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The colors of the soul por Girlyfairly

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Teru:


Cuando decidí lo que quería estudiar, mi padre fue el primero en oponerse, dijo que no llegaría lejos por este corazón de pollo que tengo. Entiendo que muchos de los abogados más prestigiosos están en la cima porque debajo de sus intachables atuendos, cargan con parte de la sangre de los criminales que han defendido; entre más culpable sea el sujeto que defiendes, más fama y mejor paga. Yo aspiro a algo diferente, mi motivación es que la justicia sea igual para todos y no solo para unos pocos. Prefiero dar mis servicios al hombre que por hambre robó una gallina y lleva dos años en la cárcel y no al tipo que sale en la tele, rodeado de cámaras y guardaespaldas, hablando de inocencia y usando el nombre de Dios en vano cuando se encuentra bajo sospecha de enriquecimiento ilícito; sé que ambos son crímenes penados por la ley, pero no es justo que uno de ellos sea condenado de inmediato mientras que el otro disfruta de asilo político en una mansión en Europa. Sin embargo debo reconocer que en algo tenía razón mi padre, y es que en efecto tengo corazón de pollo. 


Ha pasado más de una semana que visité aquel café con mis compañeros, cuyos nombres aún sigo olvidando, y desde el segundo día no puedo más con la culpa. Soy un hombre tranquilo, demasiado pacífico, de hecho mi padre siempre me decía que agacho mucho la cabeza cuando debería mostrar más coraje, el estricto de mi padre tenía razón en muchas cosas al fin y al cabo. Entonces no sé porqué reaccioné así cuando fue solo un accidente; he llegado a la conclusión de que de no haber sido llevado en contra de mi voluntad, o al menos de habérmelo pasado un poco mejor, mi reacción seguro hubiese sido diferente, aunque tampoco es justificación, claramente. 


Si mi padre estuviera vivo y supiera dónde estoy, seguramente le estaría diciendo a mi madre que todo es culpa de ella por haberme consentido tanto, esa parecía ser la respuesta que él tenía para muchas cosas, aunque a diez años de su muerte extraño esa habilidad suya de quejarse hasta por el aire que respiraba. 


Estoy seguro que ese chico ya ni siquiera piensa en el incidente, probablemente esa noche se fue a dormir y al día siguiente siguió con su vida. En cambio yo me torturé lo suficiente hasta que decidí buscar una manera de enmendar mi error. Sin embargo no podía solo regresar al café y disculparme, no con las manos vacías, al menos eso no es lo que mi madre me enseñó. El problema es que no es fácil comprarle algo a alguien que no conoces. La mejor idea que tuve, y por la cual me sentí un imbécil después, fue comprarle un libro porque yo amo leer y creo que todos deberían hacerlo, pero creo que eso sería igual o peor que haberle dicho a un ciego que mire por dónde camina.


Aunque… 


Sé que otra persona lo hubiese olvidado de inmediato, pero yo tiendo a intensificar lo que siento, y era hacer algo o ser consumido por mis propios pensamientos. Cuando llegó el tercer día y yo me estaba ahogando en un vaso de agua llamado culpa y sin ninguna idea que superara la del día anterior, me decidí por mi mejor opción: un libro. Encargué El principito en la librería que usualmente visito, sabiendo que me costaría diez o quince dólares más caro que su precio original por estar escrito en braille. En un principio pensé en comprar un libro de thriller psicológico o misterio, más de mi estilo, pero me decidí por El principito porque no tengo idea de qué tipo de literatura le gusta a la juventud de hoy; no creo que ese muchacho sea mucho menor pero yo tengo alma de viejo y preferí apostar a lo seguro, al fin y al cabo es un buen libro, es conocido por todos, te lo dejan de tarea hasta en la escuela, aunque también una buena opción hubiese sido buscar una manera de lidiar con mis emociones como dice mi psicólogo en lugar de hacer un gasto significativo por alguien cuyo nombre no conozco. Pero ahora ya estoy aquí, esperando a que la encargada vuelva con mi paquete debidamente envuelto mientras ya tengo mi tarjeta lista en mano, la de crédito porque aún falta una semana para que paguen. 


