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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia, continuación inmediata del anterior.
Espero sea de su agrado.

Termina aquí una escena que, desde hace mucho tiempo, tenía en mente y quería escribir.

XXXI
 
Las personas con las que hablaba Nicolás no eran del todo cercanas a él o su hermano, eran personas del barrio con las que no hablaban, pero saludaban con frecuencia; habían coincidido por casualidad en el mismo sitio y dadas las circunstancias se habían animado a entablar conversación, pero pasado un tiempo comenzaba ya a aburrirse y lamentaba no haber seguido a Adolfo quien rápidamente había desaparecido de su vista.
 
Cuando al fin estuvo libre, se alejó discretamente y tomó asiento en otra habitación donde no había ningún rostro conocido, sin prestar atención a nada y a nadie; fue ahí cuando sus ojos fueron a posarse sobre la persona que entraba: era Alejandro. Nicolás bajó la vista e intentó pasar desapercibido ubicándose en otra silla más al rincón, detrás de las personas reunidas en ese lugar conversando; Alejandro se acercó al mostrador donde se exponían los libros y para cuando Nicolás volvió a mirar con disimulo, el chico hablaba amenamente con algunos de los presentes. La incomodidad que le generaba permanecer oculto se hizo patente, y aunque deseaba hablar con Alejandro más que otra cosa, no le pareció apropiado acercársele para apartarlo del resto pues se notaba que el chico tenía más llegada con las personas que él. En cuanto el grupo que estaba frente a él se separaba, salió de la habitación en medio de las personas que hicieron lo mismo, mientras que Alejandro permaneció abstraído comentando los libros junto a las personas que los vendían.
 
Con fastidio, buscó un rato a Adolfo, pero solo consiguió a más conocidos que se le acercaron a hablar, pero pasó de ellos sin detenerse y apenas cruzando un saludo. Retomando el motivo de la visita, se acercó al mostrador que tenía más próximo, en el que observó un ejemplar que hace tiempo pensaba comprar, lo revisó y tras consultar el precio, decidió llevarlo pese a ser un libro usado; era una de esas típicas compras rápidas que solía hacer solo para justificar la visita a la feria, pues no le agradaba la idea de irse sin haber conseguido nada. Parecía que Adolfo se había esfumado del lugar así que Nicolás salió de la casa en dirección a los jardines, en donde había algunos mostradores más con libros y otros ofreciendo bebidas. Buscó con la mirada donde sentarse y cuando encontró sitio, en un lugar apartado, comenzó a hojear el libro que tenía en las manos; eso era mejor que tener que verle la cara a un grupo de personas que ni siquiera le interesaba.
 
Alejandro lo vio salir, aunque fingió no hacerlo. Intrigado por su desaparición, se fue a buscarlo en cuanto quedó libre de los vendedores y sus preguntas; miró en todas las habitaciones pasando incluso por la cocina, pero no lo encontró. Pensó que tal vez Nicolás se había ido de la feria, así que salió al patio y tal fue su alivio al verlo sentado en una banca bajo el sauce del jardín. Dudó por un momento en acercarse, pero fue fiel a lo todo lo que había dicho recientemente a sus amigos, enfrentó sus miedos y, por si fuera poco, recordó la línea del horóscopo que leyera antes.
 
–Así que estabas aquí –le dijo con la mayor naturalidad mientras llegaba a su lado, cubriéndose los ojos con una mano. El sol comenzaba a decaer–. ¿Te estabas aburriendo?
 
–Sí, un poco –quedó atónito cuando vio a Alejandro llegar, luciendo un chaleco de tonos marrones que le cubría hasta poco más abajo de la cintura, pantalones ajustados y zapatillas con caña. Le parecía más atractivo ahora que lo veía completamente y sin disimulo–. ¿Por qué tu…?
 
–No digas nada –dijo, sentándose a su lado y cubriéndole sutilmente los labios con el dedo índice–. Yo también me estaba aburriendo un poco.
 
–¿En serio?, ¿por qué viniste, entonces? –preguntó Nicolás, bajando la vista–, ¿acaso sabías que yo estaría aquí hoy?
 
–No, no lo sabía, aunque esa habría sido una buena excusa para venir –dijo Alejandro con una sonrisa tímida–. Pasaba frente a la casa por casualidad, pregunté qué había y decidí entrar. Es todo.
 
–Ya veo –Nicolás volvió a mirar a Alejandro de pies a cabeza y agregó–: Te ves muy bien.
 
–¡Ah!, gracias –no pudo evitar avergonzarse y también bajar la vista. La verdad estaba tanto o más sonrojado que Nicolás, y como no quería ser menos en sus comentarios, pues también había mirado al chico, tomó aliento y dijo–: Tú también te ves bien, me gustan tus pantalones, ¡y tus uñas!, no sabía que te las pintabas.
 
