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V A L S por AndyxRRRx

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Un enorme jardín imponía al dar la bienvenida para todos los invitados, lo que sería una celebración única y sumamente especial ya daba inicio. Todo el trayecto cubierto por aquel manto verde finamente podado se dejaba embellecer a sus costados con tulipanes multicolores y arbustos de aromáticas rosas. Era el recorrido de ensueño para llegar al primer escalón de la gigantesca mansión.


—De nuevo aquí.


El sonido de los tacones pisando cada metro de mármol opacaron la voz que recién se animaba a salir entre la multitud. Cada persona estaba ocupada buscando al anfitrión de tal evento, o simplemente observaban maravillados la estancia exterior, todos menos un hombre quien aún mantenía sus manos en los bolsillos mientras contemplaba la fachada del lugar.


—Suzuki, ¡camina! Pareces pueblerino.


—Ah, Yuu, lo siento —el antes mencionado dejó a un lado la estructura frente a él y giró su cabeza, sonrió a su amigo—. Sólo me da nostalgia volver a poner pie aquí.


—Nostalgia, eh.


Un tono sugerente salió entre la voz del llamado Yuu, pero su compañero lo pasó por alto. La música ya se escuchaba desde su posición, el dialogo fue cortado por una gran melodía de cuerdas bellamente afinadas.


—Joven Suzuki —la voz ronca de un hombre mayor detuvo el andar del par anterior justo en la gran entrada—, joven Yuu, nos alegra su visita en esta velada tan especial.


—¡Vamos, que Akira ya no es un jovencito!


—Oh, pero sigo siendo menor que tú.


—¡Hey, entonces no me hagas usar autoridad sobre ti!


La pequeña escena de ambos duró unos segundos más, lo exacto para que el mayordomo ahí también les extendiera ambos brazos, tratando de intervenir.


—Ante mis viejos ojos siempre serán los mismos jóvenes que entraban aquí en su pubertad —sonrió el empleado—. Mi señor ha indicado que deben portar sus máscaras al entrar, será un baile a su temática y me parece ideal, hace mucho que no lo visitan y puedo apostar a que no lo esperaría.


Cada uno asintió ante sus palabras, ellos mostraron un par de antifaces para su falsa identidad, fueron colocados sin mayor problema. Después de un rato más dieron camino adelante hacia la sala principal.


Los grandes candelabros que colgaban a lo largo del pasillo dejaban que el resplandor entre ellos reluciera sobre los despampanantes vestidos que las invitadas lucían, e incluso uno que otro traje de sus acompañantes masculinos lograba darles competencia. La decoración simulaba un ambiente bañado en oro, ¿o quizá sí era oro de verdad? Akira ni se molestó en investigar, sólo siguió tras los pasos de Yuu y su traje de gala negro; las formalidades no iban con ninguno de ellos, pero realmente se habían esforzado en un peinado hacia atrás y sus vestimentas hechas a medida.


Una orquesta sonaba de fondo y el ritmo de los chelos llevaba el son por completo. Las mesas recibían a cada integrante de las familias y amigos en la lista, mismas que ya comenzaban a gozar de los bocadillos y una que otra bebida mientras saludaban y conversaban, sus rostros descubiertos lucían demasiado serios a la vista de algunos. Pero, al final, lo que robó cada mirada y palabra fue el último integrante en incorporarse entre los instrumentos, quien caminaba firmemente con vista al público que lo admiraba.


—¡Pero si es Takanori! Qué hermoso detalle, cantar en la fiesta de su padre —comentó una mujer con entusiasmo.


Espectadores ansiosos tomaron asiento y aguardaron hasta que la voz comenzó con su espectáculo. Todos sabían quién era él y la razón por la que su aparición logró conmover a los presentes. Pues sí, todos cambiaron de expresión al notar que el hijo del Señor Matsumoto estaba de pie frente al público para deleitarlos con su canto.


 


Akira estaba de espaldas al escenario, escogiendo con mucho cuidado la primera bebida que tomaría, pero Yuu rápidamente fue consciente de la persona ante sus ojos y se encargó de hacérselo notar a su amigo; él solamente estaba atento al sonido detrás.


—Hey, creo que deberíamos sentarnos.


—Un momento, por favor. No quiero tomar cualquier copa y emborracharme, esta familia siempre escoge licores muy fuertes, ¡Dios! Me pregunto si Takanori todavía bebe…


Una pequeña pausa en su comentario fue acompañada de un carraspeo en la garganta de Yuu. La mano de Suzuki estaba por tomar la copa bajo ella, pero optó por cambiar de dirección y eligió su contraria apropósito.


—Lo que beberás o no es poco relevante. Ahora, por favor vayamos a tomar asiento.


Casi llevándolo del brazo, ambos dieron vuelta y anduvieron hasta un sitio libre más cercano. Las luces se concentraron en toda la orquesta y su voz en medio; el hombre ahí parado con su micrófono portaba un frac blanco, todo pulcramente ajustado a su cuerpo, haciendo que la tonalidad de su corto cabello castaño sobresaliera aún más en su aspecto. La música comenzó a incrementar su profundidad y fue entonces que Akira se dignó a levantar la vista, todavía con su antifaz negro cubriéndole la mitad del rostro.


La leve sonrisa de Yuu fue revelada tras su escondite, y se volvió más intensa debido a la expresión de Akira, pues sólo dio a relucir la sorpresa de verlo ahí, pero el simple hecho de contemplar cómo es que sus ojos se abrían demás al observar fijamente el centro del escenario, únicamente eso, dejó que su amigo supiera lo mucho que el corazón le retumbaba. Quizá ya sabía que se encontrarían tarde o temprano, pero, siendo sincero con él mismo, ninguna fibra en el cuerpo de Suzuki estaba lista para enfrentarse realmente a tal situación. Ambos amigos pensaron que esos latidos se escaparían entre los sonidos de cada cuerda y llegarían a oídos de todos.


Nota por nota, todo el recinto se llenaba con la hermosa y clásica melodía de Happy birthday emitida por los músicos. Una leve introducción, apenas se asomó la voz entre tonadas hasta lograrse distinguir cada palabra entrar a lo largo de su suave armonía, producto de los acompañantes.


Los deseos de un feliz cumpleaños hacia el señor de la casa se extendían por estancia entera; él, quien portaba orgulloso el apellido Matsumoto, contemplaba a su hijo con la mano sobre el pecho, sobresaliendo su felicidad incluso en medio de las notas artísticas ahí tocadas. Y Takanori Matsumoto continuó cantando a su propio ritmo y estilo con la mirada fija al frente, con todas las máscaras extravagantes y antifaces atentos a él; pero la meta principal eran ambos señores de la casa, y sonrió entre la letra al notar que sí disfrutaban del espectáculo.