 


oOo


 


Fue patético haber acomodado hasta con cinturón de seguridad al paquete en el asiento del copiloto, nunca he tenido la dicha de hacer esto con un hombre guapo, porque jamás subí uno a mi auto debido a mi extrema timidez, pero si lo hice con un libro que ni siquiera me pertenece. 


Al llegar al café me atiende una mujer que debe de ser la dueña o al menos la encargada del lugar, lo deduzco porque su camisa es color vino mientras que la de aquellos dos muchachos, el malhumorado y el causante de mis recientes crisis, era blanca. Con una enorme sonrisa y empalagosa amabilidad, ella me ofrece una mesa en la terraza a la vez que toma un menú del mueble rústico que está justo al lado de la puerta. Yo rechazo la sugerencia porque pienso que esa vista debe disfrutarse con calma y yo no pretendo quedarme mucho tiempo, así que opto por una mesa en el interior del local pero lejos de la barra, lo que menos quiero es que aquel rubio note mi presencia porque temo que de hacerlo, querrá terminar con lo que ni siquiera empezó cuando el chico castaño lo detuvo. 


El problema es que a las personas como yo los planes nunca nos salen como los pensamos. No pasan ni cinco minutos cuando siento algo extraño en la nuca, como un incómodo escozor, y al voltear, me topo con unos profundos ojos azules que prometen asesinarme si doy un movimiento en falso. 


—Aquí está su café americano con una de splenda. 


Trago saliva y me vuelvo sobre mi asiento al escuchar la dulce voz de la amable mujer de hace unos minutos, sonrío en un intento de disimular mis nervios y con rapidez busco el gafete en su pecho para saber a quién agradecer: Sachiko Yagami. 


—Gracias, Sachiko —espero que no haya sido una falta de respecto llamarla por su nombre, siento que era más correcto decirle señora Yagami, pero la última vez que le dije señora a una mujer me llamaron atrevido y me gané un cachetazo. 


Ella sonríe y se retira, no sin antes decirme que no dude en llamarla si se me ofrece algo más. Al menos me quedo tranquilo de que no dije una tontería como la última vez que visité este lugar, no me imagino regresando cada vez para pedirle perdón a un empleado diferente. 


Me dispongo a disfrutar mi café mientras recorro el lugar disimuladamente, me da la sensación de que está más vacío que la otra vez pero no encuentro a mi objetivo, sin embargo sí noto que aquel muchacho continúa observándome fijamente, no importa por dónde se mueva, si va a una mesa o regresa a la barra, no me aparta la mirada de encima, y la forma en la que me ve parece como si quisiera atravesarme con ella. Quizá los últimos años he invertido horas en el gimnasio en un intento de dejar de ser el nerd debilucho del que todos se burlaban, pero no puedo evitar sentirme intimidado por ese rubio pese a que claramente es más bajo y mucho más delgado que yo. Creo que el gimnasio lo único que hizo es transformarme de un nerd debilucho a un nerd debilucho con un buen cuerpo. 


Sin embargo por un ínfimo instante mis nervios y todos los que me rodean desaparecen cuando veo que aquel muchacho castaño atraviesa el umbral que está al lado de un pintoresco cuadro, para luego adentrarse con cuidado a la barra y situarse detrás de la máquina registradora. Lamentablemente esa sensación de alivio me dura poco, luego de haber seguido su inseguro recorrido como un jodido acosador, la realidad me golpea directamente en la cara, ahora queda la parte más difícil: acercarse. 


Comienzo a sudar de nuevo, creo que mucho más que antes, y estoy seguro de que debo estar más pálido que una hoja de papel. Tomo la bolsa que dejé a mis pies, pero me tiemblan las manos. 


«Quizá primero debería terminar mi café» pienso, como si mi inseguridad fuera a desaparecer tras dar el último sorbo. No obstante sujeto la taza solo para darme cuenta que ya está vacía. 


—¿Se siente bien? 


Ni siquiera me percato en qué momento Sachiko ha vuelto a acercarse a mi mesa, pero su cara preocupada me dice que mi aspecto no es el mejor. 


