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Luz de luna por 1827kratSN

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Reborn, a pesar de ser pequeño, tenía cierta actitud prepotente que desembocaba en que su voluntad se hiciera al pie de la letra. Tsuna era un alma tímida que se volvía más confiada con ayuda de su amigo Mukuro, y si estaban ellos dos, podía sobreponerse a la actitud de Reborn. Mukuro, por su parte, era un alma libre que gustaba de molestar a los demás. Juntos eran una combinación explosiva.

Competían por el dominio de los juegos, peleaban por la posesión de los juguetes, Reborn y Tsuna rivalizaban en todo sentido porque ambos fueron criados para gobernar y no para ser gobernados. Su discordia era tal que hasta los sirvientes lo reconocieron, y trataban de ayudar a que los niños no pelearan, pero parecía tarea imposible.

 

—¡Yo seré el guía! —Reborn alcanzaba los ocho años en ese entonces.

—Obviamente tú no lo serás —Mukuro y Tsuna tenían sus once años y miraban desde arriba al pequeño azabache.

—Soy mejor que ustedes con el arco —sonrió prepotente.

—¡No es cierto! —acotó Tsuna.

—Sí lo es.

—¿Quieres comprobarlo? Kufufu.

 

Lamentablemente, era verdad, Reborn era mejor que ellos en algunos aspectos —por no decir en casi todos—, como en las artes manuales, el juego de cartas y de mesa, el ajedrez, les superaba al encontrarlos cuando jugaban a las escondidas, pero Tsuna y Mukuro se jactaban en ser los más rápidos y más imaginativos en cuanto a inventar juegos nuevos.

Competían por saber quién era mejor, a veces trataban de dejar atrás a al menos uno de ellos, peleaban por tonterías, y un verano incluso llegaron a lastimarse seriamente cuando su “fuerte secreto” construido encima de un árbol, colapsó cuando Reborn partió el soporte con un hacha como venganza por no dejarlo subir.

Sí, fueron años demasiado animados.

Pero todo empezó a calmarse conforme su edad aumentaba.

Cuando Reborn cumplía sus quince años, y Tsuna cumplió sus dieciocho, las cosas empezaron a tomar un rumbo algo diferente pero igual de caótico. Porque después de darse cuenta de que cumplían un día después del otro, llegaron a presumir sus nuevos accesorios en las visitas al ajeno. Ya no había enfrentamientos cuerpo a cuerpo, pero empezaron a tomarle más importancia a la inteligencia, habilidades, y por supuesto a la belleza que cada uno iba tomando.

Mukuro gustaba de coquetear falsamente con los sirvientes para obtener lo que deseara, manipuló a otros y llegó a conseguir el permiso de ser el escolta de Tsuna en sus visitas al reino de los Argento. Seguía con aquella actitud cuando llegaba al reino vecino para molestar a Reborn, quien quería que su gente tuviera un mínimo contacto con los ajenos.

Tsuna prefería escabullirse por la librería ajena en competencia por los libros más interesantes en ese reino, Reborn por puro capricho se negaba a dejar que el castaño hiciera aquello, y finalmente se hallaban en una batalla sin ganador que desembocaba en una persecución divertida por el castillo. Jamás aceptarían que perseguirse entre los pasillos era genial.

Así eran ellos, de mal en peor, siendo presas del deseo de sus padres que cada verano los empujaban a esas visitas amistosas.

 

—¿Por qué tienes el cabello largo? —Tsuna miró a Reborn con interés, en aquella visita cuando él ya tenía diecinueve, pero que el desagrado por aquel intruso en sus tierras hacía reflejar su comportamiento como si tuviera la misma edad que Reborn.

—Solo cállate y no digas absolutamente nada —se acomodó el mechón de cabello detrás de la oreja. Trató de no rascarse la nuca pues sus hebras le llegaban casi hasta los hombros y picaban.

—¿Te gusta?

—¡Es claro que no! —se ofuscó unos instantes antes de respirar profundo y retomar la calma—. Pero mamá insistió, porque dice que me da algo de “clase” —gesticuló con sus dedos.

—Si no te sientes bien así…, no lo uses —Tsuna sonrió con amabilidad.

—¿Y qué quieres que haga si ella no me permite cortarlo ni que alguien me ayude a hacerlo?

—Ven —estiró su mano—, yo te ayudo.

