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¡Pobre! por jotaceh

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Día 47: El corazón de Cecilia

 

Rafael es muy rubio, alto y guapo, además tiene un cuerpo trabajado y varonil. Supongo que por eso avivaba envidia entre los demás chicos de su curso. Al tener diecisiete está en el último grado y todos sus compañeros son igual de hombres que él. Ya saben, los muchachos mayores de la escuela son siempre los más atractivos, esos que ya tienen barba, son altos y sus voces son gruesas como vendedor de zapallo en la feria. Mierda, tengo muy poco mundo.

En fin, lo que realmente importa es que desde un principio ninguno de sus compañeros quería hablarle, no le integraban en sus juegos de fútbol ni en sus conversaciones en los recreos. Aunque claro, con las chicas era todo lo contrario, todas querían hacerle compañía, aun sabiendo que estaba de novio conmigo, como si estuvieran convencidas que eran lo suficientemente buenas como para convertirle.

-Ahora que estoy suspendido por una semana, ¿qué harás? Vas a estar todos los recreos solo...- me preocupé la otra noche, mientras ambos estábamos sentados en nuestra cama esperando a dormir.

-No me molesta estar solo -

-No trates de hacerte el fuerte, sé que sin mí vas a caer en un pozo de desesperación y amargura -

-De hecho me va a servir para estudiar un poco... eres muy ruidoso y no me dejas leer ni siquiera aquí en la casa -

-Qué malo eres, yo que solo te entrego amor -hice un puchero ante su comentario desagradable.

-Sí lo sé, tontito -me dio un beso en la boca antes de abrazarme para que nos pusiéramos a dormir.

Y al parecer el muchacho tenía razón, porque el primer día en que no fui a clases, él llegó comentando que se había acercado a los otros chicos de su salón, que habían comenzado a platicar y que todo había sido agradable, de hecho, se habían juntado a jugar a la pelota después de clases. Rafael llegó todo sucio y apestando a sudor.

-Es eso o te revolcaste con alguien en algún rincón por allí -le miré un tanto enfadado, y es que había llegado bastante después de lo que acostumbra.

-¿Estás celoso? ¿Crees que te podría ser infiel? -

-Eres muy guapo y las chicas te acosan... y además, es extraño que te lleves bien con tus compañeros -

-¿Por qué? Si al final me di cuenta que somos más comunes de lo que piensas... Creo que me haré de buenos amigos -

-¿Y eso lo lograste al estar lejos de tu novio? ¿Eso significa que estás mejor sin mí? ¿Quieres terminar verdad?- me alteré.

-¿Estás bien? -me observó extrañado.

-Yo me quedo en casa haciendo comida y limpiando... preparo todo para que estés bien, y tú llegas apestando después de juntarte con tus amigotes. ¿Acaso no piensas en mí? Siempre estoy solo, siempre me quedo en casa... ¡Ya estoy harto! He sacrificado mucho por este matrimonio. Yo tenía un futuro brillante, y lo postergué para que nuestra relación funcionara.... ¿y tú me pagas así? ¡No aguanto Antonio José Casimiro de la Olla! -

-Solo has estado un día en casa... No es para tanto-

-Ay lo siento cariño, es que las novelas me están haciendo mal. ¿Puedes creer que una mujer con dos kilos de silicona en sus senos actúa como monja y que se cree virgen? Por dios, ¿quién hace el casting? No es para nada creíble -

-¿Te sentiste muy mal hoy estando solo? -

-Bastante, nunca pensé que la vida de dueña de casa era tan triste. Ahora entiendo por qué tu mamá siempre estaba de mal humor  en la casona-

-Bueno, sigue estando enojada siempre -

Rafael estaba preocupado por su madre, y es que desde que quedó en la calle no la hemos visto ser la misma de siempre. No suele hablar en casa, trabaja porque la han obligado y siempre llega callada, cansada y directamente a su cama para dormir. Debe ser normal y es que perdió todo lo que tenía, tan solo que no parece tener ganas de mejorar y eso le duele a su hijo mayor.

Viendo la preocupación en los ojos de mi novio, decidí levantarme más temprano al día siguiente para hacerle un desayuno especial a la señora Cecilia. Quería que se sintiera amada, que se diera cuenta que en esa casa la apoyábamos y que no había nada de malo en ser pobre, aunque para ella fuera una pesadilla.

-Le preparé un café cargado, un omelette con huevos frescos, pan recién amasado y horneado, y por supuesto, leche de la vaca Casimira... Espero que le guste -sonreí ampliamente mientras la mujer observaba asombrada mis preparaciones.

-¿Y esto por qué? -

-Porque es la madre de Rafael y de Olivia, porque la conozco desde que nací, y porque supongo que la veo como alguien de mi familia, por eso me duele que esté tan triste... Es normal que se sienta así, pero piense en sus hijos, están preocupados -

-Lo sé... lo intento, te prometo que intento estar mejor, pero no puedo... Es como si hubiera caído en lo más profundo de un abismo y ahora no puedo salir de ahí -

Comenzó a llorar. No pude pronunciar nada más y es que nunca antes la había contemplado de esa manera. Me percaté que las palabras ya no eran suficiente, ni tampoco un desayuno insulso, por eso me acerqué lentamente a la mujer para darle un abrazo.

Se sintió frío e incómodo en un principio, como si estuviera frente a un témpano de hielo. La percibía extraña, como si no estuviera acostumbrada a recibir este tipo de afectos. Pensé en detenerme, solo que no podía dejarla así. Mi pecho se contrajo, su dolor me invadía y me hacía percibir su tristeza. Era punzante, como una daga incrustada en medio del corazón. ¿Cómo ha podido resistir tanto tiempo así?

-¿Sabes qué es lo peor? Que esto no tiene nada que ver con la pobreza. No estaba bien desde antes, desde mi matrimonio con José Miguel... o quizás desde que vivía con mis padres. Caer en este lugar ahora solo me ha recordado que nunca he sido feliz, que siempre he estado rodeada de gente a quienes no les importo, que si me muriera hoy día, nadie lloraría por mí -

-¿Cómo dice eso? Todos en esta casa estaríamos devastados si usted se muriera. Sus hijos, yo incluso... Estoy seguro que mi mamá igual, aunque le guarde un poco de rencor por cómo la trataba cuando era su jefa, sé que se sentiría fatal al saber que algo malo le sucedió. No piense de esa manera, créame que hay mucha gente en este mundo que la quiere aunque usted no se dé cuenta - esta vez la abracé con mucha más fuerza, intentando que el calor de mi cuerpo la impregnara y le dejara aliviar esa tristeza que le ahogada tanto.

No dijo nada más y solo continuó llorando en mi pecho hasta que llegó la hora de irse a trabajar. Su tristeza se quedó instalada en mi corazón. ¿Cómo no me había dado cuenta de su lamento antes? ¿Por esa razón siempre andaba irascible y trataba a todo el mundo mal? ¿Puede ser que su mal humor haya sido producto de tanta tristeza acumulada?

¿Qué puedo hacer para ayudarla?

 


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