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Para romper una maldición por BocaDeSerpiente

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Notas del fanfic:

Drarry, con trama. Romance/aventura, más o menos. Siguiendo el AU de "Tesoro" y actuando igual que continuación de esta. Se recomienda leer primero para evitarse spoilers.
21 partes + 7 miniextras.
El universo de Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling, y lo que reconozcan, no me pertenece. Yo sólo juego con estos chicos.

—¡…cuidado, Draco!

Ocurrió demasiado rápido. Un momento, estaban agazapados en uno de los senderos estrechos y laterales, varitas en mano, listos para colarse más hacia el centro del invernadero en cuanto las defensas mostrasen una mínima abertura. Al siguiente, un tallo que reptó a los pies de Draco, lo tenía colgado cabeza abajo del tobillo, y con su grito, Harry terminó por sufrir del mismo destino.

—Perfecto, Potter, simplemente perfecto —Pronunció en tono desdeñoso y bajo, y aunque quería echarse a reír porque su piel pálida se coloreaba enseguida por la presión sanguínea aumentando en la cabeza, sabía que no era el momento; los años con él, le advertían de no jugársela cuando lo llamaba por el apellido, a menos que quisiera terminar como en los viejos tiempos.

—Quería evitar que te atrapase…—Musitó.

—Pues mira qué bien te ha salido.

—A ver, tú hazlo mejor, Malfoy —Resopló, cruzándose de brazos. Comenzaba a sentir la presión leve en la frente, y en el repentino movimiento, la varita se le había escapado entre los dedos.

Por supuesto que aún podía recuperarla, con un simple accio verbal, o zafándose del agarre del tallo por sí mismo, pero nunca estaba fuera de lugar retarlo. No si conseguía que su novio le dedicase esa mirada altanera que prometía una sorpresa.

—Tú sólo haz lo que te diga, como de costumbre. Aquí vamos —Avisó, comenzando a balancearse adelante y atrás en el tallo, como si fuese una cuerda dispuesta por él.

Draco conservaba su varita, dada esa habilidad innata de aferrarla cuando a otros se les caería, pero cuando adquirió la velocidad suficiente, el balanceo convertido en un arco perfecto en el aire, no la utilizó para soltarse. En cambio, lanzó un incendio hacia el tallo que lo sostenía a él, y le ofreció la otra mano, a la clara orden de "¡aquí!". Harry se impulsó con toda la fuerza que pudo reunir para alcanzarlo cuando se aproximó, sujetó su brazo, al tiempo que el tallo chamuscado y muerto lo liberaba y quedaba cabeza arriba, otra vez colgando.

—Ve por ella —Draco deslizó su otro brazo hacia abajo, él se sostuvo por reflejo; en el movimiento, a su vez, le entregó la varita.

Cuando se balancearon para trazar un arco de nuevo, Harry plegó las piernas y luego las extendió, intentando adquirir más empuje y tomar la dirección que quería. Draco lo soltó, el impulso lo llevó despedido hacia su destino.

El invernadero, un edificio octogonal de cristales, que en ese momento yacían reducidos a fragmentos en el suelo, tenía una entrada en cada una de sus caras y un pasillo que conducía al centro, donde un enorme capullo verde, con manchas de un rosa intenso y amarillo enfermizo, no dejaba de agitar tallos, soltar pus y enterrar las raíces en el suelo. En su parte más alta, una figura humana sobresalía, atrapada por lo que habrían sido pétalos en una flor común y corriente, y hacia allí se dirigía.

A sus espaldas, escuchó los protego, reducto e incendio, que lo mantuvieron a salvo de los agresivos tallos que buscaban frenarlo. Cayó contra uno de los pétalos, aferrándose con manos y piernas a la superficie demasiado suave y lisa, que lo habría dejado deslizarse, si no hubiese sido por los guantes rugosos y las puntas especiales de los zapatos, para buscar puntos de apoyo al escalar.

Trepó rápido, consciente de que el pétalo descomunal se iba hacia abajo por su peso, y lo último que quería era encontrarse metido en ese pus que ocupaba el centro mismo y otro de los sermones de Draco sobre no cuidarse lo suficiente.

Donde los pétalos se unían, lo que sobresalía era poco más que un par de brazos delgados, teñidos de rosa y amarillo, y Harry se apresuró a sostener las pequeñas manos y tirar, hasta que el agarre comenzó a aflojar, y la niña dentro, a salir.