—¡Sí! Bueno… no —me humedezco los labios y me remuevo nervioso sobre el asiento, ¿qué debería hacer?— Verá… —la única idea que se me ocurre es confesarme con esta mujer, porque no me siento capaz de ir hasta allá y hablar con ese muchacho pero también sé que no podré dormir toda la noche si me voy sin haber cumplido mi objetivo. Tal vez Sachiko con ese aspecto de madre consentidora que tiene, puede darme el consejo que necesito—, el otro día yo estuve aquí y… —comienzo inseguro, ella no me aparta la mirada—, ocurrió algo, un accidente… 


—¿Un accidente? —Interrumpe ella con notable preocupación. Seguramente piensa que fue algo grave. 


—Sí… —admito con timidez porque no sé cómo vaya a tomarse el que yo haya sido irrespetuoso con uno de sus empleados, específicamente con ese empleado— el muchacho que está detrás de la barra chocó conmigo y… 


—¿¡Usted es el señor del traje del que Mello habló!? —Interrumpe de nuevo, esta vez con un gesto de admiración junto a un notable sonrojo en sus mejillas. 


—Sí… —susurro, intentando pasar por alto que es la primera vez que alguien me llama “señor”. Siempre he pensado que la edad es solo un número pero ahora me doy cuenta de que aún no estaba listo para ser tachado de viejo, ¡solo tengo veintisiete años!


—¡Por Dios, cuánto lo siento! —La voz de ella me hace dejar mi crisis existencial para más tarde—. Si hay alguna manera en la que pueda… 


—No, no —la interrumpo agitando las manos. Debo admitir que la reacción de ella me reconforta un poco, me da valor para continuar—. También fue mi culpa, no vi por dónde iba. 


—Pero Light me contó que usted estaba muy molesto. Sé que esos trajes que usan las personas como usted pueden ser muy costosos —ella fija su mirada en el saco gris que llevo puesto, lo cual me avergüenza porque éste sí lo compré en los usados—. Si usted me dice cuánto costaba… 


—Solo era una mancha —interrumpo porque a pesar de que me tranquiliza que ella no se lanzara contra mí como casi lo hace el mesero de cabello rubio, tampoco quiero quedar como un cabeza hueca que va por la vida preocupándose por cosas tan superficiales como manchas en un saco nuevo. Me esforcé mucho por comprarlo y arruinarlo tan rápidamente con una mancha de mayonesa no es la mejor sensación pero ya está, no puedo cambiar lo que ya pasó—. Solo había tenido un mal día y sobre reaccioné… 


—De igual forma si hay algo que pueda hacer… 


—De hecho… —ya que mi idea de confesarme con esa mujer no resultó ser tan mala, tal vez ella pueda ayudarme a completar mi misión—. Yo fui muy grosero ese día con ese muchacho y… —agarro la bolsa de papel kraft que dejé a mis pies y ella sonríe con ilusión al verla—, quiero enmendarlo de alguna forma pero… 


Todo pasa demasiado deprisa, mi trasero abandona la silla al momento que Sachiko me sujeta y me jala de la mano sin ni siquiera preguntarme y mis pies responden solo como acto reflejo. Me lleva en dirección a la barra cuando yo aún no me siento del todo listo, y todo empeora cuando la escucho decir… 


—Light, hijo, tienes visita —su voz cantarina es lo último que escucho por unos segundos, de repente es como si el suelo desapareciera bajo mis pies mientras en mi cabeza la palabra “hijo” resuena por cada rincón. 


—¿Quién es, mamá? —Él continúa limpiando un vaso de vidrio con un trapo pero entrecierra los ojos al escuchar la emoción en la voz de la mujer que ahora sé que es su madre. 


Me quedo observándolo por unos segundos, me parece interesante el cómo intenta enfocar la mirada mientras los movimientos que sus manos hacen sobre el vaso se ralentizan, como si quisiera maximizar sus otros sentidos. Tengo entendido que algunos ciegos pueden reconocer a una persona por el timbre de su voz o incluso hasta por su forma de caminar, pero yo soy un completo extraño para él. 


Sachiko no dice nada, en cambio me da un golpecito en la espalda, como invitándome a dar el siguiente paso. Pero me siento menos listo que antes. 


—Emm… hola —mi voz sale rasposa claramente a causa de mis nervios, así que en un intento de hacer menos patético mi saludo, agito la mano de lado a lado de forma bastante tonta, pero en el mismo instante me doy cuenta de lo obvio —Perdón… 


—Hola —dice él con una sonrisa, repitiendo el gesto para mi sorpresa. 


