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Runner por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

No sé si estaréis en confinamiento o si lo vais a estar, pero espero que este capítulo os haga, por lo menos, evadiros un rato.

Capítulo 13. Falta de aire

 

A pesar de que le abandonaba el sueño, sus ojos permanecieron cerrados; tumbado de lado, desnudo, con su cabeza reposada en su pecho. El olor a tabaco se impregnaba. Le oyó dar una calada y notó como sus manos se paseaban suaves por sus cabellos, como acariciaban su cuello hasta su omóplato y luego volvía a subir. Eran tan raros aquellos momentos tranquilos entre los dos que, de manera casi inconsciente, hinchó su pecho y liberó el aire por la nariz.

–Eh –le dijo el otro en un susurro–, ¿estás despierto, cabeza arbusto?

–Mmm... ¿Qué hora es?

–Cerca de las tres de la mañana.

En un bostezo se frotó los ojos y se movió con cuidado. Un quejido se le escapó al sentarse con la espalda apoyada en la cabecera.

–Vaya con el tipo duro –se rió el rubio–. ¿He sido demasiado salvaje para ti? Si me lo pides puedo ser más delicado.

En un pequeño rebufo, giró los ojos hacia la ventana. La noche en el campo era una cortina negra. Daba la sensación de que sólo existía aquella casa que habían pillado de vacaciones; que sólo existía aquella habitación con ellos dos dentro.

–¿Queda algo del que nos liamos antes?

–Sí, ¿lo quieres?

Sanji alcanzó el canuto del cenicero que estaba en su mesita de noche; lo encendió él mismo en su boca y se lo puso al peliverde en sus labios. Zoro lo aceptó obediente cerró los ojos al inspirar el humo.

–A final se está bien aquí –comentó el rubio–. Siempre te las apañas para convencerme, eh.

El pelirverde liberó una nube, dejó el cigarrillo de hierba en sus dedos. Aquello tenía poco de cierto. Era verdad que habían discutido; o más bien, Zoro, ingenuamente, no pensó que la escapada al campo les fuera a suponer un inconveniente, mientras que Sanji, dio por hecho que aprovecharían que los demás se iban para estar los dos solos.

–Seguro que os ponéis todos a hablar de cine, como ya hacéis aquí, siempre, en especial Luffy y tú, que os encanta decir nombres de planos uno detrás de otro. A veces parece que quieras que me sienta excluido.

Sin embargo, no fue el peliverde el que le convenció. Varios días antes del viaje, al aspirante a cocinero se le ocurrió decir, precisamente delante de Luffy, que sería mejor que Zoro y él se abstuvieran.

–¿¡Cómo que no vais a venir!? ¡Si nos lo vamos a pasar genial! ¡Zoro! ¿Eso es verdad? –el peliverde se encogió de hombros–. ¡Buah! ¡Ni que faltaran millones de sitios donde podréis abriros el culo!

–Oye, oye, que no nos estamos todo el día...

–¿¡Y qué hacéis tanto tiempo vosotros dos solos que no podáis hacer en el campo!? ¡No lo entiendo, Sanji! Ya no es que no os separéis ni para ir al baño. ¡Es que cada vez venís menos con nosotros! ¡Un día apareceréis como una masa de carne deforme de dos cabezas que escupe fuego y vuela! Aunque bien pensado eso molaría mucho...

La metáfora del monstruo deforme turbó a Sanji; desde luego, poca gracia tenía que esa fuera la imagen de pareja que daban al resto; y si eso no hubiese sido suficiente, Luffy se puso bastante pesado. Para rematar, llegaron Nami, Robin y Vivi comentando lo bonito que eran los biquinis que se habían comprado. Fue un ataque por varios flancos que el rubio no supo combatir.

Zoro dio una nueva calada. Seguidamente, se estiró y acomodó para recostarse en la cama; todavía con la molestia que sentía en su entrada. Al encontrar la postura se dio cuenta de que Sanji no le quitaba el ojo a su torso.

–Has adelgazado todavía más, ¿verdad?

–Yo me noto igual.

–No, si soy yo el que lo noto –le agarró de un pectoral con decepción–. Qué triste. Ya no los tienes tan voluptuosos.

–Estoy fumando más. Eso quema grasas. Y voy a correr la playa y al gimnasio.

–Lo que tu digas –resopló resignado–. Pero cuídate, no quiero que los demás digan que no te alimento bien. Pones en juego mi orgullo.

–Claro.

Se llevó el canuto a la boca, no obstante, Sanji se le adelantó. Tomó el cigarro y lo dejó en el cenicero; le besó en la mejilla, no en los labios, puesto que Zoro le había hecho antes una felación y hasta que no se lavara los dientes el aspirante a cocinero no juntaría boca con boca.

–Sabes que se me hace raro –le había dicho más de una y de dos veces, incluso cuando el peliverde ya lo tenía de sobra asumido–. Son mis manías, todos las tenemos, compréndelo.

El rubio le miró a los ojos, en una caricia que pasó por la oreja del peliverde, hizo tintinear sus pendientes. Le besó de nuevo, en la frente, y se incorporó.

–¿Qué me dices? –dijo al tiempo que colocaba sobre él–. ¿Eres capaz de aguantar otra ronda?

Zoro notó como la presión de su pecho se enfatizaba. Reconoció la pesadez en el aire y en estómago. Lo ignoró todo y se dejó hacer.

–Buen chico –acarició sus muslos y apartó sus piernas.

Al rato, Sanji se quedó dormido. Él seguía en vela, con los ojos fijos en la ventana; miró una vez más al rubio y salió de la cama.

En el piso de abajo, le sorprendieron las luces de la cocina encendida; la puerta que daba al exterior estaba abierta y bajo el porche también había claridad. Sacó una botella de vino blanco de la nevera y atravesó el umbral.

Quitando la bombilla resguardada bajo techo, casi no se veía nada. A penas se describía la piscina; tras ella sabía que había un acantilado que con pisar un poco mal se acababa rodando varios, y varios, metros hasta el pueblo. Un pueblo que se lo había tragado la oscuridad más negra.

