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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

LXI
 
Pese a lo inesperado que resultó para Nicolás que Adolfo fuera invitado a cenar por los organizadores, en el fondo agradecía que su hermano menor tuviera ocasión de compartir con otras personas; él mismo había agradecido a Erika por la iniciativa y le había dicho que, quizá más adelante, podrían volver a hablar para recomendarse libros, igual a como había hecho la chica con otros de los presentes.
 
–Me atrevo a decir que Adolfo debió congeniar en algún sentido con Erika y los demás –sugirió Alejandro mientras iban de regreso a casa.
 
–Creo que sí y me alegraría mucho que así fuera, llegué a pensar que ya no deseaba conocer gente nueva, que había perdido su carisma –respondió Nicolás–. Eso era más propio de mí que de él.
 
–Tú también tienes tu encanto, no creas que solo tu hermano –dijo Alejandro en un tono de reproche. No le agradaba que su novio se compara con Adolfo, haciendo ver al menor como una figura más luminosa–. Me gustas como eres, así que no digas esas cosas. Tienes tu propio carisma.
 
Nicolás no respondió de inmediato, sino que sostuvo con fuerza la mano de su pareja y la llevó hasta sus labios, besándola cariñosamente.
 
–Soy muy afortunado de tenerte conmigo.
 
Alejandro no pudo menos que sonrojarse.
 
–¿Notaste que el pianista y el tal Lucas parecían conocerse? –preguntó Nicolás, retomando la conversación.
 
–Eh… sí, los vimos cuando estábamos saliendo, lucían como un par de amigos, ¿por qué?, ¿crees que sean pareja? –cuestionó Alejandro.
 
–No, bueno, la verdad es que no lo sé, solo me llamó la atención –el pelinegro hizo una mueca como si pensara en ello–. El que también me resultó curioso fue ese otro chico pelirrojo que estaba con Erika.
 
–También a mí, ¿viste cuán emocionado estaba?, no se despegó de ella en ningún momento.
 
–Erika me dijo que recomendaba libros a los interesados, incluso que ha prestado libros a algunos de ellos.
 
–Tal vez por eso el pelirrojo, Martín creo que se llamaba, estaba tan emocionado.
 
–Puede ser. Ahora, que Adolfo mencionara que todos ellos irían a cenar, me hace pensar que, por fuerza, tendrían que conocerse, después de todo, el pianista era también un organizador.
 
–Supongo que sí. En cualquier caso, estaría bien que Adolfo haga nuevos amigos.
 
–Sí, lo ayudará a distraerse, y hablando de eso, ¿por qué no te quedas después de la cena?, para distraerme con tu presencia.
 
–Podría ser, no lo sé –decía Alejandro juguetonamente, balanceando las manos de un lado al otro–. A mis padres no les molestará que me quede contigo esta noche.
 
–Claro que no les molestará, además, se está volviendo costumbre entre nosotros el quedarnos en la casa del otro de vez en cuando. Y algo de privacidad nos vendría bien, ¿verdad?
 
–Para qué te digo que no, si sí.
 
Los dos rieron como tontos, felices por ambos y el buen rato que pasarían más tarde esa noche.
 
… … … … …
 
La tarde llegó, y con ella el frío. Javier lo sintió y se estremeció, a pesar de que estaba ocupado en la cocina del departamento. 
 
Ignacio permaneció acostado durante todo el día, durmiendo la mayor parte, y el peliblanco, rendido ante la simple petición de que se quedara, lo acompañó y se acostaron juntos, descansando cómodamente. Cuando despertaron, Javier se ofreció a preparar algo para comer en el dormitorio, decidiéndose por una sopa de verduras, perfecta para el ambiente, y que acompañó con un crujiente pan baguette tostado; vertió el contenido en dos tazones y los llevó en una bandeja junto con el pan, dejando todo sobre la cama para acercarse a Ignacio, que seguía adormilado.
 
–Ya está listo –le habló suavemente.
 
–¿Qué preparaste?, huele rico.
 
–Sopa de verduras, creo te sentará muy bien.
 
–Gracias –dijo Ignacio, incorporándose en la cama y apoyándose contra el respaldo de la cama; tomó el control de la televisión y le dio continuar a la serie que había empezado algún tiempo atrás. El prólogo dio paso a la intro: “Every empire has a beginning forged of blood, steel, fortune, and conquest. In 1453, Roman Emperor Constantine XI and Ottoman Sultan Mehmed II wage an epic battle for Constantinople. 23 armies have tried to take the legendary city and all have failed. Out of carnage, one ruler will emerge victorious and change the course of history for the next 300 years. For one empire to rise, another must fall”. (Rise of Empires: Ottoman)
 
Javier le entregó uno de los tazones y, acomodándose a su lado, tomó el otro y dejó la bandeja con pan sobre la mesita de noche. Ignacio no tardó en recargarse contra su novio.
 
