"He cometido el peor de los pecados, quise ser feliz."
-Santa Teresa de Ávila
Toda pequeña porción de felicidad que tengas en esta vida tiene un precio. Si tienes suerte el precio puede ser pequeño, unas gotas de sudor por tu esfuerzo, trabajo duro y listo. Pero si perteneces a la familia más rica y ruin de Francia, el pago mínimo a dar son dos costillas rotas.
Y en ese momento, todos y cada uno de los hermanos Vinsmoke, lo estaban pagando.
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El joven Vinsmoke suspiró, emitiendo un sonido agudo de agonía que quedó obstruido a mitad de su garganta. Sus oídos zumbaban, sintió un dolor punzante y el líquido rojo se deslizaba suavemente por su fría piel desde la parte superior de su frente, si pudiera moverse, probablemente podría sentir con una de sus manos la viscosa sangre sobre su cabello.
El sonido de los zapatos de la gente dando zancadas sobre los charcos de agua, pasando de largo ante un hombre moribundo. Por que no era su problema que él estuviera al borde de la muerte, por que los mandamientos de Dios solo aplicaban cuando se estaban dando golpes de pecho, hincados sobre el piso de mármol de la iglesia, frente a una escultura de cerámica de un hombre crucificado.
Los murmullos se escucharon cada vez más lejanos.
Y la muerte se sentía cada vez más cerca.
Tenía ganas de reírse por última vez antes de desfallecer. Con su cuerpo colapsado y el dolor esparciéndose desde sus costillas hacia su pecho y el resto de sus extremidades, arrastrándose por su piel magullada y escapando por las tiras de carne que colgaban sanguinolentas rozando el piso.
Esta vez había ido demasiado lejos.
Deseaba dejar de ser una marioneta de su padre. El bufón que presentaba ante el resto del mundo en busca de una buena alianza, vendiendo su cuerpo, repartiendo pedazos de su alma.
Solo quería escapar de ese lugar.
¿Tan malo era el querer ser feliz?
Escuchó a las gotas de lluvia golpear suaves contra el piso, esparciendo su sangre, aumentando el charco de liquido rojizo que se había formado bajo su cuerpo destrozado.
Un solo pensamiento invadiendo su mente.
Tenía que irse.
El muelle.
El barco..
Él lo estaba esperando.
Escuchó susurros. Voces desconocidas para él. Hombres. El miedo enchinó dolorosamente los vellos de su cuerpo ante la posibilidad de que fueran los mismos hombres de antes.
–¿Estas seguro de que es él?
–Estoy seguro ¿No ves las cejas enroscadas?
Dos personas de corpulenta complexión se posicionaron frente a él, las lágrimas de sus ojos amoratados le obstruyeron la visón evitando que lograra ver sus rostros. Sin embargo, pudo darse cuenta de que no lo eran... sacó un suspiro sutil.
–Katakuri estará furioso...
–Bueno... no es nuestra culpa que esté en este estado. Pero si lo dejamos aquí y muere... si que lo será. Vamos.
Los musculosos brazos de uno de los hombres lo levantaron fácilmente, con cuidado, evitando que se desarmara en el proceso.
–Tranquilo Ichiji... Te llevaremos al barco. Nuestro hermano te está esperando.
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Su corazón latía a mil por hora, sus piernas no daban para más y sus pulmones apenas podían tomar suficiente aire. Si no llegaba al puerto él se iría. Lo dejaría y con él se iría la oportunidad de cambiar su miserable vida.
Mordió su labio inferior aguantando el llanto de frustración. Definitivamente no deseaba quedarse, por más que le ofrecieran dinero, mujeres, todo lo que cualquier persona pudiera desear, él no se quedaría, por que él, realmente odiaba ser un pájaro enjaulado.
Tragó en seco, tratando de mantener el paso.
Maldecía a su padre.
A cada uno de sus hermanos.
A su madre muerta.
Todos y cada uno la habían hecho un poco más desdichado, cada uno de ellos eran responsables de su tragedia e incluso él se sentía culpable por haber sido tan débil desde un inicio.
Tropezó y cayó al piso, su ropa completamente enlodada le robaba las pocas fuerzas que le quedaban, sus manos rasposas y sangrando mientras las piedras filosas se encajaban en su piel, rasgaban a tirones sus pantalones, con la capa ocultando la mayor parte de su cuerpo, temblaba de frío y de dolor, su camisa se transparentó con la lluvia dejando entrever la piel amoratada, golpes que había recibido antes de salir por la puerta mayor. Golpes que le recordaban su lugar como una de las marionetas del Vinsmoke mayor.
Soltó un leve silbido de frustración mientras se levantaba sacudiéndose el lodo y limpiando todo lo posible la suciedad de su rostro.
Volvió a correr cuando escuchó pisadas en los charcos detrás suyo, intuyendo rápidamente que lo estaban siguiendo. Por que su padre no iba a dejar escapar tan fácil a uno de sus mejores peones.
Sus pies comenzaron a pesarle y sus heridas a arderle.
Solo un poco más.
Dobló en una esquina quedando entre las sombras que las farolas de luz amarilla dejaban en las enormes casa, pudo distinguir el puerto y un barco anclado al muelle. Frente a él, un moreno peliverde logró divisarlo y sonrió mientras corría hacia él para abrazarlo.
–Sanji... Te estaba esperando.