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Runner por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Pues bueno, aquí estamos porque hemos venido.

Capítulo 5. Sólo amigos

 

Hacía rato que la noche había descendido sobre el paseo marítimo. Los dos paseaban por él, muy juntos aunque sin tocarse. Ambos reían.

–No te entiendo, si esa parte es genial.

–Esa parte es horrible. Soy yo el que no entiende cómo se te ha ocurrido meterme en una película así.

–Ya, ya. Se le llama género de acción y te ha gustado más de lo que puedas admitir.

Llegaron a una zona fuera de sus habituales rutas de footing, donde el paseo se ensanchaba y los chiringuitos y restaurantes cubrían más territorio por metro cuadrado. Mihawk le guió hasta un local de buen ver, aunque nada pretencioso; agradable y tranquilo. En la terraza olía a mar y espetos.

–Espero que te guste, siempre he comido muy bien aquí.

No estaba en sus planes una cena tan formal después de su segunda no-cita; quizás rapiñar un par de bocadillos como la última vez; sin embargo, cuando lo propusieron al salir del cine, les sonó bien.

–Creí por la fachada sería más caro –dijo el peliverde con la carta por delante–. Pero si compartimos unas cuantas tapas sale muy barato. ¿Qué te apetece?

–Elige tú, no tengo preferencia. Lo que sí pediré será un vino.

–Que sean dos. ¿Hum? –se fijó en un plato del menú–. Vaya, la ensalada poké tiene buena pinta.

–¿Ensalada? –se sorprendió y entretuvo–. No te imaginaba yo tan vegetariano como para esa sea tu primera propuesta.

–¿No eras tú el que conocía este sitio? –respondió ruborizado–. Es una ensalada hawaiana, va con arroz de sushi, no con lechuga –se lo pensó–. Pero si tanto problema tienes pedimos otra cosa.

La camarera vino y les tomó nota. Al final, con el pique entre ambos, acabó pidiendo la ensalada.

–Oh, ensalada poké de salmón –dijo ésta–. Su hijo tiene muy buen gusto.

Nadie la corrigió antes de que se fuera. Una vez solos, Mihawk siguió a cuadros; Zoro se llevó los nudillos a taparse le boca, se le dobló la espalda de la risa contenida.

–Si fueras tú el de los veinte años más no te reirías tanto.

–Deberías ver la cara que se te ha quedado, "papá".

El resto de la velada siguió con naturalidad, el ambiente se mantuvo confortable, divertido. El peliverde intentó convencer al otro de que la película que habían visto merecía de alguna forma; le hablaba de planos y movimientos de cámara, del montaje; pero aunque el mayor comprendía una media era incapaz de comprar un largometraje de ese tipo. Eran muy distintos, pero tampoco chocaban.

 

Al rato...

 

Se quitaron los zapatos y los calcetines, se arremangaron un poco las perneras de los pantalones. La arena de la playa se sentía suave y fría bajo sus pies conforme se dirigían a un montículo, sembrado de hierba verde y palmeras, a mitad de camino entre las losas del paseo y la orilla. Allí sentados, contemplaron, sin necesidad de más palabras, el cielo fundido con el mar en un todo oscuro. Zoro se tumbó y cerró los ojos.

–Que bien se está –dijo en un murmullo resoplado.

El sonido de las olas los mecía.

–Mihawk –le llamó, al mismo tiempo dudó de lo que iba a confesar–. En realidad, no quería esa ensalada.

El mayor rió entre dientes.

–Cualquiera lo diría, la has devorado.

–No las tenía todas conmigo de cómo me iba a sentar –le miró con media sonrisa–. Ese plato me lo descubrió mi antigua pareja, me lo preparaba de vez en cuando, junto con otros –inspiró y resopló–. Me gustaba que lo hiciera, pero cuando nuestra relación empezó a degenerar su comida era una patada en el estómago.

El mar volvió a tomar protagonismo un instante. Mihawk se puso de costado, apoyado sobre su codo izquierdo.

–He estado casado más de media década.

De golpe, los ojos de Zoro quedaron como platos.

–¿Casado? ¿Con una mujer?

Mihawk asintió.

