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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

XXXII
 
Era lunes otra vez. Estaba solo en su departamento. Muchos días habían transcurrido desde su último encuentro con Javier, y no se habían vuelto a hablar desde entonces. Era ya mediodía y no sabía si almorzar fuera o preparar algo sencillo en casa; en realidad no tenía hambre, ni con ganas de hacer nada. De la nada su teléfono comenzó a sonar, haciendo que Ignacio, de mala gana, se acercara hasta el velador donde el aparato descansaba: «Número desconocido».
 
–No te conozco –dijo y rechazó la llamada, pero antes de dejar el celular sobre el mueble, éste sonó otra vez y enseñando el mismo mensaje de antes–. ¡Dije que no te conozco! –y volvió a rechazar la llamada, pero el celular sonó por tercera vez. Harto ya, Ignacio contestó–: ¿Sí?, ¿quién es?
 
–¿Ignacio? –se oyó una voz vagamente conocida.
 
–Sí, él habla, ¿quién eres tú? –estaba irritado.
 
–Nicolás.
 
–¿Nicolás? –se lo pensó unos instantes y recordó–, ¡ah, sí!, el novio de Alejandro.
 
–¡Ja, ja, ja! Ojalá fuera así de sencillo –dijo algo desanimado tras la carcajada–. Disculpa, ¿estás ocupado?
 
–No, ¿por qué?, ¿qué quieres? –Ignacio estaba confuso, acaso Nicolás no tenía a quien más llamar.
 
–¿Podemos vernos?, necesito… hablar con alguien –dijo Nicolás con una voz que se cortaba a momentos–. Si tú quieres, claro.
 
–¿Hoy?
 
–Sé que no trabajas los lunes, supongo que estarás libre.
 
–No sé cómo averiguaste eso, pero en fin –se sorprendió con ese comentario, ¿se lo habría dicho Alejandro?, bueno, ¿qué más daba en ese momento?–. Vale, ¿en dónde nos vemos?
 
–Reúnete conmigo en la capilla que está por la calle trasera al mercado, en donde están los vendedores de antigüedades.
 
–Sé dónde es.
 
–A las 13:30, te espero allí. Gracias –y Nicolás colgó la llamada sin decir más.
 
–¿Qué?, espera, no me… ¿qué fue eso?, ¿no es como de película? –dijo, mirando el teléfono en su mano–. Bueno, nada que hacer, ya tengo un compromiso para hoy.
 
Como no tenía idea de lo que le esperaba, se fue a alistar y en menos de quince minutos Ignacio estuvo listo, abandonó el departamento y se fue caminando: el lugar no estaba lejos así que se fue a paso lento, dando un paseo por las cercanías, aunque no demasiado pues quería evitar encontrarse con algún conocido, Javier sobre todo; optó por seguir una calle secundaria, más larga pero cuyo recorrido compensaría el tiempo que llevaba de ventaja, y para cuando llegó al mercado, aun había minutos suficientes para visitar las tiendas y ver lo que ofrecían.
 
… … … … …
 
Había tardado mucho en decidirse. Guardado en su teléfono estaba el número que Ignacio le diera después de una segunda visita al local, sin saber que lo necesitaría tan pronto.
 
… … … … …
 
–Gracias, el trago estaba muy bueno. Sin duda preparas los mejores cócteles que he probado –dijo Nicolás. Había bebido de usual en la barra y platicado con el bartender, pero lo que hizo distinta aquella visita fue que el pelinegro se había presentado no para buscar a Alejandro como hiciera antes, sino para charlar con Ignacio. Cuando vació la segunda copa que ordenara, Nicolás formuló una pregunta curiosa–. Dime, ¿qué te parece si intercambiamos números?
 
–¿Intercambiar números?, ¿para qué? –preguntó Ignacio con incredulidad tras recibirle la copa vacía.
 
–Para que podamos seguir conversando fuera de aquí –fue la respuesta que recibió del pelinegro haciendo notar lo obvio que le resultaba–, ¿qué dices?, podemos hablar cuando queramos.
 
Ignacio había hecho una mueca que daba a entender su no convencimiento de la oferta, es más, se dio la vuelta un momento para dejar la copa usada y otros vasos en el lavadero sin decir una palabra, haciendo que Nicolás se incomodara un poco.
 
–Bueno, si no quieres está bien, sé que no tienes obligación de escucharme aquí tampoco –dijo, mirando en otra dirección–. Gracias de nuevo. Ya debo irme.
 
Nicolás se levantó de su asiento y antes de marcharse fue detenido por Ignacio.
 
–Toma –le dijo, extendiendo un pequeño papel con algo anotado. Nicolás lo recibió y al verlo, no pudo evitar sonreír.
 
–Gracias –dijo y le estrechó la mano–. Dame un momento, te daré el mío.
 
