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Nuestros cuentos de invierno por Lalamy

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1. Hola, Mikael.

 

Recuerdo muy bien el día en que llegó al colegio por primera vez, era como una oveja asustada, bastaba estirar la mano y te iba a morder, aunque la parte de morder sólo la supimos después. De sólo verle la pinta se sabía que venía del continente. Tenía un peinado que definitivamente no estaba cortado por una mamá, ni por la señora Ivnett, la peluquera de la isla. Su pelo era liso como el pasto, y su piel me recordaba al café con leche, porque no era tan blanco como nosotros, pero tampoco podía considerar que era moreno, y eso nos llenó de curiosidad, ya que de momento nunca habíamos tenido un compañero que proviniese de afuera.  Quizás en cursos más grandes hubiese uno que otro, pero los grandes nunca hablaban con los menores a menos que necesitasen a un reemplazo para jugar a la pelota, ¿saben? Pero más allá de eso, nada.  La profesora lo presentó como Michael, aunque no lo pronunció correctamente, como ninguno de nosotros lo haría después, así que desde ese instante lo identificamos como “Maikael” o  “Mikael”. En ese momento pensamos que Mikael se iba a presentar, no sé, no teníamos la oportunidad de ver a niños nuevos todos los años, pero eso era lo normal.  Sin embargo, Mikael en medio del silencio tomó asiento con cierto aire enroquecido, que era como le llamábamos en la isla a la gente que se ponía muy seria porque tenía miedo de que le hicieran daño. Se sentó  junto al pesado de Ban quien estaba al lado de la ventana. No a todo el mundo le caía mal Ban,  aunque a mí sí porque no se callaba nunca. Yo jamás podía contar una historia sin que me interrumpiese, de sólo escuchar el sonido de su boca tomando aire para decir algo  ya me exasperaba. Pero no era mal niño. Sólo no sabía callarse el hocico, ¿me explico?

A la hora del recreo casi todos nos paramos para ir a hablar con Mikael, estábamos curiosos de dónde venía, en qué idioma hablaban, cómo eran los colegios del continente, cómo eran los McDonald’s, qué jugaban en los recreos, qué música escuchaba, si tenían festivales de verano, si era verdad que habían miles de máquinas expendedoras de condones,  uf… ¡miles de cosas por saber! Pero Mikael estaba parado allí, en medio de nosotros perdiendo color. Era como si estuviese tratando de camuflarse entre nuestras paliduchas pieles, por lo que algunos retrocedimos para darle aire. Por un momento pensé que su viaje había sido muy largo, y que aún no se recuperaba del cambio de horario. Que no había dormido bien, no sé, mi tía del continente siempre se quejaba de ello, pero luego comenzamos a notar más enroquecimiento  en él. De alguna forma se podía ver que estaba enojado.

-          Quizás no habla nuestro idioma – Kennal el grande habló –. ¡Debe de estar escuchando a un montón de gallinas cacarear preguntas!

-          ¿Es verdad eso, Mikael? – Gerso se acercó más a él con cierto aire desafiante. Como Mikael apenas le miró de reojo, Gerso empezó a buscar su mirada y le tocó ligeramente el brazo-. ¡Eh! ¡¿Hablas o no nuestro idioma?! – empezó a zarandearlo. El enroquecimiento aumentó.

-          Tal vez es tonto como Vlaherr – escuché una voz, pero no sabía si era de Nutt o Ban, el hocicón -. Mi papá dice que en el continente está lleno de gente tonta como Vlaherr, porque hay mucho humo en el aire y mucha comida que echa a perder el cerebro desde que son fetos.  Por eso hay tantos autistas.

-          No creo que sea tonto -  Kennal, el grande, volvió a hablar -. Quizás es tímido.

-          ¿Es eso, Mikael? – Gerso continuó moviéndole el brazo-. ¿Nos tienes miedo?

Yo podía ser muy bruto, sobre todo con los números y las ciencias, pero si de algo podía darme cuenta era cuando había que dejar de picar al animal para que no te hiciera daño. Y eso le iba a decir a Gerso quien claramente era de los que les gustaba fastidiar lo nuevo. Iba a decirle que dejase de tocarlo tanto, que parecía no gustarle, no obstante, Mikael se me adelantó.