Akira no apartaba sus ojos de los pequeños movimientos que el castaño realizaba, tomando su micrófono desde el soporte hasta cubrir la parte trasera de su cabeza retro con la enguantada mano derecha, así iba moviéndose discretamente de lado a lado, como si se balanceara junto con su porte de alta gala. Suzuki no dejaba de resaltar lo mucho que imponía sobre aquel escenario con su vestimenta, le parecía hermoso.


Las palmas marcaron presencia totalmente por algunos segundos al haber terminado aquel pequeño detalle que daría inicio a la celebración tal cual. Los músicos se pusieron de pie e hicieron una reverencia ante su público, al igual que Takanori; él, siendo hijo menor de la familia, levantó una copa que reposaba sobre la mesa detrás del escenario y volvió a tomar el micrófono. El corazón de Akira nuevamente desbocó.


—Muchas gracias a todos, es un honor para mí ser quien le brinde este detalle a mi padre; pero aún más, gracias a ti por conducir nuestro apellido hacia la cima de tus metas.


Aplausos resonaron entre la pausa. Yuu miraba a su amigo estando de pie junto a él con apenas atención para juntar sus manos.


—Esta noche pretende ser especial, porque no es sólo la celebración por el natalicio de mi padre, sino también el aniversario de bodas con su mujer, mi madre —la sonrisa que esbozó para ese instante fue ligera, pero con demasiado sentimiento—.  Y a compañía de mi hermano mayor, hemos decidido regalarles esta velada donde el amor y la elegancia puedan realzar sus años juntos, el tiempo de vida que ambos han atravesado mano a mano.


La pareja principal del evento agradecía y entrelazaban sus dedos conforme las palabras de su último descendiente llenaban el ambiente de una vibra diferente. Matsumoto, el apellido que prácticamente dominaba en los territorios. Tal celebración era apreciada por los más cercanos y contribuyentes de las acciones por la familia entera, pero no fue sorpresa que la temática afrancesada reluciera para el deleite colectivo.


Contaban los viejos relatos que la esposa del Sr. Matsumoto era francesa de alta elite y ambos se habían conocido en un baile, uno muy especial de aquel entonces; las máscaras blancas y grandes flores adornando los ornamentales vestidos siempre vivirían en sus recuerdos, donde un visitante oriental logró conseguir al amor de su vida entre melodías típicas de aquel país europeo. Ambos hijos del matrimonio quisieron rendirle tributo a ello, por lo que decidieron inclinarse hacia un baile como ese que su madre les contaba cuando iban de visita a Francia con los abuelos. Quizá era algo momentáneo, pero incluso el aroma los movía de una forma distinta entre la música y su gala, todo el lujo.


—Entonces, pido un brindis por todo lo que mis padres han logrado juntos, por los años de vida que invirtieron para traernos hasta acá —la copa fue alzada, todos los presentes siguieron la acción—. Brindemos esta noche por el amor y el éxito, ¡Qué todos bailen al son de la melodía en sus vidas! ¡Salud!


Hombres y mujeres, los que la portaban retiraron brevemente su máscara alzándola con delicadeza. Los que lucían antifaz simplemente sonrieron y bebieron de su copa antes de mirar a la pareja Matsumoto. Hubo risas y más aplausos dirigidos también para ambos hijos del matrimonio; ellos no lograron reconocer la mayoría de los rostros fugaces que apenas y se alcanzaron mostrar entre el brindis, pero Takanori quedó algo pensativo al divisar dos hombres altos muy cerca del escenario, no distinguió sus rostros a detalle, pero sentía que esas leves facciones y ademanes le eran conocidos.


Inmediatamente comenzó una nueva tonada que incitó a todo presente para acercarse hacia su pareja y bailar, claro, hubo quienes prefirieron ir hasta los festejados y pasar tiempo con ellos hasta que se animaran a unirse en la planta baja, donde la danza ya tomaba los cuerpos en medio del salón.


—Eh, Yuu, sabes que los bailes no son lo mío y…


El joven Akira pretendía hacer que Yuu lo acompañara hasta un área alejada del bullicio central, pero al darse vuelta cayó en cuenta que aquel llamándose su amigo ya se encontraba con una mujer entre brazos, bailando al son de los violines y acordeón. Nuevamente estaba solo, con la copa vacía y un montón de gente bailando a su alrededor, por lo que decidió andar de esa forma hasta un nuevo rincón. Pero tardó mucho en cambiar, perdiendo el tiempo mirando con curiosidad los adornos.


Entre la danza y la tonada picara del momento, Akira dio un respingo, pues una muchacha de gran peinado y vestido ostentoso detuvo su trayecto al interponerse de manera accidental. Ella casi tropezaba, no podía caminar muy bien con tacones y aquel gran volumen en su vestimenta.


—Oh, cuidado —Akira extendió un brazo, procurando que la copa no resbalara de su otra mano, y sostuvo a la joven para evitar que cayera de espalda—, ¿está usted bien? Ha sido mi culpa, lo lamento.


Una vez en su postura correcta, el joven realizó una reverencia ante ella y aseguró que estuviera todo en orden. Por su parte, la muchacha con cabello negro y antifaz rojo sonrió.


—No tiene por qué molestarse, ha sido error mío el tropezar y ocasionar este espectáculo tan bochornoso. Verá, no suelo portar tales galas usualmente, una mujer como yo aún está en proceso de aprender.


La mirada apenada y una titubeante voz salía entre los labios carmesí de aquella preciosa chica, detalles que lograron relajar a Akira, quien inicialmente buscaba huir de ahí. Él fue convencido por la calma de su interior y, dejando la copa sobre una mesa a su lado, ofreció su mano a la dama.


—Entonces, permítame acompañarla en una pieza de esta velada —su extremidad cubierta con un guante negro fue dudosamente aceptada, pero en el fondo lo agradecía—. Suzuki Akira, un placer.


Él volvió a realizar una reverencia y sonrió cortamente, recordaba sus clases de baile y todas las formalidades que una vez odió, pero sólo aceptó llevar a cabo por alguien en especial aquel entonces. Y, para la ocasión con tal jovencita, algo en su pecho se removió al notarla inexperta y tímida.


—Funamori Mizuki, el placer es mutuo.


Akira besó levemente el dorso de la mano que sostenía para después guiar a Mizuki hasta el centro del baile. Los acordeones seguían llevando el protagonismo del ritmo y entre cada paso que las mujeres realizaban los hombres se alejaban de a poco para regresar a ellas en su danza.


