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Promesa de flores por DanyNeko

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Notas del capitulo:

Otro fic más para san valentin 

^^

Esta vez un two-shot AU puzzle

Enjoy~

— ¿De nuevo vas al parque?

 

Yugi se giró hacia la voz de su abuelo, el tricolor estaba ajustándose los zapatos frente a la puerta, casi listo para salir.

 

—Así es jii-chan —le sonrió en respuesta — ¿necesitas que traiga algo de regreso? —consultò, atándose las agujetas.

 

El anciano solo suspiró, formando una sonrisa entre divertida y resignada —No, nada en particular. Solo ten cuidado.

 

—Sí, nos vemos al rato, abuelo —se despidió, poniéndose en pie para abrir la puerta y salir de su casa, cerrando tras de sí.

 

Yugi era un chico de 17 años, un estudiante promedio japonés como cualquier otro en la pequeña ciudad de Domino.

Tenía grandes y vivaces ojos morados, relucientes como amatistas, que reflejaban la bondad y gentileza de su gran corazón, así como una infantil inocencia e ilusión, que muy pocos conservaban a esa edad, cuando se trataba de las cosas que más le gustaban; los juegos, los chocolates y las hamburguesas, la música y… las flores.

 

A Yugi le gustaban mucho las flores en general, hacía parte del pequeño grupo de su escuela que se dedicaba a los jardines de la misma y tenía su propio mini jardín en el alfeizar exterior de la ventana de su casa, con unas pocas flores que cuidaba con esmero.

Yugi adoraba las flores desde siempre y eso, en parte, era debido a su madre.

 

Por un momento, durante su embarazo, Keiko Motou había pensado que su primogénito iba a ser sietemesino. Un día la había pillado desprevenida una oleada de incomodidad y calambres que le dieron a su marido el susto de su vida y lo hicieron llevarla al hospital histérico.

Por suerte, solo había sido una falsa alarma. Una desafortunada mezcla de haber estado caminando más de lo que era recomendable -a esas alturas de un embarazo- por el parque central, observando el hanami; una pequeña baja de azúcar y el hecho de que el pequeño bebé estuviese inquieto, dando pataditas y moviéndose todo lo que el espacio en el vientre de su madre se lo permitía.

 

Sin embargo, a fin de cuentas, Yugi nació en Junio, como estaba previsto. Nació un poco pequeño, pero saludable, que era lo importante.

 

Aun así, después de esa dramática falsa alarma, Keiko no podía evitar reír al pensar que su pequeño Yugi también había querido disfrutar del florecimiento, por lo que al año siguiente, y con solo 10 meses de edad, Keiko se llevó a Yugi con ella al parque central de la ciudad para el hanami.

 

Esto se volvió una tradición. Año tras año, Keiko se llevaba a su hijo a ver el florecimiento de los diversos árboles que poblaban el parque.

 

Cuando Yugi tenía tres años, conocieron a Lunet y a Yami, otra dupla de madre e hijo que iban al parque a disfrutar del hanami.

Las dos jóvenes madres se sorprendieron bastante -para bien- al ver a sus retoños juntos pues, cada uno a su modo, los tricolores habían tendido a tener poco interacción con otros niños.

 

Pese a esto, Yugi y Yami parecieron congeniar de forma maravillosa desde el principio.

 

Para lástima de los pequeños, Lunet y Yami no vivían en la ciudad e iban de visita solo unos pocos días al año, pero siempre y sin falta al florecimiento en ese mismo parque.

 

Yugi y Yami aprovechaban todo su tiempo juntos. Hablaban de todo, paseaban con sus madres, comían helado y dulces, y jugaban.

Ellos tenían un juego especial, uno que era solo de los dos.

 

El último día, ambos niños recorrían el parque por separado, buscando la flor más bonita que pudieran encontrar, para luego obsequiársela al otro, junto con la promesa de volver el próximo año.

 

Así fue… hasta que los niños tuvieron doce años.

 

Aquel año iban a ingresar a secundaria. Lunet se iría de viaje con su marido, por cuestiones de trabajo, y Yami sería inscrito en un internado.

Aquel año, ambos tricolores intercambiaron flores con el corazón roto y lágrimas en los ojos, temiendo que iban a perder a su persona más especial, aquel que los hacía sentir completos en el mundo.

Aquel año el juramento cambió, no podían prometer que se volverían a ver el próximo año en ese parque, pero sí prometieron que en algún momento regresarían juntos, sin importar el tiempo que tardara, para volver a intercambiar flores.

 

Habían pasado cinco años desde entonces.

En tan solo unas semanas, Yugi entraría a su último año de preparatoria.

 

Aún con el pasar de los años, Yugi jamás había olvidado a Yami. Siempre pensaba en él y cada año volvía a ese parque donde lo conoció, dónde creció con él, dónde le entregó pedazos de su corazón con cada flor y dónde juró que volverían a encontrarse.

 

Ahora que había crecido Yugi sabía más cosas. Había aprendido bien a fondo el significado de las flores, para saber exactamente qué flor darle a Yami cuando volviera a verlo. Sabía también que la forma en que se sentía por Yami tenía un nombre… y ese era amor.

 

Faltaba solo una semana para el ingreso al nuevo curso escolar y Yugi estaba emocionado por volver a ver a todos sus amigos juntos.

Ryou estaba en Londres aún, en la casa de su familia materna y no regresaría hasta dentro de unos días. Malik estaba con su familia en la capital, mientras el museo estaba en remodelación. Anzu estaba en Nueva York con una pariente lejana, buscando opciones para después de graduarse y los Kaiba se habían llevado a Jonouchi y Shizuka a alguna parte de Estados Unidos que ahora mismo no podía recordar, a la inauguración de su nuevo parque de atracciones: Kaibaland.

