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Fictober 2019 por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

Día 1.- Celos


Merodeadores


Remus x Sirius

1.Celos 


Remus sabía en el fondo de su corazón que Sirius no sentía lo mismo que él. Eran amigos, los mejores, como James, como Peter… Gente que amaba, pero ese amor era filial, era el amor de un hermano, no el amor apasionado y salvaje que Remus sentía, el que te mantiene despierto por las noches, mirando la silueta dormida del otro por entre los pliegues del cortinaje que cubría el dosel de la cama contigua.


 Lo sabía, especialmente, ya que de lo contrario no iría por ahí besándose con chicas detrás de la biblioteca, o perdiéndose con ellas en los arbustos detrás de los invernaderos de Herbología. No podía culparlas, Sirius era encantador, alto, apuesto, son su corbata mal atada y su pelo largo y rebelde. Era el chico malo con el que todas quieren salir, pero Remus sabía que en el fondo era inseguro y resentido, y no le importaba.


Pero, sabiendo eso. Remus aún sentía celos. Celos violentos que hacían al lobo de su interior gruñir y aullar de dolor al mismo tiempo y en igual medida. No era idiota, no podía decirle a Sirius lo que sentía, sería el fin de su amistad, del compañerismo, de la confianza… No tenía más amigos que James, Sirius y Peter, sin ellos, no tendría nada. Gente que lo amaba sin importar la maldición que llevaba acuestas. No podía estar solo de nuevo, prefería morir de amor siendo amigo de Sirius que perderlo todo por una confesión ridícula.


Después de todo, Sirius no era gay. No podía esperar que cambiara de la noche a la mañana. Nada sobre su anatomía, su apariencia, su… bueno, su aparato reproductivo, le era atractivo al otro. Eso no podía ignorarlo. Quizás no lo odiaban, sus amigos sabían bien de sus preferencias, pero eso no le aseguraba que su amistad no quedaría arruinada cuando supiera que esas preferencias apuntaban a Sirius.


Así que se conformaba con mirarlo y odiar en silencio. Con el pecho comprimido y doliente de celos, con el deseo de ser ellas, de sentir sus labios en los suyos, sus manos en su piel, su aliento contra su cuello, su cabello acariciándole como hebras de hierba. De pasar con él la noche y perderse, olvidarse de todo y de todos. Quería ser quién lo regresaba con la corbata aún más suelta y el pelo desaliñado. Quería perderse por horas con él en un baño, en los jardines y en las mazmorras.


 Era miserable, eso era. Patético. Celarle era estúpido, no le debía nada. No tenía obligaciones con él. Por eso se paraba como el idiota que era a escucharle hablar con sus conquistas, lo miraba comprarles golosinas, cortar flores, conjurar pequeñas aves con poemas de amor que cantaban en oído en la mesa del Gran Comedor. Poemas que James escribía y Remus revisaba.


Le ayudaba a darle celos, más patético aún. Era masoquista, buscando hacerse el mayor daño posible con cada palabra de aliento que salía de sus labios. Se llevó la mano al rostro, tenso por la presión de pensar sobre todas estas cosas. Tenía un libro en la otra mano, pero dudaba poder pasar de una página si lo consultaba ahora. Era el lugar perfecto para pensar. James, Peter y Sirius no pasaban el tiempo ahí. Por eso, cuando quería torturarse, se sentaba a solas entre gruesos volúmenes y polvosos pergaminos y estudiaba. No por querer ser el mejor estudiante… pero la guerra de los duendes era mucho mejor  para ocupar su cerebro que la tortura que parecía seguirle como la peste siempre que se permitía la reflexión.


Miró a su derecha, a uno de los ventanales de la biblioteca, a lo lejos veía las montañas, teñidas de niebla. El lago estaba tranquilo, como un espejo congelado, inerte, el bosque se mecía al compás de un viento que anunciaba lluvia para la noche. Una noche fría, una noche más de desear en silencio y sufrir si se lo permitía. No quería permitirlo. No lo haría.


Sirius sería su amigo así tuviera que buscar la poción antiamor más letal jamás creada. Pudiendo enamorarse de cualquier otro… sólo Remus caería por aquél que jamás lo amaría igual.


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