ace había sacado a Marco a moverse nada formal, Luffy había hecho la danza de la lluvia alrededor de Law, y otros tantos se había adelantado de manera individual. Las mujeres se habían lanzado en grupo a la pista, si se le podía llamar "pista" a un trozo de parcela libre para moverse con soltura, y aunque Sanji pretendió invadir aquel espacio, de alguna manera ellas consiguieron el rubio las dejara esa momento; puede que fuera porque Nami y Vivi estuvieron bastante más arrimadas que las demás, procuraron unas escenas sin intención de ser libidinosas, pero que para la imaginación y pene de Sanji fue demasiado y se tuvo que sentar. Al verlas, Zoro se acordó de lo que le había dicho Mihawk sobre ellas; de verdad, en ese momento, parecían que las dos chicas eran pareja.

Así su cabeza se centró otra vez en el mayor y en su silencio. No quería reconocerlo, pero empezaba a preocuparse, tanto que se sintió algo embotado de tanta fiesta. Se metió dentro de la casa y fue a la cocina, donde las voces y la música se mermaba y no le barrían como olas. Recogió un vaso de cristal de la encimera y se lo llenó con agua del grifo. Se lo bebió entero de tres tragos y lo rellenó otra vez.

–Vaya, tengo que está muy borracho porque creo estar viendo a Zoro Roronoa tomar agua en una fiesta.

Viró por encima del hombro hacía la puerta, era Sanji, como ya había reconocido por su voz.

–Necesitaba un descanso.

Terminó el vaso y lo dejó bocabajo al lado del friegaplatos. Se dio la vuelta para salir de allí pero el rubio le interceptó el paso, le ofreció una calada de un canuto.

–Hace mucho tiempo que tú y yo no nos fumamos uno juntos.

Zoro se sintió incómodo, sin embargo, lo achacó a sus propia neuras, se reprendió por ello. Se obligó a aceptar la calada. Inspiró, apartó la boquilla y, con un par de segundos en medio, liberó la nube en una exhalación.

–Sienta bien, ¿verdad?

–Sí –reconoció–. Tanto como los que nos hemos fumado ahí fuera.

–No me refiero a eso –recogió el porro después de que el peliverde le diera una segunda calada. Fumó él–. Me refiero a que por fin podamos estar así. Como antes de que empezáramos a salir.

–Antes de que empezáramos a salir nos llevamos a matar. A veces no sé ni como se nos ocurrió empezar nada.

–Ya...

Se rieron, a marchas forzadas, tensos, y quizás fuera de peligro.

–¿Estás bien con ese tipo? Con el semidiós que anuncia colonia.

–Llevamos muy poco, ni siquiera un mes, pero sí. Estoy bien con él.

–Me alegro.

–¿Y tú con esa chica bipolar?

–Eh, no te pases, ella es perfecta en todas y cada una de sus formas.

–Si no viniera de ti eso sonaría a cachondeo.

–Bien, como sigamos así vamos a pasar directamente a la fase en que te llamo cabeza de musgo.

–El otro día ya me llamaste algo parecido, así que tú veras, Cejadisfuncional.

Un par más de risas forzada, casi mudas, otras caladas por uno y por otro.

–Menos mal –suspiró el rubio.

–¿El qué?

–Qué podamos hablar así. Estaba tan preocupado... Usopp me dijo que te pusiste hecho una furia porque traje a Pudding al rodaje. Creí que...

–Espera un momento, ¿qué? Yo no me cabree.

–No te pongas a la defensiva. Lo entiendo, es normal después de lo que hemos vivido, además, tú mismo has dicho que llevas poco con tu pareja, puede que tus celos fuesen más mecánicos que otra cosa.

Apenas comprendió lo que le acababa de decir, como si le hablara en otro idioma. Pero eso duró poco, y conforme desglosaba cada uno de esos dardos en forma de palabras una presión en su pecho creía.

–Toma –le devolvió el porro con una voz afilada–. He tenido suficiente.

–¿Ahora qué te pasa? Creí que estábamos bien.

–Los estábamos. Pero ya no.

El rubio le agarró del brazo antes de que se fuera.

–¿Tanto te jode que yo sea feliz con una chica? ¿O es porque tú no eres esa chica?

