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Tardes de canícula por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Escribo por amor a la pareja y sin ánimo de lucro.

1.- Diez veranos.

 

I thought we had a place, just our place, our home place, my headspace.

5 Seconds of Summer - Babylon

 

Sirius había vuelto a soñar con el lobo la misma mañana en que conoció a Remus. Aunque lo correcto habría sido decir, la mañana en que se encontró con Teddy por primera vez.

Apenas la noche anterior habían llegado él y Regulus a la villa del tío Alphard con lo indispensable para pasar ahí las dos siguientes semanas de ese verano, y lo primero que habían hecho tras intercambiar agradecimientos por el hospedaje y beber un té mientras charlaban de las últimas noticias en la familia, había sido retirarse a la cama a dormir.

Desde siempre, Sirius tenía su propia habitación en las recámaras traseras, lo mismo que Regulus, y la vista era indudablemente privilegiada del bosque circundante que se extendía alrededor del terreno. La propiedad del tío Alphard contaba además con un pequeño lago a menos de un kilómetro de distancia, y Sirius había hecho planes de pasar ahí los próximos días antes de que el resto de sus primas llegaran.

Para bien o para mal, Sirius sólo iba a tenerse a sí mismo ese verano para no morir de aburrimiento. Regulus todavía era demasiado infantil para su gusto y lloraba por todo y nada a la menor provocación, en tanto que sus primas eran ya demasiado mayores y nunca habían sido del tipo interesadas en jugar con él. Sólo Andrómeda lo trataba con respeto a pesar de que ese año había cumplido dieciocho, pero la presencia de Bellatrix y Narcissa siempre terminaba arruinando su estancia ahí y ocasionando peleas.

Además, y de eso se había enterado Sirius escuchando a hurtadillas afuera del dormitorio de Padre y Madre, ese año Andrómeda no acudiría a la villa del tío Alphard porque había sido sorprendida en compañía de un chico que no era Elmer Nott, su prometido, y por lo tanto iba a ser castigada hasta hacerle entrar en razón. Sirius había imaginado en ese momento que quizá Andrómeda sufriría alguno de los castigos que le aplicaban a él, como sentarse de rodillas en un rincón o pasar la noche a oscuras y sin comida o bebida en el sótano, quizá hasta un par de golpes con la vara (flexible pero irrompible) en la parte posterior de los muslos... Pero después razonó que su falta era mucho mayor que cualquiera de sus travesuras, y entonces la penitencia seguro sería mayor.

En todo caso, Sirius tenía claro que esas vacaciones sólo serían cuatro los primos que asistirían, y que más le valía buscar cómo pasar el tiempo lejos de su familia que maneras de tolerarlos a ellos y a sus ideas de lo que apellidarse Black conllevaba para el resto de sus existencias.

Con ello en mente, a la mañana siguiente de su llegada Sirius fue el primero en despertarse (al menos antes que el tío Alphard o Regulus) y tras asearse y colocarse la ropa del día, bajó a la cocina donde ya la señora Winky le tenía preparado un tazón de avena y té.

—Buenos días, señora Winky.

—Buenos días, amo Sirius.

Sirius no se demoró demasiado con su desayuno, y después le dijo a la señora Winky que saldría a dar un paseo por los alrededores.

—Ten cuidado —le advirtió la empleada desde el fregadero y con espuma en las manos mientras fregaba sus platos sucios—. Hay Errantes en la propiedad.

—¿Errantes? —Repitió Sirius la palabra, que al paladar le resultó exótica con sus dobles erres.

—Son viajantes —explicó la mujer—. Usualmente vienen a este sitio más tarde en el año y el amo Alphard les permite acampar al borde de la propiedad, pero este verano se han adelantado unas cuantas semanas.

—¿Son peligrosos?

—No, pero son desconocidos. No se acerque demasiado a ellos —fueron las últimas indicaciones de la señora Winky, y Sirius las repitió para sí mientras salía por la puerta de la cocina y disfrutaba de la humedad propia de aquellas mañanas de verano.

