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Belleza Oculta por HelaXavier

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Notas del fanfic:

Quiero aclarar que esta historia NO me pertenece, su única creadora es Amy J. Fetzer, yo solamente la adapto para este fabuloso Shipp <3 

Charles Xavier miró el castillo de piedra gris y se preguntó qué encontraría dentro. ¿Al Príncipe Encantador o al dragón? Probablemente al dragón; si había algo de verdad en los rumores que los lugareños habían compartido durante el viaje en barco a la pequeña isla.

Se preguntó si Erik Lehnsherr sabía cuánto lo temían, mientras sus ojos recorrían los arcos de las ventanas, las almenas y la torre. Charles solo vio la soledad que embargaba todo.

—Señor —dijo el taxista deteniéndose ante la mansión— ¿Está seguro de que viene «aquí»? —

— Oh, sí, estoy seguro, señor Darwin —replicó sin mirarlo. ¿Por qué todos los habitantes del diminuto pueblo de la isla le preguntaban lo mismo, como si se enfrentara a una ejecución? Lehnsherr no era más que un hombre.

—El señor Lehnsherr no es exactamente amistoso, ¿sabe?

—No es extraño, si todo el mundo actúa como si les hubiera pegado un mordisco —lo miró, arqueando una ceja. Él enrojeció levemente.

—De algún sitio habrá salido la idea —farfulló él, saliendo del coche para sacar sus maletas. Charles lo siguió por los empinados escalones que llevaban a la puerta delantera.

Le habían contratado para ayudar a una niña de cuatro años, la hija de Erik Lehnsherr, a acostumbrarse a vivir allí. A vivir con un recluso, un hombre encerrado en un castillo y aislado de todo contacto humano. Iba a ser un trabajo duro, se había enterado por el cotilleo de que en los últimos cuatro años nadie había puesto el pie en la casa, excepto para entregar provisiones. Sentía pena por la niña; acababa de perder a su madre y no conocía a su padre. Charles había llegado antes para acostumbrarse al entorno.

El señor Darwin dejó las bolsas en el suelo. Él castaño se volvió para pagarle y lo vio escribir en un pedazo de papel. Cuando le entregó el dinero, él le dio el papel.

—Aquí tiene mi número. Si necesita que lo saque de aquí, o algo, llámeme.

—No es un monstruo, señor Darwin — dijo él, conmovido por el innecesario gesto.

—Sí, señor, lo es. Grita y gruñe a cualquiera que pone el pie en su terreno; hizo picadillo al chico que entrega el pedido del supermercado. No quiero ni pensar en lo que la haría a usted — muy seguramente el hombre al notar su estilizada figura, así como lo compacto de su estatura, creyó que no podría tener oportunidad alguna al enfrentarse al dueño del castillo, Charles solo se limitó a verlo con determinación, el señor Darwin suspiró— Hace años un hombre diseñó y construyó esta casa para su futura esposa, que quería vivir como una princesa. Hizo que trajeran cada piedra del interior, algunas incluso de Inglaterra e Irlanda. Ella murió antes de que estuviera acabada, y antes de casarse.

—Lo dice como si creyera que está maldita o hechizada —comentó Charles, pensando que era una historia muy triste.

El señor Darwin, sin contestar, miró la doble hoja de madera de la puerta como si fuera la entrada de una cueva. Charles se sonrió y alzó la aldaba de bronce, era una cabeza de dragón. Bueno, señor Lehnsherr, si quiere mantener a la gente alejada de aquí, está lográndolo bastante bien, pensó, dejando caer la aldaba.

—Adelante —se oyó por el intercomunicador. Era una voz profunda y arenosa, una especie de rugido ronco y estremecedor.

—¿Ve lo que quería decir? —dijo Darwin con palpable preocupación.

—Bobadas —replicó él con firmeza, abrió la puerta y entró. 
Una lámpara encendida, sobre una mesita de madera tallada, creaba sombras en el vestíbulo. Charles apoyo su mochila y el maletín en el suelo, se volvió y vio al señor Darwin meter sus maletas de equipaje apresuradamente y retirarse hacia la entrada.
Charles encendió la luz y el vestíbulo se iluminó. Darwin dio un respingo y retrocedió aún más.

