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B?SIUM por Whitekaat

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Notas del capitulo:

Historia creada para el consurso "Y entonces, él la besó"

 

BĀSIUM

 

El símbolo a Diana se alzaba sobre la noche obscura, redonda, blanca, pura y brillando entre la obscuridad de lo inmensidad del cielo, dando aquel tono azulado a la vegetación y la piedra tallada del monte Palatino. En su tranquilo caminar a la cima escuchaba los sonidos del júbilo y la alegría por la festividad que se avecinaba, de la cual él sería participe junto con muchos otros jóvenes como él.

Su cumpleaños número dieciocho había pasado hace más seis meses atrás y por aquella condición su padre lo obligó a coger la última oportunidad de participar en las lupercales de ese año; era lo que necesitaba según él, la bendición de Luperco para la fertilidad de la familia que algún día debía engendrar, hijos fuertes y valientes, mujeres fértiles y bellas, y bajo el poder que poseía su padre en él terminó por aceptar; esa era la única razón de porqué sus pies aún se movían camino a la iniciación del ritual.

Al llegar a la higuera de la cima del monte notó el éxtasis en los ojos de los jóvenes a su alrededor, chicos de sus edad o incluso un par de años más jóvenes de mirada emocionada, manos temblorosas por la antelación, gotas de sudor recorriendo sus frentes hasta culminar en sus angulosas barbillas de hombre romano, y un aire cargado de sexualidad como si el ambiente ya estuviese siendo bendecido por el dios incluso antes de ofrecer el sacrificio.

La sangre de la cabra regalada a Luperco corría donde el cuchillo cortaba la piel para desollarla. Dos chicos avanzaban hasta llegar al frente de la higuera para recibir sobre sus frentes la mancha rojiza de los animales dados al dios, que luego era limpiada con lana untada leche.

Regillus miró a su costado encontrándose con la mirada color arcilla de quien lo acompañaría en la bendición del ritual; conocía a aquel chico, no existía en Roma quien no conociera al hijo del general Lucio, de cabello corto y obscuro como el carbón, de piel oliva, porte galante como centurión romano, nariz recta y mandíbula angulosa. Leónides le hacía justicia su nombre, o al llevarlo su propio nombre lo había bendecido.

A quien conocía por habérselo topado en alguna de las reuniones a la que su padre había sido invitado, donde compartieron un saludo y miradas furtivas que se difuminaban entre el séquito de personas que revoloteaba a su alrededor. El prometedor Leónides, él fiero Leónides, el valiente Leónides, aquel que auguraba las futuras victorias en nombre del imperio romano.

El ritual continuaba aún con la luna en lo más alto del cielo, mientras los jóvenes eran despojados de sus togas y todo retazo de tela que pudiesen recubrir sus piel entre las risas de los presentes, algunos decidían quedar con su piel desnuda siendo cubierta sólo por la luz de los astros, mientras que otros preferían llevar la piel de las cabras sacrificadas sobre su cuerpo.

ꟷ Pensé que ya habías participado en las lupercales, Leónides ꟷ decidió romper el silencio antes de que fuese su turno.

ꟷ No estaba interesado, pero este año algo me atrajo a participar, Regillus. Espero sea una fiesta fructífera y que podemos disfrutarla ꟷ respondió.

ꟷ Lo mismo espero para ti. ꟷ Su conversación concluyó antes de acercarse hasta el hombre que en su mano llevaba la daga con la cual su frente sería pintada.

Cuando sus ropas fueron despojadas se escucharon murmullos los cuales Regillus ignoró, sabía que no iban dirigidos a él, sabía que la atención de los presentes era dirigido a cincelar en sus retinas el cuerpo de Leónides como si fuese la representación de algún dios en la tierra y de cierta forma le alegraba la poca atención en él.

En su cuerpo y el de su compañero fueron colocados las pieles de las cabras, aún podía sentir la calidez de la vida a la que estuvo adherida la tela, pudo notar incluso algunas manchas de sangre en brazos y abdomen por donde la piel había pasado, y a sus manos llegaron parar las februas, aquellas tiras de cuero con las que debían fustigar a las mujeres asegurando la fertilidad de sus vientres.

Con la bendición del sacerdote y las carcajadas estruendosas de los participantes se dio comienzo a la festividad, en donde todos los hombres tanto desnudos como cubiertos en piel de cabra y con februas en manos comenzaron a correr hacia el bosque para liberar aquella tensión que se aprisionaba bajo sus vientres, saborear con sus propias bocas la gloria de la carne y llenarse del desenfreno pasional que ocasionaba aquella festividad.

En el bosque se escuchaban los sonidos de los azotes entre risas, las pisadas sobre la tierra, el resquebraje de las ramas. No fue mucho el tiempo que pasó antes de empezar a escuchar lo primeros gemidos de excitación que emanaban las bocas de los participantes. Sí, era intrigante para Regillus, apenas comenzaba a sentirse embriagado por la atmosfera del frenesí amatorio que se estaba llevando y con cada pisada que daba se le hacía más divertido.

La primera chica con la que se topó en su carrera mientras corría dejó caer los broches de su toga para incitarlo, mostró ante sus pupilas parte de su tersa piel para recibir el azote que dejó un tono rojizo por donde el cuero golpeó, la mujer de larga cabellera negra se removió por el golpe pero al mismo tiempo rio y siguió con su carrera perdiéndose entre los arbustos lejos de su vista.

