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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

L
 
Desde hacía algún tiempo había imitado la costumbre de su hermano de visitar restaurantes y bares, aunque Adolfo prefería hacerlo durante las noches. En una de aquellas salidas nocturnas, acabó en un local llamado «la Dama Azul», lugar del que nunca había escuchado antes y que logró captar su atención desde el primer momento, no solo por el buen gusto en la decoración, su suave luz azulada, buena música y amplios interiores, sino también por la atención que recibiera de parte de los empleados, un agradable recibimiento y trato esmerado. La suma de todos estos puntos dio como resultado que el chico regresara en varias oportunidades.
 
Esta era una de ellas.
 
La chica que se encargaba de recibir a los clientes lo reconoció de inmediato y se acercó a saludarlo.
 
–Qué gusto verte de nuevo, Adolfo.
 
–Lo mismo digo, Katerina, ¿va todo bien?
 
–Todo bien, gracias, ¿me das tu sombrero? –ofreció al chico–. Dime, ¿quieres una mesa?
 
–No, iré a la barra. Quiero beber algo –dijo con un aire de pesadumbre.
 
–Adelante.
 
Tras darle el sombrero a Katerina, Adolfo fue hasta la barra, donde cierto peliblanco estaba trabajando, conversando a gusto con los clientes que allí compartían unos tragos. Se sentó en uno de los extremos y le hizo una seña al bartender, que inmediatamente se acercó con una sonrisa.
 
–Hola, chico, hace tiempo que no te veía por aquí.
 
–Hola, Javier, sí, he pasado unos días fuera de la ciudad –su tono era bajo y desganado, y el peliblanco lo percibió del mismo modo que Katerina unos momentos antes.
 
–Ya veo, ¿por eso la cara larga?, ¿ha ocurrido algo?
 
–…
 
–Algo… que no es agradable, ¿verdad?
 
–¿Cómo lo sabes?
 
–Tu rostro es un libro abierto, y aunque quieras esconderlo bajo esa apariencia, no funciona para disimular tu ánimo –Javier se detuvo a observar todo el conjunto que vestía Adolfo que, a su juicio, no estaba nada mal–, me gusta tu estilo, chico, pero definitivamente tu expresión no ayuda a que te veas más lindo.
 
–¿Lindo?, ¡ja! –se recargó sobre la barra, apoyando su cabeza sobre una mano. Ni siquiera iba a molestarse con el comentario del peliblanco–. Eres muy asertivo, crees… ¿crees que puedas decirme más?
 
–No lo creo, sería tonto de mi parte decir algo sin saber nada de una persona –dijo cruzándose de brazos.
 
–¡Por favor! –insistió, apoyando sus manos sobre la barra.
 
–Hmmm… vale, diría que te atormenta algún problema amoroso, a los chicos les ocurre mucho y vienen al bar para desahogarse –dijo, más por la obstinación de Adolfo que porque realmente creyera algo así–. Claro que eso es solo mi percepción general, no todos los que vienen aquí tienen la intención de hablar.
 
–No es amoroso exactamente, tiene que ver con mi hermano –Adolfo respondió como si no hubiera escuchado lo último que dijera el bartender.
 
–Es un problema familiar, entonces –y acercándose un poco al chico, le habló en voz baja–. Antes de continuar, ¿quieres que te traiga lo de siempre o quieres probar con algo más fuerte?
 
–Lo de siempre, por favor…
 
–Vale, lo de siempre –y se dispuso a preparar un Kir Royal, popular cóctel francés que solo preparaba cuando Adolfo venía de visita–. Y bueno, ¿qué pasa con tu hermano?
 
–Él y yo hemos sido muy cercanos, debido a que nuestros padres no son demasiado afectuosos, digo, siempre se han preocupado por nosotros, pero no es como si hubiésemos sentido su cariño, además tienen… tenían momentos en los que no se llevaban y discutían frente a nosotros, en algún momento llegué a pensar que se separarían –Adolfo hizo una pausa, como considerando todo lo que había dicho–. El asunto es que siempre nos hemos tenido el uno al otro.
 