Al menos ya di el primer paso, pero no sé cómo continuar. Si bien tengo a Sachiko a mi lado, que es como mi ángel guardián en este momento, no puedo simplemente obviar la presencia del muchacho rubio, quien desde que fui traído a rastras hasta la barra, se situó de brazos cruzados detrás del castaño, como un perro guardián. 


—Quizá necesitan un momento a solas —dice Sachiko de repente, seguramente piensa que con mis largos silencios le estoy pidiendo que se vaya, ¡pero no!, casi me vuelvo para rogarle que no me deje solo con el enano rubio de allá atrás pero suelto un suspiro aliviado cuando la escucho pedirle a ese muchacho, que se llama o le dicen Mello, que la acompañe. 


Sin embargo, pese a que ella se marcha para ir a atender a otros clientes, ese tal Mello solo hace el amague de irse, pero nada más retrocede un par de pasos, quedándose lo suficientemente cerca para atacarme de ser necesario. ¿Será acaso que son novios y por eso lo cuida tanto?


Con esa idea en mente dirijo mi vista al chico de cabellos castaños, quien ha vuelto a su labor de limpiar un vaso y ponerlo en una charola para luego coger otro, dándome a entender que he perdido su interés. 


—No sé si me recuerdas —y con esas palabras vuelvo a captar su atención. Él levanta la cabeza y de nuevo entrecierra los ojos mientras se inclina tan solo un poco sobre la barra, como si quisiera reconocerme. 


—¿Cómo se llama? — Me pregunta al mismo tiempo que ladea la cabeza, haciendo que su cabello liso también se remueva. 


—Es el viejo al que debiste lanzarle una jarra de café caliente —dice el tal Mello, acercándose hasta apoyar una mano sobre la superficie de granito, sin apartarme la mirada—, pero en su lugar solo lo chocaste e hiciste que su ropa se ensuciara un poco —parece que dicha introducción es suficiente para que el otro me recuerde porque lo noto sonrojarse y entreabrir los labios como si quisiera decir algo pero sin hallar las palabras —¿Qué quieres, anciano?  Light ya te pidió disculpas el otro día. 


—¡Mello! —Farfulla el castaño, reprendiéndolo. 


—Vine a hablar con él no contigo —respondo con seguridad mientras empujo con dos dedos el puente de mis anteojos. 


No sé de dónde saqué el valor, pero espero que me dure lo suficiente. 


 


***


 


Light:


Cuando mamá me dijo que tenía visita, pensé que se trataba de mi cliente favorito, un agradable viejito de casi ochenta años que todos los miércoles nos visita sin falta desde que enviudó hace casi cinco años. Don Chusito siempre se sienta en la barra y me hace compañía por casi tres horas mientras yo atiendo a otros clientes detrás de la máquina registradora; hasta que decide regresar a la soledad de su casa. Solo nos visita los miércoles porque es el día que menos clientes recibimos, de hecho debido a eso abrimos nada más unas cuantas horas después de las cinco de la tarde y no después del mediodía como el resto de la semana. Lo único que siempre pide es un vaso con agua porque dice que el café le quita el sueño y los refrescos le suben el azúcar; mi padre no sabe que después de tanto tiempo decidimos dejar de cobrarle la botella de agua que consume, es un secreto entre mamá y yo. Dice que soy el nieto que siempre hubiese querido tener y a veces me trae regalos, él y su esposa nunca tuvieron hijos, pero según lo que él me cuenta, fueron felices y la amo con locura hasta el último día. Cada vez que habla de ella escucho como su timbre de voz cambia, hasta lo puedo imaginar sonriendo cada vez que pronuncia su nombre, y yo escucho con la misma emoción de siempre todas las historias que ya me ha contado, las cuales adoro y me hacen desear un amor como el de ellos. 