Apenas tuvo tiempo de notar, por el rabillo del ojo, la sacudida de tallos que pretendía apartarlo de la flor gigante. Terminó de liberarla con la ayuda de un wingardium leviosa que la envió un metro por encima de la planta, y se dejó caer hacia atrás, la mirada puesta en la niña que levitaba, la varita apuntando sólo a ella. No se sorprendió de ser retenido a mitad de camino del suelo por una consistencia semigaseosa y negra. Draco.

Su novio mascullaba acerca de, como se esperaba, lo poco que resguardaba su seguridad, mientras mantenía a raya los demás tallos y a la planta, que ahora vacía, se agitaba furiosa en busca de una nueva víctima. Harry fue depositado en el suelo y bajó a la niña hacia sus brazos, para correr lejos del alcance de los tallos, llevándosela consigo. No tendría más de siete años.

—¡Ya puedes hacerlo! —Avisó, en cuanto supo que estaban fuera del perímetro que acordaron.

Draco, más próximo a la planta ahora y de pie, después de haberse soltado y recogido la varita de Harry, deslizó uno de sus brazaletes, una irregular pieza de un negro reluciente, fuera de la muñeca, y lo arrojó al aire. Con un rápido conjuro en latín, el brazalete ocupó el espacio por encima de la planta, extendiéndose para caer al suelo como un círculo de runas capaz de contenerla. Los tallos encontraron una barrera invisible cuando intentaron ir más allá del dibujo que quedó en el suelo, la planta misma emitió un sonido similar a un chillido al sacudirse.

Harry jadeaba cuando se agachó, para comprobar los signos vitales de la pequeña. Respiraba por la boca entreabierta, el pulso era débil pero constante, y aunque tenía la piel rugosa y fría, estaba seguro de que lucía peor de lo que era. Cerca de ellos, Draco quemaba las raíces que quedaron cortadas por las runas y no fueron retraídas dentro de las barreras cuando estas cayeron, para no dejar rastros por fuera que pudieran suponer un nuevo peligro en otro momento.

—¿Estabilizador o revitalizante? —Harry ya se había sacado del bolsillo los dos frascos, tenía el segundo destapado, pero nunca estaba de más preguntar. Después de todo, eran sus recetas.

—Tú la revisaste, Potter, uno pensaría que ya puedo confiar en tu criterio —Replicó su pareja, sin girarse para verlos.

Asintió para sí mismo, a la vez que presionaba el vial contra su labio inferior para llevar el líquido dentro sin ahogarla. Mantuvo su cabeza un poco alzada, con la otra mano por debajo de la parte de atrás del cuello, y le masajeó la garganta al finalizar, para que lo tragase sin problemas.

—Adoro tu manera de decirme "idiota" sin decirlo.

—Para eso estoy, ¿no? —Una vez completado el trabajo y seguro de que la planta estaba atrapada, se les acercó y se puso de cuclillas junto a ambos. Torció los labios al ver el rostro dormido de la niña—. Merlín, qué pequeña. Vamos, hay que llevarla con sus padres, y amenazar con una maldición a ese tipo por experimentar donde su hija juega.

—No nos han pagado la segunda mitad de lo acordado —Le recordó, para que no hiciese una locura.

—Amenazarlo después de que nos haya pagado, Harry, ¿con quién crees que hablas? —Y volvía a ser Harry. No pudo evitar sacudir la cabeza al alzar a la pequeña en brazos y ponerse de pie, para ir detrás de Draco, que no se molestaba en limpiar el desastre. Para eso estaban los elfos y los idiotas que les daban trabajo, solía decir.

—¿Qué hay de la planta?

—No nos pagan lo suficiente para deshacernos de ella, que se encarguen ellos —Draco hizo un gesto vago con su mano al dirigirle una mirada por encima del hombro.

—La magia podría tomar otro huésped si lo hacen mal.

—Entonces tendrán que volver a llamarnos y más galeones para nosotros, ¿cierto?

Harry entrecerró los ojos para disimular que quería sonreírle, cuando lo vio detenerse para abrir la puerta torcida, fuera de lugar y sin cristales, y hacerse a un lado para que pasase primero. Draco le guiñó.

—Serpiente.

