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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado. 

Advertencia: Este capítulo contiene escenas explícitas o lemon (relaciones sexuales entre los personajes). Se recomienda discreción.

LXIII
 
La mañana helaba y su respiración se condensaba frente a sus ojos. Se sorprendía a sí mismo por lo fácil que había sido convencido de salir a trotar con Katerina a esas horas, pues ni para ir al trabajo se levantaba tan temprano; incluso para su padre, don Eduardo, resultaba extraño ver a su hijo levantado antes que él.
 
–¿A dónde vas a esta hora? –preguntó el hombre.
 
–Saldré a trotar con una chica que estoy conociendo –respondió.
 
–¿Y eso?, debe gustarte mucho como para sacarte de la cama y con este frio –dijo, asomándose por la ventana–. Ten cuidado cuando te vayas, nada de andar distraído por ahí.
 
–Sí, papá.
 
Esa fue la conversación con su padre antes de irse. Ahora aguardaba la llegada de Katerina en el sitio donde comenzaba una amplia avenida con un bandejón central, que los deportistas solían utilizar para sus actividades físicas, incluyendo máquinas de ejercicios y vías exclusivas para correr o trotar. Miró su reloj y este marcaba las 07:00, hora indicada para la cita; la verdad es que había llegado diez minutos antes, pues no quería causar una mala impresión a Katerina llegando tarde, y ella tampoco lo hizo: puntualmente apareció trotando, vestida con ropa deportiva, sin nada de maquillaje y sonrojada producto de las bajas temperaturas.
 
–¡Sí viniste!, ¡qué bien!, ¡ya no saldré más sola! –dijo, sin dejar de moverse–, porque seguirás acompañándome, ¿cierto?, no me sirve que vengas solo una vez.
 
Ariel asintió repetidamente.
 
–Si vas a acompañarme, serán todas las mañanas a partir de hoy, ¿de acuerdo?
 
–De acuerdo –dijo, sintiéndose apenado frente a la actitud firme y resulta de Katerina que, con las manos en la cintura, le miraba tan decidida y con ese aire independiente que la caracterizaba–. “Supongo que ayudará a mejorar mi estado físico”.
 
–¿Empezamos ya?, bueno, tú en realidad, yo solo voy a continuar mi rutina habitual.
 
Ariel volvió a asentir y siguió a la chica, que ya iba adelante con un trote suave; afortunadamente para él, descubriría que no era tan malo salir temprano a hacer ejercicio, sobre todo en compañía de una mujer tan atrayente. 
 
… … … … …
 
Javier se despertó al notar que estaba solo en la cama. Parecía que Ignacio estaba en la cocina, de donde provenían un olor a pan tostado y un ruido de platos.
 
Estiró sus brazos y piernas aún adormilado, bostezó y tras sacudir la alborotada cabellera, se quedó unos minutos sentado en medio de las sábanas, solo para dejarse caer otra vez sobre la cama y extendiendo el brazo, tomó la almohada usada por su novio; abrazándose a ella, aspiró su aroma y sonrió de una forma infantil, como si con ello recobrara las fuerzas. Levantándose al fin, se fue a buscar a Ignacio, no sin antes entrar al baño para lavarse la cara y las manos, para luego asomarse a la cocina y ver al bartender haciendo los preparativos para el desayuno, con la atención puesta en el tostador y la tetera que habían sobre la estufa. Se acercó silenciosamente hasta sorprenderlo, abrazándolo por la espalda, a lo que Ignacio se dejó hacer, sintiendo como las manos del peliblanco le acariciaban el pecho.
 
–Buenos días –le saludó con un beso, que Javier no dudó en responder.
 
–Buenos días, hermoso, ¿cómo amaneciste hoy?, ¿cómo te sientes? –preguntó, sin dejar de besarle el cuello. Ignacio sonrió encantado.
 
–Bien, ya me siento mucho mejor, tanto que me desperté antes de lo usual, ¿y tú?, ¿cómo dormiste…? –no hubo necesidad de que respondiera, pues el chico le calló la boca con un nuevo beso, dulce y empalagoso, deteniéndose solo para verle directo a sus ojos grises–. Me queda claro que dormiste muy bien, ¿verdad?
 
Javier sonrió ampliamente.
 
–Iba a llevar el desayuno a la cama, pero ya que estás aquí…
 
–No te preocupes por eso, aun podemos comer allá si así lo quieres –dijo Javier, y atrayéndolo tan cerca como pudo, le susurró al oído en un tono sugestivo–: Aunque no me importaría comer algo antes, ¿sabes?, hueles delicioso.
 
–¿No quedaste satisfecho con la sopa de anoche?
 
–No –y volvió a atacar su cuello.
 
–¡Ah!, ¡ahhh...! espera… Javier… amaneciste muy fogoso esta mañana, ¿no? –Ignacio sentía como si su cuerpo se derritiera ante las caricias incesantes del peliblanco.
 
