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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

Nada más que el resultado de un momento de inspiración.

XVII
 
Abandonaron el local en silencio y sin siquiera mirarse. Alejandro salió rápidamente y sin despedirse de nadie, mientras que Nicolás lo hizo detrás de él, pero con cierta lentitud en sus pasos y mirando a su alrededor, por alguna razón se sentía observado. Y no se equivocaba: volviéndose hacia la barra, pudo encontrarse con la mirada del bartender, seria e indiferente, la cual le hizo sentir más incómodo de lo que ya estaba y haciendo que acelerara el paso para alcanzar a Alejandro que ya había desaparecido de su vista.
 
Algo en su interior le dictaba que las cosas no iban bien, más aún, temía que se complicaran más.
 
… … … … …
 
Había visto toda la escena desde su puesto. De alguna forma le llamó la atención que Cristina se acercara hasta la mesa y haya hablado con Nicolás sobre quién sabe qué; entendía que era amiga de Alejandro, pero no aprobaba una intervención como esa y, por lo demás, no correspondía sino al mismo Alejandro poner las cosas en orden si es que no lo estaban. Brevemente cruzó miradas con el pelinegro cuando abandonaba el local, éste se detuvo un momento como congelado antes de romper el contacto y apresurarse hacia la salida. 
 
–“¿En qué estarán pensando esos dos?” –se preguntó Ignacio mientras continuaba en sus labores, y al ver que Cristina pasaba frente a él, le dirigió la palabra–. ¿Por qué hiciste eso?
 
–¿Eh?, ¿a qué te refieres? –la chica se detuvo en seco.
 
–Fuiste muy atrevida al hablarle a Nicolás sin siquiera saber más de él, ¿tanto te preocupa lo que pueda hacerle a Alejandro?
 
–¿Acaso me estás vigilando? –Cristina estaba ahora más molesta que asombrada por los comentarios del bartender–, ¿qué te importa lo que yo haga?
 
–No necesito vigilarte, me basta mirar alrededor para enterarme de lo que ocurre. Ustedes son tan evidentes, sobre todo ese par, ¿están tan enamorados que se les nubla el pensamiento y olvidan la discreción? –dijo Ignacio, viéndola con una mueca burlona. No podía evitarlo, le encantaba provocar a la chica y ver sus reacciones, siempre tan dispuesta a defender a sus amigos.
 
–No voy a perder mi tiempo discutiendo contigo, Ignacio, mejor será que te ocupes de tus propios asuntos, ¿o es que no los tienes y por eso vives mirando a los demás?
 
Ignacio abrió los ojos y apretó los labios. No pudo responder.
 
–Así que es verdad, qué lástima me das –Cristina relajó su postura y le miró como si fuera un objeto que se ha roto–. Te sugiero que evites hacer más comentarios molestos o la próxima vez no seré tan amable, te lo prometo, reaccionaré peor.
 
Cristina se alejó hacia la terraza dejando atrás a un silencioso, pero furioso Ignacio. La chica había tocado una fibra profunda en él y lo que más le fastidiaba es que ella no solo había acertado al lastimarle con sus palabras, sino que había sido incapaz de contestarle. Era verdad, tal y como Cristina dijo, no tenía una vida ni mucho menos con quien compartirla.
 
… … … … …
 
El viento helado se hizo más fuerte y las hojas de los árboles cayeron a cientos sobre ellos. El parque era visitado por muchas personas durante el fin de semana, y ese día no fue la excepción, sin embargo, algunos senderos no eran muy concurridos y aquel por el cual se adentraron parecía que no era visitado por alma alguna, dándoles la libertad y tranquilidad de no ser observados.
 
Tal vez había sido un error ir juntos al Jardín Botánico, después de todo el silencio entre ellos se había instalado desde que abandonaran el local. Alejandro caminaba delante de él con aparente indiferencia, pero eso cambió cuando de súbito se volvió a verle.
 
–¿Por qué estás tan callado? –le preguntó.
 
–¿Qué?, pero si tú tampoco estás hablando –repuso Nicolás.
 
Ambos se detuvieron en seco y se miraron extrañados.
 
–¿Sí? –Alejandro lo pensó un momento y cayó en cuenta de que era cierto, había guardado silencio durante todo ese tiempo–. Es cierto…
 
Nicolás estaba desconcertado. Esa escena era tan absurda como irreal. ¿No estaban ocurriendo situaciones así con demasiada frecuencia? Y ahí estaban ellos, de frente uno al otro, actuando como idiotas, porque eso eran. Alejandro, con las manos en los bolsillos y moviendo las hojas del suelo con los pies, le sostenía la mirada a Nicolás que permanecía estático, con las manos empuñadas y sin saber qué más decir, haciéndolo desesperar.
 
