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Caballeros de Cidonia por KurageHime_

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Notas del fanfic:

Todos los hechos aquí narrados toman como referencia a teorías conspirativas y no deberían tomarse como hechos reales o científicos (excepto quizá por el caso del MK Ultra cuya existencia está plenamente comprobada)


Edit:

Participamos en teams en pro de una Ship, así que la historia de mi compañera está en esta liga :)

Desde el día de su nacimiento le era familiar escuchar que el mundo se acabaría pronto.

No tenía que ver con las supersticiones que acompañan a los cambios de siglo, tampoco con la profecía de alguna vieja civilización olvidada. Se trataba, ante todo, de un hecho plenamente comprobable: en el lapso de escasos años, el gigante planeta Nibiru se acercaría demasiado a la tierra y la destruiría como fruto del inevitable colapso entre ambas solitarias rocas espaciales.  Como resultado natural del conocimiento público de la catástrofe, la tasa de natalidad había caído en picada desde hacía una década atrás; y cuando los científicos confirmaron que era imposible ocasionar una explosión controlada en el gigante estelar que cambia el rumbo de su órbita, toda su generación creció resignándose a la idea de su inexorablemente, y de lo corto de sus vidas.

Eventualmente, ese último dejó de ser el caso. Al menos para algunos afortunados de nacimiento.

El lugar en el que trabajaba era de los pocos edificios con más de diez pisos que se mantenían en pie; blindado y resguardado día y noche. La gente sabía qué era lo que se hacía ahí, y también sabía que cuando el Proyecto de Reubicación Interplanetaria Humana —o Exogénesis, como le abreviaban los que trabajaban en él— se concretara, no todos formarían parte de la evacuación. Era común que el complejo fuera objetivo de múltiples intentos de sabotaje, cada vez más frecuentes conforme los números de la cuenta regresiva disminuían. Dos o tres años no era un plazo demasiado generoso. Ésta no era una carrera espacial en medio de la guerra fría, sino el proyecto en el que la esperanza de la supervivencia y perpetuación humana radicaba. 

No era, en estas circunstancias, como si los científicos y trabajadores dedicados al proyecto Exogénesis tuvieran demasiado tiempo libre; o él mismo pudiera permitirse estar fuera del laboratorio en el que trabajaba. El interior del edificio era un hervidero de actividad a todas horas, casi como el símil de una sala de urgencias atestada de pacientes. Pero de vez en cuando, en esos escasos y casi milagrosos tiempos muertos, solía subir al último piso y observar detenidamente sobre los cristales pulidos el desolador paisaje de la ciudad. Aún desde el piso catorce podía, ese día, escuchar los sonidos de los manifestantes en la calle. Desde esa altura las figuras perdían contornos y se desdibujaban, convirtiéndose en siluetas borrosas. No podía ver qué decían los carteles ni las pintas improvisadas sobre el pavimento abrasador —en las partes en las que todavía había pavimento—. Pero tampoco necesitaba saberlo. Eran los últimos pobladores de la tierra, los que no formarían parte de la evacuación y morirían durante el impacto. Betas y Omegas cuyo código genético no había podido hacerse espacio dentro de la cápsula espacial. Al menos, un pequeño porcentaje de omegas había sido aceptado en la cruzada interplanetaria; pero toda la población Beta había sido descartada: ellos no podían gestar ni fecundar; en el proyecto más ambicioso en el desvencijado planeta que todavía podían llamar hogar, no eran más que un desperdicio de espacio.

A lo lejos ya era posible distinguir el sonido de las sirenas. Pronto los pacificadores llegarían y la multitud, con mucha suerte, se dispersaría. En el peor de los casos quizá sucedería un enfrentamiento violento y habría una nueva ejecución pública de cabecillas rebeldes. El científico desvió la mirada y la centró en su café, no quería volver a su trabajo con imágenes funestas en la mente.

—Takayuki.

 El científico se quitó las gafas de pasta gruesa antes de girarse hacia quien le acababa de llamar;  pero en cambio, sintió una mano apoyada sobre su hombro menudo.

 —No nos pagan por mirar melancólicamente a través de la ventana, ¿eh?

—No te pagan por interrumpirme al hacerlo tampoco —replicó.

El físico rio de forma nerviosa, como si hubiera sido atrapado, y Takayuki sonrió. Desde meses atrás habían dejado muy lejos el punto en el que ambos se conformaban con saber que el otro se ponía tenso, en una forma positiva, en presencia mutua. Pero la relación que mantenían seguía siendo un secreto, algo que Takayuki había pedido mantener en privado. Para Yutaka estaba bien, después de todo quería ahorrarse las presentaciones públicas como pareja y esas formalidades, más aún, cuando ambos eran alfas y con toda certeza habría más de una mirada crítica.