Una particular melodía dio introducción a la nueva pareja ahí, Akira conocía bien aquellos instrumentos, pero al parecer la joven Funamori no. Él no tomaba como molestia el indicarle dónde y cómo colocar sus manos, mirándola fijamente mientras movía sus pies y hablaba cerca de su oído para que sus palabras no se perdieran entre la curiosa tonada.


En cuanto los violines tomaron fuerza y las percusiones seguían su curso, ambos jóvenes ahí parecían ya tener un camino marcado para su baile. Viendo las circunstancias, Mizuki no era mala, sino que le faltaba desenvolverse más. Pero aquella música misteriosa incitó a que sus piernas se movieran con más libertad al compás de su guía, Suzuki.


—Lo haces muy bien —comentó feliz, sintiendo cómo se iba aligerando cada vez más.


—Gracias a usted, es fácil llevar el ritmo con sus pasos.


Los instrumentos de viento tomaban cada vez un papel protagónico y al realizar las vueltas entre su exposición de baile cada pareja se miraba a la distancia y después volvía a enrollarse para continuar.


A mitad del vals, Akira comenzó a buscar entre los rostros cubiertos un rastro de su amigo. Yuu no parecía estar por alguna zona cercana y eso levantó preocupación breve al rubio Akira, pero eso no lo detuvo de continuar con su baile, aunque Mizuki ya notaba la creciente inquietud en su nuevo compañero de pieza.


—¿Sucede algo? —preguntó ella.


—Estaba buscando a un amigo —comentó con un tono relajado, devolvió su vista al frente para encontrarse con los ojos avellana de Funamori; vaya que eran bonitos.


Un pequeño error cortó su ritmo e hizo reír a ambos, en esa ocasión fue Akira quien había errado al cruzar demás los pies, enredando sus piernas. Pero es que a espaldas de Mizuki se encontraba una pareja; el hombre portaba un distintivo frac blanco, pulcro. Sólo una persona en toda la gala vistió así.


—Taka.


El susurro de Akira apenas y fue percibido, no se esforzó mucho en hacer notar su entusiasmo. No tardó ni un poco para reconocerlo, ni siquiera con el antifaz de encaje negro con un detalle al costado que ya portaba, simulando la cola de un pavorreal. Suzuki prosiguió con sus pasos, discretamente acercándose más a él. La muchacha no se dio cuenta de la doble intención en los movimientos y sólo se dejó hacer por la dirección que su acompañante le daba.


Cada realce de cuerdas daba cada vez más una mejor vista de los pasos despreocupados en Takanori, y Akira recordaba a la perfección cómo era ser dirigido por su forma tan frágil y sencilla al bailar. Recordaba muy bien a Takanori, pero no sabía si lo recordaría a él.


Hubo un momento y, aunque corto, fue de vital importancia para la noche ya que, entre un pequeño giro de su cabeza, algo distraído por los mechones castaños que se interponían, los ojos del Matsumoto cubiertos en negro se posaron durante segundos sobre Akira y en un periquete sus pupilas se reflejaron el uno al otro. El latido en el corazón de Akira fue monumental, tanto como el incremento en los chelos de la noche.


Al final de la canción hubo un intervalo de algunos minutos para que la siguiente pieza diera inicio, fue ahí cuando Akira tomó ventaja y se disculpó con la excusa de necesitar un trago, ofreciéndole llevar uno también a Mizuki y ella accedió, tomó asiento en una de las mesas y dispuso a esperar el regreso de su enmascarado mientras lo veía dirigirse hacia el otro extremo del salón. 


Suzuki había caminado mientras buscaba de nuevo la figura de Takanori entre el público, pero no volvió a encontrarse con sus ojos, así que, resignado, se dirigió hasta la mesa de bocadillos en compañía de una ligera melodía al fondo para ambientar. Quizá Matsumoto lo había reconocido, quién sabía, ¿qué tal si igual lo estaba buscando? La inquietud en su mente no lo dejaba ir mientras tomaba entre sus dedos una nueva copa de vino.


—Según recordaba tú no bebes.


La profunda y marcada voz detrás de Akira logró estremecerlo en cuanto esas palabras cruzaron por su oído, ¿de verdad lo estaba escuchando tan cerca? ¿Se dirigía a él esa voz? Porque no podía ser de nadie más, quería que tal acento lo llamara por su nombre antes de voltear y mostrar su ridícula cara, aunque cubierta por un antifaz, la sonrisa no era para nada discreta.


—Bueno, según mi memoria tú no solías cantar.


Nuevamente tomaron riendas los chelos y a su paso unas voces delicadísimas al contraste. Un nuevo vals se hacía presente y Akira aún permanecía dándole la espalda a la persona que le hablaba.


—¿Te dignarás tan siquiera a darte vuelta, Akira? O es que ahora sólo tienes ojos para la hija de los Funamori.


Una sonrisa nueva, extrañamente arrogante, apareció en el rostro de Suzuki, y es que distinguir el tono despectivo en la voz de Takanori le hacía seguir rememorando viejos días donde ambos celaban situaciones tan estúpidas que, aun siendo adolescentes, no cuadraba con sus modales. Y permaneciendo con esa expresión, él se giró para finalmente encarar el rostro bajo el antifaz de encaje negro.


—Sabes perfectamente que mis ojos siempre buscarán los tuyos —afirmó con seguridad inmediata, el estar ya a poca distancia de Matsumoto le dejaba temblando ambas manos, pero no impedía que sus palabras fueran sinceras—. Hola, Taka, ha pasado un tiempo.


—Demasiado, Suzuki. Ha pasado tanto tiempo que ni siquiera recuerdo el día que viniste a despedirte, ni tu carta de partida. No, espera, ¡Jamás hubo tal cosa! ¿Verdad? No dijiste tan siquiera adiós; pasé días preguntando por una nota tuya.


La vista cercana a las facciones de Takanori le dejaban apreciar aún mejor sus ojos maquillados, rodeados por el encaje, sus labios pronunciados y la forma de su cara en conjunto; el lunar bajo su ojo resaltaba más y ese detalle siempre le había encantado en él, especialmente cuando se enojaba y fruncía en ceño provocando que su expresión deformara en un puchero más tierno que amenazante. Pero no has de mirar en aquellos ojos cuando su temperamento se eleva, se decía a sí mismo internamente, sus pupilas parecen comerte vivo en esa oscuridad sin brillo al sentirse vulnerable. Ah, sí, ahí estaba su Taka.