Sus tobillos temblaban como si el suelo se desmoronara debajo suyo, la presión en el pecho era un agujero, por sus brazos corría la rabia. Faltó un pelo para que lo enviara al Infierno, para dar un espectáculo y salir de ahí con la mirada de todos puesta en su cogote. Oyó lo que hubiesen dicho: "¿Qué le pasa?", "Sanji fue a hablar con él", "Sigue enfadado porque trajo a su novia", "Eso es injusto, si hoy ni siquiera la ha traído", "Sanji soporta demasiado, siempre lo ha hecho", "Zoro a veces se pasa haciéndose la víctima".

Entonces, sin previo aviso, la página saltó a la siguiente.

–¡Zoro! –oyó la voz de Luffy, junto con la de Usopp, Carrot y Chopper que le llamaban–. ¡Tu teléfono! ¡Mihawk te está llamando!

Un destello de recuerdo le hizo ver como había dejado el móvil en la mesa de la terraza. Se olvidó de Sanji, de la conversación que había tenido; sin dudas se dirigió para allá. Cuando salió, se topó con Robin, que iba en su busca para entregarle el teléfono. Estaba en silencio, pero en la pantalla se leía el nombre de Mihawk.

–Gracias –recogió el móvil y descolgó–. ¿Mihawk?

–Zoro –su voz sonaba ronca, como si se acabara de despertar–. Lo siento, no he podido llamarte antes.

–¿Estás bien? –le preguntó a la vez que se apartaba a una esquina de la terraza.

–Sí, sí. Sólo que llegué a casa y me quedé dormido.

¿Dormido? ¿Llevaba todo el día dormido? ¿Hasta esa hora?

–¿Tan mal te ha ido?

–No, no te preocupes. Ha sido como rellenar un formulario de oficina.

–Pero...

–Estoy bien. Sólo te llamaba para que no te preocuparas. ¿Qué tal por allí?

El interior de Zoro se empezó a remover. No como antes, no como con Sanji. Un muro enorme con un cartel de grandes letras le decía que lo de Mihawk no era asunto suyo, que le dejara su espacio; la presión lo hizo añicos.

–Voy para allá.

–¿Qué dices?

–Que voy para allá. Mantente despierto hasta que llegue.

–Zoro, no es necesario...

–¡Mihawk! –alzó Ace la voz por detrás, hecho que hizo que Zoro se volviera y viera que de nuevo era el centro de atención–. ¡No te preocupes que Marco lo lleva para allá ahora mismo!

–Zoro –volvió a hablarle el mayor por la línea de teléfono–. No vengas, no hace falta. Esto se me tiene que pasar solo.

–Entonces sí que te pasa algo. Ahora nos vemos –y colgó–. Marco, si te viene mal puedo ir en autobús.

–Tengo el coche abajo, serán unos minutos, sé dónde está su casa.

Tras agradecimientos y despedidas el rubio rapado como una piña y el peliverde se marcharon, dejando cierta conmoción entre los presentes.

–Lo que hay que ver –comentó Franky–. Se ha ido como una bala. Sí así está sólo con tres semanas imaginaos cuando lleven meses.

–Están muy enchochado los dos –dijo Nami–. A su manera, pero lo están.

–Lo importante es que sea un relación sana –pensó Robin para afuera.

–Es pronto para asegurarlo –contestó Vivi–. Pero por lo que vimos el otro día tienen madera para prosperar.

–¿Vosotras creéis? –dudó el narizotas–. ¿No os parece demasiado dependiente cómo se ha ido?

–Zoro es así –sonrió Luffy–. Le fastidia que la gente se dé cuenta que es buena gente. Y Mihawk creo es igual. Les irá bien.

–Si tú lo dices... –siguió Usopp–. Es que me cuesta verle tan "atento".

–Zoro siempre ha sido atento –intervino Ace–. Conmigo lo era. Se hacía el duro, como ha dicho Luffy, pero su esencia no se la quitaba nadie. Otra cosa es que alguna pareja suya no haya sabido valorarlo.

Y su mirada fue directa a Sanji, que calló como un muerto.

 

Diez minutos más tarde...

 

Agradeció a Marco por el viaje, éste le sugirió amable lo de repetir con Mihawk esa supuesta cita doble, y se despidieron hasta más ver. Subió por el ascensor y llamó a su puerta. Tardó tanto en abrir que se planteó si no se había dormido otra vez y si era buena idea despertarlo a timbrazos. No hizo falta.