La noche anterior había llovido, y esa mañana el césped estaba húmedo y le mojaba las piernas al cruzar las extensiones sin podar que circundaban el bosque.

Desde los cinco años era que Sirius acudía cada verano sin falta a la villa del tío Alphard, y también desde entonces era que adoraba las inmediaciones del lugar por el gran contraste que ofrecía de Londres.

En la ciudad, Sirius tenía la obligación de vivir tras cuatro muros y cuidando bien cada movimiento suyo; en cambio en la villa podía darse la oportunidad de ir a sus anchas, y mientras no se lastimara, el tío Alphard no le pondría reparos a sus paseos por la propiedad.

Porque todavía era temprano y el agua del lago estaría demasiado fría para darse su gusto de un chapuzón, Sirius optó por adentrarse al bosque en un sendero que conocía muy bien por ser uno de sus favoritos y conducir a un frondoso matorral de moras que con toda certeza estaría lleno de fruto en esa temporada.

Sirius ya estaba paladeando la acidez de la fruta mientras caminaba a través del tupido bosque cuando escuchó un ruido extraño a su izquierda y el vello de la nuca se le erizó. De pronto, la certeza de ser observado le resultó acuciante, y Sirius se giró con brusquedad en esa dirección pero no encontró nada.

—Hey...

En cambio a su derecha apareció silencioso un niño de aproximadamente su edad, pero hasta ahí llegaban los parecidos. Con una piel ligeramente tostada al sol, ojos dorados y cabello cobrizo ensortijado, el otro niño además iba descalzo, y sus ropas aunque limpias tenían algunos remiendos que harían a Madre arrugar la nariz con asco.

No a Sirius, que sonrió ante el prospecto de un nuevo compañero de juegos y lo saludó de vuelta.

—Hola. Yo soy Sirius, ¿cuál es tu nombre?

El niño se mordió el labio inferior antes de hablar. —Teddy.

—¿Estás solo, Teddy?

—No. Papá y mamá están en aquella dirección —señaló Teddy en la distancia, en dirección hacia donde la señora Winky le había indicado a Sirius que los Errantes acampaban.

—¿Quieres venir conmigo a recoger moras? —Ofreció Sirius, pues el botín de aquel arbusto bien podía ser compartido—. Podrías llevarte todas las que quieras para comer después.

—Ok —aceptó Teddy, y caminando de lado a lado con Sirius, le siguió a través del sendero.

El arbusto de moras resultó estar más frondoso y lleno de fruto de lo que Sirius recordaba de años anteriores, y él y Teddy cogieron puños de moras antes de sentarse a la sombra de un árbol y hablar un poco de sí mismos.

Sirius no dio muchos detalles de su vida salvo que Alphard Black era su tío, estaba de vacaciones por la siguiente quincena con su hermano Regulus, y le encantaría ser amigo de Teddy si éste así lo quería.

Teddy aceptó de buen agrado su amistad, y le habló a sí mismo, mencionando que él y su familia viajaban en grupo por caravanas, y que él compartía la suya con su papá, mamá y la compañera de mamá. Sirius dejó de masticar cuando escuchó eso último, pero Teddy mencionó de pasada que no tenía hermanos, pero que no le importaba demasiado.

—¿Viajan mucho? —Preguntó Sirius, que por su parte seguido acompañaba a sus padres de viaje por Europa, pero sólo a las grandes ciudades y siguiendo su ritmo.

—Sí, por papá.

—Ya veo. ¿Es su trabajo?

—No. —Y luego Teddy jugueteó con una de las moras entre sus dedos—. Sirius, ¿puedo hacerte una pregunta?

Sirius estuvo a punto de bromear que Teddy justo lo había hecho, pero la seriedad en sus facciones se lo impidió, y por segunda vez esa mañana volvió a sentir un estremecimiento.

—Adelante.

—¿Alguna vez has soñado con un lobo?

La sonrisa ligera en los labios de Sirius perdió su naturalidad, y éste recreó en su memoria el sueño de la noche anterior, donde un lobo de abundante pelaje gris le miraba con el mismo interés y atención que Teddy en esos momentos. De hecho, lo hacía con esos mismos ojos dorados, y Sirius tuvo que desviar la mirada.