Retiró su guante negro y, con atrevimiento, se dispuso a acariciar una mejilla tenuemente coloreada en tintes cálidos bajo su palma. El matiz vibrante en sus labios y la muesca de enojo en él removía su pecho, a la par de los sentimientos tras volverse a encontrar. Akira realmente estaba feliz de poder sentir nuevamente la piel blanca y suave recorrer la yema en sus dedos, pero Takanori se negaba a recibir tal caricia.


—Yo nunca he querido decirte adiós —habló con fuerza el rubio.


Y los acordeones aparecieron en un baile con mayor ritmo, su intensidad inicial se balanceó junto con las cuerdas. La mano de Akira tomó sin permiso la cintura bien marcada bajo la chaqueta blanca del castaño y llevó a paso del acordeón hasta el centro de la pista, ahí, un violín tremendamente desgarrador hizo presencia al imponer sus cuerdas por un corto tiempo y seguir acompañado de la orquesta entera. Toda la gama de altos y bajos surgía en una escala hermosa al deleite de la danza en conjunto.


—No tenía la fuerza para decir tan siquiera un hasta luego, no quería irme y alejarme de ti.


—Pero lo hiciste, te fuiste y ahora regresas sin aviso previo bailando con los mismos pasos que yo te enseñé, de la mano con una mujer que seguro apenas conoces.


Estaban sumamente cerca, casi los latidos uno sobre otro, pero sus respiraciones seguían mezclándose a la distancia de alturas.


—¿Acaso no me dijiste que esperabas verme bailar con alguien así en un futuro? Eh, parece que te contradices —todavía con la sonrisa en su rostro, reafirmó su agarre en la cintura de su compañero, pegándolo a él.


—Sí, pero llegué a imaginar que bien sabías a quién me refería exactamente; era yo que me veía de esa forma contigo.


—¿Y que no estamos ya bailando fuera de una clase particular en tu jardín?


De un lado a otro, sin apartar la mirada fija, sus pies seguían el constante cambio de melodía mientras procuraban permanecer lo más juntos posible. Akira aprovechaba los momentos de cercanía con el violín y hablaba con sus labios pegados al oído de Takanori, movía los mechones castaños hacía atrás y permitía que besara fugazmente esa zona de piel mientras retiraba el único guante negro que le restaba.


Las vueltas que llegaban a realizar eran rápidas y acababan con Matsumoto envuelto en los brazos de su acompañante. El aliento que llegaba a entrelazarse de boca a boca apenas y era un roce en comparación de todo lo que pasaba por sus mentes tras tenerse tortuosamente cerca. Ambos contrastes de blanco y negro se deslizaban por todo el salón hasta topar con los pilares principales bajo el segundo piso, ahí decidieron tomar una pausa, pero no soltarse.


—Creí que no volverías —confesó Takanori aún con la respiración agitada y sus manos sobre el pecho de Akira—. Estos últimos tres años viví sin saber de ti, el primero de ellos aguardando por tus cartas que nunca arribaron.


—Y créeme que mi partida también me ha pesado todo este tiempo. Recién cumplía veinte años, debía demostrarle a mi padre que podía hacer florecer mi proyecto junto con Yuu, de lo contrario se arreglaría mi matrimonio, estabas consciente de ello.


—¡No de que te marcharías!


—¡Lo hice por los dos!


El grito en ambos logró hacerse notar entre los bajos tonos de la canción, así que rápidamente se movieron de sitio y hallaron un nuevo escondite tras las escaleras principales que conducían al palco mayor. Ambos jóvenes estaban agitados, con sus manos sujetando fuertemente la prenda del contrario y mirando furiosamente sus rostros cubiertos por el antifaz.


—Lo hice los dos —repitió, esa vez con más calma, pero el dolor en su pecho no se iba—. Dime tú, portador del gran apellido Matsumoto, ¿cómo hubiera reaccionado tu padre al saber que te pretendía un Suzuki? Mi apellido que sólo creció gracias a la afiliación con las acciones de tu padre. Necesitaba demostrar que podía ser mucho más por mí mismo y lograr la fortuna que te mereces. No quería recaer al depender de otra familia por un matrimonio sin sentido, te quiero a ti aún hoy en día, y yo…


El aliento que había tomado aquel rubio para seguir con su argumento fue interrumpido al sentir que la respiración se le cortaba, pues su cerebro no alcanzaba a procesar que tenía nuevamente los labios de Takanori sobre su boca, moviéndose; lo estaba besando con una calma y felicidad enormes. Las manos cubiertas por guante blanco tomaron la nuca de Akira y, entre sus dedos, se fueron enredando los mechones a su alcance, profundizando cada vez más al inclinar su cabeza y quedar casi colgando de él.


Danzaban sin parar aún en el gran salón y ellos no querían dejar de besarse, pretendían que sus caricias incrementaran y los llevaran hasta el mayor deleite de sus cuerpos, sin embargo, olvidaban que había demasiadas personas cerca y ese acto podría condenarlos al mostrarlo sin descaro alguno. Así que se detuvieron y volvieron a mirarse con el anhelo palpitante en sus pechos, la boca entreabierta y sus frentes chocando una contra otra sobre los antifaces.


—No tienes ni la menor idea de lo mucho que te extrañé, de cuánto he deseado besarte de esta forma cada noche —la confesión que Takanori hacía era sincera, y muy fuerte, realmente seguía sin creerlo.


Pasando a través de invitados y dando vagas disculpas, Akira recorrió la corta distancia para subir las escaleras con la mano de Takanori bajo la suya. El par iba subiendo apresuradamente en su recorrido acompañado de la animada música y desde esa posición lograron ver a la pareja estelar del evento; los padres del joven Matsumoto habían abandonado su lugar en el palco para situarse cerca de la orquesta, siendo ellos quienes bailaban felizmente al son de las cuerdas, risas y demás acompañantes. Yuu no se distinguía entre sus repetidos vistazos abajo. Y de esa forma siguieron subiendo al aprovechar que pasaban de largo al no causar demasiado alboroto.


Al estar en la extensa planta alta, llegó de golpe el recuerdo sobre la mente de Suzuki en todas las ocasiones que corría por esos larguísimos pasillos intentando atrapar a Takanori cuando tenían quince años. El lugar no había cambiado en su mayor parte, sólo el papel tapiz era lo más destacable en su modificación, pero el resto permanecía tal cual lo había dejado atrás.


La manga blanca del frac se recorrió levemente al verse estirado un brazo del castaño, ya había retirado sus guantes y dejó expuestas ambas manos, así entrelazó sus dedos con los contrarios de aquel que lo seguía a paso lento. Sus pisadas no hacían ruido y conforme se alejaban iban dejando la música a su distancia.