 —Hemos… cambiado los supresores para los omegas que viajarán en la cápsula espacial, y también para los que se quedan en la tierra.

El físico advirtió que había una mirada de desaprobación en el más bajo, un entrecejo apenas fruncido, pero que ya había aprendido a interpretar. Intentó no ser demasiado rudo al contestarle.

—Nuestro nuevo hogar debe ser repoblado, Takayuki.

—Pero no a costa de engañar a los Omegas y mantenerlos ignorantes de que las hormonas que toman, modificarán genéticamente a sus crías. O de envenenar lentamente a los que no viajan—replicó el bioquímico, quizá con demasiada brusquedad. Yutaka miró inmediatamente a sus propias espaldas y a los laterales: seguían solos.

 —No deberías hablar así en público.

 —Tampoco deberíamos coger en los baños del trabajo, Kai. Y aquí estamos.

El físico pareció dividido entre la vergüenza y la evocación de un recuerdo particularmente placentero. El fin del mundo no era, en efecto, el mejor tiempo y lugar para establecer una relación sexoafectiva; pero, de todas formas, ¿cuál era el lugar y momento correcto para hacerlo? Reflexionó. Cuando el proyecto Exogénesis comenzó a gestarse y conoció a Takayuki, no fue un salvaje amor a primera vista, ni siquiera un exabrupto en medio del llamado de las hormonas: se prohibía que cualquier individuo que no fuese un Alfa ingresara al edificio; justamente para evitar que cualquier clase de arrebato pasional entorpeciera el trabajo. Las cosas entre ellos se habían dado de una forma bastante distinta: habían intercambiado palabras más allá del trabajo un par de veces, salido y reído juntos —por curioso que pareciera, Takayuki podía resultar bastante gracioso fuera de esa faceta de científico brillante— y no pasó mucho para descubrirse enamorado de él.

Por algún tiempo, incluso durante los primeros días de su relación, Yutaka pensaba que la naturaleza se había equivocado: no se suponía que el amor fuera así. No se suponía que dos Alfas debían enamorarse. Ambos tenían la responsabilidad de dejar descendencia con la mayor de las razones una vez abandonaran la tierra. Siempre había pensado que el encuentro con su compañero predestinado sería distinto, con mucho más de instintivo y menos de humano. Y en realidad, no era que no amase de forma apasionada a Takayuki, pero no era esa la clase de pasión con la que esperaba que el intrincado mundo del emparejamiento a través de olores y hormonas funcionara. Takayuki, por otra parte, parecía totalmente indiferente a esta situación, como si la jerarquía de la persona de la que se enamorase no tuviera importancia alguna para él. Incluso le había dado un apodo que sólo ellos conocían, “para desvincularte de lo que aprendiste que tienes que ser”, le había dicho después de la primera vez que le llamó “Kai”. Sólo así se pudieron apaciguar las tormentas mentales en la cabeza de Yutaka y logró comenzar a disfrutar lo que ambos tenían. Si para él había sido complicado comprender aquello, con mayor razón les sería complicado a los demás. O al menos eso había dicho el bioquímico.

Y sin embargo, en ese momento Kai estaba en lo cierto: Takayuki no debería expresarse de aquella forma sobre su trabajo. No sabían si estaban lejos del alcance de los micrófonos y cámaras del edificio. Si alguien lo escuchaba, podría pensar que su lealtad estaba flaqueando, y podría ser sometido a interrogatorios que podían derivar en destinos oscuros. No era deber de ninguno preguntar por qué. Uno debía limitarse a hacer su trabajo.

—¿Hoy también te quedas hasta tarde? —preguntó al bioquímico, sacudiéndose aquellas ideas que le habían absorbido como si fueran moscas molestas. A cambio, sólo recibió una sonrisa cansada y pudo darse cuenta de que debajo de los ojos del más bajo había profundas bolsas moradas. Se preguntó si él, si todos, tenían el mismo aspecto agotado.

—Permiso de salida por cuarenta y ocho horas —respondió Takayuki, mostrando un gafete verde que colgaba de su cuello—. Iré a casa a dormir tanto como pueda. ¿Vendrás conmigo?

Su respuesta fue un largo suspiro y una negativa.

—Te alcanzaré en veinticuatro —respondió el físico. Quiso dar una explicación, pero la mirada en el otro le hizo darse cuenta de que no necesitaba explicaciones, ninguno de ellos. Ambos comprendían sin necesidad de dar espacio a los celos ni aquella clase de dramas de pareja.

