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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

LIV
 
Con cada rechazo, su orgullo se sentía más y más herido, y con ello las ganas que tenía de poseer a Adolfo aumentaban, siguiéndolo cada vez que tenía ocasión, alimentado por el juego del pelinegro, que era de lo más extraño. ¿Por qué le divertía tanto que le siguiera?, si tanto le desagradaba, ¿por qué lo hacía? Esa provocación le excitaba y sus sentidos se concentraban sólo en él.
 
“Si es un juego, Adolfo, se trata de uno muy peligroso”.
 
Aunque le resultó divertido seguir a Adolfo un par de veces más, Lucas no tenía la intención de continuar con la misma dinámica indefinidamente y su ansiedad por no conseguir nada con el pelinegro, le obligó a descargar su molestia y frustración en una sucesión de ataques, noches que se volvieron pesadillas para aquellos que tuvieron la desgracia de encontrarse con el «maníaco encapuchado», nombre con el que fue nombrado tras hacerse conocido.
 
Un vagabundo fue el primero de ellos, solo porque quería una víctima fácil, que en efecto lo fue, el viejo apenas si opuso resistencia y acabo tirado junto a una pila de basura. Le siguió una pareja, o eso aparentaba, pues se trataba de una prostituta y su cliente, a los que agredió violentamente, pero el tipo, intentando defenderse, acabó peor que su compañera, y Lucas vio con agrado como apenas el hombre podía arrastrarse hasta su vehículo para escapar, la mujer no se movía. La última noche, en un arrebato de ira, atacó a una verdadera pareja, un par de incautos que salían abrazados desde un local y, a simple vista, se notaba lo bebidos que estaban; no era tan tarde como otras veces y la adrenalina de cometer sus actos en un momento en el que arriesgaba ser visto, pudo más que la falsa moderación que había intentado mantener. Simplemente, los hizo pedazos.
 
La satisfacción que experimentaba después de cometer tales crímenes era indescriptible, se sentía con la capacidad de doblegar a cualquiera que le contrariara, incluso a Adolfo, y en la fantasía de someterlo a su voluntad, llegó incluso a masturbarse pensando en el pelinegro desnudo sobre su cama, pero luego recordaba su expresión altanera y actitud arrogante, y todo su placer se esfumaba. Si Adolfo no era la recompensa al final del camino, parecía que todo lo que hacía era en vano.
 
Un día, después de salir a recorrer la ciudad, regresando a casa y arrojándose sobre la cama desordenada para dormir durante horas, no pudo evitar pensar en los rumores que se estaban esparciendo por los barrios, en los comentarios que podían oírse en las reuniones sociales: que había un sicópata rondando y que podía volver a atacar en cualquier momento. “Mierda, se me ha pasado un poco la mano”. Si no se detenía, al menos un tiempo, en la comisión de sus ataques, estaría en graves problemas. 
 
… … … … …
 
«Hola. ¿Te acuerdas de mí? Necesito ayuda. Llámame. Gracias.»
 
Era casi las 05:00 de la mañana cuando Erika se despertó a causa del mensaje que recibió. Adormilada como estaba, tomó su teléfono y leyó el texto, pero al no reconocer el número, le restó importancia y apagó el aparato. Tan fácil como se despertó, así mismo se durmió.
 
… … … … …
 
El frio del invierno no redujo del todo la actividad en el local y los chicos seguían cumpliendo sus turnos con responsabilidad. La oferta de platos calientes aumentó gracias a las sugerencias de Ariel para atraer a más comensales y variar un poco el menú de la casa.
 
A eso de las seis de la tarde, hora en la que comenzaban a llegar los clientes, comenzó el verdadero ajetreo, pues todos buscaban disfrutar de reuniones fuera de la oficina, beber algo en el bar, o comer algo en la terraza temperada, relajándose tras una pesada jornada laboral.
 
Los tragos salían uno tras otro desde la barra, y los camareros iban y venían con sus bandejas cargando los servicios ordenados para cada una de las mesas, dando lo mejor de sí en la atención que prestaban; en medio de todo el trabajo, Cristina, que esperaba para retirar unas cervezas, se detuvo a observar las personas que llegaban y notando un par de rostros conocidos, habló a Ignacio.
 
–Tenemos visitas.
 
–¿Sí?, ¿de quién se trata? –preguntó el bartender, que estaba de espaldas a la chica.
 
–Velo por ti mismo.
 
Sin descuidar su trabajo, Ignacio desvió la mirada sin verdadero interés, pero sus ojos brillaron notablemente al ver llegar a Katerina y Javier junto a la barra.
 
–Bienvenidos –dijo Cristina con una sonrisa reluciente.
 
–¡Hola!, tanto tiempo sin vernos, ¿cómo has estado? –saludó Katerina, tan fresca y animada como siempre–. ¿Y tú?, ¿por qué no nos saludas?, ¿te quedaste sin palabras?
 
–Bienvenidos –dijo Ignacio escuetamente.
 
