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Flores + Apareamiento por Hakupaluszki

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Notas del fanfic:

Se me ocurre, lo escribo. Yo no me ando con mamadas (?)

Akira y Yuu son dueños de sí mismos, yo solo juego con sus nombres y apariencias para complacerme a mí y tal vez al fandom uwu

Advertencias: referencias a mucha cultura del neoperreo.

Notas del capitulo:

 

Donde Aoi se rifa con su perreo para conquistar a Akira.

 

Flores

 

Yuu detestaba —odiaba— su trabajo de medio tiempo, pero no podía renunciar a él cuando le daba de comer y le permitía sacar copia a todos esos libros que no podía comprar para la carrera; o cuando gracias a él a veces se podía dar el lujo de comprar un four lokito y asistir a todas esas fiesta de la universitas junto a Takanori hasta que amanecía y volvían juntos tambaleándose al edificio donde rentaban habitación.

 

En realidad no se podía quejar, porque para ser trabajo de medio tiempo, era bien remunerado para un estudiante. Además del sueldo base contaba con seguro por si se enfermaba, ganaba experiencia para futuros trabajos igual de explotadores y podía regresar a su humilde cuarto en menos de 5 minutos si es que surgía algún imprevisto (no le permitían pasar al baño del local).

 

Pero en verdad odiaba ese trabajo con toda su negra alma, se sentía sofocado cada que se metía en aquella estúpida botarga de doctor gordo y calvo con la cual debía bailar por alrededor de 5 horas seguidas, antes de que el imprevisto surgiera y subiera corriendo a  su cuarto y liberar la carga, para después regresar a la coreografía que había montado con ayuda de Takanori, quien hace poco había dejado su fase de ser fan de Daddy Yankee.

 

Ahora el enano gustaba de Ozuna y era peor.

 

Yuu odiaba su trabajo, pero aún así de mala gana se metía en el disfraz, pedía que le ayudaran a subir el cierre de la botarga y ponía en los altavoces, que la farmacia le había comprado especialmente a él, la playlist de Spotify “Neoperreo” que alguien le había pasado en algún día durante clases.

 

Y así se iba gran parte de su día, en una rutina que consistía en ir a clases, comer un burrito de chorizo, dirigirse a su habitación y bajar las escaleras para ingresar en el local que se encontraba, casualmente, en el mismo edificio donde él vivía. Se disfrazaba de Dr. Simi, y se ponía a perrear mientras Takanori trabajaba en buscándole medicina a la clientela que era atraída por los místicos pasos de cadera que Yuu realizaba cada que Taki Taki sonaba en la bocina.

 

Hasta que cerca de las 4 de la tarde, del local del frente salía una cansada mujer de unos 80 años en compañía de su nieto, quien se encargaba de llevarla hasta su casa, al lado, y regresaba él a atender la floristería de nombre Akai.

 

Esa era su parte favorita de la rutina, cuando tenía la oportunidad de observar al sexy vecino contonear sus caderas de forma agresiva a la hora de recorrer el tramo de la puerta del local hasta la puerta de la casa de la abuelita Suzuki.

 

Decir que Yuu tenía un crush enorme sobre el hijo mayor de los Suzuki era poco, así como inversamente proporcional al odio que le tenía a la botarga. Entre más odiaba su trabajo, más crusheado se sentía por el tipo de las flores.

 

Akira Suzuki era su nombre, lo seguía en Instagram y en su Depressive Diary Twitter;  se había checado todas las fotos de perfil del rubio cenizo en Facebook, buscando likes sospechosos o algún me encorazona que diera indicios de que el muchacho de las flores tenía pareja. Pero no era así, el desnalgado —apodo dado por Ruki— estaba más solo que una mosca en el polo norte. Y en eso se parecía tanto a Yuu, quien inmediatamente había tomado aquel punto a su favor alegando que eran el uno para el otro.

 

—¡Son las 4, Yuu! —gritó Takanori desde atrás del escaparate mientras jugaba Pokemon Go sin prestar atención a lo que un cliente, visiblemente molesto, le pedía.

 

Yuu, quien había estado sentado descansando mientras tomaba jugo de manzana, se levantó tan rápido que parecía como si le hubieran picado el trasero o le hubiera pellizcado, se puso la cabeza de la botarga y puso la música a un volumen lo suficientemente alto para que cualquier persona volteara a buscar el origen de semejante ruido.

 

No pasaron ni cinco minutos después del anuncio de Takanori cuando la puerta corrediza de vidrio de la florería de enfrente fue abierta, la primera en salir fue la abuelita Suzuki y su usual sonrisa que hacía desaparecer sus ojos, con bastón en mano dando pasitos demasiado cortos y lentos, esperando con paciencia a que su nieto terminara de cerrar la puerta para que le ofreciera un brazo sobre el cual apoyarse y recorrer los 10 largos y exhaustivos metros hasta el pórtico de su casa.

 

Akira abrazó rápidamente a su abuelita y emprendieron su viaje mientras Yuu ponía en marcha su plan infalible: bailaría para que Akira volteara a verlo y se enamorara perdidamente de él.

 

Pero mientras el pelinegro daba vueltas, meneaba las caderas y bajaba perreando hasta el inframundo al ritmo de Lean, el rubio le ponía atención a las palabras que su abuela decía en voz sumamente baja, asintiendo cuando era necesario y dejando que la mayor le pellizcara las mejillas pidiendo que se quitara esa horrible tela de la cara que ya olía como a pez muerto.

 

Yuu estaba dando lo mejor de sí, rompiendo la pista de baile —la avenida sobre la cual trabajaba— para que el otro ni se inmutara con su presencia. Takanori reía por lo bajo a lo lejos, ignorando aún el pedido del cliente que lo miraba con cara de pocos amigos.

 

Para cuando la abuelita Suzuki ya había ingresado a su residencia, Yuu iba por su quinta canción de Uzielito Mix y Akira había volteado con desagrado a buscar el origen de semejante aberración musical.

 

El rubio encontró la desagradable imagen de la botarga perreando apoyado de una columna y arrugó su nariz, y por lo tanto su apestosa tela, en señal de asco.

 

El trayecto que se había tardado en recorrer en un cuarto de hora, lo hizo en menos de dos minutos y corrió a buscar refugio entre las paredes blancas del local y cientos de plantas que tenían más ganas de vivir que él.

 

Cuando Yuu terminó su ritual de apareamiento, pudo ver con tristeza cómo Akira huía de él como si tuviera diarrea. Sus lágrimas se confundieron con su sudor debajo de la cabeza de la botarga.

 

Al fondo Takanori reía y mientras el cliente ignorado tomaba un paquete de chicles y se largaba de ahí maldiciendo el mal servicio de la farmacia.

 

 

 


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