–¿Y qué me dices de ti?, sé que te gusta, que lo disfrutas, verme así, ardiendo en deseos por ti…
 
–¡No sigas diciendo eso!, sabes que no resisto oírte hablar así –sentía como las piernas perdían fuerzas y su rostro se sonrojaba más y más, dándole un aspecto que solo estimulaba la imaginación de Javier, y como era parte del juego entre ambos, él no se quedaría atrás: rodeó el cuello del chico con sus brazos, al tiempo que él inclinaba la cabeza para atrás, haciendo un gesto lascivo con los ojos–. Ya no puedo más. Soy incapaz de contenerme…
 
–Te gusta provocarme, ¿verdad? –dijo en voz baja, deslizando sus manos hacia abajo, alcanzando las nalgas y muslos de Ignacio.
 
–No tanto como tú a mí, ya quiero… por favor…
 
–Entonces no me detendré, haré que tu pecho, no, haré que todo tu cuerpo arda de placer.
 
Ignacio no respondió. En lugar de eso, sus manos quitaron la camisa de dormir que llevaba Javier, descubriéndole el torso y recorriéndolo, todo mientras lo besaba ávidamente.
 
–No me contendré, sin dudas que no lo haré…
 
–¿Y quién dijo que te contuvieras?, anda, dame todo lo que tengas –dijo, relamiéndose los labios y desabotonándose la camisa.
 
–¡Ahora sí!, ¡tú lo has pedido!
 
Javier se lanzó sobre el cuello de Ignacio, cual depredador con su presa, besándole y deshaciéndose de la prenda que le cubría el pecho. Sin ser menos, el bartender llevó sus manos hasta la parte baja de su pareja, sonriendo al ver las reacciones que le provocaba.
 
–Vas rápido, ¿eh? –dijo.
 
–Pues claro, y mira que dispuesto estás –las manos de Ignacio se filtraron dentro de los pantaloncillos de Javier, haciendo que el contacto fuese mucho más excitante, y cuando se hubo acostumbrado a las caricias, el bartender comenzó a masturbarlo con su mano, mirando como el peliblanco soltaba suspiros y jadeos–. Ya no aguantas, ¿verdad?, porque yo tampoco.
 
Ignacio sacó fuera su propio miembro y lo frotó contra el de Javier, aun cubierto por los húmedos pantaloncillos. El peliblanco, gimiendo e incapaz de resistirse, también llevó las manos hasta su hombría, sacándola fuera y masturbándose juntos, chocando sus frentes y viéndose a los ojos, como si de un desafío se tratara, con sus respiraciones entrecortadas. Pese a este contacto, no era así como querían terminar: Javier, impaciente como estaba, se adelantó y volteó a Ignacio, recorrió su espalda dándole besos, bajando hasta alcanzar su trasero, quitándole la prenda que lo cubría y, tras lamer sus dedos, empezó a juguetear con la entrada del chico; éste sintió flaquear sus piernas ante la intromisión, más el peliblanco le sostuvo, volviendo a levantarse solo para besarle el cuello y la nuca.
 
–Aguanta, ¿quieres? –le dijo en un tono de lo más sensual.
 
–Claro… claro que lo haré –respondió confiado, atrayéndose hacia sí los labios de Javier.
 
–Así me gustas, siempre desafiante –dijo, y llevó la mano que le quedaba libre hasta el miembro de Ignacio, mientras que no dejaba de utilizar los dedos de la otra. El bartender no podía sino gemir de gusto, complaciendo a Javier–. Eso, así, déjame oírte.
 
–Nghm… te prometo… pronto… pronto serás tú… el que no podrá reprimir sus gemidos.
 
–Demuéstramelo entonces.
 
Javier sacó sus dedos, se quitó por completo los pantaloncillos y comenzó a introducirse en Ignacio, lento al principio, rápido e intenso después, provocando sonidos eróticos que no hicieron sino calentar más los ánimos de la pareja. El peliblanco rodeó con sus brazos el pecho de su novio, aumentando el ritmo de las estocadas.
 
–Nghm… ¿cómo puedes… cómo puedes ser tan delicioso?, ¡nghm!, se siente tan bien, ¿puedes sentirlo, Ignacio?, ¿puedes sentirme dentro de ti? –decía Javier, pegado al oído del bartender.
 
–Hmm… hmm… no te detengas, me excita… tanto escucharte… –intentaba decir Ignacio, cuando separaba su boca de los labios de su chico, en medio de jadeos entrecortados–. Nghm… así… más… ¡dame más…! ¿o es que no puedes?
 
–¡Sigue, sigue, sigue! Me pone muy caliente que hables así. ¡Te haré rogar por más!
 