–¿Te gusta?, ¿sabe bien? –preguntó.
 
–Está deliciosa y calentita, gracias –respondió, y comiendo el pan tostado, acompañó cucharada tras cucharada de sopa–. ¡Mmmmm, qué rico!
 
Javier estaba complacido con la reacción de Ignacio, casi parecía un niño pequeño.
 
–Gracias por preocuparte por mí, gracias por todo –dijo, tomándole de la mano.
 
–No… no tienes que agradecerme, me hacer feliz cuidar de ti, es más, estar contigo me da tranquilidad, no me gusta dejarte solo.
 
–Lo sé, y me he sentido bien durante estos días –dijo, sonriendo suavemente y recobrando el brillo en sus ojos grises–. Dime, ¿quisieras quedarte esta noche?
 
–¿Es una invitación?
 
–Sí, no quiero pasar la noche solo –su voz adquirió un tono más sensual–. Quédate, por favor.
 
–Y yo que pensaba dejarte descansar… –dijo Javier con un suspiro y una risita–. Bueno, no puedo rechazar una invitación como esta, menos si lo dices de esa forma. 
 
Se acercó hasta alcanzar sus labios, y con gentileza, besó aquellos labios que siempre estaban dispuestos a recibirle y compartir una caricia.
 
–Entonces, ¿te quedarás? –preguntó cuando se separaron.
 
–Me quedaré, como pida Su Majestad, cuya hermosura me cautiva –respondió, cariñoso y sonriente, permitiendo que Ignacio se apoyara sobre su hombro y se dejara acariciar.
 
Después de comer, los dos permanecieron por varias horas en la misma posición, viendo la serie hasta terminarla.
 
… … … … …
 
Para sorpresa de Adolfo, el restaurant al que fueron era un establecimiento elegante y de buen gusto, en medio de un barrio que no frecuentaba, lleno de hoteles de lujo, finos bares, negocios y boutiques; solo por el ambiente de aquel sitio, cabía esperarse que la comida, cualquiera esta fuera, resultara costosa, haciendo que el pelinegro dudara acerca de la invitación. Pese a los intentos del chico por disuadirlos de comer allí, Adolfo acabó sentado a la mesa con ese grupo de extraños, cada cual más raro, incluido Lucas, que tan cómodo se veía con Erika y Tomás, y haciendo reír nerviosamente a Martín.
 
–Descuida, mi hermano y la señorita Erika invitan –le calmó el pelirrojo, después de notar su incomodidad–. Asumo que, por tu expresión, no acostumbras comer en sitios así.
 
–Asumes bien, ¿y tú?, ¿sí acostumbras venir a lugares como este? –preguntó mientras daba un vistazo a los cubiertos y a la cristalería sobre la mesa.
 
–La verdad es que no, pero me encanta hacerlo cada vez que venimos a la ciudad, lo disfruto al máximo, y este restaurant, sobre todo, la comida es tan deliciosa y dispuesta con tanto gusto que, simplemente, como hasta quedar satisfecho, a diferencia de Tomás, que no come demasiado.
 
–Sí, te concedo que el lugar es muy bonito y bien organizado –la mirada de Adolfo fue de un extremo a otro del recinto, admirando la exquisita decoración y a sus bien vestidos empleados.
 
–No es tan malo como lo crees, venir a sitios así es muy agradable. Relájate conmigo y déjate llevar, aunque sea esta noche –finalizó Martín, con una actitud tan despreocupada que hizo preguntarse a Adolfo si la familia del pelirrojo gozaba de una situación económica tan buena que permitía a sus hijos darse esa clase de lujos.
 
–Lo… lo intentaré, después de todo, se trata de una invitación para cenar, nunca quise rechazarla –respiró profundo y se relajó, bebió un poco de agua y se acomodó en su sitio, pues parecía como si estuviera hundido en la silla, a diferencia de Lucas y Tomás, que hablaban tan amenamente–. Por lo visto, ellos se llevan de maravilla.
 
–Sí, y resulta curioso, porque los ex no siempre acaban siendo amigos como mi hermano y Lucas –dijo, en voz baja y acercándose al pelinegro.
 
–¿Ex?, ¿me estás diciendo que Lucas y Tomás…?
 
