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¡Pobre! por jotaceh

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Día 49: Mis sacrificios

 

Es imposible no empatizar con la tristeza de la persona a quien amas. Cecilia acabó con su vida, dejando solos a Rafael y a Olivia. Intenté estar ahí, hacerles compañía, pero nada en este mundo podría reemplazar aquello que habían perdido, era demasiado doloroso lo que había ocurrido.

-Será mejor que los dejes solos un momento, necesitan espacio –me aconsejó mi mamá luego de ver todos mis intentos por alegrarlos.

-Es un proceso que deben vivir por sus propios medios. No podrás quitarles esa pena ahora –mi abuela también podía ser sabia.

Preferí salir un momento al patio y mirar el cielo, respiré profundo antes de sentarme en la banca bajo el durazno.

 

 

El velorio fue sencillo, vinieron un par de personas del pueblo, el cura hizo su ceremonia ante las pocas personas, antes de llevarse el féretro al cementerio.

-¿No podemos llevarla a la iglesia? –le pregunté a la señora María.

-No mijo, porque ella se suicidó. No dejan entrar a la iglesia a quienes mueren así. Agradece que el curita vino porque es mi amigo, si hubiera sido otro, ni siquiera se acerca a la difunta –

-¿Es broma? Pensé que eso había quedado en la edad media…-

-Hay cosas que nunca cambian mijo, eso tenlo por seguro –

Y no quise alegar por ello, y es que sería recalcar aún más lo que había ocurrido. Mejor dejar pasar aquel desaire tan estúpido y seguir con la procesión.

Todo fue solitario y pronto estábamos en nuestra casa. He visto un par de lágrimas en Rafael, y es que intenta hacerse el fuerte, como “un hombre”, ya saben esa estupidez de la masculinidad tóxica y la imposibilidad de demostrar sentimientos. Aunque la que más me preocupa es Olivia, porque ni siquiera la he visto derramar una mísera lágrima, simplemente se paralizó cuando vio que los del hospital se llevaban a su mamá.

-Oli, ¿quieres que veamos Inkigayo? –usualmente eso siempre le alegra, tan solo que esta vez no recibí respuesta, ni siquiera eso le interesaba.

Insistí demasiado, y ninguno de los dos pudo recibir mi consuelo, porque no tienen los ánimos para ello. Está bien, los comprendo, pero es que no puedo soportar verles de esa manera, me parte el alma saber que quienes quiero están sufriendo.

 

 

Miré fijamente el cielo, contemplando cómo las nubes transitaban juguetonas por el firmamento. El sol me iluminaba con fuerza, y a los lejos escuchaba las cigarras que se escondían en los pastizales, en las plantaciones de los fundos cercanos. Había silencio, lo único que podía interrumpir la quietud era cuando pasaba una bandada de pájaros, y cuando escuché el grito de alguien en la reja, una persona que nos quería visitar.

Me sorprendí de verle allí, y es que supuse que no querría regresar.

-Hola, Pablo. Me enteré lo que sucedió con la mamá de Rafael. No pude venir al velorio porque estaba trabajando, por eso me escapé un ratito ahora para poder verlos –se trataba de Joaquín.

No le había visto desde la vez en que terminamos nuestra relación y por eso me impresionó volver a verle. Estaba más bronceado producto del trabajo en el campo, pero todo el resto seguía igual en él, especialmente aquella mirada en calma que siempre le ha caracterizado. Debo reconocer que me alegró saber que se encontraba bien, tanto como para venir a ver al muchacho que supuestamente debería odiar.

-Claro, pasa, les voy a avisar a los chicos que viniste a verlos –

Lo hice pasar a la casa, para luego ir a la habitación donde se encontraban los Eguiguren, rodeados de las pertenencias que dejó Cecilia.

 

 

-Lo siento, no están de ánimos como para recibirte, pero Rafael me dijo que te diera las gracias por el gesto –tuve que responderle finalmente a la visita y es que ambos muchachos estaban destruidos.

-Está bien, no te preocupes, entiendo… ¿tú cómo has estado? Debió ser duro encontrarla en ese estado –se refería a Cecilia.

-Trato de no pensar en eso, prefiero enfocarme en Rafael y en Olivia, que me necesitan mucho más –

-Siempre haces lo mismo. Antepones las necesidades de los demás antes que la tuya…-y esas palabras me estremecieron, porque sabía que no solo lo decía por lo que estaba ocurriendo.

-Yo… soy feliz si el resto…-pero no pude terminar.

-A veces lo mejor es que todo siga su propio rumbo. Es noble lo que haces, sacrificarte por otros, tan solo que no sirve de nada si eso termina destruyéndote a ti mismo… Al final lo único que logras es empeorar más la situación…-

-¿Lo dices por lo que ocurrió entre nosotros? –tenía miedo en ese instante.

