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El Canto de las Aves Ciegas por mxgiwara

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Notas del capitulo:

Espero les guste. Es mi primer Fanfic en la plataforma.

Las cortinas se abren al tiempo que las jaulas de plata colgando del techo se iluminan con una tenue luz blanca. Las tres jóvenes criaturas en ellas hacen por fin acto de presencia en la ceremonia. Su inmaculada imagen llama la atención de los burócratas presentes. Joshua mira con estupor el escenario, admirando la belleza de aquellos extraños seres. Ellos, suele pensar, son la única razón por la que no queda hastiado de todas las reuniones de la Sociedad.

El espectáculo de las aves por fin comienza.

Inicia el ave más pequeña. Su canto es suave, pero no por eso es opacada. La primera vez que escuchó su voz, Joshua quedó embelesado por la delicadeza de la entonación. Woozi, como marcaba la placa de bronce ensamblada a la parte inferior de la jaula, era el ave favorita de una mayoría en la reunión. Muchos esperaban que sea ofrecida en una de las tantas subastas que la familia Choi organizaba.

Continuó Kwanie. Su voz es potente, enérgica. Logra llegar a notas altas con suma facilidad. El más insensible se rinde al oír tremenda melodía. El padre de Joshua menciona con frecuencia que si él decidiese tener un ave ciega, sin duda alguna le encantaría que cantase igual que el ave pelirroja. Joshua también admiraba su rango vocal, al igual que el de Woozi. Pero su favorita aún no había salido a relucir.

Por fin teniendo su solo, la última ave inicia con su canto. Su voz no es suave y lívida como la de Woozi, ni impetuosa como la de Kwanie. Pero aun así, Ángel tenía un encanto recóndito y fascinante. La gente no suele apreciar verdaderamente su voz (aunque Joshua sigue defendiendo que tiene un enfoque único), ya que no tiene un gran rango vocal como sus compañeros; pero sus refinadas facciones hacen que sea todo un placer visual verlo frente al escenario.

Su cabello rubio era lo que en especial Joshua amaba de Ángel. Contrastaba tan bien con su pálida piel y con la cinta color rojo que envolvía el lugar donde deberían estar sus ojos. Simplemente era una bellísima imagen. Digna de una hermosa pintura que nadie ha hecho.

Joshua siempre baja la copa de vino cada que empieza el solo de Ángel. Es como si en ese preciso momento solo estuvieran los dos, y Ángel le estuviera cantando solo a él.

Su cuerpo se movía al compás de la música, de un lado a otro. Solo tendría que mover sus pies y estaría bailando por la inmensa jaula colgante dorada. Joshua había escuchado ya la canción que entonaban las aves —no era la primera vez que los Choi eran los anfitriones en las fiestas de La Sociedad — así que sabía casi con precisión las partes que cantaría su ave favorita. Joshua incluso trataba de seguirle la canción a veces, susurraba bajo para no llamar la atención de los demás invitados.

Los aplausos lo sacan de su ensoñación. La presentación había terminado y el telón se cierra al instante. No deja más que ocho segundos para ver los cuerpos agitados de las extrañas criaturas luego de haber brindado tan memorable acto.

— ¿Quiere irse ya, joven Joshua? — dice Seokmin al oído para que los demás no escuchasen. Muchos tomaban como una falta de respeto irse antes de reuniones de alta gala como esa. A la élite no le gustaría que el heredero de la familia Hong se fuera de reuniones tan apresuradamente, y más cuando está siendo tomado en cuenta para tomar el puesto que tiene su padre en el grupo.

Joshua soltó un suspiro largo, desganado y resignado. Porque aunque no le convendría para nada dejar la velada, sabía que esa casa —o tal vez solo este tipo de reuniones—era un imán de problemas, por lo menos para él.

— Sí. Vamos.

