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Las ventanas del alma por Nami-Swan

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos! Este es mi primer fanfic de esta pareja y el primer lemon que escribo en añales xD 
No me odien mucho :v este primer capítulo no va a tener casi información de nada… Sean libres de sacar sus propias conclusiones y por favor disfrútenlo mucho. :333

 

 

Los personajes de One Piece no me pertenecen, son propiedad de Eishiro Oda.

Un hombre que desconocía completamente ofreció una considerable cantidad de dinero para acostarse con él; al menos eso fue lo que pensó, pero no. Una mirada fue lo único que bastó para hacer que pasara otra enorme tormenta en su ya desastrosa vida; esos ojos amarillos. Aquellos que le embriagaban como el más fuerte de los sakes, esos que, sin saber el motivo, lo dejaban completamente perdido y con la mente en blanco 

Si ser gigoló ya es difícil. Tener que prostituirse porque no tiene elección, es aún peor.  

—Zoro—. Susurró una compañera de trabajo mientras se acercaba a él. 

—Oye, ya te he dicho más de una vez que no digas mi nombre —. Contestó con el mismo tono de voz bastante molesto. En aquel lugar debían inventar un sobrenombre o simplemente usar su apellido para proteger su identidad.  

—Lo siento. El jefe me llamó por teléfono y me pidió que cuando terminaras con tus chicos —dijo aquello último señalando con la barbilla a los clientes que estaban en una mesita a unos cuantos metros de él y que siempre frecuentaban el lugar para solo verle bailar —Vayas a la cocina y lo llames. Parece que hoy tienes un encargo de los grandes—. Una vez entregado el mensaje de su jefe, la chica se retiró sin esperar respuesta del peliverde. Porque todos sabían lo que era un encargo y Zoro no podía negarse, aunque quisiera.

"No había dormido correctamente en días, su jefe le exigía trabajar durante largas jornadas, aún así, justo como se lo ordenaron cuando acabó con "sus chicos" se dirigió a la cocina". Tomó su teléfono y marcó el número de su jefe, el cual no le dio tiempo de hacer preguntas y solo se limitó a decirle: 

—A las 10:00 pm en la habitación doscientos seis. El hombre ya pagó por adelantado, no cometas errores o ya sabes lo que podría pasarle a él. —Se quedó unos segundos en trance, hasta que escuchó el característico pitido que le hizo saber que la llamada terminó.  


 *** 

En el mismo hotel tomó un baño de agua fría y se vistió con un elegante traje gris y una corbata que hacía juego con su cabello. Se miró un segundo al espejo y soltó un pesado suspiro lleno de frustración, cansancio y enojo. Prefería un millón de veces volver a las calles que continuar con aquella tortura, pero no podía echarse para atrás así de fácil porque tenía que protegerlo a él.  

Salió lentamente de la pequeña habitación y con paciencia caminó por los largos pasillos del hotel hasta encontrar la que tenía el número doscientos seis. Una vez frente a la puerta, soltó un último suspiro lleno de pesadez y cambió su semblante decaído a uno lleno de seguridad. No se molestó en tocar la puerta porque sabía que su “cliente” ya lo esperaba, así que simplemente se limitó a abrirla y entró en silencio.  

Encontró al hombre sentado con las piernas ligeramente cruzadas en un lujoso sillón de la suite, leyendo tranquilamente un libro mientras sorbía elegantemente un poco de vino de una copa. 

El peliverde cerró la puerta tras él y se quedó plantado ahí incómodo, esperando que el tipo le dijera algo. 

El individuo dejó su copa en una mesita ubicada a su lado y sin despejar los ojos del libro señaló el sillón que estaba justo al frente de él diciendo: 

—Tome asiento. 

El peliverde sintiéndose un poco fuera de lugar, acató las órdenes de su cliente y se sentó. Por algún motivo no podía actuar natural frente a aquel tipo. ¡Ni siquiera podía verle bien la cara por el maldito libro! ¿Se habrá equivocado de habitación?  

Unos largos y tortuosos cinco minutos para el peliverde pasaron, y cuando estuvo a punto de ponerse de pie para ir a ver si había sido lo suficientemente imbécil como para haberse equivocado, el hombre decidió por fin cerrar el libro que lo tenía tan concentrado y lo colocó suavemente sobre la mesita.  

En ese momento el individuo levantó por primera vez la cabeza y el chico de cabellos verdes por fin pudo verle a la cara. Su cabello era negro y las facciones de su cara eran completamente masculinas, con una barba que las recorría y las marcaba aún más, haciéndole ver mucho más varonil. Pero lo que más llamó su atención en ese momento, no fue específicamente su rostro, sino los penetrantes ojos amarillos que cambiaban a diferentes tonalidades de anaranjado dependiendo de la luz. 

—No pienso tocarle, puede relajarse —soltó aquellas palabras sin un atisbo de emoción en su voz. Aquello sacó al peliverde del trance en el que estaba, dejándolo bastante confundido. 