-Lo digo por todo… Creo que deberías comenzar a pensar más en ti, para que así puedas contagiar esa energía a los demás… Puede que de esa manera los ayudes más que presionando las circunstancias para que no sufran lo que tú crees que es una amenaza-

Me quedé mudo.

-En eso tiene razón el muchacho, pareces monja franciscana con esa actitud…. Está bien que no quieras ser una prostituta libertina como tu madre, pero tampoco tienes que ser tan santa…-mi abuela estaba escuchando todo desde la cocina y al ver que podía intervenir, apareció en escena.

-Dejemos de lado lo de libertina… pero mi mamá tiene razón en lo que dice. Apenas tienes quince años, deja de tomar responsabilidades que no te corresponden… Todo va a estar bien, cariño. Confía en el destino. Tal vez Rafael y Olivia no lo estén pasando bien ahora, pero esto terminará en algún momento y todo volverá a ser como antes, créeme –Carmen también apareció para darme consejos.

-Pero es que los amo y no puedo evitar ayudarlos –no entendía qué querían decirme, por lo que preferí salir de la casa y respirar un poco de aire fresco en el patio.

 

El sol se escondía tras las montañas y de a poco la noche se instalaba en el valle. Supongo que los tres se quedaron adentro hablando de mí, porque escuchaba sus voces, pero no era lo que necesitaba en ese momento. Así es que preferí salir a la calle y caminar sin pensar muy bien hasta dónde llegar.

Pasaron quince minutos cuando la luz de un vehículo que venía acercándose a mí me encegueció. Me asusté al percatarme que se detuvo a mi lado. El vidrio se bajó y dejo a entrever a su conductor: José Miguel Eguiguren, el padre de mi novio.

-Ven, sube…-me invitó.

Sé que es estúpido y arriesgado, que siempre dicen que no hay que subirse a coches de gente que uno no conoce, pero yo a él si lo ubicaba, más que mal me crie en su casa. Por lo que le hice caso y me monté.

-Supongo que entiendes por qué estoy aquí, ¿verdad? –

-Viene por sus hijos…-era evidente, era su deber desde ahora.

-Sí, y podría hacerlo por la fuerza si quisiera porque tengo la tuición de mis hijos después que mi esposa… bueno, ya sabes. Al punto que quiero llegar, es que sé que tanto Rafael como Olivia no querrán irse conmigo porque les abandoné, deben odiarme e incluso quizás imaginan que soy el culpable por la decisión que tomó Cecilia –

-Pero si tiene qué ver… Si no hubiera huido, ella no habría caído aún más profundo en su depresión –fui sincero ante la pedantería de ese sujeto tan pomposo.

-No es de tu incumbencia, Pablo, es un tema familiar –

-Ellos están viviendo en mi casa, con mi familia… Y los amo tanto que no los he dejado ante el primer problema que ocurre. Yo soy más su familia que usted… por lo menos, en este momento –me enfada la arrogancia del caballero, como si no hubiera hecho nada malo.

Hubo un silencio después de mis palabras. José Miguel observó a través de la ventana frontal, mientras se mordía el labio inferior como si meditara la mejor forma en decirme lo que estaba pensando.

-He recuperado parte de la fortuna que perdí. Si he vuelto es porque no quiero que el futuro de mis hijos siga perjudicándose. Quiero llevármelos a la capital, donde ya tengo aprobadas las plazas en un buen colegio privado. Especialmente Rafael debe terminar bien este año para optar a una universidad de prestigio… Por eso, por el futuro de mis hijos, es que quisiera que ambos se vinieran sin chistar, pero con los sentimientos que deben tener ahora, puede que quieran rechazar mi oferta y complicar todo. Y tiempo es lo que menos tengo… Por eso quisiera pedirte que me ayudes a que elijan lo mejor –

-Que sería irse con usted…-terminé su frase.

-Claramente sí. Si quieren tener un futuro como el que siempre pensaron, entonces deben mudarse a la ciudad conmigo. Soy la única persona que puede socorrerlos en este momento. ¿Me vas a ayudar? –

Y tenía razón, yo no tengo nada que ofrecerles. ¿Qué sería de sus vidas si se quedan en este pueblo? ¿Tendrían que dejar la escuela para comenzar a trabajar en el campo como le pasó a Joaquín? No, ellos no se merecen eso. Por lo que acepté ayudar a aquel hombre, aunque me duela, haré que se vayan con su padre, para que puedan tener una vida digna y no sigan sufriendo las penurias de la pobreza.

 

 

 

 

 


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