–Gracias. No, no te lo había dicho porque no lo hago con frecuencia, pero hoy pareció una buena ocasión –dijo, extendiéndole la mano a Alejandro para que viera las uñas más de cerca–, ¿tú no te las pintas?
 
–No, aunque me gustaría hacerlo –confesó–, pero no sabría de qué color, el negro queda bien por lo que veo.
 
–Deberías probar el color que más te guste, no necesariamente el negro, pero si quieres intentarlo, puedo ayudarte –dijo Nicolás, mirando las uñas sin pintar de Alejandro. Involuntariamente las manos de ambos habían entrado en contacto y al percatarse de ello, los chicos se separaron al instante totalmente avergonzados y con un dejo de culpabilidad.
 
–Oye, ¿qué estás leyendo? –dijo Alejandro, reparando en el libro que Nicolás había cerrado y dejado sobre sus piernas.
 
–«Notre-Dame de Paris» –le respondió, entregándole el libro–. Lo acabo de comprar así que apenas he empezado.
 
–Bueno, si no me lo dices no tendría como saberlo, no tiene un marcador que indique hasta donde has leído –dijo con gracia–. ¿Será igual que la película de Disney?, digo, que «El jorobado de Notre Dame».
 
–No creo, deben haber cambiado muchas cosas.
 
–¿Sí?, podría leerlo algún día.
 
–Sí resulta interesante, te lo diré a medida que lo lea –dijo con una media sonrisa–, mira aquí, ya el principio es diferente. Dice: «Cumplen hoy trescientos cuarenta y ocho años, seis meses y diecinueve días, que despertara a los parisienses el vuelo ruidoso de todas las campanas, en el triple recinto de la Cité, de la Universidad y de la ciudad
 
Nicolás comenzó a leer junto a Alejandro que atento seguía las líneas que narraban las exquisitas descripciones, pero luego dejó de escucharle solo para prestar atención a la cercanía y a los labios de Nicolás. Éste no era ajeno a la situación y llegado a un punto dejó de hablar, quedándosele mirando a los ojos; la tensión que se había instalado entre ambos era obvia y para romperla, Alejandro se animó a dar el siguiente paso, uno que por mucho tiempo se había negado a dar por miedo: se acercó despacio pero seguro y besó a Nicolás en los labios sin saber cómo hacerlo realmente, mientras que el otro, sin saber tampoco cómo, correspondió el beso de la mejor manera que pudo, convirtiendo los movimientos torpes en algo más pausado y gentil, ambos dejándose llevar por el deseo oculto, tomándose de las manos y dejando caer el libro al suelo. Así permanecieron, en silencio, hasta que se separaron por la falta de aire y totalmente sonrojados, se miraron y se sonrieron, aun tomados de las manos; sin embargo, Nicolás no se quedó, recogió el libro y se fue sin decir nada. Alejandro intentó seguirlo, pero algo en su interior se lo impidió, era como si necesitaran asimilar lo que había ocurrido; solo vio como Nicolás había regresado a la casa para irse definitivamente, pues no lo encontró cuando quiso buscarlo.
 
Más tarde esa noche, Alejandro recibió un mensaje en su teléfono: «Discúlpame, no sé qué pasó. Lo siento. Volveremos a hablar. Te lo prometo. Nicolás.»
 
… … … … …
 
Aunque había perdido de vista a su hermano desde hacía rato, Adolfo volvió a cruzarse con el chico de pelo claro en uno de los corredores, pero debido que llevaba sombrero, éste no le reconoció y pasó de él; Adolfo hizo igual y se fue a recorrer los salones que le quedaban por visitar, notando que Nicolás no estaba en ninguno de ellos y ya preocupado por su ausencia, salió al jardín para saber si estaba allí. Grande fue su sorpresa al descubrir que, en efecto, su hermano estaba allí, pero acompañado por el chico de pelo claro. “¿Por qué están juntos?, ¿se conocen?, ¿o será que él es…?”, pensó. 
 
Los estuvo observando largo y tendido desde el dintel de la puerta, resistiendo las ganas de acercarse e intentar escuchar su plática, al parecer interesante, y su discreción fue recompensada con un duro golpe: la cercanía entre los chicos se redujo hasta el punto que parecían susurrarse cosas, aumentando la rabia en su interior que llegó a su culminación cuando los vio besarse. Se dio media vuelta para entrar en la casa, se apoyó en la pared y cerró los ojos con fuerza, empuñando las manos y apretando los dientes. Para cuando logró calmarse un poco, logró ver la figura de su hermano avanzando por el corredor a toda prisa, y como no había más que hacer allí resolvió seguirlo, pero a una distancia prudente, no sin antes volver a asomarse por la puerta y ver al otro chico que permanecía sentado en la banca. “Ahora tengo otro motivo para odiarte, maldito despistado”.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.

 

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