Exactamente la forma en que se iban acercando provocaba que juguetearan de vez en cuando, daban vueltas y demoraban más para avanzar. Sus pies terminaban enredados y se envolvían entre los abrazos para besarse y andar torpemente de esa manera hasta chocar con uno de los muros, provocando que los cuadros más cercanos se tambalearan. Jugaban como los niños que fueron, añadiéndole el deseo maduro que se había resguardado en sus cuerpos. Siguieron hasta llegar a la última habitación, y estando ambos recargados contra la puerta de madera, Takanori llevó sus manos hasta el antifaz de Akira, pero él se negó a que lo retirara.


—Vamos a jugar un poco, me gusta cómo me veo con esto y el detalle del tuyo me está volviendo loco.


La manija fue bajada, dando entrada al par de enmascarados, hasta llegar apenas a medio metro. Akira cerró la puerta de nuevo tras él y la aseguró bien, sonriendo al mantener los ojos abiertos a mitad de un profundo beso y sus lenguas en discusión. Ya sólo alcanzaban a distinguir los violines sincronizados, lo que comenzaba a ahogar el ambiente eran sus jadeos al sentirse con más fuerza. Se estaban debilitando y no encontraban sitio para sostener sus cuerpos, mucho menos lo que ardía en su interior; la sensación subía potente desde su bajo vientre y les calentaba enteramente hasta la medula, se asfixiaban con la ropa.


Con un pie delante del otro, Takanori caminó lentamente hasta quedar muy cerca del gran ventanal que daba vista hacia el jardín, los cristales sólo eran cubiertos por una fina cortina, casi transparente, y esta dejaba que la luz reflejada en la luna lograra iluminar esa parte en su habitación en tonalidades azules.


Con el impulso al límite, el castaño tomó un gran respiro en un intento de enfriar su interior y, mientras Akira observaba a corta distancia, Takanori comenzaba a retirar de una en una las prendas que portaba; inició con la chaqueta, deshaciendo la botonadura cruzada, lanzándola; siguió al tomar asiento sobre un pequeño mueble que tenía junto a él, estiró una pierna para retirarse su zapato brillante y de suela fina, de esa forma con el contrario, hasta que ambos pies únicamente quedaron con sus calcetines negros de ceda, un contraste más al blanco; su pantalón fue aflojado al retirar su cinturón, y tomó un profundo respiro mientras quitaba el único botón, dejando que cayera totalmente al suelo la prenda. Aquella perspectiva que tenía Akira no era fácil de asimilarla, quería pensar que estaba viendo el cielo. 


—Te ayudo con el resto.


Akira tuvo que intervenir, no resistía permanecer quieto sin colar sus manos entra la suave tela que cubrían las partes aún escondidas en el menor de los Matsumoto, este último sonrió ante sus palabras y se quedó ahí esperando a que el otro lo alcanzara.


La casa entera tembló al percibir los sonidos de una tormenta aproximándose, añadiéndole la reciente melodía del órgano al final de la planta baja, los asistentes en esa velada ya tomaban un aura diferente. Pero eso era allá, lejos de los amantes enmascarados que bailaban su propio vals.


El saco blanco se deslizó rápidamente por la delgada espalda de Takanori, cada botón fuera de lugar casi despoja la camisa de manga larga, y el moño que adornaba alrededor de su cuello se perdió bajo la sombra. El suave material del antifaz negro rosaba cada parte expuesta desde el cuello hasta su pecho. Akira movía sus manos de manera posesiva, aunque no hubiera nadie más allí, sentía que se le iba entre cada caricia y aferraba cuanto más podía su cercanía al hundir su cara entre cada hueco que llegaba a encontrar en su recorrido.


La piel de Takanori sólo era cubierta por su larga camisa, los calcetines largos en sus pies hasta la pantorrilla, y la tela negra que rodeaba su parte inferior. El agua cayendo afuera resonaba tranquilamente, la tormenta ya estaba sobre ellos, y el aliento de Akira ayudaba para calentar su cuerpo rápidamente. Las manos que antes acariciaban los muslos fríos del castaño comenzaban a ser más toscas, agarrando con firmeza la piel bajo sus uñas al compás de besos y ligeras mordidas en su cuello.


—Has trabajado tu espalda.


El tono suave que usó Takanori provocó que dejara escapar un suspiro, mientras deslizaba sus dedos de hombro a hombro sobre la tela negra, él iba colándose entre sus prendas para hacer que el saco cayera y su chaleco se fuera también. En esa posición, sentado con Akira tomando más y más cercanía entre sus piernas, lo miró hacia arriba al deshacer la atadura que su corbata rodeaba el cuello en su camisa blanca.


—También tu pecho, y tus brazos.


Mientras hablada, tomaba entre sus palmas la anatomía de Akira y pasaba lentamente desde cuello hasta su antebrazo, acercando su cara hasta el pecho para besarlo encima de la tela que aún lo cubría. Y las manos que se deleitaban con las piernas blancas sobre la madera no resistieron más, entonces, con un fuerte impulso lo tomó en el aire para abrazarlo y cargarlo de esa forma, Takanori enredó sus piernas en la cadera bien marcada de su amante y sonrió mientras continuaba paseando su tacto en la espalda bajo sus dedos.


Sobre la cama, arrugando las cándidas sabanas, el cuerpo de Takanori se movió sobre aquella superficie y contempló a Akira, aun estando de pie en la alfombra, desabotonando su camisa sin quitar los ojos del antifaz con encaje negro. La figura que proyectaba una sombra a lo largo de la habitación se movía sutilmente, cambiaba de ángulo, y cuando al fin volvió a poner mano sobre la piel de Takanori, no esperó más para quitarle el antifaz, lanzándolo a un lado.


—Sabes, he cambiado de opinión —habló, besando su mejilla un par de veces hasta posar sus labios sobre uno de sus parpados—. Eres demasiado hermoso para mí.


Takanori hizo lo mismo, tomó el antifaz que portaba Akira y lo levantó sin prisa, esperando ver finalmente las facciones completas que escondía. Su nariz, sus ojos achinados y la forma de su cara ya no estaba oculta, no se resistió a besarlo nuevamente, pero no sólo sus labios, Takanori posó aquel tacto sobre ambos parpados, la frente, sus pómulos e incluso su nariz, ¿cuántos besos necesitaba para sacar todo el amor y felicidad que llevaba dentro? No le alcanzaba, incluso su respiración lo abrumaba.