–Terminamos de organizar el divorcio hace poco, por eso me mudé –hizo una pausa–. Tampoco fue algo que me pillara de sorpresa, era cuestión de tiempo, cada uno hacíamos más una vida a parte.

–¿Pero?

–Siempre creí que funcionaría –le sonrió algo apagado.

Se quedaron quietos. Le entraron muchas ganas de abrazarle, besarle. Sin embargo, oyó como como un par de risas se acercaban. Recuperó su posición sentada tan rápido como un resorte.

Se trataban dos chicas, caminaban por la orilla sin prestar atención a ninguno de ellos; tal vez, con las sombras, ni se habían percatado de que Mihawk y él estaban ahí. Pero Zoro ya se había puesto nervioso. De no haberse apartado él, ¿habría sido el mayor el que lo hubiese hecho por vergüenza? No hubiese sido la primera vez que le pasaba.

El otro se incorporó a su lado. El peliverde evitó sus ojos.

–Si quieres puedes irte con ellas –dijo, conservando la amabilidad.

–¿Qué?

–Sabes que no tengo problema –se encogió de hombros con ese aire de broma–. Seguro que ellas están encantadas de ir contigo.

–Ya, claro –recuperó su media sonrisa–. Habló el heterito. ¿No serás tú que quieres usarme de gancho para ir con ellas?

–Si quisiera iría por mi cuenta, y tu ayuda sería innecesaria.

Perdieron ese momento de intimidad, pero se les devolvió ese tono cálido entre piques y risas. Ambos pensaron que eso era lo mejor.

 

Poco después...

 

Regresaban por el paseo, de vuelta por sus rutas habituales. Se sentía extraño que fuese tan de noche, y que caminara a la par en vez de solos y esperando a cruzarse. No hablaban, pero el silencio no era ni mucho menos incómodo; como si los dos hubiesen acordado oír sus pasos y el oleaje. Se respiraba aquella calma.

–Bueno –Mihawk se detuvo–, ahí detrás está mi casa. Te invitaría a pasar pero...

–Lo sé. Poco nos ha faltado antes en la playa para no llamar esto una simple quedada de amigos.

Se hizo una pausa.

–Tampoco nos ha ido tan mal.

–No, no. Sólo nos falta práctica.

–Quizás debamos quedar la semana que viene.

–¿Qué tal ese sitio de copas que me dijiste?

–Es verdad, aún no hemos ido. ¿El viernes que viene?

–O antes. Yo no madrugo. ¿A ti te vendría mal entre semana?

–Tendría que organizarme, aunque no mucho más de lo que lo haría otro día.

–Entonces, ¿cuándo? ¿el miércoles?

–Sí, el miércoles va bien.

–Pues el miércoles.

Otra pausa. Se sonrieron. Mihawk tomó el paso de peatones; Zoro siguió bordeando el mar. Ambos se resistieron a dejar de mirarse.

 

Al día siguiente...

 

Franky hizo rugir su moto con dos giros de manillar.

–¿Estás bien agarrado? –le preguntó al peliverde, sentado detrás de él, espalda con espalda.

Zoro comprobó una vez más que la steadycam estuviese bien sujeta, y en segundo orden de prioridades el cinturón que lo ataba a su compañero.

–Lo estoy.

–¡Super! –se bajó las gafas de sol, listo para arrancar.

–Eh, Luffy. ¿Cómo vais por ahí?

El chico le levantó el pulgar desde el maletero, abierto, del 4x4 que en ese momento conducía Usopp. Le secundó Carrot, sin dejar de sujetar su cámara ni el trípode.

–Bien, vamos a ello –se ató el pañuelo a la cabeza–. ¡Chopper, la claqueta!

El gigantón se apuró a colocarse entre los dos objetivos de la cámara y Vivi, que con su caracterización de macarra divina esperaba montada en una pequeña scooter rosa a oír la palabra "acción". Chopper cantó el numero de secuencia, plano y toma para que aquella palabra no se hiciera mucho de esperar y subió al maletero del coche a cuidar que este no se cerrara de golpe mientras rodaban.

Arrancaron.

–¡Baja más la espalda Vivi! ¡Levanta la pierna! ¡Con más cara de mala! ¡Mándanos al carajo! ¡Escupe!