El señor Hong Joseph, padre de Joshua, se quedaría probablemente en la fiesta hasta el día siguiente. El hombre tenía un gran porte pero eso no le quitaba su amor por la bebida y las mujeres. Hábito que tenía incluso cuando su mujer estaba viva.

Sin intenciones de llamar la atención, Joshua deja suavemente la copa en una mesa y es escoltado por Seokmin hasta la salida. El lugar es amplio, la desventaja de ser así, y que las siete familias pertenecientes al credo no llenaran la sala en su totalidad, significaba que cada invitado estaría observando al resto. Desde el pañuelo hasta la punta de sus zapatos. Huir parecía embarazoso, pero lo había hecho alguna vez en el pasado. Porque conocía la casa Choi —tal vez desafortunadamente lo suficientemente bien —, o por lo menos este salón y los alrededores, hasta el escenario.

Cuando creyó que la puerta estaba lo suficientemente cerca como para poder irse de una vez, vio el rostro que menos hubiera querido encontrarse cuando se está tratando de huir.

El chico frente a él, sonriéndole de manera tan falsamente inocente, no era nadie más que el primogénito del señor Choi, Seungcheol. Joshua casi quiso largarle la mirada porque la dulce sonrisa que traía era tan falsa que dejaba un horrible sabor en la boca.

— ¿Tan temprano y ya te vas, Hong? Es una verdadera pena, y yo que tenía algunas cosas para hablar contigo.

— No estoy interesado — dice con desgano Joshua, evadiendo las formalidades.

Seokmin es indiferente ante Seungcheol, tan solo hace una venia con su cabeza en señal de respeto y pasa de largo. Joshua no hizo lo mismo. Sin darse cuenta, la tibia mano de Choi está rodeando su muñeca con excitante fuerza. La mente de Joshua entra en un completo dilema, porque quiere irse, pero no quiere que su brazo sea soltado.

Razones no faltan para que Joshua rechace la señal que Choi Seungcheol le está brindando con sus acciones. El heredero Choi había sido una traba en sus planes los últimos meses.

Seungcheol aún tiene esa enorme sonrisa que lo caracteriza, y que Joshua aborrece con lugar a dudas, y nadie de los presentes, absolutamente nadie parece darse cuenta la lujuria tras ella. Pero Joshua le sonríe devuelta, porque llamar la atención de esta gente no era algo favorable, para ninguno de los dos.

— ¿Qué tramas, Hong? — Seungcheol dice con suavidad al acercarse a él. Joshua no hace ni el mínimo gesto, se queda estoico frente a la imagen de su igual. Piensa en Seokmin que lo observa frente a la puerta del salón, esperando que Joshua obedezca a la parte de su subconsciente que le manda autocontrol; pero de algún modo, cuando la mano de Choi en su muñeca pierde fuerza y se desliza con demasiada suavidad hacia su mano, sabe que ha caído profundo nuevamente, y Seungcheol es el ancla atada a su tobillo. Se ahoga con suavidad pero no quiere salvarse esta vez. Por lo menos no precisa momento exacto.

Su memoria se niebla y de repente siente los labios que conoce bien embistiendo la suya con deseo. Ya no está en el salón principal. No reconoce el lugar en absoluto, pero pensar en ello está fuera de su lista que-hacer en el preciso momento. Por ahora deja que sus manos se deslicen por el tonificado pecho de su contrario, mientras su trasero es masajeado por expertas manos. Odia y ama la sensación que le da tener el cuerpo de Seungcheol contra el suyo. Piel contra piel. Cómo la lengua de su contrario explora con necesidad su cuerpo y como deja marcas hábilmente en sus hombros, en su cuello.

Todo eso se sentía tan bien. Joshua olvida que varias familias de la élite del pueblo se encuentran fuera; y que si los encontraran ambas familias perderían el prestigio que poseen. Por ahora su mente está concentrada en el cuerpo que tiene sobre él, en quien está dentro de él. Se siente lleno, su boca no deja de exclamar tan solo un nombre mientras su respiración se corta de a ratos. ¡Qué lo escuchen! En el momento no tiene importancia su familia, ni su reputación. Está muy cómodo en los brazos de Seungcheol.