—Siempre, Harry, siempre.

Tal y como había dicho, regresaron por un camino de piedras y un terreno extenso de césped hacia una mansión veraniega, de lo que calificaban como magos sangrepura inútiles (en privado, está de más agregar), a los que le entregaron a su hija inconsciente junto a una receta de pociones y tratamiento que tendría que quitarle los vestigios de la magia oscura que la atrapó y consumió a ella y la planta mágica. Después de ser colmados de agradecimientos y haberse hecho unos cuantos galeones más ricos, Draco no sólo les contó que tenían una monstruosa planta de la que deshacerse, sino que los daños del invernadero eran asunto suyo, y añadió la dichosa amenaza al sujeto irresponsable que era causante de toda la situación.

A decir verdad, ellos no tenían problema en deshacer la magia por completo, y Harry acostumbraba limpiar un poco desde su época de Auror, pero con un caso como aquel, su novio se ponía más irritable de lo usual. No es que a él le agradase que un mago dejase que su planta híbrida se impregnase de magia negra e intentase fusionarse con su hija más pequeña y consumir su vida. Quería pensar que sólo tenía más paciencia, o que había salido bien de situaciones peores.

Draco dejó caer, como quien no quiere la cosa, una diminuta piedra azul cerca de los límites anti-aparición. Una alarma, en caso de que la planta se saliese de control dentro de los próximos días. Por muy duro que pudiese parecer, Harry sabía que no era malo, y le pasó un brazo en torno a los hombros, con una sonrisa que decía claramente que sabía lo que acababa de hacer.

—Sin comentarios —Le advirtió, estrechando los ojos, tan pronto como leyó sus intenciones de burlarse por su momento de ablandamiento. Harry sonrió más.

—Pero si sólo iba a invitarte a cenar en ese restaurante caro que te gusta...

Draco exhaló un suspiro teatral y dramático.

—Tantos años, y por fin aprendes a celebrar un buen día de trabajo. Parece que mis esfuerzos no han sido en vano.


Se Aparecieron alrededor de las once de la noche en un callejón, más por costumbre que por necesidad, en el barrio mágico de la zona, poco después de terminar su cena, cuando tuvieron la impresión de que el vino comenzaba a subírseles a la cabeza. Caminaban pegados al otro, Draco tenía un brazo sobre sus hombros, Harry le rodeaba la cadera; podían decir que era por la bebida, o por el frío de esa temporada, aunque hace tiempo que los vecinos llegaron a interesantes conclusiones y dejaron de hacer preguntas cuando los encontraban así.

En un entramado complejo de calles estrechas y otras que apenas podían ser consideradas como tal, el bullicio del centro era menor, y la iluminación consistía en puntos de luz aquí y allá, donde se requerían solamente. Todavía había gente en algunos de los portones de las casas, sentados en las aceras o los pórticos, y los saludaron de pasada, con la familiar cordialidad con que se le habla a quien te encuentras cada día, pero sin intercambiar más que unas palabras.

Inferno, anunciaba un cartel de aspecto mucho más antiguo y desvencijado del que le correspondía, en la parte de arriba de un local de vitrinas enormes, que mostraban apenas una o dos piezas de colecciones mágicas, y mantenían una cortina negra que dejaba el interior sumido en el misterio. Nada más empujar la puerta, una campanilla avisaba la llegada, una barrera mágica los examinaba en busca de hechizos desilusionadores, capas invisibles o algún glamour, permitiendo que sólo ellos pudiesen conservar las tres cosas una vez que daban un paso dentro.

Aromas de diferentes inciensos los recibieron igual que un golpe sensitivo. En la distancia, un débil murmullo les advirtió que estaban trabajando y no debían interrumpir.

El local era estrecho y alargado, más grande de lo que aparentaba desde afuera gracias a una serie de encantamientos que les llevó días perfeccionar, para que funcionasen con las respectivas protecciones. Donde las paredes no revelaban un papel tapiz de motivos extraños e hipnóticos, estaban cubiertas de mapas trazados a mano, estantes de libros o incluso páginas con símbolos antiguos, y el suelo se escondía debajo de una alfombra rojo oscuro, que cumplía la función de pasillo, en medio de las dos vitrinas de cristal que separaban a los posibles clientes de la mercancía a los lados. Del techo, pendían toda clase de amuletos, desde atrapasueños reales, con diminutos destellos en sus redes de los últimos que capturaron, hasta móviles de melodías que imitaban conjuros y encantamientos protectores.

