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Pide un deseo por EmJa_BL

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Notas del fanfic:

Esta historia es una recopilación de los extras que los lectores de Las Perlas de Agra me solicitaron tras mi ofrecimiento de escribir lo que ellos me pidieran como regalo de Navidad. No tienen relación necesaria con la obra que estoy escribiendo así que si hay algún lector incauto que haya llegado hasta aquí porque simplemente ama los oneshot Johnlock puede leer cada capítulo, que son historias independientes, sin ningún tipo de problema.

 

Mi intención inicial era que ninguno de los extras, compuestos cada uno de un único capítulo, fuesen canónicos con respecto a mi obra, pero al final tomé la decisión que aquellos titulados "Premonición" y "Regalo"  formen parte de la historia que he venido escribiendo desde Los ópalos de Baker Street en el universo omegaverse victoriano (Johnlock), y que continua en Las Perlas de Agra.

 

Muchas gracias a todos los lectores que me han apoyado hasta ahora. Os dedico estos extras con todo mi corazón esperando que os gusten y que perdonéis si me he tomado muchas libertades a la hora de seguir vuestras instrucciones para escribir los extras. Lo he hecho con la mejor de las intenciones y me he esforzado con mi mejor espíritu navideño.

 

¡Felices fiestas!

Notas del capitulo:

Este primer extra está ambientado en Sherlock BBC y está dedicado a ringo ringo, quién en Amor Yaoi me pidió un extra de John vestido de mujer.

- Por si a alguien le interesa, en realidad no soy gay.

- Yo lo soy. - respondió tranquilamente Irene Adler a John Watson. Él la miró con la mandíbula torcida por el desconcierto y la mujer sintió la tentación de echarse a reír. John era tan sincero y expresivo, una clase de hombres de los que ya no quedan. La tentación de jugar con él era tan fuerte que sentía un hormigueo de anticipación en todo el cuerpo.

- Pero Sherlock...yo pensaba que sentías algo por él. - dijo John y sonaba algo indignado, tenía el ceño fruncido sin quitar su rostro de incredulidad.

- Oh, y siento algo por él. Creo que nos parecemos. Si tan solo le dieras un empujón descubrirás quién es realmente Sherlock Holmes.

- Ya sé quién es. - respondió indignado.

- Oh, ¿De verdad?

Irene arqueó una ceja. El terreno estaba abonado, provocar a John era tan sencillo y más cuando se trataba del detective.

- ¿No quieres descubrir lo que Sherlock te oculta? - siguió tentándolo.

- ¡Sherlock no me oculta nada!

- Si es así entonces no tienes nada que temer, ¿no es así?

Adler sonrió mientras se giraba. Al principio solo sus pasos resonaron en la enorme nave, el repicar rítmico e hipnótico de sus tacones pero pronto le siguieron unas pisadas acompasadas y firmes en marcha militar.

Sherlock asomó el rostro en cuanto sintió que era seguro y los siguió a una distancia prudencial, intentando que el ruido de sus pisadas se confundirse con el que ya resonaba.

Habían entrado a una habitación, un enorme camerino de cabaret lleno de vestidos de plumas y maquillaje con un espejo gigante rodeado de bombillas.

"Un momento" se quedó parado el detective pegando su cuerpo a la pared al lado de la puerta que daba entrada al vestidor. "¿Cómo es que hay un vestuario aquí? Esto es una nave industrial, no un teatro."

Tras decir aquello miró a su alrededor desconcertado. De repente el alargado pasillo en el que se encontraba estaba lleno de puertas y a lo lejos, de fondo, se oían aplausos y diálogos ahogados que no llegaba a comprender. "Mierda, esto es un sueño."

Holmes podía sentir cada uno de los miembros de su cuerpo sobre la cama, flácidos como pasta fresca, y hasta notaba el peso de sus propios párpados ahora que era consciente de que tan solo estaba soñando. Tal vez si hacía un pequeño esfuerzo podía despertar y salir de la ilusión, de hecho no tenía sentido seguir durmiendo si no podía descansar al sentir tan vividamente las sensaciones del sueño y aún así quería continuar y ver a dónde conducía aquello.

- El azul celeste es tu color.

- ¡Diablos, no! ¡Estás enferma!

- No te preocupes, hay un vestido para cada cuerpo. Encontraremos uno que te vaya bien.

- ¡De mujer, Irene! No pretenderás que...

John no había terminado de hablar cuando Sherlock escuchó un fuerte golpe. Abrió mucho los ojos, sorprendido. ¿Qué se suponía que estaba pasando allí dentro? La curiosidad lo estaba matando.

No pudiendo aguantarlo más, se asomó lo justo para poder mirar el interior y contuvo la respiración, inflando las mejillas para retener la risa. John estaba tirado en el suelo con un vestido azul celeste de tirantes con un enorme escote triangular que casi le llegaba al ombligo y cola de sirena, pateando tanto como le permitía la estrecha falda con Irene sentada sobre su vientre para mantenerlo tumbado.

Forcejearon durante un leve período de tiempo hasta que Watson consiguió agarrar de los hombros a Irene y tirarla al suelo para poder levantarse. El vestido le hacía parecer incluso más bajo de lo que era y la falta de curvas definidas en su cuerpo le daba al traje en su conjunto un aspecto de cortina sobre ventana cuadrada.

Se veía extraño, ridículo, o al menos eso se esforzaba en pensar Sherlock pero después de la primera reacción de risa histérica había llegado una sensación inesperada en una zona incómoda.

- No, azul celeste no. Le da una apariencia demasiado inocente e infantil.

Sherlock estaba ya dentro de la habitación con una expresión de prepotencia y la barbilla bien alta. Irene lo miró con los brazos en jarras, clavándose en el suelo con sus tacones de aguja, desafiándolo.