No siente el bichito de culpa hasta que ambos terminan agotados envueltos en lo que parece ser un telón viejo y sucio, color hueso.

Joshua indaga con la mirada cada rincón del lugar. A juzgar por la utilería esparcida, supone que se trata de algún tipo de depósito. Ese espacio no hacía juego con el resto del palacio.

Tan bueno — dijo Choi respirando contra su boca.

Joshua esquiva el beso que Seungcheol planea darle y por fin su cuerpo se libra de él. Joshua se remueve bajo el telón cuando Seungcheol se pone de pie. Las piernas de Joshua siguen temblando, así que no puede imitar la acción.

En lo que parecen ser cinco segundo, Seungcheol ya estaba ajustando su cinturón y abotonándose su, ahora, arrugada camisa. Joshua piensa lo jocoso que será ver las reacciones de las señoras parleras ver al primer Choi mal vestido. Ser un heredero conllevaba alcanzar muchos estándares; y por alguna razón, el favorito de todo el credo siempre fue Seungcheol. A Joshua le encantaría decir todo lo que es Seungcheol cuando no hay nadie a su alrededor. Era todo lo que no hablaban de él. Presuntuoso, cizañero, todo el arquetipo de un joven ladino.

Joshua tuvo el privilegio —o desdicha — de verlo en sus peores momentos. Esas noches en las que todo el pueblo no hubiera reconocido el actuar del heredero de la familia Choi.

Hace un tiempo atrás, se hubiera sentido alborozado con la idea de ser la persona que conocía mejor Choi Seungcheol; de pies a cabeza, en diversos sentidos.

— ¿Te vas? — pregunta, lo a simple vista obvio, Joshua, quien ahora recarga su espalda contra la pared, observando a su contrario fijamente a los ojos.

Seungcheol no contesta al instante.

— Sí, me voy. La gente allá afuera ha de estar preguntando por mí. ¿Y quién soy yo para negarles el placer?

Joshua se quedó con ganas de reír por una fracción de segundo. Nada le daba risa. Pero sentía irónico la paradoja estable en su cabeza. Porque amaba-odiaba el asqueroso enorme ego de Seungcheol.

Seungcheol, al acomodarse el saco, sale por la puerta.

— Cordial saludo a tu prometida — espeta Joshua con mofa. No sabe en realidad si logró ser escuchado.

Sentado en el frío suelo, aún con el pecho ligeramente descubierto, Joshua piensa cómo es que no ha podido evitar lo que pasó teniendo de experiencia las situaciones similares que habían tenido lugar desde principios de otoño.

Joshua vendría, como compañía de su padre, a una de las reuniones de los socios de la ciudad. Choi Seungcheol también estaría ahí, como el resto de herederos.

Joshua prometería solo quedarse a ver el espectáculo y después irse, entonces aparece Seungcheol y tendrían relaciones donde nadie los encuentre. Y cuando él se vaya, Joshua juraría que esa sería la última vez que caiga en tales redes de seducción. En este momento, está en la última parte de la rutina.

Se decidió por arreglarse y salir de ahí lo antes posible. Ya tuvo suficiente diversión por una noche, cree. Su camisa está algo arrugada pero con el saco encima no llamaba mucho la atención. Buscaría a Seokmin, y se iría. Aceptaría el regaño que se merece, pero no con buena cara.

Se levantó y aun dudando se acercó a la puerta por la que salió Seungcheol, a una distancia razonable evitando que la gente logre verlo por la pequeña ranura. Pero la puerta no da al salón. Daba al escenario. El telón estaba cerrado, y no había nadie más que las mujeres que pulían el suelo. Ellas estaban tan cerca de donde estaba, que era seguro que supieran lo que había entre Seungcheol y él; pero trabajan para Choi, y él no dejaría que ellas parlotearan un escándalo por el pueblo. Menos cuando todos sabían de su compromiso.