Javier se detuvo un momento, giró a Ignacio para dejarlo de frente a él, y continuó penetrándolo. Aumentado su deseo sexual más allá de lo imaginable, el bartender lamió sus dedos y los llevó hasta los pezones duros y redondos del peliblanco, pellizcándolos suavemente. Éste, cansado de mantener la postura, hizo un esfuerzo para levantar a Ignacio y cargarlo consigo, rodeándole aquél con sus brazos y piernas.
 
–Nghm… Javier… nghm… contra la pared… dame duro contra la pared –dijo, sin ninguna clase de pudor, besando y mordiéndole la oreja.
 
–¡Diablos, señorito!, ¿no será demasiado? –pese a que Ignacio nunca dejaba de sorprenderle, la propuesta le pilló desprevenido y dudó, sobre todo porque el chico que sostenía por las piernas se había convertido en la encarnación de la lujuria.
 
–¿Qué ocurre?, ¿es que no puedes conmigo? –preguntó con tono desafiante.
 
–¡Claro que puedo! ¡Agárrate fuerte, porque no pienso soltarte!
 
Valiéndose de todas sus energías, Javier cargó al bartender hasta descansar su peso contra la pared de la cocina, sin salir de su interior, embriagado por las sensaciones, besándole sin pausas, aumentado el ritmo de las estocadas al punto de que el sonido que hacían llenaba la habitación. Ignacio, aferrándose con fuerza a su novio, apretó sus músculos y también su interior, ahogando a Javier ante la presión que ejercía sobre él.
 
–Te derrites, ¿eh?
 
–Gracias a ti, sí, nghm… nghm…
 
Dejaron de hablarse. Sus miradas eran suficientes. Los labios se encontraron, al igual que sus lenguas. Gemidos era poco decir, pues se elevaban hasta parecer gritos, y en medio de tal escándalo, el clímax llegó.
 
–¡Estoy…!, ¡ya voy a…!
 
–¡También… yo también!, ¡no pares…!, ¡no pares!
 
En verdad parecía que la erección del peliblanco se fundía dentro de Ignacio.
 
–¡No puedo…!, ¡voy a…!, ¡ah…, ahh…!
 
–¡Ahhhh…!
 
Se abrazaron casi con desesperación, corriéndose de una forma brutal. Las piernas de Javier fallaron y perdió el equilibrio, pero Ignacio lo ayudó a evitar el golpe, aunque ambos acabaron igualmente en el suelo.
 
–Ufff… si todas las mañanas son como esta, me mudaré contigo –dijo el peliblanco, apoyándose en el hombro de Ignacio.
 
–Ahhhh… no es una mala idea –suspiró feliz, pero viendo que Javier, al parecer, daba por finalizada la sesión, se levantó y le miró con determinación–. Tú espera, aún no hemos terminado.
 
–¿Eh?
 
–Que no hemos terminado, ahora seré yo quien te dé, ¿o es que se te olvidó? –y en un gesto obsceno por donde se le viese, señaló su erección–. ¿No que querías sentirla?, ¿no que querías probarla?, pues ahora sabrás lo que es bueno.
 
Sin más, Ignacio fue a sentarse en una de las sillas y le indicó a Javier lo que debía hacer a continuación; éste se sonrojó más de lo que estaba el bartender, pues era una invitación para hacer aquello que tanto había anhelado, y pese a lo cansado que estaba, no había razón para privarse de más placer. El peliblanco se puso de pie, se ubicó encima de Ignacio y, a horcajadas, se dejó penetrar por él, valiéndose de los restos de la eyaculación para hacer más fácil la operación. Lo que sintió fue indescriptible.
 
–¡Ungh! Si hubiera sabido que se sentía tan bien, habría insistido en que tu fueras quien me tomara primero, ¡ah…!, ¡nghm!, ¡nghm! –simplemente no podía dejar de gemir, cada vez que sentía que un punto dentro de él era tocado, todo el cuerpo se le contraía, como si una corriente eléctrica le recorriera la columna, de la cabeza hasta los pies.
 
–¡Haaa!, tu interior se siente tan bien, ¿lo sientes?, ¿lo disfrutas? –Ignacio siguió moviéndose dentro de Javier, quien apoyó sus brazos sobre los hombros del otro, saboreando sus labios en un intento por ahogar los sensuales sonidos que salían de su boca–. Te lo dije, ¿no?, serías tu quien acabaría gimiendo y pidiendo más, ¡anda!, ¡no te calles ahora!
 
–Dame… más… ¡dame más, cariño!, ¡no te detengas!, ¡me volveré loco si lo haces...!¡ohhh…! ¡cielos! –decía, apretando los dientes, con los ojos nublados, difuminando la expresión lasciva que se dibujaba en el rostro de su novio. Jamás se la había visto, pero estaba seguro de que verlo en esa actitud dominante le calentaba demasiado. Ignacio, por su parte, empujó un poco más profundo, gozando del apretado calor que le envolvía, se sentía como si fuera a explotar.
 