Sus cuerpos cubiertos por ropas blancas se envolvían por toda la vasta cama, despeinándose y jadeando cara a cara en cada ocasión que paraban para tomar aire. Restregaban lo más que podían una piel sobre otra, sus pelvis chocaban, sólo separadas por fina tela negra, pero Akira se decidió a deslizar una de sus manos entre el elástico y acarició el miembro de Takanori, pasando por encima del vello púbico, frotando sin tanta fuerza mientras lo veía a los ojos. Los mechones rubios de Akira cubrían su ojo izquierdo al agacharse, pero dos manos se encargaban de retirarlos para seguir contemplando la expresión tosca y placentera que brindaba al tocarlo, al mismo tiempo, tentaba a Takanori para repartir besos en su frente expuesta.


La espalda ancha de Suzuki volvió a erguirse y al hacerlo elevó las pálidas piernas que tanto le gustaba mimar, así colocó un tobillo sobre cada hombro, y quedó nuevamente en medio del cuerpo que Takanori mostraba sin pudor estando a su merced. La camisa blanca parecía perderse entre las sabanas y sus hebras castañas se esparcían sobre su rostro, sólo dejando claramente a la vista ambos labios entreabiertos, rojizos por el constante roce entre bocas y el resto de su cara.


—Me pregunto cuántas mujeres y hombres te han visto así, tan ansioso y caliente por follar —un tono calmado expresó la duda en Takanori, no apartó sus ojos de los iris de Akira—. Debiste desear tantos cuerpos en tu viaje.


La mano aun fría del castaño fue paseando a lo largo de su propio cuerpo, acariciando su pecho hasta llegar al abdomen. Ambas miradas tomaban un sentimiento distinto, un aura feroz y desafiante que Takanori excitaba al tentar con sus mismos dedos la piel desvaída que poseía.


—He deseado y me he apropiado momentáneamente de diversas personas, sí, hombres y mujeres —sus labios iban resbalando en la pierna que sostenía su hombro izquierdo y sonreía al continuar con su respuesta—. Me he acostado con más mujeres que hombres, con todos estaba expectante por tocar y besar, someter algo nuevo.


Un leve mordisco hizo que Takanori diera un respingo, pues quien sostenía aquellas extremidades había posicionado uno de sus pies frente a su boca, besando primeramente la planta de este, mordiendo curioso uno de los dedos para después introducirlo completamente a su boca, jugando con él y su lengua.


—No puedo decirte con cuántas personas estuve exactamente, y tampoco creo que te importe —había sacado aquel dedo de su interior, pero aún continuaba restregando parte de su mejilla contra la pantorrilla que sostenía con firmeza—. Algo me dice que estás esperando a escuchar si disfruté tanto como para desearlo una y otra vez. Taka, ¿crees que me he topado con alguien que haya capturado mi mente?


—No lo sé, Akira —el pie que antes sostenía sobre un hombro se movió de ese sitio, Takanori hablaba, en tanto, su pie libre repartía caricias bajo la camisa desabotonada, trazando líneas irregulares sobre el pecho de Akira.


—No sabes, ¿qué cosa? —su mano detuvo el trayecto del pie que recorría ya la parte baja, cerca de su pelvis—, ¿no sabes qué esperar como respuesta?


—Ahora no sé si quiero escucharla…


Por primera vez la mirada de Takanori tomó un rumbo diferente y fue a observar perdidamente la sombra junto a ellos y la ventana cubierta de pequeñísimas gotas en el exterior. No hubo más ruido, sólo el acordeón que en el salón persistía y la tormenta que aun los acompañaba.


—No regresé hasta aquí después de estos años para que aun temas que puedo anhelar otro cuerpo más que el tuyo, y sabes que no es sólo eso, sino el amor que tengo por ti.


Pero por más que esperaba, Takanori se negaba a voltear para encarar nuevamente a Akira. Quería escucharlo, que lo mirara. Se inclinó un poco y giró su cara tomándola entre sus dedos, al hacerlo, sintió sus mejillas húmedas por recientes lágrimas que caían entre una expresión confusa.


—Pensarte en brazos de alguien más no deja de parecerme doloroso. Con todavía la espina de tu partida, quizá mi cuerpo simple y pálido no es suficiente.


—Takanori, ya basta, por favor.


Instintivamente acogió su figura entre ambos brazos y escondió su cara entre el hueco que había de su hombro al cuello, respirando la fragancia que emanaba de él; había extrañado demasiado su perfume, tanto la colonia que usaba a diario como el aroma natural que su piel ya portaba. Sintió cómo se aferraban nuevamente las piernas a su cadera y las manos agarraban su espalda con una desesperación distinta. No quería saber que estaba llorando de dolor.


—El deseo por tu hermoso cuerpo no es todo lo que me tiene unido a ti —susurró en su oído gentilmente—. Tu gracia al bailar y la forma en que pacientemente me enseñabas. Tu manera de demostrarme que me amas y me deseas para ser feliz. Tú mismo, tu completo ser está envuelto en mí, de ello me convencí aún más después de haberme ido. Y ahora estoy de vuelta a ti, la persona con quien pertenezco.


Sus pechos sentían la calidez creciente al frotarse libremente, desnudos, queriéndose. Y Matsumoto no podía evitar que sus lágrimas cayeran sin ser detenidas, las dejaba fluir, con pesar y un sinfín de emociones en cada una. Apenas lo creía, apenas podía alcanzar a ver que él estaba de vuelta y era mucho lo que su mente le decía con respecto a Akira.


Ninguno tenía libre el camino, tanto Takanori como Akira contaban con manchas en sus vidas mientras estuvieron separados, ¿qué más pensar al momento de no tener la mano del contrario cerca? En ciertos puntos llegaron a imaginar que jamás volverían a encontrarse, esa imagen era aún más constante en la cabeza del menor, pues nunca supo nada en concreto. Su dolor era mutuo, con el pasar de los años sólo se reafirmaba, no eran capaces de olvidarse, ni siquiera de ponerse de lado en su día a día.


—Nunca pude sacarte de mi mente. Estoy aquí porque eres lo que quiero, por lo que trabajé estos años, por ti y por mí también.


Un beso sobre los hilos cristalinos que recorrían el rostro de Takanori se hizo sentir, después otro sobre su pómulo, siguió junto a su oreja y después también besó sus parpados, como lo había hecho con él momentos atrás. De esa forma, con sus brazos y piernas aferrándose a su cuerpo, inhaló tan profundamente que sintió también respiraba las tristezas de su amado, pero ojalá así de fácil hubiera sido quitarle las penas de encima, pues entre más besos repartía, más sentía la forma en que temblaba bajo él. Ya no quería hablar, no le salían las palabras, quizá también lloraría.