—Llámeme, ya lo sabe —dijo él, con pronunciado acento sureño. Esa actitud, de temor y desprecio hacia un hombre al que ni siquiera conocía, hizo que Charles deseara defender al señor Lehnsherr contra de cualquiera que mostrara tal actitud.

—No será necesario —dijo, cerrando la puerta con un suspiro. Le dio un vuelco el corazón cuando la luz se apagó y una sombra apareció en la parte superior de la curvada escalinata. —¿Señor Lehnsherr?

—Obviamente — su voz tan rasposa que incluso juraba que podía sentir como acaricia su piel.

—Hola, soy...

—  Charles Xavier, ya lo sé — cortó él - Veintiocho años recién cumplidos, licenciado por la Universidad de Cambridge, nacido en Colchester, fue Miss URSS, Miss Gran Bretaña y Miss The Great British Gin Festival — su voz tenía un tono de sorna y superioridad, que al castaño le molestó — ¿Se me olvida algo? 

 

—Por supuesto que si, por ejemplo, que fui adjunto del Ministerio de Asuntos Exteriores y profesor de la embajada, y que soy lingüista y no olvidemos el echo que hablo italiano, francés, alemán y latín.

—Pero, ¿sabe cocinar? —preguntó él en alemán impecable.

—No estaría aquí si no supiera — le contesto de la misma manera, haciendo lucir su más que decente acento de años de práctica; se cruzó de brazos y miró la sombra del hombre, la lámpara solo permitía ver la impecable raya de sus pantalones oscuros. Tenía una mano en la barandilla, y la luz se reflejaba en un sello de oro que llevaba en el dedo—. ¿Hay una página web sobre mí que yo desconozca? —inquirió en cierto grado molesto, el hombre lo había investigado desde su nacimiento.

—Las telecomunicaciones son un gran recurso.

—Ya, bueno; no hace falta que me hable de qué talla de bóxer que uso, ni del día que perdí mi billetera en el bar frente a la universidad.

—¿Fue eso lo único que perdió? —gruñó él, se indignó al verse atacado tan prontamente por sus preferencias sexuales, bufo en respuesta, bastantes prejuicios para un hombre que vive encerrado a piedra y lodo en un castillo en medio de la nada.

—Pídale a su gran recurso de telecomunicaciones que los busquen por usted —espetó, irritado porque supiera tanto de su vida.
Charles solo sabía que Erik estaba recluido desde que un accidente lo desfiguró, que era divorciado y que en un par de días recibiría a una hija a la que no conocía. Agarró sus maletas y se enfrentó a él con toda la dignidad que tenía en él— ¿Dónde está mi habitación?

—En el segundo piso. Deje su equipaje y sígame, Chales bajo sus maletas y las dejó nuevamente en el suelo, tomo su mochila y el maletín y lo siguió escaleras arriba. Lehnsherr mantenía unos escalones de distancia, siempre en la oscuridad. Solo podía ver la silueta de sus hombros, anchos y rectos, en una prístina camisa blanca. Su paso era suave, casi elegante.

—Aquí —dijo secamente, y abrió la puerta sin detener su caminata.

—¿Y la habitación de su hija?

—Al otro lado del pasillo —replicó Lehnsherr, a mitad de un segundo tramo de escaleras— Haré que le suban las maletas.

—Creí que vivía solo.

—Hay un guardia de seguridad que vive en una casita detrás de esta, y los lunes viene una sirvienta.

—¡¿No cree que deberíamos discutir la llegada de su hija?! —gritó el castaño, al ver que Lehnsherr no se detenía.

—Llegará dentro de dos días. Vaya a buscarle al barco —subía cada escalón pausadamente, y Charles no pudo evitar preguntarse si le resultaba doloroso.

—¿No vendrá conmigo?

—Para eso le he contratado, señor Xavier, creí que ya le había quedado claro.

—¡No puede pretender que yo me haga cargo de todo lo...! —en lo alto de las escaleras una puerta se cerró de un golpe— Bueno, eso ha sido muy provechoso —dijo el ojiazul, acercándose a las escaleras y mirando hacia arriba. Solo se veía un vestíbulo y una puerta de madera. No comprendía su indiferencia; su hija, Wanda, solo tenía cuatro años. Se preguntó si no se dejaba ver por vanidad o si realmente se encontraba muy desfigurado. En cualquier caso, le preocupaba Wanda, así que cuadró los hombros, subió y llamó a la puerta insistentemente

—Creo que debemos hablar, señor Lehnsherr.... ¡Ahora! —no hubo respuesta como lo esperaba — Le aviso que puedo llegar a ser muy persistente si me lo propongo —Váyase, señor Xavier; yo le llamaré cuando y si lo necesito.