—¿Cómo dices? ¿Por qué? —preguntó, pensando en lo que le pasaría a la persona que quería proteger si aquel hombre no salía satisfecho. 

—No lo deseas —contestó manteniendo su semblante serio. —Además, no estoy aquí por eso… 

Obviamente que no quería, nadie desearía vender su cuerpo por dinero, pero tenía que hacerlo. Sin contar que las personas asisten a ese lugar por un solo motivo, mismo que el hombre frente a él no quería… ¿Cuál era su razón para estar ahí? 

—¿Qué haces aquí entonces? ¿Por qué me pediste a mí específicamente? 

—Si responde mis preguntas lo sabrá —contestó a la primera cuestión con cierto aire misterioso—. Por otra parte, solo pedí a la persona más nueva en este lugar —tomó la copa de vino de la mesita y le dio un sorbo, como quitándole importancia a aquello. Continuó—: Usted resultó ser esa persona, fue una simple coincidencia. 

—¿Qué tipo de preguntas exactamente? —Interrogó, frunciendo ligeramente el ceño, aquello no sonaba nada bien. 

—¿Cuál es el nombre real de su jefe? —Soltó aquella pregunta con un aire sombrío en su mirada, la cual parecía denotar furia, pero el peliverde no estaba seguro si aquellos ojos lo amenazaban o simplemente le mostraban cierta curiosidad. 

—Me temo que no puedo responder a esa pregunta. —Contestó tajante. No podía revelar el nombre de la persona que era su jefe, porque él más que nadie sabía qué tan peligroso podía ser.  

Aquella seguridad es algo que el pelinegro no se esperó. Definitivamente el menor no iba a hablar. Pensó que sería sencillo sacarle información a un chico nuevo en aquel hotel, dado que la mayoría suelen ser bastante tímidos y aún no conocen lo suficiente las reglas, pero le tocó con un hombre que a simple vista parecía ser orgulloso y para nada un soplón. A pesar de que se notaba a leguas que odiaba su trabajo, y que lo único que podía ver en sus ojos eran “malos momentos”, no notó algo sumamente importante; aunque en apariencia el chico se viera joven, su mirada denotaba su verdadera edad. El peliverde era un mocoso por fuera y un viejo por dentro. Ese hombre era el tipo de persona a la que el pelinegro le llamaba sobreviviente. 

Soltó un pequeño suspiro de resignación, no insistiría más.  

—Entonces puede retirarse. Ya pagué por adelantado. 

—Tampoco puedo hacer eso —dijo el peliverde algo cansado, mientras se ponía de pie—. Debo hacer mi trabajo porque ya pagó por el —agregó esto último aflojándose la corbata lentamente, mostrándole al mayor una mirada retadora. 

—Parece muy seguro de sí mismo —Contestó, regresándole la mirada, pero el doble de desafiante, como si se tratase de un halcón hambriento. 

Aquella reacción por parte del mayor, tomó al peliverde desprevenido y antes de que si quiera contestara; su cliente con un característico aire de tranquilidad se levantó lentamente de su cómodo asiento y agregó: 

—Acepto el reto.  

Deshizo rápidamente el nudo de su corbata de seda y se arrimó al peliverde inmediatamente, lo tomó del saco y se acercó lo suficiente como para que quedaran a solo un par de centímetros de besarse. Se detuvo y mirando al aturdido chico de cabello verde, cuestionó:  

—¿Cuál es su nombre? 

En ese momento se sentía tan jodidamente confundido; esa mirada le desconcertaba, sus orbes amarillos le ordenaban y él sólo podía caer rendido ante ellos. Sabía que no era posible responderle con la verdad, las reglas dictaban que sólo debía decir su apellido o indicar cualquier otro nombre que no fuera el suyo; pero si no se lo decía, estaba seguro de que el pelinegro se daría cuenta. Porque aquellos ojos desnudaban su alma, todo su ser. 

Cedió ante sus propios instintos y se limitó a responder 

—Zoro… Roronoa Zoro… ¿Y tú? … ¿Quién eres tú? —Cuestionó, al menos debería saber el nombre de la persona que le causaba esas molestas sensaciones. 

—Dracule Mihawk —Susurró, con ese particular tono inmutable. Acto seguido, se acercó lentamente a la oreja del menor y en un tono seductor agregó —Así que… Zoro. 

Aquella voz ronca lo único que logró provocar en Zoro fue que su piel se erizara de la espalda, hasta los pies. Roronoa molesto con aquella reacción en su cuerpo, decidió tomar la iniciativa y por fin acortar la poca distancia que quedaba entre los dos, iniciando un beso lleno de deseo.  