Draco se abrió paso a la sección del personal, detrás de los muebles, para hacerse con un tomo grueso que recopilaba informes de los casos que atendían. Lo tendió sobre la superficie de vidrio, buscó el de esa ocasión con un método de organización que no alcanzaba a entender, sin importar cuántas veces se lo explicase, y empezó con las respectivas anotaciones del día. Harry ocupó una silla alta y se dedicó a escuchar el rasgueo de la pluma, mientras comprobaba que el chivatoscopio de la tienda seguía inmóvil, y el reflector de enemigos, sin señales de proximidad.

De una puerta lateral, un umbral disimulado por múltiples cortinas delgadas de tela, conchas y cuencas, salieron un par de mujeres, una abrazaba a otra con lágrimas en los ojos, y se retiraron con un simple movimiento de cabeza. Por obra de un hechizo no verbal, el letrero de cerrado se colocó en la puerta apenas salieron, y luego esta también ocultó el interior con una cortina oscura.

—¡Mis amores, hasta que al fin llegan! Ya decía yo que se echaron otra escapadita por ahí —Las cuencas tintinearon al darse unas con otras, cuando una bruja morena las abrió de par en par y se posicionó bajo el umbral—. Adivinen qué acaba de pasar aquí dentro, no se imaginan el dramón que se arman los muggles por las cosas más raras.

Cuando se acercó a ellos, Harry se dejó sostener el rostro y besar ambas mejillas de forma sonora, y Draco ni siquiera se inmutó cuando fue abrazado con fuerza, más que para saludarla con un susurro de "buenas noches, Ze". La mujer se dejó caer en otra silla, cruzó las piernas, y procedió a contarles sobre un mago sangrepura que se casaría con una mestiza, y a la vez, tenía una aventura con una muggle, y esas dos eran las mujeres que acababan de salir de ahí, luego de una consulta, en la que se enteró de prácticamente cada detalle de sus vidas y del desdichado destino que le deparaba a la primera, aunque no le había hecho más que insinuaciones al respecto, antes de que se echase a llorar.

—…que el futuro esposo prefiere a otra mujer, que además de muggle, es la mejor amiga de la prometida, es para llorar —Draco asintió, con aire distraído, a pesar de estar pendiente de cada palabra. Harry le dio la razón, y aquello causó que la bruja siguiese hablando sin pausa por un rato, obligándolo a cuestionarse, para sí mismo, si es que no respiraba en el proceso.

Ze Emilia D'Niaye era la vidente y consultora oficial del Inferno. Hacía desde lecturas de bolas de cristal, el tarot y las líneas de la mano, hasta profecías, Aritmancia, visiones en las estrellas, y cuanta cosa más a Harry nunca le interesó aprender; pronto entendió que se debía al ejemplo de vidente que tuvo con Trelawney, y no porque el arte pudiese ser menospreciado. Era casi tan alta como Draco y toda curvas, como pocas veces había visto en una mujer; solía llevar el enmarañado cabello negro suelto o en una trenza, echado hacia atrás por bandanas, los hombros y el torso al descubierto, a pesar de las mangas largas y anchas, faldas de múltiples capas de telas coloridas de variadas texturas y sandalias, sin importar si era la época de más calor o mayor frío en el año.

Tenía una de las peores reputaciones de la ciudad, incluso fuera del barrio mágico, y razones no faltaban: montones de accesorios de oro, plata y cuero adornaban su cuello, muñecas y tobillos, tenía un cinturón del que colgaban sacos con polvos, muñecos de tela cosidos a mano con ojos de botones, y tres varitas de procedencia desconocida, que usaba a su antojo. Además, según las vecinas de mayor edad, contoneaba demasiado la cadera al caminar e incitaba a otros a hacer lo que quisiera con un tono melodioso y antinatural. Sin mencionar que su casa estaba en un pantano a las afueras, que tildaban de maldito.