Así guiaba el director a su actriz conforme avanzaban en ese parking abandonado que había encontrado Robin en su libro de lugares malditos. Repitieron la toma varias veces, de distintas formas, en una de ellas le pidió a la peliazul que lo hiciera con el abanico y su risa de malvada.

–¡Muy bien! ¡Corten!

Se bajaron de cada uno de los vehículos, ayudaron al peliverde a quitarse la steady y revisaron lo rodado. En ese primer día de rodaje Zoro había descubierto que, si bien la nueva operadora de cámara era un poco más de la rama alocada de Luffy, Carrot era una buena profesional. Tuvo sus dudas, pero ahora reconocía que era de mucha ayuda, más que eso.

–¡Que guapada! –los ojos del director brillaron de entusiasmo–. ¡Mira, Zoro, mira! Con esto no tendrás problemas para que te salga un pedazo de montaje, eh –le golpeó la espalda con la mano abierta, varias veces.

–Bastará con que no se duerma en los laureles –comentó Franky–. La última vez los efectos especiales me quedaron ¡super! Pero si hubiese tenido más tiempo habrían sido más que ¡super!

–Vale, vale. Me queda claro. Si de todas formas Nami lo ha organizado para que todos tengamos nuestro tiempo.

–¡No tenemos tiempo para nada! –llegó la pelirroja palpablemente alterada desde el otro lado de la calle–. Chicos, tenemos un problema burocrático con la casa abandonada. Nos han dicho ahora que no tenemos todos los permisos para rodar.

–¿¡Qué!? –se alteró el narizotas–. Si rodábamos mañana, con el equipo alquilado y todo.

–Soy la primera que lo sabe, Usopp. He contactado con Jimbei para que nos eche un cable, pero lo más seguro es que tengamos que esperar al siguiente fin de semana.

–¡La semana que viene! ¡Pero eso se comerá un tiempo valiosísimo de postpro! –definitivamente le iba a dar un infarto.

–¿¡Qué pasará con mis SUPER efectos especiales!? –las quejas del otro no ayudaban.

–¡A calmaaaaarse! –gritó Luffy con los brazos en alto logrando el mismo silencio de un funeral. Seguidamente sonrió–. No pasa nada, Zoro y Franky pueden ir montando lo que hagamos hoy y podamos hacer mañana. Además, Brook ya está grabando la canción de la parte de videoclip, ¡que es genial! Así que vamos con lo que tenemos y ya vemos después.

Los presentes se quedaron mirando a su director como aquellas otras ocasiones que de vez en cuando se le activaba la neurona de sensatez.

–Tiene razón –habló Zoro–. Es mejor que no nos entretengamos con lo que tenemos ahora. Esta tarde viene Eustass para empezar con las tomas con sonido, si no aligeramos nos echará una bronca por hacerle esperar.

–Cierto –tragó saliva el narizotas.

Se recuperó el ánimo de trabajo el resto de la mañana y llegaron con tiempo de sobra al apartamento que había acicalado Robin como hogar del personaje que interpretaba Vivi. En cuanto a Eustass, su técnico de sonido, le jodió un poco lo de tener que rodar otro fin de semana más puesto que ese no era el único cortometraje en el que estaba metido, pero tampoco dio más problemas; tomó la pértiga e hizo su trabajo igual de bien.

–¡Corten! –avisó Luffy a la tarde noche después de rodar el último plano de la jornada.

Recogieron todo y se despidieron hasta el día siguiente; que ya que tenían el material audiovisual alquilado aprovecharían para rodar planos que se quedaron fuera por falta de tiempo y algunos más que se les ocurrieran. Kid se fue con Carrot y Vivi a tomar el autobús, Franky se llevó a Robin en su moto y Chopper hacía rato que se había ido por orden de su abuela. Los demás montaron en el coche de Usopp; bueno, en el de su padre que se lo había prestado; ahí, Zoro tomó su cámara y bicheó los planos de Carrot con la tarjeta de memoria que la chica le había dado; en su cabeza iba adelantando como los colocaría más tarde.

–Oye, Zoro, ¿qué tal tu cita? –le preguntó Nami.

–¿Qué cita?