 

Reborn, por primera vez, sintió algo parecido al agradecimiento por aquel chico. Le tomó años, pero lo sintió. Sonrió en gratitud y se quedó quieto bajo la atenta mirada de aquel castaño que estaba analizando qué hacer. Esperaba que el corte no fuera tan desastroso, aun así, cerró los ojos y esperó pacientemente. Que lo ayudara un inexperto era mejor que seguir con aquella comezón insoportable por su maldito cabello largo.

Mukuro era el odioso que hacía comentarios y fingía espantarse por el corte, pero al final solo rodó los ojos insistiendo en que no quedó tan mal. Y era verdad. Cuando Reborn se vio al espejo, sonrió animado. Su cabello tenía el largo perfecto para que no le picara el cuello como antes, y si bien en la parte de atrás parecía algo disparejo, no era muy notorio. Además, el castaño le mojó los mechones y los hizo hacia atrás para que nada le estorbara en el rostro.

 

—Gracias —le dio una leve reverencia antes de sonreír triunfal—. Pero no te acostumbres, porque agradecerte no lo haré de nuevo.

—Lo sé —Tsuna rio divertido por esa actitud más animada.

—Ugh… Siento un olorcito extraño aquí —se quejó Mukuro al ver a esos dos sonreírse por unos segundos—, como que me va a dar dolor de estómago.

—Apuesto que te vas a morir por comer tantos dulces —contraatacó Reborn.

—Ya quisieras, principito.

 

Mientras esos dos peleaban, Tsuna tuvo una especie de deja vu, porque siempre terminaban de esa forma. No importaba la situación o los intentos por llevarse bien, parecía que simplemente no estaban sincronizados. Pero también recordaba las largas pláticas que tenía con su padre, las palabras de un rey que le aconsejaba ver más allá de las apariencias, descubrir el lado oculto de las personas y explotarlo, porque nadie sabe si aquel lado puede ser un tesoro invaluable. Entonces se preguntó ¿Cuál sería el lado escondido de Reborn?

Suspiró porque no estaba seguro de lo que iba a hacer, sin embargo, se tragó la mala gana y se propuso intentarlo. Pero la voluntad le duró poco porque al final de la tarde, después de jugarle una broma a Reborn y dejarlo sin provisiones en medio del bosque, se halló de nuevo en esa actitud infantil.

Sí, Mukuro era bueno en esos planes, pero su diversión no les duró mucho porque después de unas tres horas, Reborn apareció en la cocina, balanceando sus piernas mientras comía un asado que las sirvientas le prepararon, y sin rastro de haberla pasado mal… Hasta presumió el haber encontrado un río de dónde sacó los seis peces que las sirvientas prepararían para la cena. Tal vez por eso no le caía bien, porque Reborn siempre sacaba provecho de las tretas que le armaban.

 

—¿Qué intentas? —Reborn miraba al príncipe frente a él, a quien se encontró en el jardín.

—Ser amable —rodó los ojos mientras se rascaba la nuca—. Ya sabes…, por papá.

—¿Qué es ahora? —se cruzó de brazos—. ¿Me van a bombardear de tomates suaves? ¿Escondieron algo en mi habitación? ¿Le pusieron algo a un panecillo? —elevó una de sus cejas—. ¿Sí sabes que todo lo que intentan hacerme se los regresaré por tres?

—Solo intento ser maduro —hizo una mueca.

—Uh, ya fallaste —sonrió burlón.

—No me dejas las cosas fáciles, ¿sabes?

—Bien, bien, digamos que maduraste —negó—, ¿qué quieres?

—Una tregua —suspiró antes de mirar a lo lejos, donde Mukuro hacía gestos en desaprobación por su accionar—. Un día de… ¿amigos?

—No, gracias.

—De ¿compañeros? ¿Vecinos? —siguió viendo la negativa ajena— ¿Competidores?

—Eso me interesa —se tocó los labios con el dedo índice—. Dime más.

—¿Arco y flecha? —Tsuna elevó los hombros—. Iniciemos por eso.

—Voy a ganarte —sonrió antes de mirar a Mukuro—, a ti, y a tu estúpido amigo —elevó su voz para que la piña con patas también escuchara.

—Bien, bien, que sea una competencia amistosa.

—¿Qué pasa si gano?

—Aceptaré que eres mejor que yo.

 

En el fondo, Tsuna y Mukuro lo aceptaban, Reborn era mejor que ellos. Pero decirlo en voz alta destruiría sus orgullos, por eso todos esos años pelearon por cosas absurdas.