Harry pensaba que eran exageraciones de mentes aburridas y con mucho tiempo libre. Tuviese las habilidades o pasatiempos que tuviese, Ze se mostraba fascinada por su cicatriz, les había dado refugio, comida y apoyo cuando no tenían a nadie más, e incluso se hizo un tatuaje mágico que pretendía imitar la Marca Tenebrosa de Draco, aun cuando este le explicó, sin detalles, que no se trataba de nada bueno de donde provenían; cuando le preguntó por qué lo hizo, ella sonrió triste, y dijo "se veía como algo que le dolía recordar, quiero que ahora cuando la vea, piense en la loca amiga que tiene y se hizo uno igual para acompañarlo en la miseria", y desde entonces, el vestigio de Voldemort en el cuerpo de su novio, tenía dibujos de flores mágicas que se abrían paso entre la calavera y la serpiente, también cortesía de Ze. Él no habría podido sentirse más agradecido de su presencia en la vida de ambos.

—…y lo peor, es que se van a separar apenas ella muera, dentro de unos cinco años; tanto mantener la relación en secreto, para ser consumidos por la culpa al final, ¿quién los entiende? —Ze había sacado, desde algún escondite, una galleta de avena, a la que le daba mordidas grandes y sin cuidado, en breves pausas del relato.

—¿Todo eso lo supiste con su tarot o con las manos? —Cuestionó Harry, que no dejaba de sentirse asombrado, desde que la mayoría de los clientes consultados regresaban para decirles que las predicciones se hacían realidad, al menos las de corto y mediano plazo, porque no todas se daban todavía.

—Oh, no, lo de ser amantes lo supe nada más ver a esas dos juntas. Sus ojos me lo decían; demasiada culpa, demasiado dolor y amor mal correspondido. En otra ocasión, le habría salido el hanahaki desease —Sacudió la cabeza con fuerza—. La pobre chica tenía la muerte escrita en la mitad de la palma, triste, se irá muy triste. Nada de lo que pueda hacer ayudará, las cosas cómo son, no se va a dar cuenta de lo que significaba lo que dije hasta que sea demasiado tarde. Yacerá en un lecho solitario y amargo —Exhaló al final, y como si no fuese consciente de lo que acababa de decir, volvió a sonreír y se inclinó a un costado de Draco, leyendo lo que escribía sin disimulo—. ¿Cómo están mañana?

—Día libre —Proclamó él, apenas dando una vuelta de página y un vistazo, para comprobar lo que ya sabía. Ze tamborileó los dedos en el borde del encuadernado.

—¿Y no podrían ocuparse de un asuntito?

Draco dejó de escribir de inmediato. Alzó la mirada hacia él; Harry se la devolvió, seguido de un encogimiento de hombros.

—¿A qué hora? Le prometí que lo llevaría a bailar a ese sitio que le gusta por la noche —Hizo un gesto con la cabeza en dirección a su novio, y Ze leyó las palabras silenciosas en sus labios. Señorito sangrepura para toda la vida.

Ella se echó a reír con ganas, sin importarle que un ligeramente enrojecido Draco les dedicase miradas desagradables a los dos. Ze era una mestiza, con estudios muggles incompletos y mucho tiempo dedicado a la lectura y prueba-y-error mágicos; ninguno podría entender el mundo al que perteneció durante la primera etapa de su vida, y hace tiempo que dejaron de intentarlo.

—Tengo que revisar algunas pociones del laboratorio, probar las fórmulas nuevas, rehacerme las runas expansibles…—Enumeró, en tono monótono, al que después agregó:—. Y eso es sólo la mañana.

Ella alzó las cejas.

—Mis próximas vacaciones las vamos a compartir, Draco, o se te va a caer el pelo antes de los cuarenta —Le palpó la mejilla con delicadeza—, entonces a Harry no le vas a gustar.

—De hecho, justo ahora lo tiene muy largo, si pudiera ser un poco más...—Harry bajó la voz, de forma gradual, ante la mirada aguda que le dirigió al otro. Con una sonrisa que pretendía lucir inocente, se inclinó sobre el mostrador para robarle un beso—. Digo, que yo siempre te querré, tonto.

—Oh, no, ahora no me vengas con estupideces —Le recriminó, girando el rostro cuando hizo ademán de besarlo otra vez, por lo que sus labios fueron a parar en una de sus mejillas, y desde ahí, se dedicó a dejar un rastro que se desviaba hacia su oreja. Él lo ignoraba con una habilidad admirable, y Ze se quedaba sin aliento por las carcajadas en la otra silla, aplaudiéndole los intentos y sugiriendo que lo mordiese, a ver si no iba a reaccionar así.