–Buenas noches.

Vivi estaba sentada en el borde, con los pies sumergidos en el agua.

–¿Qué haces despierta?

Ella se encogió de hombros. Zoro la vio rara, cohibida, como si hubiese estado llorando. El peliverde resopló.

–Si tan mal estás no haber roto con él.

Dijo esto conforme se sentaba con ella; teniendo cuidado para que no se le escapara una queja, y eso que ahora sí que le dolía en condiciones. Sólo pensar que Luffy quería hacer una excursión de senderismo por la mañana le entraba un mareo.

La peliazul se tuvo que reír.

–Ojalá fuera así de simple. Ojalá simplemente quisiera a Koza y ya ésta.

–¿A qué te refieres?

–Ni yo misma lo sé. Sólo qué de repente he empezado a ver a una persona de una manera totalmente diferente a como la llevaba viendo toda la vida –por un instante, a Zoro le dio la sensación de que no hablaba de Koza–. Al menos he sido yo la que he cortado.

–Sí, te has llevado la parte fácil.

–¡No! Claro que no. Tampoco creo que le haya enviado a un campo de rosas pero... Por lo menos él podrá echarme la culpa, podrá decir que soy la mala de la historia, que le hice daño a propósito, y seguir adelante. Mientras yo no sé muy bien por qué le he apartado de mi vida.

El peliverde notó un pinchazo en el pecho. Descorchó la botella con los dientes y le ofreció a la joven. Vivi le agradeció con el gesto y dio dos tragos. Tosió.

–¿Y tú, Zoro? –le devolvió la botella con una última tos–. Has adelgazado mucho.

–Fumo más que antes.

–Creí que con el hambre que daban los porros lo normal es que se acabe engordando.

–Puede –dio un trago largo–. Una vez escuché de un chaval, de estos que parecen una medusa de los gordos que están: se dio a los porros a la vez que se apuntó a un equipo de atletismo; la constitución le cambió por completo y pasó a ser un palillo de dientes.

–¿Dónde escuchaste eso? –preguntó un tanto sorprendida.

–De dos compañeros de clase.

–¿Los del grado de realización? –el otro asintió–. Hablas poco de ellos. ¿Salíais juntos por ahí?

–Ellos sí, y me invitaban al principio. No me vi con muchas ganas en ese momento. Ahora que hemos terminado los dos años dudo que tengamos contacto de nuevo.

Volvió a beber. La peliazul dudó.

–¿Fue por Sanji?

–¿Hum? Supongo. Los dos teníamos ganas de estar juntos –se encogió de hombros–. Tampoco es que haya perdido nada.

Vivi se mostró poco convencida, pero resignada. Sacó las piernas del agua y se puso en pie.

–Voy a intentar dormir un poco antes de que amanezca. Gracias por escucharme.

Zoro se despidió alzando la barbilla y ella volvió al interior de la casa. A la densa oscuridad se le unió el silencio.

Dio otros tres tragos seguidos. El último tuvo que hacer esfuerzos para que pasara por su garganta. Exhaló. Quedó absorto en el agua de la piscina, en sus pies. Llevó la mano izquierda al estómago, luego al brazo derecho; era verdad que había perdido mucho peso. Cuando volvieran a casa aumentaría las horas de gimnasio, seguro que así recuperaba músculo.

–¿Zoro?

Reconoció la voz de Luffy, se giró.

–¿Qué haces despierto?

–Comer –alzó el tupper con sobras de la barbacoa–. ¿Y tú?

–Beber –alzó la botella de vino.

Luffy soltó una risilla y, como había hecho el peliverde antes, se sentó a su lado en el borde de la piscina, con las piernas cruzadas por los tobillos para apoyar la comida. Así, uno comía mientras el otro bebía, en silencio.

–Zoro, ¿Te lo estas pasando bien?

–No tengo razones para estar pasándolo mal.

–Eso no es una respuesta...

Sintió cansancio, se forzó a sonreírle.

–Estoy bien, no te preocupes.

Y empinó el codo, Luffy se llevó un trozo de carne a la boca y masticó. Zoro le observó.

–¿Cómo llevas lo de Law? Es la primera vez que os pasáis tantos días separados desde que sois pareja.

–Ah, lo llevamos bien. Me da pena que se haya tenido que quedar estudiando. Pero Torao y yo no somos como Sanji y tú, nos gusta respirar por separado de vez en cuando.

–Ya veo.

–¿Sabes, Zoro? Me cuesta creerme que a partir de septiembre vaya a vivir fuera de casa de mi abuelo. ¡Por fin!

–Tienes razón, nadie estaba muy seguro de si ibas a pasar bachillerato a la primera.

–Pues mira que sí, y con mejores notas que las tuyas.

–Me lo vas a restregar por la cara toda la vida, eh.

Luffy le sacó la lengua y volvió a reírse.

–¡Estoy tan ilusionado! Y un poco raro. ¡No importa! ¡Los dos podremos con todo! ¡Estoy seguro!

–Sí, Law y tú os complementáis bien. No tienes que temer por eso.

A Luffy se le borró la sonrisa, fijó sus ojos en los de Zoro. El aire se hizo más frío.

–¿Qué quieres decir con lo de Torao?

–Tú mismo has dicho que...

–¡Hablaba de ti, tonto del culo! –su voz se alzó tanto en ese silencio que hasta las ventanas vibraron–. ¡Lo prometimos! ¡Dijimos que cuando me graduara viviríamos juntos! ¡En serio te has olvidado!

Zoro se quedó sin saber cómo reaccionar un instante largo.

–No... no lo he olvidado. Sólo que las cosas han cambiado desde que hicimos esa promesa. Creí que... que ya no estaba en tus planes.

Luffy se calmó, al menos supreficialmente, permaneció serio.

–Estaba en mis planes, lo estaba hasta hace un momento. No se me había ocurrido que cambiarías de parecer.