-          Ya deja de tocarme.

Un movimiento brusco de brazo fue acompañado de esa advertencia. Lo que nos dejó fuera de sitio no era el hecho de que le pidiera que lo dejase en paz, sino la frase que usó: “Deja de tocarme”.

-          ¡Bueno, Mika tiene lengua! – Gerso exclamó con una sonrisa triunfante. No sabía si molestar a alguien hasta que te escupiera la rabia era algo de lo cual debías recibir una tarta, pero él se lo tomó así.

-          No me llamo Mika.

-          Pero tranquilo, sólo queremos ser tus amigos -  dije.

-          Pues yo no quiero ser amigo de nadie, y si me vuelven a tocar les reventaré la cara.

Nos miramos de la misma forma en que nos mirábamos cuando al  profesor de artes manuales le daba por hablar sobre su mal matrimonio con la señora Sveck. No sabíamos muy bien qué decir, porque no sabíamos qué habíamos hecho. El niño nuevo  a pesar de sus palabras duras como patada de buey, parecía disminuido antes su propia agresividad. Seré bruto, pero sé distinguir cuando una persona se siente mal por lo que acababa de decir.  No obstante, antes de que alguno dijese palabra, el niño nuevo empujó al gran Kennal para abrirse paso haciendo que éste se hiciese a un lado en absoluto silencio, y desapareció una vez cruzó la puerta.

En nuestra clase sólo éramos ocho alumnos, de hecho, era un número bastante grande considerando los pocos niños que hay en la isla. Y de los ocho, todos éramos hombres, y ninguno podría  decir que era un matón. Ban no cerraba nunca el hocico, y Gerso era un tanto entrometido y no respetaba el espacio cuando uno estaba enojado, pero  a pesar de todo, ninguno tenía mal corazón., y por ello, podía decir que ninguno tenía la intención de molestar al niño nuevo, pero supuse que él venía dañado de otro lugar. Bien, no me haré el zorro astuto, eso último lo descubrí después.

Las clases solían terminar a eso de las tres y media. Por lo general me quedaba un rato a jugar a la pelota con Hankke, Kennal, y Nutt, pero ese día no tenía ganas, igual a Hankke lo habían castigado por derramar pintura en la clase de manualidades. Fue un desastre, de la mesa chorreaba la mitad del tarro, y el suelo se bañó de ese líquido cafesoso, así que no evitamos decir que se había hecho diarrea. El esposo de la señora Sveck estaba histérico. Agarró a Hankke de la oreja porque no hacía más que payasear con nosotros.  Por un momento recordé al niño nuevo para ver si estaba carcajeándose también, pero parecía tan infeliz como al principio. 

Al salir del colegio vi a alguno de mis compañeros en la panadería dado que a esa hora comenzaban a salir los bollos  con chispas de chocolates que a todos nos gustaba, pensaba en comprar unos, pero recordé que mi mamá no me había dado dinero porque había roto una ventana la semana pasada. Dado ese caso, había pensado en pedir, pero cuando vi a Ban, el hoción,  corriendo hacia los muchachos completamente extasiado me apuré en ir con el grupo a escuchar.

-          ¡El nuevo está pegándole a Gerso! – en su cara dos círculos rojos podían divisarse a lo lejos.

-          ¡¿Dónde?! – Nutt exclamó con ansiedad.

Ban, quien un principio corría hacia el grupo se detuvo y comenzó a aplicar reversa para que todos lo siguiéramos. La señoraSverck, la dueña de la panadería y esposa del profesor de artes, se asomó por la ventanilla del local y nos gritó que no nos metiéramos en problemas, aunque estábamos muy emocionados por el suceso como para pensar en problemas. Corrimos hasta donde se encontraba el pequeño salón de pool y vimos el cuerpo de Gerso sentado en el suelo, y con la espalda apoyada en la pared de dicho lugar.  Estaba sangrando de la nariz y de la ceja. Una mirada de odio le dedicó a Ban por siempre ejecutar su buen papel de hocicón.  Aunque había cierta decepción en la escena; el nuevo ya se había ido.

-          ¡Ese nuevo es un animal! – nos dijo desde su rincón de la vergüenza.

-          ¿Lo tocaste de nuevo? – pregunté con una enorme sonrisa mientras me acercaba a él para ayudarle a levantarse.