Era obvio quién realizó el encantamiento no verbal que la tiró al suelo. Ze cayó con un ruido sordo y los tres se quedaron quietos, intercambiando miradas, hasta que el silencio fue interrumpido por su risa histérica y comentarios de haber visto su vida desfilar frente a sus ojos, a manos del temible mago oscuro en la sala. Debía ser difícil seguir enojado después de eso, porque su novio sacudió la cabeza con una pequeña sonrisa, que intentaba ocultar de ellos.

—Son un par de niños —Ambos entonaron sus versiones de "así nos amas", y él rodó los ojos—. A ver, Ze, ¿qué quieres?

—Va, que no es para mí, ¿bien? —De regreso en la silla, acomodándose los múltiples pliegues de la falda y el cinturón, empezó a explicar:—. Saben que por donde yo vivo, se ven las cosas más extrañas, y a un tipo, que estaba buenísimo, por cierto, aunque no es el mío, entonces nada que ver, bueno, a él una bruja le lanzó una maldición por no prestarle atención. Y luego se pregunta que por qué sigue soltera la perra esa, pero, bien, que la verdad es…

—Ze, resume, estamos cansados —La cortó Draco. Ella observó a uno y luego al otro, y suspiró cuando Harry lo confirmó con un asentimiento y una expresión de disculpa.

—Bien, la cosa es que el tipo este no es el mago más talentoso de la ciudad, y ha tenido que salirse de su casa porque a la mujer le ha dado por embrujarle el crup, y ya saben que esos animales, aunque lindos, son peligrosísimos cuando se lo proponen. ¿Y para qué mentir? En serio está bueno, y llegó aquí pidiendo auxilio, en mi turno de consultas, y ustedes no estaban…—Dejó las palabras en el aire, pestañeando varias veces, con aparente inocencia.

—Y le dijiste que nos haríamos cargo, ¿cierto?

Ze comenzó a hacer pucheros. Se removió en la silla, colocándose un mechón de cabello tras la oreja. Ambos, acostumbrados a su presencia, la observaban con la inmunidad al aura encantadora que desprendía, que le faltaba al resto de los hombres que la rodeaban, y ella lo sabía, así que sólo pudo gimotear.

—Le dije que les avisaría, por si podían abrir un hueco en su horario, uno pequeñito —Indicó, formando una mínima abertura con el pulgar e índice—. No parecía la gran cosa por lo que me dijo, el pobre andaba pálido y temblando, y yo sé que ustedes, mis lindos, amables, considerados amores, son lo mejor de lo mejor del mundo mundial y…

Draco la calló con un gesto. Después se apretó el puente de la nariz un momento, hizo una anotación en la siguiente página del libro de informes, y lo cerró.

—Consíguenos la dirección, su nombre y una descripción de la casa —La señaló de forma acusatoria con la pluma. Ze sonreía otra vez—, y que no se repita, Ze Emilia. Hay muchas otras brujas buenas por aquí, que causan menos problemas.

La amenaza era en vano, los tres lo sabían; ni ella los dejaría, ni ellos la sacarían. Ze deslizó un papel doblado, con los datos, sobre el libro cerrado, y procedió a besarles las mejillas a ambos, alejándose del mostrador con la gracia de una bailarina a mitad de acto.

—Los amo, los amo tanto, son lo más precioso de este mundo, lo mejor que le ha pasado a la ciudad, a mí…—Iba diciendo, mientras caminaba de reversa a la salida. Les lanzó más besos al llegar a la puerta—. Buenas noches, mis amores, les traigo el desayuno mañana como recompensa, y les cubro el turno de pasado mañana, para que salgan y hagan sus cosas…

Harry todavía intentaba no reírse cuando la puerta se cerró detrás de ella. Draco vio la salida unos segundos, luego a él. Suspiraron casi al mismo tiempo.

—Está loca, ¿verdad?

—Y pasamos mucho tiempo con ella —Añadió él, como si fuese lo peor del caso. Comenzaron a reír sin motivo poco después, cuando caminaron de la mano a la puerta del fondo, también cubierta de cortinas y cuencas, y accedieron a las escaleras que daban al segundo piso.