–¡Ahhhh...! ya está bien, voltéate –y antes de que Javier pudiera decir algo, se giró sin separarse de Ignacio, para que este se deleitara apretándole las nalgas y besándole la espalda–. Tu piel se siente tal suave y lisa, me encanta.
 
Tras acariciar su trasero, sus manos subieron por su abdomen y alcanzaron sus pezones, tocándolos con sus dedos húmedos, provocándole una excitación tal que se tradujo en más presión para su miembro en cada embestida.
 
–Ya no…, ya no puedo… aguantar más… –sonrió, jadeando estas palabras al oído del peliblanco, que seguía moviéndose contra la erección de Ignacio.
 
–Tampoco yo…, no… no puedo más..., voy a correrme… –de repente sintió como el bartender tomó su erección fuertemente con una mano, haciéndole acabar en un segundo–. ¡Ahhhhh…!
 
–¡Ohh…!, ¡me vengo…!
 
–En mi… por favor… ¡Córrete dentro de mí! –dijo al borde de la locura. No tuvo que esperar más: en un solo movimiento Ignacio se corrió en el interior del peliblanco, arqueando éste su espalda, y aquél con la cabeza echada hacia atrás y soltando un sonoro gemido, solo para que ambos cedieran ante el peso de sus cuerpos y quedaran completamente rendidos.
 
–¡Ah…ah…ah…!
 
–¡Ahhh…! Eso… fue… increíble… –dijo Javier, volteándose otra vez para quedar de frente a Ignacio, que se cubría los ojos con el antebrazo, sudado y agitado–. ¿Estás bien?
 
–Lo estoy… no te lastimé, ¿verdad? –su tono de voz se volvió muy suave.
 
–Para nada, lo disfruté como no te imaginas, ¿y tú?, ¿cómo te sentiste?
 
–De maravilla, jamás había sentido algo parecido, fue muy intenso.
 
–Sí que lo fue, ya estoy queriendo repetirlo –dijo con una brillante sonrisa. Se sentía extremadamente feliz y su corazón latía como loco. Ignacio le miró de hito en hito, con esa expresión tierna que hacía cuando estaba en su compañía, y con sumo cuidado apartó los mechones de cabello que se adherían a su frente y mejillas mojadas.
 
–Te amo, Javier. Tú eres simplemente todo para mí.
 
–Y yo a ti, mi amado Ignacio, no puedes imaginarte lo mucho que significas en mi vida, tanto que te has convertido en una parte esencial de mí.
 
–Tú eres mi corazón, mi alma, mi todo. Nunca quiero estar sin ti. ¡Te amo tanto!
 
–Eres la persona que hace de mi vida la más hermosa, ¡te amo!
 
Tras repetirse una y otra vez todas las frases cursis que se les ocurrían, los chicos se quedaron en la misma posición, aguardando que sus respiraciones se calmaran, pero no duró demasiado pues un denso olor a humo y un estridente sonido los sacó de su letargo y los hizo levantarse a toda prisa. El pan sobre el tostador se había quemado y el agua de la tetera hervía sin cesar.
 
–Ya no habrá desayuno después de esto, supongo –observó Javier, abriendo todas las ventanas para sacar el humo.
 
–No, y no tengo energías para hacer nada más –dijo Ignacio, apagando la estufa y cerrando la válvula del gas. Tras tirar a la basura los restos carbonizados, agregó–: Me voy a la cama, estoy agotado, ¿vienes?
 
–Contigo a donde sea –y lo tomó de la mano para conducirlo al dormitorio, en cuya cama se tendieron, sobre las mismas sábanas revueltas de la noche anterior, olvidándose del incidente con el pan y la tetera, pues el sueño que les embargó fue más fuerte y antes de cinco minutos, los chicos estaban dormidos, abrazados, como si hubieran sido víctimas de un hechizo. Solo los dioses sabrían cuando volverían a despertar.
 
… … … … …
 
Muy temprano, los hermanos se escribieron para coordinar el lugar donde se verían para después regresar a su casa. Fijaron como punto de encuentro la residencia de Erika al mediodía, dejándoles el tiempo necesario para desayunar con sus anfitriones: pese al desorden que imperaba en toda la estancia, Lucas sorprendió gratamente a Tomás con un maravilloso y delicioso desayuno, además de fácil y rápido, mientras que, por otra parte, Martín comió junto a Erika y sus padres, quienes empezaron el día con un desayuno rico y abundante.
 
Cuando estuvo cercana la hora de reunirse, el pelirrojo menor mensajeó a su hermano con la dirección y aguardaron hasta su llegada en el frente de la casa. No pasaron más de quince minutos cuando el de la trenza apareció caminando por la calle en compañía del rubio.
 
–Muchas gracias por recibirme, señorita Erika, ha sido una experiencia increíble toda esta estadía en la ciudad, el evento, la cena, en fin, estoy muy agradecido y será un honor para mí… digo nosotros, recibirla en nuestra casa cuando esté de visita, ¿no es así? –dijo Martín, viendo a su hermano, que asintió con la cabeza.
 