—Por supuesto, su majestad imperial, qué estupidez haber pensado que le importa su única hija —contestó ácidamente. Era bruto, maleducado y grosero, se merecía un puñetazo en la mejilla por hablarle así a una persona que lo único que intenta es ayudarle.

Charles volvió a su habitación, entró y para su mala suerte se quedó completamente impresionado. Sería un dragón, maleducado y grosero, pero tenía un gusto exquisito. La alfombra, las cortinas e incluso los marcos de los cuadros armonizaban perfectamente, con una gama de colores sensual y al tiempo relajante. En una esquina había una cama con dosel, con edredón de plumas y varios almohadones en tonos borgoña, gris claro y blanco. Cerca de la puerta había un escritorio estilo Reina Ana con un ordenador, ante la chimenea un grupo de delicado mobiliario delicadamente masculino, y en un mirador formado por tres ventanas un banco acolchado muy acogedor. A la izquierda había un enorme vestidor que no podía ni soñar con llenar, aunque le hubiera encantado poder hacerlo, y un moderno baño, con la bañera más grande que había visto en su vida. Dejó su mochila y el maletín sobre la cama, cruzó el pasillo y fue directo al dormitorio de Wanda.

Estaba paralizado en el marco de la puerta; parecía que el dinero no era problema para Erik Lehnsherr, la habitación de la pequeña es de ensueño: una fantasía en rosa y verde menta con una casa de muñecas victoriana, montones de juguetes nuevos y una cama situada en ángulo, cubierta con medio dosel del que colgaban cortinas transparentes atadas con lazos de satén, Charles recordó el cuento de La princesa y el guisante, la cama era tan alta que la niña tendría que usar una escalerilla de dos peldaños para subir. 
Inspeccionó el armario y los cajones y descubrió que estaban llenos de ropa de tres tallas distintas y tristemente comprendió que Erik realmente no sabía nada sobre su hija pero que, aun así, había realizado su mayor esfuerzo y pensado en todo.

Charles volvió a su habitación y sacó la carpeta que Raven Darkhölme, dueña de Esposos a Domicilio, le había entregado dos días antes, el rostro de una niña pelirroja, sonrisa dulce y ojos marrones como los caramelos, le miró desde la foto, con un suspiro, se sentó en el banco del mirador y abrió la cortina, se veía la costa del interior y otras islas que salpicaban esa zona, el viento de octubre azotaba la playa y los altos hierbajos se movían como hojas de palma en el trópico.
Las olas lamían y oscurecían la arena, el cielo estaba gris plomizo y cargado de humedad. Melancólico, el mejor momento para acurrucarse con un libro y soñar. Se preguntó con qué soñaba una niña pequeña, en especial una niña que había perdido a su madre y tenía que trasladarse a una isla solitaria con un padre cuya existencia desconocía. Charles pensó que soñaría con un príncipe que la protegiera, no con un dragón que echaba fuego por la boca si alguien osaba entrar en su cueva oscura.

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Erik apoyó la espalda contra la puerta y cerró los ojos, tenía su imagen grabada en la mente y no podía borrarla, es el hombre más maravillosamente hermoso que había visto en toda su vida; de esos que atraían las miradas, hacían que los hombres tropezaran y provocaban envidia en las mujeres por su absoluta belleza, solo con mirar sus ojos azul profundo, como el mismo mar le hacía que le escociera cada cicatriz. 
Era como enseñarle un caramelo a un hombre muerto de hambre; ofrecérselo e impedir que lo probara, apenas podía tolerar su presencia allí, en su casa, su santuario; saber que estaba cerca lo volvería loco, deseó poder tener en frente a Raven Darkhölme para poder estrangularla por enviarle a un hombre tan exquisito, ¿acaso Raven no sabía que no había estado cerca de una persona desde el accidente? hasta esa mañana, ni siquiera le había dicho su nombre, solo que estaba cualificado; no había podido investigar su pasado a conciencia y, aunque descubrió que había ganado varios concursos de belleza, no había visto fotos; parecía que no deseaba mostrar su bello rostro al mundo. Él tenía una buena razón para no hacerlo, pero se preguntó cuál sería la de el hombre castaño.
Sigue siendo precioso con veintiocho años, maldijo para sí, había especificado claramente los requisitos que esperaba en su niñero: amoroso, educado, leal, fuerte, suficientemente saludable como para correr tras una niña de cuatro años, y sobretodo, que se hiciera totalmente responsable de Wanda: no podía permitir que la niña lo viera nunca, estaba seguro que si lo hacía se echaría a correr, y él no podría soportar eso de nuevo, no de su pequeña hija; la gente lo rechazaba por su desfiguración y no estaba dispuesto a asustar a su pobre hija, que no tenía la culpa de nada.