Regillus siguió su camino por entre los senderos del bosque y al doblar a su derecha se encontró a dos cuerpos meciéndose desnudos entre el abrigo de la noche, vio al hombre mordiendo la espalda de su compañera de juegos, ella enterrando sus uñas en el suelo al momento que gemía entre cada vaivén y recibiendo gruñidos parecidos a los de una bestia como contestación. Regillus con su corazón más acelerado que al principio decidió abandonar la escena y seguir corriendo.

En medio de su caminar sintió el ruido de pisadas cerca de él pero al girar su cabeza no encontraba nada más que vegetación tocada por luz lunar, por cada paso que daba otro alrededor suyo se escuchaba, su pecho comenzaba palpitar aún más fuerte y no se había dado cuenta en que momento sus pies comenzaron a correr más rápido y sin dirección ¿Estaba siendo él cazado? No lo sabía, y realmente esperaba que ese no fuese el caso.

Las pisadas se hacían más fuertes y la turbación en su mente no lo dejaba mirar atrás, sintió un golpe de lleno en su espalda trayendo consigo un calor abrasante que se expandió a lo largo de toda su piel, y luego de eso el peso de alguien lanzarlo contra el suelo. Sintió su cuerpo impactar contra la tierra, sintió además el contacto con una piel caliente, sintió la humedad del sudor que esta le estaba compartiendo y junto a su oído un gruñido casi animal.

ꟷ Te encontré ꟷ aquella bestia le había hablado y no pudo evitar sentir un escalofrío por donde el tibio aliento había pasado.

Ahora la bestia lo había girado para mostrarle su rostro, lo primero que vio fue esos depredadores ojos en color marrón, el color negro de sus cabellos que se fundían con el cielo, una sonrisa sobre sus labios y algunas manchas de sangre seca sobre el pelaje blanquecino del cabrío que cubría partes de su piel.

ꟷ Regillus, hijo del senador Priscus ¿Cómo va la noche? ꟷ el sonido de la voz de Leónides seguía siendo ronco pero demasiado casual para la cercanía que compartían en ese momento.

ꟷ Extraña, ¿Por qué me atacas? ꟷ

ꟷ Por que planeaba hacerlo desde que supe que estarías este año. Tus ojos plata y estas hebras ensortijadas color bronce han sido mis metales preferidos desde que te conocí ꟷ la mano áspera del hombre sobre él tocó su cabellos trayendo la segunda oleada cálida que sentía en su cuerpo.

ꟷ Se Luperca ꟷ pronunció para el asombro de Regillus.

ꟷ Déjame ser Rómulo y Remo, déjame nutrirme de ti esta noche bendecida por los dioses, no hay algo en el bosque que me interesa más que beber de ti ꟷ podía negarse, quizás, podía apartarlo, o al menos hacer el intento; pero se sentía hipnotizado por sus ojos arcilla de pestañas tupidas.

Antes de que Regillus pudiera contestar otro gruñido emanó de la garganta de su depredador, sintió las vibraciones sobre su cuello esta vez, sintió la brisa del aliento caliente y las fauces de la bestia encajarse en su cuello. Era dolor, pero no lo suficiente para retirar piel, era dolor mezclado con una extraña sensación de placer, esa que había comenzado a sentir hace minutos atrás mientras corría por entre los árboles, ahora amenazaba con desbordarse a través de los sonidos desde su garganta.

ꟷ Sólo dilo ꟷ otra vez la vibración de sus palabras chocando con su piel y a eso se le sumaba el tacto de las februas acariciando su pecho.

Estar bajo el peso de aquel hombre con porte de gladiador estaba causando estragos, su cercanía, su piel oliva haciendo contacto con la suya, la piel de cabra rozando su muslos desnudos, no deberías estar bien sentirse embriagado de excitación en esa situación, pero lo hacía, lo ansiaba, quería ser el sacrificio para ese semidios que lo aprisionaba contra el suelo, quería ser la carne que le diera de comer.

Regillus no se lo dijo, preso por la hipnótica luz de la luna llena, se acercó hasta los labios de Leónides y le entregó su boca para que comiera de ella, le entregó sus labios los cuales la bestia mordió y saboreó, le entregó su lengua para calmar aquel apetito avasallador con la que sus bocas se movían, e incluso le entregó todo el aire que sus pulmones podían guardar antes de que pudiera necesitarlo con desesperación.

ꟷ ¿Es así como el amor se siente, Regillus? ꟷ Preguntó con su boca agitada antes volver a tomar los labios de su presa.

ꟷ ¿Es el amor así de abrasador, Leónidas? ꟷ Sentía fuego en sus labios, como si la piel que entrar en contacto con la otra se volviera lava.

ꟷ Cuando las lupercales terminen...ꟷ sus manos se pasearon por su cuello olivo hasta tocar el carbón negro de sus cabellos, con un temor interno de seguir esa frase.

ꟷ Cuando las lupercales terminen, volveré a nutrirme de ti, incluso hasta cuando me pidas que pare, ¿Me darás de comer aunque Diana ya no se pose sobre el cielo? ꟷ Cada frase venía acompañado de un beso mientras cada beso culminaba en una respuesta.

ꟷ Si de esta noche queda algo de mí te lo daré, aunque Febo ya no brille en el horizonte ꟷ

Los besos comenzaron a descender, las manos comenzaron a explorar más piel, la cabra que cubría la dermis era removida, rastros de saliva brillaban con las luces de los astros y el sonido que emanaban de sus gargantas comenzaban a unirse a las risas, golpeteos, pisadas y gemidos de los demás en aquel frondoso bosque; todos embriagados en un frenesí de excitación, de placer, lujuria y en algunos casos también de amor.


FIN


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