—No me hagas esperar demasiado. —Takayuki se puso de pie para marcharse y le ofreció su taza de café.  No compartieron un beso de despedida, no podían arriesgarse a tanto en un terreno tan expuesto. Kai lo vio cruzar las puertas hacia el ascensor, y se despidieron con la mano antes de que éstas se cerraran.

Se despidieron por mucho tiempo.

 

 

 

 

Alrededor de las tres de la mañana el intrincado sistema de cloacas de la ciudad recibió los sonoros pasos de un visitante. Desde hacía varios años había dejado de circular agua negra ahí. Las condiciones climáticas habían convertido a las cucarachas en la única plaga sobreviviente dentro de ellas, y si no se era tan delicado, incluso podía obviarse la pestilencia.

El invitado caminaba como si conociera de sobra el camino entre los túneles, sus vueltas y pasos no parecían azar, llevaba una linterna, pero no estaba encendida. En determinado punto se detuvo. Cualquiera diría que había llegado a un punto muerto en su recorrido, pero tanteando en la pared dio con una escalera de mano que indicaba que el drenaje continuaba por un nivel mucho más profundo. Quizá hacía mucho tiempo había servido como escalera de servicio para los trabajadores del alcantarillado, en el lugar al que llegó tampoco había aguas negras, así que era difícil de saber.

Ahí encendió la linterna. El lugar era todo lo desolado y áridamente nauseabundo que cualquiera podría esperar de un sitio como ese. Unos cuantos metros más adelante, se encontró con una puerta oxidada. Giró la manija despacio, como si intentara que el cacharro fuera lo más silencioso posible. La cerró tras de sí. Había llegado a un área iluminada y fuertemente resguardada. Al menos media docena puntos rojos se dibujaron sobre su pecho: estaba siendo apuntado por todos los guardias de la habitación, les escuchó hablar a través de un radio. El visitante no hizo nada más que levantar una mano, hasta que un séptimo guardia apareció a través de un largo pasillo al extremo opuesto de donde había entrado. Le pinchó un dedo, dejando que la gota de sangre que brotó de él cayera en una especie de tira reactiva. Medio minuto más tarde se encendió una luz verde sobre la pared. Todos bajaron las armas. A lo lejos se pudo escuchar el sonido de una puerta al ser desbloqueada, seguido de una voz que informaba que el acceso había sido confirmado. Takanori caminó hacia ella, con uno de los guardias ahora escoltando sus pasos.  Llegaron a una sala austera. No más que una mesa de metal oxidado con sillas, todas diferentes y que parecían haber sido obtenidas de los lugares más diversos. Una incluso tenía una pata distinta al resto. No se sentó. Esperó de pie hasta que otro hombre entró a la habitación. Una máscara negra le cubría casi toda la cara.

 —Te esperábamos hasta dentro de una semana —fue la seca bienvenida que recibió.

—Uno viene cuando puede.

Ambos se sentaron en extremos opuestos de la mesa; pero lo bastante cerca como para que pudieran mantener una conversación en un tono normal. Takanori fue el primero en hablar.

—Exogénesis tiene dos fases: la primera es una evacuación temporal a una comunidad en Marte. Actualmente hay una base casi lista para recibir las cápsulas espaciales que saldrán de la Tierra. Es poco probable que los fragmentos rocosos incandescentes de la colisión de Nibiru y la Tierra tengan el alcance necesario para cruzar la atmósfera de Marte y provisionalmente servirá para huir de la onda expansiva. La segunda fase del programa es la verdaderamente importante: desde Cidonia se pretende enviar expediciones hacia el sistema solar Trappist-1. Hay tres planetas candidatos para ser habitables, y están a tan sólo 39 años luz de nuestro sistema solar.

—¿Cuánto tiempo planean permanecer en Marte?

—No lo sé. Explorar y recabar datos para asegurarse de que los planetas candidatos son viables puede tomar años. Décadas, diría yo. Además…

—Además, ¿qué?

—Todos los planetas de Trappist-1 tienen anclaje de marea, es decir, no tienen movimiento de rotación. Orbitan alrededor de su estrella con una cara mirando permanentemente hacía ella, y la otra hacia la oscuridad. Lo que hace… complicada, la viabilidad de la vida.

—¿Son científicos y aún no están seguros de a dónde nos llevan? —se burló Akira. Takanori no respondió, no era una ofensa directa a su trabajo y no tenía mucho aprecio a sus colegas como para defenderlos, además de que le parecía un punto válido—. Estamos jodidos, en pocas palabras. ¿Tenemos, por lo menos, alguna buena noticia?  

El bioquímico asintió. De los bolsillos de su chaqueta sacó un pequeño estuche que colocó sobre la mesa y después abrió. Contenía doce inyecciones.