–Deberíamos seguir caminando, hace frío para quedarnos aquí sin decir nada –dijo Alejandro dándole la espalda de nuevo y retomando el paso–, veamos qué hay más adelante.
 
–Ahh… sí –no pudo hacer más que seguirle. “¿En qué estás pensando?, ¿acaso estás jugando conmigo?”
 
El avance fue más rápido que antes. El sendero estaba literalmente desierto. Pronto acabaron llegando a un cruce con otro camino más ancho que iba en dirección a los lugares de picnic y donde las personas hacían deportes. Ellos pasaron de ese camino y siguieron por el sendero, que ahora estaba cercado de un lado por una reja de hierro oxidado, y los frondosos arbustos que había del otro lado no permitía ver más allá de un par de metros.
 
Continuaron su recorrido hasta que se encontraron con unas pesadas puertas que daban paso al otro lado de la reja.
 
–¿Qué será este lugar? –preguntó Alejandro, intentando ver más allá de los arbustos.
 
–Quien sabe, ¿por qué estará cerrado? –Nicolás intentó abrir las puertas, pero estaban sujetas por una pesada cadena y un candado–, bueno, sigamos.
 
–Espera, quiero ver qué hay aquí, ven y ayúdame –Alejandro comenzó a empujar con fuerza hasta mover un poco las puertas y hacer un espacio entre ellas para poder pasar–. ¡No te quedes ahí!, ¡ayúdame!
 
–Bien, bien –Nicolás se acercó y comenzó a empujar como lo hacía Alejandro. El hierro estaba frío y sucio, con la pintura verdosa desgastada y oxido por doquier. Cuando parecía que no podían moverlas más, una de las bisagras se desprendió del marco e hizo caer una de las hojas, pero la cadena sostuvo a la otra evitando así que cayeran con ruidoso estruendo–. ¡Es suficiente!, ¡mira lo que pasó!, ¡vámonos de aquí!
 
–Pero ahora sí podemos pasar. Vamos a ver qué hay, ¿no te da curiosidad? –Alejandro ya estaba pasando a través de las puertas a medio caer.
 
–Un poco, sí, pero me preocupa más que nos descubran aquí y nos culpen del daño –Nicolás no estaba seguro y miraba de un lado a otro, hasta que de pronto sintió que era arrastrado con fuerza. Su sorpresa fue ver a Alejandro jalándolo del brazo y haciéndolo cruzar al otro lado de la reja–, pero, ¡qué estás haciendo!
 
–¡Te digo que vamos! –y sin soltarlo comenzó a caminar hacia el interior del recinto.
 
–¡Pero no necesitas jalarme tan fuerte!, ¡espera! –casi cayó al suelo por intentar soltarse del agarre del otro, pero al final se dejó llevar por Alejandro y su creciente curiosidad.
 
–Es que no te decidías nunca y yo quiero ver lo que hay aquí –respondió sin soltarle mientras se adentraban por un angosto camino empedrado y rodeados por los mismos arbustos de antes que parecían estar por todo sitio.
 
–“Soy yo el que quiere saber lo que has decidido” –pensó Nicolás, y sin resistirse más, se dejó conducir por el otro chico–. ¿Ves?, no hay nada aquí más que estos horribles matorrales y esos árboles de aspecto tétrico.
 
–Parece como si no abrieran este sitio al público, está muy descuidado –comentó Alejandro, mirando a su alrededor–, pero mira, hay algo más adelante.
 
–Sí, puedo verlo, ¿qué es?
 
Los muchachos siguieron caminando hasta llegar a un claro, en donde una visión completamente inesperada les hizo detenerse abruptamente. La poca luz que llegaba del sol producto de las nubes daba al lugar un tono melancólico y el viento, cada vez más fuerte, sacudió las últimas hojas que pendían de las ramas pálidas de los árboles.
 
–Creo que este es un buen lugar para conversar –dijo Nicolás, haciendo a un lado un mechón de cabello que le cubrió el rostro.
 
–Sí, aquí nadie nos va a molestar –respondió Alejandro, haciendo el mismo gesto con su cabello–. Ven, busquemos donde sentarnos.
 
Ambos tenían el cabello largo, aunque más Nicolás, pero el viento no discriminaba y les despeinó una vez más con su ráfaga helada.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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