–Por supuesto, siempre serás bienvenida en nuestra casa –confirmó Tomás, para luego dirigirse a Lucas–: Gracias por recibirme, lo pasé muy bien y espero que tengamos ocasión de repetirlo.
 
–No fue nada, gracias a ti por quedarte, y… yo también esperaré con ansias ese momento… aunque no sé qué vaya a ocurrir en el intertanto.
 
–¿Qué quieres decir?
 
–Sabes que soy impaciente, así que dime, ¿cuándo podré estar contigo otra vez? –preguntó el rubio, sosteniéndole la mano.
 
–Pronto, ya tendrás noticias mías, como tu sueles decir –y le dio un beso en la mejilla. El rostro de Tomás tenía una dulce expresión–. Cuando menos te lo esperes, nos volveremos a ver. Y ahora, Martín, ¿en qué nos regresamos?
 
–Acerca de eso… verás… papá envió un transporte para nosotros –respondió tocándose la nariz. Sabía que a su hermano no le agradaría del todo esa noticia.
 
–¿Un transporte?, ¿acaso cree que nos íbamos a escapar o algo así?, ¿fuiste tu quien habló con él? –preguntó con un semblante más serio.
 
–Sí, me pidió la dirección y ordenó que esperamos hasta que pasaran a recogernos.
 
–Ya, ¿y en cuánto tiempo más debería estar aquí?
 
–Pronto, supongo que… –Martín miró su reloj y calculó el tiempo que había transcurrido desde la comunicación con su padre–, …supongo que llegará en menos de cuarenta minutos.
 
–Entonces tendremos que esperar, ¡menudo lío! –exclamó, cruzándose de brazos.
 
Afortunadamente para todos, el transporte llegó en unos veinte minutos. Se trataba de un carro gris marca Mercedes-Benz, manejado por un muchacho moreno que aparentaba algo más de edad que los demás, con el cabello peinado hacia un lado y ropa casual; detuvo el auto frente a los chicos, descendió y los saludó con una breve inclinación de cabeza.
 
–Buenas tardes, vengo a recogerlos por instrucción de vuestro padre, el señor don Octavio –informó el recién llegado y abriendo la puerta trasera, les indicó que subieran–. Por favor, el señor pidió que no tardáramos en regresar.
 
–Gracias, Gabriel –dijo Tomás, señalándole con la mano que aguardara un momento para decir adiós a sus amigos–. Gracias por todo, Erika, estamos en contacto. Vámonos Martín.
 
El pelirrojo menor le imitó, despidiéndose de la chica y también de Lucas, con un abrazo curiosamente. Abordaron los dos, a lo que el chofer cerró la puerta, para luego él mismo subirse al vehículo y arrancar del lugar.
 
–Ya se han ido, en fin, a seguir con nuestras vidas, ¿no crees? –dijo Erika regresando a través del jardín frontal de la casa, pero no lo hizo sola, pues Lucas venía detrás–. ¿Puedo ayudarte en algo?
 
–Pensé que podrías invitarme a almorzar –dijo casualmente, quitándose la gorra y sacudiendo sus cabellos rubios.
 
–Ah, ¿sí? Mira que eres divertido, más te vale que no se haga costumbre, porque de lo contrario me obligarás a visitarte en donde sea que vivas y me des de cenar apropiadamente –fue la respuesta de la chica, entornando los ojos–. Vamos adentro, al menos déjame presentarte con mis padres, que de seguro estarán encantados con todos los amigos que he hecho en tan corto tiempo.
 
–No me importa, puedes acompañarme a cenar cuando quieras, solo espero que te guste mi comida casera –dijo, rodeándola con el brazo en un gesto de lo más confianzudo, seguro de que así su relación con ella se volvería más fuerte. Erika, resignada, no tenía la más mínima idea de lo que ocurriría como resultado de toda la situación, con excepción de que, en efecto, se había hecho con un nuevo amigo.
 
… … … … …
 
–Papá debe estar muy preocupado, o no se habría tomado la molestia de enviar por nosotros, ¿no crees?, ¿Martín? –preguntó Tomás, pero el chico no respondió, se había quedado dormido junto a él.
 
–Eso parece –respondió el chofer, viéndole por el espejo retrovisor.
 
–¿Tanto como para enviarte a ti? –le devolvió la mirada con desconfianza–. No, Gabriel, yo creo que es otra forma de tenernos controlados.
 
–Si me permites decirlo, no creo que tu padre quiera hacer eso, más bien quiere asegurarse de que nada malo les ocurra –dijo, volviendo sus ojos otra vez a la carretera.
 
–Siempre defendiendo al viejo, ¿verdad? –su voz se desanimó y, recargando la cabeza sobre una mano, prefirió mirar por la ventana.
 