Aunque Luffy no se movió de su sitio, Zoro vio cómo se alejaba. La sensación del pecho se le hacía más desagradable, más emponzoñada. Una niebla oscura le cubría. El nudo en la garganta le tapaba para respirar. La sensación de pérdida era inmensa.

Pensó en Sanji, en que los momentos agradables, tranquilos, como el de hacía un rato eran cada vez menos; en que si seguía a Luffy pasaría mucho hasta que volvieran a estar bien de esa manera. En que él no era un debilucho patético, no era un niño que huía a los brazos de su amigo por problemas de pareja, él no se victimizaba así. Era más fuerte que eso, debía serlo. Tenía que decirle que no. Aunque se asfixiara, aunque no comiera. Tenía que seguir intentándolo. Eso significaba quererle, ¿no?

–Yo... –casi se le quiebra la voz–. Yo no he... cambiado de parecer.

La mirada de Luffy recuperó brillo, la ilusión de hacía un instante.

–¿Quieres que vivamos juntos?

–Si la idea sigue en tus planes, entonces, también siguen en los míos.

Apareció en la cara de su amigo su sonrisa amplia. La oscuridad ya no parecía tan densa. Luffy se abalanzó sobre el peliverde, rodeando su cuello. Los dos cayeron a la piscina.

A partir de ahí, Zoro sólo recordaba destellos. Sacaron la cabeza del agua, Luffy se reía a carcajadas, él le hizo una ahogadilla. Estuvieron jugando y nadando. Aun con la presión en el pecho, apareció un alivio que creía olvidado, una alegría muy escondida. No supo cómo fue capaz de decirle que sí a Luffy; no se imaginó que aquello fuese lo que desbordaría todo.

 

Diez meses después...

 

A Zoro se le hicieron raras las fotos. Eran del verano pasado, pero le sonaba como si lo que veía a través de ellas hubiese sucedido, en palabras de Vivi, hacía décadas. Además, le daba cierto reparo ver a Mihawk tan abstraído en lo que había sido su otro yo, y con su ex-pareja por ahí; para su desgracia, era consciente de que él mismo tenía las fotos del mayor de cuando estaba en la universidad y que no podía cerrar el álbum de un golpetazo.

–¡Eh, ya estamos aquí! –llegó Luffy–. Perdonad el retraso, Torao se ha perdido con el coche.

–¡Porque me decías las indicaciones del GPS como te venía en gana! –se defendió.

–Pues casi que has tenido suerte. El aparcamiento estaba casi lleno, un poco más y no tenemos sitio libre.

El peliverde viró, vio a Sanji con su chica colgada de su brazo. Su intranquilidad se acentuó, no por él en sí mismo, sino por Mihawk. Ya tuvo que avisar al mayor de que la novia del rubio no sabía nada de la relación que tuvo con el peliverde; Mihawk no dijo nada al respecto, tan sólo un "de acuerdo, seré discreto", no obstante, Zoro vio como ese detalle no caía en saco roto. Sin olvidar que cada vez que Sanji y él coincidían en una misma habitación acababa cabreado.

–¡Jimbei! –alzó Luffy la voz–. Vamos con ese corto, ¿o qué?

Se arrejuntaron como pudieron entre el sofá, los sillones y las sillas. Algunos aprovecharon el consentimiento de su pareja para sentarse en el regazo; en el caso de Sanji poco le faltó para sentar a Pudding sobre él de un tirón, en el caso de Luffy dio un salto hacia atrás y calló de culo sobre las partes delicadas de Law. Mihawk y Zoro se quedaron de pies, no fueron los únicos; y otros, optaron por el suelo. Así finalmente, Jimbei dio la orden de reproducir el corto.

Mihawk se sorprendió bastante; Zoro ya le explicó el argumento de la historia y de antemano sabía de su surrealismo; lo que no esperaba es encontrar algo que, por lo poco que él entendía, tenía calidad. Ya la transformación de Vivi para el personaje era un giro de ciento ochenta grados, después era todo muy colorido y recordaba a la estética de cómic; incluso se habían editado bocadillos con onomatopeyas en el momento de la pelea. La música y los escenarios también tenía su aquel. Y hasta él soltó una risa cuando vio de extras a Ace, Marco o Robin; especialmente Robin, que para hacer de terciaria sobreactuaba bastante, aunque dentro del tono no quedaba para nada mal. Era un cortometraje que desprendía el cariño que se había puesto y lo que se habían divertido rodándolo. Le recordó muchísimo a las primeras historias que leyó de Shanks, cuando no eran más que un par de niñatos. Se llenó de nostalgia.

Sin embargo, no sólo fue eso. Fuera del cortometraje también había quien sobreactuaba. El exnobio de Zoro, no paraba un segundo de acaramelarse con su actual pareja; susurros, risitas, besitos en el cuello y morreos en la boca, ni siquiera estaban mirando la película. Sonada demasiado a una provocación sin escrúpulos.

Mihawk se preocupó por Zoro, aunque el pelirverde se mostrase indiferente y ajeno a esa situación; no planeó jugar al mismo juego, tampoco quiso dejarle solo. Llevó su brazo a rodear la espalda del peliverde. Posó su mano en el hombro del joven. Sin palabras, le dijo que estaba ahí con él, que estaba ahí para apoyarle y nada más, quiso creer que eso le tranquilizó.

Respiró aliviado cuando el joven le ofreció una media sonrisa.

 

Unos minutos más tarde...

 

Con un aplauso generalizado aparecieron los títulos de crédito. Todo el mundo estaba muy contento, la proyección había dado sus frutos, habían hecho un buen trabajo y el que los seleccionaran o no era casi, casi, secundario.

–¡Celebrémoslo! –alzó Luffy los brazos al cielo.

–¿Qué crees que estamos haciendo ahora? –preguntó el narizotas.

–¡Celebrémoslo en la playa! ¡El fin de semana que viene!

–Y dale –resopló la pelirroja–. Dijimos que dejaríamos esa "celebración" si pasábamos a sección oficial.

–¡Pues lo celebramos dos veces!