—Lo has hecho —dijo Teddy, respondiéndose a sí mismo esa pregunta.

Lo cierto es que así era.

Desde que Sirius tenía uso de la memoria, él había soñado con lobos desde pequeño. Quizá porque desde siempre había querido un perro como mascota y Madre se lo había negado alegando que a ella el pelaje le podía ocasionar alergias, pero eso no impedía que al menos una vez cada tantos meses Sirius soñara con aquellas majestuosas criaturas y el recuerdo perdurara por semanas en su memoria.

—¿Cómo lo has adivinado? —Preguntó Sirius.

Teddy se encogió de hombros. —No lo adiviné.

—¿Entonces?

—Sólo lo sé y ya está.

Sirius quiso indagar más al respecto. ¿Cómo podía Teddy saberlo sin más? Pero justo cuando estaba por abrir la boca para preguntar, la sensación de antes volvió, y cada vello de su cuerpo se erizó. Lo que era peor, el ruido de un par de ramas rompiéndose le hizo sentir todavía más inquieto.

—Es Remus —dijo Teddy con sencillez, poniéndose en pie y sacudiendo su ropa—. Tengo que marcharme.

—Ok.

—¿Vendrás en otra ocasión? A jugar conmigo...

—Mmm...

—Remus quiere conocerte.

Sirius no respondió nada. En su lugar observó a Teddy llevar consigo un puñado de moras y perderse en dirección hacia el norte, donde con toda certeza los Errantes habían hecho su campamento.

Incluso minutos después de su partida, Sirius no pudo sacudirse la inquietud de encima, la tenue paranoia de ser observado, y decidido a volver a la villa para ver si Regulus ya se había despertado.

Que en un cambio inesperado, Sirius ya no quería estar en el bosque a solas.

 

A lo largo de la siguiente semana Sirius y Teddy volvieron a encontrarse en las inmediaciones del bosque o del lago. Teddy usualmente aparecía de improviso, revelando su presencia hasta que estaba a menos de un paso de Sirius, y éste siempre se llevaba sustos de muerte por la manera en que su nuevo amigo conseguía moverse a través del bosque como una especie de aparición incorpórea. Al preguntarle su truco, Teddy se había encogido de hombros en un gesto muy característico de él, y declarado que sólo sabía hacerlo y ya estaba. No había magia o sigilo, sólo pies ligeros que sabían cuál sendero recorrer para no delatarse.

Sirius suponía que mucho tenía que ver el que Teddy seguido trajera consigo los zapatos colgando de dos de sus dedos y pisando descalzo el tupido suelo de césped y musgo, pero eso no explicaba la naturalidad que éste tenía para moverse con agilidad por aquellos terrenos. Ni siquiera Sirius que tenía toda una vida pasando sus veranos ahí tenía tales conocimientos y habilidades, y la envidia favoreció a que intentara imitarlo.

Regulus no vio con buenos ojos aquello, y puesto que se había empecinado en hacerles compañía, era casi a diario que Sirius escuchaba a su hermano quejarse del estado de su ropa y apariencia. En más de una ocasión Sirius le instó a Regulus a quedarse en la villa si tanto le fastidiaba ensuciarse en sus juegos en el bosque, pero sus sugerencias eran recibidas con altivez y un hosco silencio, que por una vez agradecía.

Con Teddy como compañero de juegos, Sirius se habituó pronto a la rutina de levantarse temprano cada mañana, y tras un frugal desayuno, unírsele en el bosque para continuar con sus juegos. Algunas veces se conformaban con recorrer el área y examinar desde la distancia la presencia de animales que ahí vivían; otras se trepaban a los árboles y charlaban sin parar, Teddy de su familia, Sirius jamás de su familia; las que más, visitaban el lago y jugaban en la orilla con el agua.

En las ocasiones en que Sirius le sugirió ir a Teddy a la villa, éste se negó en rotundo, así que no volvió a insistir, y se conformó en pasar el tiempo libre con su nuevo amigo en el bosque.