El mayor apareció, con una de las camisetas que el joven le había visto en el paseo marítimo y unos pantalones de estar por casa; iba algo despeinado y con mala cara; puede que fuera el aspecto más tirado que le había visto, y aun así estar listo para una sesión de fotos de un anuncio de colchones.

Los músculos de su espalda se tensaron cuando fijó sus ojos en los dorados de él. Pensó de nuevo que aquello había sido un error, que sólo le agobiaría. Entonces, Mihawk le sonrió cansado.

–Demasiado tonto para quedarte en una fiesta con tus amigos antes que venir a ver a un señor mayor, ¿eh?

El peliverde correspondió la sonrisa.

–En realidad me aburría, has sido mi excusa perfecta.

Se echaron una mirada cómplice y el mayor le invitó a entrar.

–Bonita camisa. Me recuerda a una que tengo yo.

–¿Quieres que me la quite?

–Quizás en otro momento. Te queda bien, incluso con ese atropello que le haces llevándola por fuera de los vaqueros.

Mihawk se sentó en el sofá. Zoro se percató de que en la mesa había algunos cajetines de pastillas. Unos parecían simples analgésicos, pero otro parecía un somnífero.

–¿Has comido algo?

–Algo. Pero no te preocupes, cuando dijiste que venías pedí la cena, la encargué para que le trajeran dentro de una hora o cosa así.

Zoro se acercó a él, colocó las manos en los hombros de Mihawk y le hizo tumbarse. Se perdieron en los ojos del otro. El peliverde, pausado, se tumbó a su lado, con su cabeza sobre la clavícula del mayor. Fue cerrando los ojos a la vez que respiraba su aroma y se envolvía en su calidez. Notó como acariciaba sus cabellos verdosos.

–De la celda tenemos que salir los dos –se le escapó, o quizás dejó que se le escapara.

 

Unas cuantas horas más tarde...

 

La fiesta había ido muriendo poco a poco hasta la madrugada. En ese momento, y ya dentro de la casa debido al frío húmedo, sólo quedaban dos parejas: Luffy y Law, Ace y Marco. Y a esta última tampoco le quedaba mucho más. Se debatieron si quedarse a dormir en el cuarto de Zoro, ya que este había desaparecido en combate, no obstante, obligaciones de domingo le esperaban al amanecer y ya que trasnochaba por lo menos debían levantarse en su propia casa. Se arriesgaba a que les pillara un test de alcoholemia, ¿pero que era la vida sin riesgo?

–Ha sido buena noche –concluyó el pecoso con el cinturón de seguridad bien ajustado.

Marco arrancó el coche y estuvieron a punto de irse. Dos golpes de nudillo en el cristal del copiloto les detuvieron.

–¿Law? –Ace bajó la ventanilla–. ¿Ocurre algo? ¿Y Luffy?

–Como un tronco en el sofá. Quería hablar contigo.

–Dime.

–Sé que suena a sermón, pero para la próxima deberías controlarte un poco con Sanji.

–Si no le he dicho nada.

–Has estado pinchándole toda la noche –secundó Marco.

–Sólo han sido un par de comentario –se defendió–. No es para tanto.

–No –le reconoció el ojeroso–. Pero son los suficientes para que se dé cuenta de que la has tomado con él, de que no es una simple manía pasajera. Estoy seguro de que sospechaba de antemano que tú sabrías lo que sucedió entre ellos dos, si le das motivos para que rumie al final el perjudicado será Zoro.

Ace, con el ceño fruncido, rebufó.

–De acuerdo, me portaré bien, pero si Sanji se lo busca no esperéis que sonría y asienta.

El coche se marchó y Law volvió al piso. Luffy seguía despatarrado en el sofá, roncando a pierna suelta y con un hilillo de baba saliendo de su boca. El ojeroso suspiró, a veces envidiaba su ignorancia ante algunas cosas.

 

Continuará...

Notas finales:

Siempre, o casi siempre, en mis historias, ha sido Zoro el que era protegido por Mihawk, quería que esta vez fuera diferente, que su relación estuviese más equilibrada. Ha sido extraño de escribir pero a la vez lo he disfrutado mucho. Toda la incomodidad del anterior capitulo se ha convertido en comodidad en este.

Nos vemos en el siguiente! Bye!


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