Detrás de la cortina se distinguía la persistente lluvia, repetidas veces el cielo era iluminado por los relámpagos y su estruendo sacudía cada cristal del lugar. La tela que cubría el gran ventanal se balanceaba tranquilamente, apenas una brizna de aire se colaba entre las hendiduras, modificando levemente la temperatura ahí dentro. No sabían si en el salón principal seguía aquella música opacando la tormenta, con los desgarradores acordes y el profundo órgano acompañando los incesantes bailes de cualquiera en el centro de la impactante mansión de ensueño. No sabían nada de aquello, ellos sólo estaban al tanto de sí mismos, estaban apenas conscientes de sus propias respiraciones y de cómo mantenerse estables para no derrumbarse uno sobre el otro.


Las sabanas se arrugaron todavía más, Takanori recargó su peso sobre el pecho de Akira, lo miró alzando por fin su cara después de haberla escondido por un rato entre su cuello y el hombro. Estaban con ambos ojos irritados, de alguna forma cansados, pero la necesidad de aprovechar esos momentos con el rubio incrementaba conforme el sonido golpeteando todo allá fuera se extendía.


—¿Recuerdas el estudio donde solíamos ensayar? Ahí donde comenzamos a frecuentarnos cuando nuestras familias se reunían.


Akira asintió, cómo olvidar todas las veces que compartieron risas y juegos antes y después de las clases de baile. Cómo olvidar si quiera la sonrisa que le dedicaba tras haber realizado bien su lección del día. Siempre viviría con eso grabado en la memoria, incluso los golpes en la cabeza cuando se pasaba de listo al tocar más allá de su cintura en los giros.


—Unos meses después de tu partida no quise volver ahí, lo mantuve cerrado por demasiado tiempo. Padre insistió en que tomara una clase extra para suplir esos horarios, así que busqué a un maestro de canto. Nunca fue lo mismo, jamás pude compararlo con los días donde tomaba tu mano y me deslizaba hasta llegar de nuevo a ti, o cuando estábamos tan juntos que nuestros latidos se volvían uno.


Lo recordaba bien, ese un dos tres era el martirio de su vida, al igual que su propia luz. El mismo Akira solía tomar por rienda propia aquellos pasos básicos en cada uno de sus viajes, a solas en el camarote de su barco, practicaba con alguien invisible mientras lo repetía, un dos tres, un dos tres, como si eso le devolviera a Takanori de vuelta a él.


—Llegó un momento donde me acostumbré, era más fácil ensayar y las notas fluían por sí solas. Era trabajo de una persona, no necesitaba a alguien más. Podía cantar sin otra persona y era todo, así estaba bien.


Sus manos soltaron el agarre a su espalda y se dirigieron al rostro, tomándolo por los costados y apenas estrujando sus mejillas bajo ambas palmas. Lo tenía en esa posición, sosteniendo lo que más amaba y anhelaba entre sus dedos, estando así lo acarició, lo observó por un rato y, de no ser por la oscuridad de la habitación, Akira habría podido contemplar puramente cómo era ser reflejado en los brillantes iris cafés de Takanori, con tanto amor que sólo se pintaba un cuadro con su cara en ellos.


—Comprendí que puedo hacer muchas cosas por mí mismo, que de hecho puedo conquistar a otros con el encanto que he creado. Pero en ese estado también me percaté de lo vacío que era cantar simplemente porque suena bien, porque al resto le gusta cómo se escucha. Era tremendamente desolado no poder cantarte a ti. Tomé riendas sobre el hecho de que una relación con otros no era para mí, no al menos de esa forma. Yo sabía perfectamente que mi lugar estaba en el mismo salón de baile, con nuestras miradas fijas y la música siendo nuestro único manto envolviéndonos.


Respiró fuertemente, cerró sus ojos y posó su frente contra el cuello de Akira, este poniendo su barbilla sobre la cabeza castaña que cedía por él. Se abrazaron nuevamente, casi desnudos, resbalando sus pieles por el sudor que ya recorría ambos torsos. La fina camisa de Takanori se fundía lentamente con el tacto bajo ella y ya no distinguía si realmente era Suzuki quien paseaba sus manos por su espalda llena de lunares tenues.


—Nos quiero bailando aquella tonada que interrumpí cuando tomé mi decisión. Si todavía es prudente pedírtelo aquí, deseo que me concedas un baile de bienvenida a tu corazón de vuelta.


Se recostaron, uno frente al otro permanecía, envolviéndose mutuamente para responderse con caricias y mimos, con todo lo que no pudieron hacer a kilómetros de distancia. Más allá de desear poseerse sexualmente en la cama, aun sus manos sentían la necesidad se explorarse y reencontrarse de aquella forma.


—Siempre y cuando puedas llevarme el ritmo, Suzuki. Tú siempre serás mi acompañante de vals.


Akira rio por unos segundos, asegurando mentalmente que el ritmo que eligiera podría soportarlo, porque era él y no importaba la música, sus pies estaban listos para crear una pieza única con Taka. Así que acarició su cabeza, estirando una mano hasta topar su suave cabellera y enredar las hebras entre sus toscos dedos que se sentían menos ante lo delicado que le parecía cualquier aspecto del otro.


También continuó repasando su palma contraria en la palidez que había bajo las sabanas. Durmieron tocándose y hablándose a lo bajo, entre susurros por el cansancio que les habían dejado cada una de las emociones. Estaban unidos nuevamente y ese hilo no se iba a soltar, era la última vuelta que le faltaba completar para formar el lazo de sus destinos.


Todo fluía con tranquilidad por el resto de la velada, con ritmos claramente más livianos entre los violines y el acordeón en el salón principal. La lluvia incluso se había transformado en unos delgadísimos hilos que apenas rociaban los enormes jardines de la mansión. Pero la calma era momentánea y claro que había quienes no estaban al tanto del par que recién se había entregado al sueño profundo mientras se amaban a su modo entre toques suaves y constantes.


—¡Joven Suzuki, joven Suzuki!


A lo largo de los pasillos se escuchaba una tierna voz clamando por el apellido que jamás creía sacar de su cabeza. Mizuki, la chica que apenas comenzado el baile Akira se encontró como primera acompañante de vals ahí, gritaba en tono moderado de puerta en puerta, tratando de investigar a dónde se había metido su enmascarado, pues la última vez le había dicho que iba a buscar una bebida y entonces no volvió a cruzarse con él. ¿Por qué? ¿Qué había hecho mal? Se lo preguntó repetidas ocasiones entre el danzar del resto.


Las buenas voces contaban que un joven rubio de misterioso antifaz se paseó por la mansión, unas tantas más susurraban haberlo visto en brazos de otra chica al final del gran salón. Quién sabía lo que era cierto, porque Funamori no, y se dejó llevar por cada una de las historias que las lenguas le contaban, así terminó vagando por el segundo piso, entre los oscuros rincones, tocando de puerta en puerta. Quizá él estaba cansado, quizá Akira sólo había ido a buscar dónde refugiarse de tanto alboroto.