—Es una neurotoxina. Se activa únicamente con los genes Alfa. Se puede inyectar en la comida al ser insípida. Funciona como un depresor del sistema nervioso central, y por consiguiente, causará la muerte por depresión respiratoria.

—No está mal —dijo Akira luego de un largo rato en silencio—. No está nada mal.  La próxima madrugada será repartido entre comandos Omega. Nos garantizaremos al menos un asiento más para los nuestros en las cápsulas espaciales.

Takanori frunció el entrecejo. La síntesis de la neurotoxina era brillante, sin contar los meses de trabajo que le había tomado desarrollarla con el constante riesgo de ser descubierto; pero el factor humano era defectuoso per se. Era una lástima que todo aquel trabajo se tradujera únicamente en una única muerte segura según las probabilidades, un único espacio libre garantizado de los cientos que faltaban.

—Infórmales que no deben tomar ningún supresor químico a partir de ahora —informó. Aparentemente, las circunstancias le habían enseñado a resignarse pronto—. Los modificamos para… envenenarlos poco a poco, en pocas palabras.

Akira se mostró severo con aquella nueva información. Takanori pudo adivinar qué había detrás de esa indignación. Aceptó incluso el dejo acusatorio que tenían sus ojos: él era, en parte, responsable de esa nueva inconveniencia. Y Akira hacía poco había establecido un sólido vínculo con un Omega. La salud de su pareja dependía de los supresores del celo, y no eran seguros ya.

—Es casi imposible encontrar sustitutos naturales ahora.

El bioquímico guardó silencio. Le gustaría ayudar, claro estaba, pero ése ya no era su trabajo. Tenía sus propias preocupaciones, sus propios problemas que debían ser resueltos en corto plazo. Todos tenían algo que lamentar en aquel sistema jerárquico basado en la división sexual del trabajo.

—Intentaré volver antes si sucede algo relevante.

Akira tuvo algo así como la cortesía de acompañarle de regreso hasta la primera puerta, aquella donde los guardias armados aún se mantenían vigilantes, pero el camino de regreso a la superficie a través de las cloacas lo tuvo que hacer por su cuenta, como de costumbre. Todos quienes formaban parte de la resistencia estaban, de un modo u otro, por su cuenta en ciertos aspectos.

Takayuki trabajaba para Exogénesis; pero Takanori era la resistencia.

 

 

 

En la larga carrera por alcanzar el espacio, Estados Unidos había usado monos como sujetos de prueba, China usó tortugas, y Rusia usó perros. Cuando miraba al cielo, Yutaka solía preguntarse si sus cadáveres seguían orbitando el planeta, o vagaban sin rumbo en la negrura inmensa del cosmos.

No había podido ver a Takayuki ese día libre. Un accidente había ocurrido mientras ensamblaban una de las cápsulas y fue necesario que todos los trabajadores se presentaran para repararlo. Habían podido salvar las piezas de la cápsula y su proceso de construcción seguiría adelante; pero dos ingenieros a cargo habían muerto sin causa aparente. Sus veinticuatro horas libres comenzaron cuando las cuarenta y ocho de Takayuki terminaron. No había ningún drama de pareja de por medio. Era la vida que llevaban incluso desde antes de conocerse.

Kai aún estaba agotado mientras caminaba hacia su trabajo. Era difícil definir si era un laboratorio o un taller, pues básicamente se hacían todas las partes del Proyecto de Reubicación Interplanetaria Humana en un mismo lugar que funcionaba como una ciudad autónoma. Incluso les llevaban directamente los alimentos —escasos Omegas que habían sido autorizados para ello y cuya paga sería ser abandonados para morir en la tierra—. Pasó por las puertas de reconocimiento retinal y se detuvo en la máquina de café antes de tomar el ascensor. Tal vez podría ver un instante a Takayuki antes de que ambos volvieran a sus labores.

Indicó que el elevador se detuviera en el piso donde el bioquímico trabajaba, pero no esperaba al salir encontrarse con todos los elementos de seguridad del complejo reunidos ahí. Alarmado, se abrió paso entre ellos para mirar qué era lo que sucedía. Había un tumulto de trabajadores que también observaban, y al estar detrás le era difícil observar. Pero los gritos le dieron todo el panorama. Era la voz de Takayuki.

—Su verdadero nombre es Takanori Matsumoto —decía alguien que Kai no podía ver—. Ciudadano clase Beta. Estéril.