-          ¡Seguro! – tomó la mano que le había extendido y se fue levantando mientras yo lo jalaba. Se veía falto de equilibro  -. Lo único que hice fue tocarle el hombro. Quería pedirle disculpas por lo de hace un rato, pero como lo llamaba y no me hacía ni caso, le toqué el hombro para que me mirara. ¡Y este va y me pega! Yo también le pegué, pero él era como una bestia recién soltada de las riendas.

-          Es verdad – Ban asintió  -. Apenas se giró le reventó la cara de un solo puñetazo.

-          ¡No exageres, retrasado! – se secó la sangre de la nariz con la manga del sueter–. En fin, mañana veré qué hago con ese animal.

-          Yo creo que deberíamos dejar de molestarlo y ya – opinó Kennal, el grande, muchos asentimos. No íbamos a zamarrearle la jaula al nuevo.

Sin embargo, quienes no asintieron de manera ¿conciliadora? - como solía decir nuestra profesora de lengua-, fueron Nutt, Hankke (quien se nos unió después) y obviamente Gerso. La agresividad del nuevo, según ellos, requería de una especie de correctivo. Nadie podía llegar y repartir golpes porque algo no le gustaba, según su lógica, y admito que también les encontré razón, pero la forma en que utilizaron la palabra “correctivo”… en serio, no estábamos hablando de una charla con bollitos y té. “Correctivo” era más lo que hacían nuestros padres para enderezar las cosas, y cuando algo estaba demasiado torcido la fuerza del “correctivo” siempre era mayor. No sabía muy bien si debía apoyar o no esa causa. El que sí tenía las cosas claras era Kennal, quien era “grande” para nosotros no sólo por ser el más alto, sino que también por ser  la voz de nuestra consciencia. Por ser dos años mayor que nosotros he de suponer que por eso tenía las cosas más claras. Estaba a puertas de la mayoría de edad, no obstante, como era un poco lento a la hora de los estudios por eso aún estaba con nosotros.  Aunque yo creo que también sucedía porque trabajaba con su padre, y no tenía tiempo para cumplir con obligaciones que no le servirían en nada en la isla.

Me fui después de un rato sin que nadie quedara en un acuerdo. No se desarrolló ningún plan maligno, por lo que nadie tuvo la obligación de disuadir. Ese día recuerdo que deseaba mucho irme por el camino más largo, es decir, deseaba caminar por la orilla del mar y luego volver a desviarme hacia casa.  No recuerdo muy bien por qué decidí hacer eso, tengo una vaga idea de que en la casa habían visitas y no quería que mi mamá me tuviese de empleado. “Haller, ayúdame, deja de haraganear” “¡Haller, de una corrida ve a comprar más harina, rápido, que los invitados ya  llegan!”.  No, teniendo a mis demás hermanos para su entera disposición iba a llegar ya cuando todo estuviese listo. Así que con tranquilidad caminé hacia la playa. Agarré unas cuantas piedrecillas y traté de acertarle a los frailecillos que parecían pensativos en medio de la ligera niebla que había, aunque no le di a ninguno y ni siquiera se asustaron, así de mala era mi puntería.  Ya cuando podía ver la  arena, tan gris como el lomo de mi gato Pikle,  pude notar que alguien estaba ahí, lo que no era raro. A veces los niños  jugaban en la parte del acantilado, donde podían escalar fácilmente y sin riesgos, pero a medida que me iba acercando más empecé a sentir cierto malestar en el estómago; el nuevo estaba sentado en la arena,  medio encorvado, y ya cuando estaba lo suficientemente cerca, me di cuenta de que estaba llorando.

No sabía bien qué hacer.  Ignoraba totalmente a lo que el nuevo estaba acostumbrado del otro lado del mar. Mi tía siempre contaba que una de las cosas que más adoraba de la isla, era la calidez con la que sus lugareños la recibían. A pesar de siempre hacer frío, el calor humano sanaba cualquier herida que te dejaba el continente y sus estúpidas reglas de supervivencia. Por un momento creí que eso era lo que el nuevo necesitaba conocer, pero al mismo tiempo me daba miedo recibir una paliza por verle llorar.