–Sí, fueron novios, pero de eso han pasado años, tantos que ni lo recordaba ya, y fue por eso que me sorprendí cuando me hablaste de tu hermano y su pareja. Mi memoria es un poco frágil y ya ves que no debí reaccionar así cuando conocía tan de cerca una situación similar –explicó Martín, moviendo la cabeza y con una expresión apenada.
 
Adolfo quedó en silencio unos instantes, viendo a la antigua pareja charlar y reír. Parecía como si nunca hubieran roto.
 
–¿Ocurre algo? –preguntó el pelirrojo.
 
–No, nada –respondió, volviendo su mirada a Martín.
 
–Dime una cosa, Lucas y tú ya se conocían, ¿verdad?
 
–¿Eh?, ¿por qué me preguntas eso?
 
–Fue la impresión que me dio, además, Lucas no dejaba de mirarte, ¿son amigos?
 
–No exactamente –respondió por lo bajo.
 
–Tú también lo miraste un par de veces, ¿no será que entre ustedes…?
 
–¡No!, ¡no hay nada entre nosotros!
 
–¿Sí?, no es lo que parece, no para mí, ¿y sabes por qué?
 
Adolfo tragó saliva.
 
–Porque las conozco, son las mismas miradas que intercambiaban Lucas y Tomás cuando estaban juntos, y ahora las veo en ustedes –la actitud suave del pelirrojo volvía a esfumarse, tornándose por un momento severa y escudriñadora, para dar paso a una sonrisa traviesa–. Estoy seguro que será una velada de lo más interesante.
 
Adolfo quedó helado. Martín era escalofriante y un estremecimiento le recorrió el cuerpo solo de pensar lo que el pelirrojo ocultaba tras esa fachada de dulce inocencia. “¿En dónde me vine a meter?”, pensó.
 
–¿Ya han decidido lo que van a ordenar? –preguntó tras ellos el camarero, haciendo sobresaltar a los dos chicos.
 
–¿Qué…?, ¿ordenar…? –balbuceó Adolfo.
 
–No… aún no…, si nos da unos momentos más…, por favor –dijo Martín, volviendo su atención hacia la carta, que permanecía sin siquiera ser abierta.
 
–Por supuesto –y el camarero se dirigió a tomar los pedidos de Erika, Tomás y Lucas, que sí habían decidido.
 
Adolfo tomó la carta y tras dar una mirada rápida, cayó en cuenta de que no conocía ninguno de los platillos allí mencionados y, de hecho, algunos de los nombres no ayudaban en nada a aclarar sus dudas. Sin más remedio, recurrió a Martín, tocándole el brazo.
 
–¿Qué ocurre?
 
–No conozco nada de lo que hay aquí, ¿qué tipo de comida es esta? –dijo, señalando la carta.
 
–Comida francesa, ¿por qué?, ¿no te gusta? –Martín lo miró extrañado.
 
–Jamás la he comido, pero parece que tu sí, así que ayúdame, ¿qué puedo pedir?
 
–No sé, a mí me gustan la mayoría…, podría ser…
 
–¡Entonces dime qué vas a pedir tú! –Adolfo se impacientaba.
 
–¡Qué carácter! –exclamó Martín, ofuscado.
 
–Solo dime qué vas a ordenar, para yo pedir lo mismo. No quiero quedarme sin cenar.
 
–Vale, de acuerdo. Voy a pedir una merluza a la beurre blanc. ¿Estás bien con eso?
 
–Sí, sí, gracias –y haciendo una señal al camarero, dijo–: Ya decidimos, dos merluzas a la beurre blanc, por favor.
 
–Anotado. ¿Y para beber?
 
–Vino blanco, por favor –respondió Martín.
 
–Anotado, gracias. En un momento les traeremos su orden.
 
El camarero se retiró y los chicos quedaron en silencio.
 
–Gra… gracias –dijo Adolfo.
 
–De nada, espero que te guste el pescado –sonrió Martín juntando sus manos con una expresión emocionada.
 
–Sí me gusta, lo que no sé es si me gustará la preparación –su expresión era de duda.
 
–Yo creo que sí, ya verás –dijo el pelirrojo, dándole unas palmaditas en la espalda.
 
Y así, aliviado en parte, aguardó a que les sirvieran la comida. Y valió la pena, pues en una preciosa bandeja, trajeron los cinco platos ordenados por los comensales: Ratatouille para Erika, buey a la Borgoñona para Tomás y Lucas, y por último la merluza a la beurre blanc para Martín y Adolfo.
 
–Antes de comenzar, propongo un brindis –dijo Tomás levantando su copa–. Por una magnifica cena en compañía de mi hermano y mis amigos, y eso te incluye a ti, Adolfo. Espero que no sea la última vez que nos acompañes.
 