Vivían justo encima del Inferno, en un anexo que los muggles no podían ver, y ningún mago, sin su permiso, podía cruzar sin forzar los encantamientos más complejos que sus experiencias combinadas podían idear. Era el espacio justo para un laboratorio bien resguardado, una biblioteca improvisada, una cocina-sala-comedor que apenas usaban y un cuarto. No era, como sabía por haberlo visto, ni siquiera del tamaño de una de las mejores salas para recibir invitados en la Mansión Malfoy.

Aun así, nunca lo había oído quejarse. No de falta de espacio, al menos. Draco encontraba desazón en cualquier otra cosa -o persona-, distinta a su pequeño refugio.

—¿Quieres comer? —Preguntó desde la cocina, rebuscando en la alacena algo decente. Su novio se había perdido en el cuarto y podía oír los sonidos de la puerta del armario, cuando abría y cerraba, buscando su ropa para tomar un baño y cambiarse—. ¿Dobby? ¿Dónde estás?

Un plop sonó detrás de él. No se molestó en girarse, porque sabía que el elfo permanecía invisible.

—¡Amo Harry! —Chilló— ¡el amo Harry y el amo Draco han vuelto! Dobby está aquí, estuvo casi todo el día aquí, cuidando el refugio y esperando a sus amos, y ahora Dobby quiere servir a sus amos.

—Sólo queremos cenar, Dobby, ¿cómo estuvo tu día? ¿Tienes algo para nosotros?

El elfo enseguida procedió a sollozar y chillar más, colmándolo de halagos acerca de ser un amo generoso, preocupado por su sirviente, mientras levitaba la comida, resguardada por amuletos de calor, hacia la encimera que usaban como mesa. Harry se sentó y comenzó a comer, asintiendo y haciendo comentarios breves ante su explicación de haber vigilado el local y el anexo, haber hecho las compras de suministros, y haber comprobado la prensa inglesa, lo que hacía una vez por semana para mantenerlos, más o menos, al tanto de la vida que se perdían al otro lado del océano.

Draco reapareció unos minutos más tarde, en una pijama de seda y con el cabello escurriéndole.

—No te esperé —Obvió Harry, de repente culpable, cuando lo vio sentarse y su plato tenía menos de la mitad.

—Nunca dejas de comer como un animal —Lo pinchó, sonriendo en cuanto frunció el ceño por el supuesto insulto. En lugar de devolverlo, simuló un ruido de 'cerdito' –según él- y se zampó lo que le quedaba, haciendo que Draco tuviese que cubrirse la boca para disimular la risa.

Después de comer, Dobby limpió por ellos, y les prometió, como cada noche, mantener el lugar y a los dos a salvo, mientras descansaban. Fue el turno de Harry de meterse bajo el agua caliente de la regadera.

Draco seguía despierto cuando volvió al cuarto. Reacomodaba los frascos de sus pociones en un cajón, los que todavía le quedaban a un lado, los que estaban vacíos y tendría que rellenar a la mañana, en otro.

Se había quitado el glamour, y como de costumbre, evitaba acercarse al espejo del cuarto luego de hacerlo. Las palabras eran líneas rojas sobre su piel pálida, heridas de aspecto fresco, cicatrices que nunca terminaban de sanar. Mortífago, asesino, traidor, escoria.

Asesino. Él sabía que era la que más le afectaba. Ese día, se mostraba en la parte alta de su espalda, diagonal hacia el cuello, y Harry se colocó detrás de su cuerpo, lo envolvió con los brazos, y repasó los bordes de la herida con los labios, presiones leves, porque siempre temía que aún doliesen.

—Vamos a dormir, vamos a dormir —Lloriqueaba cerca de su oído. Sin darse cuenta, había comenzado a balancearse sin mover los pies, y Draco se había relajado, apoyado contra su pecho, lo que podría dar la impresión de que llevaban a cabo un lento y torpe baile—. A dormir, a dormir, a dormir.

Él se rio por lo bajo. Le gustaba el sonido, siempre le había gustado. Draco giró entre sus brazos, buscando sus labios.

Cuando se durmiera esa noche, estaría tendido boca abajo, en medio de las piernas de su novio, los brazos en sus costados, y la cabeza apoyada contra su pecho. Los latidos que escuchaba lo tranquilizaban. No se daría cuenta de que él jugaba con su cabello, hasta caer dormido también.


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