El único cambio significativo ese verano aconteció cuando sus primas llegaron por fin a la villa. Bellatrix y Narcissa, mejor conocidas como Bella y Cissy, que desde el primer momento se tornaron desagradables y controladoras, exigiendo saber su paradero y el de Regulus en todo momento.

—Son un par de arpías —se quejó Sirius con Teddy cuando le explicó por qué esa tarde no podría pasarla con él en el lago, sino en el invernadero, bebiendo té con ellas porque lo habían amenazado de contarle mentiras a su tía Walburga de él y corría el riesgo de recibir azotes a su vuelta a Londres.

—No las llames así —le riñó Regulus aunque sin mucha convicción, pues el apodo les iba como anillo al dedo.

Los tres niños se habían reunido en torno a un tejo frondoso de altas ramas, con Regulus sentado en las raíces y Sirius y Teddy colgando de las partes altas.

—¿Por qué no? Lo son —refutó Sirius con mal humor.

—¿Ellas también te pegan? —Preguntó Teddy con interés, y Sirius contrajo el rostro en un tic.

—A Sirius prefieren abofetearlo —suplió Regulus.

—A veces también me dan pellizcos —reveló el propio Sirius, levantándose la camisa ligera que vestía y mostrándole a Teddy una marca en morado sobre su costado—. Cissy no tanto, ella prefiere ignorarme cuando mi comportamiento no es el adecuado —dijo Sirius remedando su tono—, pero Bella...

—Ella puede ser sádica —dijo Regulus, que a pesar de su edad tenía clara la predilección de su prima por el dolor ajeno, y sobre todo, el que ella podía provocar con su propia mano.

—Ya veo...

Teddy no indagó mucho más al respecto, y se despidió de ellos con normalidad cuando cerca de la hora del té Sirius y Regulus se marcharon para ir en dirección al invernadero.

Con prisa los hermanos Black pasaron por el baño para lavarse las manos y el rostro, recomponer sus ropas y peinado, y estar presentable para la infeliz ocasión de pasar tiempo con sus primas, pero claro estaba entre ellos dos que ninguno tenía ganas de cumplir con aquel compromiso.

Tal como se esperaban a pesar de presentarse cinco minutos antes de la hora, Bella y Cissy ya estaban sentadas alrededor de la mesita y con el servicio de té listo, reclamándoles por su tardanza y sin admitir jamás que las manecillas del reloj todavía no marcaban las cinco.

—Pero-... —Alcanzó Sirius a protestar antes de que Bella le plantara una de sus acostumbradas bofetadas, con tal suerte que su anillo de compromiso con una enorme piedra repleta de aristas y recibido por parte de Rodolphus Lestrange apenas unos días antes de su partida de Londres le hiciera daño en el labio y también un corte.

Regulus a su lado ahogó un quejido, pero Sirius no se permitió ni un gesto al limpiarse la sangre y callar.

—Mucho mejor así —les encomió Bella a sentarse y beber su té.

Aquel brebaje que sus primas preferían cargado y casi tan amargo como ellas, acompañado de galletas tan duras como para ser inmasticables, puso a Sirius de un terrible humor. Lo que era peor, le dolía el golpe de antes con cada sorbo y mordisco, y estaba fastidiado de la charla de sus primas, que sólo querían que él y Regulus estuvieran presentes pero sin silencio y fingiendo ser parte más del mobiliario.

—Honestamente, Sirius —le regañó Cissy cuando se percató que éste tamborileaba sus dedos sobre la mesa—, eso que haces es de terrible gusto. Detente.

—Sí, detente —amenazó Bella, que jugueteaba con su anillo de compromiso, seguro pensando en una repetición a la bofetada de antes.

Si habría de hacer caso o harto de su situación montado una escena sin importarle las consecuencias, Sirius nunca lo supo, porque en ese momento aparecieron idénticas expresiones de asombro y después terror en el rostro de sus primas.

—Oh, Bella —gimoteó Cissy.