–El viernes, Luffy nos dijo que volviste a salir.

–Ah, sí, quedamos, pero sólo como amigos.

–¿Amigos? –se extrañó Usopp–. ¿Quedas a solas con él o ella un viernes porque sois amigos?

–Ni que estuviera prohibido.

–Sabes que si hacéis manitas se le llama cita, ¿no? –pinchó la pelirroja.

–No hicimos manitas –mintió a medias–. Fuimos al cine y cenamos, ya está.

–¿No era eso lo que hicieseis la última vez? –volvió el narizotas.

–Sí, ¿y qué?

–Que eso era una cita.

–Ya, pues ésta no.

–Pues yo también soy tu amigo y nunca me has puesto esa sonrisa de oreja a oreja con la que volviste el viernes –le espetó Luffy.

–¡Yo no sonreía de oreja a oreja! –se enrojeció.

–Anda que no.

–Ah, ya sé lo que te pasa –sonrió Nami con esa suspicacia malévola tan suya–. Te estas enchochando y no lo quieres admitir.

–¡Yo no me estoy enchochando! –se enrojeció aún más.

–Oh, que tierno –pronunció Usopp un tanto empalagoso–. No lo veíamos enchochado desde que le empezó a gustar Kuina en la secundaria.

–Y en esa ocasión al pobre le dieron calabazas. Normal que no quiera ilusionar.

–Además de que ella se mudó para no verle la cara de despachado –comentó Luffy.

–¡Se mudo porque a su madre le salió un trabajo en el extranjero! –se defendió el peliverde inútilmente.

–No te preocupes, Zoro, todos te apoyamos.

–Todos te apoyamos, Sugar baby.

–Todos, todos.

–¡Que os den!

 

Miércoles por la noche...

 

Fueron a cenar, al mismo sitio al lado de la playa. Después, en el coche de Mihawk, se dirigieron a un hotel.

–Qué sutil –comentó Zoro con ironía.

–El lugar de copas que te dije está arriba, en la terraza –dijo tajante y, quizás, un poco aturrullado–. Si te quisiera llevar a una habitación de hotel habríamos ido a uno por horas.

–"Por horas", menudo caballero.

Se trataba de un lugar relajado, agradable, en el mismo tono que se cubría su realidad cada vez que estaba con Mihawk.

–Y por eso tendremos que rodar el fin de semana que viene –terminó de contar sus desavenencias al mayor y bebió sediento.

–Se te ve bastante apurado.

–Lo estoy –resopló–. Cuando me meta con el montaje de vídeo me las voy a ver para cumplir un plazo y que no se me eche encima mi compañero de efectos especiales, y después el de sonido.

Dio otro trago, exhaló.

–¿De qué va el corto?

–¿La historia? Es bastante sencilla. La macarra reina del barrio que va a por una oferta en un buffet, una de esas de "si terminas el plato te sale gratis y te llevas un premio". Al final lo gana, pero los perdedores se cabrean y tienen que derrotarlos en un duelo de karate.

–...

–También hay una parte de musical. En la secuencia que ella se dirige al buffet en una scooter rosa.

–...

–¿Qué ocurre?

–Me dejas sin palabras –bebió de su copa.

–Ah, sí, suele pasar con las ideítas de nuestro director –se rió.

Dio un último buche y desvió su atención fuera de la terraza. Desde aquellas alturas se vislumbraba gran parte de la ciudad, sus luces, y el puerto; una brisa suave, y algo húmeda, llegaba a su rostro y brazos con calma.

Notó algo en los dedos, bajó sus ojos a la mesa. Mihawk había acercado su mano a la del peliverde. Era un pequeño roce, nada más, apenas se podía decir que se estuviesen tocando. Se miraron, cohibidos, con algo de dificultad para mantener los ojos fijos en el otro.

–¡Mihawk!

La mano del mayor se apartó tan rápido como un viento helado se adentró en el pecho del joven. Los dos giraron su vista hacia la tercera voz que se había pronunciado. Zoro supuso que pertenecía al tipo que se acercaba, alto, rubio y con unas gafas de sol a pesar de ser más de media noche.

–Doflamingo –se incorporó de manera elegante para dar la mano al recién llegado.

