Ojos brillantes empañados por la lujuria. Labios húmedos e hinchados anhelantes de pasión. Gemidos dulces y ardientes. Una pálida piel tornada enrojecida y cubiertas de marcas de amor. Un cuerpo ágil y de movimientos que podían tornarse letales y que ahora parecía derretirse ante sus caricias, entregándose a un éxtasis carnal.
Aquellas eran características que nadie podría asociar con el eternamente agrio y atemorizante líder de la secta Yunmeng Jiang. Sin embargo, aquellas eran características que nadie tenía el derecho de conocer, puesto que solo Lan XiChen las podía revelar.
Solo Lan XiChen podía convertir el perenne ceño fruncido de Jiang Cheng en un rostro arrebolado, transformado en una obra de un sin fin de expresiones de placer las cuales dejarían atrás cualquier remilgo de orgullo o vergüenza a medida de que sus labios, sus manos, su boca recorrieran todo ese cuerpo hasta tornarle vibrante, ardiente entre sus brazos, anhelante del placer que solo a él se le permitía ofrecerle.
Solo Lan XiChen podía convertir aquellos ojos cargados de acritud y gélida dureza en una mirada llena de deseo, de cruda lujuria, pero sobre todo, hambrienta de una calidez que agitaba las profundidades de Lan XiChen, resquebrajando todo su control, haciéndole otorgar todo de sí.
Porque solo Lan XiChen podía lograr que aquel cuerpo siempre en tensión, predispuesto siempre a cualquier ataque se deshiciera envuelto en aquella arrebatadora pasión oculta bajo la cortesía y cientos de reglas que en aquellos momentos ya no tenían ningún sentido. No cuando Jiang Cheng tomaba todo de sí, abriéndose para recibir cada una de sus embestidas, aferrándose al primer jade de Lan de una manera que su orgullo consciente no se lo permitiría, excepto en el instante en el cual la intensa vorágine que representaba Lan XiChen se hundiera profundamente dentro de él, consumiendo todo de Jiang Cheng.
Pero, la principal característica que el mundo desconocía del aterrador líder de la secta Yunmeng Jiang, y que Lan XiChen jamás permitiría revelar, resguardando el secreto para sí, con una codicia posesiva nada propia de un miembro del clan Lan era la mirada de Jiang Cheng cuando tras ser consumido por el arrebato pasional yacía lánguido y saciado, con la piel ligeramente perlada por el sudor y cubierta de marcas posesivas que luego Jiang Cheng se encargaría de reprochar, junto con el oscuro cabello suelto y esparcido alrededor de su cabeza, enmarcando la orgullosa belleza de aquel hombre. Aquella era una mirada que más allá del ligero reproche que empezaba a mostrarse en esta debido a las marcas que Jiang Cheng descubría en sus caderas, sus muslos, su cuello y sobre todo su cuerpo dolorido, era una mirada cargada de la intensidad de un sentir, de un cálido deseo anhelante de afecto, un sentimiento vestigio de la fragilidad de un corazón al que solo él había podido llegar, y que estremecía su ser, haciéndole romper numerosas reglas nuevamente ante aquel codicioso y oscuro deseo de resguardar celosamente solo para sí la esencia del sentir de aquel hombre, de resguardar solo para sí cada centímetro de piel, cada hebra de oscuro y sedoso cabello, cada sentimiento, la fuerza y en especial aquella fragilidad nunca conocida del aterrador líder de la secta Yunmeng Jiang.
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