El joven director no desistió, se paseó por toda la fiesta tratando de convencer a la gente de hacer una barbacoa en la playa por la noche.

–¡Zoro! –salió el monito al jardín y fue hacia él–. Vosotros venís, ¿verdad? Mihawk y tú.

–Me temo que por mi parte será imposible –se disculpó el mayor–. El siguiente fin de semana presentamos un nuevo libro.

–¿Tú escribes libros?

–Es editor –le dijo el peliverde con paciencia–, si ya lo sabías. Es uno de los escritores con los que trabaja el que lo va a presentar.

–Ah, vale. ¿Y esas cosas duran mucho? La barbacoa sería por la noche.

–Quizás pueda escaparme –sorprendió el adulto a los dos jóvenes–. No puedo comprometerme, y de llegar llegaría bastante tarde, pero lo podría intentar.

Luffy soltó una carcajada. Dio golpes pasado de fuerza en la espalda de Mihawk.

–¡Así me gusta! ¡Al final va a resultar que eres un tipo divertido!

Y se fue por ahí a reclutar a más gente, como a Law por ejemplo, que le decía que no porque ya le tenía hasta la coronilla. El mismo estudiante de medicina sabía que iba acabar colocando el mismo la barbacoa.

Zoro se giró hacía Mihawk.

–No es una obligación que vengas. Ya me las apaño bien yo sólo.

–Tan preocupado siempre de que me aburra –bromeó–. Tranquilo, me gustaría ir. Además, la mayoría de los que ha convencido por ahora son de mi quinta.

–Eso parece –se rascó el cogote–. ¿Te ha gustado el corto?

–¿Me lo preguntas como novio o como editor?

–Como persona que ve un corto.

–De lo que entiendo hay cosas que pulir, pero es un buen trabajo. Podéis estar orgullosos.

El peliverde intentó no mostrarse demasiado contento por aquel halago. Bebió de su jarra de ron con la mirada en otro sitio; Mihawk le observó entretenido.

–Hola, creo que no nos han presentado –sonó una voz dulce. Ambos se giraron y vieron que se trataba de la novia del rubio–. Soy, Pudding, encantada.

–Mihawk, igualmente –respondió lo más natural que pudo. Se dieron la mano.

–Así que tú eres él que le llamó ese día en el rodaje. Recuerdo que en ese momento todos jugaban a apostar si eras un hombre o una mujer.

El mayor no entendió aquello, miró al peliverde.

–Desde que dije que soy bi, cada vez que he salido con alguien, la primera pregunta siempre ha sido si es hombre o mujer. Un día me harté y dejé de contestar. Ahí empezó el juego de apuestas.

–Comprendo –asintió y devolvió su atención a la joven–. Entonces, participaste en el rodaje.

–Oh, no, ni mucho menos. Sanji llevaba el catering y le ayudé un poco con el tema de postres. Aprovechamos para ir el último día y así que me presentara en sociedad delante de sus amigos –se enrojeció con ternura–. Estaba tan nerviosa. Ahora que recuerdo: vosotros en ese momento erais "sólo amigos", ¿no?

–En realidad, acabábamos de empezar a salir –contestó el peliverde.

–¿En serio? Lleváis casi lo mismo que Sanji y yo. Deberíamos hacer una cita doble.

–No sé yo si sería buena idea.

–Venga... Me siento un poco culpable. Él habla de vosotros como si fueseis su familia, aún así pasa mucho tiempo nada más que conmigo; supongo que para que no esté incómoda conociendo a tanta gente nueva. A veces casi creo que lo secuestro.

–Aún así...

–Además, yo también he visto ese álbum de fotos, se nota que Sanji y tú sois amigos muy cercanos. Decidme que lo pensaréis, por favor.

Los dos miraban a Pudding inquietos. Aunque le dieran largas eso no solucionaba el problema de manera prolongada, y una negativa directa se les hacía contraproducente. Zoro, mosqueado, le hubiese dicho la verdad, si no hubiese tenido la certeza de que Sanji diría algo como que le quería fastidiar su única relación verdadera o que disfrutaba con su infelicidad. Mihawk también tuvo ganas, soltarle "lo siento, una cita doble no me parece lo más apropiado después de enterarme de que tu novio dejó famélico y trastocado al mío cuando estaban saliendo", pero sabía que la decisión no entraba dentro de su jurisdicción.

–¡Puddiiing! –dijo alguien cantarín–. ¿Dónde está mi dulce y suave noviaaa?

El rubio cocinero salió al jardín, en una pirueta sobre su propio eje y con su cara de idiota enamoradizo. Se quedó de piedra cuando los vio a los tres juntos.

–¡Sanji! Ven, ¿qué te parece la idea de una cita doble?

–¿U... Una cita doble? –se acercó–. ¿Con quién?

–Con ellos, tonto –le dijo con ternura mientras volvía a colgarse de su brazo–. Sería un buen plan.

–Tal vez, cariño–miró a Mihawk–. Usted parece un hombre ocupado.

¿Usted? Zoro creyó haber oído muy mal, ¿Había tratado a Mihawk de usted? Ni a Brook que era el más viejo del grupo le había tratado de usted alguna vez. Los nervios aumentaban su cretinez, ¿o qué?

–Y seguro que no tenemos muchos temas de conversación en común. Se aburriría con nosotros tres.

El peliverde apretó la mandíbula, el asa de su jarra. A punto estuvo de tirarle el ron a la cara, si Mihawk no le hubiese detenido. Una vez más, como si le sostuviera para no caer, para que no se perdiera en sí mismo, el mayor colocó la mano en su hombros.

–Si soy sincero, me asusta más que nosotros podamos aburriros a vosotros dos. Mi profesión se parece a la de Zoro; después de todo un guión es un libro que se sabe que se va a convertir en película; a veces somos demasiados técnicos hablando y nos enfrascamos demasiado.

El peliverde había olvidado la última vez que alguien había dejado a Sanji tan callado. Por su parte, Pudding iría de inocente, de estúpida no, se percataba de algo. La tensión se hacía más sólida.