–Me sorprende verte haciendo vida social como los mortales.

–Los trámites del divorcio me han tenido ocupado en esta última temporada.

–Qué sincero. Normalmente la gente lo esconde como la mayor de las vergüenzas. Aunque reconozco que en vuestro caso sería absurdo, erais la pareja estrella del cotilleo de la gente. ¿Hum? –el llamado Doflamingo se fijó en Zoro–. Vaya, esto sí que es una sorpresa. ¿Te dedicas ahora con clientes más noveles?Eso es muy atrevido e impropio de tu parte.

–Si nos disculpas...

–Claro, sin problemas. Cuando termines de trabajar ven si quieres a la zona vip, estoy ahí con mi gente, te invitaré a un buen vino, de esos que te gustan.

–Me lo pensaré.

–Siempre tan estoico. Ya nos veremos, en cualquier caso. Eh, chaval –se refirió al peliverde–, relájate que estas en buenas manos, y casi nunca muerde.

Tal que así se fue. Mihawk respiró y volvió a la mesa.

–Siento la interrupción. Ese hombre puede ser muy pesado cuando quiere.

–Me es igual –dijo y se acabó la media copa que le quedaba de un trago. Sonrió con suficiencia–. Pedimos otra, ¿no?

 

Rato más tarde...

 

Tanto desde el punto de vista subjetivo como objetivo, había bebido demasiado. En otra ocasión no hubiese supuesto mayor problema, tenía aguante, pero esta vez se las copas se le subieron a la cabeza; puede que después de la conversación con sus amigos estuviese más nervioso, o que no le gustase como Mihawk apartara su mano de la suya o, incluso. el que no desmintiera al tipo rubio que era su cliente, ¿cliente de qué? El ambiente no se suicidó por aquellas cosas, pero acabó significativamente borracho.

Extrañamente, Mihawk estaba igual que él, aunque mucho más recatado y contenido. En esas circunstancias,tomaron el ascensor y bajaron los pisos del hotel entre tumbos, traspiés que se convertían en empujones y risas tontas con conversaciones aún más tontas.

–Estas borracho –le dijo el mayor, muy divertido, después de agarrarle por la cintura y evitar que se rompiera los dientes contra el suelo–. Deja que te lleve a casa.

–Pero si tú no puedes conducir –el peliverde enlazó su brazo en el cuello del otro.

–¿Cómo qué no? Es mi coche –casi le besa en los labios.

–Si conduces tú nos estrellamos –le susurró al oído–. Dame las llaves.

Tuvieron la suficiente sobriedad para llamar a un taxi, aunque no tanta para decirle al taxista que hiciera dos paradas. Les dejó a las puertas de la casa de Mihawk, entraron en el apartamento y el peliverde se desplomó sobre el sofá.

–Eh –el otro le tomó del hombro–, no te quedes ahí, te vas a resfriar.

–¿Y dónde me quedo? ¿En tu cama? Más quisieras.

Mihawk se rió, le trajo unas mantas y un pijama. Zoro se sentó y desprendió de la camisa, pero una vez quedó su torso desnudo se volvió a desplomar. El mayor le quitó los zapatos y los calcetines, también los pantalones. Era un simple gesto sin segundas intenciones, pero al encontrar al peliverde con únicamente unos calzoncillos, su cabeza se quedó en punto muerto durante varios segundos.

–¿Mihawk?

Pausado, se sentó a la orilla del sofá, guió su mano por el torso del joven, desde el ombligo hasta el cuello. Tomó su barbilla y acercó sus labios.

–Eh, no –le agarró suave de la muñeca, con una sonrisa–. No, de eso nada. Ya me estoy encariñando contigo demasiado.

–¿Te estas encariñando conmigo? –se le subió el ego.

Intentó besarle de nuevo, Zoro retiró el rostro con otra risa.

–No, no. Si seguimos así, cuando no me quieras ni ver, será horrible.

–No me voy a cansar de verte.

–Mentiroso, pronto volverás al redil.