Se alejó de la puerta, y volvió a donde estaba. Caminó de un lado a otro sin razón por unos minutos, esperando a que las mujeres se vayan y no lo vean salir de ahí. Pero después de veinte minutos de ir y venir, parecía que había olvidado ese objetivo y ahora solo caminaba porque estaba aburrido.

Examinó el lugar con la mirada. El telón que habían usado como sábana seguía hecho un bollo contra la pared. La utilería probablemente era para el teatro, aunque no recuerda una obra que se haya realizado ahí desde que era un niño, a los diez cuando él y Choi eran amigos y sus padres no les dejaban ir a las reuniones, pero ellos se escabullían y lograban ver la función que se daba de espectáculo en ese entonces. Eso fue mucho antes de que el señor Choi empezara a tener una afición enorme a las criaturas extrañas. Las aves que poseía se las había comprado hace dos años, y desde el año anterior fue que empezaron a ser el entretenimiento central de las reuniones del credo.

Entonces, cuando terminó de encontrar cualquier cosa interesante a tan nefasta habitación, escuchó ese horrible ruido. Se sorprendería si es que nadie en el salón principal no lo oyera. Joshua resistió el impulso de cubrirse los oídos y fue entonces cuando reconoció el sonido. Metal contra madera, fricción. Joshua no entendía que podría estar causando eso. El sonido paró, y ahora en cambio solo escuchaba lo que parecía ser una discusión. La bulla del gentío ya no estaba tan fuerte como antes.

Las voces estaban muy cerca. Con mucha cautela acercó su mirada a la pequeña abertura que dejaba la puerta entreabierta. Reconoció entonces la potente voz del señor Choi. Él tenía su traje blanco impecable, su barba le daba incluso una vista más atemorizante. Joshua se dio cuenta que no había un argumento de vuelta. Tan solo, con la mirada gacha cual perro regañado, estaba un hombre vestido de mameluco azul. Un siervo será, dijo Joshua en su mente. Era tan alto como lo era su amo.

— ¡Es qué parece que no te entra en la cabeza! — la voz grave del señor Choi se escuchó de nuevo, gritando. — ¿Acaso tú vas a pagar el daño a mi suelo? ¡Las jaulas no tocan el tapiz, Kim!

Joshua desde su enfoque no se había percatado de la inmensa jaula que estaba tras ambos. Al moverse un poco recién pudo distinguirla. Estaba algo oscuro, su vista no alcanzaba a ver con exactitud si había algo adentro.

Al terminar con su griterío, Choi bajó del escenario escondido todavía por el telón. El joven sirviente estaba quieto, sin levantar la mirada.

— Lamento que hayas tenido que escuchar eso, pequeño — murmuró el desconocido. Joshua no sabía quién se dirigía la disculpa.

Joshua trató de acercarse todavía más a la puerta, y fue entonces que notó el pequeño ser, tan inocuo envuelto en una sábana dentro de la inmensa dorada jaula. Woozi, intuyó por el cabello verde amarillento que este traía y resaltaba en medio de la basta oscuridad. El muchacho se había disculpado con el ave.

Joshua sabía muy poco acerca de las criaturas. Tenía en cuenta que las aves ciegas no habían sido descubiertas hasta hace diez años atrás, viviendo en los lugares más recónditos del país y que su comercio fue legalizado hace cuatro años. Sabía también que habían nacido sin la capacidad de ver, y que al nacer algunas crías tenían alas. Las aves del señor Choi no tenían alas.

Se quedó observando como el sirviente se acercó a la jaula. De cerca, no parecían tan grandes, tenían el tamaño para encerrar a una persona ahí, pero no más. El siervo pasó sus manos por los barrotes y acarició el rostro de Woozi, delineando con su pulgar sus pálidos pómulos.

Está bien. No pasa nada. — había dicho el ave.

En ese momento, Joshua quiso correr.


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