–¡Pudding! –la llamó Nami desde la cristalera del salón–. A Luffy le quedan cinco segundos para ir a por tu tarta y comérsela de una.

–¿¡Qué!? No, dile que espere un poco, tengo que ponerle los adornos.

Y se fue corriendo al interior de la casa, desde donde se oyó una queja del monito diciendo que para qué tanto adorno si al final todo acababa en el mismo sitio. Los otros tres se quedaron mirado. Sanji, significativamente cohibido y de malhumor, sonrió.

–Iré a ayudarla.

Por fin, terminó aquella conversación.

 

Dos horas después...

 

Era temprano cuando Zoro y Mihawk se recogieron, por ese día habían cumplido de sobra, así que sin ninguna culpa se despidieron en general y se encaminaron hacia el coche del mayor.

–Terminó –el peliverde se ajustó el cinturón–. Espero que no se te haya hecho tan horrible.

El mayor metió las llaves, no arrancó. Resopló cansando.

–¿Te encuentras bien?

–Sé que no se trata sólo de gente que se reúne por trabajo, que todos sois del mismo grupo de amigos. Una familia –hizo una pausa–. Lo que no esperaba era que le protegieseis tanto. Sin deciros nada, casi como inspiración divina, se decide que esa chica no debe saber que estuvisteis juntos. Hasta tú te has resignado a eso como algo normal.

–Ese es su asunto, lo que haga con su vida y las mentiras que le quiera soltar a su novia no tienen que ver conmigo.

–Después de todo lo que te hizo, entierra el asunto y como si nada. ¿Quieres decir que estás bien con eso?

–A mí no me hizo nada que yo no permitiera.

Mihawk le miró estupefacto. El joven le aguantó la mirada.

–Era yo el que tragaba su comida obediente –explicó humillado–, era yo el que no le paraba cuando me tocaba. Y me esforcé para que no supiera nada.

Otra vez esa culpa.

–Zoro –le llamó suave–, no es tan difícil darse cuenta cuando una persona está incómoda. Si él siguió como si nada dice más de él que de ti.

El peliverde apartó los ojos hacia el cristal de la ventana. El mayor resopló una vez más.

–He visto lo delgado que estabas cuando salías con él. Cuando me contaste que su comida te pesaba no imaginé que había sido tan grave. Sé que hay más cosas que aún te guardas y no voy a insistir. Tan sólo pienso que su novia se merece saber con quién está saliendo.

De entre los dientes del peliverde salió una risa sarcástica.

–Él nunca le haría nada que perjudicase a una mujer.

–Si me estás diciendo que se comportó contigo de esa manera porque eres un hombre, será cuestión de tiempo que se busque otra escusa para portarse de la misma forma con ella.

Mihawk arrancó el coche, la radio se encendió automáticamente y el vehículo salió de la plaza de aparcamiento. Una vez en la carretera, donde los faros delanteros se hicieron imprescindibles, Zoro se fijó en la pesadez de su estómago, en el pinchazo en su pecho y garganta.

–Gracias. Por lo de hoy. Lo hubiese soportado por mi cuenta, pero contigo ha sido mucho más fácil.

El mayor sonrió.

–Creo que hoy estamos los dos muy cansados para cocinar. Podemos pedir algo para que nos lo traigan.

El vehículo avanzó en la oscuridad.

 

Seis horas después...

 

Llegó la madrugada. Nami y Vivi reían en la puerta de la casa de Jimbei, esperaban a Robin saliera; la morena las llevaría en su coche, siempre que no tardase toda la noche en despedirse de Franky.

–Y qué mal rato cuando he visto a esos cuatro hablando –dijo la pelirroja–. A Zoro y a Sanji con sus respectivas parejas, digo. Creí que una vez se ennoviaran los dos podrían dejar atrás todo.

–Esas cosas cuestan. Más con lo de que Pudding no sepa nada.

–Sí, Sanji está esperando tanto que al final la bola de nieve será una avalancha –resopló–. Bueno, ella comprenderá que esas cosas, a día de hoy, son difíciles de decir.

La peliazul quedó un momento distraía.

–Para Zoro también tiene que ser difícil.

Nami se puso un poco más seria.

–Aunque le cueste es él el que tiene que ser más comprensivo ahora. Ni Sanji ni él tuvieron una relación fácil, aun así la manera en que cortó no me parece la más correcta. Más viniendo de él.

–No sé yo si hay una manera correcta de cortar con alguien.

–Vivi, yo estaba con Sanji cuando Zoro le llamó por teléfono. Lo tengo grabado en la cabeza... Creo que por lo menos se merecía que Zoro se lo hubiese dicho a la cara.

Vivi guardó silencio, encerrada en sí misma, en trance. Al poco rato:

–Si la persona que quiero o he querido actuara delante de todos como si lo nuestro nunca hubiese pasado me destrozaría.

Nami se fijó en Vivi, un frío le llenó el pecho.

–¿Eso lo dices por mí?

La peliazul reaccionó, asustada se dio cuenta de lo que había dicho. Intentó sonreír, hacer como si nada, decir algo que rebajara ese ambiente, lo que fuera.

–¡Nami! ¡Vivi! –apareció Carrot, detrás de ella Robin–. ¡Yo también me voy con vosotras!

Ambas jóvenes guardaron las formas. De esa manera, las cuatro, se encaminaron como si nada hacia el coche de Robin.

 

Cuatro días más tarde...

 

Ese miércoles salieron al mediodía. Mihawk le había dicho que necesitaba un traje arreglado para la presentación del libro y Zoro se ofreció a acompañarle antes de ir al teatro. Comieron en un restaurante agradable y el mayor le guió hasta una tienda de ropa para caballeros. El peliverde se sintió raro, podía ser la primera vez que entraba en un sitio así; normalmente, si le hacía falta ropa, donde iba tenían un poco de todo, pero ahí el único estilo que había era el formal.