La sensación de irrealidad que recorrió al Físico fue prácticamente indescriptible. Abrió los ojos, palideció, se llenó de frío. Él estaba seguro de que se trataba de un error. Había olido a Takayuki varias veces y podía confirmar que se trataba del aroma de un alfa. Empujó a la barrera humana que le estorbaba para mirar más de cerca, esperando escuchar al bioquímico desmentir aquella información; pero lo que podía ver no era esperanzador: Le tenían rodeado, los miembros de la seguridad parecían listos para disparar ante cualquier movimiento brusco. Quien lo incriminaba era Takashima, jefe del departamento y prácticamente  una de las tres mentes que habían concebido en un origen el proyecto Exogénesis. Takayuki estaba en una posición extremadamente delicada y Yutaka rogaba internamente porque su pareja pudiese mostrar una prueba contundente de su inocencia. Hubo un grito generalizado cuando Takayuki tomó un bisturí, pero en lugar de abalanzarse sobre alguien, cortó un trozo de piel de su propio brazo. Junto a la piel y la sangre, cayó una pequeña laminilla metálica que el bioquímico destruyó pisándola. Y observó desafiante a Takashima.

—Beta estéril sin olor.  Sintenticé de forma artificial, por años, el aroma de los Alfas que permiten acceder a la ciencia y el conocimiento —confesó. Su actitud se mantenía altiva. Sus ojos se veían vacíos, tenía la mirada de quien sabe que su vida había terminado; por lo menos hasta que se toparon con la mirada incrédula de Yutaka. Ahí, sólo ahí, quizá podía ver una pizca de tristeza. Entonces dijo su sentencia final:

—La resistencia somos todos nosotros.

A una señal, el cuerpo de Takayuki —todavía pensaba en él como Takayuki— se curvó al recibir tres disparos.

 

 

Yutaka conocía la forma teórica en la que funcionaba el proyecto MK Monarca, y a través del cual, se fragmentaba la personalidad del individuo en distintos alter egos que cumplieran funciones específicas y se activaran por medio de palabras detonantes. Nunca había asistido a algo así, pues formaba parte de los detalles mórbidos de su trabajo que prefería ahorrarse; pero sabía que estaban implicadas una gran cantidad de LSD y MDMA, sesiones de electroshock, y mucha tortura psicológica hasta que el individuo se disasociaba y como método de defensa, la mente creaba al alter ego en un último intento de protegerse a sí misma. La nueva personalidad era sumamente manipulable, y los controladores podían moldearla a su antojo para definir cuáles tareas serían las que realizaría.  Hacía muchos años, cuando existía la industria del entretenimiento, muchos ídolos populares formaban parte del proyecto monarca; pero entretener masas no era el único propósito que se le podía dar a un material humano MK Ultra.

Se decía en los pasillos que ése sería el destino que Takashima había preparado para Matsumoto. Dejarlo morir era un destino demasiado simple, había dicho, ¿no sería más retorcido, más refinadamente malicioso, hacerlo trabajar para la causa contra la que había luchado? Con una nueva personalidad sumisa podría hacer cualquier cosa que le fuera ordenada, sin importar lo humillante que pudiese ser.

Cuando le interrogaron —porque era obvio que le interrogarían— sobre su cercanía con el traidor, Kai no hizo nada para intentar ayudarlo. Únicamente se preocupó por deslindarse del él. Si su relación hubiese sido pública, él seguramente le hubiese acompañado al pabellón de los prisioneros.

Amaba, profundamente, a Takayuki Matsuo; pero Takanori Matsumoto era un desconocido vestido con su rostro. Un traidor. Un rebelde. Un infiltrado. Alguien a quien no conocía, y por lo tanto, alguien por quien no sentía remordimiento. Y dentro de esa rabia, ese ego herido, esas promesas rotas, un chivo expiatorio hacia el cual dirigir su ira.

O al menos, eso era lo que se decía a sí mismo. Todavía podía recordar la última mirada que Takanori le había dirigido. Parecía que realmente se estaba disculpando con él.

Yutaka no podía dejar de sentir un… cierto desazón, una incomodidad que hubiera preferido no sentir. Aún estaba dolido, enfadado, y tenía el corazón roto. Y sobre todo, estaba consciente de los aspectos inmorales dentro de su propia labor científica en pos de salvar a una porción de la humanidad. Sin embargo, saber que alguien a quien había amado le esperaba ese destino, era inquietante. Y aunque se decía que tenía derecho a sentir enojo, había una pequeña voz en su cabeza que susurraba que tal vez se trata de un castigo demasiado severo para un desengaño amoroso.

“Pero no para alta traición al Estado”, pensó con el entrecejo fruncido. Al final, no era un simple asunto de mal de amores. A Takanori se le acusaba de traición, de espionaje, y sobre todo, de contravenir la estructura jerárquica social.

¿Y qué significaba exactamente eso último?

Yutaka se removió en la cama, recostándose sobre su costado, mirando el espacio vacío que varias noches atrás, Matsumoto había ocupado.