Wanda su niña.... Erik apretó los puños con furia, una niña cuya existencia había ignorado hasta hacía dos semanas, cuando su mujer murió, solo servía para ocuparse de su propia hija cuando no quedaba ninguna otra opción; maldijo a Magda una y otra vez por no haberle dicho que estaba embarazada cuando lo abandonó, hubiera deseado saberlo cuatro años antes, para tener algo a lo que aferrarse mientras sufría en un mundo de quirófanos y rehabilitación, y se enfrentaba a la cruda realidad: su desgarrado cuerpo nunca volvería a ser el mismo, fue hacia el teléfono y pulsó una tecla con furia. —Esposos a Domicilio, le atiende Raven Darkhölme ¿Qué puedo hacer por usted?

—Maldita sea, Raven, es precioso— asombroso, delicado, exótico y malditamente virginal, pensó para sí, recordando cada curva de su cuerpo enfundado en un traje azul.

—Así que has salido de tu guarida lo suficiente como para mirar un poco, ¿no?

—¿Por qué me has hecho esto?

—Charles es uno de los hombres más amorosos que conozco en mucho tiempo —soltó un suspiro— Erik, no lo he hecho por ti, sino por Wanda, a Charles le encantan los niños y tiene experiencia, además tiene las especificaciones que tú mismo solicitaste; educado, buenos modales, responsable, paciente, es capaz de charlar con un niño pequeño, además, es divertido y creativo, solo dale una oportunidad.

—Lo recuerdo muy bien— soltó un suspiro cansado —supongo que no tengo más opción, Wanda llega en dos días.

—Funcionará, Erik.

—Solo... encuentra a otra persona, cuanto antes, no lo quiero aquí más de lo prudente.

—Magda debería haberte hablado de Wanda —dijo Raven con voz fría y cortante— En eso estoy de acuerdo contigo. Cuando me dijo que te había abandonado porque te habías vuelto frío y mezquino, no lo creí, ahora veo que tenía razón —concluyó.

Erik se sintió como si lo hubiera abofeteado —Magda se marchó porque no podía soportar las repercusiones del accidente, quería que fuera el mismo de antes, en mi aspecto y en mi personalidad, eso no iba a ocurrir; no ocurrirá nunca —inhaló con fuerza— ¡Encuentra a otra persona! —colgó el teléfono sin despedirse.
Rodeó el escritorio, se dejó caer en la silla de cuero y la giró para mirar por la ventana, el sol pugnaba por asomarse entre las nubes, Erik hizo un esfuerzo para alejar sus recuerdos del accidente, del dolor y de la reacción de Magda cuando le quitaron los vendajes, horror y repugnancia; siempre creyó que Magda estaría siempre con él, y lo dejó anonadado que se marchara, aunque no todo era su culpa, él debió imaginárselo cuando ella se negó a compartir su cama y a dejar que la tocara, podía notar su repulsión cada vez que se acercaba, la última vez que tuvo la dicha de disfrutar del placer de amar a una mujer fue la noche anterior al accidente.

Y ahora tenía en su casa a un hermoso hombre que, ocho años antes, había sido considerada el hombre más bello de todo el estado, su belleza aún tiene el efecto de cortar la respiración. —Señor Lehnsherr —la voz, delicada y delicada, hizo que le diera un vuelco el corazón.

— He dicho que yo le llamaría...

—Eh, según recuerdo, mi puesto de trabajo exige que cuide de su hija, no de usted. Así que puede llamar, gritar, gruñir y exigir todo lo quiera, milord...

—Pago su salario.