–Digo lo mismo, gracias por la invitación –dijo el pelinegro con su copa de vino blanco en la mano–. Salud.
 
–¡Salud!
 
… … … … …
 
Pensaba que Erika le llamaría para ir a recogerla, pero Francisco tuvo que contentarse con el mensaje que la chica le envió: «Fran, no hace falta que vengas por mí. Iremos a cenar con un grupo de amigos y regresaré a casa por mi cuenta, si quieres podemos vernos allí. Dales mis saludos a los chicos, me imagino que te has pasado la tarde con ellos. Te quiero.»
 
–Creí que irías a buscar a Erika después del evento –comentó Cristina, sirviendo café para su amigo, su novio y para ella.
 
–También yo, pensé que tendría que hacerlo, pero me ha enviado un mensaje, diciendo que saldrá con amigos y que nos veremos en su casa –respondió Fran, desanimado–. Y les mandó saludos.
 
–Muy considerada, entonces, ¿irás a verla más tarde? –preguntó Sebastián.
 
–Sí, y de seguro me hablará en extenso sobre los resultados del evento –dijo, bebiendo su café.
 
–No es para menos, llevaba mucho tiempo organizándolo –dijo Sebastián, y tras dar un sorbo a su taza, agregó–: Qué buen café es este.
 
–Es de mi madre y de muy buena calidad. Me alegra que les gustara, ahora serviré algunos dulces para acompañar –dijo Cristina, dejando sobre la mesa un plato ancho con alfajores de chocolate.
 
Los tres compartieron una entretenida tarde y ganas de conversar hasta que casi obscureció, obligando a Francisco a dejar a sus amigos y ponerse en marcha a la casa de Erika. Pese a los intentos de sus amigos por animarlo, no lo consiguieron del todo y aun persistía la extraña sensación de que algo estaba ocurriendo. “¿Será porque Erika salió otra vez sin mí? No es que esté mal, pero… ¿no se está haciendo muy frecuente? O quizá son solo ideas mías, sí eso debe ser”. Intentó convencerse de esta idea, aunque en el fondo todavía quedaba un rastro de dudas. 
 
… … … … …
 
Con la ayuda de Martín, Adolfo consiguió sentirse más a gusto y disfrutar de la cena. De tanto en tanto se acercaba al pelirrojo para hacerle una pregunta o comentario, a lo que este respondía con gusto, haciéndole gracia el poco conocimiento que el pelinegro demostraba sobre asuntos que, para él, eran cotidianos y alejados de toda complicación.
 
–¡No te rías más! –reclamaba Adolfo, apretando los cubiertos en sus manos empuñadas.
 
–Es que no puedo evitarlo –decía Martín, riendo casi hasta las lágrimas–, tómalo como un pago por haberme molestado antes.
 
De tanto en tanto, la atención de Erika y Tomás se centraban en el pelinegro, haciéndole preguntas acerca de su vida, sus gustos e intereses, así como el por qué conocía a Lucas, en cuya respuesta intervino el rubio.
 
–Nos conocimos en una fiesta –había dicho.
 
–Sí, así fue, yo estaba allí para distraerme un poco, bebiendo un trago, hasta que Lucas se me acercó, conversamos un poco y, como lucía indeciso y nervioso de invitarme a bailar, me adelanté y lo invité yo –explicó Adolfo, sin dar más detalles. No quería admitir delante de todos que su primer encuentro había sido el resultado de una noche aburrida, en la que había bailado con un desconocido que, dicho sea de paso, solo quería acostarse con él.
 
–¿Así que nervioso, Lucas?, no te imagino con una expresión así –dijo Tomás, bebiendo de su copa. Para el chico de la trenza no pasó desapercibido como el rubio miraba a Adolfo cuando narraba el encuentro–. Dime, Adolfo, ¿es Lucas un buen bailarín?
 
–Pienso que sí, aunque no he tenido ocasión de repetirlo –dijo con ironía, recordando las escenas de aquella noche.
 
–Creo, Lucas, que deberías invitar a Adolfo a bailar –dijo Tomás a los involucrados, ganándose una mirada suspicaz de parte del rubio–. Por supuesto que no me refiero a cualquier lugar de poca clase, sino algo que esté a su altura, porque déjame decirte, Adolfo, eres muy atractivo. Ya comienzo a entender por qué Lucas estaba nervioso de hablarte.
 
El pelinegro no pudo evitar el sonrojo. No es como si no creyese en lo que le decía Tomás, es solo que oírlo de otro chico y mayor que él, le hacía sentir como si fuese solo un niño. 
 