El peliverde pasó sus manos alrededor del cuello de Mihawk, mientras que este comenzaba a tomar el control del beso, introduciendo su lengua en la boca del menor, haciendo movimientos lánguidos y rápidos. Acto seguido, comenzó a desabotonar el saco de Zoro rápidamente, metiendo una de sus manos por debajo de su camiseta, acariciando despacio su cuerpo, de arriba abajo, erizando nuevamente al peliverde y haciéndole soltar un gruñido por lo bajo.  
El menor decidió imitar al pelinegro, desabotonó el saco de Mihawk y aflojó el cinturón de su pantalón, para después liberarse del beso, agacharse y ponerse al nivel de la entrepierna del pelinegro.  
Le desabrochó el pantalón y se deshizo de el con todo y bóxer, dejando libre la gran erección del mayor. 

Decidido, tomó con ambas manos la virilidad de su ‘cliente’ y comenzó pasando lentamente su lengua de la base hasta el glande, como si de un helado se tratara, repitiéndolo por todos los lados del miembro. Acto seguido, metió lentamente el glande en su boca haciendo movimientos circulares con su lengua para intensificar el placer, para después introducirlo todo en su interior, metiéndolo y sacándolo rápidamente. Aquello causó que el mayor intentara callar un fuerte gemido, esos movimientos le hacían sentir sumamente bien, tanto que sintió como aquella presión alrededor de su miembro le avisaba que estaba a punto de venirse, pero el peliverde paró para evitarlo. 

—No puedes venirte todavía, Mihawk —pronunció su nombre con su tono de voz más seductor, dedicándole una mirada retadora. 

—Maldito seas Roronoa Zoro —tomó con todas sus fuerzas al peliverde de la camisa y lo puso a su altura, para después apresarlo contra la pared —Ya me provocaste suficiente. 

—Oh, Qué miedo —contestó con una pequeña carcajada. 

En respuesta a la burla del peliverde, Mihawk despojó el resto de la ropa que les quedaba a ambos y se limitó a devorar los labios del menor salvajemente. Mientras tanto, Zoro solo pudo dejarse llevar por aquel hombre y los penetrantes ojos que le imponían. Con el poco de cordura que le quedaba, entre beso y caricia, logró llevar al mayor a la cama para terminar por fin con aquello.  

Tanto Mihawk como Zoro, nunca en sus vidas habían deseado tanto sentir a alguien, aquellas sensaciones que se proporcionaban el uno al otro eran completamente diferentes a las que se podían sentir teniendo sexo casual con un completo desconocido. Es como si se conocieran de toda la vida, como si hubieran tenido sexo siempre, como si tuvieran una relación. 

El pelinegro se separó por un momento del menor, y estiró su mano hacia la mesa de noche donde había un pequeño tubo de lubricante en la primera gaveta, lo cogió, se colocó de rodillas y abrió la tapa del tubito para después verter parte del contenido en la entrada del peliverde y parte en su miembro. Acto seguido, metió suavemente uno de sus dedos en el interior del más bajo, mientras estimulaba su miembro para que se acostumbrara rápido a la incómoda sensación, sin esperar demasiado, introdujo un segundo dedo, haciendo que Zoro soltara un gemido que trató de ahogar por puro orgullo.  

Sin poder aguantar un segundo más, Mihawk se limitó a entrar lentamente en la entrada del chico de cabellos verdes. A los pocos segundos, su miembro ya se encontraba dentro de aquella caliente y apretada cavidad. Lentamente comenzó a moverse y a dar pequeñas embestidas, mientras continuaba estimulando el órgano sexual del menor.  

Zoro sólo pudo cerrar fuertemente los ojos ante aquel placer que lo estaba envolviendo cada vez más. Aferró sus manos fuertemente a la espalda del mayor, intentando callar todos los gemidos que podía, mientras este aumentaba cada vez más la velocidad de las estocadas. Cuando por fin el pelinegro encontró aquel punto de placer en Zoro, éste no pudo soportarlo por más tiempo, entregandose en la mano del mayor. Por otra parte, Mihawk, al sentir el interior del chico contraerse, tampoco lo pudo soportar, embistió buscando su propio placer y terminó dentro de Zoro. 

El pelinegro salió suavemente del interior del menor y se dejó caer justo al lado de este en la cama, volviendo a ver por un momento el rostro de Roronoa, el cual se encontraba más tranquilo de lo que esperaba. No lo había notado antes, pero los ojos del chico estaban marcados por ojeras. Se veía cansado… 

—Se quedó dormido… —Dijo en un susurró. Descansó uno de sus brazos sobre su propia frente, miró el techo pensativo… Soltó un inaudible suspiro. 

“He fallado mi misión y acabo de tener sexo con un niñato veinte años menor que yo. ¿Cómo haré para avanzar ahora con la investigación?” 

—Continuará— 

“El alma que puede hablar con los ojos, también puede besar con la mirada” 

-Gustavo Adolfo Béquer- 

 

Notas finales:

Díganme, ¿qué les pareció? En el próximo capítulo se enterarán un poco más de todo lo que está pasando. Nos iremos un poquito al pasado de la historia para que conozcan un poco más a este Zoro que decidí crear y porqué terminó justo ahí.

 

 

 

 


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