–¿Solo eso?, pensé que recibirías con más entusiasmo la visita de tu amiga y de tu novio –dijo, señalándose y también a Javier, que permanecía en silencio–. ¿Oh?, también tú te quedaste mudo.
 
La pareja cruzó miradas un momento y luego la apartaron, pero Ignacio, ofuscado por las palabras de la chica, salió de detrás de la barra y besó cariñosamente al peliblanco, que respondió a la caricia, rompiendo así el encantamiento en el que estaba sumido.
 
–¡Eso está mucho mejor! –dijo Katerina con aire triunfal a Cristina, quien ahora miraba enmudecida–. Estos dos aún no se acostumbran al hecho de que son novios y no saben cómo actuar cuando se ven, menos en presencia de sus amigos, pero ya ves que si pueden hacerlo después de todo.
 
–Sí…, y con mucho entusiasmo… –dijo ella asintiendo–. Tal parece que les va bien a los dos.
 
–Así es, ¿y qué hay de ustedes?, ¿cómo van las cosas por aquí? –preguntó Katerina dejando que sus amigos se ocuparan de sus asuntos, mientras ella hablaba con la camarera.
 
–Todo bien, tranquilo, aunque preocupados por los ataques que han ocurrido recientemente, ¿has oído de ello?
 
–Sí, es alarmante que ocurra algo como esto, en un barrio tan bueno como el nuestro.
 
–Y sin tener idea de quien puede ser el responsable –dijo Javier, tras separarse de Ignacio y saludar a Cristina–, aunque hay rumores que dicen que puede ser alguien que frecuenta los bares de esta ciudad.
 
–¿Tanto así?, pensé que se trataba solo de algunos sitios específicos –comentó Ignacio regresando a su lugar detrás de la barra–. No creí que podría estar visitando todos los bares.
 
–Quienes dices eso se basan en que las víctimas han aparecido en lugares muy diferentes, algunos en extremos opuestos de la ciudad –dijo Katerina tomando asiento.
 
–Y han tenido lugar durante la madrugada –dijo Cristina, preparando la mesa que los recién llegados iban a ocupar.
 
–Así parece ser –dijo Javier, sentándose frente a su amiga.
 
–Bueno chicos, me encantaría seguir conversando, pero debo atender el resto de mesas, y descuiden, enviaré a alguien más para que se ocupe de ustedes –dijo la camarera retirándose tras dejar la mesa con su servicio listo–. Supongo que han venido a verte, Ignacio, muy afortunado.
 
–¿Y tú de qué te quejas?, tu novio y amigos trabajan aquí –repuso Ignacio entornando los ojos–. Ustedes, ¿qué van a beber?
 
–Lo que tú quieras servirnos, querido –dijo Javier guiñándole el ojo, ruborizando al bartender.
 
–Qué rápido entras en confianza –rio Katerina, y volviéndose a Ignacio, agregó–: ¡sorpréndenos, querido!
 
–A ver qué se me ocurre –respondió, se dio la vuelta para mirar su estante de licores y sintiendo la inspiración, tomó un par de botellas y se puso manos a la obra–. Ya está, aguarden un poco y podrán degustar mi nueva creación.
 
Las miradas de Katerina y Javier no se despegaron de Ignacio hasta que los vasos con la bebida estuvieron frente a ellos.
 
… … … … …
 
«Hola. ¿Te acuerdas de mí? Necesito ayuda. Llámame. Gracias.»
«Hola. ¿Te acuerdas de mí? Necesito ayuda. Llámame. Gracias.»
 
Desde hace varios días que estaba recibiendo el mismo mensaje, una y otra vez.
 
Se había olvidado del primero que recibió, pero debido a la insistencia de quien quiera que fuera el remitente, resultaba imposible ignorarlo en este punto. Era un fastidio.
 
Erika se encerró en su cuarto, tomó su teléfono y marcó al número desconocido.
 
… … … … …
 
Cuando la cantidad de clientes disminuyó y la carga de trabajo se alivió, los chicos pudieron reunirse para charlar un rato. Cristina, Sebastián y Alejandro se unieron a Francisco, que estuvo atendiendo a Katerina y Javier mientras discutían los rumores acerca del «maníaco encapuchado».
 
–La situación no es buena y así como están las cosas todos debemos tener cuidado, y ustedes permanezcan en grupo cuando se vayan y regresen a casa –dijo Katerina.
 
Los presentes asintieron, sabían perfectamente que lo dicho por la chica no era ninguna exageración.
 
–Hemos dicho lo mismo a todos quienes nos visitan en «la Dama Azul», hay algunos clientes, jóvenes, sobre todo, que están realmente preocupados y temen que estos ataques sigan ocurriendo –dijo Javier, viendo a Ignacio y ubicando su brazo detrás de su cintura–. No te tardes en regresar, por favor. Puedo esperarte si quieres.
 
–No hace falta que te preocupes tanto, sabes que puedo cuidarme solo –respondió el bartender.
 
–Deberías comentarle esta situación a Nicolás –sugirió Cristina a su amigo.
 
–Lo haré la próxima vez que nos veamos –respondió Alejandro–. Tendremos que hacer fiestas en casa a partir de ahora.
 