 

Yugi no solía viajar en las vacaciones de primavera, y definitivamente no lo hacía en las últimas semanas. El hanami para él era algo sagrado, y nunca se lo perdía.

 

.

 

Paró de correr cuando llegó al parque y dejó que su respiración y su pulso se tranquilizaran mientras paseaba por los senderos adoquinados que recorrían todo el parque. El aroma a flores era todo lo que inundaba su olfato y Yugi dedicó un breve pensamiento agradecido al hecho de no ser alérgico al polen.

Los colores mezclándose o contrastando eran un deleite para la visita y ver como las mariposas y colibríes llegaban a revolotear los árboles y arbustos era simplemente una maravilla de la naturaleza en todo su esplendor.

 

En su paseo, lo distrajo la visita de una flor en particular.

Yugi se acercó más y logró identificarlo como un crisantemo, aunque su coloración rojiza era intrigante y llamativa. Sintió el impulso de tomarlo y eso hizo, sacándolo con cuidado del arbusto y llevándolo consigo para retomar su paseo.

 

Luego de unos buenos treinta minutos caminando, el tricolor encontró una banca desocupada en el parque y se sentó allí. El crisantemo seguía en su mano. Yugi recostó la espalda en la madera y cerró los ojos, disfrutando de la brisa, del canto de los pájaros y de perderse en sus recuerdos.

 

Su mente lo llevó de nuevo a este parque, hace cinco años, la última vez que intercambió flores con Yami, la última vez que sintió su abrazo y escuchó su voz. Un recuerdo que no perdía fuerza en su memoria sin importar el paso del tiempo, y que cada vez plasmaba una sonrisa en sus labios.

 

En eso, sintió un toque en su hombro.

 

Al abrir los ojos, lo recibió la vista de una violeta frente a él, tendida por una mano con brazaletes de cuero y puntillas plateadas.

Yugi tuvo que parpadear un par de veces, antes de subir la mirada por el brazo de esa persona y toparse con un rostro ligeramente familiar pero cuyos ojos estaban cubiertos con lentes oscuros. El oji-amatista solo pudo inclinar la cabeza en una muda expresión de confusión.

 

—Jamás podría olvidar esa sonrisa —fue la única explicación que dio esa persona, mientras se llevaba la mano libre al rostro, para retirarse los lentes.

 

Yugi tembló por completo, al tiempo que se ponía en pie de un salto incluso antes de que el otro dejara sus ojos al descubierto, porque él tampoco olvidaría nunca esa voz.

 

—Y-Yami…

 

El más alto apenas estaba bajando la mano con sus lentes cuando lo asaltó el cuerpo de Yugi, aprisionándolo en un abrazo desesperado y necesitado que fue correspondido con igual de intensidad, aún si la violeta aún no había sido aceptada por el menor.

 

—Volviste —susurró Yugi, tratando de no llorar.

 

Yami enterró sus dedos en el cabello ajeno —Lo prometí ¿no es así?

 

—Sabía que volverías —sollozó —cada año, después de eso, he venido a este parque sin falta.

 

Yugi pudo sentir la sonrisa de Yami contra su sien, cuando esté le propinó un beso allí —discúlpame por hacerte esperar tanto, aibou.

 

El menor tembló en un sollozo, cuanto había extrañado oírlo.

 

Les costó soltar el abrazo, pero lo hicieron en favor de observar por completo al otro. Ambos habían crecido, y madurado sus facciones, cada quien a su modo, pero de igual modo mantenían pequeños rasgos de ese niño que habían conocido desde la tierna infancia.

 

Yami sostuvo la mejilla derecha de Yugi con su mano, luego de guardar sus lentes en el bolsillo de su pantalón, y volvió a tenderle la violeta.

 

—Ojala, en aquel entonces, hubiera conocido el idioma de las flores —le dijo en un susurro, acariciando la suave piel con su pulgar —pude haberte expresado tantas cosas que nunca supe cómo decir.

 

Las mejillas de Yugi se sonrojaron ligeramente por unos segundos —pienso lo mismo, a decir verdad.

 

Compartieron unas risillas mientras Yugi tomaba con su mano libre la violeta y le ofrecía el crisantemo con la otra. Yami lo aceptó con una sonrisa.

 

Ambos olfatearon el aroma de su respectivo obsequio y luego movieron sus rostros, lo suficiente como para que sus frentes se tocaran.

 

—Te extrañé tanto —dijeron casi al mismo tiempo y se miraron entre divertidos y avergonzados.

 

— ¿Sigues yendo al instituto Domino, cierto? —Yugi se extrañó por la repentina pregunta, pero respondió afirmativamente y se sintió más confundido cuando Yami suspiró con obvio alivio —entonces, a partir de ahora estaremos mucho más cerca —el menor se tomó unos segundos para intentar comprender lo que el otro le estaba diciendo —pienso recuperar el tiempo perdido, aibou.

 

Yugi sabía que debía haber una larga historia tras las palabras de Yami, y él quería explicaciones… pero no ahora. Lo que quería ahora mismo era abrazarlo hasta quedarse sin fuerzas y asegurarse de que no pasarían otros cinco años sin volver a verse, porque esta vez no sabía si podría soportarlo.

Notas finales:

-Kiku, el Crisantemo japonés: Esta flor fue originalmente importada de China pero, al igual que con la Sakura, también se considera un símbolo de Japón.
En lenguaje floral significa "noble", "confía en mí" y "pureza”

-Sumire, la violeta japonesa: se dice que la forma de esta flor es parecida al tintero de un carpintero así que se le dio el nombre de sumire: "sumi" - tinta, "ire" - contenedor.
Su significado es el de "un pequeño amor", "sinceridad" y "pequeña alegría


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