–¿Pero?
 
–Pero de un tiempo a esta parte, él cambió y todo por causa de una persona… él se enamoró y ahora está saliendo con un chico –su voz se volvió más seria–. Y lo que más me dolió fue que él mismo me lo dijera, me ha dado tanto que pensar.
 
–¿Te habría gustado enterarte por otro?, ¿eso es?
 
–Me habría gustado que nada de esto pasara, que nunca se hubieran conocido…, ¿celos?, ¿esto es… sentir celos?, así parece, Nicolás me lo dijo.
 
–“¿Nicolás?, ¿por qué ese nombre me suena tan familiar?” –pensó Javier por un momento, viendo como Adolfo parecía más hablar para sí mismo. Definitivamente algo estaba pasando ahí–. Así que estás celoso, ¿y de tu hermano?
 
–Sí, lo estoy, no hay otra explicación –dijo volviendo en sí–. Antes compartíamos mucho tiempo, pero ahora que ya anunció su relación con nuestros padres, no es igual, cuando no está con ese despistado, se la pasa a solas, encerrado en su cuarto o fuera de casa. Me cuesta trabajo aceptarlo.
 
–Aquí tienes –Javier presentó delante del chico la copa que contenía la elegante bebida. Al mismo tiempo, el peliblanco daba vueltas en su mente a las palabras que acababa de escuchar.
 
–Gra… gracias –dijo, intentado cambiar la expresión de su rostro por una más animada–. No sé qué hacer al respecto.
 
–¿Has intentado hablar con él?
 
–No. No quiero hablar con él, eso solo lo alejaría más –respondió, dando un sorbo al trago, dejándose llevar por su dulce sabor–. Antes de que él hablara con nuestros padres, tuvimos una conversación donde me dijo la verdad, y no acabó bien. Después de eso, ya no quiero intentar nada.
 
–Pero te estás engañando a ti mismo, ¿cuánto tiempo crees que vas a aguantar callarte todo esto? –el bartender dejó de lado su trabajo y fue a sentarse junto a Adolfo, que pese a seguir bebiendo, más parecía querer llorar.
 
–No lo sé, tanto como pueda… supongo –dijo con resignación–. Me hacía tan feliz tenerlo conmigo, y que ahora esté con alguien más…, me duele…, no puedo evitarlo.
 
–¿Y no crees que a él también le afecta pasar por esta situación?, ¿es tan malo como para ignorar lo que siente su hermano? –dijo Javier tocando su hombro, sabía de primera mano lo que era ese sentimiento, sufrir en soledad frente a un distanciamiento que no hace más que crecer–. Tarde o temprano tendrán que hablarse y aclarar todas sus diferencias.
 
Adolfo asintió levemente con la cabeza, sin mirar al peliblanco en ningún momento, otra vez parecía abstraído en sus pensamientos y notándolo, Javier le dio unas palmadas en la espalda antes de regresar a su lugar detrás de la barra, dejando de prestarle atención para atender a los clientes recién llegados; no podía hacer más por aquel chico atribulado que, concentrado en beber su coctel, ignoraba que la mirada de alguien más caía sobre él.
 
… … … … …
 
Después de que anunciaran su relación a los padres, Alejandro y Nicolás fortalecieron su vínculo en el plano familiar: las visitas se volvieron frecuentes y las extensas pláticas permitieron a los involucrados conocerse más; los adultos no se negaban a pasar tiempo con los chicos, por el contrario, aceptaban de buen grado recibir a la pareja del otro en su casa y compartir alguna actividad, como ver una película o jugar una partida de cartas.
 