–Así parece, podríamos un día reunirnos en una casa y…
 
–No seas tonto, Fran, este no es el momento de pensar en fiestas, por mucho que me gustaría ir a una –le regañó Sebastián dándole un codazo–. Por cierto, deberías prevenir también a Erika. ¡Oye, Ariel!, ¿estás escuchando?
 
–¡Sí!, ¡escuchando! –gritó para luego asomarse por la ventanilla de la cocina–. ¡Mucho cuidado todos!
 
–Hmmm..., lo que más me molesta es que nadie haya presenciado los ataques –continuó diciendo Katerina con molestia–. Es lo peor del caso, y como nadie ha visto al tipo salvo las víctimas, nadie tiene idea de quién es.
 
–Por lo que he oído, no hay un patrón claro y los ataques parecen ocurrir al azar –dijo Cristina.
 
–Yo también escuché eso, no hay un tiempo establecido entre un ataque y el siguiente –agregó Francisco.
 
–Aunque parece que el atacante tiene predilección por la madrugada, casi al despuntar el alba –dijo Sebastián–. Tenemos que evitar las calles durante esas horas.
 
–¡Regresemos todos juntos!, es lo que debemos hacer –exclamó Alejandro juntando sus manos–. Ahhhh…, ojalá tuviésemos un auto, ¡que frustrante!, tendré que ahorrar mucho dinero y comprarme uno.
 
Los chicos rieron.
 
–Yo podría llevarlos, pero me temo que es demasiado pequeño para que entren todos –dijo Ariel llegando junto al grupo. Vestía enteramente de blanco y con satisfacción vio que los platos que habían servido antes a Katerina y Javier estaban limpios–. Me hace feliz ver que les gustó el platillo de hoy, mi más reciente preparación.
 
Por sugerencia del mismo Ariel, los chicos ordenaron dos porciones de trenette con salsa pesto genovés, un plato del noroeste de Italia.
 
–Estuvo delicioso, muchas gracias –dijo la chica mirando al ayudante, que asintió levemente con la cabeza.
 
–Sí, muy bueno en verdad, gracias Ariel. Ahora tengo otra razón para regresar aquí, después de Ignacio, claro –dijo Javier, atrayendo aún más a su novio hacia sí, mientras con su mano libre tomaba la de Ignacio y la besaba.
 
–Me alegro tanto por ustedes –dijo Alejandro con una amplia sonrisa–. No puedo evitar pensar lo malhumorado que eras cuando nos conocimos, Ignacio.
 
–Y lo sigue siendo, aunque reconozco que en menor medida –comentó Cristina, a lo que sus amigos asintieron.
 
–Lo mismo puedo decir de ti –respondió el bartender–. Al menos nuestra comunicación es mejor.
 
–Eso está muy bien –dijo Katerina, complacida por las noticias–. Ya ven como el amor puede cambiar a las personas.
 
El semblante de la chica se entristeció un poco tras pronunciar estas palabras y Ariel lo notó.
 
–Bueno, chicos, ya nos vamos. Ha sido una velada muy agradable, gracias por la comida y por la conversación –dijo Javier levantándose para despedirse–. Espero verlos a todos en otra ocasión, quizá en «la Dama Azul» cuando las cosas se calmen un poco.
 
–Lo mismo digo, gracias a ustedes por venir –dijo Cristina.
 
–Ya habrá ocasión de reunirnos, ojalá en una fiesta –agregó Francisco divertido.
 
El grupo se dirigió a la salida e intercambiaron palabras de despedida y tranquilidad, en un intento por disipar la preocupación que, en diferentes medidas, se había instalado en la mente de todos.
 
Una atmosfera de inseguridad se había levantado sobre la ciudad.
 
… … … … …
 
«Sé que no es el mejor momento para vernos, pero te gustaría salir conmigo el próximo lunes. Avísame. Ariel.»
 
Así decía el mensaje que Katerina recibió tras regresar a casa esa noche. No había tenido ocasión de hablar con el ayudante después de verlo en el local, así que no estaba mal la idea, o por lo menos considerarla. La chica miró otra vez el texto antes de apagar el teléfono. Le respondería al día siguiente pues estaba muy cansada para pensar en ello en ese momento, solo esperaba no olvidarse de hacerlo. No quería ser descortés con Ariel, no después de tan deliciosa cena.
 
… … … … …
 
–Gracias por devolverme el llamado, estaba un poco ansioso –su voz y respiración era claro reflejo de ello.
 
–Está bien, no recordaba quien eras, ha pasado un tiempo desde entonces –dijo Erika al otro lado de la línea–. Bueno, ¿qué necesitas?, fuiste muy insistente.
 
–Una recomendación.
 
–¿Recomendación?
 
–Sí, creo que eres buena en ello y supongo que si nos encontramos en ese lugar fue por algo.
 
–Hmm…, necesitaré que me des más información.
 
–Algo que suene a "infierno", ¿tendrás algo así?
 
–Vale, miraré en mi biblioteca y te vuelvo a llamar.
 
–Gracias.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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