—Akira, soy yo, Mizuki —un golpeteo en la última puerta y su suspiro de derrota se acompañó del resonar que provocó su frente al chocar contra la fría madera.


Hizo un puchero, sus pies le dolían por los tacones y su antifaz ya no cubría la mitad de su cara. El mantener su gran peinado la fatigaba y tras caminar tanto en busca de la cabellera amarilla tan peculiar ya la tenía en su límite. Todos esos pesares le daban vueltas, la marearon tanto que creyó caer nuevamente por un desequilibrio, pero no era cuestión suya, no. La puerta donde sostenía su peso había sido abierta y nuevamente se encontraba en brazos de aquel que su garganta no paraba de repetir.


—¡Akira! —Sus ojos brillaron, pero en ese sitio no se alcanzó a apreciar aquello—. Akira, te he buscado desde horas atrás.


Para el momento en que la joven Funamori se incorporó totalmente, fue sólo ahí cuando pudo ser capaz de reconocer completamente el estado en el que ese joven la recibía; Akira estaba semidesnudo, con apenas una sábana cubriendo la mitad de su cuerpo y los calcetines largos hasta las pantorrillas. Sin su antifaz aun podía reconocerlo, y, sobre todo, el mechón rebelde que cubría uno de sus ojos permanecía necio en su posición. Ella no sabía bien cómo reaccionar.


—Oh, ¡Cielo santo! Joven Suzuki, de haber sabido que usted ha estado descansando no me habría atrevido a molestarlo y menos en estas condiciones —con pena, cubrió la mitad de su cara, asomando con algo de descaro parte de su mirar hacia el torso trabajado del rubio de pie frente a ella.


Lo miró por un rato, apenas segundos, mientras Akira atinaba a explicarle con voz sumamente baja que estaba durmiendo en una de las habitaciones ya que eventos como esos no eran de su agrado y se estresaba con facilidad. Pero Mizuki sólo se concentraba en los músculos que eran mayormente notables cuando él flexionaba sus brazos y llevaba una mano hacia su nuca; no creía que había sido sostenida y guiada por él. Entonces, una idea corrió por su mente, y ella misma enrojeció por lo atrevida que fue en su cabeza.


—Oh, joven Suzuki, no me diga que está usted aquí con otra mujer —él se quedó callado, observando fijo mientras apretaba sus labios y controlaba la risa que su cuerpo le demandaba dar. Mizuki tomó esa reacción como una afirmación—. Ese es el caso, vaya. Me pregunto entonces cómo es la damisela que pudo envolverlo para caer de esta forma.


—Ninguna damisela, este semental fue dominado por un caballero.


A espaldas de Akira se dejó ver una figura nadando en blanco, piel desvaída y labios rojos, mechones castaños que cubrían un par de ojos fieros mientras tomaba posesión del cuerpo fornido frente a él. Sus manos se deslizaron por encima de la sabana que lo cubría y así se dio camino propio por la piel morena de sus caderas, moviendo los dedos por la parte del abdomen que alcanzaba con ellos.  


—¿Se le ofrece algo, joven Funamori? Mi hermano me informó que su familia fue invitada sólo para el evento principal, no creí que requirieran de una habitación para su estancia. ¿Está usted buscando un sitio para descansar? Puedo hablarle a uno de los mayordomos para que la guíe, verá, es del otro lado del piso.


Conforme sus palabras avanzaban, su tono se volvía voraz e intencionalmente se colocaba lentamente frente al cuerpo del rubio, cubriendo la mitad de su anatomía con la espalda, pegándose al pecho y recargando su cabeza contra él mientras se abrazaba a sí mismo, cubriendo lo que tenía de piel al aire.


—Aki, hace frío, hay que regresar a la cama.


La mueca que Mizuki formó en su rostro no era suficiente para expresar lo que hervía en su interior, pero no podía articular palabra alguna contra el joven Matsumoto, menos en una situación de tal calibre. Nunca pensó si quiera que entre ellos se conocieran.


—Discúlpeme, estaba perdida y sólo quería buscar al joven Suzuki para…


—¿Qué asunto tienes con mi prometido?


La altanería ya estaba a flor de piel con la voz que escupía. Akira sonreía torpemente mientras hacía su mejor y frágil intento por rodear con sus brazos la figura de Takanori y lograr darle vuelta para desaparecer de ahí, pero no lo iba a conseguir, lo sabía.


Ella también lo intentó, en serio que resistió lo más que pudo esa mirada helada y profunda entre los mechones, pero no pudo, se rindió agachando la cara y disculpándose por haber interrumpido su momento a solas. Sujetó bien su vestido, y aun con paso firme, anduvo por el mismo corredor hasta que dio con las escaleras de vuelta al gran salón.


Un respingo, Takanori había golpeado el pecho de Akira con su puño. Lo miraba enojado. Se alejó de él y regresó a la habitación. La cabellera rubia se meneó de lado a lado, sabía que estaba en grandes problemas, pero, tenía algo aún mayor en mente.


—¿Tu prometido? —repitió la voz profunda de Suzuki al cerrar la puerta a su espalda, siguiendo con la mirada a Takanori, quien sólo tomó asiento al borde de la cama.


—Sí, eso eres, ¿no?


—¿Desde cuándo?


—Desde el momento en que aceptaste bailar nuestro primer vals de amor —Akira se posicionó justo frente al delgado ser que miraba con recelo la puerta por donde antes habían entrado. No duraron mucho así, las blancas manos tomaron sus fuertes brazos, haciendo que se inclinara hacia él, mirándolo frente a frente—. Desde el momento en que decidí que serías mío, ¿te opones?


Era un reto, uno muy seductor, y creía que volvía a encenderse algo en él después de haber pasado la tormenta. Cuántos matices diferentes cargaba su melodía juntos, no lo sabía.


—Acepto gustoso —sujetando las manos que lo cercaban a su rostro, juntó ambas para colocarlas sobre el pecho, en ese sitio donde su corazón desbocaba de alegría y deseo nuevamente. Lo beso, tomó su mejilla y lo acercó tanto a él que creía se iban a fundir en ese contacto, pero debía separarse, sólo unos momentos—. Yo bailaré contigo hasta que el destino decida tocar la última pieza para nuestras vidas. Vamos a crear nuestro propio vals.


Sí, quién sabía la cantidad de contrastes, la inmensa variedad de colores y tintes mezclados que llevarían mano a mano, pero mientras fuera de esa forma, el uno sosteniendo al otro en su eterna danza, descubrir cada uno de ellos sería su respirar del día con día.


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