–Estoy de acuerdo –dijo Erika tomando la palabra–. Pienso que cada uno de nosotros, y todas las personas, estamos hechos para ciertos tipos de lugares, por ejemplo, yo misma, jamás iría de fiesta a donde van mi novio y sus amigos, sinceramente no van conmigo, pero sí lo hace un sitio como este, y con ustedes.
 
Tomás y Martín asintieron con la cabeza. Lucas se apoyó sobre una de sus manos y miró al vacío. Adolfo, por su parte, bajó la vista, pensando en las palabras de Erika. “Lugares hechos para cada uno. Un lugar hecho para mí, con personas hechas para mí.”
 
–Sin embargo, Erika, siempre existen excepciones. Ninguna regla es absoluta –comentó Lucas, volviendo a la conversación.
 
–Concedido, y puede ocurrir, después de todo mi opinión no tiene por qué ser la de ustedes. Es la opinión de una sola persona –dijo ella.
 
–¿Haría una excepción para ir a bailar conmigo, señorita? –preguntó Martín, con los ojos brillantes de ilusión.
 
–Dependerá del lugar, y siempre que mi novio no se oponga ¡ja, ja, ja!
 
A la risa de Erika se sumaron las de Martín, Tomás y Lucas. Adolfo sonrió y por un breve momento se sintió feliz de estar ahí, si bien era cierto que aún quedaban muchas cosas que desvelar acerca de sus compañeros de mesa, especialmente del rubio. Todavía quedaban cosas pendientes entre ellos.
 
Una hora más transcurrió, entre lo que terminaron la cena y sirvieron el postre, crème brûlée para todos. 
 
Satisfechos por tan exquisito servicio, los cinco se levantaron, tomaron sus abrigos y chaquetas y se dirigieron a la salida, no sin antes sorprender a Erika, pues Lucas no la dejó que corriera con los gastos de la comida, alegando que no era de caballeros dejar que una dama invitara, de modo que se dividió la cuenta con Tomás; Adolfo quiso contribuir al pago, pero el de la trenza no le dejó.
 
–Una invitación es una invitación, no tiene sentido hacerte pagar después. Queda tranquilo, Adolfo, además ha sido una velada de lo más entretenida –le dijo a la salida. 
 
–Estuvo muy divertido, pese a la poca expectativa que tenía –comentó Martín y tomándolo del brazo, le dijo a Adolfo–: Deberíamos volver a salir juntos, cuando estemos de visita en la ciudad, ¿no te parece?, puedo soportarte mientras no seas tan molestoso.
 
–Creo que sí, estaría bien, si tú no te burlas por mi inexperiencia con los cubiertos –respondió el pelinegro, soltando un suspiro. Miró al cielo, en donde las estrellas apenas eran visibles. Era momento de marcharse–. Antes de irme, quiero agradecerles por la invitación, he pasado un rato agradable con ustedes y de paso conocí un bonito lugar donde comer.
 
–No tienes que agradecer, fue un placer conocerte y, como ha dicho Martín, me gustaría tener ocasión de vernos de nuevo –dijo Tomás, estrechándole la mano y con una suave sonrisa en el rostro.
 
–Lo mismo digo, ha sido un gusto, Adolfo, y será hasta otra oportunidad –dijo Erika, también despidiéndose gentilmente.
 
El pelinegro se despidió de ellos y de Martín, que se unió a su hermano y a la chica, ya adelante caminando bajo las luces de los faroles. Solo Lucas quedaba frente a él.
 
–No sé qué esperas que diga después de lo de hoy –dijo Adolfo.
 
–No digas nada, aun no.
 
–Lucas, tú y Tomás… ¿qué hay entre ustedes?, no entiendo lo que está ocurriendo y…
 
–Lo sé, nos conocemos muy poco –dijo el rubio, en el mismo tono calmado y suave de antes–, pero por esa misma razón quisiera compartir más tiempo contigo. Quiero conocerte mejor, que conozcamos nuestros secretos.
 
–Vale, dejemos esto hasta aquí, al menos por hoy –dijo, extendiéndole la mano–. Buenas noches, Lucas.
 
–Buenas noches, Adolfo –le tomó la mano, pero para estrecharla, sino para besarla–. Pronto tendrás noticias mías. Te lo prometo.
 
Adolfo asintió y vio como el chico se alejaba a paso rápido en dirección al grupo, que casi desaparecía al final de la calle. Allí se quedó unos instantes, solo otra vez, pero con una mezcla de emociones, que se revolvían y burbujeaban en una mezcla cada vez más inestable.
 
Los hechos vividos durante esa jornada definirían su actuar en los próximos días. 
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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