Después comenzó el pase de modelos. El dependiente traía prendas de ropa, una detrás de otra. Zoro, al principio interesado y luego paciente, se sentó en el sillón de los probadores viendo como su novio salía con conjuntos que tanto el propio Mihawk como el dependiente afirmaban que eran distintos. Así el mayor nunca terminaba de decidirse; que si demasiado serio, que si demasiado estrambótico, que si desentonaban con el blanco roto de la camisa; y el joven no entendía nada porque de verdad que lo veía todo igual.

–¿Cuál te parece mejor? –le preguntó el mayor sobre dos chaquetas idénticas en cada mano.

–Las dos van bien.

–¿Hum? No estoy tan seguro. El azul marino nunca falla pero esta tiene un porcentaje de verde en el color que le da clase.

De verdad que las dos chaquetas eran absolutamente iguales.

–Voy a dar una vuelta –casi añade "a ver si te encuentro algo", no se lo creía ni él–. Saldré a que me de él aire.

–Supongo que llevamos aquí demasiado rato –le dijo culpable–. En seguida nos vamos, te lo prometo.

–Relájate, esto es parte de tu trabajo. Si tienes que ir perfecto pues tendrás que ir perfecto.

Mihawk le sonrió.

–Zoro –le llamó antes de que se fuera–. La escritora que presenta el libro es mi ex-mujer. Siento decírtelo justo ahora, no encontraba el momento.

–Ah... –su cerebro se atascó–. No sabía que escribiera, ni que tú fueses su editor. Aunque si estuvisteis casados tanto tiempo tampoco es extraño.

–¿Estás bien?

–¿Yo? –se sorprendió sincero–. ¿Qué hay de ti? La última vez que la viste...

–Creo que las cosas están más calmadas desde entonces, más digeridas. En ese momento me atacaron de sorpresa.

–Entonces todo bien. Si no te encuentras con fuerzas para ir a la barbacoa avísame. ¿Por qué me miras así? Pareces decepcionado.

–Quizás necesitaba algo de celos por tu parte.

–Pues me temo que no.

–Ya veo...

Una sonrisa cómplice y, Mihawk, le besó en los labios. Delante de toda la tienda. Cuando se vieron las caras el joven entendió que había sido un acto reflejo, que él mayor estaba tan sobresaltado como él.

El dependiente regresó con otro conjunto más y Zoro se fue a la calle. Una vez fuera se puso los auriculares y a mirar el móvil; lo que fuera para que se le pasara el sobresalto. No se trataba del beso, el beso era una parte; desde el fin de semana pasado su deseo por Mihawk se había disparado, junto con su libido. Entendía que eso debía ser buena señal, que por fin su cerebro se deshacía de algo de la inmundicia que tenía metida, sin embargo, no se sentía seguro. Le preocupaba demasiado forzar al mayor a algo que no quería hacer, le preocupaba demasiado forzarse así mismo. Estaba en el equilibrio perfecto de ni suficientemente sano ni suficientemente mal de la cabeza.

Resopló por la nariz. Despegó un momento los ojos de la pantalla, vigiló la gente que paseaba. Se fijó en una chica que caminaba por la otra acera, castaña, con pantalones bombachos. Pudding.

Zoro apartó la mirada. Que no le reconociera, que no le viera, no quería hablar con ella por nada del mundo. Al virar de reojo vio que la chica, todavía desentendida de la existencia del peliverde, cruzaba el paso de peatones. El joven apartó la mirada otra vez. Mierda, qué pesada, por lo menos que se vaya en dirección contraria, que se vaya. Se fijó una vez más, la chica, con su atención puesta en los escaparates, iba hacia él. ¡Mierda! Pretendió refugiarse en la tienda, creyendo que la casualidad no sería tan cruel. Iluso.

–¡Vaya, que coincidencia! –oyó su voz y, en contra de su voluntad, se giró hacia la joven–. ¿Cómo tú por aquí? Venías también a esta tienda.

–Eh... Sí, acompañaba a Mihawk. Ahora mismo está con el dependiente.

–Oh, ¡qué suerte! Me vendrías de perlas ahora.

–¿Qué?

Ella sonrió, cándida y dulce, le tomó de la mano derecha.

–Ven. Ayúdame a buscarle una corbata a Sanji.

Quiso que le atropellara un camión. Ella le arrastró de nuevo al interior y así hasta la zona de corbatas. La tienda era como un mini-centro comercial, por lo que parecía. Pudding rebuscó entre las estanterías.

–¿Tienes alguna idea de cual le podría gustar?

–Hasta hace un minuto no tenía ni idea de que iba a estar mirando corbatas. Mira, yo no soy el más indicado para...

–¿Cual te gusta más? –le enseñó dos, de la misma manera que Mihawk le había enseñado antes las chaquetas.

–Me parecen las dos iguales.

–¿Eh? Si tienen estampados distintos.

–Son un trozo de tela atado al cuello. ¿Qué más te da?

Pudding, serena, dejó las corbatas de donde las había sacado. Seguidamente, le agarró de la camisa e hizo que el peliverde le mirara a los ojos de desquiciada que tenía en ese momento.

–O me ayudas –dijo con una sonrisa sádica y un corte de manga–, o escojo yo una y te ahorco con ella, miserable.

Zoro se había olvidado por completo de su otra personalidad. Trago saliva y, sin derecho a otra opción, asintió. Pudding le soltó y de nuevo le enseñó el par de corbatas.

–Siento si soy muy tosca. Sanji siempre me está haciendo regalos y este será el primero que le haga yo a él. Quiero hacerlo bien, y tú me has venido como caído del cielo. Eres su amigo, así que si me indicaras algo que intuya que le pueda gustar te lo agradecería infinitamente.

Al peliverde, su agradecimiento infinito le era un cero a la izquierda; lo que menos le apetecía en la vida era escoger un regalo para el rubio. No quería pensar en Sanji, no quería que Sanji recibiera algo en lo que él había participado mínimamente, ni mucho menos que hubiese la posibilidad de ver a Sanji con la mierda de corbata que le había elegido porque a su novia le había salido de las narices.

