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Amor con sabor a café [Citrus AU] por MissWriterZK

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El día había sido agotador en la oficina. No importaba que llevara cerca de seis años en la compañía y tres como directora ejecutiva, el estrés formaba ya parte de mi complicada vida rodeada de lujos, tradición y control familiar. Por suerte, hacía tiempo que encontré una agradable cafetería muy cercana a la oficina en la que podía dejar que mi máscara de perfección cayera y ser yo misma. Se caracterizaba por su ambiente cálido y reconfortante, además, todos sus empleados eran cordiales y me hacían sonreír con cada cosa que me decían.

Un suspiro se escapó de mis labios cuando abandoné el ascensor acristalado e iba avanzando por las losetas de mármol. Un material tan frío, noble y elegante como lo que todo el mundo esperaba de mí y de mi gestión. Los errores no tenían cabida en mi persona, no podía ser totalmente humana ni mostrar sentimientos si quería seguir triunfando y llevar a la empresa familiar a su cénit.

Cuando salí del coloso de hormigón y cristal característico de la arquitectura moderna y contemporánea, bella y efímera; el vaho se escapaba de mi respiración. Hacía una temperatura glacial entre las calles de Tokyo y, aunque pareciera mentira, en aquella noche podían contemplarse la luna y las estrellas.

Fui caminando entre callejones hasta llegar a la cafetería de siempre. Entré, abriendo la puerta con suavidad y siendo recibida por el aroma a café recién molido de granos exóticos y a la calidez de los hornos en los que preparaban sus propios pasteles. Tomé mi asiento de siempre, pero no encontré a la muchacha que siempre se encargaba de atenderme.

«Qué extraño…» pensé para mí misma. Aquella castaña enérgica y de «buena pechonalidad» no faltaba nunca a trabajar.

—Quizá está enferma… —ese susurro se escapó de mis labios. Tenía la extraña costumbre de tener algún monólogo retórico que otro. Era la única opción que tenía para descargarme…

—Buenas noches. ¿Qué puedo hacer por ti?

Aquella voz dulce y cálida hizo que hasta el último poro de mi piel se erizara. Un deja vu sobre mi madre… Procedía detrás de mí, por lo que aproveché el taburete giratorio para quedar frente a frente con una mujer de cabellos de oro y dos esmeraldas como ojos. Era realmente bella, tanto que permanecí anonadada por unos momentos, antes de aclarar mi garganta para decir algo medio coherente… Tampoco podemos emocionarnos.

«Diablos, Mei. ¿Qué te pasa? ¿Acaso tú también estás enferma?»

—Buenas noches… —hice una pausa para fijarme en el nombre que estaba escrito en su placa— ¿señorita Yuzu? —La sonrisa tan cálida y despampanante que me dedicó fue suficiente para confirmar que ese era su nombre—. Me gustaría tomar un cappuccino con bebida de soja y del café brasileño más fuerte que tienen, por favor.

—Así que la señorita vestida de Armani a medida y con un bolso de mano de Luis Vuitton es la misteriosa empresaria habitual de mi mejor amiga. Harumi me dijo que era muy probable, por no decir inevitable, que vendrías a por eso mismo. Lamento que no esté por aquí, está enferma.

Lo que más me sorprendió de aquella joven era, además de su ojo avizor para detectar marcas de ropa exclusivas, la forma que tenía de llevar su uniforme. Si bien era cierto que llevaba el uniforme estándar y establecido, los complementos, maquillaje y la seguridad a la hora de llevarlo la hacían ver totalmente diferente del resto.

—Parece que la señorita tiene pasión por la moda. No todo el mundo sabe distinguir la marca de alguna prenda al momento de verla —hablé con curiosidad, apoyándome ligeramente sobre la barra de aluminio que resplandecía con las luces cálidas.

Una risa discreta y embaucadora se escapó de sus labios de cereza y me dedicó una mirada compleja, profunda… Indescriptible. Su risa era sencilla y alegre, nada estridente. Me encantaría que todas mis clientas tuvieran su risa y voz, eso evitaría muchos de mis dolores de cabeza. A pesar de no tener ningún espejo delante, podía afirmar por el calor de mi rostro que estaba comenzando a sonrojarme y no era precisamente por la vergüenza, sino por ella.