Por eso cuando pensé que se trataba de Don Chusito, estaba dispuesto a dejar los vasos a un lado para que se secaran solo con el aire; aunque mi padre luego se quejara de las manchas de agua seca en el vidrio. La semana pasada no terminó de contarme cómo reaccionaron los padres de ella cuando él fue a pedir su mano, esa historia siempre logra emocionarme pese a que me la ha contado un sinfín de veces. Además quería pedirle que me dejara tocar su rostro porque la última vez que lo hice fue hace meses y quiero saber si sus mejillas están más caídas, si su piel tiene nuevas arrugas y si sus ojos están más gachos; me gusta registrar con mis dedos los rostros de las personas que más me importan. Pero al percatarme de que no se trataba del suave andar ni del aroma a pinos combinado con tabaco de mi cliente favorito, no pude evitar sentirme decepcionado. Sin embargo al descubrir la identidad del extraño que estaba parado frente a mí, lo único que hubiese querido es que la tierra se abriera y me tragara en ese momento. 


Yo soy el encargado de cobrar a los clientes, siempre estoy detrás de una de las máquinas registradoras, la “especial” para que alguien como yo pueda usarla sin problemas. Me considero lo suficientemente capaz para atender las mesas pero mis padres insisten en que es peligroso, dicen que puedo chocar con un cliente o tropezarme y botar algo, lo peor de todo es que tienen razón. Sé que ellos y todas las personas que trabajan en este lugar no ven mi discapacidad como un impedimento, pero cuando era adolescente solía creer lo contrario, creía que querían limitarme así que como un acto de rebeldía muchas veces fui a tomar las órdenes de los clientes o a servirles más café, y sí, la mayoría de esas hazañas terminaron en desastre. 


Pero ya no soy adolescente, disfruto mi puesto y no me siento menos que los demás solo porque no me permiten deambular libremente por el café cuando está abierto al público, de hecho mi padre, quien fue a quien más le costó asimilar mi ceguera, me repite que las finanzas del negocio familiar no podrían estar en mejores manos que las mías; me lo dice porque en más de una ocasión alguien ha intentado pagar la cuenta con un billete de menor denominación o falso, a lo que yo con una sonrisa inocente pero llena de satisfacción les regreso su dinero y les digo que lo que me entregan no es la cantidad que les mencione. 


Solo dejo mi puesto cuando tengo una necesidad y no tardo más de cinco minutos. Soy el adulto joven responsable que mis padres merecen, o al menos lo intento. Por eso la semana pasada cuando choqué con un cliente, luego de años sin un incidente similar, no pude evitar sentirme mal. Tenía ganas de ir al baño y le pedí a Mello que se quedara pendiente de mi puesto por un momento, pero creo que mi necesidad era tal al punto que rodee la barra sin la precaución necesaria; cuando sentí que choqué contra alguien y que una pieza de cerámica, tal vez un plato o una taza, se fragmentó contra el piso, inmediatamente se me quitaron hasta las ganas de hacer pipí. La reacción molesta del cliente era de esperarse, como también era de esperarse que Mello saliera en mi defensa, porque siempre lo ha hecho, creo que le molesta más a él que a mí cuando alguien hace un comentario referente a mi discapacidad. 


Quizá lo que más me afectó de ese incidente es que en esa ocasión no fue producto de llevarle la contraria a mis padres, sino que realmente fue un accidente. Pensé que ese hombre nos iba a dejar un mal comentario en las redes sociales y me iba a sentir muy mal si eso ocurría porque llevamos muchos meses con la calificación máxima. De forma sutil le pregunté a Mello toda la semana sobre lo que decía la gente de nosotros en internet o si había comentarios nuevos; no estoy seguro si fui lo suficientemente disimulado aunque lo más probable es que Mello haya sospechado mis intenciones, hemos sido amigos toda la vida y sé que sabe cuando algo me preocupa. Pero cuando la valoración que esperaba no llegó, lo único que pensé es que ese hombre simplemente había decidido mejor ya no visitarnos más… 


Al menos eso era lo que pensaba hasta hace dos segundos, antes de que Mello se refiriera a mi misteriosa visita como «el viejo al que debiste lanzarle una jarra de café caliente pero en su lugar solo lo chocaste e hiciste que su ropa se ensuciara un poco». Siento que mi rostro se calienta y mi primer impulso es pedir disculpas e insistir en enmendar los daños, porque supongo que es por eso que ha regresado. Sin embargo antes de poder decir algo, Mello continúa, haciendo que casi me atragante con mi propia lengua. 