La joven seguía delante suya. Rebufó, se rascó el cogote. Observó en la estantería y tras un análisis, escogió una.

–Esta le gustara. Puede. Él siempre dice que no tengo nada de estilo.

Ella tomó la corbata ilusionada.

–Muchas gracias.

La vio sonreír, como una niña a la que todavía no se le había explotado el cuento del príncipe azul. El peliverde recordó la conversación que había tenido con Mihawk; recordó demasiado.

–Oye, yo... ¿Sanji te trata bien?

Ella le miró extrañada. Zoro se arrepintió.

–Quiero decir que... le conozco desde hace bastante. Y a veces es un capullo.

–Tienes razón, a veces es un capullo –sus palabras quedaron extrañas porque aún tenía el aura de inocente. Luego su sonrisa se volvió menos brillante, más sincera–. También es una persona amable. Capaz de ver lo peor de alguien y adorarlo.

El aire se hizo muy pesado para el joven, más que de costumbre. Pudding le dio las gracias de nuevo y se fue hacia el dependiente detrás de la caja. Zoro volvió donde Mihawk; el mayor se reflejaba en el espejo del probador con un traje de chaqueta completo, sin corbata. El peliverde se acercó hasta que él también se reflejó a su espalda, aunque su imagen se le hizo distorsionada.

–Estás muy guapo.

Mihawk le devolvió la mirada a través del espejo, le sonrió, sin percatarse de que la caja fuerte se había vuelto a cerrar. Zoro se sentó en el sillón. Sentía que no estaba allí, ni en ese tiempo ni en ese lugar. Que estaba en aquella casa en el campo, hacía un año, por la noche; sus pies hundidos en la piscina, no los podía sacar, el agua subía.

 

Ocho meses atrás...

 

Chocaron los vasos en el tercer brindis consecutivo. Para que el curso que les esperaba fuera el mejor de sus vidas hasta ahora, porque Luffy y Zoro habían conseguido un piso decente y para dar las gracias al apartamento de Ace y el peliverde, del cual se estaban despidiendo en ese momento con aquella fiesta. Sería la última vez que se reunirían todos allí, bebiendo y fumando, con la música a todo volumen.

–¡Ah! –alzó Luffy los brazos–. ¡Qué ganas de que nos den ya las llaves!

–Qué contento con un piso tan mal situado –comentó la pelirroja–. Por la zona donde yo vivo los hay con el mismo alquiler al vuestro. Te lo dije muchas veces.

–Además de lo pequeño que es el piso –apuntó el narizotas–, seguro que os acabáis matando los dos metidos en ese zulito.

–Eso lo decís porque no habéis visto la terraza. ¡Es genial! El Sol le da desde que sale hasta que se va y se puede ver la calle casi entera. ¡Ya veréis! En cuanto estemos instalados os pasaréis el día allí. ¿Verdad que sí, Zoro?

–Sí, claro, la terraza está bien.

–Desde luego, tu entusiasmo no tiene nada que ver con él de Luffy –opinó Usopp.

–Se ha pasado así toda la búsqueda del piso –se quejó el monito–. ¡Sonríe un poco! –le agarró de la comisura de los labios y le hizo una sonrisa a la fuerza.

–¡Quita de encima! –le apartó a la vez que Ace soltaba una carcajada.

–A ver si eres capaz de soportar a mi hermanito las veinticuatro horas los siete días de la semana –le retó el pecoso.

–A ver si Marco te soporta a ti.

–Disculpa, él me ama y me adora.

–Oye, Zoro –habló Chopper–, ¿al final has encontrado trabajo?

–De contrato y sueldo sigo buscando.

–¡Pero después sí que le han llamado para un corto! –comunicó Luffy–. Unos amigos suyos del curso de realización. ¡Si es que eres un máquina! –decía propinándole golpetazos en la espalda.

–¿De verdad? –intervino Vivi–. Eso es fantástico.

–Tampoco es que seamos amigos, se les ha caído el montador que tenían, por eso me han llamado. Trabajamos todos de gratis.

–Tú sigue así que ya lo harán, ya lo harán –le animó Nami contando billetes en su cabeza.

–En realidad –se pronunció Robin–, la falta de dinero y ayudas en cualquier cosa relacionada a las artes es cada día mayor, muchos tienen que dejar atrás sus sueños debido a que no pueden enfrentar la precariedad. Puede que alguno de nosotros deba resignarse a la mediocridad de un trabajo estable para sobrevivir.

Se hizo un silencio fúnebre, con los ojos puestos en la siniestra mujer. Franky y Brook se levantaron.

–¡Yohoho! ¡Arriba esos ánimos!

–¡Eso! ¡Toquemos una SUPER canción! ¡Qué resuene la guitarra!

Los vecinos golpearon un par de veces, les pidieron el favor que si podían hacer un poco menos de escándalo. Rebajaron el tono, pero la fiesta siguió, luego subió otra vez y nadie subió a quejarse. Al rato se unieron Marco y Law, con provisiones de comida y alcohol. Más tarde, llegó Sanji.

Zoro no le saludó, ni el rubio le saludó a él, aunque si lo hizo en general y efusivo para que nadie se percatara de nada. La verdad es que después de los gritos que se pegaron cuando le contó que se iría a vivir con Luffy creyó que ni aparecería por la fiesta.

Resopló, fue al balcón y se apoyó de codos en la barandilla de metal. Bebió de morro de su botella y quedó con la mirada en la calle, en unos días no volvería a tener aquella vista; no es que le diera especial pena, sí se le hacía extraño. Se percató de que alguien se acercaba; Law se puso a su lado, inspiró y suspiró.

–Como el ambiente se cargue más aquí dentro harán falta veinte balcones como este para que no nos asfixiemos.

Le sorprendió que le dirigiera la palabra. No tenían mucho contacto, para él era sólo el novio de Luffy; y así seguiría, en lo que el peliverde entendía a Law no le gustaba mucho la relación que Zoro tenía con el monito. Mejor así, tampoco creía que se llevaran muy bien; además, el aspirante a médico también debía estar cabreado con que los dos amigos vivieran juntos.