—Y, ¿qué? —dijo Charles, Erik arqueó una ceja y se volvió hacia la puerta— ¿No le enseñó su madre que es una grosería interrumpir a las personas mientras ellas hablan?

—¿y acaso usted no aprendió usted diplomacia en el Ministerio de Asuntos Exteriores?

—Sí, pero esto no es un territorio extranjero, y para su mala suerte no puede solicitar inmunidad diplomática.

—¿Qué quiere? —preguntó Erik, reclinándose en la silla e intentando contener la sonrisa.

—Bien, Bien, por fin llegamos a la parte de la negociación —dijo el ojiazul triunfante — A no ser que esa insulsa comida de la nevera y el congelador sea su idea de una dieta equilibrada, creo que tendré que planificar el menú yo mismo.

—¡Perfecto entonces! encargue lo que quiera — ¡Charles suspiró y dejó caer la cabeza, pensando que es un nombre muy difícil agitó la bandeja para que se lograse escuchar el ruido de la porcelana.

—¿Oye eso? Son platos, con comida —dijo con voz sugerente, esperando una reacción positiva por parte de Erik.

—Déjela en la puerta.

—¿Perdone? —Charles parpadeó confundido.

—Estoy seguro de que me ha oído, Señor Xavier, la puerta no es tan espesa como parece.

— Al parecer no, pero apuesto a que su cabeza sí —murmuró él castaño.

—Déjela en el suelo y váyase —ordenó de mala gana, Charles obedeció y dejó la bandeja mirando la puerta con furia, empeñado en sacarlo de su cueva.

—Creo que lo vamos a llevar muy muy mal, señor Lehnsherr.

—Solo si usted llegase a romper las reglas.

—¿Y cuáles son si se me permite saberlo?

—Se las enviaré por correo electrónico.

—Vaya, eso es de lo más aséptico.

—Es la única manera que se puede hacer señor Xavier —musitó él en voz baja cuando oyó sus pasos en la escalera, se frotó la frente con cansancio, rozando las cicatrices, soltó una maldición y se puso en pie, rechinó los dientes molesto, preguntándose cómo iba a sobrevivir con ese precioso y deslenguado hombre paseándose por cada rincón de la casa.

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Charles fregó los platos con furia, le daba igual que se quedará encerrado y solitario por el resto de su vida, pero ¿qué ocurriría con Wanda?, No podía permitir que una niña que esperaba ver a su papá percibiera la exclusión instantánea que Erik Lehnsherr expresaba con unas pocas palabras; rechazaba todo contacto. Pensó que él mismo se ocuparía de ese asunto.

Puso una lavadora y decidió investigar la casa, sus zapatos rechinaron en el suelo cuando recorrió los amplios y solitarios pasillos, decorados con curioso objetos medievales: una armadura, escudos y al menos tres espadas, estaba claro que no le faltaba el dinero al señor Lehnsherr, pensó mientras echaba una breve ojeada a las habitaciones y fijándose en un jarrón tan delicado que daba la impresión de que se podría romper con tan solo mirarlo.

Entró en el salón, aunque pensó que podría ser el estudio o la sala de estar, había pasado por un par de habitaciones cerradas con llave, y supuso que el señor Lehnsherr no quería que nadie entrara en ellas; tardaría días en investigar todos los recovecos, aunque estaba claro que la planta superior estaba prohibida para todos.

Abrió las puertas del patio y el viento húmedo y cálido acarició su rostro, respiró profundamente, notando el sabor salado del aire, cerró las puertas y bajó hacia la playa corriendo; sus pies se clavaron en la arena, abrió los brazos de par en par y se echó a reír Bueno, esto no está tan mal.

Miró hacia la casa, el castillo en la colina, es un lugar de ensueño y, evidentemente, el elegido por Erik Lehnsherr para ocultarse del mundo, ahora comprendía que no era para nada extraño que lo temieran y murmuraran sobre él. 
La mansión se erguía sobre el pueblo como la de un señor feudal, rodeada por un muro de piedra de dos metros de altura, y el mar era el foso. Un lugar pacífico y perfecto, miró a la torre más alta de la mansión y vio una figura en la ventana, el blanco de la camisa contra las cortinas oscuras, que desapareció inmediatamente.

Un solitario príncipe dragón, que, para su mala suerte, no deseaba que lo rescataran.

Notas finales:

Gracias por leer c:


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