Sirius escuchó el gruñido antes que percatarse de la presencia del animal, y al girar el rostro para verlo mejor volvió a experimentar la sensación de estremecimiento que durante las últimas semanas le había atacado sin parar.

Era un lobo.

Un maravilloso ejemplar alto y macizo con el pelaje combinado de plata y negro. Con asombrosos ojos dorados que Sirius recordaba de Teddy, pero también de sus sueños... Y dientes. Una hilera completa de ellos cuando el animal continuó con sus gruñidos, y pisada a pisada se acercó a la mesa.

Ninguno entre los presentes se movió, Sirius incluido, y sólo Bella y Narcissa soltaron un idéntico chillido cuando el animal las rodeó, pasando por detrás de sus asientos y rozándoles con la cola abundante de pelo y sin dejar de gruñir.

Un ruido de goteo se dejó escuchar, y después el lobo lanzó un mordisco al aire y comenzó su retirada.

Con la misma facilidad con la que había entrado, el lobo salió de vuelta y atrás sólo quedaron ellos cuatro procesando el momento vivido.

Sólo entonces soltó Bella un chillido que tenía trazas de miedo, pero era sobre todo de frustración, pues como comprobó Sirius después, se había orinado del susto en su silla, y el charco a sus pies delataba que de entre ellos era quien peor había tolerado aquel encuentro.

Que para el caso de Sirius iba a ser el primero, pero no el último...

 

Bella y Cissy habían insistido sin pararle al tío Alphard de la terrible experiencia por la que habían pasado, y Sirius y Regulus habían corroborado su historia con la aparición del lobo en el invernadero, pero éste no había tomado cartas en el asunto. Ni se había llamado al guardabosque ni se pretendía realizar una cacería para atrapar a aquel ejemplar que se había acercado a la propiedad.

Su única advertencia había sido de no perturbar a ninguna criatura del bosque, pues al igual que el lobo antes, ellos también invadían sus terrenos al internarse entre la espesura de los árboles.

Sirius se tomó literal aquel consejo, y sin importarle nada más, esa misma tarde volvió a su paseo con intención de reunirse con Teddy y compartirle las novedades de su encuentro horas atrás, pero para sorpresa suya, éste parecía estar de algún modo enterado.

—Las noticias vuelan rápido aquí —dijo, tendiéndole un frasco—. Es para ti.

Sirius abrió el frasco y examinó el ungüento que contenía. —¿Qué es?

—Una pomada. Para tu labio —dijo Teddy—. ¿Te duele?

—No tanto —mintió Sirius, pues se le había formado una protuberancia, y el área circundante se había tornado morada.

—No da esa impresión...

—Ya, es que... Mi prima Bellatrix, te he hablado antes de ella...

—La loca.

—Sí, se podría decir que sí...

—Tuvo lo que se merecía.

Sirius titubeó al preguntar cómo podía estar Teddy tan seguro de ello, pero a pesar de ser un niño igual que él, sabía bien cómo guardarse la información, y jamás respondía a ninguna pregunta que no tenía intenciones de responder por su propia volición.

—Úsalo —le indicó Teddy otra vez, y Sirius se colocó un poco del ungüento en el labio. El alivio fue instantáneo, y el ceño que tenía toda la tarde en su frente desapareció.

—Gracias.

—Fue Remus quien me pidió dártelo —dijo Teddy—, puedes darle las gracias a él.

«Ya, si lo conociera... O tuviera claro quién es», pensó Sirius, que se había pasado esas semanas al lado de Teddy escuchando de Remus, de quien no tenía claro parentesco o afiliación hacia su amigo, y por lo tanto no sabía nada en claro de su persona.

—Lo haré —dijo Sirius, sin saber que antes pasarían años de conocerlo.

O mejor dicho, de saber quién, o mejor dicho, qué era Remus.

 

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Notas finales:

Son 8 capítulos en total y la misma dinámica de siempre: Los comentarios ayudan a que las actualizaciones del fic sean semanales~
Es la primera vez que escribo misterio y temas sobrenaturales, así que ténganme paciencia. Prometo que les gustará el final.


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