—¿Qué quieres, anciano? Light ya te pidió disculpas el otro día. 


—¡Mello! —Suelto un pequeño grito en dirección a mi amigo. Sea un cliente o no, esa no es la  manera de hablarle a alguien. 


—Vine a hablar con él no contigo.


Lo escucho responder con una seguridad peculiar. No parece el mismo sujeto que hace un rato me dijo “hola”, en ese momento su voz fue temblorosa y un poco fina, lo recuerdo porque en un intento por reconocerlo, presté atención a su timbre de voz. 


—Pues si quieres hablar con él, vas a tener que hacerlo conmigo también, ¿qué te parece?


—Mello… —intento llamar la atención del rubio porque sé que puede ser un pesado cuando se lo propone, y yo no tengo problema de que me descuenten del sueldo los daños que causé. 


Pero parece que Mello no es el único que me ignora. 


—Me trajeron para hablar con el dueño del circo, no con el payaso. 


Ese comentario hace que hasta yo suelte un jadeo, he sido amigo de Keehl toda la vida y sé que hasta una mala mirada lo pone de mal humor. 


—Mello —lo llamó de nuevo girando hacia él y sujetándolo del brazo, sintiendo como su piel quema mi mano. Cuando está realmente molesto su respiración se vuelve pesada y el calor que emana de su cuerpo puedo sentirlo estando solo a centímetros de él. 


—¿¡Payaso!? —Tengo tantos años viviendo con este hombre que puedo predecir sus movimientos y reaccionar antes; otra vez me toca sujetarlo para que no salte la barra y se lance contra ese hombre como la semana pasada —¡Deja que este payaso te enseñe unos cuantos trucos, anciano!


—¡Basta! —No me gusta exaltarme pero no creí que fuese capaz de contener a Mello por mucho tiempo más— ¡No voy a permitir que armen un escándalo en mi negocio! —Técnicamente es el negocio de mis padres, pero eso no impide que mi cuerpo completo se tense; este café representa el esfuerzo de mis padres y no va a ser pisoteado por estos dos inmaduros. 


Todo se queda en un incómodo silencio por varios segundos, lo que menos quería es que los demás clientes presenciaran un escándalo. Es nuestro día menos ajetreado, pero estoy seguro de que los pocos presentes tienen la mirada puesta en nosotros, lo sé por la tensión que se respira en el ambiente. 


—¡L-Lo siento! —Dice deprisa el hombre situado frente a la barra, con esa voz nerviosa y menos profunda como la del principio, haciendo que por algún motivo me relaje. 


De pronto escucho unos pasos apresurados y los reconozco como los de mi madre, quien provoca que el aire denso se disipe y que el tiempo vuelva a su curso normal. 


—¡Mihael Kheel, ven para acá! —La escucho exigir entre dientes y hasta la imagino meciendo un pie de arriba a abajo como cuando éramos pequeños y nos metíamos en problemas. 


Ella es la autoridad aquí, ni mi padre se atreve a llevarle la contraria cuando está enojada, así que no es de sorprenderse que Mello se aleje de mí para acatar la orden. 


—¡De las orejas no, señora Yagami! —Se queja Mello y yo me muerdo los labios para no soltar una carcajada. Debe ser muy divertido ver a un muchacho de veintiún años ser jaloneado como un niño mal portado. 


—¿Su nombre?


—¡Te-Teru Mikami! —Responde entre titubeos el misterioso hombre, supongo que hasta él debe sentirse intimidado por mí amorosa mami. 


Esos dos estaban a punto de agarrarse a golpes hasta hace un momento, o al menos Mello si lo estaba, por eso me resulta gracioso imaginarlos ahora como dos cachorros regañados, pero contengo la risa porque no quiero ser parte de la reprimenda que le espera a mi amigo. 


—Bien, señor Mikami, supongo que vino a hablar con mi hijo y no a pelear con este chihuahua. 


—¡No me diga así, señora Yagami! —Lo escucho refunfuñar. No le gusta que se metan con su estatura porque él cree que aún debe cuidarme y defenderme como cuando éramos niños, aunque al llegar a la adolescencia yo crecí mucho más que él. 