–No lo defiendo, es solo que siempre estás desconfiando de él –repuso Gabriel–, no creo que tenga malas intenciones. Es tu padre.
 
–Por la misma razón, yo soy su hijo y conozco muy bien al hombre que tengo por padre.
 
La conversación terminó sin que ninguno de los dos volviera a dirigirse la palabra. Tomás, que comenzaba a sofocarse, abrió la ventana, justo a tiempo para sentir como la brisa marina se colaba dentro. Al menos, dentro de unas horas, estaría con los pies en el agua.
 
… … … … …
 
Durante los días posteriores, Adolfo estuvo sin recibir noticias de ningún tipo sobre Lucas o su paradero, cosa que agradecía porque, tras los eventos ocurridos en la tarde y noche del domingo, cena incluida, quedó pensativo acerca de lo que estaba sucediendo entre el rubio y él, sumándose ahora la presencia de Tomás que, si bien no le molestaba, sentía que no podía ignorar; ser testigo de aquella nueva faceta de Lucas provocó en Adolfo un cambio de la opinión que tenía acerca de él, cuestionándose el hecho de si lo conocía verdaderamente.
 
Molesto consigo mismo, maldecía cada instante en que la imagen de aquel chico tan extraño regresaba a su mente, convenciéndolo más y más de que algo había movido en su interior, algo que, sin saber todavía cómo llamar, no podía seguir negando. “¿Por qué, Lucas?, dime por qué no puedo olvidarte, ¿por qué no puedo sacarte de mis pensamientos?”, pensaba. 
 
–¡Dímelo! –gritó solo en su habitación, cuando fue distraído por el sonido del teléfono: se trataba de Lucas, ni más ni menos. “¿Ahora lees mi mente?”, pensó antes de aceptar la llamada–: ¿Hola?
 
–¡Hola!, ufff… qué alivio escucharte, ya me preocupaba que no fueras a responder. ¿Cómo estás?
 
–Pensando en ti, Lucas, así estoy, ¿qué te parece?
 
–… –no se esperaba una respuesta como esa y no supo qué decir a continuación.
 
–¿Te quedaste sin palabras?, eso es una buena señal –agregó con burla.
 
–Me halaga que pienses en mi porque, lo que es yo, siempre estoy pensando en ti –dijo, sorprendiéndose a sí mismo, ya que su voz no sonó en absoluto arrogante como era lo usual–. Adolfo, quiero verte, hoy, ¿crees que puedas?
 
–Aunque pudiera, ¿por qué iba a reunirme contigo? –preguntó con fingida indiferencia.
 
–Porque quiero verte, y estoy seguro de que tú también –respondió.
 
–Dime, Lucas, ¿puedes leer mi mente?
 
–“¿Qué clase de pregunta es esa?” –se quedaba en blanco otra vez ante las ocurrencias del pelinegro–. No, no puedo, pero sí puedo leer tus actos, movimientos, miradas y el tono de tu voz, y en ellos percibo una verdad, una que no me estás diciendo. Anda, reúnete conmigo, conversemos sobre lo que nos está ocurriendo, yo sé que estás consiente de que hay algo más que un acosador y un acosado.
 
–¿Así defines nuestra “relación”?
 
–Si es que le podemos llamar así, dime, ¿no te gustaría que fuera algo más…?, eh… ¿cómo decirlo…?, ¿serio?, ¿formal?
 
–Qué… ¿qué quieres decir con eso?
 
–Reúnete conmigo y lo sabrás.
 
Lucas colgó la llamada dejando a Adolfo frio y tenso. El teléfono sonó otra vez, un mensaje, una dirección.
 
“Debo resolver esto hoy, no importar qué, debo resolverlo ahora mismo si es necesario”.
 
… … … … …
 
En la próxima hora, Adolfo y Lucas se reunieron en la entrada de «la Dama Azul», motivados por la búsqueda de respuestas.
 
–Es bueno verte otra vez –saludó Katerina a los recién llegados–. Lucas, ¿verdad?, bienvenido.
 
–Así es, gusto en saludarte. Queremos una mesa en el área privada, ¿puede conseguirnos una? –solicitó el rubio.
 
–Claro que sí, vengan por aquí.
 
Katerina los llevó a una zona diferente del local, donde las mesas estaban dispuestas en cubículos individuales con cortinas; se sentaron uno frente al otro y la chica sacó su libreta y un lápiz.
 
–¿Qué van a ordenar?
 
–Un Kir Royal para mí –indicó Adolfo.
 
–Que sean dos –agregó Lucas.
 
–Haré que se los preparen de inmediato –y se retiró, dejando cerradas las cortinas del cubículo.
 
–Bien, ¿para qué querías verme?
 
–Eh… gracias por venir –comenzó a decir Lucas, frotándose las manos–, estaba muy nervioso, llegué a pensar que no vendrías.
 