Matsumoto. Un Beta sin olor. Por definición, un individuo tan socialmente invisible, tan incluso por debajo del estatus de un Omega, que ni siquiera se consideraban socialmente útiles al ser incapaces de fecundar o concebir.  Y que por supuesto, nunca habían estado contemplados para ocupar un lugar en el Proyecto de Reubicación Interplanetaria Humana.

Prácticamente una paria.

¿Qué estaría pasando en ese mismo instante con él? Hacerse esa pregunta era peligroso. Intentó cerrar los ojos para olvidarse de aquello, pero era demasiado tarde, y demasiado inevitable, para imaginar con la cortina de sus párpados cerrados al cuerpo pequeño de Takanori siendo torturado de múltiples formas. Había escuchado muchas veces que la imaginación era mucho peor que los hechos reales, pero estaba seguro de que en este caso en particular, no era así. Que había cosas del proyecto MK Ultra que resultaban inimaginables para él, y que el bioquímico las estaba sufriendo justo en ese instante.

Deseó quedarse dormido para dejar de pensar en ello. Tuvo que tomar algunos calmantes, intentar integrarse a su rutina, esperar que ésta hiciera un efecto analgésico en su consciencia inquieta. Y así transcurrieron los meses hasta que fue insoportable y necesitó respuestas.

Convencer a Takashima de que lo dejara verlo fue complicado, pero finalmente lo consiguió. Tuvo que apelar un poco a la moral morbosa del jefe de bioquímica: podría ser aleccionador que los trabajadores vieran qué era lo que podría ocurrirle a un traidor, le había dicho. Y ese argumento pareció satisfacerlo.

—Seccionar la personalidad de Matsumoto fue difícil —comentó Takashima mientras descendían juntos a los niveles inferiores del edificio, hacia el sótano—. Resistió duramente el interrogatorio y me temo que al arrancarse y destruir el chip cutáneo es imposible rastrear la ubicación del resto de los rebeldes. —Hizo un gesto de desprecio al nombrarlos, como si fuera algo molesto que no mereciera su atención—. Es posible que haya sido entrenado para guardar secretos; pues no pudimos obtener ninguna información. Pero desarticulamos efectivamente su personalidad original y construímos un alter ego que no posee recuerdos y acata efectivamente nuestras órdenes al que hemos llamado “Ruki”.

Con cada palabra que escuchaba el nudo de angustia en la garganta de Yutaka se apretaba más y más. Comenzaba a sentir arrepentimiento de su pasividad durante tantos meses. No sabía qué podría haber hecho, de todas formas, pero quizá haber indagado semanas o días atrás podría haber marcado una diferencia. Estaba asustado de lo que se encontraría al final del lúgubre pasillo que estaba a punto de huir. Cada paso que daba era pura fuerza de voluntad.

—Supongo que ya lo sabes, pero para activar esa personalidad dividida es necesario usar una palabra detonante, o gatillo —continuó Kouyou, y Kai fue capaz de percibir un dejo de malicia que parecía estar disfrutando, como si se tratara de un chiste privado—. Espero que no te moleste; pero decidimos que, dado que tú eras la persona más cercana a Matsumoto en este lugar “Yutaka” era una buena palabra gatillo.

Quizá saber que su propio nombre se había vuelto impronunciable para la personalidad original de Takayuki, o Takanori, quien hubiera sido su amante independientemente de su identidad falsa, fue mucho más devastador que ver en lo que se había convertido: Estaba suspendido dentro de un tanque de privación sensorial. Parecía estar dormido. Vestía una bata de hospital que dejaba ver rastros de hematomas, heridas y ataduras. Le habían teñido el cabello de rubio y los huesos se le marcaban debajo de la piel, a él, que siempre solía quejarse de que estaba regordete. Sintió un montón de lágrimas estancarse en sus ojos, pero mantuvo el gesto sereno porque sabía que Takashima le estaba mirando.  Tuvo que fingir que estaba más interesado que devastado.

 —El objetivo de Ruki es ir a Cidonia en unas cuantas semanas —le dijo Kouyou una vez volvieron a los pisos superiores, Yutaka con los pies arrastrando—. Desde ahí será enviado al sistema solar de Trappist-1. Obtendrá información sobre Trappist D y E, y la misión será abortada.


Fue imposible para Yutaka seguir fingiendo, miró a Takashima, completamente azorado; él parecía suponer qué era lo que el físico deseaba preguntarle.

—No tiene sentido regresar a Marte a un traidor, Yutaka. Nuestra nueva sociedad no puede tener esa clase de comienzo.  El mensaje que llevaremos a las estrellas debe ser fértil, debe dar frutos y ser capaz de generar una nueva sociedad; sin espacio para Betas ni individuos débiles.