Hubo otra pausa. Los ojos del peliverde quedaron absortos en los del mayor, y viceversa. Sus alientos se cruzaron. Mihawk pasó la yema de sus dedos por los cabellos del peliverde; volvió a acercar sus labios, no a los del joven, sino a la nuez de su cuello. Hizo así, a la inversa, el mismo recorrido que había hecho antes con su mano, poco a poco, dejando que Zoro sintiera aquellos roces de su boca como caricias que le ponían la piel de gallina; tragó saliva cuando llegó a su cintura. El mayor acarició por encima de los calzoncillos su entrepierna, oyó como el joven contenía un jadeo, con lentitud apartó la tela.

–Espera, Mihawk, yo...

Demasiado tarde, su espalda se arqueó al sentirse dentro de la calidez de su boca. Notaba como subía y bajaba, su saliva, su lengua, el aliento que se escapaba de su nariz. El rostro del peliverde se enrojecía a cada bocanada, tapó sus ojos, a pesar de que lo estaba disfrutando padecía una enorme vergüenza, y miedo.

Se fue en la boca de Mihawk en un último latigazo de placer. Se le presionó el pecho. Recordó el asco que le daba a Sanji. Entonces, le oyó tragar; le miró. Con cuidado, el mayor, le subió los calzoncillos y le cubrió con las mantas que le había traído; se acercó de nuevo a su rostro, le besó entre el pómulo izquierdo y la nariz.

–Descansa.

Zoro cerró los ojos y se colocó de cara al respaldo, él se fue a su habitación.

 

A la mañana siguiente...

 

Despertó conforme la luz se adentraba en el salón. Notó algo pesado y mullido en su estómago, lo palpó con los ojos cerrados, ¿un cojín? Abrió un ojo. El gato estaba hecho una ensaimada entre el respaldo del sofá y su cuerpo.

–Eh –le dio dos toquecitos con el dedo–. ¿Qué haces que no estas con tu dueño?

En ronroneos, el ser peludo ser arrebujó más. Zoro por su parte, percibió dos cosas: una, el olor a café, dos, el sonido de la ducha. Mihawk era un buen madrugador, al contrario que él que había seguido en fase REM como si nada. Y medio desnudo. Se le rumió la vergüenza y el arrepentimiento; seguro que se había pasado la noche lavándose los dientes; tal vez debiera irse.

Las orejas del gato se levantaron al tiempo que el peliverde atendía el ruido de unas llaves en una cerradura. Alguien abría la puerta del apartamento.

–¡Buenos días, Mihawk! ¿¡Cómo está mi editor favorito!?

Ante ese impetuoso grito, e impetuoso portazo, tanto el joven como el gato recibieron el impacto de un sobresalto. El gato lo llevó peor, pegó un salto hasta la altura de la lampara del techo y aterrizó en el suelo con la columna vertebral arqueada como un puente; bufaba porque no podía rugir.

–Oh, buenos días gato gorrón, ya veo que no te han asado al horno –rió despreocupado el recién llegado. Se trataba de un hombre de la quinta de Mihawk, más desarreglado, con la barba sin afeitar de varios días, pelirrojo–. ¿Hum? –se fijó este en el peliverde, sentado y semidesnudo en el sofá. Le escaneó con los ojos varias veces–. ¿Quién eres tú?

El joven boqueó y balbuceó sin capacidad de ofrecer una respuesta concreta. Otra puerta se abrió, la del cuarto de baño; Mihawk salió vestido de pantalones y camisa mientras se abotonaba las mangas.

–Vaya, Shanks, o estoy delirando o has llegado antes de tu hora.

¿Shanks? Repitió el peliverde en su cabeza, ¿el gato? Observó tanto al humano como al felino, que aún bufaba muy cabreado. Cierto era que tenían su parecido.

–Como ves, si quiero puedo ser responsable.

–Así que no lo haces por ineptitud sino por libre albedrío. Eso empeora las veces que has sido un irresponsable.

–Siempre con tus pullitas. ¿Me puedes explicar qué hace un adolescente en cueros en tu sofá?

Los iris amarillos de Mihawk se clavaron en el peliverde como puñales. Casi podía leerle el pensamiento: "¿Por qué no te has ido a casa? ¿Por qué no te has vestido? ¿Por qué ni siquiera has intentado que mi amigo no te descubra?" El peliverde agachó la cabeza, fue a por su ropa. Seguramente, ahora vendría la falsa explicación, le diría al pelirrojo que era su sobrino o algo así; aunque fuese poco creíble, sería mejor que la verdad.