–No hace falta –dijo Ignacio, haciendo que el pelinegro se extrañara, pero no le dio tiempo de replicarle pues el bartender agregó–: Por alguna razón siento que me llamarás antes de lo que crees. Tendré tu número en ese momento.
 
–Vale, lo guardaré. Adiós, Ignacio.
 
–Adiós, Nicolás.
 
… … … … …
 
No había ido a estudiar o trabajar ese día, aunque mantenía las ganas de salir de casa; marcó el número y aguardó, nada. Marcó otra vez, nada. Y una tercera vez, el tono se oía sin cesar y cuando estuvo a punto de rendirse, la llamada fue aceptada.
 
–¿Sí?, ¿quién es?
 
–¿Ignacio? –estaba nervioso. No sabía cómo había reunido el valor para hablarle.
 
–Sí, él habla, ¿quién eres tú? –la voz del bartender se escuchaba irritada.
 
–Nicolás –dijo al fin.
 
–¿Nicolás? –silencio por un momento–, ¡ah, sí!, el novio de Alejandro.
 
Estalló en una carcajada por la ocurrencia de Ignacio, sin embargo, no era de extrañar. Tras calmarse y responderle, Nicolás continuó para explicar el motivo de su llamada.
 
… … … … …
 
Después de entender en lo que se había metido, Nicolás se arrojó sobre la cama y se revolvió en ella, pero luego se levantó para salir: no aguantaría los nervios de esperar en casa hasta la hora de la reunión. Como se había vestido hacía rato, solo tomó su billetera y teléfono, bajó a la sala y cuando fue a tomar sus llaves, Adolfo le detuvo.
 
–¿A dónde vas? –el chico aun llevaba el pijama puesto y lucía desarreglado.
 
–Me reuniré con alguien –respondió secamente.
 
–¿Con él?
 
–No, con alguien más.
 
–¿Volverás a almorzar?
 
–No lo sé, te avisaré en caso de que no regrese –dijo Nicolás sin darle mucha importancia–. Bueno, ya me voy.
 
–¿Y mi beso? –preguntó, aunque más parecía un ruego.
 
Nicolás se dio la vuelta y se acercó a su hermano en silencio para besarle en la frente, pero Adolfo no se dio por satisfecho y en un arrebato le abrazó posesivamente.
 
–¿Vas a decirme de una vez qué te pasa?
 
–Prométeme que volverás a almorzar.
 
–Vale, prometido –respondió y abrazó al chico–. Volveré y comeré lo que hayas cocinado.
 
–Gracias –dijo Adolfo, abrazándolo aún más fuerte–. No me dejes, por favor. Te quiero.
 
–No lo haré, también te quiero y estaré aquí para ti… aunque yo esté con alguien más –Nicolás tomó el rostro de su hermano y lo miró a los ojos–. Un día tú también conocerás a alguien que te hará feliz.
 
–Sí… –dijo para nada convencido. Mas bien estaba entristecido.
 
–Bueno, te avisaré cuando regrese, ¿vale?
 
–Vale, adiós.
 
–Adiós.
 
Nicolás cerró la puerta tras de sí, al tiempo que también cerraba la puerta del corazón de Adolfo. La cerraba con llave.
 
… … … … …
 
La capilla estaba ubicada en una calle corta y estrecha, dentro de una zona turística muy concurrida de la ciudad, con una multitud durante todo el día compuesta especialmente por extranjeros y adolescentes. Se trataba de un recinto pequeño, con una impresionante fachada y un interior con una decoración barroca muy cargada; Ignacio la conocía porque de tiempo en tiempo era utilizada para dar conciertos de música clásica a los que asistía siempre que podía.
 
El bartender llegó con minutos de antelación, ingresó al lugar en donde solo había un par de ancianas y caminó hasta la mitad de la nave para sentarse en los asientos de madera tallada. Miró su reloj, aún quedaba tiempo. “¿Por qué me habrá citado aquí?, pensándolo bien, es un lugar agradable para conversar”, se decía. La luz del sol ingresaba a través de los coloridos cristales de los vitrales, y aunque oscurecían un poco el interior, le daban un hermoso aspecto.
 
La pesada puerta de la entrada rechinó mientras se abría y se oyeron los pasos de alguien caminando en dirección al altar. Se detuvieron a su lado.
 
–Hola, Ignacio –dijo el pelinegro, extendiéndole la mano–. Gracias por venir.
 
–Hola, Nicolás. Está bien, no ha sido nada –dijo Ignacio, estrechándosela, y luego agregó en un tono menos simpático–. Pero sabes que no estaré siempre dispuesto a reunirme contigo. Por lo que a mí respecta, no somos amigos.
 
–Bueno, espero que lo seamos en algún momento. Me agradas y la verdad es que no tengo muchos amigos –dijo Nicolás, sentándose junto a él. Ignacio guardó silencio, era demasiado orgulloso como para admitir que no tenía amigos exceptuando a Javier–. No quiero ser molesto, pero siento que nos llevaremos bien, a fin de cuentas, tú pudiste negarte y decirme que no, ¿verdad?
 