—Me llevaré a este engendro lejos para que puedan hablar tranquilos. 


—¡No! —Responde el señor Mikami, sonsacándome un respingo porque no esperaba esa reacción— ¡Bueno sí! Lo que sucede es que… —de nuevo duda y comienza a ponerme nervioso. Si quiere pedir mi cabeza por lo que ocurrió hace una semana que lo haga de una vez, no será el primero ni el último—… creo que ya les quite mucho tiempo… 


—Demasiado —secunda Mello y luego suelta un quejido, seguramente mamá le jaló de nuevo una oreja o le pellizcó el brazo. 


—¡Solo pasaba a decir que lamento lo del otro día! —Dice de un solo, soltando un suspiro al final, como si hubiese cargado esas palabras por mucho tiempo y al fin pudo expresarlas. 


—¿Qué…? —Escuché perfectamente cada palabra pero mi respuesta fue más una reacción natural de mi cerebro al no saber cómo procesarlas, creo que hasta Mello se quedó callado sin poder creer lo que acababa de escuchar. 


Sé que hay personas que se sienten inspiradas al verme trabajar a pesar de mi discapacidad, pero también hay otras que cuchichean desde las mesas y me llaman estorbo porque en parte es verdad, en días con mucha demanda puedo llegar a serlo porque mi agilidad no es como la de mis compañeros; hay otros que piden que alguien más les cobre porque les da miedo mi mirada, y lo dicen sin ninguna pizca de remordimiento. Ninguno de ellos alguna vez se ha arrepentido de lo que dicen. 


—¡Que lo siento por haber actuado como un idiota la vez pasada! —Repite con el mismo tono acelerado, como si temiera no ser capaz de decirlo si lo piensa dos veces. Sin embargo no me quejo, escucharlo de nuevo hace que la sensación cálida que se instaló en mi pecho crezca—. Decidí comprar algo como… como… —escucho un suave golpe sobre la superficie de granito y mi curiosidad hace que mis manos se muevan por sí solas para saber de qué se trata, encontrándome con una bolsa de papel en forma cuadrada—. Es un pequeño obsequio como muestra de mi arrepentimiento —lo escucho susurrar, pero mi atención está puesta en el inexplorable objeto que tengo en mis manos. 


Palpo por todos lados para asegurarme de que no haya ninguna tarjeta o cintas adhesivas que puedan dañar el empaque, luego lo acerco a mi nariz en un intento de reconocer algún aroma y por último rasgo el papel como lo haría  un niño de cinco años a quien acaban de regalarle un juguete nuevo.


—¿Un libro? —Dice Mello, al parecer estaba igual de ansioso que yo—. Que aburrido. 


En efecto es un libro, lo supe desde el primer momento que sentí las hojas deslizarse entre mis dedos. Susurro un suave «gracias» mientras termino de retirar todo el papel, de verdad me gusta mi regalo y no puedo esperar a que Mello me lo lea hoy en la noche. Sin embargo sostengo el aliento de repente y mis manos se quedan justo donde están, sobre la portada, casi como si temiera que lo que mis dedos sienten desaparecerá si las muevo. 


—Está escrito en braille… —susurro apenas audible porque siento la garganta cerrada y los labios entumecidos. Lo único que me detiene de llorar ahí mismo es mi cerebro que no se decide sobre cómo debería reaccionar y mi cuerpo hace lo mejor que puede para contener toda mi alegría. 


Levanto la cabeza con demasiada prisa, debo el menos darle un abrazo como agradecimiento, pero al hacerlo me doy cuenta que de ya no percibo su respiración agitada ni su aroma a sudor y perfume fresco. 


—El viejo salió huyendo si te lo preguntas —dice Mello con cierto fastidio en su voz. Creo que yo estaba demasiado enfocado en mi regalo como para notar su partida y también la de mi madre. 


Tan solo asiento antes de hacer una bola con todo el envoltorio y dejarlo a un lado, luego lo tiraré a la basura. Sonrío al pasar los dedos de nuevo sobre la portada y descubrir que se trata de mi novela favorita, por primera vez voy a leer yo solito un libro que no es con fines educativos. Sin embargo me siento menos emocionado que antes, estoy feliz con mi regalo pero me hubiera gustado siquiera darle las gracias. 


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