 

 

 

¿Cómo se traza un plan de rescate para alguien que ya no está ahí? ¿para la cáscara vacía que algún día fue la persona que amaste. ¿Actúas desde el arrepentimiento o desde el amor? ¿Takanori le había mentido? En los términos prácticos de las circunstancias, su relación no había reportado ningún beneficio a Matsumoto. Nunca hablaron a detalle de sus trabajos mutuos, por lo que se descartaba que lo hubiera usado para obtener información, y ambos se habían conocido ya dentro de Exogénesis, por lo que tampoco era la intención usarlo para obtener un puesto dentro del Proyecto de Reubicación Humana Interplanetaria.  Entonces comprendió que dentro del propio código de honor de Matsumoto, no era algo tan melodramático como estar enamorado del enemigo. Era, más bien, amar al peón del adversario. Y no había mucha diferencia entre ellos en el fuego cruzado del campo de batalla.  

Yutaka era un estratega en su campo, pero dudaba que pudiera serlo para fraguar conspiraciones y revoluciones.  ¿Era afortunado o desafortunado por no participar en ese proceso irracional dictado por las hormonas? Conocía a muchas parejas destinadas que no eran felices, su unión únicamente había sido destinada a la procreación, y luego habían tomado caminos separados en el mejor de los casos. O bien, llevaban una vida infeliz, donde generalmente la peor parte le tocaba al Omega.

El amor era la resistencia. Más allá de la revolución dentro de los esquemas jerárquicos de la sociedad. Era la resistencia a la propia naturaleza humana.

“A pesar de ti, de mi y de que se desquebraje el mundo yo te amo.”

“A pesar de ti, de mi, y de que nuestra supervivencia esté condicionada; y posiblemente con el tiempo contado.”

 

 

 

 

La misión de el material MK Ultra Ruki a la base de Cidonia se hizo casi en secreto. El despegue de la cápsula se disfrazó ante la sociedad como un lanzamiento de prueba previo a la evacuación. Su viaje al planeta rojo fue monitoreado constantemente a través de las semanas que duró el mismo, durante el cual tuvo que ejercitar su masa muscular para sobrevivir a las distintas condiciones atmosféricas del planeta rojo, y prácticamente, llevó una vida solitaria y rutinaria, a excepción de los informes que transmitía diariamente a la Tierra, mientras fue el único individuo en Marte. Pero no importaba, porque Ruki no tenía la necesidad de relacionarse socialmente con nadie más. No estaba programado para eso.

 

Un día, las transmisiones con la Tierra se vieron interrumpidas y en lo sucesivo, fue incapaz de volver a establecer comunicación con la base de control de Exogénesis. Entonces dejó de tener contacto en absoluto con cualquier otro humano. Y al dejar de recibir todos los días la palabra detonante, Takanori, dentro de la unidad humana MK Ultra Ruki, empezó a despertar y a luchar por volver a tomar el control de su cuerpo. Los fallos comenzaron a suceder dentro de sus labores diarias de mantenimiento a las hortalizas en los búnkeres. Varias veces la unidad biológica se quedó tirada en el suelo por largos periodos de tiempo, una vez, incluso, despertó sólo gracias a que la lluvia ácida del planeta rojo le cayó sobre la piel y le quemó.

 

A veces, también, miraba ese punto azul en la tierra. Takanori lo hacía con nostalgia. Ruki lo hacía sin caber por qué lo hacía. Pero lo que ambos desconocían, era que en la Tierra había estallado en una revolución antes de estallar contra Nibiru. Y la revolución pronto los alcanzó cuando las cápsulas espaciales aterrizaron una a una en Cidonia. Escuchó un enorme caos que no pertenecía al de los motores de las cápsulas espaciales. Era algo que no había escuchado hacía mucho tiempo, eran voces humanas, manos humanas que lo tomaron por los hombros y lo sacudieron violentamente varias veces.

—… te recuperamos, nosotros…

Ruki no reaccionó, porque no conocía a esa persona y no sabía qué debía hacer en ese caso. Pero Takanori sabía que era alguien que había conocido mucho tiempo atrás. Entrecerró los ojos, intentando recordar; pero Ruki no podía acceder a los recuerdos de Takanori.

La mirada perdida de Ruki se paseó entre cada una de las personas que habían arribado al planeta rojo. Algunas necesitaban ser auxiliadas, otras bajaron de las cápsulas espaciales con máscaras de oxígeno. Todos olían horrible, seguro por las semanas de viaje sin ducharse en condiciones. Había algunas personas que parecían prisioneros: otras las mantenían encañonadas con un arma mientras ellas mantenían las manos con las palmas hacia adelante. Y entre ellos, Ruki reconoció un rostro familiar.  Había vivido con él, conocía su nombre, también de mucho tiempo atrás.