“Si no lo toco, no tiene excusa para pegarme. Esa era su regla número uno, y la estaría respetando” me dije. Aunque era bien imbécil el razonamiento, ahora que lo pienso.

-          ¿Mika?

En ese mismo instante en que mi voz comenzó a fluir con timidez, me di cuenta que ya la estaba cagando. Él no se llamaba así, pero se me había olvidado por un microsegundo

-          Eh… perd…

-          ¿Qué? – su voz se escuchó como el golpe de una roca, aunque si le prestaba mucha atención, algo se quebró en ella.

-          ¿Estás bien?

Me encontraba tras él,  así que creo que eso era una ventaja para ambos.  A él le dio tiempo para limpiarse la cara, y a mí para estar en modo defensivo. 

-          ¿Qué quieres? – se puso de pie y me miró enrabiado. De verdad, en pocas ocasiones había visto a alguien que tenía tanta mierda contenida en el cuerpo. Obviamente no lo decía de forma literal, yo sabía bien que todos teníamos mierda dentro, era una cosa biológica.

-          Ya te dije, quería saber si estabas bien.

-          ¿Por qué?

-          No lo sé… ¿Por qué me preguntas eso?

Mi respuesta pareció descolocarle. Sus ojos se clavaron fieros en mí, y si podía darles alguna interpretación era un “¿Por qué sigues aquí, imbécil?”. También pudo estar deseándome la muerte,  ¿qué sabía yo de ojos? Había rabia en ellos, ahora saber el por qué, ni idea, no son tan “ventanas del alma” como decían todos.  Para mí eran ventanas con cortinas. A veces sólo veías lo que se divisaba entremedio.

-          Sólo vete – me dijo. Le había acertado, no así como con los frailecillos.

-          Mira, yo sé que debes tener tus problemas y todo eso… - di unos pasos hacia él.

-          ¡Quédate ahí! ¡No! ¡Vete! – apretó los dientes. Se le habían enredado las ideas-.  ¡Estate lejos de mí!  - y se agachó para tomar unas rocas.

-          ¿Me vas a apedrear? – incrédulo di unos pasos más, mientras él retrocedía en dirección hacia la orilla.

-          ¡Que te vayas, estúpido! – vociferó como herido de guerra. Lo digo porque sus ojos parecían aguarse.

-          ¡No puedes seguir caminando hacia atrás, te vas a mojar!

-          ¡Ándate! – chilló, y no dudó en apedrearme. Con el antebrazo me protegí porque habían unas piedras que eran más grandes que una canica, y eso era cosa seria.  Obviamente retrocedí medio sorprendido por lo odioso que podía ser.

-          ¡¿Cuál es tu puto problema?! – le grité una vez se le acabaron las municiones, aunque eso no quería decir nada, inmediatamente él se agachó para recoger unas cuantas piedrecillas más.

-          ¡¿Por qué no me dejan en paz?! ¡Sólo aléjense de mí! ¡No tengo por qué socializar con ustedes!

-          ¿Pero por qué no quieres?

-          ¿Por qué es obligación hacerlo? ¡Sólo acéptenlo! ¡Ahora ándate! – y nuevamente comenzó a apedrearme.

Y lo voy a aclarar ahora, sin tapujos; yo no tenía el espíritu del gran Kennal. No podía ser racional con alguien que no lo estaba siendo. Sí, hacía un rato criticaba a Gerso por insistir en zamarrear la jaula a sabiendas de que el animal estaba asustado, pero había una seria diferencia entre ese momento y el que estoy narrando; me estaba hiriendo, de verdad.  Pensaba “No puede salirse así con la suya. Si alguien le molesta, le pega y ya. Eso no puede ser.  Alguien tiene que cambiar eso”,  y mierda, la única solución que se me ocurrió en ese momento fue atacarlo de vuelta. Me decidí ya cuando una de las piedrecillas me había golpeado en la ceja izquierda. La mierda había dolido, así que eso fue lo que me cambió de pasivo a agresivo, como un interruptor.