Reborn era bueno en la mayoría de cosas que hacían, era frustrante, por eso, al colocar los blancos por todo el jardín, intentaron que fuera lo más dificultoso posible. Tsuna era bueno en eso, estaba orgulloso de sus habilidades, pero a su par estaba Reborn quien obviamente también fue entrenado por los mejores. Mukuro sería el juez, porque no quería perder de nuevo ante el principito ajeno, y porque ya estaba cansado de toda esa treta por pelear con el “enemigo”.

Ya que más daba, no era divertido si Tsuna no participaba.

Se les cubrió los ojos a ambos príncipes, Mukuro se aseguró de darles dos vueltas para confundirlos, y a la cuenta de tres se les quitó la venda a ambos de un jalón. Varios sirvientes estaban cerca, curiosos y dispuestos a ayudar si alguna pelea empezaba, expectantes por un ganador ya que reconocían las habilidades de ese par.

Uno a uno los blancos fueron marcados por flechas pintadas de azul por parte de Tsuna y rojo por parte de Reborn. Unos dieron en el centro, otros al borde, un par no llegó a su destino, el reloj de arena llegaba a su fin, y al final Mukuro gritó en señal de que se detuviesen. Era hora de la verdad.

 

—Vaya sorpresa —Mukuro fingió su voz, pero su rostro siguió neutral mientras veía sus anotaciones—. Reborn le dio al blanco difícil, lo que le da veinte puntos extra y…

—Gané —sonrió victorioso jugando con la cuerda de su arco.

—Me caes mal —el heterocromático frunció el ceño—. Me voy. ¿Vienes, Tsuna?

—¿Cómo lo hiciste? —el castaño miró el blanco que estaba colocado en una rama lejana, casi invisible detrás de un árbol. Darle a eso era imposible.

—Es mi secreto —jugó con una de sus patillas mientras sonreía con burla—. Ahora bien, quiero escucharlo.

—¿Escuchar qué? —mencionó Mukuro.

—Reborn —Tsuna sintió cierta envidia y rabia porque, por más que intentó, no pudo darle a ese tonto blanco difícil—. Reborn es el mejor —dijo sin ganas.

—Lo sé —el azabache soltó el arco—. Ahora, si me permiten, tengo cosas que hacer —agitó su mano y fingió abanicarse.

—¡No puedo creer que lo dijiste! —Mukuro miró mal a su amigo—. Su ego subirá a las nubes —protestó mientras arruinaba su peinado que siempre asemejó a una piña.

—Se lo prometí y se lo ganó.

—No puedo —Mukuro hizo drama, siempre lo hacía—, es demasiado para mí —fingió llorar—. Necesito ir a mi habitación hasta que me recupere de esta traición —sus ojos de color azul y rojo se inundaron de falsas lágrimas.

—No exageres.

—No. No me toques —se topó el pecho—. Mi querido príncipe ha caído bajo… y yo sufriré la deshonra, porque nadie se puede enterar de esta catástrofe —estrujó su pecho—. Fui yo. ¡Fui yo quien perdió!

—Mukuro ya —Tsuna rio bajito.

—Nadie se debe enterar —levantó sus manos al cielo y después se dejó caer sobre el césped—. Yo tomaré la responsabilidad de esta desgracia y me enclaustraré en mi cuarto para siempre.

—Lo harás hasta que te dé hambre —rio negando antes de recoger el arco de Reborn—. Te veo cuando termines tu drama.

—¡Mi señor ha caído en deshonra! —Mukuro se agitó dramáticamente hasta recostarse en el suelo—. ¡Por qué! ¡Por qué! —fingió sollozar.

 

Tsuna ignoró todo el escándalo dado por su amigo, ordenó que recogieran sus cosas, y se adentró en el castillo, su castillo. Sinceramente eso de ser el rey de todo no le gustaba nada, pero su destino ya estaba trazado, así que mejor resignarse. Después de todo…, se debía a la memoria de su madre y a su gente.

Jamás pensó que Reborn tuviera los mismos pensamientos y sentimientos que él en cuanto a heredar la corona. Lo supo cuando casualmente pasó por uno de los pasillos y escuchó los murmullos del azabache, quien pateaba con fuerza alguna cosa que no se rompería así de fácil.

Por primera vez en mucho tiempo, Tsuna vio a aquel príncipe mostrar algo más que serenidad y narcisismo.

Fue divertido.

Y triste.

 

 


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