- Gris marengo.

- Azul cobalto. - le rebatió Holmes, acercándose a ella e irguiéndose, acentuando su altura superior. - Y pantalones, con americana ajustada.

Adler sonrió y chascó los dedos y John de repente estaba vestido con un traje de chaqueta de mujer de color cobalto y su cintura estaba exquisitamente definida por un corset blanco con encaje gris. Iba sin zapatos, dejando al descubierto que llevaba unas medias de color oscuro debajo.

- Un ligero toque personal. - apuntó Irene resuelta. - ¿Prefieres que lleve tacones? - preguntó colocando de nuevo los dedos preparados para chascar.

- No. - se apresuró a decir Sherlock, rojo como la grana. - Así es... perfecto.

- Apenas puedo respirar, imbécil. ¿Por qué estoy vestido así? - murmuró John con furia antes de tocarse el labio y mirar su mano, tras lo que gritó todavía más enfadado. - ¡¿Tengo los labios pintados de rosa?!

- Es brillo de labios con un poco de tono. - respondió tranquilamente Irene.

- ¡Me da igual lo que sea! ¡Sherlock, haz algo!

Sherlock lo miró y luego posó sus ojos en Irene, sopesando la situación. El subconsciente era realmente incontrolable y la verdad es que tampoco quería intentarlo.

- ¿Qué es lo que realmente desea, señor Holmes? - susurró con voz seductora Irene, y desapareció dejando solo el repicar de tacones tras de sí.

Sherlock volvió a mirar a John, su objeto de deseo, increíblemente fuerte, deslumbrantemente atractivo. Le encantaba cómo le quedaba aquella ropa, hasta disfrutaba de su expresión de furia que se acentuó cuando colocó las manos en sus mejillas y lo obligó a alzar la vista para que sus ojos de encontrasen.

- La belleza es una ilusión, un constructo social y aun así, John, creo que eres objetivamente hermoso, aunque no pueda explicar racionalmente por qué.

- Idiota, no soy una mujer.

Sherlock sonrió de medio lado mientras le acariciaba las mejillas con los pulgares.

- No, claro que no. Las mujeres no me interesan, pero hay que reconocer que saben venderse. Te queda muy bien este traje.

Se dejó llevar por el impulso y se inclinó para besarlo. Su rostro estaba entre sus manos que abarcaban lo que más le importaba en el mundo, su punto de presión, su querido compañero.

Sus labios eran tan suaves y estaban tan agradablemente húmedos. Pasó la punta de la lengua por ellos, captando el sabor extraño de la vaselina y la fresa artificial.

Las manos de Sherlock se desplazaron desde sus mejillas hasta sus hombros y deslizó por ellos la americana. No tenía conciencia de haber desabrochado el botón que la ceñía, pero aún así cayó al suelo sin ofrecer resistencia, de manera silenciosa, descubriendo así su piel tostada por el sol y la cicatriz del disparo en su hombro. La besó con delicadeza, arrancando un gemido quedo a John, quién había cerrado los ojos.

Holmes sonrió complacido al ver sus sonrosadas mejillas y siguió bajando hasta quedar de rodillas.

Muy despacio, le quitó los pantalones para descubrir que debajo llevaba unas braguitas rojas en las que se marcaba a la perfección su incipiente erección.

Era una visión absolutamente increíble, John vestido solo con corset, bragas y medias oscuras sujetadas con ligero. Su entrepierna comenzó a palpitar con fuerza y podía jurar que él mismo también se encontraba sonrojado.

Embelesado, acarició sus torneados muslos sintiendo la firmeza del músculo debajo del nylon, apretando de vez en cuando la carne, y luego sus dedos ascendieron hasta el elástico de la ropa interior y tiró de ella.

John jadeó y eso solo hizo que su libido aumentase. Watson era más grande de lo que esperaba, pero eso no lo detuvo. Tomó su erección con una mano y se humedeció los labios antes de metérsela en la boca.

Notó como las rodillas de Watson flaquearon pero lo sostuvo de las caderas en un abrazo fiero.

La sensación era muy extraña, las comisuras de los labios le molestaban y le costaba mantener el ritmo, pero ver disfrutar a John de ese modo bien lo valía. El gemía y se revolvía ligeramente. Eso le gustaba, el John que amaba no era sumiso, era fiero como un león, y por lo visto tenía un regusto salado. ¿Sabría de ese modo el John del mundo real?

- ¡Ah, Sherlock! ¡SHER-!

De repente se detuvo. La mejilla le había comenzando a arder inexplicablemente y se separó desconcertado de John mientras se levantaba.

Watson echó el brazo hacia atrás y le dio una bofetada que le dobló la cara.

- ¡Sherlock, despierta! - oyó la voz de John como encapsulada y abrió los ojos, encontrándose con su compañero de piso mirándolo con el ceño fruncido.

Gastó unos segundos mientras su vista se iba asentando en examinar que llevaba un jersey crema y unos vaqueros. Nada de corset, ni brillo labial y dudaba mucho que debajo de todas esas capas hubiese ropa interior de mujer o unas medias sexys. El sueño se había acabado y sentía tal desilusión que solo quería echarse a llorar dramáticamente.

- ¿Me has dado una bofetada?

- Sí, Sherlock. Estabas teniendo una sobredosis. ¿Eres imbécil? ¿Quieres morir?

Holmes agitó la mano, restándole importancia. Si esas visiones eran la consecuencia de tener una sobredosis no veía la hora de volver a tener otra. A la próxima, ¿Quién sabía? Tal vez perdería finalmente la virginidad en sueños con la persona de la que se había enamorado.

¿Y en el mundo real, cuándo ocurriría? Bueno, tiempo al tiempo.

 


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