–Es el chico con el que estoy saliendo.

Zoro estaba de pie con una pierna a punto de entrar en el pantalón cuando se pronunció aquella frase. Se cayó de culo.

–¿¡Qué!? –saltaron tanto pelirrojo como peliverde.

–Bueno, reconozco que aún no es oficial y que él mismo me pueda decir que no, pero planeo pedírselo formalmente en breve.

Nunca un sentimiento de incredulidad había enmudecido tanto una habitación, hasta el gato se había callado. Shanks caminó hacia su amigo, tenía la mandíbula tan abierta que casi le llegaba al suelo.

–Es una broma, ¿no?

–No.

–¿Estas borracho?

–No.

–¿Te das cuenta de que ni siquiera el niño parece muy enterado del asunto?

–Tiene veintiún años y trabaja.

El pelirrojo le agarró por los dos lados de la cabeza.

–¿¡Quién eres tú y qué has hecho con Mihawk!? –le traqueteó.

–¡Deja de hacer el imbécil! –se lo quitó en encima.

–¡Ah! ¡Ya sabía yo que después del divorcio estabas rarísimo! ¡Se te han caído los tornillos!

–No creo que seas el más indicado para reprocharme los tornillos que tengo.

–¡Te dije que fueras a un psicólogo!

–¡Y yo que te fueras al carajo!

 

A la noche, ese mismo día...

 

Salió del trabajo a su hora, suspiró cansado y miró el móvil. Ni un mensaje de Mihawk, nada sobre él desde que le pidió que se fuera para hablar con su amigo con más tranquilidad; si es que se podía, los dos estaban muy alterados, él mismo se encontraba en estado de shock. Jamás se hubiese imaginado que el mayor confesaría su relación a la primera que le preguntaran; le daba la sensación de haberlo soñado.

–Zoro –le llamaron por su nombre y le provocaron una pequeña parada cardíaca.

Mihawk le esperaba, con sus pintas de modelo elegante recién salido de un anuncio de colonia.

–Hola, ¿cómo ha ido? –se atrevió a preguntar.

El otro, con el ceño fruncido, resopló por las fosas nasales.

–Ha sido una conversación larga, inútil y avasalladora. Comprendo, mejor que él, que en su cabeza no entraba algo como esto, pero el que debería sorprenderse soy yo de ver cómo pasa del amigo más libre que tengo a una masa de prejuicios.

–Entonces, mal.

–Digamos que regular. Espero que entre en sus cabales cuando lo trague y lo digiera. Si no, peor para él.

–Ah. –hizo una pausa, se rascó la nuca–. Oye, ¿Pasó algo ayer o dije yo algo para que...?

Mihawk tornó su gesto a uno más amable, sonrió.

–No tienes que disculparte por nada. Si se lo dije fue porque quise.

–Pero creí que...

–Yo también lo creí, incluso tenía la escusa preparada. Pero de repente me di cuenta que no quería esconderme, tampoco a ti. Ninguno de los dos estamos haciendo nada malo.

Zoro se enrojeció, le mostró una sonrisa, un poco tímida quizás.

–Eso quiere decir que no hay marcha atrás –dijo casi en una pregunta–. Estamos saliendo.

–Estamos saliendo –confirmó.

Se evitaron los ojos un par de segundos, cohibidos.

–¿Y qué hacemos ahora?

–¿Por qué no vamos a casa? Podríamos pedir que nos traigan algo para cenar, y si quieres podrías quedarte a dormir.

–Me encantaría dormir –bromeó.

Caminaron hasta el coche de Mihawk, muy juntos, sin tocarse; aún era pronto para más, pero cada vez menos.

 

Continuará...

Notas finales:

Bien, este fic hace que me sienta cada vez más rara, sobre todo si lo comparo con el anterior en el que las cosas eran un poquito distintas, solo espero que os siga gustando.

Por cierto, si tenéis alguna curiosidad de lo que estaban grabando en el parking abandonado poned en Youtube el vídeo de "Superhéroe cani", no tiene despercidio.


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