Cuando ya no tenía más proyectiles corrí rápido hacia él, sin saber si lo quería golpear o empujar, creo que ni siquiera me detuve a pensarlo, mi cuerpo lo sabría al ver la reacción del otro. Él volvió a retroceder, pero lo hizo tan rápido que el ritmo en que lo hacía perdió coordinación, y sus pies se transformaron en sus principal trampa. Cayó de culo sin sospechar, mientras lo hacía, que iba a hacerlo justo en el agua, por lo que de un brinco se puso de pie otra vez acompañado de un sonido de alguien ahogado. Tan sólo se había mojado la parte trasera de su cuerpo, pero su posición era la de alguien que se hubiese empapado de pies a cabeza. Todo su cuerpo parecía tensado, y hasta había apretado los dientes, seguramente por el agua terriblemente helada. Y cuando vio que me acercaba, quizás se percató que yo era mucho más alto que Gerso, o que realmente estaba lo suficientemente cabreado como para quebrarle los dientes, que no hizo más que correr. Escaló un poco para ir a campo abierto, y por supuesto yo que estaba más acostumbrado a esas peripecias lo fui alcanzando con más rapidez. De hecho, hasta por un momento le agarré del pie, a lo que me dio la feroz patada en la cara. Ni me importó.  Mientras corría iba gritando “Ya déjame en paz”, y por la forma en que lo decía notaba que pronto iba a verse obligado a detenerse, porque su aliento ya no daba más, así que apenas fue reduciendo velocidad yo le agarré el brazo, lo giré y le clavé el puño en la cara tumbándole en cuestión de segundos.

-          ¡Deja de ser violento, haces que todos quieran pegarte! – le grité después. También estaba cansado, aunque no tanto como él.

Sin embargo, para mi sorpresa no me dijo nada. Sólo se tocó la cara para ver la sangre que había brotado de su labio roto.

-          Estoy sucio – manifestó mientras se miraba las manos. Había una mezcla de arena, agua salada y sangre en ellas. Frunció el ceño e hizo una mueca de desagrado ante eso, es decir, ni siquiera estaba así porque le había pegado, más le importaba el hecho de que estaba sucio.  Era como una niña.

-          Ya, no es gran cosa…

Inmediatamente le tendí la mano para que se levantara. Mi enojo se había esfumado al verme algo confundido por su reacción.  No obstante, él rechazó mi gesto al levantarse por su cuenta. Volvió a mirarse las manos, y luego miró sus pantalones mojados.

-          Estoy todo sucio – volvió a repetir. Su cuerpo parecía empequeñecido ante ese hecho. Como si una ráfaga de viento gélido le hubiese sacudido el cuerpo. Bueno, hacía viento y él estaba mojado, así que he de creer que algo de eso había.

Lo miré con cierta preocupación, “¿de verdad no me romperás la nariz como lo hiciste con Gerso?” le pregunté, pero en mi mente. Tampoco es que quisiera que realmente lo hiciera. El nuevo pareció ignorarme en todo momento, de hecho, se giró y comenzó a caminar  en dirección al pueblo.

-          Oye, ¿estás bien?

-          Déjame. Voy a casa.

Y fueron las últimas palabras que cruzamos esa tarde. Estuve todo el camino tras él, pisándole los pasos. De vez en cuando escuchaba el sonido de su nariz, o veía dentro de lo que podía el ademán de limpiarse los ojos. Pensé en que seguramente estaba llorando de nuevo, pero muy calladito. Eso me  hizo sentir como la mierda, aunque había una parte en mí en que justificaba mi brutalidad. “No tenía por qué ser tan hostil. Se habría ahorrado todo eso si no se hubiese portado como un estúpido”.

Cuando llegamos nuevamente al centro, donde se encontraban la panadería y la escuela, supe que él vivía  a unas casas mucho más allá. Mi mamá siempre hablaba de las ventajas de vivir en el centro, pero al mismo tiempo, decía que nunca cambiaría el placer de vivir en un sitio donde tú controlabas el ruido. Habían muchos padres de amigos  que también pensaban como ella, así que no era raro en esa zona de la isla ver casas  repartidas por todas partes.

Ahora que recuerdo, algo pareció murmurar mientras caminaba. “Odio este pueblo”, y no entendí por qué lo decía,  mas no tuve valor de interrumpirle nuevamente.

Notas finales:

Llevo unas tantas cosas ya escritas así que las iré subiendo a medida que pueda ordenarlas. ¿Qué les pareció el inicio?

¡Espero que les haya gustado!


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