–Tienes razón, pude hacerlo, pero más me intriga saber lo que quieres de mí, ¿tanto necesitas hablar con alguien?
 
–Así es, y aunque tengo un hermano, no puedo hablar tan abiertamente de estos temas como si puedo hacerlo contigo –dijo Nicolás seriamente.
 
–Pues bien, te escucho –Ignacio, cruzándose de brazos.
 
–Es acerca de Alejandro –comenzó a narrar–, nos vimos en una feria del libro que se realizó cerca de mi casa.
 
–¿No me habías dicho que mantendrías distancia de él?
 
–Sí, pero no saques conclusiones todavía, este encuentro no fue planeado. Nos encontramos por casualidad.
 
–¿De veras? –Ignacio no estaba convencido.
 
–Es la verdad. Pero sabes, desde hace algún tiempo sé que Alejandro vive cerca de mí, en el mismo barrio según parece.
 
–Qué conveniente. Quizá esa fue la razón por la cual se encontraron la primera vez –quiso parecer irónico, pero no lo consiguió.
 
–También lo creo así, he pensado en ello una y otra vez –hizo una pausa y luego continuó–: Pero eso no fue todo lo que ocurrió.
 
–¿No?
 
–No. Ese día, aunque intenté ignorarlo y alejarme, Alejandro me siguió. Y después me besó, nos besamos.
 
–¡¿Qué?! –Ignacio elevó tanto la voz que las ancianas sentadas más adelante se voltearon y lo hicieron callar. Éste hizo un gesto de disculpa y se volvió hacia Nicolás–, ¿te besó?
 
–Sí, sin que yo lo buscara siquiera, luego de eso nos separamos y quedamos de hablar pronto acerca del tema, es decir, no es algo que simplemente pueda dejar pasar.
 
–Claro que no. Un beso son palabras mayores –dijo Ignacio en voz más baja y para Nicolás no pasó desapercibido.
 
–Por tu forma de expresarte, parece que sabes de lo que hablo.
 
Nicolás había acertado otra vez, tenía una facilidad enorme para percibir los leves cambios en su voz y adivinar su significado. Ignacio recordó el beso que Javier le había dado, haciendo que su expresión se suavizara por un instante y luego recobró el ceño fruncido de antes; le molestaba la sensación que traía de regreso aquel beso porque le confundía enormemente.
 
–Tu silencio me da la razón, ¿también te besaste con aquel chico?, ¿te despierta emociones que te revuelven la mente?
 
–Sí… sí, pero fue él quien me besó, y además la situación no es la misma –repuso Ignacio, evitando mirarle.
 
–¿Por qué?, ¿por qué va a ser diferente?
 
–Porque ese chico es mi amigo… o era mi amigo –dijo Ignacio con nostalgia disfrazada de molestia. Nicolás se mostró sorprendido ante tal declaración y entendía por qué el bartender era tan reacio a hablar.
 
–Lo siento.
 
–¿Por qué lo dices?
 
–Porque de haber sabido no te habría molestado haciendo preguntas. Tu vida es tuya.
 
–Lo entiendes, ¿verdad?, lo doloroso que es saber que tu mejor amigo tiene sentimientos por ti, que tu fuiste un ciego y un tonto por no darte cuenta de las señales, y es más doloroso aun que esa persona ya no está allí solo por tu indecisión. Javier ya no está y me duele, porque en el fondo sé que ambos ansiamos volver, pero no sé todavía cómo hacerlo.
 
–¿Quieres a Javier? –hubo un silencio después de que Nicolás hiciera la pregunta. Ignacio respondió luego de un momento, seguro de sus sentimientos y de que estos no habían cambiado.
 
–Sí, le quiero… y no sé explicar por qué –por segunda vez Ignacio no pudo reprimir sus ganas de llorar. Primero fue una lágrima, y otra y otra, hasta que tuvo que cubrirse la cara para evitar que su compañero viera esa faceta suya, más resultó en vano: Nicolás contempló con empatía al chico malhumorado de siempre deshacerse en un llanto desconsolado. Extendió su brazo alrededor de sus hombros y lo atrajo hacia sí. Ignacio se dejó.
 
–Aunque no seamos amigos, comparto tu dolor y es mi deseo que Javier y tu vuelvan a estar juntos.
 
–Gracias. Yo también, aunque no seamos amigos, espero que Alejandro y tú puedan ser felices.
 
–¿De verdad?
 
–No, de mentira. ¡Claro que, de verdad, tonto! –dijo, recobrándose un poco y en un gesto conciliador, también rodeó a Nicolás con su brazo. Era mejor que estar solo.
 
Más temprano que tarde, ambos conseguirían lo que tanto deseaban sus corazones.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.

 

Recuerden que pueden seguirme en la cuenta oficial de Instagram @augusto_2414 LMDE.


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