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Amor Yaoi
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Notas del fanfic:

Porque soy como una cucaracha que reaparece de la nada para estas fechas, ya que soy una cucaracha con honor que participa en el triple festejo Kyungsoo/KaiSoo/Jongin.

 

#HappyKyungsooDay

 

Notas del capitulo:

 No sé cómo voy a estar al día con estos días si estoy cagada con mi tesis :"D

Pero vamo' allá.

Unicornio, ai' loviu' /inserte corazoncito bonito ya que Amor Yaoi no me deja poner uno/

 

 

 

 

Kyungsoo solo es un poeta amateur. Publica sus poemas y escritos puntualmente todos los domingos después del crepúsculo en un foro de escritores aficionados.

No es el mejor. Tampoco es el peor.

Escribe sobre la luz. Sobre los colores. Sobre la dulzura. Sobre la calidez. Sobre el afecto.

Porque es una persona triste. Y ya que no tiene esas cosas, las imagina, y las pinta de la única forma en que sabe. Escribe.

Cuando las noches de insomnio lo mantienen despierto, escribe. Cuando los dolores de su enfermedad lo mantienen postrado, escribe. Cuando la soledad silba en el silencio de su apartamento, escribe. Cuando extraña a su familia, escribe.

A veces, Kyungsoo tiene pequeños accidentes en casa. Grita en el silencio, y se arrastra como puede hasta que el dolor pase. Entonces escribe sobre los colores y vitalidad.

Otras veces, Kyungsoo está bien, y sale a hacer las compras. Sonríe a la amable mujer que factura lo que compra y le desea un buen resto del día con una sonrisa radiante. Y regresa a casa, y escribe.

Kyungso no es famoso en el foro de escritores. A veces, alaban sus creaciones. Otras veces, las ignoran. Pero a él no le importa.

Sin embargo, hay un usuario que espera fielmente cada domingo por su publicación. Y en simples líneas lo alaba. Le agradece. Imagina. Trata de leer el corazón del poeta. Se autoproclama su fan.

Pero aunque KkamJong viva en la misma ciudad, siga fielmente sus escritos, comente sus propios comentarios acerca de otros escritos, y llene de corazones cada uno de sus posts, nunca le ha contactado directamente. Y Kyungsoo está bien con ello. No le gustan los metiches.

Pero un día, Kyungsoo no puede escribir. El dolor lo mantiene anclado a su cómodo sillón frente a su ordenador, donde trabaja. No puede moverse. Y pasan 26 horas. Está hambriento y solo. No tiene a quién llamar, se ha aislado de todos. Sus pastillas han caído fuera de su alcance. No ha podido tomar un baño que limpie su piel y calme el enojado palpitar de su dolor. Su boca seca ruega por una gota de agua. Su estómago clama por alimento. Su vejiga llena duele. Y el dolor no se detiene. Esta frustrado. Enojado consigo mismo. Con su familia. Con su cuerpo. Con su enfermedad.

Entonces, por primera vez, escribe. Jamás escribió estando enfadado. Jamás aporreó las teclas de su ordenador con otra cosa que no fuese suavidad y gracia.

Y las expresiones que se plasman en la hoja en blanco frente a sus ojos son amargas. Agrias. Retorcidas. Frías. Realistas. Las palabras ya no hablan de colores, de dulzura, de vitalidad, de calidez, de luz.

Hablan de dolor, de enfermedad, de soledad, de decrepitud, de acidez. Escupen duras verdades, y martillean con crueldad sueños y esperanzas.

Entonces, como el llamado de un clarín, decenas de usuarios se arremolinan alrededor del post. Comentando. Alabando la decrepitud humana.

Y Kyungsoo sonríe amargado, con desprecio. Porque el sufrimiento y la amargura siempre serán atrayentes para el retorcido morbo de las masas. Porque sabe que es más fácil regodearse en la miseria que buscar la luz entre las tinieblas de la desolación.

Y, contrario a lo usual, KkamJong no comenta. No está.

El escritor se siente inesperadamente abandonado. Traicionado.

Entonces, la bandeja de mensajes anuncia la llegada de uno nuevo. El simple “¿Está usted bien?” proveniente de un usuario llamado KkamJong toma lejos la apatía y la desolación.

Con un inesperado soplo de valentía, contesta un escueto “No.”. y espera una respuesta, con el corazón inquieto en su pecho oprimido.

Un par de mensajes más, y Kyungsoo se encontró frente a la decisión más importante y aterradora hasta el momento. El “¿Me permitiría ir a ayudarle?” enviado por KkamJong espera en la bandeja de mensajes.

Respira. Tiene miedo. Necesita ayuda. Y está a punto de dejar entrar a un desconocido a su santuario. Estará a su merced, totalmente.

La resignación toma el control. Y en un escueto mensaje, envía su localización, las indicaciones para entrar a su condominio, y la clave de acceso.

Espera. La incertidumbre mordiéndolo con la misma fiereza que lo hace el dolor en su columna vertebral, los nervios irritados punzando.

Y en lo que se hace una eternidad, escucha la puerta abrirse, y unos pasos dudosos adentrarse en el lugar. La puerta se cierra, y espera.