Había pasado un tiempo desde su última comunicación y, casi por casualidad, Nicolás e Ignacio se encontraron durante una tarde cuando visitaban el barrio de las antigüedades; como era habitual entre ellos, acudieron a la capilla, ocuparon la banca de siempre y, en voz baja, se pusieron al corriente de sus vidas.
 
–Hemos formalizado nuestra relación y también hemos hablado con nuestros padres al respecto –informó Nicolás.
 
–¿En serio?, ¿y qué les dijeron? –Ignacio estaba genuinamente asombrado. No esperaba que las cosas fueran tan a prisa.
 
–Todo bien, lo aceptaron y nos apoyaron, aunque, si te digo la verdad, estábamos preocupados por la reacción que tendrían. Fue una verdadera prueba.
 
–Ya lo creo. Me alegro por ustedes, son muy afortunados por tener padres que piensan de esa forma tan abierta.
 
–Gracias. ¿Y ustedes?, ¿qué ha ocurrido con Javier?, ¿han hablado con tus padres o los de él?
 
–No, no hace falta, en realidad, porque ninguno de los dos vive con ellos.
 
–Quieres decir que…
 
–Que tanto Javier como yo vivimos por nuestra cuenta y, en mi caso particular, no mantengo un contacto cercano con mis padres, desde hace mucho.
 
–Puedo…, ¿puedo saber por qué? –Nicolás dudó sobre si debía preguntar o no, pero se atrevió a hacerlo en la idea de que podría ayudarle si entendía mejor sus circunstancias.
 
–Mis padres se divorciaron hace algunos años. Tuve la opción de irme con uno de ellos, pero no quería, o más bien no podía, no podía aceptar la idea de que la familia que conocía había dejado de existir –hizo una pausa antes de continuar–. Al final decidí irme al departamento que ellos tenían y allí es donde he vivido desde entonces.
 
–¿Y has podido mantenerte así todo este tiempo? –estaba sorprendido por la historia que acaba de escuchar, él no podía imaginarse el pasar por una situación así. Parecía que Ignacio estuvo solo durante mucho tiempo y el hecho de que Javier fuera su única compañía lo hizo sentir aliviado.
 
–Sí, al principio ambos me enviaban dinero, pero después de que comencé a trabajar, dejé de recibirlo, les pedí que no lo hicieran más.
 
–Entiendo, aunque la verdad, no sé cómo reaccionaría ante una situación así, el solo pensar que de un momento a otro mi familia se destruye, me aterra –Nicolás se estremeció ante la idea–, pero, ¿sabes?, me siento tranquilo de saber que tienes a Javier contigo. Si bien no lo conozco demasiado, creo que te ama de verdad y ha sido un apoyo para ti.
 
–Lo es. Desde un principio lo fue y lo sigue siendo. Me apoyó como nadie más lo hizo y siempre le estaré agradecido, porque siempre estuvo ahí para mí, cada vez que lo necesité e incluso ahora, que estamos juntos, siempre tiene palabras que me hacen sentir mejor, es un chico increíble –Ignacio sonrió suavemente al pronunciar estas palabras, reparando en que era la primera vez que hablaba tan abiertamente de Javier a otra persona que no fuera Katerina.
 
–Sí que lo amas, ¿verdad?
 
Ignacio se enrojeció súbitamente y se volteó, haciendo que Nicolás riera, para su suerte sin que nadie lo hiciera callar.
 
Como ya era tarde, la conversación entre ambos chicos no se prolongó demasiado y pronto decidieron que ya era momento de irse. Cuando estaban en la entrada de la capilla a punto de separarse, una voz conocida los sorprendió a ambos.
 
–¡Con que aquí estabas! –se trataba de Javier, llevaba su cabello recogido y cargaba un bolso consigo–, ¡qué sorpresa verte!, eh… ¡Nicolás!
 