—Bueno, no solo es pasión o devoción, más bien diría que la moda es mi vida. Estudié con una beca en una de las mejores universidades dentro del mundo del diseño y la costura e incluso hice un máster en Italia, para comprender el corte italiano y ese estilo sofisticado… El mundo de la moda está conformado por depredadores y yo intento hacerme sitio en él, pero las facturas no se pagan solas así que… Aquí estoy. —Me contó parte de su historia mientras acababa de preparar el café y hacía el dibujo de un osito de peluche en la espuma de mi café, antes de dejar la taza con absoluta delicadeza ante mí. Esa energía que irradiaba me impedía apartar mi mirada de ella.

—Creo que puedo llegar a comprenderla, el destino de mi vida fue decidido nada más nacer. Estudié en EEUU, me gradué y empecé a trabajar en la empresa que acabaría y he acabado heredando. Los magnates empresariales son un hueso duro de roer y te miran por encima del hombro, cuesta mucho trabajo conseguir que dejen de verte como alguien inferior porque, para ellos, ningún nuevo es lo suficientemente nuevo. Tienes que despedirte de tu parte más humana y comportarte y rendir como si fueras un robot cuando eres de carne y hueso, emocional y pasional… —suspiré, soltando todo aquello que me había estado molestando desde siempre. Desconocía el porqué estaba diciendo todo aquello, quizá quería reconfortarla y animarla o solo buscaba alguien que me dijera que todo estaba bien. Que no tenía motivos para preocuparme.

Yo, que estaba jugando con mis propias manos y la camisa de lino de mi traje fabricado a medida, recibí una suave caricia aterciopelada por parte de aquella camarera. Me miró comprensiva y, encontré, perdiéndome en sus ojos, aquello que llevaba buscando gran parte de mi vida. Le dediqué mi mejor sonrisa sincera y en ese momento, afirmaba sin miedo a equivocarme que el rubor había llegado a mis orejas.

Justo en ese momento, un pequeño se acercó a la barra y pretendía subirse al taburete, por lo que me levanté para tomarlo con delicadeza y dejarlo sobre él. No quería que se cayera ni se hiciese daño, parecía rondar los tres años de edad y sus padres me miraron agradecidos, a lo que yo sonreí.

—¿Qué desea el guapo señorito? —preguntó ella, poniéndose a su altura y con una voz cálida que hizo que una sonrisa se dibujara en el rostro del pequeño.

—Patatah —dijo a duras penas, señalando uno de los snacks que tenían expuestos. Aquella forma de decirlo me hizo soltar una risita y su expresión de asombro solo hizo que mi sonrojo se hiciera más evidente… A este paso, iba a crear nuevos tonos de rojo.

—Aquí tienes. —Le entregó aquella bolsita con una sonrisa y el niño me miró con ojos de corderito para que volviera a tomarlo entre mis brazos y lo bajara de allí.

—Ven aquí… —suspiré, agitando mi cabeza con suavidad para llevar una mano a su cabello y revolverlo con calidez— Debes racionarlas bien, nada de acabar con ellas al momento. ¿De acuerdo?

—Gracias… Onee-san —nos dijo a ambas, alejándose con su bolsa de patatas fritas.

Volví a sentarme sin poder dejar de sonreír, a pesar de mi aspecto frío, era un caramelito. Miraba el dibujo del café, estaba tan bien hecho que me daba pena beberlo, pero aún estaba demasiado caliente como para hacerlo, por lo que tenía una excusa perfecta para seguir conversando con Yuzu.

—Creo que me llamaste empresaria misteriosa porque nunca llegué a presentarme. Me disculpo, vuelvo tan cansada de la oficina que acabo perdiendo la educación… —hablé algo avergonzada, rascando una de mis mejillas y dedicándole una sonrisa complicada— Mi nombre es Mei, Mei Aihara. Es todo un placer conocerla, señorita…

—El placer es mío. La empresaria de hielo resultó ser un auténtico rollo de canela —picó, guiñando uno de sus ojos en una actitud coqueta que hizo que me dedicara a contemplar los matices de la espuma del café. Estaba demasiado avergonzada para mirarla a sus ojos. El sonido de un plato siendo dejado sobre la barra hizo que levantara mi mirada y me encontrara con un rollo de canela—. Cortesía de la casa.

Esa sonrisa era traviesa, estaba mordiendo su pulgar con discreción para evitar reírse en mi cara.

—¡Oye! —protesté con un sonrojo aún mayor.

—Lo siento, ¿acaso sería considerado canibalismo?

