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nicotine por madsiva022

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Yoongi pensó que otra calada no le haría mal. Él era un casi un adulto, podía controlarlo, solo sería una última vez y no volvería a caer.

Pero también sabía que no podía hacerlo. Lo sabía porque lo había intentado; sus manos hormigueaban de anticipación ante cada mínimo pensamiento, su cuerpo deseaba más, aunque sabía que con cada vez que se dejaba vencer, el daño era menos irreparable. Se sentía patético y débil al pensar en que ya no podía ni siquiera contar la cantidad de veces que recayó en ese maldito habito. Se convirtió en un adicto, en poco tiempo, a la adrenalina que le daba cada nueva dosis.

Odiaba saberse necesitado, de aquellos pequeños momentos robados en los que probaba aquél sabor amargo y dulce a la vez, donde la tranquilidad lo invadía solo por unos escasos momentos antes de que su consciencia volviese a destrozar su pequeño paraíso parte por parte, llenándolo de culpa.

Se había prometido a sí mismo y a su madre que ya no lo haría más, que solo había sido cosa del momento.

“Lo prometo”, recuerda haber dicho con voz segura cuando su madre descubrió que le faltaba dinero.

Sin embargo hay un famoso dicho que canta: el pez muere por la boca, y él no podría ser mejor ejemplo. Su vida estaba rodeada de puras mentiras, así como su ropa llena de perfume, que intentaba ocultar el olor de la culpa. Ese aroma que se impregnaba en sus poros cuando estaba allí, cuando estaba con él.

Dejó que se enredara alrededor de sus hombros y sus cánticos de sirena lo embelesaron.

Porque él simplemente no podía dejar su adicción por la piel de Jimin, incluso si eso implicaba compartirlo con varias personas más, nada lograba borrarlo de su mente.

 

 

 

 

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Yoongi pensó que otra calada no le haría mal. Él era un casi un adulto, podía controlarlo, solo sería una última vez y no volvería a caer.

Pero también sabía que no podía hacerlo. Lo sabía porque lo había intentado; sus manos hormigueaban de anticipación ante cada mínimo pensamiento, su cuerpo deseaba más, aunque sabía que con cada vez que se dejaba vencer, el daño era menos irreparable. Se sentía patético y débil al pensar en que ya no podía ni siquiera contar la cantidad de veces que recayó en ese maldito habito. Se convirtió en un adicto, en poco tiempo, a la adrenalina que le daba cada nueva dosis.

Odiaba saberse necesitado, de aquellos pequeños momentos robados en los que probaba aquél sabor amargo y dulce a la vez, donde la tranquilidad lo invadía solo por unos escasos momentos antes de que su consciencia volviese a destrozar su pequeño paraíso parte por parte, llenándolo de culpa.

Se había prometido a sí mismo y a su madre que ya no lo haría más, que solo había sido cosa del momento.

“Lo prometo”, recuerda haber dicho con voz segura cuando su madre descubrió que le faltaba dinero.

Sin embargo hay un famoso dicho que canta: el pez muere por la boca, y él no podría ser mejor ejemplo. Su vida estaba rodeada de puras mentiras, así como su ropa llena de perfume, que intentaba ocultar el olor de la culpa. Ese aroma que se impregnaba en sus poros cuando estaba allí, cuando estaba con él.

Dejó que se enredara alrededor de sus hombros y sus cánticos de sirena lo embelesaron.

Porque él simplemente no podía dejar su adicción por la piel de Jimin, incluso si eso implicaba compartirlo con varias personas más, nada lograba borrarlo de su mente.

 


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