Se terminó la botella en un par de tragos y abandonó el balcón. Fue al cuarto de baño. Se estaba lavando las manos cuando alguien golpeó la puerta.

–Ocupado.

No había pestillo, ni Ace ni él consideraron en esos años que les hiciera falta. Sanji entró. Zoro se puso alerta. El rubio cerró la puerta y le ofreció un canuto. El peliverde se le quedó mirando.

–Venga, no lo he envenenado.

Sin bajar la guardia, aceptó el cigarro de hierba.

–No has venido a saludarme.

–Tú tampoco a mí.

El rubio sonrió en un gesto apenado.

–Como siempre, al final te sales con la tuya.

–Me reprocharás otra vez que me voy a vivir con Luffy.

–Di por sentado que cuando Ace y tú ya no vivierais juntos te trasladarías a mi piso –hizo una pausa, se encogió de hombros–. Quizás nos estemos preparados, y es difícil seguir cabreado contigo.

Las fuerzas le flaqueaban para aquella conversación. De reojo, observó su reflejo en espejo del baño. A través del cristal, vio como Sanji se le acercaba. El rubio le besó en la comisura del labio.

–Tendré que preparar comida para un regimiento a partir de ahora –bromeó–. O Luffy te dejará en los huesos.

–Déjalo, tampoco tienes que cargarte trabajo de más.

–¿Desde cuándo cocinarte platos ha sido un trabajo para mí? –otra broma–. Zoro, estoy intentando que volvamos a estar bien, podrías mirarme a la cara por lo menos.

El peliverde retiró los ojos del espejo y los puso en el rubio. Sanji sonrió seductor. Le acarició los pendientes, le besó en los labios. Al principio, Zoro se dejó; luego, el otro le quitó el canuto de la mano y lo dejó en el lavabo, tomó las caderas del peliverde y las atrajo a las suyas. Para entonces la lengua del cocinero se le había metido hasta la garganta.

–¡Eh! –le apartó–. ¿Qué haces? Están todos allí.

–Ahora me vas a venir pudoroso –atacó de nuevo su boca.

–Sanji, no quiero hacerlo ahora.

–Tú siempre quieres hacerlo.

Se zafó, o bien Sanji dejó que se zafara. El rubio volvió a atraparle una vez le abrazó por la espalda. Y de golpe le puso de cara al espejo; le retuvo entre el lavabo y su cuerpo. Le arrancó un quejido ronco al clavar sus dedos en la entrepierna del peliverde; se rió satisfecho y empezó a desabrocharle los pantalones.

–Lo que más me gusta de pelearme contigo es la manera en que nos reconciliamos.

No dejaba de besarle, de morderle lascivo, se sujetar su muñeca derecha con una mano mientras que con la otra la masturbaba. Zoro, le retiraba la cara, forcejeaba. De un empujón fuerte se lo hubiese quitado de encima, pero no era capaz, todo eran amagos. Le martilleaba la idea del ruido que podía hace si lo lanzaba contra la puerta; que le vieran así.

–Sanji, no hay pestillo.

–Entonces relájate, lo haré rápido –decía entre beso y beso en su cuello, a la vez que llevaba sus dedos a la boca del del peliverde y los metía de la misma manera que antes había metido su lengua.

Le costaba respirar, sus ojos iban de la puerta a su reflejo. Apoyó la mano el cristal, tapándose así la cara lo más posible. Bajó la cabeza, ignoró la presión de su pecho, la pesadez de su estómago.

–Buen chico –le bajó los pantalones y llevó sus dedos, desde la boca de Zoro a su entrada–. Buen chico.

El tiempo se distorsionó. Quedó atrapado en un bucle durante siglos, ahí, en ese cuarto de baño, donde cada vez que alzaba la mirada veía como dejaba que Sanji le diera estocadas sin parar. Qué no entre nadie ahora, rogaba, que no entre nadie, joder.

Notó el líquido caliente del rubio derramándose dentro de él. El tiempo avanzó; fuera se oía la música, la risa de lo demás. Sanji salió de él, Zoro se tuvo que apoyar en el lavabo.

–Saldré yo primero –se ajustó el cinturón. Cariñoso, tiró de los pendientes del otro, le dio un par de besos que cualquiera hubiese descrito como dulce–. Te espero fuera con los demás.

Zoro aguantó hasta que la puerta estuvo cerrada otra vez. Dio una bocanada, al borde de la asfixia. Con los ojos humedecidos y las manos temblorosas recogió papel y se limpió. Se asfixiaba. Apoyó su espalda en la puerta. Tenía que tranquilizarse, calmar su respiración. No podía tardar en salir, y cuando saliera nadie debía notarlo. Tenía que ser fuerte, tenía que aguantarlo. No era para tanto, no era para tanto, no era para tanto.

Se hecho agua en la cara, y bebió directamente del grifo. Salió del cuarto de baño con el canuto, eso le disimularía los ojos rojos.

En el salón seguían la música, y la gente. Eran las mismas personas de antes, sin embargo parecían más, demasiadas. Sus cinco sentidos seguían distorsionados.

–Eh, Zoro –se le acercó Usopp–. Bien por ti –le susurró–. Os he oído en el cuarto de baño, ya era hora de que estuvierais de buenas.

–¿Nos has oído? –su voz sonó mecánica.

–Sí, yo y Ace. Casi abrimos la puerta –se rio.

El peliverde se fijó en el pecoso. Ace le observó de soslayo, era una mirada crítica, casi le oía decir "hemos pasados dos años aquí juntos y tenías que despedirte así de este piso". Le apartó la cara. Abrió una cerveza que había en la mesa y se sentó.

Nadie se dio cuenta de nada; él era incapaz de reconocer una sensación de alivio; la fiesta continuó como si lo ocurrido no hubiese sido real, o como si no tuviese la importancia que él le estaba dando. Le faltaba el aire, pero nunca terminaba de ahogarse.

 

Continuará...


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