Aquello nos hizo reír a carcajada limpia hasta el punto de volver a relajar mis hombros y tener que secar algunas lágrimas. La miré, bueno, más bien la admiré. Admiré su porte, su figura, la forma que tenía de moverse por el espacio como si estuviera patinando o bailando. Ella podría hacer lo que quisiera conmigo y con las mariposas de mi estómago. Hacía demasiado tiempo que no me sentía así…

—Realmente es usted perversa y traviesa. ¿Lo sabía? Tanto que hace que no pueda dejar de mirarla embelesada… —confesé, bebiendo al fin un poco de mi café. No iba a permanecer toda la noche en aquella situación. Aunque no me molestaría en absoluto.

—Pues usted es tan enigmática y hechizante que hace que no quiera dejar de hablarle… —me susurró con parsimonia y una voz cargada del matiz de la travesura. No sabía que podría encontrar a alguien que me hiciera estremecerme hasta tal punto, el oído era uno de mis puntos débiles… Pero aquella acción, fue algo de otro mundo.

—Triunfará, estoy segura de ello. Solo con verte y ver ese aura y seguridad que desprendes por cada poro de tu piel… Puedo arriesgarme a afirmar que triunfarás más temprano que tarde. ¿Qué le parece la idea de una reunión de negocios dentro de una semana? Estaba buscando nuevos mercados para invertir y creo que tú jamás me fallarías. ¿Te parece ser patrocinada y protegida por mi empresa?

Sus bellos ojos se abrieron como platos al escucharme decir eso, tal era su emoción que no pudo evitar estrecharme entre sus brazos. Su perfume a lirios, su suavidad y su calidez era algo de otro mundo… Quisiera permanecer en ese estado para siempre, aun si sonaba demasiado egoísta por mi parte. Mi cerebro se fue de vacaciones y ahí seguía yo, totalmente embelesada.

—¡¿Lo dice de verdad?!

—No gano nada mintiéndole, solo perdería al hacerle daño y no poder ver sonrisas como la que tiene ahora misma… Realmente es una auténtica rosa a punto de florecer. Es un brote tierno… Le juro por mi vida que me encargaré de que florezca como la rosa más bella del jardín, despertando envidia y asombro pase por donde pase…

En esa ocasión, fui yo quien susurró junto a su oído con toda la parsimonia del mundo y mi voz algo grave, colocando uno de los mechones dorados rebeldes tras su oído. Pude escuchar cómo su corazón se aceleraba y ver sus vellos como escarpias, eso me hizo sonreír traviesa y victoriosa. Al fin lograba transmitir algo semejante a lo que ella despertaba en mi interior.

—Siempre que lo desee, podemos ir a tomar algo después de la reunión y, bueno, conocernos fuera de las formalidades. Quiero ver cómo viste fuera de aquí y que siga sorprendiéndome. Le dejo mi tarjeta, me temo que va siendo hora de que me vaya yendo… Estoy importunando el cierre de la cafetería. Gracias por su atención, el café, el rollo de canela… Gracias, de verdad, por aparecer en mi vida. Presiento que, tanto tú como yo, le demostraremos al mundo todo lo que valemos —me despedí, besando su mejilla con suavidad y lentitud, grabando con fuego en mi mente la exquisita textura de la piel desnuda de su rostro—. Oh, cierto, ¿tiene un boli a mano para hacer una pequeña rectificación?

Ella me entregó un bolígrafo con sus manos temblorosas que rozaron las mías y me hizo estremecerme y sonreír. Anoté con mi caligrafía pulcra, elegante y cursiva unas palabras y mi número de teléfono.

«Sé que esto no es demasiado profesional, pero, realmente me importa muy poco. Aquí tiene mi número personal, llámame o ponme un mensaje para lo que sea. Siempre tendré el teléfono a mano para atender a alguien tan hermosa como tú. Espero nuestro próximo encuentro con ansias… Quizá quiera decirme a qué horas puedo encontrarla por aquí y cambiar mi horario de los cafés. Me encantaría beber más cafés preparados por ti y, bueno, los ositos son mi debilidad… Espero que aparezcas en mis sueños para convertirlos en auténticos paraísos.»

Salí de allí, dedicándole un último guiño. No pude evitar sonreír al ver cómo los grados de rojo iban en intensidad al mismo tiempo que avanzaba en «la corrección».

«Creo que me enamoré de verdad… Puede que suene algo estúpido e infantil, pero según los expertos, cuatro minutos son suficientes. En mi caso, me sobran los cuatro. Solo con verla… Solo con verla caí a sus pies.» pensé, alejándome de ahí rumbo a casa mientras el frío de la noche lograba devolver mi rostro a su color normal, pero el calor de mi cuerpo no desaparecía por nada del mundo.

 


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