El “¿Dónde estás?” que lo llama enerva su inquietud. La voz es ligeramente ronca. No puede darle un rostro a esa voz.

Carraspea y se las arregla para emitir un débil quejido del cual se avergüenza. Su garganta seca quejándose por el esfuerzo. Pero él no puede prestar atención a otra cosa más que a las pisadas que indican que KkamJong se acerca.

Y cuando lo ve al fin, su corazón se saltó dos latidos, y retomo su acelerada marcha.

Él, KkamJong, es un hombre joven y bien parecido. Sus ojos castaños y su hermoso rostro expresan compasión, y avanza silenciosamente, deteniéndose frente a él con una pregunta silenciosa, inseguro de qué hacer primero.

Y Kyungsoo recuerda cómo hablar, girando cuidadosamente su cabeza para apuntar con la barbilla al caído frasco de pastillas. KkamJong se agacha y lo alcanza, luego sale a la cocina, y Kyungsoo escucha el sonido de los gabinetes abrirse y cerrarse, hasta que el hombre está de regreso con un vaso de agua cristalina y el frasco de pastillas en la otra mano.

El transcurso de la noche es lento. KkamJong trata de no invadir al poeta. Y éste lo agradece silenciosamente.

Cuando Kyungsoo por fin se encuentra en su cómoda cama de espaldar reclinable, respira aliviado. Está desgastado, pero no lo suficiente para vencer el insomnio provocado por el estrés. Y KkamJong se queda allí.

Hablan toda la noche, el ambiente ambientado por la suave música jazz que sale por los amplificadores del ordenador de Kyungsoo, cortesía de KkamJong. De quien aprende que su verdadero nombre es Kim Jongin. Que tiene 26 años. Que es un amante del arte, instructor de baile, y aficionado al yoga, los perros, la comida chatarra y el pollo frito.

KkamJong, convertido en Jongin, se queda allí hasta la mañana siguiente, y aprende acerca de la soledad de Kyungsoo, de su enfermedad, y su amor por las letras.

 

*

 

Por un tiempo, Kyungsoo no vuelve a escribir. Se enfrasca en su exigente trabajo como programador y como amigo y musa de Jongin, quien invade su hogar casi todos los días, y lo arrastra a poner su entumecido cuerpo en movimiento, llevando pizza, comida china, hindú o italiana, olvidando cambios de ropa y artículos personales para esos días que invade a Kyungsoo y se va al trabajo a la mañana siguiente.

Kyungsoo vuelve a escribir. Ésta vez, la imaginación y la realidad van de la mano cuando escribe acerca de calidez, vitalidad, sueños, esperanzas, fantasías, colores, movimiento, luz y afecto.

Sonríe con afecto hacia su fan autoproclamado.

Él está seguro de que lo ama. Y está en paz con ello. No le mortifica, porque sabe que Jongin le quiere, y no se marchará de su lado, aún si esté enfermo o gruñón. Él tiene vitalidad para iluminarlos a ambos. Y, a cambio, Kyungsoo tiene sabiduría y control para guiarlos.

Estarán bien.

 

* * * * * *

 

Jongin pinta. Sehun no para de molestarlo, llamando “Romeo perdido”, pero él solo le lanza pinceles y continúa su labor, la concentración arrugando su entrecejo.

En el tapiz, está Kyungsoo. Su poeta gruñón que tiene luz en los ojos y magia en los dedos.

Jongin está pintando el momento en que se enamoró de aquel hombre de gran fortaleza, inquebrantable.

En el tapiz, Kyungsoo no está frente a la estufa, haciendo algo delicioso, como suele hacer los domingos en la tarde. Tampoco está sentado a su lado acariciando su piel con suavidad mientras ven películas. Tampoco está sudoroso mientras Jongin lo hace moverse con suavidad para ejecutar movimientos suaves de yoga que ayudan a que su columna vertebral no siga atrofiándose.

Jongin pintó a Kyungsoo como lo vio por primera vez. Postrado en un sillón, inmóvil. Su corto pelo color ónice revuelto como si él mismo lo hubiese despeinado. El sufrimiento y la tozudez escritos en las líneas de su cara demacrada. Las manos apretando los laterales del asiento. Sus labios entreabiertos y agrietados. Su cuerpo delgado en exceso desmadejado en aquel enorme sillón, inmóvil. Sus ojos oscuros examinándolo, taladrándolo, desafiándolo a decir algo fuera de lugar y sufrir el castigo; la barbilla orgullosamente alzada. Aquella era la persona que escribía poemas tan hermosos que hacían que el pecho de Jongin se oprimiera.

Jongin amó las letras de aquel hombre, porque eran capaces de hacerle ver luz donde no había. Y al conocerlo, amó a quien estaba detrás de las letras.

No se arrepentía de nada.

Cada mala decisión en su vida, cada fracaso, cada grito de frustración, cada sacrificio valía la pena, porque todos lo encaminaron a Kyungsoo.

Estaban bien, realmente.

 

 

Notas finales:

No acepto quejas. Esta cosa malparida se me ocurrió de un momento a otro, y en cosa de dos horas ya lo tenía listo.

/jodidainspiraciónquehaceloquelevieneenganaconmigo/

 


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