–Pero aquí estoy, ya puedes estar tranquilo y dejar de decir eso cada vez que hablamos, ¿sí? –dijo, de forma muy calmada. No quería sonar desagradable ni tenía ánimo de discutir, sólo tener una conversación que valiera la pena.
 
–Es… es la primera vez que me hablas de esa forma.
 
–Y es la primera vez que no estás siendo molesto y, si bien es cierto que tu actitud fue muy diferente el día del evento, no estaba seguro de que fueras honesto del todo conmigo, aunque tus palabras sonaran sinceras –dijo Adolfo.
 
–¿Qué me dices ahora?, ¿te parezco una persona sincera?
 
–Sí, hoy sí te ves y te oyes como una.
 
–De verdad que sí lo soy, y me hace feliz que lo notaras –Lucas esbozó una sonrisa que le iluminó el rostro–. Desde hace un tiempo que ya no quiero hablarte de la misma manera en que solía hacerlo, si bien mi intención contigo no ha cambiado, porque aún quiero… yo quiero… todavía…
 
–Acostarte conmigo, lo sé, esa ha sido tu motivación desde que nos conocimos…
 
–¡Pero eso ya no es todo!, ¡mierda!, ¿cómo me fue a pasar algo así?, ya no eres solo un cuerpo que deseo poseer, ¡ya no es así! –exclamó el rubio, agarrándose la cabeza con ambas manos. Parecía como si algo se hubiera despertado en su interior y que no podía controlar, algo que no quería aceptar.
 
–Dime una cosa, ¿qué ocurrió entre Tomás y tú? –preguntó el pelinegro con toda la calma del mundo.
 
–¿Qué?, ¿a qué viene esa pregunta?
 
–Respóndeme, él fue tu novio, ¿no es así?, y sigue presente en tu vida, por eso es que quiero saber lo que Tomás significa para ti, ¿todavía le quieres?
 
–Umm…, mentiría al decir que no le quiero, pero también mentiría si dijese que tú me eres indiferente, porque no es así –hizo una pausa y continuó–. Tomás fue y sigue siendo una persona importante en mi vida, fue el primer chico al que quise, sin embargo, no fuimos capaces de mantener la relación y nos tuvimos que separar, pero incluso así el afecto que sentíamos el uno por el otro no desapareció, solamente cambió, ya no era el de un par de enamorados, y ahora otra vez vuelvo a sentir algo, a tener estos sentimientos por alguien más, por ti.
 
Adolfo no le quitaba la mirada de encima, procesando con gran esfuerzo cada palabra que salía de los labios del rubio.
 
–No tienes que preocuparte por Tomás, lo que me une a él ya no es el amor romántico de antes, sino el amor que se tienen dos amigos que se conocen desde niños, y lo sé porque hablamos esa noche después de la cena, fue como un cierre a todo lo que nunca nos dijimos.
 
–Es… ¿es verdad lo que me dices?, ¿no hay nada entre ustedes? –preguntó con incredulidad.
 
–Así es, pero eso no es todo lo que tengo que decir, yo quisiera…
 
Antes de que Lucas pudiera terminar la frase, fue interrumpido por Javier, que se presentó ante ellos con una bandeja en la que llevaba los elegantes cocteles.
 
–Siento mucho la interrupción, Adolfo, Lucas, aquí les traigo lo que ordenaron –dijo el peliblanco, depositando una copa frente a cada uno–. ¿Puedo ofrecerles algo más?
 
–No, eso es todo de momento, muchas gracias –respondió Adolfo sin verle siquiera.
 
Javier se retiró en silencio.
 
–Continúa, por favor, ¿qué ibas a decirme? –le indicó el pelinegro dando un sorbo a su cóctel.
 
–Nada, olvídalo.
 
–¿Qué?, ¿esperas que me quede tranquilo después de todo lo que me dijiste?, ¿qué más tengo que saber?, ¿qué me estás ocultando?
 
–…
 
–¡Dímelo!, ¡maldita sea, Lucas!, ¡dime lo que tengas que decir!
 
–¿Maldita sea?, ¡maldito seas tú, Adolfo!, qué fue lo que me hiciste que no puedo negarte nada, ¡soy un esclavo de lo que siento por ti!, no soy libre como pensé que lo era y sabes por qué, Adolfo, sabes por qué no soy libre, porque yo soy el «maníaco encapuchado».
 
–¿Qué… qué has dicho?
 
–Lo que acabas de oír, ¿no querías saberlo?, ¡pues ahí está!, ¿satisfecho?, ¿o quieres saber más?
 
–No… no puedo creer lo que me dices, no creo que tu seas el atacante… –dijo, bebiendo un par de tragos para aclararse la voz, la boca se le secó de un momento a otro. No quería creer que Lucas fuera el maníaco que a tantas personas lastimó y casi mató. No quería creerlo porque no había mentiras en su voz ni en las palabras que decía.
 