En ese momento recordó que, en el bar, horas antes había estado hablando con Adolfo y había mencionado que su hermano, curiosamente, también se llamaba Nicolás. Ahora entendía por qué el nombre le sonaba de algo, pero, ¿se trataría de la misma persona o sería solo casualidad?
 
–Lo mismo digo, Javier, no esperaba verte, bueno, tampoco a Ignacio –dijo saludando al peliblanco.
 
–Me imagino que sí, ¿no llevas tu teléfono, Ignacio?, te estuve llamando.
 
–¡Oh!, no me di cuenta –dijo, y sacó el aparato de su bolsillo–. Disculpa, es que lo tenía silenciado. Estábamos conversando dentro y sería molesto que sonara de repente.
 
–Esperaba que pudiéramos comer juntos hoy, ya sabes, aprovechando que salí temprano del trabajo –dijo Javier juntando las manos, como si de una súplica se tratara.
 
–Sí, no lo he olvidado, es solo que me retrasé hablando con Nicolás.
 
–Eh… bueno, será mejor que me vaya, ustedes tenían planes, al parecer –dijo el aludido–. Ha sido un gusto verte otra vez, Javier, y nosotros hablamos otro día ¿vale?
 
–Vale, hablamos –respondió Ignacio y se despidieron.
 
Nicolás se despidió también de Javier y se alejó hasta perderse en medio de la multitud que circulaba a esa hora por las calles.
 
–Podríamos invitarlo a cenar con nosotros un día –comentó Ignacio mientras caminaban rumbo al departamento.
 
–¿Qué?, ¿lo dices en serio? –Javier lo miró con sorpresa.
 
–Sí, no veo problema con ello, además… Nicolás comienza a agradarme –fue la respuesta–, pero si resulta molesto para ti…
 
Las palabras de Ignacio tuvieron un efecto inmediato en su novio: de forma brusca tomó la mano del chico y lo arrastró consigo, apresurando el paso, mientras que su expresión se había vuelto seria.
 
–¡Eh!, ¡eh!, ¿qué te pasa tan de repente?, ¡oh!, ¿no será que…? –Ignacio fue más allá y captó el sentido del gesto, sonriendo de medio lado–, ¿estás celoso de Nicolás?
 
Javier no respondió. En su lugar caminó incluso más rápido.
 
–¡Jajaja!, sí que estás celoso…
 
–¡Sí!, ¡estoy celoso!, ¿y qué con eso? –Javier se detuvo en seco y encaró con molestia la risa del otro–, ¡no te burles!, no quiero que…
 
Su berrinche fue acallado por los labios de Ignacio, que se abrazó a su cuello y, no siendo menos, Javier respondió con tanta o más intensidad, recorriendo la espalda del chico con sus manos ansiosas.
 
–No tienes que sentir celos, ni de Nicolás ni de nadie, el único que me interesa eres tú, el único que está en mi mente y corazón eres tú, Javier –dijo Ignacio, tras cortar el beso y separarse un poco, lo suficiente para verle a los ojos–, ¿vale?
 
–…, vale, estoy demasiado acostumbrado a ser el único cerca de ti, y ahora que me dijiste que Nicolás te agrada, bueno…, no pude evitarlo –dijo el peliblanco haciendo un puchero.
 
–No tienes que preocuparte por él, lo que siento por ti no cambiará y estoy seguro de que tú tampoco cambiarás lo que sientes por mí, ¿me equivoco?
 
–No –y lo volvió a besar, completamente sonrojado.
 
Ignacio solo se dejó llevar, no tenía razón para dejar ir a Javier, del que tantas cosas buenas había hablado antes con el pelinegro. Era el chico que le gustaba y amaba.
 
–¿No íbamos a comer? –preguntó al fin viendo que el peliblanco no lo soltaba.
 
–Sí… sí, vamos –dijo, y se retomaron la marcha, tomados de la mano, pero a un ritmo en el cual Ignacio podía recargarse en el hombro de Javier, y éste podía besarle cuando quisiera.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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