—Yu… Yut… —La unidad biológica Ruki había olvidado cómo hablar desde hacía tiempo. Y había dejado de ejercitarlo al perder contacto por tantos meses con la Tierra. Pero la persona que había reconocido, también hizo lo propio con él.

—¡No lo digas en voz alta! —Gritó. Y sin importarle que tenía un arma pegada a las costillas, corrió hacia él. El hombre que había sacudido a Ruki le pidió un instante a los hombres que llevaban armas, y le permitió a Yutaka acercarse. Desesperado, el físico le tapó la boca a Ruki, y éste arrugó la nariz por el desagradable aroma que provenía de él, pero no pareció fijarse en eso—. Soy Kai. ¿Te acuerdas? Era un nombre secreto entre los dos… ¡El programa se desactiva flasheando en los ojos con una luz muy brillante! —gritó hacia los hombres armados.

El hombre que había sacudido a Ruki dio unas órdenes, y pronto tuvo una luz estroboscópica frente a su cara, era tan potente que le hizo doler la cabeza al centellear. Era tan potente, que recordó todo y perdió el conocimiento.

 

—Poco después de que llegaras a Marte tomamos el laboratorio de Exogénesis. Muchos de ellos murieron durante la batalla, también hubo bajas de nuestro lado, pero los superamos en número. Parecían no esperarlo. A los sobrevivientes los tomamos como rehenes y los obligamos a evacuarnos. Fueron los encargados de pilotear las cápsulas espaciales hasta aquí. Pudieron perdernos en el espacio, pero nos tenían miedo. No mantuvimos a más de uno en cada cápsula.

Takanori elevó las cejas. Eso significaba que la población de Alfas había sido seriamente diezmada. La resistencia había usado algunas habitaciones de los búnkeres de Cidonia para mantenerlos aislados unos de los otros y evitar cualquier amotinamiento. Pero consideraba que era una medida que estaba de sobra: tenían la fortuna de haber sido evacuados también, aunque fuera en calidad de rehenes.  Por supuesto, eso no lo pudo expresar a Akira —Akira había sido el hombre que le sacudió de los hombros—. Todavía no recuperaba la capacidad del habla y ni hablar de la escritura. Tenía que volver a aprender a hacerlo.

 

—Por supuesto, ninguno sabíamos cómo manejarte a ti en particular. Supongo que querrás hablar con él, ¿cierto?

Takanori asintió. Akira se levantó para dar paso a la persona que había esperado casi por una hora fuera de la habitación de Takanori y los dejó solos. Kai parecía avergonzado, como si no deseara mirarlo a la cara. Pero en su fuero interno, el antiguo bioquímico agradeció que ya estuviera debidamente aseado.

 

—Seguimos mirando melancólicamente a través de las ventanas, ¿no?

El intento por romper el hielo había sido muy pobre, pero Takanori supo apreciarlo. Efectivamente, desde que había recuperado parte de su identidad, había mantenido las persianas abiertas de su dormitorio.

 

—Yo… ¿sabes? No importa si eres Takanori, o Takayuki, o si no sabía nada sobre tu verdadera identidad, pero… a pesar de ti, de mi y de que se desquebraje el mundo, yo te amo.


Takanori prácticamente parecía estarlo escaneando con los ojos. Kai no pudo sostener esa mirada. No sabía si debía pedir perdón, o si en todo caso, merecía ser perdonado. Los ojos del más bajo se volvieron a desviar hacia el vidrio.

—Es-u-na-pro-me-sa-con-po-ca-va-li-dez-cuan-do-el-mun-do-re-al-men-te-se-va-a-res-que-bra-jar —pronunció Takanori con mucha dificultad. La voz le temblaba no por flaqueza en su determinación, sino por el daño irreparable del MK Monarca.

A través de la ventana, la estrella enana Trappist-1 brillaba desde la constelación de Acuario. Su brillo rojo era una promesa, aún no sabían si de oportunidades o de extinción.

 

 

 

 

 

Notas finales:

Esta historia se me ocurrió mientras escuchaba The resistance, de Muse; por lo que hay muchos guiños dentro del fic, al álbum. Siempre quise trabajar el tema del omegaverse desde una perspectiva distinta. Desde que lo comencé a leer, me pareció que tenía unas jerarquías sociales muy marcadas y diferenciadas, casi como si fuera un sistema de castas. Y pensando en esto, me di cuenta de que esa desigualdad social podía ser el ingrediente ideal para una distopía. No estoy segura de si funciona o no, pero me gustó el resultado del experimento.

 

¡Muchas gracias por haber leído :) !


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