–Sigues sin creerme, ¿verdad?, ¿quieres que te lo demuestre?
 
–Deja de decir eso.
 
–¿No te gustaría verlo?, la forma en que hago lo que hago.
 
–¡Que lo dejes te digo!
 
–¡No!, ¡maldición!, ¡no! –exclamó con rabia, arrojando el cóctel contra la pared, estallando el cristal en pedazos–. ¡Te voy a demostrar quién soy en realidad!, ¡aun no me conoces!, ¡aun no sabes de lo que soy capaz!
 
Lucas se levantó y salió a toda prisa del lugar, por poco tumbando a Katerina, que llegaba corriendo para ver qué ocurría.
 
–¿Qué ha sido eso?, ¿qué está pasando? –preguntó la chica.
 
–Discúlpame, por favor, pero hay algo que aun debo resolver, regresaré y pagaré por todo el daño, te lo prometo –y Adolfo abandonó el sitio para ir tras el rubio–. ¡Volveré y pagaré todo!
 
Katerina no intentó detenerlo, perdiéndolo de vista rápidamente. Se acercó hasta el cubículo y miró el desorden ocasionado. “Bueno, no es la primera vez que se rompe un vaso o una copa”, pensó, lamentándose únicamente por el cóctel derramado. “Qué desperdicio”.
 
… … … … …
 
–“Te voy a demostrar lo que soy capaz de hacer, y de sentir. ¡Ven, Adolfo!, ¡ven y alcánzame!”
 
–“No importa donde vayas, Lucas. Te encontraré. Sé demasiado como para dejarte escapar”.
 
… … … … …
 
El escenario era perfecto para su actuación, oscuro y solitario, faltando solamente la víctima y el testigo. Bien lo sabía Lucas, que esa noche representaba su papel, aquel que tanto le complacía y hoy especialmente, después de lo dicho a Adolfo, tanto le hervía la sangre que podía sentir como una erección tenía lugar dentro de sus pantalones. “Adolfo, date prisa, que no comenzaré hasta que estés aquí”, pensaba.
 
Convencido de haber seguido correctamente los pasos del rubio a través de las calles, Adolfo llegó a un punto en el que se detuvo súbitamente y miró a su alrededor, sin encontrar rastro de Lucas. Oscuro como estaba, se metió a un callejón, inquieto por las intenciones que el rubio podría albergar en su mente; se asomó desde su escondite, intentando ver algo, pero no había nadie cerca, hasta que de pronto oyó pasos en las cercanías, ocultándose tras unos contenedores de basura, sin embargo, solo se trataba de un hombre con capucha que caminaba calle abajo. “¿El maníaco?, ¿Lucas?”, pensó.
 
Sin que se diera cuenta, unas manos le agarraron por la espalda, cubriéndole la boca.
 
–Gracias por llegar a tiempo –le susurró Lucas al oído, y un escalofrío le recorrió el cuerpo–. Te voy a mostrar quien es el «maníaco encapuchado».
 
Hechos los preámbulos, soltó a Adolfo y salió corriendo tras el tipo que viera pasar antes, mientras que, tan rápido como le fue posible, el pelinegro lo persiguió, encontrándose con el espectáculo que el rubio le tenía reservado: el sujeto intentaba liberarse a toda costa del agarre de su atacante, mientras que este disfrutaba con el forcejeo, logrando reducirlo pronto, pese a los puñetazos que recibió en pleno rostro; Lucas, guiado por una furia incontrolable, regresó cada golpe que le fue propinado, arrojando al tipo contra el suelo y pateándolo hasta que no se movió más. Salpicado todo con manchas de sangre y visiblemente lastimado, el atacante se volvió hacia Adolfo, quien permanecía viendo recargado contra una pared, sin acercarse o retroceder, solo aguardando, sudando frio y con las manos empuñadas.
 
–¿Lo has visto?, ¿te ha gustado el espectáculo?, Adolfo, ¿lo entiendes ahora?, yo soy quien ataca a los pobres infelices como este, yo soy al que llaman el «maníaco encapuchado», ¿tienes miedo?, ¿quieres correr?, ¿no volverme a ver? –dijo, limpiándose la sangre del rostro con el antebrazo–. ¿Qué pasa?, ¿tan impresionado estás que no puedes hablar?, ¡di algo!
 
Extendió la mano para tocarle, pero el pelinegro lo apartó con brusquedad.
 
–¡No me toques!, lávate de toda esa mierda antes de poner un dedo sobre mi –dijo, dándole la espalda y alejándose por donde había venido–. Ya sé lo que necesito, es suficiente.
 
Al principio fueron solo murmullos, que luego se transformaron en voces. Era un riesgo si los veían ahí después de lo ocurrido. Lo siguiente que supo Adolfo es que Lucas lo tomó de la mano y juntos se metieron corriendo al callejón, sin voltear o detenerse. 
 
Tenían que desaparecer.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

El autor.


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